CAPÍTULO 11




CAPÍTULO 11

VICTORIA






Lloriqueé en cuanto fui consciente del dolor que me atenazaba. Sentía los músculos débiles y mi cabeza martilleaba con cada movimiento. Notaba el estómago revuelto y los ojos pesados, tanto que me costó unos minutos conseguir abrirlos.

No estaba en mi habitación, ni en mi casa. Ni siquiera estaba en la casa de Charlotte. La cama era cómoda y estaba envuelta en sábanas de un azul marino que contrastaban con las paredes blancas del amplio cuarto. Había una cómoda de madera oscura y un armario empotrado del mismo material a la derecha de la habitación, cerca de la puerta. Había una puerta corredera frente a la cama, que supuse que era el baño, y un sillón al lado de la pared que se componía por cristal. Las cortinas azules marino estaban cerradas para evitar que la luz entrase por ellas y decidí incorporarme de una vez para evitar que la vergüenza se apoderase cada vez más de mí.

Entré primero al baño, sintiendo cómo la cabeza me repetía el error que había cometido al hacerle caso a Lottie y beber de esa maldita manera, y rebusqué entre los cajones un cepillo de dientes sin usar. Cuando lo encontré empecé a cepillármelos sin dejar de mirarme en el espejo. Estaba desmaquillada, lo que quería decir que, tal vez, el chico con el que había estado tenía novia, porque ningún chico tenía desmaquillante en su baño.

Había estado con un infiel. De todos los hombres posibles yo había decidido acostarme con un hombre comprometido.

Vi mi vestido tirado en el suelo, al lado de la ducha junto a mis tacones, y me acerqué para agarrarlo, siendo recibida por un olor a vómito que hizo que mi vergüenza creciera.

Había vomitado, probablemente antes de acostarme con él. ¿Cómo iba a mirarle a la cara? Había perdido toda la dignidad que tenía en una noche. Aunque, de todas maneras, él tenía muchas más razones para avergonzarse. Era un hombre comprometido, ni siquiera tendría que haberme traído a su casa.

Decidí olvidarme del vestido y rebuscar entre los cajones de la cómoda unos pantalones de pijama para ponerme. Me parecía bien que ya me hubiese visto desnuda, aunque veía raro que siguiera teniendo mi ropa interior puesta, pero ya había pasado, no me iba a volver a ver así.

Peiné mi pelo con los dedos mientras salía de la habitación, mirando a mi alrededor. El piso era espacioso, con techos altos y muebles elegantes y modernos. Estaba todo tan bien distribuido que era evidente que había sido trabajo de un diseñador.

Me iba acercando a la cocina cuando el mundo se me vino abajo al escuchar su risa. No podía ser. No había forma de que yo me hubiese acostado con él.

Decidí no hacerme el camino de la vergüenza más largo y salí inmediatamente, viendo a Alexander sin camiseta, cocinando con el móvil pegado a su oreja. ¿Por qué esto tenía que pasarme a mí?

—Sí, no te preocupes. —lo escuché decir, caminando hacia él. —Está bien, sí. —se dio la vuelta en ese momento y alzó sus cejas, sorprendido, pero me examinó de arriba abajo, sin saber muy bien qué hacer. —Vale, genial, luego nos vemos.

Apartó el móvil de su oreja y dirigió su vista a él para colgar y colocarlo sobre la isla de cocina que nos separaba.

—Toma. —dijo acercándose y dejando frente a mí una pastilla y un zumo de naranja.

Lo miré por un momento y antes de que pudiera decir nada, se alejó y siguió cocinando. Fruncí mi ceño y pasé la vista a lo que había dejado para mí.

—Espero que no sea veneno para ratas. —comenté sentándome en una de las sillas.

Él rio irónicamente y se dio la vuelta para mirarme con una sonrisa divertida.

—Te tienes en demasiada estima. —comenzó, saboreando cada palabra que salían por sus labios. —En caso de envenenarte usaría el de cucarachas.

