Final


Dominic.

De vez en cuando la miro de soslayo, me fijo en cómo retuerce sus dedos, en como traga saliva, en cómo se muerde el labio y como pasa la lengua sobre ellos para hidratarlos. Está nerviosa lo sé y yo no estoy mucho mejor, ya que he venido respirando profundo desde que nos subimos al auto, he venido casi todo el camino pasando las palmas de mis manos por el pantalón para quitarme el sudor. La tensión a la que ambos estamos sometidos se puede palpar en el ambiente, y no soy capaz de articular palabra alguna para apaciguarla. Tan solo espero que le guste lo que he preparado. Tiene que gustarle, porque desde que la conocí he querido hacer esto.

Logro ver el edificio y mis emociones se anticipan, paso la mano por mi cabello e inflo las mejillas para volver a soltar todo el aire de mis pulmones. Mientras estaciono, aprieto los dientes contra mi labio y noto que Samantha está quieta e inquieta, al igual que yo. Desde que la vi por primera vez tuve un millón de fantasías, desde amarla profundamente, hasta follarla profundamente y cada una de las cosas que me pasaron por la cabeza las cumplo con su cuerpo, con sus caricias, con besos, con su mirada... con toda ella.

Pero hoy, haré realidad la que me ha venido carcomiendo la mente y las entrañas, la razón y la pasión.

Detengo el auto, apago el motor y me quedo en silencio para calmar la vorágine de sensaciones que tengo en este momento. Ella no dice nada, tan solo está a la espera de que yo haga el primer movimiento, entonces ladeo mi cuerpo y desabrocho mi cinturón para luego proseguir con el de ella, Samantha levanta un poco sus brazos para deshacerse de él. Abro la puerta, me bajo, rodeo el auto para dirigirme hasta ella y en cuanto tomo su mano la estrecho acercándola a mí para darle un beso en los labios.

Samantha sonríe y yo me vuelvo a enamorar...

—Ven aquí cariño.

Ella solo obedece, ella solo se deja llevar y guiar por mí. Aquí me demuestra la enorme confianza que siente al estar a mi lado y me hace pensar si acaso lo merezco. Samantha es una mujer que desborda seguridad y carácter, pero verla así de indefensa a mi lado me provoca querer protegerla por toda la jodida eternidad. Sí, hoy me doy cuenta que soy merecedor de su confianza, de su amor libre y sincero. Soy merecedor de sus gemidos y de su respiración entrecortada. Soy merecedor absoluto de su corazón y de su alma entera.

Por cada paso que damos puedo sentir bajo la palma de mi mano como sus latidos comienzan a aumentar, entonces le acaricio el cuello para disipar su nerviosismo. Sin embargo, se ciñe a mi mano en cuanto entramos, sé que ha reconocido el aroma y eso me hace apretar los labios en un estado de absoluta ansiedad. La suelto e inmediatamente ella gira su cabeza hacia mi dirección, recorro su cuerpo entero y observo que sus manos están empuñadas en la tela de su vestido. Subo la mirada y me doy cuenta como con la punta de su lengua moja sus resecos labios.

—¿Dominic?

—Aquí estoy —digo mientras me acerco a ella —. Necesito deshacerme de tu vestido, ¿puedo?

—Sí —me responde firme, sin dudar.

Miro hacia un lado y cierro los ojos al tiempo que me muerdo el labio...

En este instante me considero un puberto que está por primera vez al lado de una mujer ya que, al rodearla para quitar su vestido, me fijo en que mis dedos están temblando de la emoción y he de reconocer que nunca me había sentido de esta manera. Dirijo mis manos hasta el cierre y lo voy bajando con lentitud, pasando la yema de mi pulgar a lo largo de toda su columna para poder sentir como su piel se va erizando a mi paso. Lo logro, Samantha se mueve en signo de que ha sentido un escalofrío, de esos exquisitos, de esos que tienen una promesa silente, de esos que te dan ganas de echar la cabeza hacia atrás y soltar un suspiro. Como el que está soltando ella en este preciso instante.

