CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 18
VICTORIA
Me desperté sobresaltada por el sonido del móvil y abrí los ojos que tenía pegados por el maravilloso sueño que estaba teniendo. Encendí la lamparita de noche y cogí el móvil viendo el nombre de mi insoportable hermano en él. Gruñí y me lo puse en la oreja, cabreada de que me despertase de esta forma.
—¿Qué quieres? —pregunté de malas maneras cuando contesté.
Una risa brotó de sus labios y eso me hizo sentirme aún más furiosa.
—¿Qué haces aún durmiendo, Vic? Son casi las dos del mediodía. —bufé y me incorporé en la cama, sobando mi cara y peinándome el pelo hacia detrás. —Nuestros padres quieren verte, dicen que llevas unas semanas desaparecida. Hasta papá está preocupado, sólo te ve en la empresa cuando llegas y cuando te vas. —escuché voces de fondo que supuse que eran las de nuestros padres y él se alejó riendo. —Creí que habías solucionado el problema con papá. —añadió en voz baja.
Suspiré, porque de cierta forma sí que estaba solucionado, pero no quería que mi padre me juzgase más de lo necesario, porque sabía que lo iba a hacer.
—¿Es para esto para lo que me llamas, Kale? Quiero dormir, así que si es todo, adiós.
Estaba dispuesta a colgar, cuando escuché la voz de Alexander de fondo, saludando a mi hermano.
—¿Qué hace Alexander en casa? —inquirí, recelosa por esta situación.
—Papá lo ha invitado a comer, te llamaba porque también quieren invitarte a ti, pero dicen que no coges el teléfono.
Rodé los ojos, levantándome de la cama y empezando a subir las persianas de la habitación viendo el día soleado que se avecinaba hoy. Ya empezaba a hacer frío, y lo agradecía porque adoraba el frío, pero las temperaturas eran aún muy cambiantes.
—Está bien, pero volveré pronto a casa, tengo que ensayar.
Mi hermano murmuró un de acuerdo y colgué para empezar a ducharme. Podía entender que mi padre invitara a Alex para que no se sintiera solo en Florencia, después de todo había dejado a su familia en Londres para venir aquí. Pero él sabía que no nos llevábamos bien y no entendía por qué insistía tanto en tenernos juntos en el mismo espacio.
Me tomé más tiempo del usual en la ducha, mimé mi pelo y mi cuerpo con exfoliantes y cremas especiales. Salí y me sequé el pelo, dejándolo suelto al natural y me vestí con unos pantalones cargo y una camiseta negra, todo del mismo color, y me puse mis deportivas blancas, acompañadas por una sudadera.
Apenas salí de la habitación Pongo se abalanzó sobre mí como si supiera que iba a salir, y que iba a ir con mi madre, a quien le tenía especial cariño.
Reí y le coloqué la correa, cogiendo mis gafas de sol y saliendo de mi departamento para montarnos en el coche y conducir hasta la casa de mis padres, esa casa en la que había estado viviendo tanto tiempo.
A veces echaba de menos vivir ahí, tener a mis padres durante todo el día, pero amaba mi independencia, poder hacer lo que yo quisiera, llevarme a cualquier tío si era lo que me apetecía. O emborracharme porque sí un lunes, o cualquier día de la semana. Adoraba no tenerlos detrás de mí, vigilando cada movimiento, cada cosa en la que fallaba para recordármela. Con ellos no podía estar hasta las tantas bailando, ensayando y disfrutando de mi pasión, y más en uno de mis días libres.
Habían pasado dos semanas desde las audiciones y aún no sabíamos los resultados, pero los ensayos eran más duros que antes, preparándonos para cualquier papel. Estaba haciendo más ejercicio, salía a correr todos los días con Pongo, para intentar bajar de peso. Sabía que muchas de las miradas que me dirigía el profesor eran por eso.
Aparqué el coche frente a la casa de mis padres y me apeé, abriéndole a puerta a Pongo para que saltase y caminara a mi lado. Coloqué mis gafas de sol sobre mi cabeza cuando toqué el timbre y me puse la sudadera sobre los hombros porque era uno de esos días calurosos antes del invierno.
