《Capítulo: 1》
Me desplomo sobre la mesa, luchando por mantener los ojos abiertos. Una gota de sudor serpentea por mi espalda. Aunque apenas es octubre, debemos de estar a casi treinta grados aquí dentro. Cuando nos quejamos, la señora Winger farfulló algo sobre esperar a que a que el conserje repare el termostato.
Junto a mi, doblado sobre su pupitre, Icky Ferris lee a tropezones Julio César. Se supone que estamos leyendo la obra en parejas, pero su tono monótono, sumado al ininteligible lenguaje shakespeariano que pone calientes a los profes de Lengua, me produce una modorra insoportable.
El calor es uno de los principales desencadenantes, y todo indica que Shakespeare es otro. Puedo sentir como el calor asciende por mi columna vertebral, arrastrándose como un cienpiés. Eso me recuerda la vez que, en pleno agosto, viajé en el coche de papá con el cojín calefactor encendido por error.
En el libro, las palabras se apelmazan formando líneas borrosas de color gris, y sé que no tardaré en perder la conciencia. Todo se pone patas arriba y el salón comienza a girar a mi alrededor, mientras los bordes de los objetos se difuminan y se confunden. Busco algo en lo que pueda concentrarme y termino mirando fijamente un póster edificante con la foto de un gatito colgado de la rama de un árbol. La leyenda reza: ¡AGUANTA CHICO! Mientras lo miro, La cabeza del gatito comienza a fundirse. Me dejó escurrir en la silla.
Hay ciertas señales que anuncian que voy a desvanecerme: párpados caídos, músculos laxos como espaguetis, rostro lívido. Mis compañeros han visto lo que me sucede suficientes veces, de modo que pueden saber qué es lo que está ocurriendo.
--- Sylvia --- sisea Icky y aplaude delante de mi cara --- Espabila.
Parpadeo y me concentro en él. Icky lleva melena y tiene una obsesión muy poco saludable por las armas de fuego, pero me cae bien. Sin duda, se muestra mucho más compasivo que la mayoría de los chicos de la escuela.
--- ¿Te encuentras bien? --- pregunta
Para entonces, tengo a todos mirándome con atención. En realidad, el que me desmaye en mitad del salón no es ninguna novedad, pero sí es un acontecimiento capaz de romper la monotonía de un aburrido día de octubre. Desde que los perros antinarcóticos encontraron una bolsa de María en la taquilla de Jimmy Pine, no ha habido nuevos chismes, y eso fue hace ya un par de semanas. De ser posible, prefiero evitar desvanecerme delante de estos buitres.
Me levanto y me acerco a la señora Winger, mi maestra de Lengua. Algo en su ordenador la tiene absorta por completo: un solitario probablemente. Ella es la única que no se ha dado cuenta de que casi me desmayo. Su gran escritorio se encuentra al fondo del salón para permitirle ignorarnos. Unos tras otros, los ojos de mis compañeros se alejan de mi y vuelven a sus libros.
--- ¿Puedo ir al lavabo? --- pronunció mis palabras en voz baja, con humildad.
Ni siquiera aparta sus ojos del ordenador. Si lo hiciera, podría darse cuenta de que soy yo, Sylvia Bell, La chica con el problema de narcolepsia, y recordaría que se le ha pedido que me deje abandonar el salón de clases siempre que lo necesite.
Venga, déjame ir. DÉJAME.
El salón da vueltas y siento que las rodillas se me doblan.
--- ¿No puedes esperar a que la clase haya terminado? --- la voz de la señora Winger está cargada de desprecio, me tritura dejándome en trozos minúsculos que ella pueda tirar a la basura con facilidad.
Aún sin mirarme, mueve una pila de cartas con el ratón.
--- ¿No puede su juego esperar a que la clase haya terminado?
Me paso un mechón de pelo rosa detrás de la oreja. Sé que lo he dicho con mala leche, pero no importa. Era el único modo de obtener su atención.
Y por fín me mira, la irritación le marca las arrugas alrededor de los ojos.
--- Muy bien. Ve. Tienes cinco minutos.
