Capítulo 4: Omen
No sabía en qué momento había comenzado a correr. Sin darse cuenta, ya había dejado atrás a Penny y se estaba dirigiendo hacia el escenario, empujando al público en pánico, intentando moverse a contracorriente y subiendo los escalones prácticamente de un salto.
Cómo odiaba el tener que ignorar a Elfnein en aquel momento. Cuanto deseaba poder abrazarle, poder hablar y decirle todo lo que llevaba guardando en su pecho desde hacía un mes. Le dirigió una mirada silenciosa y notó como este también estaba a punto de saltar de su sitio hacia ella. Probablemente no la habría visto desde el escenario, estando sentada al fondo. Tenía que actuar rápido o todo lo que había estado construyendo ese último mes podría venirse abajo enseguida.
–¡Por favor, salgan de forma ordenada y relajada!
Flynt estaba haciendo lo mejor posible por tranquilizar a la audiencia. No parecía estar surtiendo demasiado efecto.
–Maldita sea, esto se suponía que bajaría la tensión de la gente, no atraer más Grimm.
–¡Oye tú! ¡El presentador! ¿Tú y tu equipo sois cazadores, no?
–¡Si! ¿Y tú quién eres?
–¡Recluta Ame Mizuki, de los Ace Ops! –Habló alto y claro, procurando que Elfnein pudiera escucharle. –La agente Penny Polendina se encuentra conmigo. Nos encargaremos de los Grimm, pero necesito que tú y tu equipo evacuéis la zona y distritos de alrededor.
–¡¿Los Ace Ops están aquí?!
Mirando el andrajoso traje que llevaba puesto, era entendible que dudara de ella, al menos, hasta que Penny subió al escenario también.
–¡Está bien, dejádnoslo a nosotros! –Haciendo un gesto hacia el resto de su equipo, los cuatro se dirigieron hacia el público, dejando el escenario detrás de sí.
–Ame, estoy recibiendo alertas de Grimm en dirección hacia dos distritos. Uno de esos grupos pasará por aquí en cualquier momento. –Se detuvo un segundo, mirando fijamente a los ojos de Elfnein. –Y aún tenemos que lidiar con La Bruja.
Un sabor metálico invadió la boca de Ame, proveniente de su labio interior. Lo había mordido con demasiada fuerza otra vez. No tenía la más remota idea de por qué Penny quería arrestar a Elfnein. Probablemente otra orden paranoica del General. Pero tenía que hacer algo. O si no, toda la historia se repetiría de nuevo. Una y otra vez. Una y otra vez. Una y otra-
–¡No soy ninguna Bruja! –Elfnein habló, por primera vez desde que había subido a aquel escenario. –Al que estáis buscando es a mi hermane. ¡Tenéis que creerme!
–Carol Malus Dienheim. Por la autoridad que se me ha concedido, quedas arrestada. –Al instante, varios cuchillos aparecieron de la espalda de Penny, flotando en el aire y apuntando hacia su objetivo.
–¡Un momento, Polendina! –Ame se interpuso en medio, alzando sus brazos en alto. –Ahora mismo, nuestra prioridad es proteger a la gente de los Grimm. No importa quién sea, tenemos órdenes explícitas de evacuar a todo el mundo en este tipo de situaciones.
–Ame, por favor hazte a un lado. El General me encomendó personalmente que la detuviese. Es un riesgo para la seguridad de todo el reino.
–¿Y qué es más importante para ti? ¿Proteger el reino o proteger a la gente? –La duda empezó a mostrarse en el rostro de Penny. –Además, ¿acaso tienes pruebas o confirmación de que sea esa "Bruja" que buscas? ¿Y qué clase de riesgo estamos hablando?
Silencio por parte de la protectora de Mantle.
–Estoy bastante segura de que todo esto: las alarmas, los robots, la armada flotante; no están ahí solo para manejar a un puñado de Grimm.
–Ame, yo...
–Dame un buen motivo, Polendina. Por favor. No puedo permitir que se acuse y detenga a un posible inocente de esta manera. –Midió sus próximas palabras con cuidado. –Si lo tienes, me apartaré. Pero antes tendrás que dármelo.
Ame extendió su mano hacia Penny. Esta fue a hablar, pero de su boca no salió sonido alguno. Lo pensó de nuevo, dándole vueltas y apretando sus puños.
–No puedo entrar en detalles sobre eso. Aún no. Perdóname. –Ame sintió como su corazón se hundía un poco más. Sin embargo, acto seguido Penny recogió su armamento. –Pero tienes razón. Nuestra principal prioridad es la protección de los civiles.
Ame suspiró, un poco menos tensa.
–Gracias, Polendina.
–Sin embargo, en cuanto hayamos lidiado con los Grimm, nos encargaremos de escoltar e interrogar a la señorita Carol. Debemos asegurarnos de comprobar si dice la verdad.
–Muy bien. Eso me parece más razonable. –Por supuesto que no iba a poder librarse de aquello tan fácilmente, pero al menos había ganado algo de tiempo para Elfnein.
Había estado tan absorta en todo lo sucedido que ni se había dado cuenta de que su scroll estaba sonando desde que la alarma comenzó. Encendiéndolo, comprobó que, tal y como Penny había indicado, parecía haber dos grupos de Grimm principales. Uno se dirigía hacia el interior de la ciudad, pero el otro iba en dirección hacia su posición.