Escuché los pasos de nuestra ama de llaves y vi su cabeza asomarse mientras abría la puerta y sus ojos mostrarse como platos al verme allí después de tanto tiempo. Solté una risa cuando se abalanzó para rodearme con sus brazos con un chillido de emoción brotando de sus carnosos labios.
—Yo también la he echado de menos, Francesca. —dije antes de que me soltara.
Vi que sus ojos se habían cristalizado un poco y fruncí mi ceño sin comprenderlo. Francesca nos había visto crecer a mi hermano y a mí, y cualquier conflicto que hubiera en la familia le afectaba como una más de los nuestros, porque ya era parte de esta.
—Están en el jardín, señorita.
Le di las gracias y dejé que Pongo se me adelantase, volviendo a revisar mi casa un poco más. Habían cambiado algunos jarrones de sitio y puesto flores nuevas, pero por lo demás todo seguía estando como siempre.
Me adentré al jardín, donde vi más gente de la que esperaba. La comida que creí familiar se convirtió en una comida de empresa, porque además de Alexander también estaban Giorgia, Adriano y Samuele, y lo mejor de todo es que todos reían con ellos.
Entrecerré mis ojos conforme entraba y mi hermano me interceptó cogiéndome del brazo y guiándome a la cocina para que no dijera una de las mías. No entendía qué mierda era lo que pintaban ahí todos esos imbéciles. Mi respiración se había acelerado y miré los ojos de Kale, que me suplicaban calma, o más bien me la exigían.
—No armes un escándalo, no te he llamado para eso.
Fruncí el ceño, acercándome más a su cara, completamente furiosa.
—¿Y para qué mierda me has llamado, Kale?
Se apartó un poco, rodando los ojos y suspiró, sabiendo que conmigo tenía todas las de perder, tal vez porque no me gustaba ceder.
—Quería verte. —confesó y tal vez eso hubiese conseguido ablandar mi corazón, pero no lo hizo, no cuando siempre había razones ocultas. —Papá quería que vinieras...
—¿Como una prueba o algo así?
Mi hermano negó con su cabeza, sin saber cómo arreglar todo esto, pero fue paciente, más de lo que normalmente era conmigo. Cerró los ojos un momento y respiró hondo para relajarse.
—Te echamos de menos y ya está, no busques segundas intenciones porque no las hay, Vic.
Miré sus ojos tan claros como los míos y le creí, puede que porque fuera mi hermano y confiara en él plenamente, pero acepté sus palabras y agaché la cabeza, suspirando.
—Estoy un poco estresada con la obra. —sus manos se pusieron en mis hombros y masajearon con fuerza.
Estas semanas habían sido duras, había recibido más comentarios de la pelirroja sin vida propia, y aunque no me importaban, me cansaba mentalmente tener que discutir con alguien tan simple como ella. Y luego estaba la otra chica, la de ojos verdes, que no había podido olvidar y que tenía ganas de volver a verla por alguna razón que no entendía.
—Vas a tener el papel principal, no sé por qué te agobias. —me consoló y giré la cabeza otro lado, soltando el aire. —¿Hay algo más que te preocupe?
Miré sus ojos y sabía que no podía mentirle, porque era mi mellizo, y aunque no tuviéramos al cien por cien la conexión que tenían los gemelos, habíamos nacido al mismo tiempo y prácticamente nos habían pasado las cosas al mismo tiempo.
Negué con la cabeza, apartándome de su lado y caminando hacia el jardín, para ver a mi madre jugando con Pongo, mostrando una sonrisa en su rostro. Cuando alzó la vista para mirarme, noté que tenía medias lunas oscuras debajo de sus ojos y eso me hizo fruncir el ceño. Me acerqué a ella y la abracé, sin saber muy bien cómo ayudarla.
—¿Estás bien, mamá? —inquirí, en un susurro lleno de preocupación, apretándola más contra mí.
Se apartó para sonreírme con dulzura y acarició mi cara con esa suavidad que sólo conseguían tener las madres. De esa forma que te encogía el corazón.
—Por ahora todo está bien, cariño. —besó mi mejilla y se apartó, dejándome aún más confundida.
¿Por ahora? Tal vez algo estaba yendo mal en Richmond, donde estaban todos sus amigos y familia. Tal vez por eso lucía tan preocupada, porque no podía estar allí con ellos.
