Capítulo 2 - Los hechos no hablan, pero dicen mucho de cada persona

Cuando por fin sonó el timbre para irnos a casa, estaba a punto de irme cuando Lucas me tiró de la mochila hacia atrás.

-¿Adónde vas, Cenicienta? Te recuerdo que hoy te toca limpiar.

-Vuelve a llamarme Cenicienta o tirarme de la mochila y te la llevas. -Le amenacé. Cómo odiaba a aquel pavo.

-Claro, claro. Si puedes contra mi grupo entero y conmigo... -Se pavoneó.

-Te recuerdo, bicho malcriado, que lo hice la semana pasada. Y lo volveré a hacer si me tocas mucho los huevos.

-Eso fue porque nos faltaba el más fuerte. Pero ahora que está presente, no eres rival.

-Uno de más o uno de menos no importa. Eso sólo hace que patearos el culo sea más divertido.

-¡Que me comas la...!

-¡Que te pires! -Le grité, y le empujé hacia fuera con todas mis fuerzas.

No quería que acabase la frase. De lo contrario, le soltaba la ostia allí mismo. Y no me apetecía que los profes me llamasen la atención. Bueno, eso si llegaban a intervenir. Pero tenía la impresión de que después de este día, lo harían.

-Miau, My Lady sacó las garras. -Dijo Pedro, que vino desde detrás. -Veo que tú tampoco necesitas un guardián.

-Por supuesto que no lo necesito. Y no me llames así.

-¿Por qué? ¿Te molesta? -Dijo sonriente.

-Sí, y mucho.

-Bien. Entonces, seguiré haciéndolo. -Estaba satisfecho, el tío.

Pero por alguna razón no me cabreaba. En otras circunstancias habría respondido a ello con violencia, pero en este caso, me reí.

-Y por cierto, ¿esa frase no es de un personaje de...?

-De esa serie, sí. Di el nombre y te mato. -Respondió airoso, dirigiéndose a la puerta.

En ese momento me entristecí. Con las ganas que tenía de llegar a casa y acabar de leer "La chica y el Lobo", un libro que hizo el amigo de una chica que conocí hace mucho. Y pensar que llegó a hacerse popular en las librerías.

Pedro, al ver que no le seguía, se detuvo antes de salir del aula. Éramos los últimos.

-¿No vienes? -dijo, curioso.

-Qué va... tengo que limpiar el aula. Tendría que hacerlo con otros tres chicos, pero la semana pasada les di una paliza por intentar tocarme... lo que no se toca a una chica, y están en el hospital. Tendría que haber esperado a este día para meterles puñetazos.

Pedro miró al suelo. Noté lástima en su rostro. Incluso las personas con tanta oscuridad como él tenían empatía.

-Hiciste bien. -Dijo en voz baja. Me sorprendió que no hiciese una mueca de asco o de ira.

Luego entró en el aula y empezó a recoger los papeles por del suelo.

-¿Qué haces? -Dije, curiosa.

-Siempre he odiado dos cosas: tener que cumplir solo con una obligación que en un principio era en grupo y que me dejen solo en algún sitio. Supongo que a tí tampoco te gusta que te hagan eso. Así que te haré compañía.

Aquello sí que me sorprendió. Una cosa era hablar cuando los demás callan, pero otra cosa era actuar cuando nadie hace nada. Los hechos no hablan, pero dicen mucho de cada persona.

Gracias a él, terminamos rápido de limpiar, y pudimos irnos a casa a los siete minutos. En compañía no parecía mucho tiempo, pero en solitario notabas que no avanzabas nada, y te ponías nervioso.

-Perdí el miedo a esos idiotas hace mucho tiempo. -Explicaba al salir del insti. Es más, ahora me divierte que se cabreen y se frustren porque saben que no tienen nada que hacer contra mí, aunque vengan todos a la vez.

-Yo igual. -Pedro miró al cielo-.La vida es como los juegos de lucha. En cuanto le pierdes el miedo al rival, empiezas a diafrutar del juego. Porque ya no huyes. Y aunque pierdas, sabes que pronto ganarás.

-Qué razón tienes. Eso me pasaba cuando probé por prinera vez un juego de peleas llamado Street Fighter. Al principio me aburría porque perdía siempre, pero era obvio porque solo me cubría. Un día estaba cabreada e intenté asestar unos golpes. Entonces descubrí que habían comandos de acciones y empecé a divertirme.

-Anda, una chica gamer. Eso no ve todos los días. Estoy orgulloso de tí.