El vestido cae alrededor de sus pies, provocando un suave sonido en este inmenso silencio que nos envuelve. Ladeo la cabeza para mirar como el encaje de su braga está entre sus nalgas. Ligas, tacones y solo un pequeño trozo de tela, es todo con lo que ha quedado. Paso la nariz por detrás de su oreja al tiempo que le dejo un beso, no la quiero tocar todavía porque sé que en cuanto ponga mis manos sobre su cuerpo, me iré al diablo. Por eso mismo solo me limito a respirar sobre su piel, a inspirar su aroma, su fragancia, su deseo que cada vez se hace más palpable para mis enfebrecidos sentidos.

Samantha es el sinónimo de todos mis bajos instintos, de todos mis deseos, de todas mis perversiones. Me dan ganas de arrodillarme, de besarle los labios y lentamente subir por su vientre, llegar a sus senos, hasta alcanzar su boca. Me olvido de mis límites, me olvido de mi cordura porque es tanto lo que la deseo que todo eso se vuelve en una pasión arrolladora. Solo sé que ella me enseñó a tocar y a besar de verdad, solo sé que en momentos nos deshacemos en romanticismo y que luego hacemos el amor como un par de pervertidos. Ella ha hecho que el infierno sea tentador, que el fuego envolvente en el que nos sumergimos sea un estimulante sublime ante la fusión de nuestros cuerpos.

Porque cuando me mira con esos ojos libidinosos no puedo negarme al placer de tan exquisita invitación, no puedo decir: "No". A esos labios, a ese cuerpo que me pide a gritos que lo llene de delirio, de susurros impregnados de erotismo, de caricias incitantes, de besos derrochando sensualidad.

—Y yo siento lo mismo por ti.

Mi respiración se detiene dejándome congelado, mi estómago se contrae, la sangre que corría vertiginosa por mis venas se paraliza, siento como los latidos repercuten en cada rincón de mi cabeza y este millar de emociones provoca que me quede quieto sobre su cuello. Cierro los ojos en cuanto siento sus manos, trago saliva cuando nuestros dedos se entrelazan y me pega a su espalda, tan solo puedo rodearla con mis brazos y sentir el calor que emana de su cuerpo.

—¿Mis pensamientos fueron escuchados?

—Sí, y créeme que no eres el único que tiene este sentimiento —abro los ojos cuando la siento girarse y quedar frente a mí. Levanta sus brazos y a tientas posa sus palmas en mis mejillas al tiempo que me comienza a acariciar con los pulgares. Frunce los labios en una sonrisa, respira hondo y abre su boca —. Te diría mil veces te amo y aun así no sería suficiente, porque tú me haces sentir mucho más. Quiero que me llenes los días de romance, de perversión, de risa, de ti. Quiero que abarques todos los aspectos de mi vida, que con solo una palabra llenes mi corazón de orgasmos alucinantes. Dominic, quiero cada una de tus virtudes, pero lo que me vuelve loca, lo que más amo de ti son tus defectos porque sin ellos no serías el hombre de mi vida. Sin los errores del pasado no seríamos quienes somos y no estaríamos donde estamos, mucho menos nos amaríamos como lo hacemos. Espero que comprendas que no quiero cambiar nada de ti, porque te adoro tal cual eres. Y ante mis ojos y mi corazón, eres el hombre perfecto.

—Sam... —intento tragar saliva debido al nudo que se ha formado en medio de mi garganta.

—No digas nada —levanta el índice e intenta ponerlo sobre mis labios, pero al estar a ciegas lo hace sobre mi nariz, ese pequeño error de cálculo logra hacer que ambos nos sonriamos —. Me encantan estos instantes en los que expresamos lo que sentimos por el otro, pero cariño, me tienes medio desnuda y muy nerviosa porque no sé qué es lo que pasa por tu cabeza en este momento, no sé por qué me has traído a este lugar y me has quitado casi toda la ropa —me sonrío.

—Por mi te dejaría desnuda la vida entera. Me encanta admirar la belleza de tu cuerpo.

—Oh, vamos. Eres un pervertido.

