CAPITULO 17
CAPÍTULO 17
LIVIA
Estaba agotada, pero quería seguir bailando. Quería seguir disfrutando del sonido de la música, de las miradas curiosas sobre mí. La gente me veía como un bicho raro, o como una loca que acababa de salir del psiquiátrico y habían dejado sola en medio de una plaza llena de gente.
Dejé de bailar y le di las gracias al hombre que tocaba su violín, recompensándole con un billete de cien. Hoy tenía una de las audiciones más importantes de toda mi carrera y me sentía eufórica, sentía que podía correr una maratón y aun así seguiría teniendo ánimos para correr otra más.
No me importaba realmente el papel que me dieran. En el lago de los cisnes muchos podían ser protagonistas y a la vez no. Lo único que quería era estar dentro de la obra, del resto ya me preocuparía más tarde.
Seguí paseando por la plaza, comprándome un donut y comiendo sin importar cuántas calorías llevara, sin importarme realmente nada. No sabía si esta euforia era debida a los nervios o era por la emoción de tener mi primera audición.
El ballet era una de mis grandes pasiones, pero nunca había intentado llevarlo a lo profesional hasta ahora. Y no quería que me rechazaran. ¿A quién le gusta que le rechacen? Pero tenía plena confianza en mí misma, todas mis profesoras personales habían dicho que tenía un gran talento y que debía llevarlo más allá.
Era mi oportunidad. Sabía que lo era. Y no iba a dejarla pasar por estúpidas dudas sin sentido.
Caminé hasta mi casa, viendo cómo ya empezaba a anochecer y era momento de prepararme para ir al teatro donde se haría el casting. Me peiné después de haberme puesto uno de esos trajes de bailarina de un rosa pálido y un abrigo de plumas, sintiendo el frío de Florencia en los huesos, y salí al comedor, donde mi tío estaba sentado en el sofá, comiendo unos dulces y viendo la tele con los pies subidos en la mesa de madera.
—He visto hoy al señor Anderson. —anunció, dejando que me acercara.
Miré sus ojos marrones y su pelo canoso y no pude evitar sentir ternura ante su imagen.
—¿Y eso me afecta a mí porque...? —pregunté, robándole uno de sus dulces de chocolate.
Frunció su ceño, colocando sus pies en el suelo y mirándome directamente a los ojos, parando el partido de fútbol que seguramente había grabado para poder verlo muchas veces más.
—Porque su hija también va a la misma academia que tú. —una sonrisa dulce se apoderó de sus labios y cogió una de mis manos, la que no estaba ocupada por el dulce. —Estoy seguro de que si le pides ayuda te la dará. Podéis ser grandes amigas, Livia.
Rodé los ojos, no quería ser prejuiciosa, pero sabía quién era esa chica y todo con el que había hablado de ella decía lo mismo: chica superficial y calculadora. La había visto un par de veces a lo lejos y aunque esa descripción la definiera a la perfección, sabía que tenía muchas cosas más en el fondo.
—Está bien, tío, intentaré hacerme su amiga. —dejé un beso en su mejilla y cogí las llaves del coche. —Ahora me voy o llegaré tarde.
Me dio suerte, besándome la cara y me dejó ir entre risas. Aún me trataba como si fuera esa niña de seis años que recogió llorando, pero se olvidaba que acababa de cumplir los veinticinco y que en cualquier momento podría independizarme y vivir mi vida. Día a día. Disfrutando de ella, de todo lo que tenía que ofrecerme.
Conduje hasta el teatro sintiendo que la hora punta para que los trabajadores salieran de sus empleos estaba a punto de llegar y aparqué en el primer sitio que encontré libre, teniendo la suerte de que fuera muy cerca de las puertas del teatro.
Había gente que ya estaba llegando y sentía la emoción de ver a personas conocidas por aquí.
—¡Eh, Livi! —alcé la vista hacia mi único amigo por el momento.
Había conocido a Marco hacía tres semanas, cuando las clases empezaron, y se había convertido en una persona importante desde entonces. Ambos sentíamos las mismas ganas por bailar y sabíamos que, aunque ambos éramos principiantes, íbamos a tener suerte.
—¿Estás nervioso? —cuestioné, dejando a un lado mi macuto y empezando a quitarme el chaquetón.
Mi amigo soltó una risita nerviosa que me dio a entender que sí y puse mis manos en sus hombros tratando de tranquilizarlo. Empecé a saltar y le insté a que me siguiera, a que hiciera lo mismo que yo.
—Vamos, Marco, calma los nervios. —reí mientras saltaba y conseguí que me hiciera caso.
Saltamos por todo el escenario, consiguiendo miradas de asco hacia nosotros. Sabía cómo era el ballet, me había concienciado de ello antes de entrar en una academia, y sabía lo duras que podían ser las compañeras. Pero no iba a dejarme amedrentar por unas cuantas miraditas de odio.
Dejamos de saltar cuando nos percatamos de que el señor Borghese estaba entrando y se acercaba para subir las escaleras y colocarse a nuestra altura, con otro hombre a su lado. Era apuesto, tal vez de unos treinta y cinco años aproximadamente, ojos oscuros y mirada cautivadora.
