Una nueva integrante
A la mañana siguiente, como de costumbre, Pedro ya tenía planes, y nos los volvió a contar durante el desayuno. Pero antes, se puso en pie como quien da un discurso.
-Camaradas, antes de nada quisiera daros las gracias por ayudarme con mis asuntos. Muy pocas personas harían eso por alguien.
-De nada, hombre.
-Faltaría más. -dijimos Iris y yo.
-Bien, pues como ayer supuse, vuestros padres han sido capturados por la mafia. Pueden estar siendo forzados a realizar trabajos de esfuerzo físico, como pueden estar siendo torturados, como pueden estar haciendo el trabajo sucio en acciones ilegales. A partir de aquí, las cosas se van a complicar. Nos adentramos en terreno enemigo. Y que estoy dispuesto a sacrificarme por vosotras.
-Estás flipando si crees que te vamos a sacrificar. -le interrumpí.
-Eso, eso. -se sumó Iris.
-De parte de ella no sé, pero es mejor convivir contigo que con mis padres -continué-. Pedro, eres nuestra família. Nuestro hermano mayor. Así que si uno de nosotros va a la guerra, iremos todos a ella, y saldremos todos de ella.
Pedro se cubrió la mirada con las manos y se masajeó las cejas.
-Cállate ya, anda. Que sino me voy a emocionar -y efectivamente, tenía los ojos lacrimosos-. A ver... haber estado solo todos estos años, y después estar rodeado de personas tan maravillosas... me llena de alegría y gratitud. Sois grandes personas, y seguro que algún día el mundo os lo compensará.
-Ya me lo compensó el mundo el día en que te conocí. -dije.
-Joder, estamos fuertes con las cursilerías, ¿eh? -bromeó Iris.
-En fin -cambió Pedro de tema-, antes de mover ficha necesito informarme. Anoche antes de volver aquí cacheé a los miembros de la mafia a los
que... neutralicé. Sólo encontré algo interesante.
Pedro sacó un parche de su bolsillo. Era el mismo que Iris lucía en su cazadora negra.
-Buscaré información. -dijo Iris.
-Bien. Después de desayunar te pondrás en ello -Iris esbozó una mueca de pereza-. Mientras, yo iré a entrenar. Hace días que no hago nada de ejercicio y odio no estar en forma. Además tengo que enseñar a Aya a pelear... con estilo. -me sonrió. Iris resopló.
-Entonces me tengo que pudrir frente a un ordenador mientras vosotros tenéis una cita.
-¿Algún problema? -dijo Pedro con su sonrisa macabra.
-Vete con tu sonrisa a Cuba. -rió ella apartándole la cara. Al parecer a ella no le daba miedo.
-Maravilloso, pues haremos eso.
Aquella mañana engullí de más. Si la noche anterior estaba hambrienta, no hablemos de cómo me rugieron las tripas aquella mañana. Me comí tres huevos, ocho tostadas y -por suerte- un sólo vaso de leche.
-¡Bestia! -me reprochó Iris- ¿Cómo puedes comer tanto?
-Anoche no cené, ¿vale? -respondí mientras seguía engullendo.
-Iris, tú siempre tienes hambre y siempre has sido una gorda. Pero Aya, lo es más. No come a deshoras, pero si tiene hambre más te vale tener un buen arsenal de comida.
-Esa soy yo. -Y orgullosa de ello.
A pesar de que me tapé para hablar, se me cayó un buen trozo de tostada de la boca, e Iris soltó una mueca de asco tan rotunda que eché el resto que guardaba en las mejillas y solté tremendas carcajadas.
-Qué puto asco. -rió Pedro después de hacer esa risa que parece una tetera de té cuando está caliente.
Después de eso dejamos la cocina impecable entre todos, y Pedro añadió:
-Por cierto, se me olvidó comentaroslo antes. Me gustaría que fuésemos a vivir a mi casa, y tener este apartamento para situaciones apretadas, si por así decirlo. Iris, me gustaría que todos tuviésemos una copia de la llave del piso, además de chalecos antibalas. ¿Podremos?
-Afirmativo. -informó ella.
-Perfecto. Os entregaré también una copia de las de mi casa. Dicho esto, manos a la obra.
Después de eso, nos fuimos al sofá de la sala de estar -yo me sentía como una croqueta y necesitaba descansar- a ver alguna que otra serie de comedia. Cuando terminaron dos episodios de Jessie -gran serie que marcó mi infancia, de las pocas cosas que me gustaban en mi niñez- ya habían pasado tres cuartos de hora y yo ya podía ponerme en pie, así que Pedro y yo nos fuimos y dejamos a Iris a cargo del piso.
