Plan de huida
-¡Corred! -Gritó Pedro.
Me cogió de la mano y nos adentramos en el bosque sin seguir el camino que seguía desde el parque -tal vez nos estarían esperando al otro lado-, esquivando los árboles y evitando a toda costa las enredaderas que a veces te tiraban de los pies.
-Iris, dispersémonos. Aya, conmigo. -lideró Pedro.
Iris asintió, se arrancó el geolocaliador que tenía en el pantalón, lo tiró y nos dividimos. Pedro me cogía fuerte, y esta vez sí que no podía seguirle el ritmo. Era demasiado veloz. Pero tampoco parecía dispuesto a soltarme, y eso me confortaba.
-¿Adónde vamos? -pregunté.
-Lo primero es darles esquinazo. Luego iremos a ver al jefe. Es el único que puede ayudarnos.
Seguimos corriendo hacia arriba, luego la montaña empezó a descender y llegamos a la carretera. Habían coches aparcados en frente de un restaurante solitario, pero sorprendentemente tenía clientela.
Nos detuvimos en frente de un coche.
-Métete ahí debajo. Corre.
Iba a hacer oposiciones, pero parecía saber lo que hacía. Me metí debajo del coche, Pedro sacó un cuchillo del bolsillo y se metió también.
-Coge aire y aguanta la respiración.
Eso hice, y Pedro golpeó uno de los conductos del coche, cortó un tubo que había en el interior y nos bañamos de aceite negro. Él se lo restregó por el cuerpo, así que yo hice lo mismo.
No mucho después, llegó el FBI con los perros. Y se detuvieron en frente de nuestro coche.
-Se ha perdido el rastro, señor. -anunció el que llevaba los perros.
-Eso quieren que pensemos -dijo una voz grabe, y unas botas pasaron por en frente de nosotros-. Pero ese truco es muy viejo, Pedro.
Un hombe se gachó, y nos descubrió.
-Tenéis quince segundos para salir de ahí o volaremos el vehículo. -dijo un hombre mayor con gafas de sol y pintas de rozar los sesenta años. Sonreía como si hubiese ganado.
Salimos lentamente, e instintivamente miré a Pedro. Fingía estar asustado con los ojos muy abiertos. Me tranquilicé. Yo también fingí el terror.
-Chiquillos... estáis jodidos -dijo el jefe-. Arrestadlos.
-¡Socorro! -gritó Pedro. Los que estaban en el restaurante se giraron hacia nosotros- ¡No son polis de verdad! ¡Van a secuestrarnos! ¡Ayuda!
Una multitud de personas empezó a salir del recinto, y empezaron a defendernos.
-¿Qué le vais a hacer a estos críos?
-¡Enseñadnos vuestras placas!
-¿Qué han hecho para que les arrestéis?
Pedro y yo fuimos fundiéndonos entre la multitud, pero no sin que antes Pedro le dedicase una sonrisa de las suyas al jefe policial.
-Será hijo de... -murmuró el hombre, y justo después la multitud les apartaron de nuestras vistas.
Aún así, tuvimos que seguir corriendo durante mucho tiempo, y agradecí por primera vez en mi vida las clases de formación física privadas.
Llegamos a un casino tras unos veinte minutos a un ritmo ligero sin descanso, y frenamos el paso en la puerta del local.
-Bien -informó mi amigo-, antes de entrar debes saber que todos están hasta arriba de substancias inapropiadas. No mires a nadie y no hables a nadie. Haz como si nadie existiese.
-Eso da bastante mal royo... pero vale. -admití, y le cogí de la mano. Ya no me daba vergüenza. Su mano era como el Santo Grial. Me sentía segura al sentir su tacto.
Entramos, y no pude evitar mirar de reojo a la gente que había. La mayoría jugaban a juegos de apuestas y máquinas mientras bebían, pero otros se les notaba que no estaban en sus casillas. Había un hombre calvo casi inconsciente encima de un mesa.
Atravesamos toda esa gente y pasamos a caminar por un pasillo donde ponía "sólo personal autorizado" en la puerta.
Seguimos un corredor con alfombra roja hasta llegar a una puerta de madera bien pulida, y Pedro picó dos veces.
-El humano no es perfecto. -dijo una voz del interior.
-Nunca sabe cuando hace lo correcto. -prosiguió Pedro.
-Viven con la venda y los ojos abiertos.
-Tomando curvas sin doblar y yendo recto.