Rodé los ojos y metí la pastilla en mi boca para después tragar con la ayuda del zumo. Fruncí el ceño, era zumo natural. Es decir, se había tomado el tiempo de exprimir naranjas para darme zumo cuando despertase.

La situación era rara, porque no estaba incómoda. Y tampoco sentía esa tensión habitual de enemistad entre él y yo. Me sentía liviana, tranquila, a gusto.

Unos minutos más tarde volvió a girarse, esta vez para dejar un plato con beicon y huevos revueltos. Lo miré confundida, porque se estaba tomando demasiadas molestias para lo mala que era nuestra relación.

—Nosotros nos hemos...—nos señalé sucesivamente y él soltó una carcajada.

—Dios...no. —dejó de reír luego de unos segundos más de carcajadas incesantes, que me molestaron y ofendieron. —Eres la hija de mi jefe.

Hice un gesto de incomprensión. ¿Qué tenía eso que ver?

—Él ya no es tu jefe. —contraataqué, haciendo que me mirase a los ojos. —Y si no nos hemos acostado, no entiendo por qué estoy aquí ni qué es todo esto. —terminé diciendo, a la vez que apartaba el plato, alejándolo.

Esta vez fue su turno de fruncir el ceño mientras se acercaba a mí, cogiendo el plato y poniéndolo frente a mí otra vez.

—Come.

Volví a apartar el plato, bajándome de la silla para ponerme en pie y demostrar que no tenía intención de comer nada, y menos si era él quien lo había preparado.

—No sé por qué crees que tienes derecho a darme órdenes. —comencé, cada vez más irritada ante esta situación. —Me voy de aquí ahora mismo, no quiero seguir perdiendo el tiempo contigo.

Iba a volver a la habitación, para recoger mis cosas e intentar llegar a mi casa con la poca dignidad que me quedaba, pero su mano envolvió mi brazo y me dejó frente a él, para que lo mirase a los ojos.

—No te vas a ir hasta que no te termines el desayuno. —su voz fue firme y sus ojos oscuros me daban a entender que no podía protestar.

Le di un empujón que no sirvió de nada, porque era mucho más fuerte que yo.

—No quiero pasar más tiempo contigo. —repetí, para que lo comprendiera. —No sé qué es lo que pasó anoche o por qué he dormido en tu casa, pero no quiero quedarme más.

Rodó los ojos con una sonrisa irónica y dejó de sujetarme, sabiendo que no iba a irme ahora que estábamos en medio de una discusión.

—Tampoco me agradas, Victoria, pero tu padre sí.

Fruncí mi ceño, comprendiendo a qué se debía todo esto.

—¿Él te lo ha pedido? —pregunté, alejándome de él. Alzó sus cejas, sin entender a qué me refería. —¿Él te ha pedido que me cuides? —se encogió de hombros, casi que restándole importancia. —¡Tengo veintitrés años, no necesito que me cuide nadie! —grité, enfadada por esto.

No necesitaba una niñera detrás de mí todo el tiempo. Me molestaba que pensasen que sí. Era adulta, sabía tomar decisiones, podía valerme por mí misma.

—Te estás comportando como una maldita niñata. —gruñó con rabia, aparentemente molesto con la situación. —Anoche no mostraste que no necesitabas el cuidado de nadie. ¿Siempre que estás molesta te emborrachas hasta perder el conocimiento?

Sus ojos me escrutaron mientras recibía sus palabras como un balde de agua fría. Él me había visto borracha, me había visto perder el control y el conocimiento. Había visto esa parte de mí que no dejaba que muchas personas vieran.

Pero eso no era lo peor, no era lo peor ni de lejos. Busqué con la mirada por todo el lugar, pero no lo encontré. Me acerqué al salón con prisa, sintiendo sus pasos detrás de mí.

—¿Qué mierda buscas?

Su voz ya empezaba a mostrar lo enfadado que estaba de que no le hiciera caso. Seguí buscando y encontré su portátil en la mesa del comedor, lo abrí y rebusqué las noticias de cotilleos de hoy, y ahí estaba.