-Oye, ¿tú dónde entrenas? -me intrigué.
-Ya lo verás. Seguro que te gusta, aunque está un pelín lejos. -En ese momento me acordé de la velocidad a la que corría Pedro.
-¿Cuánto es "un pelín lejos" para tí?
-Unos... cuatro quilómetros. -dijo como si nada.
-¿Cuatro quilómetros? -exclamé- ¿y no podemos ir en coche o algo?
-No -contestó con toda la alegría del mundo-. Vamos hombre, el camino está chulo. Además viene bien para hacer piernas.
-Lo que tú digas... -me rendí.
Pedro se me quedó mirando, sonriendo. La forma en la que le miré habló por mí. "¿Qué es tan gracioso?"
-Anima esos ánimos -se puso delante mío-. Además, hay algo que quiero enseñarte.
Me quedé en el sitio. Había conseguido despertar mi interés. Pedro siguió caminando, y me miró por encima del hombro.
-Qué, ¿ya tienes ganas de llegar? -sonrió.
Me apresuré a llegar a su lado, y le pregunté qué era lo que me iba a enseñar.. "Un buen mago no revela sus trucos antes del espectáculo", respondió. Bueno, si quería que me entusiasmara, lo consiguió.
Atravesamos la ciudad en dirección opuesta al bosque donde casi nos pillaron hace dos días. Al principio pensaba que sería un parque, algún sitio público o incluso algo más normal como un gimnasio.
Pero mis esquemas se rompieron cuando Pedro me sacó de la ciudad y me llevó por una carretera que nunca antes había visto.
-Creo que habría sido una buena idea haber traído agua y algo de comida. -Dije al ver que el sol estaba alto y pegaba bastante fuerte.
-No será necesario. El sitio a donde vamos tiene todo lo que necesitamos.
Cada vez estaba más perdida. Así que decidí no darle más vueltas y disfrutar del camino.
La carretera a penas tenía sitio para que pasaran los ciudadanos, pero enrealidad se iba bien. En un momento dado rl camino ascendió y se podía ver un pueblo a lo lejos.
Unos veinte minutos después -en los que quise no hablar para que no me entrara sed- hubo un desvío hacia la izquierda, que conducía hasta una casa, vieja pero bonita, y a su derecha se desplegaba un camino hacia el bosque.
-¿De quién es esta casa?
La mirada de Pedro brilló. Él también tenía ganas de contármelo.
-Sígueme y te lo explicaré todo. Nuestra primera parada está a menos de cinco minutos.
Nos adentramos en el camino del bosque, y al poco tiempo llegamos a un claro. Allí había un saco de boxeo, una bolsa hecha con hojas y frutos podridos dentro. También habían tres palos fijados al suelo, uno más alto que el anterior.
Pedro se paró en la entrada al claro con una radiante sonrisa, satiafecho.
-Existe una leyenda -empezó a decir-. Trata sobre una chica que vino aquí a suicidarse. Bueno, concretamente un poco más lejos, donde hay un barranco. Allí se vio acorralada por sus desánimos y por un intruso. Era un lobo.
Esa historia me sonaba. ¡Pues claro! Estube leyendo el libro. Se llamaba La Chica y el Lobo. Pedro también lo había estado leyendo, pero hace tres días iba por menos de la página cien. ¿Ya lo habría acabado?
-La chica empezó a pelearse con el lobo -continuó-, al parecer los dos querían que el otro le matase. Pero quedaron en paz. Resultó que el lobo podía hablar, y empezaron a explicarse los motivos por los cuales no querían vivir. Y el lobo se dispuso a confiar en la chica. Tú sabes cómo se llamaba ella.
-Alma. -recordé. Ahora me cuadraba todo.
-Exacto. Lobo, como le llamaba la chica, enseñó a Alma a defenderse contra los abusones de su clase, le daba consejos sobre cómo afrontar su delicada situación en casa y la animaba. El animal salvaje demostró ser más humano que casi cualquiera, reconstruyendo el corazón desgarrado de la chica. Lobo le enseñó defensa personal aquí. Y la casa que hemos visto antes... -hizo un gesto con la mano que me prestaba el turno para hablar.
-Era la casa de Alma. -estaba atónica. Nunca pensé que aquel libro estaría inspirado en hechos reales.
-Efectivamente. Lobo la llevó a otros dos lugares. Uno de ellos fue donde Lobo y Alma fueron al anochecer, y se bañaron en el río que hay montaña abajo. -Pedro suspiró por la oleada de nostalgia que dejan en tu cuerpo las grandes obras que terminas de leer-. La verdad, es una gran historia. Me gustó mucho.