-Y no es cierto, no es así. -dijeron los dos a la vez. Bonito verso, la verdad. Me gustó.
La puerta se abrió y asomó un hombre blanco, con poca barba y peinado hacia atrás con gomina, ojos pequeños, un poco gordito y camisa blanca. Advertí en que llevaba muchos accesorios de oro, como pendientes, anillos y collares.
-¡Pedro, viejo amigo! -exclamó dándole un apretón de manos. Todo el mundo parecía muy feliz de verle- Has vuelto a la carga, ¿eh muchachote?
-Más o menos. Estoy huyendo de la pasma. Hace poco salí en las notícias y tengo el agua por el cuello.
-Sí, te vi. Me imaginaba que pasaría esto. Adelante, pasa.
Permitió el paso a Pedro, y mi me cortó el paso.
-Lo siento, pero no aceptamos prostitutas menores. No queremos problemas. -dijo con expresión imperativa.
Le miré con mucho odio y estaba a punto de dejar su moral por los suelos a base de insultos superficiales y razones para dejar claro que yo era superior a él -lo que más le duele a la gente así-, cuando de repente abandonó su cara seria.
-¡Ja! ¡Deberías haberte visto la cara! -el hombre empezó a reír de mala manera- seguro que estarías pensando: ¿Pero el gordo este de qué va? ¿A que le parto aquí mismo la cabeza? -siguió riendo.
-Ah, sí -comentó Pedro desde detrás-. Se me olvidó decirte que tiene un sentido del humor... bueno, de ese nivel.
Sonreí, pero por el comentario de Pedro. Aquel hombre no me caía muy bien de primeras. Había sido una broma de demasiado mal gusto para mí.
-Ella debe ser la chica a la que rescataste. Jamás imaginé que el pequeño Pedrito fuese a tener novia.
-¡Que no somos novios! -repuse enfadada al recordar que Marco afirmó lo mismo.
-Bueno, ya caerás en los encantos de Pedro. -siguió riendo de una manera muy irritante. Pedro, detrás suyo, puso cara de tampoco aguantarle. Su cara de desaprovación me hizo gracia.
-Se llama Aya, Richard. Y si no te importa, hemos venido por una urgencia.
-¡Por supuesto! -se dirigió hacia mí- Pasa, muchacha. Eres bienvenida. -"Iba a pasar igual...", pensé con arrogancia- Por favor, sentáos.
Me di cuenta de que era como una casa, y nos sentamos en una mesita de la sala de estar parecida a la que usan en las pelis para hacer negocios.
-Bueno -empezó a decir Pedro-, pues nos persigue el FBI y supongo que también la Interpol. Ya sabes lo que necesitamos.
-Un hogar, recursos y protección. Ya. -Richard empezó a fumar un porro.
-Obviamente, te pagaré si...
-No es el dinero lo que me interesa esta vez. -le cortó. Pedro pareció intrigante.
-Entonces... ¿Qué quieres?
-Eso es a lo que quiero ir. Seguidme.
El hombre nos guió hacia una terraza.
-Allí -continuó, señalando al segundo piso de otro edificio-, vive un cabrón. Me ha estafado más de dos cientos mil.
-¿Millones? -preguntó él.
-Exacto. Pedro, amigo mío, sé que tú eres un máquina. Eres fuerte, astuto... y quiero que te encargues de él.
-No voy a hacer eso -repuso el chico, firme-. Estoy en este aprieto por un robo que cometí siendo engañado. No quiero añadir al asunto cargos por asesinato.
-¡Por favor, querido! Asesinato es una palabra demasiado fuerte. Yo diría más bien... hacer que ese hombre fallezca haciendo que parezca un suicidio.
-No. -Pedro le miró como si años de justicia fuesen a caer sobre Richard. Él suspiró con aires chulescos.
-Vaya... yo que quería ayudar a un viejo amigo mío... pero si tú no piensas ayudarme a mí, pues nada. La pasma te encontrará y alomejor... -se acercó a su oído- torturan a tu amiga.
-No si yo puedo evitarlo.
-¿Y qué vas a hacer? Además la poli no sabrá que tú mataste al que vive allí arriba.
-No lo sabrán, pero pueden sospechar. Y has sido tú el que ha perdido tu dinero -acentuó la palabra "tu"-. Ahora vas a pagar tu castigo.
-También es tu diamante y tu castigo, amigo -se encogió de hombros-. Si tú no te manchas las manos por mí, yo no me las mancharé por tí. Por no decir que como todo el mundo va detrás tuyo, y me pones a mí en un peligro especial.
