CAPÍTULO 19



CAPÍTULO 19

ALEXANDER

No entendía muy bien qué era lo que me pasaba por la cabeza. No entendía por qué había tenido que seguirla al baño, no entendía por qué me había acercado tanto, ni tampoco por qué tenía tantas ganas de besarla.

Mi cuerpo no podía evitar acercarse al suyo, me sentía tan cómodo a su alrededor que parecía que siempre habíamos estado tan cerca. En el momento que me apartaba, mi cuerpo pedía que volviera a sentir su calor, mis sentidos pedían volver a oler ese perfume suave a vainilla y canela, que contrastaba tanto con su personalidad fuerte y arrolladora.

Me gustaba ver cómo su cuerpo reaccionaba al mío, cómo sus músculos se tensaban y su respiración se volvía más frenética, más acelerada. Cómo sus ojos claros miraban los míos con esa determinación que me hacía entender que no me iba a dejar las cosas tan fáciles, pero en cuanto me acercaba para rozarle los labios se cerraban y me daba vía libre para hacer lo que yo quisiera.

Tampoco podía dejar de pensar en lo fácil que sería para mí agarrar su pequeño cuerpo a mi antojo, moverla como yo quisiera, conseguir que dejara el mando para hacerla disfrutar como yo tanto deseaba.

Y todo esto era patético, porque no podía dejar de pensar en ella ni un maldito segundo. Estaba solo en casa y lo único que hacía era divagar sobre la hija de mi jefe, sobre esa pequeña arpía que se había colado de nuevo en mi vida de esta forma.

Siempre me había atraído esa pequeña rubia, pero le sacaba cinco años y no quería ir a la cárcel por estar con una menor. Y dejó de interesarme mucho más cuando mi padre me hablaba de lo impresionante que sería que las empresas Anderson y Campbell se fusionasen de una maldita vez con nuestro casamiento. Pero ahora era diferente, porque ambos éramos mayores de edad y mi padre no estaba aquí para instarme cosas que no quería hacer.

Y aunque muchas veces llamase con esa intención, como pasó cuando se publicaron las fotos de Victoria estando borracha, no le hacía mucho caso. Ya conocía a mi padre y no tenía sentido seguir enfadándome con él por las mismas cosas de siempre. Era mejor ignorarlo y pasar a otra cosa.

Quería dejar de pensar en todas esas cosas, olvidarme de todo. Llegué a mi piso y solté la correa de Perdita a quien había sacado a pasear mientras yo corría. Era lo único que conseguía que dejase de pensar, correr tanto que mis músculos dolieran más de lo que se escuchaban mis pensamientos. Y no sabía por qué hoy no habían dolido tanto, por qué hoy las palabras que resonaban en mi cabeza se escuchaban más fuerte de lo que pretendía, sobre todo aquellas que hablaban sobre ella.

Empecé a cocinar, envuelto por la música suave que sonaba de los altavoces, relajándome y centrándome únicamente en lo que estaba cocinando, en sus ingredientes y en los pasos que debía seguir. Aunque no era un experto en la cocina, desde que me independicé a los dieciocho años tuve que aprender a cocinar, porque ya no estaban ahí las amas de casa que mi padre contrataba para no tener que ocuparse del hogar. Ahí estaba yo solo y aunque sobrevivía gracias a su ayuda monetaria, cuando me mudé a Florencia y conseguí mi sueldo, logré mantenerme yo mismo, con mi trabajo.

Dejé el pollo en la sartén un momento, girándome hacia mi teléfono que acababa de sonar al haber recibido un mensaje de Adriano, que me informaba de que Giorgia había hablado con él sobre nuestra relación y estaba muy disgustada.

Podía llegar a entenderla, pero siempre había sido claro con mis intenciones con ella. Nunca la había tratado como algo más que una simple amiga. Puede ser que debido a nuestras sesiones de sexo ella creyera que yo estaba buscando algo más, y aunque no era así, me sentía culpable hasta cierto punto porque cabía la posibilidad de perderla como amiga.

Suspiré, intentando descifrar qué era lo que podía hacer. A veces las mujeres eran tan complicadas. Podía pedirle perdón, pero sabía que eso no solucionaría nada, porque ella seguiría pensando en lo malo que había sido con ella. Y puede ser que haya sido un cabrón y un hijo de puta, pero nunca pensé en dañarla y lastimarla.

Nuestra relación como algo más que amigos empezó el año pasado, cuando ambos íbamos un poco borrachos y ella se lanzó a besarme. Giorgia era una mujer muy atractiva y siempre me había apetecido estar con ella, pero por encima de todo era mi amiga y sabía respetar esos límites. Sin embargo, cuando fue ella la que se lanzó pensé que le pasaba lo mismo conmigo, pero nunca llegué a imaginar que lo que quería era que la amara.

Le envié un mensaje a mi amigo dándole las gracias por avisarme y diciéndole que me encargaría de la situación. Lo último que todos queríamos era que el grupo que habíamos formado se viera afectado por una situación así.

Actuando de forma impulsiva y con tal de que ese enfado que ella sentía no fuera creciendo conforme pasaban las horas, le hice una videollamada y esperé a que respondiera mientras seguía cocinando.

—Ey, ¿qué pasa? —contestó después de unos minutos, enfocándose por debajo de la barbilla.

Estaba corriendo. Sabía que eso también la relajaba, pues muchas veces habíamos hablado de ello, habíamos compartido secretos que no cualquiera podría saber o entender, éramos como unos niños jugando a ser mejores amigos.

