El retorno de la Bestia

Miré a Pedro. Él tenía la vista fijada en Albert, pero de alguna forma supe que él también había visto a los policías a través de las cortinas.

Instintivamente, quise desarmar al enemigo, pero me llevé un tiro en el costado y caí al suelo.

Pedro seguía con la mirada clavada en su adversario.

-Admirable -el tono de Pedro era relajado y lento-. Pensé que te había roto la tráquea, pero mírate; casi parece que ni si quiera has estado cerca de la muerte. Supongo que la próxima vez que te pise, tendré que hacerlo más fuerte.

"¿Pero qué haces?", exclamé en mi mente. Albert empezó a reír.

-¿Crees que estás en posición de amenazarme? Me mates o no, la policía te arrestará. O te fusilarán a tiros si intentas escapar.

-Albert, ¿recuerdas lo que le dije a Lucas el primer día de clases? Conmigo, nada es lo que parece. Estabas escuchando y mirando mientras él me hizo la trabanqueta y yo le propiné un puñetazo, ¿verdad? Por eso luego te avisé con la pistola de plástico. -Ahora Pedro sonreía y el ex profesor apretaba la mandíbula de la rabia.

-Bueno, ¿y qué podría sorprenderme en esta situación?

-Albert, la vez anterior cometiste el mismo error. Descartas como amenazas a los que están acorralados. Ese mismo error lo cometen muchos profesionales ajedrecistas, por sus ansias de ganar. Y los que de verdad saben de qué va el juego, se aprovechan de esa debilidad.

Iris le hizo una llave de judo a Albert, y este cayó. Coordiné su ataque para ayudarla a inmobilizarle.

-Admito... -dijo ella- que el primer disparo lo atinaste, pero después fue fácil predecir dónde dispararías.

-Veo que sigues siendo una buena actriz. -dijo Pedro.

-¿Acaso lo dudabas? -sonrió ella- Tranquila Aya, sobrevivirás. No es un disparo mortal. Mantén la calma. -me tranqulizó.

Me limité a asentir y dejé el trabajo de mantener a Albert en el suelo a Iris.

-Bueno, hora de cumplir con mi palabra. -Aununció Pedro.

Este se dirigió hacia Albert, paralizado en el suelo, y efectivamente, le pisó el cuello. Esta vez lo hizo dos veces hasta que se escuchó el crujir de los huesos.

Yo aparté la mirada. Ya tenía suficiente con no marearme con mi propia sangre.

-Iris, Aya, escondéos. Las cosas se van a poner feas.

Quise protestar, pero Iris me tomó de la mano y me llevó bajo una mesa con mantel.

Advertí que Iris era más fuerte de lo que parecía. Observé cómo Pedro se sentaba en una silla tranquilamente y se ponía la máscara que Iris había usado para el concierto. Segundos más tarde, se vio rodeado por la seguridad civil. Y entre ellos emergió Lucas.

-El primer día no sabía quién eras. Y cuando me golpeaste supe que no eras alguien normal.

-Gracias -respondió él, alagado-. Yo supe que eras un capullo antes de que intentases derribarme.

-No me toques los huevos, amigo. -refunfuñó Lucas.

-Tú y yo no somos amigos. Pero te daré la palabra. En fin -suspiró Pedro-, supongo que este grupo de individuos no son la auténtica FBI.

-No sé por qué preguntas algo si ya sabes la respuesta -respondió Lucas, impaciente-. ¿Crees que yo estaría de parte de la pasma?

-Tal vez, si eso garantizase mi captura. Aunque ahora que lo dices -Pedro se puso en pie-, no creo que tubieras los huvos. Pero dejando eso de lado, uno de tus hombres ha hecho que un colega mío se rompiese el brazo en la autopista con tal de asegurarse de que estaría yo solo esta noche.

Teodoro. No fue casualidad.

-Vaya, al parecer también eres listo. Menuda sorpresa. -se burló el abusón.