-Todo el mundo va detrás mío... -murmuró Pedro, y sonrió- Está bien, Richard. No te necesito. Ha estado bien verte y tal, pero debo irme. -dijo yéndose hacia la puerta, y yo fui con él.
-No tan rápido. -repuso el hombre. Le apuntaba a con una pistola.
-¿En serio Richard? -suspiró él- ¿vas a matarme a mí en vez de matar a ese hombre tú mismo?
-La estafa es una cosa, la traición es otra.
Pedro puso cara de pensar en lo mismo que yo. "¡Pero si es lo mismo, imbécil!".
Como tenía la vista puesta en Pedro, aproveché para lanzar un rápido ataque, y repetí lo que Pedro hizo hace unos días para desarmar a uno de los chicos el día del atentado.
Le cogí el arma y le golpeé testículos, estómago y nariz sin piedad, pero no soltó el arma. Iba a morderle hasta que me lanzó contra la pared. Conseguí no hacerme daño.
-Ya está bien. -dijo Richard desde la terraza. Me apuntó.
Entonces cayó Iris encima suyo, seguramente desde el balcón de arriba, y le dejó inconsciente de un golpe en la nuca.
-¿Me echábais de menos? -dijo ella, sonriente. En ese momento sí que le vi el parecido a Pedro.
-Por mi parte, sí. -contesté.
-Por esta vez, admito que yo también -coincidió él- ¿y la poli?
-Neutralicé a unos cuantos que se volvieron muy pesados. A uno me tomé la libertad de escribir "me gustan los nabos" con una navaja en su frente. ¿Qué tal vosotros?
-Nos siguió el jefe del FBI
-¿El viejo cascarrabias?
-No, era otro. Le monté la técnica del niño inocente. -sonrió. Iris se echó a reír.
-Qué grande. Me imagino su cara de cabreo máximo. ¿Le sonreíste de esa forma tuya?
-Sabes que si no lo hacía, no era yo.
Ambos se echaron a reír. Me pregunté si habrían cometido muchos delitos juntos.
-Creo que será mejor si nos vamos antes de que se despierte ese memo. -comenté.
-Cierto -dijo Pedro-, y ya sé a dónde podemos ir.
-Así me gusta, enano: pensando rápido y veloz. -Iris le rascó fuertemente la cabeza, y empezaron a insultarse de nuevo.
Me dio un poco de envidia. Parecían tan unidos que me daba corte hablar. Aunque en el fondo me gustaba verles feliz.
Salimos del recinto, y Pedro empezó a contar otro de sus planes improvisados.
-Iris, tengo una idea. En caso de que nos encuentren, cumpliré... "ese" sueño mío.
-¿Cuál? -dijo ella.
-Piensa. Ese que te hacía tanta ilusión.
-No... -se ilusionó- ¿En serio? ¿Y puedo...?
-Sí.
-¡Toma ya! Va a ser la ostia. -saltó de alegría.
-Esto... ¿me contáis de qué va la cosa o me tengo que enterar yo sola? -interrumpí.
-Iba a contártelo, pero mejor te dejo con la intriga -sonrió Pedro. Me molesté. Odiaba que me ocultasen las cosas-. Además, eres mona también cuando te enfadas.
Y con ese comentario lo arregló.
-Que te den. -le empujé, sonriendo.
-Y con gusto. -Yo le miré traumada.
-¿Qué cojones?
Empezamos a reírnos a carcajadas, y noté que Iris nos miraba de una forma que no supe interpretar. Estaba seria, con una muy leve sonrisa.
Que era fingida.
Después nos entablamos los tres en una conversación sobre adónde íbamos, y Pedro se limitó a decir que antes de afirmarlo, debía asegurarse.
Fuimos a parar a una tienda de instrumentos. El que trabajaba allí estaba con el móvil.
-¡Ey, Luis! -El señor levantó la mirada y se notó su alegría. Se levantó a recibirnos.
-¡Hombre, Pedro! ¿Qué tal, cómo estamos?
-Pues muy bien, viviendo la vida y eso. -A Pedro le brilló la sonrisa más que al ver a Marco y a Richard.
Luis era un hombre alto, con pelo rubio en punta y ojos azules, vestido totalmente de negro y con una cadena en el pantalón idéntica a la de Iris. Pensé que él sí que tenía más sentido que fuese su padre. Tenía unas pintas de metalero puro, pero parecía normal. Almenos mucho más que los otros dos que me había presentado Pedro. Luis me daba buena espina, al contrario que los anteriores.
