Iris, la tiradora

A la mañana siguiente desperté como una rosa. Y como era de esperar, Pedro no estaba a mi lado. Seguro que el reloj habría pasado del medio día hace rato.

Pero al levantarme, descubrí que Pedro estaba sentado en el escritorio, leyendo algo.

-Vaya, has despertado -dijo al oírme levanarme, y se dio la vuelta-. Buenos días My Lady.

Ya no me molestaba que me llamase así. Lo tomé como un apodo cariñoso.

-Buenos días Ángel de la Guarda. -Bostecé- ¿Qué hora es?

-Las dos de la tarde. Has dormido mucho. ¿Qué tal estás?

-Pues muy bien, la verdad. Como si nada hubiese pasado. ¿Qué tal tu estómago?

-Sanándose. Esta mañana me he levantado a las once para coserme las heridas. Me habría gustado levantarme antes, pero ayer dormí cinco horas para complacer a alguien. -Dijo guiñándome el ojo.

-Cierto -sonreí-. Oye, ¿qué lees? -bajé de la cama de un salto y me puse a su lado. Las páginas me resultaban familiares.

-La Chica y el Lobo. Gran obra de alguien que conocí hace mucho. La escribió cuando era un crío, y ha triumfado.

-¡Yo también estoy leyendo ese libro! -me emocioné. Pedro me miró sonriente. Me hice una idea de qué quería decir esa alegría fingida. -Tranquilo, no te haré ningún spoiler.

-Me encanta cuando nos entendemos. -Esta vez sí que sonrió de forma natural. -¿Por qué página vas tú?

-Por la ciento ochenta y cuatro. -Reí por lo bajo cuando vi que él iba por la cuarenta y dos.

-Qué graciosa.

-Como siempre.

-Ya. Bueno, ya va siendo hora de comer. ¿Qué te apetece? -Me sorprendió que él fuese a hacer a comida, aunque después pensé que era lógico. Había estado viviendo solo todo este tiempo.

-Pues no sé. ¿Qué ingredientes tienes?

-Bistec, pollo, aguacate, tomate, lechuga, pimientos, cebolla, rábanos, espaguetis, macarrones, diez tipos de queso, arroz... Tengo de casi todo.

-¡Tienes diez tipos de queso! -dije embobada- Sácalos todos, vamos a hacer una degustación.

-Te va el queso, ¿eh? -sonrió. Y sí, me encantaba- Perfecto. Podemos hacer una tabla con todos los quesos y después de degustarlos por separado: probarlos junto a un bistec con arroz y salsa. ¿Qué opinas?

-Que de pensarlo se me hace la boca agua. Tengo un hambre que me muero, no como desde ayer al medio día, y ni si quiera me terminé aquel pollo. ¡Vamos! -dije con un entusiasmo que me superaba.

Pensaba que sabría apañármelas en la cocina, pero no. Pedro lo hacía todo de una manera especial. A su manera. Decía que a todo le ponía un toque de personalidad para que al probarlo uno sepa que lo ha hecho él. Yo empecé a dudar en cuanto le puso un fruto verde que yo desconocía a la ensalada que hicimos.

-Esto se llama aguacate -Dijo mientras le sacaba la piel-. Es un fruto del caribe, con un sabor exótico y distinto a todo lo que habrás probado. Está riquísimo si se acompaña con la carne. Aunque yo siempre lo pongo en la ensalada.

No tube más remedio que confiar en sus habilidades culinarias.

-Interesante. Muy curioso cómo te manejas en la cocina.

-Todo lo que hago es curioso. -sonrió.

Llegó la hora de sentarse a comer mientras el arroz se cocía. Lo primero era probar los diez tipos de queso servidos en una tabla de madera circular, y con una pera troceada a un lado.

-Cada vez que probemos un queso, comamos un trozo de pera. Así se nos quita el sabor de la muestra anterior.

-Okey. -se notaba que era un profesional.