—En fila todos. —ordenó el profesor y empezó a pasearse de un lado a otro del escenario.
Dejé de escucharlo cuando percibí una melena rubia entrar con prisas por la puerta principal. Fruncí mi ceño y giré mi cabeza hacia Marco para ver si había visto lo mismo que yo, pero él simplemente tenía la vista clavada en el escenario, no más allá de él.
El señor Borghese presentó a su acompañante como el director de la obra, Martin Gonzaga. El susodicho nos dio ánimos y dejó que el profesor siguiera explicando cómo sería la dinámica de las audiciones, hasta que cesó su perorata de repente.
—Señorita Anderson, llega tarde. —dijo, con ese tono ofendido que solía usar cuando hacíamos algo mal.
Me permití girar la cabeza para ver que el profesor se estaba dirigiendo a ella. Su pelo era lo que peor llevaba, varios mechones se salían de un moño desaliñado y su expresión denotó la rabia que sentía al recibir este tipo de atención. La chica que tenía a su lado, sin embargo, parecía disfrutar del trato que estaba recibiendo la rubia.
—Lo siento, señor. —fue lo único que dijo, ni una explicación, ni nada.
No entendía por qué el hombre de la nariz aguileña se sintió satisfecho con su respuesta y siguió explicando durante un rato más, hasta que nos ordenó hacer filas para empezar con el casting. Las personas que bailaban lo hacían con los pasos que habíamos estado aprendiendo estas semanas y sentí que era mi momento para brillar. Había estado ensayando hasta el cansancio. Me sabía todos los movimientos como si fuera algo automático.
Escuché cómo alguien tomaba aire detrás de mí y giré la cabeza un poco, sólo para ver la falda negra de la rubia que había llegado tarde. Había arreglado un poco más su moño, pero aún seguía estando algo desaliñado. Y así de cerca podía ver lo preciosa que era.
Vi a Marco bailar, lo estaba haciendo de fábula, sentía los movimientos como si le hubiese pasado a él. Sentía cada nota que salía por ese altavoz. Y cuando terminó y me miró le di dos pulgares arriba, tranquilizándolo, porque sabía que necesitaba mi aprobación.
Llegó mi turno y respiré hondo, sintiendo cómo los nervios se iban de todo mi sistema, estando tranquila porque yo sabía lo que valía. Sabía que me iban a coger, fuera el papel que fuera, yo iba a estar dentro de esta obra.
Y cuando la música cesó e hice una pequeña reverencia a modo de agradecimiento, confirmé mis sospechas en los ojos de los profesionales. Caminé detrás del escenario y conseguí cruzar mis ojos los grises de la chica rubia.
Me miraba con una admiración que no había visto en ella antes. Tampoco es que la hubiese visto mucho, pero sabía cómo pensaba que era el resto. Y que me mirase así, me daba a entender que veía talento en mí.
—Señorita Anderson, ¿vamos a tener que esperarla más? —las palabras duras del profesor hicieron que sus ojos se desconectaran de los míos y caminara de forma elegante hacia el centro del escenario.
Podría haberme ido, porque mi audición ya había terminado, pero en cuanto la música empezó a sonar y ella empezó a moverse, no pude moverme. El baile estaba hecho para ella. Ella era como la musa de la que todo el mundo se inspiraba para sus danzas. Eran movimientos gráciles, eran suaves, y se volvían duros conforme la melodía se volvían fuerte. Conocía los pasos como si llevara toda su vida practicando para ellos, era impresionante. Completamente impresionante.
Miré a los profesionales y en sus ojos se veía el reconocimiento. Ellos también veían al cisne en ella. La habían encontrado y daba igual cuántas personas más audicionaran, porque nada se compararía con la belleza de sus movimientos.
Cuando la música cesó, decidí alejarme hacia los vestuarios, donde varias chicas reían, entre ellas la que estaba al lado de Victoria. Me senté cerca, donde estaban mis cosas y empecé a cambiarme por mi ropa normal.
—Pero si es la tardona vomitona. —se burló la chica pelirroja de antes.
Victoria simplemente soltó una risita irónica, con esa actitud altanera que tanto la caracterizaba. Se acercó a mí y agarró el macuto que estaba a mi lado, cogiéndolo con rabia.
—¿Estabas con el heredero de las empresas Campbell? Seguro que por eso tu actuación ha sido tan deplorable. —siguió, comentándolo con las dos chicas sin personalidad que tenía a su lado.
—Procura darme tu opinión cuando te la pida. Estoy harta de comentarios absurdos de gente absurda como tú. —respondió, mirándola con esos ojos fríos que daban miedo si te miraban como lo estaba haciendo. —Veremos cómo de deplorable ha sido mi actuación cuando den los resultados, ¿no crees? — sonrió, sabiendo que el papel de cisne era suyo y encogió un hombro. —Buenas noches, chicas.
Se alejó, dejando el vestuario en completo silencio y consiguiendo que las comisuras de mis labios se alzaran. Era impresionante.
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