—Es cierto lo que te he dicho, así al natural eres preciosa —digo mientras meto los pulgares en la orilla de sus bragas —. Me quedaría toda una noche acostado desnudo a tu lado, sin hacerte nada más que acariciarte el cabello, porque no es el sexo el que me llena de placer, sino el amarte con el corazón en la mano —cuando bajo mi cuerpo para deslizar la braga, a propósito, rozo con la punta de mi nariz el medio de sus senos. Samantha retiene su respiración y yo, ya no digo nada más.

Todo lo que haré ahora será en completo silencio...

La contemplo por un par de segundos, Samantha tiene los brazos a sus costados y su estómago se contrae cada cierto tiempo. Camino hasta mi escritorio y tomo la caja que está sobre él, al ver la tela me sonrío porque aún recuerdo aquella noche de juegos y seducción, de sabores y placer, de erotismo y agonía. Tomo la lencería entre mis manos y la suavidad de esta me hace apretarla entre mis dedos y, mientras camino hasta donde está la dueña de mis bajos instintos, muerdo el interior de mi mejilla.

—Levanta los brazos, cariño —ella tan solo obedece a mi petición. La prenda va cubriendo su desnudez y veo cómo su piel se eriza ante la caricia de ella —. Eso es, ahora levanta un poco la pierna —me agacho y ella se sostiene de mi hombro mientras voy subiendo su braga —. Perfecto. Dame tu mano.

La guio hasta el sofá que he mandado a traer para esta ocasión, quiero que se sienta cómoda, reconfortada. Tan solo quiero que sea ella, nada más.

—Cuando sientas que cierro la puerta, quiero que te quites la venda, ¿vale?

—Está bien.

Camino de espaldas sin quitarle la vista de encima, y no porque se vaya a sacar la venda antes de tiempo, es que me encanta el contraste que hace ella con toda la decoración. Abro la puerta con cuidado y me pierdo detrás de esta, a paso rápido camino hasta el baño para mojar un poco mi rostro, el cual está perlado en sudor.

Ahora que me veo frente al espejo, noto mis pupilas dilatadas, noto como sobresale una vena de mi cuello gracias a los latidos erráticos que experimenta mi cuerpo entero. Doy el agua, meto las manos debajo del chorro y lleno mis palmas para luego dejar caer todo sobre mi cara, siento como las gotas se deslizan por mis mejillas. Bajo la cabeza y apoyo las manos en el lavado para respirar hondo.

Miro hacia un lado y allí, allí está el objeto que será testigo de lo que sucederá esta noche...


Samantha.

Llevo las manos detrás de mi cabeza y deshago el nudo de la tela que cubre mis ojos, pestañeo un par de veces para adaptarme a la luz. Miro a mi alrededor con asombro e incertidumbre, simplemente no doy crédito a lo que estoy viendo, el sofá antiguo sobre el que estoy sentada es suave y me provoca pasar los dedos sobre él. Sin embargo, ahora entiendo cuál era la sorpresa que Dominic me tenía preparada, y no puedo evitar ponerme más nerviosa de lo que ya estaba. Pero hay un detalle del que no me había percatado, hasta ahora que observo mi cuerpo. Tengo la misma lencería que Dominic me regaló hace tiempo, la misma que al otro día tuve que lavar porque quedó bañada en Nutella.

Trago grueso, no me siento preparada para esto. Sé que he presenciado muchísimas veces situaciones similares a esta, pero jamás he sido la protagonista de ninguna de ellas y no puedo evitar sentir miedo, ya que ni siquiera sé si estaré a la expectativa de lo que Dominic pretende. Paso la mano por mi coleta a la vez que echo la cabeza hacia atrás e intento inhalar varias bocanadas de aire porque me siento casi histérica.

Pongo las manos en mis caderas y decido que no hay cabida para estar así, si Dominic hará esto es porque lo desea, pero, ¿yo?, ¿lo deseo?, ¡no lo sé! Ay, Dios mío. Pasó las manos por mi cara, y comienzo a pasearme de un lado a otro mientras muerdo la uña de mi dedo pulgar. Me siento en el sofá y en seguida me pongo de pie, no sé qué diablos hacer porque estoy hecha un manojo de nervios. Vaya sí que fue una sorpresa el verme aquí, en esta situación, con esta lencería, y tanto ha sido mi impacto que ni siquiera he reparado en la escenografía, la que, por cierto, es hermosa.