Me pasé las manos por la cara, para después dirigirlas a mi pelo y tirar de la raíz con rabia. La foto estaba clara, aparecía vomitando con Alexander a mi lado agarrando mi pelo, y después otra foto con él cargándome y entrando a su edificio. La noticia describía lo movidita que había sido mi noche, tanto como para terminarla con el heredero de las empresas Campbell. Decían el buen ojo que tenía para los chicos y lo mucho que me gustaba un buen hombre con dinero. Me estaban llamando interesada y borracha.

—Joder, joder, joder...—me levanté de la silla y empecé a dar vueltas de un lado para el otro, pensando en qué podía hacer. —¿¡Por qué no te fijaste en si había periodistas!? —le grité, haciendo que sus cejas se alzasen.

—¿Es mi culpa ahora que tú te emborraches y no pienses en las consecuencias?

Tenía razón, no podía seguir gritándole ni recriminándole nada, porque la culpa había sido solo mía. El corazón me iba a mil, y mi respiración era tan acelerada que sentía que estaba a punto de darme un ataque de ansiedad, de esos que ya había sentido tantas otras veces. Las manos me temblaban mientras volvía a dar vueltas de un lado a otro, intentando buscar una excusa, una respuesta a eso.

Mi cuerpo dio un pequeño salto del susto al sentir sus manos sobre mis brazos, para que dejase de moverme y lo mirase a los ojos.

—Escucha, deja de preocuparte, esos cotilleos cesarán en unos días. —dijo con voz suave, para tranquilizarme.

Mi vista pasó a sus labios, que parecían suaves, ni muy finos ni muy gruesos, estaban en ese punto medio que los hacían atractivos. Y luego volví a sus ojos marrones, intensos y dominantes.

—Mi padre lo habrá visto...—me tapé la cara con las manos y escuché la risa de Alexander. —¿Por qué te ríes? Es una situación seria. —le regañé, enfadada otra vez.

Rodó los ojos con una sonrisa suave tirando de las comisuras de sus labios.

—Es tu padre, Victoria, no va a decir nada. —respondió, acercándose a mí. —Eres joven, tienes derecho de hacer estas cosas de vez en cuando.

Miré hacia otro lado, en desacuerdo con sus palabras.

—Perdí ese derecho hace tiempo.

Suspiré y me senté en el sofá, apoyando los codos en mis muslos y volviendo a esconder la cara entre mis manos. Me sentía avergonzada. Él no iba a ser el único en verme perder el control, sino que todos en la empresa lo habrían visto. Los clientes estarían en completa disconformidad con mis actos, sobre todo aquellos que no me querían al mando.

—Deja de pensar y desayuna. —sugirió sentándose a mi lado. —Se piensa mejor con el estómago lleno...y teniendo en cuenta todo lo que vomitaste anoche no tienes nada en él.

Me quejé echándome hacia atrás en el sofá, consiguiendo que una carcajada brotara de sus perfectos labios. Terminé por hacerle caso y comí sin dejar de pensar en cómo solucionarlo.

La había cagado, iba a perder muchos clientes que ya estaban hastiados de que mi padre me hubiese dejado a mí al frente de la empresa y eso era lo que más me jodía, darles la razón. No servía para estar al mando de la empresa y mi padre se iba a dar cuenta en cuanto viera esas fotos, al igual que lo había hecho todo el mundo que viera ese artículo de mierda.

¿Qué iba a hacer ahora? No había una excusa decente para evitarme el odio de todo el mundo.

—¿Sabes dónde está mi móvil? —inquirí y señaló la habitación.

Me levanté inmediatamente y corrí hacia el cuarto. Sabía que debían de estar todos muy preocupados, llevaba días sin hablar con ellos después de nuestras diferencias de pensamiento. Siendo sincera, había guardado más tiempo silencio con tal de martirízalos un tiempo.