Empezamos por el queso de cabra -mi favorito-, luego pasamos al camembert, cheddar, queso azul, tibia, brie, y los siguientes no tenía ni idea de cuales eran, pero estaban de muerte.

-Escríbeme el nombre de estas  delicias por mensaje. Esto está divino. -Dije con la boca llena.

-De acuerdo, pero haz el favor de no hablar mientras comes. Da tremendo ascazo. -Respondió  haciendo una mueca de asco mientras reía.

-Lo que tú digas. -Reí. Esta vez me tapé la boca para hablar.

Llegó la hora de pasar al bistec con arroz y salsa acompañados de la ensalada. El plato principal estaba buenísimo, pero miré el aguacate como si fuese un desafío. Pero quise probarla. Pinché con el tenedor un trozo comprobando que no era duro, y lo me lo comí.

Estaba bueno. Y mucho. Advertí que Pedro me observaba.

-Sabía que te gustaría -sonrió-. Come cuanto quieras sin compasión. Si nos quedamos con  hambre ya cocinaremos otra cosa.

-Si insistes... -acepté, y empecé a zampar con una boracidad superior a como lo hacía normalmente. Pensé que me quedaría con hambre, pero quedé exhausta.

-No puedo más... estaba todo riquísimo.

-Normal. Has comido como si fuse la última vez que ibas a degustar un plato. -bromeó.

Juntos fregamos los platos y los pusimos en su lugar, y guardamos el resto de las cosas. Pero a la hora volvía a tener hambre.

-¿Enserio? Si ni siquiera es la hora de merendar.

-Ya, pero... me rugen las tripas. -Me avergoncé. No quería comer tanto en una casa que no era mía, pero el estómago me lo pedía a gritos.

-En fin, qué se le va a hacer... -dijo, irremediable- ¿tienes hambre suficiente como para comerte una pizza tú sola?

-¡Sí! -grité.

-Bien. Pues te enseñaré a hacer una pizza al estilo Pietro el cochinero. -dijo con acento italiano y moviendo los brazos como si bailase flamenco.

-Oh, mesié. Estoy hambrienta. -Dije, y me uní a él para bailar en un ritmo imaginario.

-Eso es francés, no italiano. -dijo burlón.

-¿Y qué más da? ¡Tengo hambre!

Fuimos bailando hasta la cocina, y me fijé en que bailaba bien.

-Eh, sabes bailar. -Me sorprendí.

-Fingía bailar con alguien mientras veía tutoriales para bailar en internet. Odiaba a todo el mundo, pero me sentía solo, ¿vale?

-¿En serio? ¿Tutoriales para bailar? ¿Qué clase de persona hace eso? -reí.

-Los que no se pueden permitir ir a clases. O los que no van por pereza.

-No, no lo hacen.

-Bueno, pues lo hago yo. Cállate de una vez.

Nos echamos a reír, hizo que diese una vuelta sobre mí misma y nos pusimos a sacar los ingredientes dinámicamente.

-Saca sólo los boles, pero la pizza la haré yo. Un buen cocinero nunca rebela los ingredientes cuando un plato es suyo. Sólo necesito que hagas la masa de espaldas a mí para que no mires. -se chuleó.

-Tushé.

-¡Eso sigue siendo francés! -gritó.

-¡Que me da igual! -respondí.

A pesar de que a veces nos hablábamos con odio, nos partíamos de risa. Me lo pasaba genial con él.

Preparé la masa con los ingredientes adecuados, y cuando ya estaba formada empecé a mullirla con las manos para que dejase de ser como una piedra. Entonces Pedro me detuvo.

-No, no, no -dijo moviendo el dedo -. Sabía que harías esto mal.

-Bueno, señor chef perfecto, enséñeme usted cómo hacerlo entonces. -refunfuñé.

-Será un honor -sonrió con malicia-. Mira: tienes que encontrar la parte más blanda -dijo volteando la masa en busca de ese punto- y luego encontrar un ritmo. Es como tocar el saxofón. Mira.

