Capítulo 3 - Operaciones especiales
Como si de un milagro se tratase, conseguí que no me castigaran. Mis diálogos contra mi madre fueron buenos, y constaba de la prueba física: la nota del profesor anunciando quienes se quedaban a limpiar la clase, con su inconfundible mala letra. Pero eso sí, las normas son las normas, y llegar tarde a casa sin avisar era pecado, así que mi madre que me ató al armario y me metió azotes con la correa. Las reglas eran pocas, pero dificiles de cumplir:
-No llegar tarde
-No defender algo que no es cierto
-No mentir a tu familia
-Si te castigan, no objetar nada
-Durante el castigo, prohibido llorar.
-Si una de las normas anteriores se violan, el castigo se intensificará.
Yo los tenía que cumplir, pero mis padres se pasaban las normas por el culo. Y eso me cabreaba muchísimo. Lo bueno es que al día siguiente se meterán conmigo y me llamarán "Ayá Hay una Pelea". No es lo más cruel que me podrían llamar, pero tendría una excusa para pegarme con ellos y deshaogarme.
Me desplomé en la cama, agotada. Saqué el móvil del bolsillo, esperando que no se hubiese roto. Milagro: ni un rasguño. Y como era de esperar, una videollamada perdida y tres mensajes de un número desconocido. No había tenido tiempo de agregarle. Estaba acostumbrada a poner un mote a la gente, ¿pero qué apodo gracioso le podía poner a él? Antes de responder a sus mensajes, me puse a pensar en uno. No supe por qué, pero me recordaba a un Dios cuya creación había salido mal, y odiaba lo que había creado. Y al intentar arreglar sus errores, los demás dioses le desterraron del cielo. Así que por esta vez no le puse un mote gracioso, y le agregué como "Pedro el Ángel Caído".
Vi que volvió a mandarme un mensaje, y esta vez estaba dispuesta a responder. "Te he llamado, ¿por qué no respondiste?" "¿No te habrás olvidado, verdad?" "Odio que se olviden de mí." Y el más reciente, "Odio que me dejen el visto".
Me disculpé con la típica frase "hay una explicación". Pensaba que me mandaría a la mierda, pero respondió "Adelante. Te escucho".
Le expliqué lo sucedido, y cuando pensaba que no me creería, mandó un mensaje que decía "Siento haberme puesto borde. ¿Estás guay? No me dejes solo mañana en el insti, ¿eh? Odio que me dejen solo con personas que odio".
Le dije que no se preocupase, que yo podría ir sin problemas. Total, me había acostumbrado al dolor. Al leer eso, me dijo que yo le recordaba a él. Entonces no me callé mis pensamientos, y le dije que era un tipo curioso, porque él, a diferencia de muchas personas, no hace cosas que odia. Unos dicen "no hagas esto, que me jode mucho", y al día siguiente les ves haciéndolo. Él no era así. Y me gustaba. Mandó los típicos tres puntos suspensivos, sin saber qué decir. Creo que habría respondido "es lo que todos deberían hacer", pero su cerebro se había colapsado con la parte en que yo decía "Y me gusta". Entonces me cambió de tema.
-Antes dijiste que jugabas al Street Fighter. ¿Te sigue gustando?
-¡Claro! Fue uno de mis pilares en mi vida. A veces me imaginaba que los personajes me hablaban y me daban consejos. Sé que suena raro, pero me ayudaba mazo.
-No es tan raro. Al fin y al cabo, si tu soporte no existe, ¿por qué no imaginarlo?
Supongo que tenía razón. Me fijé en que escribía los mensajes como si fuese el guión de una película. Así que se lo dije.
-Al fin, alguien como yo que escribe bien. No soporto cómo la gente comete faltas ortográfocas al escribir, como poner "árbol" con V o poner "novia" con B. Mucha gente había conseguido mi número no sé ni cómo, y se me habían declarado por mensaje. Típico de cobardes. Sólo por ese hecho ya les habría rechazado, pero declarase escribiendo mal me pone enferma.
-Me siento terriblemente identificado. Menos en la parte de que se me declaren. Eso no me ha pasado nunca, ni quiero que pase, la verdad.