Me acerqué a la mesa y dejé un beso en la mejilla de mi padre, apartándome enseguida para tomar asiento al lado de Kale, quien me miró disgustado por la muestra de cariño que le había dado a mi padre. Pongo en cuanto me vio sentarme se colocó a mi lado, dejando que acariciara su cabeza distraída.
Miré a cada uno de los que estaban en la mesa, reían y hablaban de cualquier cosa que se les ocurriese, experiencias personales, algún chiste que otro, cualquier cosa. Hasta que reparé en él.
No iba vestido con su típico traje y eso se me hacía incluso más atractivo de lo normal. Llevaba una camiseta negra que se adaptaba a su musculoso cuerpo y unos vaqueros anchos que se ajustaban en ciertas zonas dando a entender su tamaño. Tenía unas gafas de sol colgadas en el cuello de la camiseta y conforme fui subiendo me iba pareciendo más llamativo.
Su cara tenía una leve barba que lo hacía ver despreocupado y sensual, y si hubiésemos estado solos tal vez le habría pedido que me dejase quitársela. Su pelo, por otro lado, no estaba repeinado como solía tenerlo todos los días, esta vez lo llevaba revuelto, como si se lo hubiese cepillado sin ganas, pero se veía más atractivo de lo que me gustaría admitir.
Mi hermano me dio una patada que me hizo despertar de la ensoñación y mirar a mi padre que me acababa de hacer una pregunta.
—No estaba prestando atención, lo siento. —me disculpé y vi en sus ojos la pena, tal vez porque pensaba que no quería saber nada de lo que él dijese.
—Sólo estábamos hablando de que hemos recuperado a la mayoría de los clientes, gracias a que los llamaste. —asentí y me reacomodé incómoda en la silla.
Eso era algo de lo que no había hablado todavía con Alexander y lo miré una vez más, sintiendo que ahora era él quien me estaba repasando con la mirada.
—Sí, pero volvieron con la condición de que sea Alexander el que lleve sus planos, no yo.
El susodicho entrecerró los ojos y aparté la vista para volver a mi padre, que asintió orgulloso de que delegara algo de trabajo y que fuera su ojito derecho en quien confiase. Suspiré y dejé que la conversación tomase otro rumbo, no me gustaba estar con esta gente, y menos con Giorgia revisando cada movimiento que hiciera.
Me levanté, anunciando que iría al baño y dejando a Pongo con mi hermano, para que no me siguiera. Subí las escaleras, sintiendo a mis músculos quejarse por el esfuerzo que estuve haciendo anoche. Me dormí casi a las cinco de la mañana ensayando sin parar uno de los pasos que no salía exactamente como yo quería.
Lo único que quería hacer era comer y salir pitando de ahí. No podía perder ni un mísero minuto de ensayo. El tema del peso ya era algo que me preocupaba para que me cogieran como personaje principal y los temas de la empresa tampoco me dejaban descansar del todo. Y por otro lado estaba la disputa con mi padre, que parecía interminable. No sabía cómo volver a estar con él como antes, porque me daba la sensación de haber perdido parte de su confianza, y eso era algo que me pesaba demasiado.
Suspiré, encerrándome en el baño y pasándome agua por la nuca. Cerré los ojos y respiré hondo, todo esto iba a terminar pasando y quedaría en el olvido. Siempre había sido así con papá. A veces discutíamos, porque entendía que yo no era una persona fácil de tratar, pero también sabía que me amaba con todo su corazón y aunque hiciera cosas de las que podría sentirse decepcionado, se le pasaba enseguida.
Me incorporé, soltando el aire retenido y alcé la cabeza, abriendo mis ojos. Era el momento de dejar de actuar como una cobarde y hacer las paces con mi padre. Me encaminé hacia la puerta, abriéndola, cuando unas manos me empujaron dentro otra vez, cerrando la puerta detrás de sí mismo.
—¿A qué estás jugando? —preguntó, mirándome con esos ojos castaños que te atrapaban de cierta manera.
No era un color demasiado especial, pero podía ver en ellos pequeñas motas de un verde oscuro que se fundían con el marrón. Eran unos ojos bonitos los que ahora me miraban de forma dura.
