Espalda contra espalda

Cada uno fue por un lado. Mientras corría a toda velocidad por los pasillos, tenía un mal presentimiento. No supe por qué, pero sabía que algo iba mal. Estuve cuestionándome eso mientras inspeccioné toda la primera planta. No encontré nada sospechoso. Entonces empecé a pensar dónde podían estar los otros dos terroristas que faltaban. Me hice una idea, y llamé a Pedro.

-Aya, ¿qué hay?

-Si uno de los chicos con bombas estaba en uno de los pilares del colegio, es posible que los otros dos también.

-Eso he pensado, pero no me sé este instituto de memoria, ¿sabes?

-Okey, iré contigo y te guiaré. ¿Dónde estás?

-Pues... justo te acabo de ver pasando desde el final del pasillo.

Miré a ambos lados de donde me encontraba, y ahí estaba él con el móvil. Casualidades de la vida.

Fui a su encuentro y le dije que me siguiera. Fuimos a la planta baja, donde también se encontraba el comedor. Recorríamos el patio cuando escuchamos unos pitidos. Nos miramos mutuamente. Procedía de los lababos.

-Quédate aquí. -Me dijo Pedro.

Entró como una flecha al baño, pero sus pisadas no sonaban. Sí, era como un ninja. Cinco segundos después se escucharon golpes. Luego cesaron, y a los quince segundos -cuando empezaba a preocuparme- también se dejaron de escuchar los pitidos. Después Pedro salió triunfante del servicio.

-Enemigo y bomba neutralizados. -Informó. Iba a preguntar cómo narices había aprendido a desactivar explosivos, pero eso no importaba ahora.

-Bien, sólo falta uno. Vamos. -Me apresuré.

Pedro me cogió del brazo. Le miré pensando que me diría algo importante, pero se quedó callado mirando a la primera planta. Después dijo:

-¿No había ido una profesora a usar el sistema de megafonía?

Nos volvimos a mirar mutuamente. Nadie había hablado por los micrófonos que habían repartidos por todo el recinto. Ese era el mal presentimiento que tenía.

Guié a Pedro al despacho del director, corriendo como si nos fuese la vida en ello -que ciertamente nos iba-. Piqué a la puerta. La mayor tontería que podría haber hecho. Pedro derribó la puerta con un placaje cogiendo carrerilla. La puerta estaba cerrada, y al abrirla saltó el pestillo. Iba a entrar, pero Pedro me puso la mano en los ojos y me echó a un lado rápidamente.

-No mires.

-¿Por qué? ¿Qué pasa? -Me alarmé.

-La profesora que iba a usar los micrófonos. Está muerta. Tiene un cuchillo clavado en el cuello.

-Oh Dios mío. -Era mi profesora favorita. Era muy buena conmigo. Pero no podía sentir pena en un momento así.

Pedro iba a entrar, pero yo se lo impedí. Le quité su mano de mis ojos.

-Espera.

-¿Por qué? -Le puse un dedo en la boca para que callase. -Entré yo cuidadosamente, y abrí la puerta de golpe. Chocó con algo y no se pudo abrir del todo. Entonces Pedro comprendió. La puerta había sido cerrada desde dentro, y como la profesora tenía aún las llaves en la mano, el asesino debería seguir dentro del despacho.

-Hola -dijo con un tono malévolo, y movió un poco la puerta para descubrir a aquel rostro que se ocultaba-, Lucas.

Y sin darle tiempo si quiera a hablar, le dio un puñetazo en la frente y le dejó inconsciente. Después Pedro le cacheó en busca de armas. Encontró una pistola. La cogió usando su camiseta pada no dejar huellas y la metió en un cajón de la mesa del director.

-Ahora que lo pienso, ¿no se nos ha ocurrido llamar a la policía? -Pensé.

-Fue de las primeras cosas que hice. Pero las autoridades no nos ayudarán. Tardarán veinte minutos más en venir. Tenemos que hacerlo todo nosotros.

