La Segunda Dimensión
De camino hacia donde residía nuestra primera víctima, Pedro fue buscando en su móvil información sobre él. Observé que deslizaba la pantalla muy rápido. A mí no me daba tiempo a leer más de cinco palabras.
-¿Cómo lees tan rápido? -pregunté sin rodeos.
-Lectura rápida -dijo con voz seca. Su odio no se había ido aún-. Hace falta práctica para dominarlo. Puedo leer y memorizar patrones, palabras y números en décimas de segundo.
-Increíble. -admití.
-Lo sé. Reaccioné igual que tú cuando supe que existía la forma de hacer algo así. Al principio no me lo creía, pero funciona. Es muy eficaz.
Nos detuvimos frente un edificio. Mi sentido de la orientación me decía que el casino de Richard quedaba a la siguiente calle doblando a la izquierda.
-Vamos. -me decidí.
El primer obstáculo -si se le puede llamar así- fue la puerta del portal. Pensaba que habría que engañar a alguien para que nos abriera, pero Pedro la rompió de un puñetazo.
-Ups. Se me ha roto -dijo como si nada-. Sigamos.
Subimos las escaleras hasta el segundo piso, y Pedro se dispuso a volver a romper la puerta.
-¿Cómo sabes que es esta puerta? -quise saber.
-Orientación. La casa de Richard quedaba a la derecha y subiendo las escaleras hemos quedado de espaldas. El balcón de aquí es el que Richard señaló. Es esta.
Y Pedro no se retuvo más. Esta vez no tiró la puerta, sólo hizo saltar el pestillo de una patada, y entramos.
Encendimos todas las luces. No nos escondíamos. Y en medio del pasillo un hombre nos apuntaba con una pistola.
-Quietos -dijo-. ¿Quiénes sois y qué hacéis aquí?
-Somos la muerte y venimos a por tu cadáver. -dijo Pedro, y se acercó a él como si nada a pesar de que le apuntaba, y cuando el hombre disparó ya era tarde para él.
Pedro le cogió del arma y de un barrido le tumbó. Le arrebató la pistola y le puso un pie en el pecho.
-¿Qué sabes de Albert y de este logo? -dije enseñándole el dibujo de la marca de la mafia desde mi móvil.
-No sé nada -respondió el hombre, sin resentimiento-. No he escuchado ni visto tales cosas en mi vida. -la persona intentó quitarse el pie de Pedro de encima, y se escuchó el crujir de sus costillas. Pedro le oprimió más contra el suelo.
-Escucha, hoy no tengo paciencia -empezó a decir él-. Podemos hacer esto rápido y poco doloroso, o largo y con sufrimiento.
-¿Y qué vais a hacer? ¿Jugar al pito pito con alguien que es veinte años mayor que vosotros? Para mí sois insectos. -se repugnó el criminal.
-Alejandro Álbarez Rodrigo, ¿verdad? -dijo Pedro. Y echó a sonreír macabramente- Eres hombre muerto.
Pedro me dio el arma, y le asesté un golpe en la frente que le dejó inconsciente.
Cuando despertó estaba atado a una silla, en su propia habitación.
-Has dormido más de lo que yo quería, amigo -dijo Pedro acercándosele lentamente con un cuter y un cuchillo
jamonero-. Y no me gusta nada esperar.
-Estáis muertos -dijo Alejandro-. Pronto vendrán refuerzos y os fusilarán.
-Qué lástima que para ese entonces ya nos hayamos esfumado sin dejar rastro -respondió él, repulsivo-. Insisto, podemos hacer esto por las buenas o por las malas. Es tu última oportunidad, así que a partir de aquí las cosas se van a poner chungas.
Sabía lo que iba a pasar, así que yo sólo observaba desde la lejanía y dejaba al maestro hacer su trabajo.
-Por cada pregunta incorrecta... habrá un castigo. Cada uno peor que el anterior. Así que, que empiece el juego. ¿Qué sabes de Albert y la marca?