Fruncí mi ceño sin entender a qué se debía todo este escándalo. ¿Qué era lo que se le pasaba por la cabeza para abordarme de esta forma?
—No estoy jugando a nada, Alexander. —contesté mirándolo a los ojos con rabia, empezando a caminar hacia la puerta. —Quítate, no quiero pasar más tiempo del necesario contigo. —su cuerpo interfería entre la puerta y yo, y mi orden pareció ser ignorada por completo, porque no se movió ni un centímetro. —¿Qué quieres que te diga? ¿Que hay un plan para dejarte mal? —sus ojos me observaron como si fuera eso lo que pretendía y yo rodé los ojos en respuesta.
—Siempre tienes un juego entre manos, desde que te conozco, siempre has tenido todo calculado. —me señaló con su dedo, dándome a entender que me tenía demasiado vigilada.
Sin embargo, yo no entendía a qué se debía todo este espectáculo absurdo. Estaba cansada de estar metida en situaciones absurdas que no me aportaban nada, como esta. Lo único que quería era llegar a mi piso y ensayar.
—No sé cómo te has podido dar cuenta de eso, si nunca te paraste a mirarme dos veces. —me crucé de brazos, acercándome más a él, alzando mi mentón para poder mirarlo a los ojos.
Sus manos se colocaron en mis caderas como si de un imán se tratase, acercándome más a su cuerpo. Y sin quererlo mi respiración se aceleró, pero intenté controlarlo para que no se diera cuenta, no quería que viera el efecto que tenía en mí.
—Ya...Sí que me fijé, ¿sabes? —esbozó esa sonrisita odiosa que ponía cuando sabía que yo estaba perdiendo en la conversación.
—¿Ah, sí? —asentí con mi cabeza a la vez, sin poder apartar la mirada sus labios, como a él le pasaba con los míos. —Cualquiera diría eso.
Su rostro se aproximó aún más y cuando fui a cerrar los ojos, esperando por ese beso que parecía que nunca llegaba, acercó su cara a mi oído, dejándome sentir el calor de su aliento en esa zona, erizándome la piel.
—Eras una niñita caprichosa que hacía cosas para llamar mi atención, ¿crees que no me daba cuenta de que después de la semana que estuviste yendo, volvías más frecuente? —besó mi cuello provocativamente, robándome un jadeo ahogado. —Te contoneabas por toda la empresa buscándome y, aunque sabías dónde estaba tu padre, me preguntabas para tener cualquier tipo de interacción conmigo.
Se alejó, dejándome mirar sus ojos cargados de deseo con las pupilas dilatadas, y pasó la lengua por sus labios, haciéndolos ver aún más apetecibles si eso era posible. Quería besarlo, llevaba tiempo queriendo hacerlo y que se hubiese fijado en las cosas que hacía a los dieciséis años me hizo entender que a lo mejor no estaba tan lejos de conseguir mi objetivo.
Mi cuerpo sintió la falta del suyo cuando me acerqué al lavamanos y me apoyé ahí, para evitar que su cercanía afectara a lo que podría salir de mi boca, porque me estaba distrayendo, y él lo sabía.
—Suerte que esa etapa pasó, no sé cómo pudiste interesarme siquiera. —encogí uno de mis hombros después de decir eso.
Una risa irónica brotó de sus labios y suspiró, viniendo hacia mí como un león dispuesto a cazar a una presa.
—¿Ha pasado de verdad? ¿O simplemente escondes tu obsesión por mí?
Fue mi turno ahora de soltar la risa irónica, porque estaba loco si pensaba que tenía una obsesión hacia él.
—Creo que ahora eres tú el que está obsesionado conmigo, —repliqué, poniendo mi dedo índice sobre su esternón. —si no, ¿para qué me habrías seguido hasta el baño con mis padres abajo?
Sus ojos observaron cada una de mis facciones y su cuerpo se acercó más, volviendo a arroparme con su calor, dejando que sintiera toda su anatomía. Y estaba harta de sólo sentirla por encima de la ropa. Quería más, mucho más.
—Sigo sin estar de acuerdo con que me dejes esos clientes a mí. —murmuró, dejando de hablar de nosotros por fin, si es que existía un nosotros posible.