-Joder -suspuré. Y caí en algo importante. -Oye ¿Lucas no tenía otra bomba?

-Eso estaba pensando. Hemos capturado a los otros dos que le ayudaban, así que debe haber un cuarto ayudante. -Me miró. -El que estaba en la puerta del comedor.

-Es cierto.

-Pero tenemos un problema. -Dijo pensativo.

-¿Cuál?

-El que nos queda tendrá la bomba, pero tuvo que haberse encontrado con Lucas para que él se la diera. El comedor está muy alejado del despacho en el que estamos -se agachó y tomó una muestra de sangre del cadáver con el dedo -. Y esta sangre es muy reciente. No les habría dado tiempo de venir e irse tan rápido. Y menos si estás peleándote con una profesora que es más fuerte que tú. De echo, creo que Lucas no la mató. Ni tampoco el que estaba en el comedor.

-¿Crees que hay un quinto terrorista?

-No lo creo; lo afirmo. Es Albert. De lo contrario, no habrían sabido que la profesora iba a venir aquí. Y Albert fue el único que escuchó muestra conversación.

-Pero también es un poco obvio que íbamos a usar los micrófonos, ¿no?

-¿Tú crees que esos cabeza de chorlito habrían pensado en eso con tres bombas en la mano y con la presión de que no les pillen?

En eso tenía razón. Con los nervios no habrían podido pensar con claridad. Ya estaban acostumbrados a no pensar de por sí...

-La bomba estará en el comedor -deducí -. Tal vez en la cocina. Es donde está todo el mundo, y donde pueden hacer más daño.

-Y estarás en lo cierto -asintió Pedro -. Pues no tenemos tiempo que perder. Tú quédate usando el sistema de megafonía. Yo iré a neutralizar la bomba.

Pedro se fue, y yo me quedé dando el anuncio.

Pero no caímos en que si usaba ese sistema, los terroristas sabrían dónde yo estaba.

Corría a una velocidad vertiginosa. En ese momento me sentí orgulloso de las horas dedicadas a incrementar mi velocidad punta en el gimnasio. Iba concentrado en en camino, alerta ante cualquier cosa que se saliese de la norma. Si Albert era un aliado del ejército de idiotas con patas, no me sorprendería que hubiesen puesto trampas por el pasillo, o que hubiese alguien esperando que yo pasase por allí. Pero por suerte no había nada.

A medio camino sonó el aviso de Aya hablando por el micrófono, diciendo que evacuasen cuanto antes debido a un ataque terrorista. Y cómo no, cundió el caos. Me adentré en el montón de personas que salían disparadas del comedor, gritando.

Llegué allí y me di un paseo por las mesas. Todo correcto. La gente me miraba sin saber qué narices estaba haciendo. No me despisté con ellos. Como no encontré nada raro, entré en la cocina. Y allí si que se lió parda.

Nada más entrar -esta vez no lo hice con precaución- me encontré con todo los cocineros atados e inconscientes en el suelo. Me acordé de que antes Lucas estaba detrás de la puerta, y me di la vuelta justo a tiempo para bloquear una puñalada hacia mi corazón. Era el chaval que estaba en el comedor cuando iniciamos la búsqueda.

Con movimientos rápidos le cogí de la muñeca, le di una patada ahí abajo y le metí un cabezazo en la nariz. Cuando cayó al suelo fui a por una sartén y le di con ella en la cabeza. Otro enemigo que dejaba de ser una amenaza. Pero ni rastro de la última bomba. Hasta que apareció delante de mis narices con una grata sorpresa.

Albert me arrastró hasta estar delante de Pedro. Me apuntaba con una pistola en la cabeza, y con el otro brazo me tenía cogida del cuello. Aquella escena era tan típica de los cobardes de las películas que me dio angustia de la rabia. Pedro levantó las manos lentamente. Pero seguro que por dentro estaba ya pensando en un plan.