-No sé nada. -se encaró el hombre.
Pedro le cogió un dedo y se lo torció hasta que se lo rompió. Alejandro suprimió los ruidos de dolor.
-Dinos lo que sabes. -volvió a preguntar él, inflexible.
Alejandro se resistía, y cada vez que se negaba a responder Pedro hacía algo peor. La siguiente vez le arrancó las uñas de todos los dedos, de manos y pies. La próxima vez le arrancó los dedos de cuajo, luego las orejas y después le clavó el cuchillo en los ojos, y más tarde dio un paso más allá.
-Enhorabuena: mi paciencia ha terminado. Hora de subir el nivel. -Parecía que a Pedro no le importaba nada.
Y entonces cogió el cuter.
Antes estaba mirando todo lo que Pedro hacía con los ojos entrecerrados, pero esta vez me giré. Le veía las intenciones. Pero como soy un poco masoca y a la vez tenía curiosidad, volví a mirar.
Y vi cómo Pedro le abría la barriga lentamente. Y esta vez Alejandro no pudo ahogar los gritos de terror y dolor.
-La próxima vez que no obtenga lo que quiero, te arrancaré los riñones y me los comeré delante tuyo -le explicó Pedro, con una calma horripilante-. A partir de aquí no tienes mucho tiempo. Te desangrarás lentamente... y sólo yo puedo salvarte. Vamos, sólo quiero respuestas. ¡Vamos! -esta vez le gritó. Y Alejandro empezó a llorar.
-Por favor... dejad que me vaya...
-Tienes tres segundos, renacuajo -anunció Pedro-. Tres... dos... uno...
Pedro iba a introducirle la mano dentro suyo, pero el hombre al fin habló.
-¡La avenida! -saltó desesperado- ¡Están en la avenida de San Jorge, número dieciséis!
Pedro consideró su respuesta.
-No me estarás mintiendo. -dijo él, y le abrió de golpe la grieta que le había hecho con el cúter. Ahora sí que me di la vuelta rápidamente. Había conseguido distingir sus costillas y su intestino. Pero curiosamente no sentía angústia.
-¡No! ¡No miento! ¡Lo juro! ¡Están ahí, si queréis podéis mirar mi móvil, pero por favor! -lloraba Alejandro.
Pedro cogió su móvil y usó la huella dactilar del hombre para desbloquearlo. Luego me hizo una señal para que nos fuéramos, y salimos de la habitación.
-Está bien, te creo -dijo Pedro de espaldas a él-. Pero eso no te salvará.
Pedro encendió el interruptor de la luz, pero lo que se encendió fue el hombre. Había conectado el cable de la electricidad con la silla, y nos fuimos de la habitación escuchando gritos, jadeos y el sonido eléctrico de la venganza.
Pedro se limpió la sangre de sus manos a base de lamerlos. Pobre del que le hiciese sentir emicones negativas, porque al parecer eso despertaba su lado psicópata.
-Y ahora, un poema -anunció Pedro mientras caminábamos por la calle-. Si la venganza es dulce, el pecador es el único que sangre escupe, y con ella se alimentan los parásitos de la cumbre. Gracias público, sois los mejores.
Lo dijo con un tono muy seco, sin pizca de ánimos. Y a pesar de ello yo empecé a reirme como si me hubiesen contado el chiste del año. Qué puedo decir, me resultó gracioso.
Y al parecer le contagié un poco mi risa descontrolada, porque él abandonó su cara pasiva y seria y había dibujado una sonrisa dulce en su rostro.
-La verdad, me sorprendió que no te marearas mientras torturaba a esa escoria. Pensaba que me estaba pasando mucho.
-Y te has pasado, la verdad. Pero ese pavo se lo merecía. No sé, es como si cuando le pasan cosas malas a alguien que no me importa, no siento nada.