Pedro empezó a rebolcar rítmicamente la masa.

-Prueba. -Dijo, tendiéndome el lugar. Empecé a hacerlo, pero me sentí perdida. Entonces me rodearon unas manos que me guiaban. -Sígueme.

Pedro estaba detrás de mí, y sus manos sorprendentemente suaves se posaron sobre las mías, siendo uno solo. Entonces empecé a pillarlo poco a poco, y al cabo de un rato Pedro me dejó hacerlo sola.

-Lo tienes. -dijo satisfecho. Me sentía realizada como persona.

-Gracias. -le sonreí. Y él me guiñó el ojo mientras me levantaba el pulgar.

Luego hice caso de su petición, así que fui al cuarto de Pedro a escuchar música en lo que se hacía la pizza. Al cabo del rato llegaba el delicioso olor hasta la habitación.

Ahogué la tentación de husmear en busca de cosas salsentes. Anoche no lo dijo mientras me vio observando sus cosas, pero era obvio que odiaba que invadiesen su privacidad. Aunque tuve que luchar contra mis ganas de buscar y encontrar algo que sorprendiese.

La espera se me hizo eterna, hasta que le escuché llamarme desde la cocina.

-¡Aya! ¡La pizza está lista!

Salí disparada hacia la mesa. Si alguien me hubiese grabado mientras corría fingiendo ser Naruto y ponía la canción de Dejà bu o el sonido de un ferrari de fondo habría tenido mucha gracia.

-Dámelo todo, papu. -dije al sentarme, preparada para deborar.

Pedro me sirvió la comida con un gesto elegante, y el olor me invadió la mente. No pude esperar más. Corté la pizza rápidamente y empecé a engullir. Pero no podía ir tan rápido como quería. El sabor me lo impedía.

Sólo con el primer bocado mi boca se llenó de gloria. Era como darle un beso a una isla tropical. Por mucho que lo intentase, no podía deducir los ingredientes.

-¿Qué tal?

-La mejor pizza de la historia -me tapé la boca para hablar -. Sin duda. Del uno al cinco, te doy un cinco mil.

-Me alegro de que le guste, madam.

-¡Eso es francés! -salté.

-Bah, ¿qué más da? -repitió mi frase.

Reí mientras comía. No podía parar. Estaba demasiado bueno, y en varias ocasiones me atraganté. Me acabé el plato en menos de cinco minutos.

-¡Diablos, señorita! -dijo Pedro interpretando la escena de una película de risa.

-Entendí la referencia. -dije, sintiéndome gorda en la silla.

-Te doy media hora para descansar. A lo tonto ya son las cuatro, y tienes que ir a tu casa a hacer lo que acordamos. Yo tengo que hacer algo. Irás conmigo y luego te acompañaré a tu casa.

-A sus órdenes, mi sargento -Dije haciendo un saludo militar. Pedro sonrió -. Lo de los abusones de ayer se ha convertido en un meme.

-Y que lo digas, mi reina. ¿O debería decir My Lady? -sonrió con malicia.

-¿Sabes qué? Creo que prefiero My Lady -Pedro arqueó la ceja. "Chica madura", estaría pensando-. Además lo de "mi reina" ya está muy cogido.

-Eso es cierto. Mis disculpas. Aunque os seguiré tratando como si fuéseis de la realeza. Me hace gracia.

-Oh sí, cuánta gracia. -repuse con sarcasmo.

Después volvimos a lavar y recoger los utensilios de cocina, y estuvimos en la sala de estar la cual vi por primera vez y me pareció preciosa.

Era muy amplia, y contaba con un cuadro del espacio enorme situado encima del sofá de un color marrón. Las paredes eran blancas y los muebles de una tonalidad que simulaban ser de madera. En frente había una mesilla, y cinco pasos más allá se encontraba una enorme televisión, y a la izquierda una gran mesa para hacer las típicas cenas familiares que Pedro ya nunca haría. Al no ser que se casara conmigo y tengásemos hijos.