–El grupo mayor es más lento. Les costará un rato llegar al interior de la ciudad. –Comentó Penny, analizando la situación. –Primero interceptaremos al grupo que viene hacia aquí. Luego, volaré hacia el segundo grupo y los eliminaré por mi cuenta.
–No podemos hacer eso. Mira, –amplió el punto del primer grupo con sus dedos –puede que no hayan llegado aún, pero ya están causando destrucción y pánico a su alrededor.
El vídeo que mostraban las cámaras de vigilancia podía confirmar lo que había dicho Ame: una masa oscura y llena de rabia arrasaba todo lo que se encontraba en su camino, sin importar qué o quién fuera.
–Intercepta tú primero al grupo más interno. Son más, pero con tus capacidades podrías eliminarlos y evitar atraer a más Grimm. Yo me encargo del primero.
–Normativa 15 apartado G: Reclutas, estudiantes y cazadores sin licencia no tienen permitido actuar por su cuenta, mucho menos blandir sus armas sin autorización previa.
Ignorando las palabras de su nueva amiga, agarró con firmeza la empuñadura de su arma. Estaba hecha de un material oscuro que se sentía frío, con una textura equivalente a un árbol muy antiguo mezclado con la rugosidad de una piel de reptil. Nunca la había podido usar fuera de sus entrenamientos diarios. Pero algo en ella le llamaba.
–Salvar vidas está por encima de la normativa, Penny.
–Ni siquiera has podido desarrollar tu aura aún. ¡No puedo dejar que corras ese riesgo!
–¡¿Así que estás diciendo que no puedo ni proteger a una sola persona estando enfrente mía?!
Su mano soltó la empuñadura, temblorosa. No quería gritar así. No quería tener que gritarle a Penny de aquella manera, pero su frustración era tan palpable como la gruesa niebla de la tundra. Otra vez se había dejado llevar por sus emociones. Otra vez estaba cometiendo los mismos fallos. Nada había cambiado. No había aprendido nada.
Penny esperó- no, le dió unos segundos a recomponerse. Una vez notó como la expresión de su amiga se suavizó, habló con decisión.
–¿Estás segura?
Ame respiró profundamente, llenando sus pulmones con nuevo aire fresco, intentando despejar su cabeza y sus pensamientos.
–No tengo elección, Polendina. –Por el rabillo de su ojo vió como Elfnein sonreía de fondo. –Es lo que soy.
Un grito ensordecedor resonó por toda la plaza entera. Girándose hacia la fuente de aquel ruido, pudieron ver como los primeros de muchos Grimms se dirigían hacia la plaza, sin mostrar intención alguna de querer detener su estampida. El equipo FNKI aún estaba manteniéndolos a raya, pero si seguían a la defensiva de aquella manera, tanto ellos como el público aún en evacuación acabarían siendo arrollados eventualmente.
–¡Ve! Nos reuniremos en la clínica de tu padre cuando hayamos terminado.
–¡Ten cuidado! –Fue lo último que escuchó Ame de su nueva amiga antes de que esta saliera despegando, dejando tras de sí una estela neón en el cielo estrellado.
Elfnein se acercó lentamente, sus labios medio abiertos, a punto de hablar.
–No. –Su mirada, que parecía estar resistiéndose con todas sus fuerzas a dejar salir cualquier tipo de emoción, caló en Elfnein. –Hay cámaras vigilándonos por todas partes.Si tienes que hablarme, hazlo en voz baja. Si queremos sacarte de aquí, tienes que pretender que no me conoces. Si tienes que dirigirte hacia mí sí o sí, hazlo con los nombres en clave acordados, ¿de acuerdo?
–E-Entendido.
–Bien. Quédate aquí y recoge a Dur da Blá sin llamar la atención. Cúbrelo con las cortinas si hace falta. En cuanto lidie con esto, nos retiraremos.
Ame caminó, con pasos fríos y calculados, en dirección hacia aquella masa oscura que amenazaba con destruir aquel lugar. En su rostro, sus ojos, ahora estrechados, desprendían un desprecio absoluto hacia las bestias que se dirigían hacia allí. De un salto, volvió a bajar del escenario, cayendo en los fríos ladrillos del asfalto.
Desenganchó la funda de su espalda, sujetándola horizontalmente. Desde fuera daba la impresión de ser un maletín rectangular, metálico como la plata misma, con diversas líneas de soldadura como simple textura y con el símbolo de Atlas plasmado con pintura blanca en grande. De él tan solo sobresalían un pequeño mango para sujetarlo con la mano, el cinturón para llevarlo colgado y, de uno de sus extremos, la empuñadura de su arma.
–Qué... ¿Qué es esa espada?
Tsubasa inspiró con fuerza.
–El Ame no Habakiri ya no responde ante mi canto.
Desenvainando el arma y descartando a un lado la funda metálica, Ame estiró su brazo, balanceando el peso de aquel filo. Cualquiera podía observar el magnífico trabajo que era, pero solo unos pocos podrían apreciar de verdad su complejidad. Era una espada larga y curvada, muy similar en diseño a una katana, pero que portaba una especie de recubrimiento externo a lo largo del dorso de la hoja.
Dicho recubrimiento tenía una textura rugosa, hecho de aleaciones de carbono y acero, dándole un tono azabache y reluciente al conjunto completo, siendo lo único que rompía este patrón era una fina línea celeste neón recorriendo el borde del dorso por ambos lados. Su color oscuro contrastaba a la perfección con el suave filo plateado que sobresalía de este y de la multitud de tornillos que unían todo el conjunto.