-Oh, vamos. Ya llegará alguien que te guste. Igual que a mí.
-Si no es una dama del infierno con alas llameantes y plana como una plancha entonces no, gracias.
Le mandé un emoticono riéndome. Me hacía gracia cómo se burlaba del mundo con humor y odio a la vez.
-Además, para tí es fácil. Tú eres guapa.
Otra cosa que no me esperaba. Al parecer, es de los que dicen las cosas a la cara.
-No te sorprendas -dijo al ver que tardaba en responder -, seguro que no es la primera vez que te lo dicen. Con ese pelazo rubio, tus labios finos y rosas, tu nariz perfecta y tus ojazos azules. Lo tienes fácil para enamorar a alguien.
Me sonrojé. Y debía vengarme por ello. Así que le escribí una pregunta por la cual todos los chicos mentirían.
-Si tuvieses que quedarte con una parte de mi cuerpo, ¿cuál sería? -sonreí con malicia al enviar el mensaje.
-No me quedaría con una parte arrancada del cuerpo de alguien, salvo que sea con las cabezas de Luis Fonsi y Bad Bunny, o como se llamen esos mendas. Pero si te refieres a favoritismo, pues no sé, la verdad.
Sonreí. Por un momento pensé que me diría la verdad y me diría "me gusta tu culo". Qué incómodo sería, por Dios. Pero sería muy propio de él que lo hiciese. Y en ese caso, me echaría a reír como una loca.
-Pero creo que me quedaría con tus brazos y tu cerebro.
Este día no podía ser más raro.
-¿Qué? ¿Por qué?
-Tus brazos porque son una mezcla de chicha y músculo. Hay personas muy fofas, y otras muy cachas. Ninguno de los extremos me gustan. Tú estás en el punto ideal. Me gustan las cosas blandas, ¿vale?
Ahora sí que me descojonaba de la risa. Era el tío más raro que había conocido en la vida.
-Y lo de tu cerebro, porque me gusta tu humor -continuó-. Sé que me has hecho esta pregunta con malicia por haberte sonrojado antes. Me habría gustado verte, la verdad. Seguro que serías muy mona sonrojada.
Me cago en él. Ahora sí que me moría de vergüenza.
-Te odio. -Le dije. Con el punto al final y todo. Querí que se sintiese mal.
-Gracias. -Respondió, y añadió un emoticono sonriente. Podía imaginarme su cara insoportable para intentar que me cabree.
-Muy gracioso. -Le escribí.
-Igualmente. -Hablar con este hombre me ponía de los nervios.
-Oye, ¿qué tipo de música te gusta? A parte de jazz, claro.-Me alegró que cambiase de tema. Aunque en parte también me deprimí.
-No tengo nada para escuchar música. Y está prohibido hacerlo en casa. Y no puedo romper las normas o me darán una paliza.
-¿Qué? Joder, qué puta mala leche tienen tus padres. A mí me quitan el heavy metal y me suicido, de una. Es lo único que tengo cuando me cabreo de verdad. También cuando estoy triste o me siento de bajón.
Intentaba imaginarme a Pedro triste, y no podía. No pegaba con él. Aunque sin duda, verlo así me partiría el alma. Me jode mucho ver mal a personas normalmente felices.
-Antes también me ayudaba mucho la música, pero he tenido que prescindir de ella. Ya ni siquiera recuerdo las canciones que me gustaban.
Ambos tardamos un rato en volver a enviar un mensaje, hasta que dijo de repente:
-¿A qué hora sales de tu casa para ir al insti? -¿A qué venía eso ahora?
-A las siete y media. ¿Por qué?
-Bien. Te estaré esperando abajo. Y por lo que más quieras, no tardes.
-Ya, ya sé. Odias esperar.
-Aprendemos rápido. Me gusta. -Mandó un emoticono de un gato satisfecho.
-De acuerdo. El camino hacia el infierno dará menos pereza. -Dije con ironía.
-Ojalá lo fuese. -Al parecer el infierno era un milagro para él. -El verdadero infierno estaría lleno de demonios haciendo de las suyas y creando caos. Ojalá poder ver esa maravillosa escena pronto.
Interpreté eso como si se quisiera morir.