Todo es blanco, pero con distintos matices haciendo que la decoración tome un cariz distinto. Tiene un enorme y falso ventanal decorado con cortinas translúcidas, logrando que las cálidas luces del otro lado se proyecten como si estuviésemos de día. Dominic ha dividido el estudio en dos, una parte es de baldosín gris y la otra, en la cual estoy yo, es con una plataforma de unos diez centímetros, es blanca al igual que el techo y las paredes.

Giro mi cabeza hacia la izquierda y el sofá antiguo en el que estaba sentada, es de un romántico estilo victoriano de madera oscura y tapizado con velvet blanco, no me había percatado que, a un costado de él, hay una solitaria rosa roja con el tallo largo. Camino hasta ella como hipnotizada, no puedo dejar de observarla, algo me atrae hasta esos pétalos. Estiro mis dedos, pero cierro los ojos cuando siento la puerta abrirse. Sin embargo, los aprieto con fuerza cuando escucho una suave melodía de fondo.

Insinuante, es lo primero que se me viene la cabeza en cuanto los acordes de la guitarra invaden mis oídos. La voz sensual del cantante comienza a flotar en cada recoveco del estudio, creando un delicioso sonido de jazz e intimidad.

Abro los párpados con lentitud, enfocándome en la pared que está delante a mí y, mientras voy soltando varias exhalaciones, decido girar mi cabeza por sobre el hombro e inmediatamente mis latidos se detienen con violencia.

Dominic, está parado en el dintel de la puerta apoyado en su brazo, entonces me volteo quedando frente a él y mis ojos no pueden evitar recorrer su cuerpo entero.

Tiene la pierna derecha cruzando la izquierda por debajo de las rodillas y sostiene su balance sobre los dedos de su pie, voy deslizando mi vista con lentitud. Pantalón desabotonado y cinturón colgando de sus extremos, camisa abierta dejándome visualizar su torso desnudo, mangas hasta los codos permitiéndome ver sus antebrazos, cabello mojado y varias gotas de agua cayendo por él, por los costados de sus mejillas, por su cuello, por su pecho... Junto con disimulo mis piernas. Pero el detalle que lo hacer ver arrebatador, es la cámara, la cual cuelga de sus hombros, la cual sostiene entre sus manos.

Mierda... Mierda... Mierda...

Esa mirada oscura, esa mirada hambrienta, esa mirada cargada de lujuria, de pasión, de deseo. Esa mirada que no se quita de mis ojos, esa mirada que me come en silencio, esa mirada que me penetra con una intensidad apabullante, esa mirada que me hace humedecer a límites insospechados y vergonzosos. Ojos entornados que viajan desnudándome en secreto, dedos que se van hasta esa boca que me sonríe con malicia, lengua que sale para acariciar esos labios como si fuera mi piel...

Trago grueso, muy, muy grueso...

Esos pies que se desentrelazan y comienzan a caminar hacia mi dirección, ese andar tan seguro y a la vez tan desgarbado y volátil, tan sensual y tan de él. Esa sonrisa tranquilizadora y obscena, esos hoyuelos que se esconden y aparecen, ese latido que se sincroniza con el mío, esa respiración que siento sobre mi mejilla y que cosquillea en mi oído... Y yo, estoy quieta como una estatua sin poder creer la magnitud de todo lo que acabo de presenciar.

Tan solo salgo de mis cavilaciones cuando siento sus dedos entrelazarse con los míos. Cuando siento el tacto de su piel junto a la mía. Cuando siento como levanta mi mano y deja un beso en el interior de mi muñeca. Cuando malditamente siento aquel susurro que me satura el cuerpo de escalofríos.

—¿Lista? —niego en silencio —. ¿Lista? —vuelve a preguntar al tiempo que deja un beso en mi cuello.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Si lo hubiese hecho, no sería sorpresa —murmura acercándose más a mí y la lente de la cámara choca en mi estómago.