-Sí. Por eso tú y yo somos tan distintos -Pedro le robó la sonrisa de la cara de un chasquido-. Y por eso también no nos atacastes por la noche: tenías que volver a reunir a los tuyos porque sin ellos no eres capaz de hacer una mierda. Sin embargo capturaste a Marco y a los padres de Aya, e imagino que ahora mismo estarán siendo torturados.

-¿Sabes? Empieza a mosquearme tu palabrería. -Lucas se puso en frente de Pedro, desafiante.

-De modo que no me quivoco... bien, entonces ya no me haces falta. Eres sólo un peón más en este tablero. Te diré una cosa: a mí me puedes hacer lo que te salga de los cojones. Pero has disparado a todos mis amigos. Y vas a llorar.

-¿Cómo has dicho? -le amenazó. Pedro le estrujó las mejillas con una mano muy fuerte, y los hombres que le rodeaban cargaron las armas. Pedro no se dejó intimidar.

-Sólo una cosa más... ¿quién es el rey de las piezas negras?

-Estás muerto, hijo de puta -dijo Lucas a regañadientes-. Esta vez tu chaleco no funcionará contra estas armas de un calibre tan alto.

-Bueno... -Pedro se quitó lentamente la máscara- puedes quedarte con ella. No la necesito.

Sacó del bolsillo un interruptor parecido al de efectos especiales del escenario, y al pulsarlo las luces empezaron a parpadear y la máquina de humo empezó a funcionar.

Con cada parpadeo se veía cómo Pedro esbozaba una sonrisa cada vez mayor.

-¡Quiero su cabeza! -Gritó Lucas.

Los miembros de la mafia abrieron fuego, pero de repente Pedro no estaba. Luego un hombre cayó al suelo, mientras su casco policial de imitación volaba por los aires y su cabeza rodaba por el suelo.

La próxima vez que parpadearon las luces, se le cayeron los ojos a otro hombre.

Y así fueron todos cayendo entre gritos y disparos, uno a uno, con paciencia, hasta que al final volvió a reinar la calma. Sólo Lucas quedó en pie.

Con los ojos desorbitados de terror, miró la masacre que se había sembrado en su alrededor en pocos segundos.

Pedro surgió entre el humo.

-Confusión, terror, angustia...  la certeza de que no puedes ganar, y de que vas a morir. Qué ingredientes más deliciosos.

Pedro le cogió de las mejillas de nuevo, y le acercó a su cara.

-Q... ¿Qué eres...? -Preguntó Lucas.

-¿Yo? -rió- Un humano, como cualquier otro.

-Eso... no es cierto. -le contradijo él. Pedro se acercó a su oído.

-Tengo ganas de matar, tengo ego, tengo una mente macabra, sólo pienso en mí mismo, no tengo compasión... con todas esas cosas, ¿en qué me diferencio de un humano? Todos hemos sentido lo mismo en una parte de nuestras vidas.

Lucas quiso decir algo, pero Pedro le levantó, ahogándole. Se relamió los labios.

-Pastel de humano descerebrado para cenar... delicioso.

Iris me tapó los ojos. Luego escuché los gritos de agonía desesperados de Lucas, y de repente cesaron.

Pedro había matado a Lucas... ¿a mordiscos?

Nunca me había sentido tan aterrada. Tenía ganas de vomitar. Iris salió de debajo de la mesa.

-Tío, te has pasado. Te recuerdo que Aya estaba mirando.

A pesar de saber que si salía de allí me marearía con tanta sangre, salí. ¿Y qué pasó? Pues que me desmayé.

Desperté en el apartamento de Iris, de nuevo sin saber cuánto tiempo había estado inconsciente.

Y de nuevo, Pedro estaba despierto a mi lado. Iluminado por la luz del pasillo mientras que la del cuarto estaba apagada, y con la compañía de la luz de la luna.

-Lo siento -dijo él-. Me dejé llevar. Sabiendo que eres sensible no debí montar aquella escena. Pero me dio mucha rabia que te hirieran.