-Me imaginaba que no estaríamos en el mismo bando. -Dijo Pedro. Intentaba ganar tiempo con un diálogo. Ya no fingía ser alguien que no era para ganar ventaja inicial, como había hecho en otros casos.

-Suelta esa sartén. -Dijo Albert. No estaba para negociar. Pedro dejó caer la sartén encima del chico que acababa de derribar. Sonó un ruido metálico que me hizo mucha risa.

-Ups. -Dijo, encojiéndose de hombros.

-Te crees muy gracioso, ¿eh? -Albert estaba enfadado.

-Pues bastants, sí. -Respondió.

Entonces caí en que la estrategia de Pedro consistía en hacer que alguien sienta ira o se sienta superior, para después bajarle los humos a ostias. No dudaba en que tenía un plan. Pero me pregunté como se lo iba a montar para salir airoso.

-¿Tienes los cojones de hacerte el chulo conmigo cuando estoy a punto de disparar a tu única amiga?

-De eso quería hablar contigo. -Pedro estaba tan tranquilo como siempre. ¿Cómo lo consegía? -Déjala en paz. Mátame a mí.

Se me heló la sangre.

-¿Cómo dices? -Hasta Albert se extrañó.

-Yo soy mucho más fuerte que ella. Si la matas, yo te mataré a tí. Pero si me matas a mí y la dejas libre, tú ganas. Al fin y al cabo todo esto va a explotar, ¿no? Digo yo que sería la buena estrategia.

-Hay truco. Mientes. -Respondió el profesor.

-¿Y qué truco puede haber? Te lo digo porque yo ya estoy jodido haga lo que haga. Quiero que almenos Aya sobreviva. Además, dejarla libre es tu única opción para ganar. Así que no pierdas el tiempo y meteme ya un tiro.

-Qué patético eres. Intentas ser un héroe pero en realidad eres mierda.

Albert no se lo pensó dos veces. Apuntó a Pedro y éste se protegió la cabeza con los brazos. Pero Albert no le disparó en la cabeza, sino en el estómago.

Y mi amigo salió despedido hacia atrás. Debía haber un truco. Pero comprendí que no lo había cuando empezó a brotar sangre de los lugares agujereados y de su boca.

-¡Pedro! -Grité a todo pulmón. Albert me empujó junto a él.

-Qué lástima que no te vaya a dejar vivir como tu amiguito quería. -Dijo mientras se acercaba, y ahora me apuntó a mí.

Bueno, tampoco tenía mucho que perder. Después de todo, tenía una vida de mierda. Sólo me arrepentía de no haberme revelado nunca ante mis padres, y de no haber tenido nunca novio.

Bajé la mirada. Escuché un ruido muy fuerte. Pero yo no estaba muerta. Cuando levanté la mirada, Albert estaba en el suelo. Pedro le había derribado con los pies. Después se levantó de un salto y le pisó la mano con la que Albert sostenía la pistola.

-¿Quién es el patético ahora, eh hijo de puta? -Dijo con su voz ultra grave.

Con el otro pie le dio un pisotón en el cuello, y salpicó sangre de su boca. A él no le había perdonado la vida. Pedro estaba demasiado rebosante de ira como para ello. Después de deshaogarse un poco, se contrajo de dolor.

-¡Pedro! -Grité, preocupada- ¿Estás bien?

-Bueno, tengo tres balas en el páncreas, pero estoy de puta madre. ¿A tí qué te parece? -Me habría hecho mucha gracia de no estar en esa situación.

-Tranquilo, voy a llamar a la ambulancia...

-No llegarán a tiempo. Yo te daré indicaciones.

-De acuerdo...

-Aya... eres mi última esperanza -sonrió-. Que conste que si muero en tus manos no cuenta como que he roto mi palabra, ¿eh?