No respondo porque ya estoy fuera. Debería ir a ver a la enfermera, pero ella está obligada a informar a mi padre de cada episodio y no me apetece que me hagan preguntas. No hoy. Me siento tan cansada. El sueño me acecha durante el día, pero en la noche me evita. Anoche apenas habré dormido cuatro horas en total.
De camino al lavabo, rezo para que esté vacío, pero no tengo tanta suerte: cuando empujo la puerta, veo a una chica arrodillada en el último cubículo, sollozando y vomitando alternativamente. Reconozco sus sandalias plateadas. Es Sophie Jacobs, La única de las amigas de mi hermana pequeña que soy capaz de soportar. Al menos ella no le dirá nada a nadie sobre mi episodio. En cualquier caso, tiene sus propios secretos que guardar, como el desayuno del que probablemente acaba de deshacerse.
Me inclino contra la pared y busco en los bolsillos de mi sudadera con capucha el pequeño frasco naranja de Provigil. El médico me lo recetó para mantenerme despierta, pero en realidad no sirve para nada. Así que tiré el Provigil y llené el frasco con pastillas baratas de cafeína, que al parecer es la única droga que me funciona (y sólo si tomo unas seis pastillas a la vez). El Provigil me hace sentir como si estuviera luchando por avanzar a través de la niebla, la cafeína, en cambio, hace que todo vuelva a estar enfocado. Con las manos temblorosas, pesco unas cuantas pastillas ovaladas y me las echo a la boca a pesar de que tengo el presentimiento de que es demasiado tarde.
Oigo descargar la cisterna. La puerta del lavabo que tengo a mis espaldas se abre y aparece Sophie, con los ojos vidriosos, limpiandose la boca con el dorso de una mano temblorosa. Su pelo es negro y brillante, pero un trozo de algo amarillento se le ha quedado prendido en él y tengo que apartar la mirada.
--- Puf, menos mal que eres tú --- dice.
Avanza y abre uno de los grifos del lavamanos. Nuestra escuela no tiene precisamente agua fría o caliente, la temperatura del agua es una sola: ártica. Sophie recoge un poco de agua con las manos y se lava la cara.
--- últimamente he tenido náuseas --- dice.
Abro la boca para responder, pero todo lo que sale de ella es un chirrido extraño. Me duele la cabeza. En un instante el lavabo se oscurece. Me presiono la frente con las palmas de las manos y me hundo en el suelo.
Nunca podré acostumbrarme a la sensación de estar mirando a través de los ojos de otras personas. Es como si cada quien viera el mundo con un matiz ligeramente diferente. Lo complicado es averiguar quién es la persona a través de la cual estoy mirando. Es como armar un rompecabezas: lo que veo, lo que oigo, lo que huelo. Todo es una pista.
Qué huelo ahora: moho y laca.
Estoy en el vestuario de las chicas. Unas espantosas taquillas de color rosa me flaquean por lado y lado. La chica en la que me he deslizado está poniéndose unas bailarinas negras. Sus pies, bronceados artificialmente, tienen un tono anaranjado. Y lleva las uñas pintadas de celeste con pequeñas margaritas en el centro.
La clase de educación física debe haber terminado. Hay chicas semidesnudas corriendo de acá para allá, contoneándose en shorts demasiado cortos para octubre. Algunas se cepillar el pelo, otras se aplican discretamente desodorante con olor a talco.
A poco más de un metro, reconozco a la chica rubia que está enfundándose unos vaqueros ajustados. En la cadera, en el lugar en que se pone una pegatina cuando se broncea, tiene una pequeña marca blanca con la forma del conejito de Playboy. Se llama Mattie. Es mi hermana y es mi opuesto absoluto en todo sentido. Si ella es la purpurina rosa en tu tarjeta del día de los enamorados, yo soy el marcador negro con el que les pintas bigotes a tus maestros en el anuario.
Siento que mi boca se abre y lo que sale de ella es la voz de Amber Prescott, mi persona menos favorita de la galaxia.
--- Uf. De repente tengo el peor dolor de cabeza de mi vida. No sé de dónde ha salido. ¿Tienes una aspirina?