-Cabrón, no me dejes sola aquí. Sin tí esto volverá a ser un rollo. -A los cinco segundos mandó tres puntos supensivos.
-Venga, va. Pero sólo porque a mí me jodería que me hiciesen lo mismo. Así que como lo hagas tú, encontraré la forma de revivirte para después matarte de la manera más lenta y dolorosa. ¿Estamos?
-A sus órdenes, capitán. -Dije, queriendo burlarme de él. Y como siempre, no funcionó.
-Así me gusta. Bueno, es tarde. Me voy a dormir.
Miré la hora. Mierda, eran casi las doce y no me había duchado. Mi madre me iba a matar.
-Yo también me voy. Hablamos mañana.
-Okey, y acuérdate de que te espero por la mañana.
-No se me olvidará, tranquilo.
-Eso espero -mandó un emoticono riendo- nos vemos.
-Chao.
Me desconecté y me puse en pie de un salto. Dos castigos el mismo día significaba estar encerrada en casa durante seis días haciendo todo tipo de trabajos duros. No podía ducharme. Al día siguiente lo haría: me levantaré a las seis para estar lista a las siete, acabar de desayunar a las siete y cuarto, y me sobraban quince minutos para cualquier contratiempo.
Lo difícil venía ahora: llegar al baño donde tenía el pijama, ponérmelo y regresar a mi habitación rápida y furiosa antes de la aparición a las doce en punto de mi madre para comprobar ai estoy dormida. Tenía ocho minutos. De sobra.
El chiste está en que llegar al baño se convertía en un juego de estrategia cuando sabes que tus padres están deambulando por el pasillo cada dos por tres. El camino menos arriesgado era salir por mi ventana y llegar hasta la del lavabo por fuera. Por suerte, como buen ajedrecista que soy, por las noches siempre abro esa ventana por si acaso. Así que me puse en marcha.
Otra complicación, a parte de no caerse desde el segundo piso en el que estaba mi cuarto, era no hacer ruido. Tenía que caminar sobre una tubería que era el conducto del aire. Una mala pisada y resonaría el eco, y me pillarían.
Cuando había llegado pasito a pasito pero sin pausa, creí estar a salvo. Pero antes de asomarme por la ventana me vino un olor a excremento que casi me desmayaba. Mi madre estaba en el baño. Mierda. Y nunca mejor dicho.
Pues nada, tendría que esperar. Pero lo que no esperaría era el conducto. Se iba a caer. Escuché el rollo de papel y deseé que se diese prisa. Salió disparado un tornillo del conducto, y resonó el eco de forma exageradamente alta. Entonces escuché una respiración en la ventana. Mi madre estaba asomada. Pero miraba hacia el más allá.
-Malditos pájaros... -Dijo, y cerró la ventana.
Después se escuchó cerrar la puerta. Guarra, no había tirado de la cadena.
Evalué la situación. Estaba bien jodida, pero aún podía ganar la partida. Al borde del agobio y el conducto a punto de ceder, me acordé del clip que guardaba en el bolsillo. Cuánto me quise a mí misma en ese momento. Lo saqué a toda prisa, lo desmonté y lo metí entre la ventana y el marco. Pude abrir la ventana haciendo palanca lo suficiente como para poder meter los dedos y abrirla del todo.
Bien, ya estaba dentro. Ahora todo era contrarreloj. Debían faltar unos tres minutos. Así que cogí el pijama y me lo llevé. Ya me lo pondría después de que mi madre se fuera.
A medio camino de vuelta se escuchaban los tacones de mi madre. Estaba cerca. Pero no podía ir más rápido o el conducto me delataría.
Estaba en frente de mi ventana cuando escuché picar a la puerta. Rápida como el rayo y silenciosa como la muerte, y con el corazón a toda leche, me metí de un salto a la cama, apagué la luz y oculté el pijama bajo las sábanas. La puerta se abrió al mismo tiempo en que fingía estar dormida. Milagro si no me pillaba.
Se acercó a mí, me dio un 'besito de buenas noches' -aunque para mí era un beso vacío, sin sentimientos-, se alejó y cerró la puerta. Suspiré de alivio. Puse el despertador a las seis, me puse el pijama y me acosté sonriendo. Misión cumplida.
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