Descendiendo desde la empuñadura, que portaba un pequeño pomo cuadrado y tres hendiduras hechas para mejorar el agarre, se podía ver como el arma se dividía en dos piezas: la más larga era el filo de la espada en sí, mientras que por el dorso sobresalía un segundo apéndice. Este era más pequeño y, en él, había enganchado un pequeño cuchillo militar, todo ello en conjunto siendo tan solo un cuarto de la longitud de la hoja principal.
El filo de la hoja principal parecía ser uniforme desde lejos, pero aproximándose uno podía apreciar unas casi imperceptibles intersecciones a lo largo de ella, casi separándose en decenas de fragmentos distintos, todos ellos acabados en pequeños dientes de sierra microscópicos. Diseñados para cortar cualquier tipo de superficie con la que se encontraran.
Finalmente, a lo largo de su recubrimiento había diversas palabras y símbolos, escritos en tinta blanca y con trazos minúsculos, detallando los distintos aspectos y medidas del arma en cuestión: longitud, peso, casi parecía un sketch a medio terminar. Sin embargo, justo en el centro antes de la separación de los dos apéndices, había un hueco sospechosamente vacío. Pietro le había dicho que ahí podría escribir un nombre de su elección.
Aún seguía debatiendo si siquiera debería nombrarla o cuál darle. Pensamientos inútiles que no podía permitirse tener ahora.
–¡FNKI, sacad a la gente de aquí, ya! –Sobrepasó al equipo de cazadores, que estaban terminando de aniquilar la pequeña oleada inicial con su brazo izquierdo extendido hacia el lado, indicándoles que esta ya no era su pelea.
Los cuatro miembros se miraron entre sí, antes de apartarse de la línea de combate, dirigiendo su atención a asistir a los miembros más rezagados.
Sola en el frente, una vez más. De un giro de muñeca, colocó la espada por encima de su cabeza, la punta aún hacia delante, con ambas manos en el puñal. Podía sentir el temblor de sus dedos, una mezcla de la anticipación y la cautela de enfrentarse a un enemigo desconocido por primera vez.
Tomó aire y ahogó sus nervios, estabilizando su agarre. El metal resonó en sus oídos junto a su rápido latido, casi cortando el aire mismo. Hambriento. Ansiando cumplir su función.
–Acabemos con esto de una vez.
Uno, dos, tres. Siete en total salieron de la calle, trotando hacia ella, listos para atacar y matar a toda oposición. Todos ellos sabyrs, Grimm de alta movilidad y rango, pero susceptibles a ataques directos. Si quería salir con vida, iba a tener que ser más rápida que ellos.
El más ágil de los monstruos se abalanzó varios metros hacia adelante, sus garras apuntando directamente al cuello de su víctima, solo para ser partido limpiamente en dos tras un grácil corte descendiente.
Atravesar aquellas bestias no era tan simple como parecía ser a primera vista. Si bien su espada había sido diseñada para ello, los cortes no se sentían limpios. La textura desgarrada se sentía como un cosquilleo en sus huesos, para luego dar lugar a la nada una vez se disolvía. Era como intentar cortar la oscuridad misma.
Lo sentía extraño, incorrecto.
Pudo sentir la adrenalina llenando su cuerpo, una sensación familiar y lejana, volviendo una vez más. Casi tuvo que resistir la tentación de empezar a cantar. Desvaneciéndose el cadáver en polvo y humo ahí mismo, Ame apenas pudo ver a tiempo como dos de las bestias se abalanzaron desde ambos laterales.
Sus largos años de entrenamiento y experiencia de combate estallaron a la acción, como un muelle siendo liberado de una presión enorme.
Casi como si fuese un reflejo, dió una rápida voltereta hacia atrás y, al aterrizar, se agachó para impulsarse de nuevo hacia adelante, atravesando a las dos bestias simultáneamente. Solo quedaban cuatro más.
Fue en ese momento que cayó en la trampa que le habían tendido. A su alrededor, los Grimm restantes la habían encerrado, rodeándola por completo. Con la punta en el aire, colocó su espada enfrente suya, sus manos sudorosas agarrando con firmeza la empuñadura.
Derecha, izquierda. Su cabeza oscilaba rápidamente de lado a lado, buscando cuál de todos ellos pensaba atacar primero.
–¡A tus 4! –La espera no duró mucho, pero gracias al aviso de Elfnein pudo avistar por el rabillo del ojo como una masa oscura se abalanzaba hacia ella.
Elfnein pudo escuchar el ruido del metal chocar con el hueso. Forcejeando contra el peso de aquel Grimm, Ame se mantuvo firme mientras la bestia mordía el filo de su espada, sus zarpas intentando encontrar un objetivo que despedazar.
–¡Desaparece! –A grito pleno, lanzó su pierna derecha directa hacia el abdomen del monstruo, catapultándolo con fuerza hacia otro de los atacantes, noqueándolos a ambos momentáneamente, pero dándole el tiempo justo para actuar.
Aprovechando la inercia de la patada, giró sobre su pie izquierdo y, para sorpresa de su Elfnein, soltó su espada en el aire, interceptándola con su patada.
Tan sólo escuchó un zumbido y, poco después, vió como los otros dos monstruos, que rodeaban a su amiga desde lo que ambos creían ser un rango seguro, habían sido cortados en pedacitos. En el centro, Ame se erigía alta sobre una de sus piernas, la otra estirada hacia adelante como si de una patada se tratase, con la empuñadura de su espada conectada a sus botas.