—Mi padre está contento con eso y está decidido, así que disfruta de tu momento de poder. —dije de la misma forma, aunque tal vez con un poco más de rabia.
En cuestión de segundos sus labios rozaron los míos y deseé que ese mínimo espacio que los separaban se acabase. Y lo intenté. Intenté acercarme para culminar ese beso, pero su mano agarró mi pelo y tiró de él levemente, apartándome de mi objetivo.
—¿Me estás cediendo el mando? —inquirió con ese tono seductor que ya notaba que me volvía loca.
Mis ojos se apartaron de sus labios por un momento para centrarme en esos iris marrones y negar levemente con la cabeza. Jamás cedería el mando a nadie, en ningún aspecto. Y menos a mi antípoda, no quería que creyera que tenía más poder que yo, porque no era así en absoluto.
Sus dedos engancharon mi mentón para alzar más mi cara y que lo mirase directamente a los ojos, y una sonrisa genuina, traviesa y sensual apareció en sus labios, arrastrándome a ese bucle de necesidad en el que me había visto envuelta desde que lo conocí. Quería besarlo, sólo quería eso de él.
—¿No? ¿Y qué se supone que está pasando ahora, estirada? —murmuró contra mis labios, dejándome cerrar los ojos pensando que por fin recibiría ese beso tan escurridizo.
Unos golpes sonaron en la puerta y los abrí, asustada, nadie podía saber que estábamos los dos juntos en el baño. Nadie podía saber lo que estaba pasando entre nosotros, si es que algo se estaba cociendo.
Volví a concentrarme en lo que estaba sucediendo y en lo cerca que había estado de caer rendida otra vez ante Alexander. En lo cerca que estaba de que mis padres se dieran cuenta de que sólo por estar necesitada iba a arruinarlo todo.
—Soy Kale...—se escuchó la voz a través de la puerta, algo amortiguada. —Creo que deberías salir Vic, papá no deja de mirar extrañado vuestros sitios y creo que empieza a sospechar.
Miré a Alexander preocupada, pero a él parecía darle absolutamente igual. Abrí la puerta, viendo a mi hermano al otro lado observarnos como si hubiese conseguido el último cromo que le faltaba coleccionar. Y sabía que esto sólo le daba más motivos para creer que volvía a querer algo con el ojito derecho de papá, pero tenía claro que lo único que ocurría era la necesidad que yo sentía de estar con un hombre.
—Quita esa sonrisa de estúpido de la cara. —lo regañé mirándolo con los ojos entrecerrados y mi hermano rio como respuesta.
—Espero que hayas usado protección, Alex. No quiero pequeñas serpientes aún. —se burló pasándole el brazo por encima de los hombros de mi acompañante.
—Tranquilo, tu hermana sabe cuándo escupir su veneno para alejarme.
Fruncí mi ceño ante sus bromas estúpidas y bajé las escaleras maldiciendo lo infantiles que podían llegar a ser ambos.
Y aunque me hubiese gustado seguir con lo que estábamos, agradecí a mi hermano por detenernos cuando llegué al jardín y vi que mi padre me observaba de esa forma en la que intentaba leerme.
Me senté en mi sitio, acariciando la cabeza de mi perro con naturalidad, alzando la cabeza para ver que la comida ya estaba servida y algunos ya estaban comiendo sin prisa.
—He visto cómo has dejado la habitación, mamá. —comenté, sabiendo que había remodelado algunas cosas de mi antiguo cuarto. —Me gusta mucho.
Le sonreí, consiguiendo que ella me dedicara otra igual, contenta por mis halagos.
—Supongo que habrás probado la cama. —dijo papá, probando bocado y tragando para seguir hablando ante mi silencio. —Hemos cambiado también el colchón. —aclaró y asentí.
—No lo he probado, sólo he estado viendo todo por encima. —acerqué mi silla a la mesa a la vez que Kale y Alexander entraban riendo sobre algo que no llegué a comprender.
—Alexander, ¿por qué has tardado tanto? —inquirió esta vez Giorgia, quien me dirigió una mirada de reojo.
—No encontraba el servicio. —su respuesta fue tajante, sobre todo porque después metió un trozo de pollo en su boca, para evitar seguir hablando.