Eso sí que hizo que me riera. Pero inmediatamente me puse a trabajar. Le quité despacio la camiseta, y vi que tenía un chaleco antibalas. Tenía demasiadas preguntas en ese instante, pero no era el momento adecuado para preguntar.

Lo bueno era que gracias al chaleco, las balas no estaban clabadas profundamente. Le estiré en el suelo y me puse a buscar algo que pudiese ayudar.

-Debes sacarlas con un cuchillo. -Dijo Pedro, dolorido. La idea me dio escalofríos. -Coge el cuchillo más fino que encuentres, lávalo y ponte a ello. -Tosió sangre.

Iba a contradecirle, pero comprendí que no había otra. Así que eso hice. Ahora venía la parte difícil. Lo bueno era que tenía un buen pulso. Lo malo, que me mareaba con la sangre. Pero era por Pedro. El chico que me había salvado la vida. Y ahora me tocaba salvar la suya.

Lentamente metí la punta del cuchillo en el agujero de la bala, y al hacerlo salió bastante sangre. La vista se me difuninó enseguida, pero no me iba a desmayar ahora. Así que la táctica fue hacerlo rápido. De una, metí el cuchillo, hice palanca y saqué la primera bala. Pedro gimió de dolor. Me leyó la mente y dijo:

-Estoy bien. No te preocupes por el sufrimiento y sigue. Rápido.

Y eso hice. La segunda bala también salió fácilmente, pero la última era más profunda. Con una mano abrí el agujero y con la otra saqué rápidamente la bala.

Y acto seguido me eché hacia atrás, chorreando de sudor en el suelo. Lo peor había pasado.

-La cinta adhesiva con la que até a los niñatos está en mi bolsillo. Sácalo y cubre las heridas.

Con esfuerzo, me levanté mareada. Saqué la cinta cuidadosamente, arranqué un pedazo y tuve que ayudar a Pedro a levantarse para poder enrollárselo en la cintura.

-¿Estás mejor?

-Ojalá las heridas empezaran a sanar tan rápido. Bueno, un poco mejor sí que estoy. Pero falta una bomba.

Pedro se soltó de mi brazo en el que se apoyaba y se dirigió hacia el cadáver de Albert. Le levantó la camisa y saltó a la vista la bomba. La tenía atada al cuerpo.

-Vete a casa. -Me dijo, y empezó a trabajar con dos destornilladores y unos alicates que sacó de su bolsillo.

-Ni de coña. -Me opuse.

-Aya, escucha. El cronómetro marca dos minutos para que explote. Lo más probable es que no la desactive a tiempo, pero debo intentarlo. La escuela entera aún debe estar evacuando, la poli ya habrá llegado y sus vidas dependen de mí. Así que no seas idiota y vete.

-No seas tú un idiota. Desactivaste las otras bombas en quince segundos. Esto no es un reto para tí.

-Sí que lo es. Las bombas de bolsa son más fáciles de desctivar que las que son para inmolarse. Hasta a un profesional le haría falta más tiempo. Aya, por favor...

-Igualmente, no me iré. Eres lo único que le ha dado a mi asquerosa vida un poco de gracia y sentido. Si te vas al cielo ahora, yo... -empecé a llorar.

Nunca me habí sentido así. Como si mi vida dependiese de alguien, cuando siempre había sido yo la que había luchado por mí misma. Entonces me acordé de un verso de la canción que Pedro me había enseñado. Y empecé a cantarla. En castellano la letra era de esta forma.

-Sólo unos pocos pueden cantar como leones porque cantamos hasta que nos hayamos ido, y nos tenemos unos a otros espalda contra espalda hasta que estemos de vuelta a donde pertenecemos.

Pedro me miró, y luego sonrió. Las palabras "nos tenemos espalda contra espalda" resonaban en mi mente, y seguramente en la suya también.

-Está bien. Pero con una condición. Cuando quede un segundo para que explote, me darás un beso en los labios. Sólo contacto. -Inmediatamente me puse roja como un tomate. -Y antes de que pienses o digas nada, sólo te lo he pedido porque nunca me han dado un beso. Y quiero saber qué se siente, aunque sea sólo en los labios.