Me pregunté cómo habría llegado esa posibilidad a mi cabeza, y la deseché rápidamente.

En esa parte de la casa estuvimos viendo algunas series de televisión y hablando de mientras.

Cuando se hizo la hora salimos de casa, Pedro puso la alarma antirrobos y partimos.

-Oye, ¿adónde vamos?

-A ver a una vieja compañera. Puede que de un poco de miedo, pero es amigable dentro de todo lo que cabe. Si no te dejas intimidar, no pasará nada. Le gusta hacer bromas pesadas.

Caí en que dijo la palabra "compañera" evitando decir "amiga". Sentí intriga por conocer aquella persona.

Estuvimos andando una media hora, hasta llegar al puerto. Allí esperamos al lado de un gran crucero. ¿Esa persona llegaría en barco?

A los dos minutos de espera, acudió una lancha motora negra, y en ella iba una chica más o menos de nuestra edad que vestía una cazadora negra a conjunto con unos pantalones que contaban con cadenas, y un sombrero parecido al de los bandidos del oeste, de cuero negro. El logo de la cazadora era una rosa y una pistola haciendo una cruz donde debía estar el corazón. Me encantaba aquel atuendo. Cuando la chica bajó de un salto de la embarcación, observé que tenía una cicatriz que le debió dañar el ojo, y un parche para cubrirlo.

-Vaya, vaya -dijo la chica-. De pequeño un ladrón y de mayorcito un héroe. Te he visto en las notícias -entonces me miró-. Y esta debe ser la princesita a la que rescataste. Qué monos sois. -me quiso acariciar la cara, y yo le aparté la mano de un manotazo.

En cierto modo su actitud burlona me recordó a Pedro. Pero no se parecían en nada respecto a estilo. Pedro era un defensor, y esa chica una atacante. Como en los videojuegos.

-Sabes perfectamente cuales son mis ideales. Y sabes que de pequeño fui contra la justicia para de mayor ser quien la haga valer. Y ella no es una princesita. Se puede valer por sí misma. Además ella también me salvó la vida a mí ese día.

"Sí, pero tú a mí dos veces", pensé. La chica me miró poniéndome a prueba.

-Seguro que yo podría ganarle en un cuerpo a cuerpo. -me analizó de arriba a abajo.

Entonces recordé lo que Pedro me había dicho. "No te dejes intimidar", así que opté por hacerme la dura. Más que ella.

-¿Queres comprobarlo? -La desafié.

-Hm. Vaya, retiro lo dicho -no. No se parecía en nada a Pedro-. ¿Cómo te llamas, muñeca?

-Aya. Y no me llames muñeca.

-Aya. Vaya nombre más pijo -se burló-. Yo me llamo Iris. Bonito nombre , ¿eh? -se chuleó.

Acababa de decidir que esa chica me caía mal.

-Déjate de mierdas y vamos a por lo que has venido -intervino Pedro. Y menos mal-. ¿Tienes lo que necesito?

-¿Crees que habría venido con las manos vacías, idiota? -replicó Iris con desprecio.

Se metió en su lancha motora, y lanzó a Pedro una caja queriendo darle en la cara, pero él la cogió al vuelo. De ella sacó un chaleco antibalas y Pedro se lo puso de inmediato.

Entonces sumé dos más dos. Esa era la traficante de drogas que le proporcionaba a Pedro todo lo que necesitó en un pasado. Por eso ella sabía que de pequeño él había sido un ladrón.

-Me habría gustado estafarte algo de pasta -admitió Iris-, pero el jefe dice que es cortesía de la casa. Y sabes que sigo sus órdenes al pie de la letra.

-Almenos eres sincera. -dijo Pedro, asqueado-. Bien, pues hasta nunca.

Pedro echó a caminar de vuelta, y yo le seguí.