Todo el conjunto, desde sus tacones hasta la punta del filo, resplandecían en un suave tono azulado, emitiendo ligeras chispas allí donde conectaban la empuñadura con la bota.
–Un agarre electromagnético... –Comentó, absorte en sus pensamientos, pensando en la clase de maestría que alguien necesitaría tener para poder fabricar algo así.
Mientras tanto, Ame había lanzado de una patada el arma al aire, agarrándola con su mano derecha al descender, haciéndola girar a su alrededor y haciendo desaparecer aquel brillo. Se acercó con calma hacia los dos Grimm que había derribado previamente, elevó su arma en el aire y, haciéndola descender con toda su fuerza, la clavó en el pavimento a través de aquellos dos cuerpos, terminando con ellos.
–¿Estás bien? –Preguntó Elfnein.
–Sí, gracias a tu advertencia.
Elfnein no pudo evitar sonreír al escuchar aquello. Ella sabía lo mucho que Elfnein se enorgullecía de poder ayudarlas como parte de su trabajo en el equipo de apoyo de S.O.N.G.
–Me alegro de oír eso.
–No bajes la guardia tan pronto. Aún debería haber al menos veinte o más de camino.
Allá, en la lejanía de las anchas calles, pudo avistar como la siguiente oleada llegaba a la entrada de la plaza, solo para detenerse. Ame dobló ligeramente sus rodillas y colocó su arma a la altura de la cintura, lista para el siguiente asalto.
–¿Qué crees que están haciendo?
–Ojalá lo supiera. Los Noise nunca se comportaban así. –Aquel grupo parecía estar olfateando los alrededores, cautivados por alguna fuerza invisible para les dos.
De repente, giraron hacia su derecha, dejando atrás la plaza ante la sorpresa de Ame y Elfnein.
–Imposible. Estos seres supuestamente solo van tras las personas o emociones negativas. Hacía donde siquiera están-
Abriendo su scroll, Ame tecleó frenéticamente, buscando el mapa de Mantle. Si aquello era correcto, si estaba interpretando el mapa y la dirección de los Grimm sin fallo alguno... Su sangre se heló.
–¡Vamos! –Comenzó a correr, detrás de la manada, sin contar que Elfnein no podría seguir su ritmo.
Esto fue el principal motivo de la sorpresa de su cara al ver cómo le alquimista no solo pudo alcanzarla, sino colocarse a su lado.
–¿Qué está pasando? ¿A dónde vamos? –Dijo, dejando tras de sí un rastro de hielo que se fundía poco después de formarse.
En su mano, sostenía un cristal azul pálido el cual iba consumiéndose poco a poco. Tenía una forma un tanto irregular, pero su nivel de refinamiento era equiparable a aquellos producidos por la SDC.
–¡El punto de encuentro con la chica de antes es donde tengo guardados a recaudo dos colgantes! –Giraron una, dos esquinas casi de seguido. –¡Los Grimm se dirigen hacia allí!
–¡¿Dos colgantes?! Eso quiere decir que ella no está-
–No lo digas. –¿Acaso su voz había temblado? –Por favor, no lo digas. Ya hablaremos de ello más adelante. Por ahora, tenemos que asegurar la seguridad de los colgantes y la tuya propia. A ser posible, en conjunto.
–Pero...
–No hay 'pero' que valga. En cuanto encuentres una oportunidad, escóndete y vete. Puedo hacer creer a Polendina que te has escapado. Ella me creerá. Pero antes necesito saber que estarás a salvo.
–Tengo un refugio seguro fuera de la ciudad. ¡Pero pienso que deberíamos volver juntas!
–¿Qué crees que haría un general paranoico si alguien que aparece de repente en su reino en cuarentena se infiltra en su milicia y luego se esfuma durante un ataque de Grimm?
Tras unos segundos pensándolo, Elfnein asintió.
–Sabía que lo entenderías.
–De acuerdo. Pero al menos deberías saber dónde estoy.
–Ni hablar. Cuanto menos sepa, menos información podrán sacar de mí en el caso de que me descubran. Es por tu propio bien.
–Tsubasa... –Dejó escapar de sus labios, susurrando.
Sin más que decir, continuaron avanzando por las ahora evacuadas calles de Mantle. Eventualmente, dieron con un rastro de robots de combate destruidos, los cuales siguieron como migas de pan por el bosque, en busca de las bestias.
Girando una última esquina a su derecha, las dos se encontraron de lleno con los Grimm más rezagados del grupo. Casi sin tiempo a reaccionar, uno de ellos se lanzó hacia su presa más cercana. Era casi como si hubieran estado anticipando su llegada.
–¡Al suelo! –Gruñó, empujando a Elfnein fuera de la dirección de aquel ataque. Cayó al suelo, esparciendo por el asfalto toda clase de cristales de diversos colores, tamaños y formas de su desgastada bolsa.
Una suave y cálida sensación comenzó a recorrer su brazo izquierdo en la forma de cuatro largos ríos de sangre que ocupaban un amplio trozo de su hombro. Pero no podía permitirse dejarse llevar por el dolor ahora mismo.
Con el otro, alzó su espada, deteniendo otra embestida pero sin apenas tener la fuerza necesaria para sujetarlo como antes. La bestia apretó, desgarrando su espalda y sus hombros con más arañazos, despedazando sin piedad su chaqueta y piel por igual.