-E-está bien... -Dije, y luego empecé a reírme a carcajadas. Pedro me lanzó una rápida mirada sonriente y siguió trabajando. -Bueno, ya me has visto sonrojada. Otro sueño que has cumplido.

-Sí. Puedo morir en paz. -Rió.

Ya quedaban trenta segundos para que explotase la bomba. Pedro estaba haciendo un trabajo perfecto. Rápido y meticuloso. Empezaba a pensar que lo conseguiría. Nuestras vidas dependían de ello.

Entonces le dije algo que debería haberle dicho hace horas.

-Gracias. -Susurré. No pude evitar sonrojarme aún más.

-¿Por qué?

-Por... todo. Me has ayudado cuando más lo necesitaba, has cumplido con tu palabra cuanto has podido, me has vuelto a enseñar el placer de la música y has arriesgado tu vida por la mía. Siempre me has sacado una sonrisa con tu sarcasmo combinado con odio, y hace sólo dos días que nos conocemos tío. Dos putos días, y han sido los mejores de toda mi puta vida. Y en cambio, yo no he hecho nada por tí... no te he dado nada a cambio de tanto. Y me siento una mierda.

Pedro rió por lo bajo. Noté que él también se había sonrojado, pero a penas se notaba en su piel morena.

-Sinceramente, me has dado todo lo que podía desear. Te he visto reír, te he visto llorar... bueno, más bien te he escuchado por teléfono -me sacó la sonrisa -. Y te he visto sonrojada. Y si ahora morimos, me darás un beso. ¿Qué más puedo pedir?

-Podrías pedir que dejaras de ser virgen. -Me burlé. Pero él se lo tomó bien.

-Podría, pero solo por la curiosidad. La verdad es que creo que cuando lo haga por primera vez, no me gustará. Más bien solo tengo eso: la curiosidad. Pero me da bastante igual. -Sin duda, le admiraba.

-Muy pocos chicos dirían eso. -Pensé que respondería diciendo "por desgracia" o "deberían hacerlo". Pero esta vez dejó su odio de lado.

-Bueno, eso me hace más diferente. -Sonrió.

La verdad es que me alegraba saber que él podía ser feliz, almenos mínimamente.

Miré el cronómetro. Quedaban diez segundos.

-La verdad, me alegra muerir a tu lado. Acompañando a la única persona que aprecio. -Me sinceré.

-La verdad, yo también. -Respondió. Cinco segundos. -¿Nerviosa?

-Un poco. Espero poder estar contigo allá a donde vayamos.

-Yo también.

Tres segundos. El tiempo pasaba más lento cuando estás nervioso. Pedro dejó de desactivar la bomba. Cayó en que aún le faltaba mucho para terminar. Suspiró.

-¿Preparada?

-Sí. -Inspiré hondo. Cuando el cronómetro marcó un segundo le di rápidamente un beso en los labios y le abracé, tirándole al suelo. Cerré fuertemente los ojos.

Los siguientes momentos fueron de incertidumbre. No veía nada. Todo estaba en blanco.

Pero era por el reflejo del sol en la sartén que me daba en la cara.

Pedro y yo nos levantamos aturdidos.

-Era... un farol -dijo Pedro-. La bomba no tenía líquido para detonar. O eso, o he conseguido desactivarla.

Me lo quedé mirando, y luego empecé a reírme, pero no como una loca. No lo había pasado tan mal en la vida. Y mi risa era de puro alivio. Volví a abrazarle todavía riendo.

-Vámonos. -Le dije a Pedro.

-Sí.

Nos pusimos a caminar. Tropecé con la sartén en el suelo, y le arranqué un botón de la camisa a Albert. La cuenta atrás del cronómetro se reinició desde diez, y empezó a agitarse como si tuviese gas dentro.