-Genial, entonces me puedo divertir sin preocuparme por tí. -esbozó su sonrisa macabra.
-Si hace falta, pártelos por la mitad con una motosierra. -Pedro rió por lo bajo al imaginárselo.
-Sería divertido. -dijo.
-Ya ves. -respondí. Sí; su macabridad se me estaba contagiando, y chocamos nudillos.
La avenida que buscábamos no estaba muy lejos, y llegamos casi en seguida. Parecía como una especie de almacén desde fuera, con una gran puerta de aluminio. Y al llegar, Pedro se paró en seco. Y su ira volvió a fluir, más fuerte que antes. Más fuerte que nunca.
-¡Será hijo de puta! -gritó, y le dio a la puerta un golpe mucho más fuerte que cualquier otro, y la mandó muy lejos hacia dentro, derribando a muchos hombres que estaban de guardia.
No tardaron en llegar unos seis refuerzos armados con fusiles de asalto, y Pedro saltó al ataque. A uno le tiró el cuchillo y le dio en la frente, hizo lo mismo con otro con el cúter.
Se movía con su velocidad vertiginosa, cambiando de dirección cada tres o cuatro pasos, esquivando todas las balas. A otro hombre le arrebató el arma golpeándole con este, lo cogió de una pierna y lo lanzó contra otro. Al penúntimo que quedaba en pie le descargó todo el cartucho de la M16 en su ojo.
Y como me sentí muy inútil en ese momento -no me moví un pelo y nadie se fijó en mí-, al último que quedaba que se acercaba a Pedro sesde detrás me lo cargué yo con un tiro en la frente con la pistola de Alejandro. Entonces me acerqué a Pedro.
-¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? -le pregunté. Advertí que el puño con el que había derribado la puerta estaba ensangrentado.
-Mi padre trabajaba aquí de "veterinario" -dijo con todo el asco que tenía acumulado-, y yo estaba orgulloso de él. Pero ahora gracias a lo que me contó Senko sé que más que salvar animales, los aniquilaba. Así que sí, estoy bien. Estoy de puta madre.
Descargó su ira golpeando al hombre al que le había disparado en el ojo con el fusil hasta que le partió la cabeza.
-Menudo hijo de puta. Espero que ardiera bien en el fuego en el que murió. Desgraciado...
En ese momento le di un abrazo. Me gustaba su lado macabro, pero no me gustaba verle así. Un Pedro que pagaba su ira con personas que no tenían que ver en sus problemas -o almenos no del todo-, no era el Pedro que me volvía loca.
-Ya pasó -le dije con voz suave-. Ese hombre ya pagó sus acciones y ya está sufriendo en el infierno. No le des más vueltas. Rescatemos a Iris y a Senko, castiguemos a los culpables y regresemos a casa. ¿Sí?
Pedro relajó. Soltó el arma dejándolo caer al suelo.
-Está bien -dijo también en tono suave-. Tienes razón. Hemos vanido aquí a otra cosa -se separó de mí lentamente, y sonrió. Volvía a ser el de siempre-. Vamos a ello.
-Sí. -me alegró haberle animado. Ahora sí me sentía de ayuda.
Pedro volvió a por su cuchillo y cuter y reanudamos el camino, yendo a un paso veloz y sin hacer ruido al pisar.
El resto del camino estaba despejado. Pero olía mal. Como si quisieran que siguiésemos adelante.
Y en un momento dado Pedro nos frenó en seco. Y de nuevo, él escuchaba algo que yo no percibía, y cerró los ojos para centrarse mejor en el sonido.
Después de bastante tiempo, dimos por seguro que no había nada y seguimos caminando. O lo intentamos, porque dimos un paso y unas cadenas nos ataron.
Entonces vinieron unos hombres muy robustos y nos esposaron. El final del pasillo doblaba a la izquierda, y de ella surgieron tres rostros. Los tres muy familiares.