Mi cerebro corre a toda prisa ¿Cómo he podido deslizarme en Amber? No estaba tocando nada suyo. ¿O acaso sí?
Mattie se hace una coleta con una goma elástica. Su pelo es sedoso.
--- No. Lo siento. En cualquier caso, no es asunto mío si Sophie quiere empezar a salir con Scotch. Si le gusta ir de furcia, es su problema.
--- Personalmente, creo que la forma en la que se le está echando encima es asquerosa. Digo, una buena amiga no hace algo así. Ella sabía que tú estabas colgada por él.
¿Scotch?¿Scotch Becker?¿El mayor gilipollas de mi clase? La sola mención de su nombre me produce ganas de vomitar. ¿Cuando empezó a gustarle a Mattie el despreciable Scotch?
La cara de Mattie se arruga como si se hubiera comido una caja entera de caramelos superácidos, que es lo que hace siempre que intenta aparentar que algo no le afecta.
--- Bueno, ¿que más puedo hacer? No puedo obligarlo a quererme. Y, claro, ¿Como no iba a gustarle Sophie? Ella es... espectacular --- Mattie se deja caer en un banco y se cubre el rostro con las manos.
Amber se acerca y le palmea la espalda.
--- No me vengas con cuentos, Mattie. Scothc está loco si prefiere a esa capulla antes que a ti. Digo, Sophie no puede pasar cinco minutos sin meterse el dedo en la garganta. El hecho de que haya perdido casi la mitad de su peso no significa que no siga siendo gorda en su interior. Los tíos no olvidan. Ella sigue siendo la misma Pastel de Cerdo que era en sexto grado.
Pastel de Cerdo. El viejo apodo de Sophie me trae recuerdos, ninguno de ellos bueno. Chicos tirándole galletas en el autobús. Aquella ocasión en que, en la sala de ordenadores, Scotch Becker buscó un diccionario en la red e hizo que una voz robótica le dijera "Hipopótamo" una y otra vez. Después de todo lo que Scotch le hizo en la secundaria, el simple hecho de que Sophie le dirigiera la palabra me parecía ya inverosímil. Es más, ni siquiera puedo creer que le hable a Mattie o a Amber. Ellas sólo empezaron a codearse con ella cuando bajó de peso, y aún hoy el pasatiempo favorito de Amber es idear nuevas formas de torturar a Sophie. Amber siempre está diciéndoles sandeces como que su (inexistente) culo está gordo o preguntándole si hace bien en comerse ese trozo de pizza. Es obvio que el hecho de que Mattie y Sophie se hayan vuelto amigas íntimas la hace sentirse celosa. Y está aprovechando esta oportunidad para conseguir distanciarlas.
Mattie mira a Amber por entre sus dedos.
--- ¿De verdad lo crees?
--- No te preocupes --- dice Al ver sacando un teléfono móvil color rosa intenso --- Tengo un plan para ponerla en su lugar.
--- ¿Sylvia? ¡Sylvi! ¿Estas bien? ¿Llamo a la enfermera? --- dice Sophie, inclinada sobre mi y retorciéndose las manos con preocupación.
Siento e frío de las baldosas del lavabo contra mi mejilla. Me pregunto cuándo fue la última vez que pasaron la fregona aquí. Me incorporo y, sentada en el suelo, intento desentenderme de las imágenes de bacterias serpenteantes que me ofrece mi imaginación.
--- No, no. Estoy bien.
--- Oh, Dios. ¡Tu frente!
Alzo la mano y siento un chichón enorme.
Sophie coge varias toallas de papel del dispensador, las pone bajo el grifo y luego, con suavidad, presiona el papel, húmedo y frío, contra mi cabeza. Flipo con su instinto maternal. El otoño pasado, cuando ella y Mattie celebraron sus cumpleaños juntas, ella misma preparó una tarta de chocolate. La cubrió con un glaseado de chocolate y lacasitos y escribió "Mattie" con las velas. Mattie, en cambio, le dio un pastelillo relleno de crema en un plato de cartón.