Y aunque los demás parecieron quedarse satisfechos, sentía las miradas de mis padres analizando cada mínimo movimiento y decidir si decíamos la verdad o no.
—El otro día estuvo Nicolas en el refugio y me habló de que Charlotte ha conseguido un puesto fijo como profesora de ballet, ¿no es genial, Vic? —me contó mamá emocionada, acariciando mi brazo.
Asentí, forzando una sonrisa porque no quería hablar de personas tan importantes con gente que me daba completamente igual. Pero no podía responderle de forma escueta a mi madre.
—Sí, también ha entrado en una academia de prestigio y entrena allí todos los días.
Mi madre juntó sus manos, orgullosa de que su "sobrina", aunque no tenían ningún parentesco sanguíneo, ni con ella ni con sus dos padres, pudiera hacer lo que ambas habíamos soñado desde que éramos pequeñas. Charlotte era adoptada y eso se daría cuenta hasta un ciego sabiendo que Alex y Nicolas eran sus padres.
—¿Charlotte es la chica con la que tienes fotos en tu despacho? —giré la cabeza hacia Samuele, quien me había preguntado eso directamente a mí.
Asentí, sin responder verbalmente. Tampoco era necesario, porque se entendía, pero mi hermano sintió la necesidad de ayudarme a entablar una conversación que no quería.
—Charlotte es algo así como nuestra prima. —empezó a explicarles, consiguiendo que lo mirasen atentos. —Sus padres son amigos de toda la vida de los nuestros y los consideramos como nuestros tíos. —junto con su explicación gesticulaba con las manos, moviendo los cubiertos y poniendo los ojos en blanco. —Victoria y ella son mejores amigas, inseparables. Estoy seguro de que si le dieran a elegir entre ella y yo, la elegiría a ella con la que no comparte ningún enlace sanguíneo.
Golpeé su brazo para que cerrase la boca, consiguiendo que una risa brotase de los labios de nuestros padres.
—La verdad es que creo que si le dieran a elegir entre ella y todos nosotros, seguiría eligiéndola a ella. —lo acompañó mi padre, consiguiendo que lo mirase de mala forma.
¿Por qué tenían que evidenciarme de esta forma? Con gente a la que no le interesaba en absoluto quién era nuestra familia.
—Supongo que todos tenemos a alguien así en nuestra vida. —secundó Adriano, mirándome directamente a los ojos. —La verdad es que todos pensábamos que no tenías amigos.
Fruncí mi ceño aún más cuando Kale soltó una estruendosa risa que consiguió que me girase para mirarlo de malas formas.
—¿Por qué mierda te ríes, imbécil? —lo regañé, golpeándolo una vez más.
—Vic, es que...—cesó sus palabras porque otro ataque de risa lo interrumpió.
—No es asunto vuestro mi vida personal, ¿por qué demonios pensabais que hablaría de alguien así? —contraataqué con mi voz siendo amortiguada por la risa de mi hermano, que parecía relajarse por momentos.
Adriano simplemente se encogió de hombros volviendo la vista a la comida, como si no quisiera meterse más en algo que él mismo había provocado. Muy bonito, tiraba la piedra y escondía la mano.
—Tal vez es porque eres demasiado estirada.
Miré a Alexander, quien tenía una sonrisa relajada en sus labios, y no entendía cómo se atrevía a llamarme por ese apodo tan absurdo que había adquirido para nombrarme delante de mis padres.
—O que vosotros me importáis más bien poco. —sus cejas se alzaron, no en sorpresa, si no entendiendo las segundas intenciones de mis palabras.
—Creo que es momento de dejar de lado las amistades de Victoria. —concluyó mi padre con un tono jovial y animado.
Seguimos comiendo, olvidando lo que acababa de suceder, aunque hubo varios comentarios mordaces hacia mi persona con los que me tuve que morder la lengua para no echarle más leña al fuego. Y cuando vi que se hacía muy tarde, me despedí de mis padres y de mi hermano, saliendo de la casa para volver a mi piso y retomar los ensayos.
Sin embargo, cuando estaba cerca, reparé en esa melena oscura y los ojos esmeralda que me hipnotizaron el día de las audiciones.
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