-¡Pero si también está Iris! ¿Cómo te va, campeona? -el hombre contagiaba mucho la felicidad.
-A tope, Luis. -respondió ella, y chocaron la mano.
-Eh, ella es la chica del atentado, ¿no? -dijo a Pedro. No dijo que me rescató ni que éramos novios. Me caía bien.
-Sí, es ella -respondió él.- Se llama Aya.
-Un gusto. -le tendí la mano.
-El gusto es mío, señorita. -respondió Luis con formalidades.
Me di cuenta de que Pedro era la mezcla de todo lo bueno de las personas que había conocido: un poco del humor irritante de Iris, la caballerosidad de Luis y la elegancia de Marco.
Lo demás era sólo de Pedro; lo que le hacía único. Y aún así todo lo que había adquerido de otras personas lo había personalizado para ser quien era.
-Oye Luis -Pedro fue al grano-, tengo un aprieto. Veo que te has enterado de lo del atentado.
-Ajá. -dijo él con atención.
-Bien. Pues el problema es que para salir vivo de esa... tube que matar a alguien -dijo la típica "media verdad"-. La poli me persigue, y no quieren escuchar mis motivos. Tampoco me dejan tener un abogado. Sé que es algo repentino, pero me preguntaba si me podría quedar a dormir aquí, en la tienda. Sólo serán cuatro días como mucho; hasta que piense en algo. Si me preguntan, diré que no sabías nada.
Luis se quedó meditando.
-Pues no sé... como has dicho, es repentino. Pero en fin, tú me echaste una mano en la tienda hace mucho tiempo, así que supongo que me toca devolverte el favor.
-¡Gracias, tío! Eres el mejor. -sonrió Pedro.
-De nada, hombre. -le devolvió la sonrisa.
Luis nos dio indicaciones que seguimos. La tienda aparentaba pequeña, pero un pasillo con puertas dio a entender que no lo era, sobretodo cuando al abrir la del final del pasillo nos encontramos con un gran escenario.
-Qué recuerdos... -dijo Pedro.
-Y que lo digas. -respondió Iris.
-Luis fue mi profesor de guitarra -me dijo Pedro-. Y su hijo fue el profesor de batería de Iris. Luego yo le enseñé a ella a tocar la guitarra, y ella me enseñó a mí a tocar la batería.
-Buenos conciertos de metal duro aquí dentro. -comentó ella.
-Ya te digo.
-¿Teníais una banda? -me sorprendí. Entonces pensé que era la banda de la que me habló Pedro, pero me equivoqué.
-Sí, pero era un poco de marca blanca -admitió él-. Sólo hicimos doce canciones, e hicimos dos mini conciertos.
-Ah.
-Damas... -anunció Pedro con una palmada-. Vamos a dar otro gran espectáculo.
-¿En serio? -admiré.
-¿Y esa idea? -dijo Iris, como si fuese absurda.
-Se habrán quedado con el dinero que había en mi casa como si fuese propina extra, los cabrones. Eso me deja jodido, y sólo me deja con la opción de hacer un concierto con muchas canciones de grupos conocidos para recaudar lo que falta. Además, si acude un policía, necesito tomarle una foto. Quiero confirmar una hipótesis.
-¿Cuánto dinero tienes? -pregunté.
-Dos cientos millones de los seis cientos.
-Te queda pa largo, chaval... -suspiró Iris- como si fueses a recaudar lo que te falta en una noche.
-Podemos hacer varios espectáculos. Cada noche haremos un álbum entero de dos grupos.
-Puede funcionar. -opiné.
-Yo creo que es soñar demasiado, pero por probar... -se animó ella.
Hablamos con Luis, y esta vez tubimos que negociarlo. La cosa quedó en que nosotros nos encargaríamos de los preparativos, los focos, la parte técnica, recoger después de tocar y demás, y él se encargaría de la propaganda, y además él y su hijo tocarán con Pedro e Iris.
Ese mismo día -y por inspiración divina si venía alguien- tocarían al anochecer, y yo me encargaría de mantenerlo todo bajo control mientras ellos tocan.
Luis me enseñó lo esencial: volumen de cada instrumento, iluminación, máquina de
humo... parecía difícil acordarse de todo, pero era más sencillo de lo que asemejaba.
-Equipo -voceó Pedro con su voz de líder-, necesito estar solo un momento. Tengo que atar cabos sueltos.