Una vez llegué a la habitación le eché un vistazo, paseándome por ella con tal de encontrar mi bolso. La habitación estaba ordenada, salvo por la cama de matrimonio que tenía las sábanas oscuras por el suelo entarimado. Caminé despacio, suponiendo que mi bolso estaría a la vista y así fue.

Se encontraba encima de la silla de terciopelo azul marino. Era una preciosidad de asiento. Los remates estaban bañados en plata y las patas eran de madera oscura. Sin duda una elección refinada y elegante.

La verdad era que no esperaba que Alexander tuviera buen gusto en cualquier cosa, e incluso odiaba admitir que estaba equivocada. La decoración de su casa era digna de aplaudir y admirar. En la pared en la que se encontraba el cabecero de la cama había un cuadro abstracto que no sabría diferenciar de qué pintor era, pero era exquisito. Además, combinaba de maravilla con la estancia.

Agarré mi móvil finalmente y vi todas las llamadas perdidas que se iban acumulando. Papá, mamá, Kale, Lottie... Entre todos iban más de cincuenta llamadas. Decidí escribirle un mensaje a Lottie para decirle que mi noche había acabado bien y que seguía viva, pero en la casa del enemigo.

Por otro lado, llamé a mi padre que suponía que iba a estar reunido con mi hermano y mamá. No sabía si quería enfrentarme a su decepción. No quería escuchar en su voz el reproche o qué sabía yo.

Escuché su voz preguntando mi nombre, el problema es que no fue a través de la línea, sino aquí, en esta casa. Me levanté con rapidez del asiento y salí deprisa a la cocina, donde encontré a mi familia con un gesto que me revolvió el estómago.

No me gustaba preocuparlos, porque sabía que eso les hacía daño. Me callaba muchas cosas para evitar que eso ocurriera y hubiese deseado que la prensa no hubiera sacado esas fotos para evitar ver la negrura debajo de sus ojos indicándome que no habían pegado ojo.

Mi madre fue la primera en acercarse con los ojos aguados para darme un abrazo tan fuerte que sentía que podría sacarme todos los órganos por la boca.

—Menos mal que estás bien, Vicky...—susurró dejando un beso en mi sien.

Papá se acercó y me abrazó por encima de su mujer, dándome un beso en la coronilla. No me gustaba verlos así. No me gustaba que sintieran que debían seguir cuidándome de esta forma, que debían protegerme.

—Estoy bien...—susurré apartándome de ellos, sintiéndome incómoda ante tantas muestras de afecto.

Me sentía como una niña pequeña, cuando se caía en el parque y lloraba sin parar hasta que sus padres llegaban con ella y la consolaban. Yo ya no era esa niña, no necesitaba su sobreprotección y tampoco que se preocuparan por mí de esa forma tan desmesurada.

Había salido de fiesta. Me había emborrachado muchísimo. Pero ya está.

Pasé un mechón de pelo por detrás de mi oreja, sin conseguir mirar a mi padre a los ojos. Sabía que detrás de toda esa preocupación se encontraría algo parecido a la decepción.

—Vicky...—comenzó mi padre y no tuve más remedio que mirarlo.

—Ha sido sólo una noche de descontrol, nada más. Estoy bien. No ha pasado nada. —intenté convencerlo en vano, porque sus facciones me mostraban que no se creía ni una sola palabra. —Salí con Lottie, ya sabes cómo es.

Su ceño se frunció en desacuerdo y supe que ahora empezaba la regañina de verdad.

—Sí, sé cómo es Charlotte, ¡pero tú deberías saber cuáles son tus límites! —alzó la voz, haciendo que yo frunciera mi ceño también. —¿Qué crees que hubiera pasado si Alexander no hubiese estado ahí? ¿Quién crees que habría ido a ayudarte?

Sonreí irónicamente porque ya sabía por dónde iba a tornar esta conversación, con Alexander delante.

—Oh claro... —reí de forma sarcástica rodando los ojos.