Lucas en el centro. A su derecha Iris. Y a su izquierda Senko. No eran las auténticas. El color de ojos no era el de ellos. Lucas llevaba gafas rectangulares mientras ellas llevaban un parche en un ojo -a pesar de que la auténtica Iris ya tenía uno-, y nos miraban como si todo les repugnase.
-Qué raro que no hayas empezado a burlarte o algo por el estilo. -dijo Pedro.
Lucas hizo una mueca de no soportarle.
-No soy tan inútil como los habitantes de este mundo. -dijo él con absoluta irrelevancia. Después hizo un gesto para que le siguiésemos, y los guardias nos empujaron.
Llegamos a una sala parecida a una bóbeda. Estaba repleta de criaturas encerradas en tubos de cristal, máquinas con botones y cables. Paralelo a la entrada desde el pasillo había una máquina que describía un círculo.
Y a sus dos lados, nuestras auténticas amigas, encerradas en jaulas. Ambas esbozaron una sonrisa al vernos. Pedro no les correspondió.
-Antes de nada, no se equivoquen -dijo Lucas-. Precisamente quería que me encontrárais. Estaba dentro de mis planes.
-Cierra el pico y dinos de una vez lo que quieres de nosotros. -le apresuró Pedro. Lucas le miró a los ojos y se recolocó las gafas.
-Vengo de otra dimensión -empezó a explicar-. Para que lo entendáis, una especie de realidad alternativa. El Pedro de mi mundo es un incompetente, así que imaginé que el de aquí es más ingenioso. ¿Conoces la teoría de cuerdas? -le preguntó.
-Resumiendo mucho, infinitos universos. Nada nuevo. -respondió Pedro como si fuese cosa de primaria.
-Bien. Pues la peculiaridad de mi mundo es que las emociones y la manera de ser de las personas es totalmente inversa a la gente de aquí.
-En ese caso deberías estar de nuestra parte. -hablé. Lucas se volvió a recolocar las gafas, y nos dio la espalda dirigiéndose hacia la máquina circular.
-Ingenua. ¿Crees que las personas somos tan simples de dividirnos entre el bien y el mal? No. Yo busco el bien. Pero no para mí. Busco exterminar al ser humano para prolongar la vida de la Tierra. Nosotros no somos más que seres destructivos que se aprovechan de la naturaleza sin tener una pizca de arrepentimiento ni sentimiento de culpa al quemar bosques, matar animales o aprovecharse de ellos de forma injusta. Y todo por dinero. Guardias, llevadlos a sus jaulas.
-En eso estoy contigo -dijo Pedro mientras nos encerraban a mí con Iris y a Pedro con Senko, y los guardias se retiraron-. El humano es la mierda del planeta en su estado más puro.
-¡Pedro! -le regañé.
-¿Qué? Aceptémoslo; tiene razón y yo soy alguien sincero. Sin embargo -se dirigió hacia Lucas-, también hay personas que apoyan la naturaleza y se hacen veganos para no hacer sufrir a los animales. Esas personas merecen salvarse.
-¿Y crees que sólo haciendo campañas favoreciendo lo natural o haciéndose veganos arreglamos el mundo? Aunque uno haga esas cosas, seguiremos devastando bosques enteros para conseguir papel para limpiarnos el culo. Seguiremos matando serpientes para conseguir bolsos de piel, e infinitos ejemplos como estos. Nos estamos cargando el planeta por beneficio propio -su expresión de ablandeció-. Los científicos dijeron que hemos llegado al punto de no retorno. Pero adivinen qué -volvió a ponerse firme-. En mi mundo soy el científico más joven existente, y pienso que hay que actuar ya para salvar vidas no humanas inocentes.
-Bien por tí, viejo -dijo mi amigo con accento latinoamericano-. Pero existen otras soluciones.
Pedro se echó hacia atrás, luego cogió carrerilla y derribó la puerta de una patada. Esta no la mandó volando, simplemente cayó hacia atrás. Lucas mostró por un momento su asombro, y volvió a su forma impenetrable.