-¿De mí? ¿Por qué? -Me extrañé.

-Por romper las tradiciones. Se dice mucho que los chicos juegan a coches de carreras y videojuegos, y las chicas a muñecas y a hacer comidas en una cocina de plástico. Se dice que los niños son más brutos y las chicas son... No mejor dicho, "deben" -dijo con un asco repulsivo- ser educadas, sensibles y deben ser protegidas. Eso se llaman estereotipos. Y es una de las cosas que más odio. En cambio, ver personas como tú me alegra la vista.

-¿Qué, ya estás intentando ligar conmigo? -Dije, repitiendo su frase de esta mañana. Él me miró sin saber qué responder, hasta que advirtió de que esa frase era suya. Entinces rió.

-Qué rencorosa eres. -Me dio con el puño en el hombro.

-Tú me das, yo te la devuelvo, chaval. Así funciona. -Me hice la chula.

-Tushé. -Respondió. En ese momento me sonó el teléfono.

Antes de mirar los mensajes ya sabía quién era y qué quería.

-Mierda... -Susurré, cansada.

-¿Qué ocurre?

-Mi madre. Se me olvidó decirle que hoy me quedaba a limpiar al insti. Se cree que me he escaqueado de hacer los deberes y me he ido a... beber alcohol por ahí. -Me cabreé.

-Pues se lo dices ahora, y de paso dile que estás en camino.

-Es peor. Ya hablaré con ella cuando llegue a casa. De lo contrario pensará que miento. Mi madre es gilipollas. Y mi padre ni te cuento. -Pedro se puso serio.

-Tal vez no sea de mi incumbencia, pero ¿te...?

-Me maltratan, sí. Y mi padre cuando se emborracha... Digamos que se le olvida que soy menor de edad.

-No jodas que...

-Sí. A veces se cree que soy mi madre. Es una puta excusa. A veces creo que ni si quiera está borracho. Nunca le he visto beber, y nunca se acuerda de lo que ha hecho en estado ebrio. -Pedro me miró con rabia, y esta vez fui yo la que leyó a través de sus ojos. -Nunca me ha llegado a hacer nada, pero por suerte. La primera vez yo tenía siete años. Mi madre acudió a mi cuarto justo a tiempo. Mi padre intentó "eso" mientras yo dormía.

-Hijo de... Puta...

-Me traumé. -asentí. -Por aquel entonces aun le tenía miedo al rival en los videojuegos, para que me entiendas. Y recibía acoso en el colegio. Estas cosas las conseguí arreglar más o menos con clases de boxeo, karate, judo y algo más que no recordaré. Pero mi madre siempre quiso que fuese la niña perfecta. Me manda a hacer clases de ortografía, natación y mierdas de niña rica. Es una pesadilla.

-Joder... cuesta creer que consigas ser feliz.

-El caso es que no lo soy. Si hubiese una gráfica, he estado más tiempo llorando que riendo en mi vida. Lo único que me relaja son las clases de saxofón. Mi madre me quiso apuntar a clases de piano, pero mi hermano ya hacía eso, y se le ocurrió que tal vez pudiesemos hacer un grupo de jazz algún día, ya que "me gusta tanto esa música". -Dije con ironía.

-Pero en realidad no te gusta. -Dijo Pedro.

-Qué va, me encanta el jazz, pero cuando me obligan a escucharlo es cuando empiezo a cogerle asco.

-No sabes cómo te entiendo. ¿Y qué hay de tu hermano? ¿Es un capullo o es un cielo?

-Es de las mejores personas que he conocido. Sólo le he visto una vez. Vive con mi padrastro. Mi madre se casó con él y se divorció para estar con mi padre actual.

-Joder. Qué marrón. -noté su rabia. Era casi tan fuerte como la mía. Aunque para sentirla del todo, había que vivirla. -¿Y tienes que pasar por toda esa mierda más a los gilipollas de clase?

-Efectivamente, compañero.

Pedro suspiró.

-Me da mucha impotencia que a personas como tú le pasen estas cosas. Y que a los cabrones que no hacen más que joder les pasen cosas buenas.

-Bienvenido a mi mundo. -Dije, irremediable.

-No. Llevábamos los dos en el mismo mundo desde hace años. Y hoy por azares del destino nos hemos encontrado.

Miré al chico. Ya era de noche.Caminando bajo la luz de la luna, su mirada era llameante como un fénix vengador dispuesto a hacer lo posible por cambiar el mundo. Este asco de mundo.