—¿Oh claro? —inquirió, con su rabia creciendo más y más a cada minuto que pasaba. Sus ojos grises me miraban como si fuera el peor error que había cometido en su vida, casi echando fuego por ellos. —¿Quieres dejar de comportarte como una maldita malcriada y ser consciente de lo que has hecho?

Una malcriada, eso es lo que era para ellos. Miré a mamá, que aunque sus ojos no mostraban lo que mostraban los de mi padre, no lo había parado. Así que pensaba lo mismo que él.

No dije nada, simplemente me tragué lo que sentía y dejé que gritara más. Dejé que descargase toda su frustración y preocupación sobre mí. Sabía que no había actuado de forma racional, sabía que me había descontrolado demasiado, pero también sabía lo que dolían sus palabras cargadas de reproches.

Las palabras son un arma de doble filo en ocasiones como estas. Sobre todo, porque nunca sabes cuándo acallarlas, no sabes cuándo decir basta. Simplemente repites todo una y otra vez como si fuera algo nuevo y eso no quiere decir que haga menos daño. Es como clavar un puñal poco a poco, vas sintiendo cómo se incrusta en toda tu piel, cómo empieza a perforar tus órganos y cómo lo destruye lentamente.

—Papá, ya está bien.—lo interrumpió Kale al fin.

Lo miré y fue la primera vez que se acercó a nosotros, apartando a papá para llegar hasta mí y acariciar mi cara y apartar el pelo de ella. Sólo con mirarlo a los ojos sentí cómo los míos se empezaban a cristalizar y tuve que apartar la vista de ellos para evitar que las lágrimas cayeran por mis mejillas.

Soltó un suspiro sin soltarme la cara y me abrazó contra él, dejando que escondiera la cara en su pecho y dándole una orden en voz baja a nuestros padres para que se fueran.

—Seguiremos hablando en otro momento, Victoria. —escuché decir a mi padre con la voz suavizada.

No me dieron un beso de despedida, pues yo seguía aferrada al cuerpo de mi hermano, sentía cómo la respiración se me iba acelerando y no quería que esto me ocurriera delante de Alexander. No quería que me viera llorar.

—Os dejaré solos. —musitó cuando se escuchó la puerta de la entrada.

Sus pasos retumbaban por todo el lugar conforme se iba alejando y una inspiración profunda fue lo que hizo falta para que mis hombros empezaran a reaccionar ante mis sollozos intensos.

Mi cuerpo temblaba y el hecho de pensar en que era una decepción para mi padre hizo que me empezase a doler el pecho y me costase respirar.

Kale me apartó de él y me sentó cerca de una pared para que apoyara mi espalda en ella. Sujetó uno de mis hombros para que no echase mi cuerpo hacia delante y con la otra mano me agarró del mentón para que lo mirase a los ojos.

—Respira, Vic. —hizo el gesto para que lo imitara, pero lo único que pude hacer fue agarrarme el pecho y encoger mis piernas. —Vamos, Victoria, respira conmigo. Mírame, sabes hacerlo. Lo hemos hecho más veces.

Negué con la cabeza cerrando los ojos sin poder dejar de llorar. Sentía que el corazón se me iba a salir del pecho, no podía hacerlo. No sabía cómo relajarme a este punto.

Mis quejidos se escuchaban por la habitación amplia y mis oídos dejaron de escuchar las palabras de mi hermano. Un pitido me ensordeció y lo miré sin saber muy bien qué hacer ahora. Nunca había llegado tan lejos, siempre había conseguido volver a la normalidad antes.

Kale colocó su mano encima de la que yo tenía en mi pecho, arrugando la camiseta que Alexander me había dejado. Vi cómo vocalizaba que lo acompañase al respirar y lo intenté. Una inspiración larga, aguantar, y expulsar. Inspiración larga, aguantar, y expulsar. Lo repetimos varias veces, hasta que mi respiración fue normal.

—Todo irá bien, Vic. Te lo prometo. —susurró besando mi frente y apoyando mi cabeza en su pecho.

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