-¡Corre! -Gritó Pedro, me cogió de la mano y me arrastró a una carrera.

-¡No saldremos a tiempo! ¡Hay que intentar desactivarla, o moriremos todos!

-¡Que le follen a las personas, las odio a todas! ¡Y yo quiero vivir junto a la única excepción, así que por mis huevos que salimos!

Esas palabras me dieron fuerzas. Porque yo también quería vivir a su lado más tiempo. Así que esto no había acabado. No hasta que yo lo decidiese.

Usando todas mis energías, traté de no ser una carga para él y seguirle el ritmo, y conseguí posicionarme a su lado. Ni yo me creía la velocidad a la que estaba corriendo. Me di cuenta de que seguíamos cogidos de la mano, pero no me importaba. Es más; quería cogerle más fuerte.

Sonó una explosión, y el colegio empezó a derrumbarse como si fuese de papel. Tuve que soltar la mano de Pedro para protegerme la cabeza de posibles pedradas, y afortunadamente no me alcanzaron piedras grandes, aunque las pequeñas se me clavaban en el antebrazo.

Ya veía la salida. Íbamos a conseguirlo. O eso pensaba hasta que la salida empezó a taponarse. En ese momento hice una locura. La salida iba a cerrarse pronto, así que usé todas las fuerzas que me quedaban y cogí a Pedro como si fuese una princesa y lo lanzé hacia el exterior con una fuerza que me sorprendió hasta a mí. Caí al suelo por el esfuerzo, y acto seguido me vi acorralada por columnas y piedras. Empezaba a hacer mucho calor y había mucho humo. El local se estaba incendiando. No traté de levantar el cemento que tenía emcima mía. Había gastado todas mis fuerzas en salvar a Pedro. Pero no me estaba condenado a mí misma. Sabía que él partiría las rocas con su puño de hierro, o que iría a por ayuda, que llamaría a la ambulancia, o...

O que simplemente rezaría.

Aquel pensamiento me dio mucha rabia. Soy atea, aunque respeto a los que son creyentes. En mi opinión, en estas situaciones sólo se reza cuando estás bien jodido. Y yo lo estaba. Es mi punto de vista y hay muchos, pero es lo que yo creo personalmente. Que sea lo cierto o no depende de cada persona.

Pero sabía que Pedro no se rendiría. Él no era así. Él tenía planes. Pensaría en algo, aunque lo tuviera que hacer él sólo.

Cuando me di cuenta, estaba con los ojos cerrados en el suelo. Tenía que mantenerlos abiertos o me dormiría para siempre. Pero me escocían, estaba mareada y tenía muchas ganas de vomitar. Empecé a toser. Había muchísimo humo, y hacía demasiada calor. No resistiría mucho más.

-¡Aya! -Gritó una voz difuminada a lo lejos. -¡Aya! -Volvió a gritar, esta vez más claro.

Era Pedro. Se acercaba a mí con un paso raude, implacable. El ruido del cemento rompiéndose me destruía los oídos. Se me borraba la vista.

Lo último que pude dislumbrar fue a Pedro levantando una columna que era tres veces su tamaño, y soltando un grito desgarrador.

Después no pude ver nada, pero sí escuchar. Noté cómo Pedro me cogía en brazos y me llevaba hacia afuera. El sol penetró a través de mis párpados. Se escuchaba una ambulancia, varios coches policiales y a lo lejos, una reportera.

-... Un chico de secundaria se quita la camiseta y con una fuerza sobrehumana acaba de apartar los restos de este colegio derrumbándose con sus propios brazos para salvar a la chica que vemos en pantalla tras un atentado. Se sabe que Albert Perdiz, profesor de matemáticas y líder de los terroristas...

Y ahora sí, me sumí en un sueño. Tal vez para siempre. Tal vez por años, meses, semanas, días, horas o minutos. Alomejor hasta segundos. Cuando te desmayas, el tiempo es lo de menos.

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