-El caso es que te tengo que proteger.

Pedro se echó a reír a carcajadas exageradamente.

-No me hagas reír. Yo he sido siempre el que te protegía y me jugaba el cuello por tí. A mi lado, sólo serías un estorbo. -sentí como si esas palabras también fuesen hacia mí.

-Tú lo has dicho: antes. He madurado, tío. Igual que mis habilidades. Soy la mejor respecto a trucos sucios y espe...

-No necesito tus asquerosos trucos sucios -la interrumpió-. Lárgate ya.

-No puedo irme, ni tú puedes huir. La policía recuerda tu cara, Pedro. Y ahora que has salido por las noticias, saben dónde estás -Pedro adoptó una mueca de ira-. De echo me sorpende que no te hayan asaltado... aún.

Iris miró detrás de nosotros haciendo que se notara que veía algo más allá.

-Aya, al suelo. -Dijo Pedro, sin girarse.

-¿Qué...?

-¡Al suelo!

Pedro me placó contra el suelo protegiéndome con su cuerpo y justo después empezó un tiroteo.

Iris sacó de sus pantalones tres pistolas, las levantó con el pie cogiéndolas al aire, le tiró una a Pedro y empezó a contraatacar contra los que disparaban desde su lancha.

-¡Subid, rápido!

No dejamos que nos lo dijeran dos veces. Yo iba delante y Pedro iba detrás cubriéndome. Al meter un pie dentro de la barca me caí por el impulso del motor. Lo habían retocado para que fuese más rápido.

Desde el suelo de la lancha me tendieron un chaleco antibalas y me lo puse sin pensármelo. Advertí que Pedro había cogido el control de la embarcación mientras Iris se encargaba de la defensiva.

-Hay trajes de submarinismo en las cajas de detrás. Ya. -Ordenó la chica.

Y efectivamente, habían, así que nos lo pusimos con el chaleco por encima y cuando perdimos de vista a los tiradores, nos preparamos para zambullimos en el agua.

Pero el último policía que nos tuvo a tiro nos lanzó algo.

-¡Granada! -Gritó Iris, y nos tiramos los tres al agua a toda prisa. Advertí que ella llevaba una mochila.

Ellos dos se dirigieron al mismo sitio, así que me limité a seguirles. Era la primera vez que usaba una bomba de oxígeno para respirar y al principio me ahogaba un poco, pero me fui acostumbrando. Estuvimos nadando como tres minutos hasta que en un momento dado dejó de haber superfície sobre nosotros. Estábamos bajo tierra. Empezaba a pensar en que tendría que haber gastado menos aire de la bomba.

Pasamos a estar en una cueva, y cuando empecé a estresarme, llegamos a una una parte en la que tuvimos que nadar hacia arriba, y fuimos a parar... a la cocina de un restaurante.

Al salir, Iris sacó ropa de su mochila negra, la cual al parecer era impermeable, y todos nos cambiamos. Supuse que Pedro le había dicho que yo iba a venir, porque también trajo ropa para mí. Incluso contamos con accesorios como gafas de sol y gorras para pasar inadvertidos.

-¡Pietro! -dijo un cocinero con acento italiano cuando nos vio- ¡cuánta alegría volver a verte, viejo amigo!

-Hola, Marco. -Pedro esbozó una sonrisa. Parecía que a él si que le alegró verle.

El cocinero tenía un aspecto desgastado, flaco, con voz no acostumbrada todavía al castellano, con el pelo alborotado combinado con el típico bigote italiano acabado en punta y con barba afeitada.

-Hola, papá. -Dijo Iris. ¿Era su padre? No se parecían en nada.

Ella tenía el pelo rubio, un poco más oscuro que el mío, rapado por un lado y que se dejaba caer por el otro, con unos ojos que de depende de la iluminación eran azules, verdes o grises -por esa razón me pregunté si llevaba lentillas-, con nariz redonda y con unos labios de mi tonalidad de rosa, aunque los suyos eran mas anchos -y se notaba que llevaba algo de pintalabios-.