-Vaya, eres más fuerte de lo que pensaba. La próxima vez haré la jaula para pájaros más fuerte. Ahora veamos si eres el héroe que todos dicen.
Lucas y los clones de Iris y Senko activaron un botón en sus parches y gafas, y se armaron con una armadura que cubría antebrazos, puños y piernas.
-Bueno, bienvenidos a Darling in the FranXX. -dijo Pedro.
-¡Deja las referencias para más tarde! -le gritó Iris.
Apuntaron a Pedro con los puños y este se puso en movimineto. Una décima de segundo después empezaron a dispararle con unos láseres.
Advertí que las balas de las armas enemigas hacían un boquete en la pared. Y empecé a preocuparme.
Consiguió acercarse al clon de Senko haciendo zig zag, y usando su armadura quiso disparar a la cerradura de nuestra jaula, pero antes de poder echarla abajo un láser le alcanzó y el impulso le estampó contra las rejas.
-Se acabó el juego -dijo Lucas. Se acercó a mi amigo y le disparó con una munición distinta. Al parecer esa era de carga eléctrica, y le dejó tieso. Le cogió por los brazos arrastrándole hacia la máquina circular-. Al fin tengo lo que vine a buscar.
-¿Has venido a neutralizar a la única persona que podía detenerte? -pregunté- Para eso no haber venido. Extermina sólo a los humanos de tu mundo. Nosotros no tenemos nada que ver con lo que pase allí.
-Interesante hipótesis -comentó Lucas-, pero no. No soy tan estúpido de venir a otra dimensión a ejecutar a alguien que ni si quiera sabía de mi existencia. Habría sido una pérdida total de mi tiempo. Sólo alguien inseguro que mata por placer haría eso. Y ahora silencio, nos hayamos ante mi obra maestra. La clave que me llevará a la victoria. Traedlo. -le dijo a los clones de Senko e Iris.
Estas se retiraron de inmediato y al instante volvieron con otro invento. Este contaba con un cilindro de cristal y una barra de metal dentro. Lucas conectó las dos máquinas.
-Eso no fue lo que utilizaste con nosotras para clonarnos. -dijo Iris.
-Sí. Según lo que he visto vuestro Pedro tiene más fuerza de voluntad, por lo tanto su clon podría revelarse. Así que no voy a clonarle.
En ese momento un escalofrío inundó mi cuerpo. Las chicas dejaron la máquina delante de Pedro, y le metieron en el interior de esa cosa, atándole a la barra de metal.
-Simplemente voy a sacar lo peor de él... y lo bueno lo voy a aplastar -dijo bajando una palanca-. Decidle adiós a vuestro amigo, porque cuando despierte ni si quiera os recordará.
Entonces unos láseres verdes impactaron contra mi amigo. Este empezó a gritar, y poco a poco la agonía se fue mitigando.
Sus músculos quedaron totalmente relajados, y los rayos verdes cesaron.
Pedro rompió las cuerdas que lo ataban, y cayó suavemente en el suelo en un ruido sordo, y fue lentamente levantando la cabeza... y abrió los ojos. Brillaban de un color rojizo como si detrás de la pupila hubiese una bombilla.
-Arrodíllate ante tu nuevo amo y señor. -le ordenó Lucas.
Pedro caminó hacia él, y le apartó del camino como si fuese una piedra. Y se arrodilló ante el clon de Senko.
-Hola, hermanita. -le dijo.
-¿Qué cojones...? -musitó Iris.
-Luego te lo explico -le respondí.
-¿Qué te crees que haces? -le dijo Lucas.
-Servir a los de mi sangre -se encaró Pedro, plantándose ante él-. ¿Algún problema?
-Sólo que es a mí a quien debes servir. -protesó Lucas. Pedro le iba a dejar claro que la cosa no era así, pero la Senko malvada interrumpió.