-¿Por ejemplo? -dijo Iris.
-Si tú tenías el localizador desde ayer, ¿por qué no nos tendieron una emboscada mientras dormíamos? Habría sido un punto mortal. Además hay cosas que me huelen mal. No sé decir el qué, pero es el presentimiento. Y Richard estaba más capullo de lo normal. Debo pensar en esto.
-Madre mía, Pedro en modo ajedrecista -reí-. Pero tienes razón. Si quieres, vete. No te preocupes por nosotras.
-No la liéis. Si ocurre algo, llamadme. Estaré en el baño.
-¿Vas a pensar en algo así en el baño? -me extrañé.
-Es como mi sitio de confort. Me siento seguro allí, ¿vale?
Qué raro es. Aunque ahora que lo pienso, yo también compartía esa sensación. El baño era el único lugar en mi casa donde nadie me molestaba.
Iris y yo nos quedamos a solas, y ella estaba montando una batería en el escenario.
-¿Te echo una mano? -pregunté.
-No hace falta, gracias. -Lo único que se escuchaba era el ruido metálico de los platillos al moverse. No me gustaba el silencio.
-¿Qué fue del resto de la banda? -Iris entristeció al escuchar la pregunta.
-Cuando Pedro se fue, los demás lo dejaron. Yo les caía mal. Y la verdad, no me extraña. Habían oído lo que le hice sobre lo del diamante. Pedro les despreciaba porque a pesar de ser niños prodigios que tocaban fenomenal, eran muy normales. Se dejaban influenciar muy rápidamente, hacían lo que los demás sin preguntar, mentían... y esas cosas de gente normal.
-No me extraña que a Pedro no les cayese bien.
-Sí. Pero para el resto del grupo, él era el rey. Le llamaban Zero porque un día dijo que no quería ser el guitarrista número uno. Él quería ir más allá. Él quería ser el zero.
-Pedro siempre ha ido más allá de todas las espectativas -contribuí-. No dudo en que de mayor será alguien muy importante.
-Y que lo digas. Y bueno, cuando él se fue me echaron la culpa a mí. Decían que él era el pegamento que unía el grupo, y que sin él yo era una pieza que no encajaba. Aunque tal vez me odiaban porque él estaba enamorado de mí.
-De modo que lo sabías...
-Sí. Todos lo sabían. Y me sigo arrepintiendo de haberme aprovechado de sus sentimientos. Además la que salió perdiendo fui yo. Como siempre. -se frustró. Me dio mucha pena. Lo que hizo estubo muy mal, pero nadie merece el rechazo de esa forma.
-Oye, no digas eso. No tengo ni idea de cómo tocas, pero seguro que eres sensacional. Tienes espíritu y ganas. Esta noche saldrás al escenario y demostrarás que se equivocaban, que eres la pieza que encaja en cualquier puzzle. -ella me miró sorprendida.
-Sí. -sonrió. Era muy adorable cuando se ponía dulce. -Oye, cambiando de tema, ¿cómo os conocísteis vosotros dos? Se os ve muy unidos.
-Fue todo muy random. Le sacó una pistola de plástico a un profe por no cumplir con su deber. Y después resultó ser un terrorista.
-Joder, qué mundo el nuestro.
-Sí. Pero en ese momento sentí que a pesar de que alomejor era alguien peligroso, debía acercarme a él. Y él me dijo "¿Qué, ya estás intentando ligar conmigo?" Me sentí súper humillada, pero en el fondo me reí. No sé, el chaval tiene algo que me hace gracia.
-Sí. Su sentido del humor es muy especial. ¿Le has visto sin camiseta?
-No, pero seguro que está cañón. -admití.
-Uf, lo que te pierdes. Está buenísimo.
-Anda ya. -reimos.
Me quedé mirando hacia la nada, y noté que Iris me observaba. Bajó la mirada, pero después volvió a animarse.
-Bien, pues te ayudaré. -dijo poniéndose en pie.
-¿A qué? -ella sonrió, pícara.
-Haciéndote la tonta, ¿eh? Qué pichonzuela.
-Pichon... ¿qué? -no entendía nada.
-Te enseñaré a tocar la batería.
-No sé que tiene que ver en
esto... pero vale. Siempre he querido aprender a tocar algo más.
-¿Tocas algún instrumento? -Se sorprendió.
-El saxofón. Pero ya ni me acuerdo.
-Bueno, es una base. Siéntate, y veamos de lo que eres capaz.
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