-No me dejan tener amigos... ni novio. Nada. Lo único que tengo lo tienen ellos confiscado. -Ambos miramos al suelo. Hubo un silencio, pero no incómodo.

-Si te consideras una excepción -dijo Pedro-, si te consideras diferente y sientes que no encajas... Dímelo ahora.

-Es justo lo que siento. En todos lados me siento como esa pieza del rompecabezas que pertenece a otro puzzle, que no debería estar ahí. Como si mi lugar estuviese a qulómetros y quilómetros de donde me encuentro. -Parecía ser la respuesta que esperaba oír.

-Bien. Teoría superada. Pasemos a la práctica. -Del bolsillo sacó dos collares a conjunto. Uno tenía un lobo y el otro la silueta donde se encajaba. Se podían unir para hacer un único dibujo. -Voy a hacer la mayor locura que he hecho en mucho tiempo: comprometerme con alguien. Que conste que es solo por divertirme. Me llamas la atención, si por así decirlo. Así que, cuando ya no aguantes más y quieras escapar de la realidad... -Me dio el collar del lobo y él se quedó con el de la silueta. -Llámame.

Tardé dos segundos en comprender la infornación. Aya.exe se había saturado y había dejado de funcionar.

-Sí. -Dije, y por alguna extraña razón, con alegría.

Mucha gente me había dicho "tia, si tienes problemas, ven a verme", pero eran personas a las cuales que la mayor tragedia que les había sucedido era romper con su pareja. Lo mío iba mucho más allá de una ruptura. Y sé que alguien "normal" -como dice la gente- no podría ayudarme. Y lo peor es que muchos de los que se habían ofrecido a ayudar, lo habían hecho para querer ligar conmigo. Sin conocerme de nada, van e intentan ayudar. El físico no lo es todo. Los problemas de una chica pueden ir mucho más allá de la menstruación.

Pero ahora... me sentía a salvo.

Tomé el collar, y al ponérmelo vi que por la parte de atrás tenía inscrito un número de teléfono y una dirección.

-¿Los has hecho tú? -Pregunté.

-Sí. Sabía que tarde o temprano encontraría a alguien como yo.

Me detuve en frente de una gran casa parecida a una mansión.

-¿Es tu casa? -Dijo Pedro.

-Por desgracia. -Pedro rió, por primera vez dulcemente.

-Pues ya sabes. Si me llamas, acudiré en menos de tres minutos. -Sorprendida, miré la dirección.

-Pero qué dices, ¡si tu casa está en la otra punta del pueblo!

-Tía, yo soy de los que cumplen. Cosa que debería hacer la gente. Menos palabras y más hechos.

-Bien, ¿y por qué no me lo demuestras? -Al principio, esas palabras me habían dado total confianza por la forma en que lo había dicho, pero luego entré en razón. -Es imposible que llegues en tres minutos desde tu casa.

-¿Y quién ha dicho que sea desde mi casa? -Sonrió Pedro, y esta vez sí, de forma malévola. Me dio miedo. Después rió de forma "normal". -Es broma. Bueno, en parte no, porque normalmente estoy en todos lados menos allí. Pero si crees que no puedo hacerlo... dilo. Di: "idiota, no puedes hacerlo".

-Idiota, no puedes hacerlo. -Asentí,con aires de superioridad.

-Bien... que sepas que me da mucha rabia que me digan que no puedo hacer algo. Y la rabia me da poderes, amiga. Manda un mensaje al número que hay en el collar. Cuando llegue a mi casa te llamaré por videollamada.

-Está bien. Buena suerte, corredor del laberinto. -Me reí de él. Pero olvidé que él me podía llamar de una forma que me molestaba más. Y eso hizo.

-Buena suerte, My Lady. -Dijo con una sonrisa que buscaba hacer lo máximo de daño posible a modo de respuesta.

-¡Lárgate ya! -Le grité, riendome.

Me lanzó una última sonrisa malévola y se fue corriendo. Empezaba a acostumbrarme a aquel rostro tan horripilante. En la lejanía, le vi alejarse a un ritmo increíblemente veloz. Miré la hora para cronometrarle. Pero lo que hice fue lamentarme. Era tardísimo. Respiré hondo y miré a mi casa. Sabía qué pasaría en los próximos minutos. Envié un mensaje al número del collar y entré a mi pesadilla diaria. Lo siento Pedro, pero no podré coger tu llamada.

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