-¡Iris, hija mía! ¿Qué tal estás? -ese hombre llevaba la alegría en el cuerpo.

-Bien.

-Marco fue mi mentor de cocina cuando era un crío -explicó Pedro-. Era aquí donde trabajaba para ganarme el dinero.

-Y era el mejor chef di todo el mondo -Marco le alborotó el pelo a Pedro. Me di cuenta de que su pelo siempre estaba hecho un caos, pero quedaba bien. Pegaba con su estilo-. Supongo que habéis venido porque os han sorprendido las autoridades.

-Lo sabes bien. -asintió Iris.

-Antes de continuar, ¿quién es esta muchacha tan hermosa de aquí? -dijo mirándome- Quién lo iba a decir. El pequeño Pietro echándose novia. -Rió.

-Gracias por el cumplido, señor, pero no soy su nov...

-¡Por favor, llámame Marco! -no me dejó terminar. Me sentí incómoda. Pero en ese momento me di cuenta de que sólo me ruborizaba con las palabras de Pedro. Y como siempre, él me salvó de ese momento incómodo.

-Marco, sólo es una amiga. La única que tengo -dijo mirando con odio a Iris. Esta desvió la mirada como si no le soportara-. Ahora, si nos disculpas, tenemos que irnos.

-Por supuesto. Cuidáos.

-Igualmente. -dijimos Pedro y yo al unísono. Nos miramos y sonreímos. Iris se quedó atrás dándole un beso a su padre, y fue con nosotros.

-Muy bien, ya nos has protegido. Ahora vete. -dijo Pedro sin dirigirle la mirada, como si Iris fuese un auténtico estorbo. En ese momento supe que habían cosas que no sabía y que quería saber.

-Sabes perfectamente que la policía volverá. Y te pillará. Y te pondrá entre rejas. A tí y a tu querida y única amiga.

-Para entonces ya tendré planes. Les haré creer que mi casa no es mía, y cuando dejen de sospechar volveré a habitarla. -Iris se puso en frente suyo, cortándole el paso.

-¿Y para entonces qué, eh? ¿Dónde vivirás en el tiempo en el que la pasma esté registrando hasta el último rincón de tu casa? ¿Dónde esconderás tus putos seis cientos millones de euros? ¿Cómo encontrarás un sitio digno para que tu amiguita duerma? Porque sé que en todo este tiempo habrás hallado respuestas a esas preguntas, pero el factor inesperado es ella. Tu querida y única amiguita. La chiquilla que te joderá la vida. No puedes cuidar de su culo y del tuyo a la vez, Pedro, y lo sabes. Y aunque lo hagas, viviréis huyendo. ¿Es eso lo que quieres para ella? ¡Abre los ojos, pedazo de memo!

Pedro miraba al suelo, frustrado, apretando los puños. Supe que en ese momento él tenía ganas de asestarle un puñetazo para no volver a verle la cara, o almenos no como era ahora. Aunque le retenía saber que sólo tenía ganas de pelear contra ella porque sabía que Iris tenía razón.

Y Pedro sabe que al ser humano le jode que le escupan la verdad a la cara. Por eso guardaba las formas.

-Me da rabia admitirlo, pero tienes razón. Aya, lo siento, pero tendrás que seguir viviendo en tu casa y no volveremos a vernos jamás. Ambos viviremos nuestra propia pesadilla. Fin de la conversación.

-¿Qué? -dijimos Iris y yo a la vez.

-¡Fin de la conversación! -Gritó Pedro.

-Sabía que eras idiota, pero no que lo fueses tanto. Escucha, yo puedo ofrecerte un apartamento, gente que te proteja a través de las cámaras de seguridad y comida. Y todo eso gratis, y lo sabes. ¿Qué más quieres?