-Pedro -le llamó-, obedécele. -Él puso cara de hacerlo muy en contra de sus principios, pero pareció acceder.
-Pero que lo sepas, no pienso arrodillarme ante tí.
-Como sea -Lucas se ajustó las gafas-. Bien, quiero que mates a esos clones de allí -nos señaló-. No me hacen falta.
-¡Ellos son los clones! -grité.
-¡Nosotras somos las auténticas! -se sumó Iris.
-¡Silencio! Como robots humanoides no tenéis derecho a hablar. -dijo Pedro.
-¿Y no te parecería raro que tu amo el inteligente crease clones para deshacerse de ellos? -razoné. Pedro miró a Lucas.
-Son objetos de un solo uso -respondió él-. Los he usado y es hora de tirarlos. Además salieron defectuosas. Mátalas de una vez.
Pedro se dirigió hacia nosotros, e Iris y yo empezamos a lanzar ideas a la vez sobre que no somos clones. Y cuando estuvo justo en frente de nosotras, se me ocurrió la clave. Estaba oculta en mi camisa.
-Pedro, escúchame -saqué el collar con la insignia del lobo que me dio-. Tú me diste esto. ¿Crees que si fuese un clon lo llevaría? Tú también tienes uno.
Pedro retrocedió confuso, y se puso las manos en la cabeza, como si le doliese terriblemente. Volvió a mirarme, y por un instante dejó de tener los ojos rojos, pero volvió a recuperar el color.
-¿Sabes qué? Déjalas vivir -ordenó Lucas-. Vámonos.
Lucas programó la máquina circular y se abrió una especie de portal. Pedro se fue lentamente, mirándonos mientras caminaba, con una mezcla de incertidumbre y temor.
La humanoide con forma de Iris entraró en la otra dimensión, luego Pedro y por último Lucas, y el portal se cerró.
-¿Te has fijado? -pregunté-parece que reacciona ante los recuerdos.
-Sí, es un buen punto para comenzar -respondió ella-. Ahora salgamos de aquí.
Iris sacó su pistola y le disparó a la cerradura, y la puerta se abrió.
-¿Qué? ¿Has podido hacer eso todo el tiempo? ¿Por qué no lo has hecho antes? Podríamos haber evitado esta catástrofe.
-Oye, sé que parece duro, pero de haber intervenido nos habrían asado. Los clones se anticipan a los movimientos. Incluso se adaptaron a la velocidad de Pedro en tres segundos. Si Pedro no pudo hacer nada contra ellos, nosotros sólo habríamos sido insectos.
Me dio rabia admitirlo, pero tenía razón. Me acerqué a la máquina donde entraron los de la otra dimensión.
-Y... ¿qué hacemos ahora? Necesitamos volver par salvar a Pedro, y dudo que una de las dos consiga poner este trasto en marcha.
-Bueno, si un genio del otro universo inventó un portal dimensional, también ha tenido que haber uno aquí que lo haga, ¿no? -argumentó ella.
-Cierto, pero... de haber sido así habría salido por los medios de comunicación.
-O tal vez lo mantenga en secreto. -contradijo Iris.
-Y si es así, ¿cómo vamos a encontrar a ese genio?
Ambas nos quedamos pensando en la respuesta.
-Alomejor puedo encontrarle, pero necesito mi ordenador -dijo ella-. Tenemos que volver.
-Pues vamos -nos pusimos en marcha para salir del recinto, y pasé por el lado del clon de Senko. Estaba con los ojos cerrados en el suelo, y me invadió de nuevo ese extraño sentimiento de que algo iba
mal-. Oye, ¿no sientes como si nos olvidásemos de algo?
Iris me miró como si le hubiese leído el pensamiento, y miró a su alrededor con desconfianza.
-Sí...
Pero seguimos caminando sin dar con la respuesta.
Cuántas cosas habrían cambiado si nos hubiésemos dado cuenta de que nuestra Senko había desaparecido...
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