Intentó resoplar, pero lo que salió de entre sus dientes fue más parecido al gruñido de un depredador acorralado. Tras semejante maratón y con un solo brazo, sentía como sus piernas se doblaban más y más contra aquella pesada masa de ira e instinto asesino, impidiéndole moverse.
Pero aquello no era lo que más le importaba ahora mismo. No, ahora sus ojos estaban fijos solamente en Elfnein, ahora sujetade contra el suelo bajo el peso de otra de aquellas bestias, a meros segundos antes de que un buen mordisco le destrozara la yugular.
Intentaba librarse de aquel agarre, buscar algún cristal que pudiera usar. Pero solo sentía la presión del cuerpo del Grimm contra el suyo y sus manos vacías. Sorprendentemente, lo sentía frío. Más frío que la tundra helada que había recorrido decenas de veces.
Tras apretar una de las hendiduras de su mango, el cuchillo del segundo apéndice salió disparado por el aire, en dirección hasta la bestia, solo para acabar rebotando en su calavera. El resultado de aquello no había sido más que una triste grieta.
Ame solo había ganado unos segundos con ello. Solo había alargado la muerte de otro ser querido. Cayó al suelo de rodillas, su enemigo ahora echando la gran parte de su peso encima suyo y clavando con firmeza sus garras en su espalda.
No iba a aguantar. No iba a poder proteger nada otra vez. Elfnein gritaba algo, pero no podía escuchar o comprender nada. Ahora, elle iba a pagar por sus fallos. Igual que todo el mundo. Por su culpa, hace dos años no pudo salvar a nadie. Y por su culpa, ahora, Elfnein iba a-
Dos estallidos interrumpieron sus pensamientos y, poco después, el peso de su espada desapareció, el Grimm que había tenido encima estaba desvaneciéndose lentamente, al igual que el que retenía a Elfnein.
–¿Estáis bien? –Un señor alto, de tez clara y con un peinado revuelto y del color de las cenizas le extendió una mano a Ame, ayudándola a incorporarse.
Era más alto que ella, casi sacándole una cabeza y su cuerpo mostraba claras señales de haber estado en muchas peleas. En su mano portaba una espada larga y rectangular, dividida en claras secciones, la cual estaba doblada por su mango mostrando un pequeño cañón.
–He estado mejor. Gracias. –Gruñó al volver a erguirse, reajustando sus hombros pese al escozor que estaba sintiendo ahora mismo.
Aunque ese dolor no le impidió darle un abrazo a Elfnein, casi tropezando yendo a comprobar si estaba bien. Tras susurrar algo que Qrow no llegó a captar, las dos se giraron hacia él.
–¡M-Muchas gracias, señor! –Se inclinó hacia adelante, agitando su coleta sin querer.
Tanto Ame como Qrow pensaron que era absolutamente adorable, aunque nunca lo dirían en voz alta..
–Señor- oye, que no estoy tan mayor aún. Me llamo Qrow. Qrow Branwen.
El susodicho Qrow pegó un tiro casi sin mirar a un Grimm que se abalanzaba sobre los tres, haciendo que se desvaneciera en el acto.
–Ame Mizuki. Ella es Carol. Gracias por salvarnos una vez más.
–No me las des. Oye, no tenéis pinta de ser cazadores, ¿qué estabais haciendo intentando pelear por vuestra cuenta contra los Grimm?
–Si crees que puedo confiar en los trastos de Ironwood para manejar esto, estás tan loco como él. Además, ella –señaló a "Carol". –está bajo mi supervisión y protección de momento.
–Ya somos dos que piensan lo mismo. Aún así, deja que nos encarguemos los profesionales de esto.
¿Profesionales? Ame siguió su mirada, no tardando mucho en entender exactamente a lo que se refería. Allí, en la calle enfrente de la clínica de Pietro, la masa de Grimm se había dispersado en pequeños grupos, siendo manejados cada uno por distintas personas. Cada uno era un soplo de aire fresco distinto, tras la monotonía de los blancos y grises de la milicia de Atlas.
Una joven rosa y pelirroja machacaba a diestro y siniestro a las diversas criaturas con su enorme martillo, sin perder la inercia de cada movimiento como si fuera un carrusel de la muerte. Al menos alguien se lo estaba pasando bien con todo esto, pensó al escuchar cómo se reía.
Otro, un joven de tez más oscura que el resto y portando un traje esmeralda, sobresaltó un ataque de uno de los Grimm y, de un tiro certero con su bastón, desintegró a la bestia. Seguido de él, una chica de rojo se lanzó hacia ellos tras salvarle con un tiro certero.
Ame apenas podía creer lo que estaba viendo, pues aquella chica se convirtió en pétalos de rosa. Pétalos de rosa. Mira que había visto cosas raras en su vida, pero de alguna forma seguía sorprendiéndose de vez en cuando.
Dichos pétalos volaron por el aire, impulsados casi por arte de magia. Pudo deducir que debía de ser aquello que en aquel mundo llamaban "semblance", pero era la primera vez que veía uno en acción. Tampoco ayudaba que fuera uno tan raro.
Tras salir de su estado floral (porque eso era la única manera racional que tenía para describirlo), desplegó su gigantesca guadaña, cortando por la mitad a una de las bestias mientras aprovechaba otra para impulsarse hacia arriba, sólo para caer con un fuerte impulso proporcionado por un disparo sobre otras dos.
El impacto no solo mandó volando a ambos seres, sino que quebró parte del asfalto, enviando una onda expansiva a su alrededor.