-Lo que quiero es apartarme de tí. -Le dijo Pedro mirándole con un odio que nunca antes había manifestado.

-¿Qué quieres, que te pida perdón? -dijo Iris, molesta- ¡Está bien, lo siento! Fui una imbécil, pero vamos tío, tenía seis años. ¿Qué iba a saber yo?

-¡Sabías de la inocencia que tenía en esos momentos y te aprovechaste de ello! Además seguiste puteándome hasta los ocho años, cuando por fin me aparté del mundo sin dejar rastro. Basta, Iris. Que me busque la policía es culpa tuya.

Iris estaba casi llorando. En ese instante tuve el impulso de defenderla, pero sabía que Pedro tendría sus motivos. De lo contrario no la trataría así.

-Si cambias de opinión... estoy dispuesta a ayudar. -dijo ella, y se fue corriendo.

La expresión de Pedro se ablandeció tan rápido como ella se dio la vuelta. En el fondo a él también le destrozaba.

Seguimos nuestro camino, pero al pasar por un parque vacío le cogí del brazo y me senté con él en un banco.

-¿Para qué me has traído aquí?

-Quiero saber qué pasó con esa chica. -Un "no" asomó en sus labios, pero después cedió con un suspiro.

-Cuando me escapé de casa... Iris y su padre me acogieron. Simplemente me encontraron y me dijeron que preparase algo de comida, y después de que lo probasen me dieron trabajo, me proporcionaron un DNI falso que legalizaba el trabajo, y ese mismo día me dieron hogar, comida, y lo que siempre he deseado: una família. Eran las únicas personas a las que no odiaba. Pensaba que había conseguido todo lo que pude querer jamás, pero se me olvidó una cosa: eran delincuentes. Marco, a pesar de ser traficante, siempre fue noble y sincero conmigo. Fue mi ejemplo a seguir cuando era pequeño. Pero respecto a Iris...

Le costaba hablar. Pensé que estaba a punto de llorar. Cuando  pensé en decirle que lo dejásemos si no se sentía de humor, él continuó.

-Cometí un fallo. Confié en ella demasiado rápido. Las personas son malas, Aya. Unas esperan a que no desconfíes de ellos para apuñalarte. Y eso fue lo que hizo mi amada -Abrí los ojos como platos-. Me enamoré de ella. Perdidamente. Y después de tres meses de haberla conocido, cuando habría puesto la mano en el fuego por ella, me apuñaló. En el corazón y sin compasión. Y cómo dolió. Me dijo que para ella y para su padre, yo era una carga. Un peso muerto con el que sobrevivir. Y se aprovechó de lo mal que me sentía en ese momento. Me dijo que había un diamante. Si conseguía robarlo yo solo, podría pagarme una casa, comida y estudios y me sobraría dinero para no trabajar en mi vida.

"Pero si no vas a trabajar, ¿de qué te sirve estudiar?", pensé. Pero eran pequeños y no habrían caído en eso.

-Me facilitó un mapa del museo en el que se encntraba el diamante más grande de la nación. Porque de pequeño era tan inocente como inteligente. E ideé un plan. Yo solo. Un plan brillante de entrada, operaciones y escape. Con seis variantes del plan por si cualquier cosa iba mal. Incluso me sorprendí a mí mismo. Salí en todo medio de comunicación: periódicos, radio, televisión... mi nombre resonó en los siete mares. Lo único que no tuve en cuenta era lo más obvio del mundo: las cámaras. Y comenzó una búsqueda por mi cabeza que durará probablemente hasta sl fin de mis días.

-Ahora entiendo tu odio especial hacia ella.