-Sí -me dejé llevar por su nostalgia-. Cómo dos individuos con dificultades se unen para hacer frente a un mundo tan difícil para ambos... es increíble. Me leía uno o dos capítulos del libro antes de dormir.
-¿Terminaste de leerla? -preguntó. Yo negué con la cabeza- Pues te aseguro que después de hoy vas a querer hartarte a leer. Y procuraré no hacer ningún spoiler. -me guiñó el ojo. Recuerdo que yo le dije lo mismo cuando vi que él leía la misma novela que yo.
-Pero no lo entiendo. ¿Cómo conoces este lugar?
-Digamos... que yo era alguien muy cercano al chaval que lo escribió.
-No jodas, ¡yo también le conocí! Era un gran chico.
-Y que lo digas -nos quedamos admirando el entorno, y también el silenio-. En una parte de la historia, Lobo dice que todo es relativo. El silencio también. Pero en concreto eso, porque el silencio total en realidad no existe.
Pedro se estiró en el suelo, mirando el cielo. A él no le preocupaba mancharse la ropa de tierra. Yo le imité.
-Porque siempre existe un rugir de las ojas al viento, unos pajaritos cantando, un coche en la carretera. Solo que nosotros los humanos, con nuestro oído tan pobre, o por estar tan despistados como siempre, no logramos darnos cuenta de que están ahí. Pero están. Y qué razón tiene.
-Sí. La filosofía de ese libro es increíble. -admiré. Volvimos a apreciar el silencio. Corrección: la aproximación al silencio.
-Me gustaría llevarte aquí al atardecer. Hay unas vistas súper bonitas. Y por la noche es incluso más precioso. Creo, de hecho, que vamos a reservar nuestra segunda parada para cuando llegue esa ocasión.
-Me parece perfecto. -opiné.
-Lo malo... es que hay una fuente de agua, pero está en nuestra segunda parada. Así que no podemos quedarnos aquí mucho tiempo o podríamos deshidratarnos.
-Pues manos a la obra, ¿no? -dije poniéndome en pie. Esta vez fue Pedro el que me imitó.
-¡Sí!
Creí que sabía pelear, pero enrealidad no. Pedro me enseñó la importancia de tener una posición de combate. También me enseñó a golpear bien, fue como volver a empezar de cero. Más tarde, pasado lo básico, me enseñó técnicas para derribar a alguien de forma eficaz, a desarmar al enemigo y a cómo enfrentarme a varios adversadios a la vez. Esa última lección quedó inconclusa. Y todo eso lo hacía mientras él entrenaba a su manera; con ejercicios de fuerza, equilibrio, y estiramientos extremos que me dolieron hasta a mí.
-Vale, creo que basta por hoy. Tengo hambre. -dijo Pedro.
-Ahora eres tú el que tiene hambre, ¿eh? -me burlé.
-Cállate. -dijo con tono cómico.
Recogimos nuestras cosas -que eran bien pocas- y emprendimos la marcha de vuelta.
El camino de regreso no se me hizo tan largo. En un plis plás estábamos en la ciudad -aunque también cabía decir que íbamos a un ritmo raude- y cuando pasábamos por una calle, Pedro se paró en seco.
Pensé que habrían guardias de la mafia, como la otra vez que se detuvo de esa forma, pero me alivié cuando Pedro siguió avanzando, aunque amortiguaba los pasos. Como si estubiese escuchando algo inaudible. Y en efecto, eso hacía.
Doblamos la esquina, y dos calles hacia la derecha yo también lo escuché. Era una especie de versión en guitarra acústica de Feel Good, una canción de un grupo llamado Gorillaz. No imaginé que un arreglo con un solo instrumento junto a una sola voz fuese tan bueno, e imaginaba que Pedro tampoco. Y lo que estábamos buscando era la fuente de ese increíble sonido. Y al encontrarlo, no me lo pude creer.
Era una niña. La guitarra era casi más grande que ella, y me hacía gracia. Lucía una pamela que desde arriba -desde donde yo la veía- le tapaba el rostro, dejando que se viese sólo sus labios. Vestía una sudadera blanca mucho más grande que la talla que le pertenecería, dejando que se le viese un hombo. Tenía unos shorts azules claro, y una voz aguda, que combinaba a la perfección con unos acordes grabes. Era la combinación perfecta. Qué talentazo tenía esa niña.
Cerré los ojos para centrarme en la música, y rodeé con el brazo a Pedro por la cintura. Así, sin pensar, y él me correspondió.
Fueron unos muy buenos dos minutos -cuando llegamos la canción iba por mitad- y cuando acabó me dejó un muy buen sabor de boca.