–¡Tío Qrow! No deberías separarte tanto del grupo. –Ame apenas podía quitarle los ojos de encima a aquella guadaña enorme.
Ciertamente había visto armas de tal calibre en el pasado, pero aquello era distinto. Poder manejar algo así de grande con tal destreza requería de bastante fuerza y control, tal y como Akatsuki le contó una vez entrenando las dos juntas.
Espera, ¿había dicho "tío"? No podrían ser más distintos entre sí, aunque supuso que eso también se aplicaba a ella misma.
–Sí mamá. –Su sobrina le echó el equivalente a un mal de ojo que había en este planeta. —Es solo que tuve que asistir a- oye, ¿adónde ha ido tu amiguita?
Aquellos pétalos no fueron una sorpresa tan grande como descubrir que Elfnein había desaparecido de repente. No se le veía por ningún lado, casi como si se hubiera desvanecido en el aire. Cualquier otra persona necesitaría de una explicación para entender el por qué Elfnein habría hecho eso.
Pero Tsubasa podía entenderle sin escuchar la más mínima palabra.
–Se habrá ido a esconder a algún lugar seguro. Sugiero que, mientras tanto, nos encarguemos de los hostiles primero.
Se agachó y recogió el cuchillo que había lanzado previamente, conectándolo de nuevo a su arma con un satisfactorio sonido de encaje metálico, algo que sólo podrían emitir dos piezas hechas la una para la otra. Sin embargo, al hacerlo, sus dos acompañantes vieron el destrozo causado por su anterior atacante a su espalda.
–¿E-Estás bien? No te preocupes, tenemos a alguien capaz de curarte. Deberías dejarnos esto a nosotros.
La voz de la Rojita (de momento iba a llamarla así) cayó en oídos sordos. Concretamente, en los oídos sordos de Ame, la cual colocó su pañuelo alrededor de la herida, manchando aquel suave azul con manchas oscuras de sangre.
Tensó los músculos de su brazo, comprobando que el nudo aguantaría sus movimientos, e inspiró con fuerza.
–Soy una protectora. Algo así no es suficiente como para detenerme. –Y acto seguido, se lanzó hacia adelante, una vez más, hacia el campo de batalla.
–¡Espera! –Gritó la Rojita.
Ame no hizo caso. Más adelante de ella, aún se encontraban varios miembros de aquel colorido grupo peleando con diversas bestias dispersas, por lo que su objetivo estaba muy claro.
Sin detenerse, lanzó una serie de tajos a sus laterales, convirtiendo rápidamente en polvo a aquellos Grimms que estaban más rezagados de los pequeños grupos que habían formado. Avanzó indiscriminadamente, dejando tras de sí un rastro de polvo, pequeñas gotas de sangre y miradas confusas.
Al fondo de la calle, pudo observar como una chica de blanco elevaba por los aires a cuatro de ellos, solo para ser rematados por un joven que de larga y oscura melena. Corriendo entre ellos, se dirigió hacia el siguiente grupo, pero de repente se detuvo por completo.
Un espejismo. Esa era la única manera de poder explicar lo que estaba viendo delante suya. Una chica alta, con una larga melena rubia estaba rematando a varias bestias con nada más que sus puños, solo para ser salvada de un ataque a su espalda por una joven de pelo oscuro y orejas de gato.
–Tachibana...
Sabía que no era ella. Sabía que era imposible que fuera ella.
Pero ese momento de confusión, esa pequeña distracción, fue suficiente para dejar que su próxima víctima girase de repente, abalanzándose de un salto hacia aquella faunus.
Un zumbido, seguido de un destello verde, atravesó fácilmente a la bestia. Seguido de varios más, los pocos remanentes de aquella manada fueron eliminados en meros segundos. Mientras las farolas nocturnas volvían a recobrar su iluminación, el grupo miró hacia los cielos, de donde provenían aquellos disparos.
En contraste a la luz de la Luna, rota en inmóvil, Penny flotaba como si de un pétalo de cerezo se tratara, descendiendo con ligereza sobre el pavimento. Sus botas se desactivaron con un grave y descendente zumbido, haciéndola aterrizar suavemente.
–Así que aquí estabais. –Detrás de Ame, Pietro y una señora mayor se acercaba al grupo.
–Señor Pietro... Discúlpeme. Tuvimos que separarnos para poder cubrir más terreno en el ataque pero al final fue su hija quién me protegió a mi. No pude cumplir con mi parte.
Primero Elfnein y ahora aquella chica. Estaba oxidada. Sabía que lo estaba desde hacía un tiempo ya, pero no había querido aceptarlo y este había sido el resultado. Al apretar sus puños en su frustración, la herida de su brazo se abrió de nuevo brevemente ante la tensión que estaba ejerciendo.
–No te des mucho mal. Sé que mi hija no caerá tan fácilmente ante unos simples Grimm. Aunque tú... Miró con preocupación las heridas de Ame, la cual aún estaba recuperando su aliento. –Ya has hecho más que suficiente. Muchas gracias por todo, Ame. Ahora, querida, ¿por qué no saludas a tus amigos?
¿Acaso había dicho Pietro "amigos"? Cualquier duda que tenía en ese momento se disipó en cuanto vió como Penny cambió su rostro a uno aún más feliz de lo que Ame había pensado posible. La Rojita parecía emocionada por verla de nuevo, al menos.