A otra persona le habría parecido bonito, mas a mí me molestó.

-¿Entonces Iris no te preocupa?

-Ella ha recibido muchos disparos y sabe cómo tratar con ellos. En cambio yo no sé si eres alérgica al metal o a la pólvora, o si tienes alguna enfermedad u operación que haga que los disparos puedan hacerte más vulnerable. Y... me asusté. No sabía qué hacer... así que respondí con agresividad. De verdad, lo siento.

Ahora sí que había conseguido ablandar mi corazón. Le abracé.

-¿Y la verdadera policía?

-Como era la mafia la que había estado en mi casa, fui con cuidado a ver si había alguien de guardia allí. No había nadie, y no habían encontrado mi dinero. Así que lo recogí y me entregué a comisaría. Pagué mi fianza e informé sobre la mafia y sobre la situación de ellos. Ofrecí dinero extra para pagar la pena por homicidio, y como además la justícia estaba de mi lado por homicidio por defensa propia, conseguí salir airoso. En resumen; ya no tengo deudas y estamos a salvo, por lo menos de momento. Sin embargo vosotras me habéis echado una mano, así me toca a mí. Voy a rescatar a Marco y a tus padres.

Escuchaba sus palabras como si fuesen un cuento. Pedro me había enseñado infinidad de grupos de metal y temazos pegadizos. Pero su voz cuando no estaba enfadado... era mi canción favorita. Y mezclado con el compás del silencio, me infundía calma.

-Eres muy valiente -dije al fin-. Te ayudaré.

-Gracias. Sin embargo, yo no soy valiente. Valiente es aquel que se enfrenta a todo, auque tenga miedo. Yo no tengo miedo. Así que yo más bien soy habilidoso.

Sonreí.

-Pues eres muy hábil.

-Sí -volvimos a disfrutar del silencio-. ¿Qué tal estás?

-Con sueño y dolor de estómago. Pero creo que es hambre. -Pedro rió dulcemente. Qué sonido más agradable...

-Ay, Aya... nunca cambiarás. En fin, voy a hacerte algo de comer. -Sentí cómo su cuerpo se escurría entre mis brazos, y me aferré a él.

-Te ayudo.

-No seas tonta. Debes descansar. Vamos, volveré en seguida.

Quiso marcharse, pero volví a aferrarme. No supe por qué, pero no quería dejarle ir. No quería que se fuera.

-Creo que no tengo hambre. Por favor, quédate conmigo. Si como ahora me quedaré en vela toda la noche.

Fue una excusa muy lamentable, pero en el fondo era verdad.

-Está bien. -sonrió Pedro.

Me acomodé en la cama de matrimonio, Pedro apagó la luz del pasillo y cerró la persiana.

Ya no podía dormirme si no abrazaba a Pedro o él me abrazaba a mí. Se había convertido en una costumbre.

Pero la verdad, dormía bien agusto.

Y por esta vez, no me importó la hora que era ni el tiempo en que había estado desmayada. Todos estábamos bien. Eso era lo que contaba.

-Aya -dijo Pedro. Cuánta diferencia había entre aquella voz de niño inocente a la que usó con Lucas.

-Dime.

-Nunca he visto la navidad -me levanté un poco para verle el rostro. Se le veía triste-. No recuerdo cómo es celebrarla con la família. Y nunca he visto la ciudad por esas fechas. Dentro de poco será navidad... y quiero verlo contigo. Quiero que me lo enseñes todo. Me gustaría... un montón.

Volví a acomodarme a su lado, sonriendo.

-Pues claro que sí. Te llevaré a todas partes. Cumpliré con sus más profundos deseos, mi capitán. -me sentí muy cursi en ese momento.

-Mis más profundos agradecimientos, My Lady. Que paséis una buena noche.

-A vuestro lado es imposible no hacerlo.

En aquel momento decidí que la noche era mi momento preferido del día.

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