-Sí señor. -le alagó Pedro, y empezamos a aplaudir.
Después, en la funda de su guitarra -en la cual advertí que guardaba la funda de otro instrumento- Pedro echó un billete de cincuenta euros. Al principio me alarmé, pero más tarde recordé que esa cantidad era poco para él.
La niña se quedó mirando el dinero, y después nos dedicó una adorable y sincera sonrisa.
-¡Muchas gracias, señor!
Los ojos cerrados de la niña eran grandes, y en vez de nariz humana tenía una especie de nariz de gato, pero sin la extensión del hocico. A pesar de ello, era dorable. Su pelo anaranjado y corto le caía por la cara.
Entonces la niña y Pedro se miraron, confusos a tope.
-¿Senko? -Dijo Pedro.
-¡Señor Pedro! -se alegró la niña, y ambos se dieron un abrazo lleno de felicidad. Al hacerlo advertí que la niña estaba disfrazada con orejas y cola de zorro. Que fuese un disfraz tenía más sentido.
-¡Hay Dios mío! ¿Pero dónde has estado, pequeña? Me dejaste solo en mi camino al volver del instituto. -rió Pedro.
-¡No fue a propósito, Señor Pedro! -dijo la niña.
-Ya te he dicho que no me gusta que me llames "Señor" -sonrió. Luego decidió ponerme al tanto de la situación-. En mi antiguo colegio, cada vez que venía a casa me encontraba con Senko y me tocaba agunas canciones. Realmente me alegraba el día. La primera vez que la oí tocaba un ukelele. Es como una guitarra pero pequeña y con un tono agudo -imaginé que era el instrumento que vi en la funda de su guitarra-. Empecé a hablar con ella y le pregunté si le interesaría que le enseñara a tocar la guitarra, y ella aceptó. Pero un día dejé de verte, pequeña. Y no me dijiste nunca que te gustase hacer cosplay.
El cosplay era como disfrazarse de personajes de animación japoneses. Esas series se llaman "anime". Sabía del tema y siempre he querido ver uno, pero nunca he llegado a verlo.
Senko se entristeció al escuchar la pregunta.
-Vino un hombre malo. Dijo que me haría famosa y me haría salir en la tele -ahí me temí lo peor-. Pero me llevó a un lugar donde se maltrataban animales. Todo era muy triste. Y me encerró. Me pinchó con agujas y me electrocutó muchas veces, y un día me fusionó con un zorro y un gato.
-Monstruo... -se enfureció Pedro. Me di cuenta de que era la primera vez en bastante tiempo que le vi enfurecido de esa forma. Y compartí su furia.
-Desde entonces el hombre pasa por aquí cada día y me quita lo que consigo... y dice que si no consigo por lo menos veinte dineros -me hizo gracia ese error de lengua-, me fusionará con un caballo y ne venderá a una granja.
Y eso último me acabó de quitar la gracia del cuerpo.
-¿Cuándo suele venir? -pregunté.
Senko se escondió detrás de Pedro.
-Es él. El hombre malo.
Pedro y yo seguimos la mirada aterrorizada de la niña.
Y en ese momento sentí más miedo que anoche cuando las cosas se pusieron feas. Más miedo que en cualquier otro momento de mi vida.
Era Albert. Otra vez.
Estaba acompañado de dos personas más, y me veía venir que Pedro iría de cabeza hacia él. Y lo intentó, pero le cogí del brazo. Cuando se giró, negué con la cabeza. "Ella es muy inocente para que montes una escena aquí", le dije en silencio, y él comprendió que tenía razón.
-Vámonos -dijo en voz baja, y me llevé a la niña hasta la esquina más cercana mientras él recogía las cosas de Senko. Consiguió que no le viesen y fue con nosotros-. Senko, escucha. Ahora estás a salvo. Ese hombre no volverá a hacerte daño.
Senko fue a abrazarle de nuevo. Al parecer le gustaban los abrazos. Se le notaba.
-Muchas gracias Señor Pedro.
-De nada -Pedro se puso en pie y llamó a alguien, probablemente a Iris. Cuando lo cogió, Pedro aunció-. Camaradas, tenemos una nueva integrante en el grupo, y otras dos misiones secundarias: protejamos a Senko y averiguemos quién o qué cojones es Albert.
-Okey. -dijo Iris, y colgó. Me pregunté si las llamadas entre ellos eran sienpre tan cortas y tan... al grano y sin rodeos.
Observé que la oreja de Senko que apuntaba a la esquina de la calle se sacudió levemente.
-El hombre está viniendo. -dijo, asustada.
-Deprisa. -dijo Pedro, y cogiendo a Senko en brazos arrancó su ritmo veloz.
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