Y entonces Penny atropelló a dicha Rojita de un abrazo volador, gritando su característico "¡Saluditos!" tras coger carrerilla. Tampoco es que le hiciera mucha falta teniendo botas propulsoras. Los demás recogieron sus armas, acercándose hacia las dos chicas.
Ame aún mantuvo firme su agarre en su espada. Tampoco es que pudiera recogerla o guardarla ahora mismo, habiendo dejado tirada su funda en la plaza. No había sido una de sus mejores ideas, pensándolo ahora fríamente.
–¡Es un gran placer volver a veros de nuevo!
–Penny, yo... –Rojita parecía estar casi al borde de las lágrimas. –Creía que estabas...
–¿Muerta? –Intervino Pietro. Aquello sí que eran noticias nuevas para Ame, aunque supuso que simplemente no le había dado tiempo suficiente a Penny como para contárselo. –En cierta manera, sí que lo estaba. Pero pudimos recuperar su núcleo del Estadio Amity nada más volver a Atlas. Me llevó un tiempo, pero-
–¡Estoy como nueva! Mejor incluso. ¡Y ahora, soy la protectora oficial de la ciudad!
–¡Esa es mi niña! No vamos a permitir que un simple destrozo como aquel nos detenga, ¿no es así?
–¡No señor! –Dijo, golpeando su cabeza metálica con orgullo mientras Pietro sufría uno de sus característicos ataques de tos.
–Esto es...
–Extrañamente adorable.
–Igualita a la Penny que conocíamos. –Dijeron en orden Blanquita, Gatita y Rubita.
Ame no tenía la capacidad mental como para interrumpir lo que sea que estuviera sucediendo en ese momento y preguntarles sus nombres.
–¡Hay tanto de lo que debemos hablar! No puedo esperar. –Penny casi había empezado a sacudir los hombros de la Rojita de la emoción.
El sonido estridente de la alarma empezó a resonar, lejos de allí, interrumpiendo el momento.
–Parece ser que tendremos que esperar.
–¿Más Grimm? En ese caso... –Ame dió un paso hacia Penny, preparada.
–Ya has hecho suficiente. Yo me encargaré del resto.
–...de acuerdo. –Notó que la voz de Penny se había endurecido un poco. Se sentó en el borde de la calzada, cansada, apoyando su filo en el suelo sin soltarlo. –Pero antes, tienes que saber que Carol ha desaparecido. Estaba vigilándola y... se escapó. Lo siento.
–Lo más importante es que estás a salvo. –Dió unos pasos hacia atrás, antes de comenzar a vibrar ligeramente. –Hablemos más luego, no puedo esperar a poder escuchar todas vuestras aventuras, ¡estoy muy emocionada por escucharlo todo todito! –Dijo, despegando en la primera mitad de la frase mientras que la segunda mitad se perdía en el viento.
–No sé si entiendo del todo lo que está pasando, o si tengo como, ¡un millón de preguntas! ¡Como tú! –Aquella masa rosa, pelirroja y bajita se dirigió hacia Ame como una polilla hacia el Sol. –A Penny la conocemos, ¿pero tú quién demonios eres? ¡¿De dónde has salido?! ¡¿Y cómo es que tienes un arma tan rara?!
–Esto...
–La ha llamado recluta, ¿no? Quizás forme parte de la Academia de Atlas. –El chaval alto de larga melena irrumpió.
–No la reconozco, y cuando me fuí de aquí, el General no había ordenado aún la retirada de las tropas. –Habló de nuevo Blanquita, echándole una mirada de sospecha que Ame devolvió con la misma intensidad.
–Si me dejáis explicar...
–En ese caso, es de la milicia.
Qrow (ese era el nombre que le había dado, ¿no? Podía ver las similitudes con uno de verdad) intervino, no poniendo mucha cara de querer ayudarla, sino una que pondría alguien antes de golpear a otra persona en una pelea callejera o de bar.
Aunque tampoco había estado en tantos bares (o peleas de los mismos) como para estar segura.
Algo que tampoco estaba ayudando para nada era su apariencia. Un brazo herido ensangrentado goteando en el pavimento y una espalda desgarrada no eran su mejor look. Pero los había tenido peores. Aunque también mejores.
–Oh, no os tenéis que preocupar por ella. –Pietro, el mejor hombre de todo Mantle, intervino como un ángel en el último momento para sacarla de aquel lío. –Tan solo estaba asistiendo a mi hija hoy. No os hará nada, en serio.
Dió media vuelta con su silla mecánica, dando por concluido el asunto. El resto de aquel grupo no parecían muy convencidos con ello, pero tampoco podían decir nada en contra.
–Si el señor Pietro confía en ella, deberíamos hacerlo nosotros también, ¿no? –Encogió sus hombros la Rojita.
–Bien dicho, Ruby. –Ame hizo una nota mental de su nombre. –Ahora, salgamos de este mal tiempo. Puedo ofreceros al menos mil respuestas a ese millón de preguntas, pero hagámoslo dentro, por favor. Ah, una cosa más. –Giró su cabeza hacia Ame. –Espero que me des un reporte en profundidad sobre el manejo de tu arma. Es la primera vez que construyo algo así, me gustaría poder recibir un poco de feedback, si no te importa.
–Así haré, señor Pietro. –Los labios de la susodicha se tensaron un poco, casi formando una sonrisa imperceptible.
–No tengo ni idea de lo que ha pasado ni de quién son esas dos. ¿Acaso son importantes? –Una voz irritable vino de una señora bajita, con gafas mecánicas que emitían un tenue brillo azul.