-Sí, ¿verdad? -sonrió amargamente- después descubrí la farsa. Averigüé que Marco me quería como si fuese su hijo, y que Iris se había quedado con la mitad del dinero. Pero lo descubrí después de tener ya la casa y todo lo acordado. ¿Cómo no me pillaron? Ni idea. Pero desde entonces odiaba a Iris como nunca he odiado a nadie. Porque las demás cosas las perdí yo solito, pero en este caso fue ella la que me arrebató lo más querido por la humanidad: la libertad. Y nunca más quise volver a verla. Y mi odio por el mundo aumentó. Caí en depresión, pero a los tres días la ira me sirvió como soporte para levantarme y seguir adelante. Aunque Iris siguió buscándome hasta que tuve ocho años y conseguir mudarme a aquí sin que nadie se enterase. Y conseguí más o menos tener una vida normal.

-Joder... depresión con seis años...

-Sí. Solo, en este mundo lleno de obejas que en su interior son lobos, tuve que madurar rápidamente. Jamás volví a ser el mismo.

-Unos añoran su infancia porque no se preocupaban por tener novia, otros porque tenían a sus padres ya difuntos y otros, como es mi caso, porque simplemente me reía de todo y era feliz con cualquier cosa. -relaté.

-Coincido. -dijo Pedro.

Instintivamente, me apoyé en su hombro, y él se apoyó en mi cabeza mientras observábamos el primer atardecer que marcaba el invierno. Anochecía rápido en esta época del año.

Pensé en aconsejarle, pero sabía que cualquier idea que tuviese la estaría analizando én el ese momento, así que opté por dejarle pensar.

Estuvimos observando el cielo anaranjado hasta que el sol casi se puso por completo.

-Al contarte esto -empezó a decir Pedro, despacio-, me he dado cuenta de que al huir de Iris sólo he estado huyendo de mí mismo. Y creo que merece lo que yo siempre quise. Una segunda oportunidad.

Le miré con una profunda admiración. Era una reflexión madura y digna de alguien respetable. Ése era Pedro.

-Ha pasado mucho tiempo, y las cosas han cambiado. Tal vez ella ha cambiado también. -deducí.

-Sí.

Hubo un breve silencio.

-De nuevo, gracias por estar ahí para mí. -dijo mirando al más allá.

-No me des las gracias por estar a tu lado. Porque es algo que a mí me encanta.

Pedro me cogió de la mano en ese momento, y me sonrojé. Correspondí a su acto, y me acomodé más en su hombro.

Tres minutos después, nos pusimos en marcha hacia el restaurante de Marco, e Iris estaba en la cocina. Al vernos se puso en pie rápidamente.

-Oye -Pedro habló primero-, lo he estado pensando y yo... creo que también he sido bastante submormal, y que te debo una disculpa. Te he tratado como el culo, y no debí hacerlo. Lo siento.

De los ojos de Iris empezaron a brotar lágrimas, y se lanzó a abrazar a Pedro.

-He sido una tonta. De verdad que lo siento. Te he echado muchísimo de menos, y al verte no supe cómo reaccionar. Sólo me hice la dura, como siempre, y yo... yo... -dijo ella a lágrima viva.

-Ya, ya. Está olvidado. Anda, enséñanos el piso de ese apartamento, ¿sí? -sonrió Pedro.

-Vale. -respondió ella calmándose.

Qué escena más conmovedora.

-Pero escúchame bien -dijo Pedro con su sonrisa irónica y malévola-. Intenta algo que se salga de lugar, y te abro en canal. -Sí, volvía a ser el de siempre.

-Lo que digas. -rió Iris.

-Aya, siento que por mi culpa no hayamos podido ir a tu casa. Mañana te acompaño sin falta, ¿vale?

-No te preocupes. -sonreí.

Pero lo que jamás habría pensado era que un día sería demasiado tarde. La policía ya tenía mis fotos, mi rostro, mi nombre... y mi dirección. El show sólo acababa de comenzar. Pero ¿quién iba a pensar en ello cuando se suponía que estábamos a salvo?

Y aquel fallo fue el primer jaque que marcaría el inicio de otra partida. Esta, sin duda, sería más difícil, porque lucharíamos contra los finalistas del torneo de ajedrez:

La policía.

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