Solo pensar en esa fiesta me deprime. Sophie es una persona tan dulce, y lo es a pesar de sus amigos, lo que incluye a mi hermana. Mi hermana solía ser inocente y amable, pero en el último año se ha convertido en una auténtica perra. Yo le echo la culpa a Amber.
Pobre Sophie. No tiene ni idea de que, en este mismo instante, las que supuestamente son sus mejores amigas están hablando pestes de ella. Y, al parecer, planeando algo que la ponga "en su lugar". Quisiera advertirle que debe cuidarse de ese par, pero me preocupa cómo se vería que lo hiciera: yo hablando mal de mi propia hermana. ¿Me creería?
Sophie me ayuda a ponerme de pie. Me inclino apoyándome en el lavamanos y me quito las toallas de papel de la frente para evaluar el daño en el espejo. No luce tan mal. Palpo el chichón con cautela. Es una pequeña contusión. Es posible incluso que mi padre no se dé cuenta.
Sophie me mira a los ojos en el espejo.
--- ¿Estas segura de que te encuentras bien? ---- dice.
Me vuelvo para verla a la cara. Tiene los hombros caídos y agacha la cabeza. Sus piernas son dos palillos bajo su falda de animadora. No creo que pese más de cuarenta y cinco kilos.
---- Si, estoy bien. De verdad. ¿Cómo estás tú?
Su cara adquiere una expresión divertida que me hace dudar de si está a punto de reírse o de echarse a llorar.
---- Es mi cumpleaños ---- dice finalmente encogiendose de hombros ----. Mattie no me ha dicho nada. Puedes darle esto. Lo he hecho yo.
Sophie saca una pulsera de la amistad tejida a mano, como las que aprendes a hacer en las colonias. Es roja y dorada, a juego con sus uniformes de animadoras.
Podría asegurar casi con total certeza que Mattie no ha hecho nada especial para el cumpleaños de Sophie.
De nuevo siento la necesidad de decirle que es hora de que espabile y se busque mejores amigas. Mientras pienso en la mejor forma de decirlo, me pongo la pulsera en la muñeca para que no se me vaya a perder.
---- Sophie.... ---- digo dando un paso hacia ella, pero antes de que pueda acercarme me esquiva y sale al pasillo, con los ojos bañados en lágrimas.
Frustrada, hago una pelota con las toallas de papel y la lanzo a la papelera. Fallo por un kilómetro. Cuando me agacho para recogerla, del bolsillo de mi sudadera cae al suelo un billete de un dólar. Está manchado y casi rasgado en dos.
Mierda. Por eso he debido deslizarme en Amber.
De repente, todo vuelve a la memoria: Amber corriendo hasta mí antes de entrar en clase y agitando el billete arrugado delante de mi cara.
---- Esa estúpida máquina no me acepta este billete ---- gimió ----. Necesito cafeína urgentemente. ¿Tienes cambio?
Estaba por completo fuera de si, o al menos lo bastante para dejar en el billete que llevaba en la mano una huella emocional suficientemente intensa como para que yo la captara menos de una hora después.
Encontré unas cuantas monedas, acepté en dólar a cambio y lo metí en el bolsillo de mi sudadera. Debí de rozarlo mientras buscaba el frasco de Provigil, justo cuando estaba a punto de desmayarme, justo cuando era más vulnerable. Si me vuelvo a guardar un billete en el bolsillo podría correr el riesgo de deslizarme de nuevo en Amber más tarde. Ese, sin embargo, es un riesgo que no estoy dispuesta a correr, así que utilizo una toalla de papel para recoger el dólar y luego lo arrojo a la basura.
Nunca más quiero volver a estar en la cabeza de Amber Prescott
♡------♡------♡--------♡--------♡-------♡-
Holaa~~~
Lo sé, se que les prometí capítulo pronto, es sólo que me distraje con algunas cosas y bueno.... me olvidé de subirlo •w•;;
Aún así, aquí tienen el primer capítulo de Sylvia 0w0
Espero que les guste y que le den todo su apoyo ^w^
Bueno, sin más me despido.
No olviden comentar si quieren que siga subiendo esta novela :v
Adiooos~~~ :3
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top