–Todo esto ha sido... Inesperado. –Un chaval de rubio comentó.
–Para nada aburrido.
–Pero para nada inoportuno. Honestamente, pensé que las cosas nos iban a ir mucho peor. Especialmente con alguien de la milicia aquí. –El grupo enteró volvió a ojear a Ame por encima.
Ella solo suspiró, incorporándose de nuevo apoyando parte de su peso en su arma.
–A diferencia de los perros de Ironwood, yo no ataco por la espalda.
–Si si, lo que tú digas, Azulita. Ya he tenido suficientes juramentos rotos como para una temporada. –Grosero. Aunque ella había estado llamando a los demás por sus colores en su cabeza, luego no podía quejarse abiertamente.
Aunque también era cierto que Qrow sabía muy bien cuál era su nombre, por lo que quizás sí que tenía derecho a recriminarle aquello.
A lo que Ame fue a dar un solo paso de vuelta hacia la clínica, de repente escuchó un ruido seco. Y otro. Y otro más. Girándose, vió de repente como solo quedaban ella y Qrow en pie, el resto en el suelo enredados en una especie de cuerda morada.
"¡Así que esto es lo que vale tu palabra!" es lo que pensó que Qrow habría querido decirle tras desenvainar su espada, si no fuera por el hecho de que él había sido atrapado también.
Y entonces fue la siguiente en caer.
–¡¿Pero qué...?! –Sea lo que fuera a decir, fue interrumpido por la llegada acrobática de las personas que menos deseaba ver en aquel momento. –Vosotros.
–Buen trabajo, equipo. –Clover, con su irritable sonrisa juguetona, estaba admirando el trabajo que habían realizado. –Menos tú, Ame. Te dimos tiempo de sobra para esquivarlo. Punto negativo.
–Cierra esa boquita que tienes antes de que decida comprobar cómo de bien sabes esquivar el convertirte en la nueva funda de mi espada.
El susodicho levantó una mano, acallando a una Harriet lista a responder de vuelta.
–Tanto tiempo entrenando con nosotros y aún sigues así de antipática. Parece ser que alguien no sabe aguantar una simple broma. –Los otros cuatro soltaron breves carcajadas, excepto por Marrow, que sonreía incómodo. –Desatadla.
–¡¿Qué está pasando?! –El chaval del bastón forcejeó, inútilmente, contra sus ataduras.
–¡Eh, oye! Soy un cazador licenciado. ¿Acabamos de salvar a todo el mundo?
Tras ser liberada (gracias por tan poco, Marrow), Ame enseguida se puso en pie, apuntando con su filo directamente hacia Clover. Para desgracia suya, el resto del equipo no parecían muy atentos a ella y seguían desarmando a aquella gente, ayudados por los recién llegados soldados mecánicos.
–Esta gente ha hecho ya más por la ciudad que vosotros, ¿y los estáis metiendo entre rejas? Sabía que erais escoria, pero no de tan bajo nivel.
–Sí, sí, lo que tú digas. Mira, llevamos un mes bailando este vals. Es hora de que aprendas a callar y escuchar más. –Se agachó, recogiendo un objeto azulado que llevaba la Rojita encima. –Los subiremos al próximo transporte.
–¡Por favor! Tan solo intentábamos ayudar.
–Malgastas tus palabras. –Ame miró a Ruby. –No conseguirás que atiendan a razones. Son demasiado leales como para pararse a pensar por dos segundos con sus propias cabezas.
–¿Qué significa todo esto? –Pietro había vuelto, tras notar que el resto no les estaban siguiendo. –¡¿Qué están haciendo siquiera los Ace Ops aquí en Mantle?!
–¿Ace... Ops?
–Doctor. Un gusto verle de nuevo. Vera, recibimos un informe de una nave no autorizada realizando un aterrizaje no autorizado seguido de un uso no autorizado de armas por cazadores no licenciados. Y, técnicamente, ella –señaló a Ame. –también forma parte de los Ace Ops.
–A pesar de que nadie lo quiera.
–Estaban salvando vidas. Pero claramente, eres demasiado ciego como para ver lo que está en tus narices. –Replicó Ame, ignorando la puya de Harriet.
–Vamos, no exageres. Tu castigo podría haber sido peor que esa pequeña broma, aunque... –Miró a aquel brazo ensangrentado. –Creo que ha sido más que suficiente.
Ame escupió al suelo como respuesta.
–S-Si tan solo pudiéramos hablar de esto...
–Podrán hablar de esto ellos mismos cuando lleguen a Atlas. Ame, eres la encargada de escoltarlos. Piensa en esto como una oportunidad para aprender una o dos cosas.
–Si acaso piensas que voy a hacerte caso...
–Sé que lo harás. –Frunció el ceño. –O Winter tendrá mucho que explicar ante el General por tu actitud. Otra vez.
–¿Winter? ¿Winter Schnee? –Escuchó de fondo hablar a alguien. Por su voz, sonaba como Blanquita.
–¡Equipo, en marcha!
Y sin mediar otra palabra, los cinco desaparecieron entre las calles y tejados de la roñosa ciudad. Dejando a Ame sola. De nuevo. Los soldados robóticos comenzaron a levantar uno por uno a aquellas personas mientras Pietro miraba desolado hacia ellos. Suspirando, Ame se acuclilló, mirando fijamente a Qrow mientras le ayudaba a levantarse.
–Bienvenidos a Atlas.
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