—¿Podemos hablar? —inquirí, apoyando mis manos en la encimera, viendo mi móvil apoyado entre un armario y la vitrocerámica.

Soltó el aire con fuerza, dejando de correr y alzando su móvil para que la pudiera mirar a los ojos.

—Adriano te lo ha dicho, ¿verdad? —asentí, sin poder evitarlo y rodó los ojos en respuesta. —Creo que sabes lo que siento por ti desde hace tiempo y simplemente has dejado que siga creciendo porque querías follar conmigo.

Me quedé un momento callado, porque sí era verdad que me esperaba algo así, incluso Frank me avisaba y me animaba a tener una relación con ella, pero siempre le decía que era un simple amiga.

—Lo siento, sé que no debí actuar así y quiero estar bien contigo. —me disculpé, cogiendo mi móvil y acercándolo a mi cara. —Eres una persona muy importante para mí, ya lo sabes. Y me gustaría que todo volviera a ser como antes.

Soltó una pequeña risa que me hizo entender que no estaba tan cabreada como Adriano decía. Y me sentí aliviado, mi cuerpo se relajó instantáneamente, porque no quería perderla.

—He estado pensando mucho, Alexander, y sé que siempre he sido yo la que se ha insinuado y fui yo la que empezó esto, así que no puedo culparte de nada. —le sonrió a una persona con la que se cruzó, saludándola y volvió la vista al teléfono, sin dejar que sus comisuras cayeran. —Yo también quiero que estemos como antes y volvamos a ser el mismo grupo unido de siempre. Sin sexo.

Reí de forma levé y le di la razón con un asentimiento.

—Nada de sexo, estoy de acuerdo.

Un pequeño "bien" salió de sus labios y vi en su cara el alivio también. Ambos habíamos estado ahí apoyándonos desde que nos conocimos y creo que estábamos de acuerdo en que una relación así no podía acabarse por este malentendido.

—Gracias por llamarme, necesitaba hablarlo contigo. —le sonreí, restándole importancia, sabiendo que era una de las personas más impacientes que había conocido. —¿Sabes? Hay un lío amoroso en la oficina, resulta que Samuele vio a...

Reí, escuchándola porque por fin había vuelto a ser la de siempre, hablándome de cotilleos dentro de la empresa, riendo conmigo y agradecí no sentir esa culpabilidad que me quemaba dentro del pecho cada vez que estaba con ella. Por fin habíamos aclarado todo y la escuché hablar mientras cocinaba. Esperé a que llegara a su casa y comimos juntos a través de la pantalla, para sentirnos menos solos.

A veces era difícil vivir sin nadie, porque los días libres extrañabas hablar con la gente, reír o sentir la compañía de alguien más. Y aunque era reconfortante sentirte alejado de todas las personas en ocasiones, había días que no era lo que necesitábamos.

Comí escuchándola hablar de que uno de los chicos del otro grupo, que estaba casado, estaba empezando a verse en secreto con la mujer pelirroja que había pedido el proyecto. Se estaba liando con nuestra cliente estando casado.

—Si Victoria se enterase de esto lo despediría sin pensárselo dos veces. —comenté sintiendo el ambiente volverse un poco más tenso.

—Bueno, no te creas. Últimamente está más relajada, ¿no? Después de la comida de la semana pasada con sus padres parece que nos aprecia más. —dejó un momento de silencio para luego reír. —Tal vez haya encontrado a alguien que le dé lo que necesitaba, porque ese malhumor seguro que era por la falta de sexo.

Pensé en la actitud que había tenido esta semana y Giorgia tenía razón, estaba más sosegada, más tranquila, menos fría. Aunque también podía deberse a las medias lunas que no dejaban de crecer debajo de sus ojos. Frank también lo había notado, porque lo escuché hablar con ella en su despacho sobre su aspecto cansado y no sabía qué era lo que la atormentaba tanto como para no dormir bien.

Me encogí de hombros, sin saber qué responder a eso, porque en lo último que quería pensar era en Victoria acompañada por otro hombre.

—¿Te gusta ella, verdad? —preguntó de repente, consiguiendo que levantara la vista de mi plato hacia el móvil.

Negué, intentando disuadirla de su idea, pero era inevitable. Y si ella se había dado cuenta de la atracción que sentía hacia esa pequeña rubia, cabía la posibilidad de que Frank también lo hubiese hecho.

—No me gusta, —aclaré, dejando de comer por un momento. —pero sí que siento una atracción que no consigo explicar por qué. Es tan...testaruda y frívola, pero la noche que la ayudé, en el club, vi algo...—Giorgia rio ante mi comentario y sonreí, relajando mis facciones fruncidas. —No sé qué es lo que te hace tanta gracia.

—Perdón, perdón, es que no me esperaba ver esta faceta enamorada de ti, la verdad. —rodé los ojos, porque ni mucho menos sentía que estuviera enamorado de esa arpía. —Pero creo que también tendrías que pensar en cómo se lo tomaría Frank.

Asentí, sabiendo que Victoria para Frank era su protegida. La amaba con todo su corazón y la protegía de cualquiera que quisiera hacerle daño. Muchas veces lo escuchaba hablar sobre los chicos que iban a su casa buscándola y cómo ella los rechazaba como la arpía que era. No quería ser uno de esos chicos y tampoco quería que Frank hablase de mí de la forma que habló de ellos. Y más sabiendo que yo sentía una mera atracción por Victoria, que lo único que buscaba de ella era saciar mi placer.

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