—Lo haré —digo después de algunos segundos de silencio —, pero deja que maquille la cicatriz —antes de tan siquiera separarme de él, Dominic me tiene tomada de las caderas.

—Cariño, no hagas eso —me pide mientras va pasando la punta de su nariz por mi oreja —. No lo hagas —suplica en un susurro.

—No me pidas eso, sabes perfecto que no me gusta —comentó y decido levantar los brazos para enredar los dedos en las orillas de su camisa.

Dominic se echa hacia atrás y me queda mirando —Hace unos momentos te dije que al natural me pareces simplemente perfecta. Sam, con o sin cicatriz eres hermosa —pone dos dedos debajo de mi barbilla y levanta mi rostro. Centro la mirada en sus negros ojos —. Con o sin cicatriz te amo y te deseo. Acaso, ¿cuándo pasas la mano por mi cabeza te incomoda sentir la que tengo yo?

—No —respondo inmediatamente —, pero bien sabes que no es lo mismo.

Bajo la mirada y observo con amargura el cardenal de quince centímetros que recorre todo mi bíceps. Eso es lo único que quedó de lo que fue el lazo que alguna vez me unió a Doménico. Toco con las yemas de mis dedos la insinuante protuberancia que ha dejado aquella infección que me atacó cuando aún estaba en el hospital, todavía tiene un tono rojizo con tonalidades violáceas. Entonces, siento los dedos de Dominic encima de los míos y lo miro de inmediato.

—No es lo mismo, pero debes verlo desde otra perspectiva —cuando dice eso frunzo el ceño —. Fuiste muy valerosa ese día, te enfrentaste a él sin importarte el haber podido morir en el acto. Esto es la muestra de lo arriesgada que eres a pesar de todo, y de las circunstancias que se te presentan en el camino —yo solo aprecio su rostro al hablarme, él solo ve mi marca mientras lo hace.

Sí, está serio, pero no es una seriedad con rencor u odio, es más bien una seriedad que me hace comprender que tiene razón. Es una seriedad que me transmite muchísima serenidad, que me reconforta. Dominic tiene razón, esta marca no me hace ni más, ni menos bonita, tampoco me hace ser otra persona, mucho menos baja mi autoestima. Tan solo me provoca una profunda tristeza por todo lo que sucedió. La situación me pilló desprevenida y actué a la defensiva, no obstante, Dominic tiene razón.

—Está bien, lo haré —de inmediato sus pupilas se fijan en las mías, en ellas puedo ver dulzura y satisfacción. También puedo contemplar como su pecho se llena de aire para luego soltarlo —. Sin embargo, estoy un poco alterada, nunca he hecho esto.

—Tú solo confía en mí y déjate llevar —me sonrío. Dominic da un paso atrás, mira a su alrededor y luego a mí —. ¿Tienes una maldita idea del fascinante contraste que haces en todo este lugar?

—No... —niego con una sonrisa.

—Pues ya lo verás... —

Malicia, eso es lo que veo, y lo que veo... me encanta.

—Pues bien, señor fotógrafo, soy toda suya.

—Espera, falta un detalle —dice al tiempo que va hasta su escritorio. Saca una bolsa de papel color rojo con un moño negro —. Toma, es un regalo para ti y quiero que lo uses ahora —abro la bolsa en completo silencio, observo el interior y luego dirijo la vista a Dominic —. ¿Te gusta?

—Muchísimo.

Tomo la finísima tela entre mis dedos, es ligera, transparente, suave y fresca. Es un deshabillé negro que sienta perfecto con mi lencería. Dominic se pone por detrás de mí y me ayuda a deslizarlo por mis hombros, me queda un poco más abajo de las rodillas. La prenda tiene un diseño que es muy atractivo, sexy y atrevido, y precisamente es así como me siento en este instante. Él tiene un gusto encantador para elegir este tipo de cosas, por eso me encanta cuando sus regalos son de esta índole.

—Bien cariño, ¿comenzamos? —pregunta al tiempo que camina descalzo hacia el sofá, y al ver que no me he movido ni un jodido centímetro, gira su cabeza hacia mi dirección —. ¿Sam?

—¿Si? —me maldigo al oír el titubeo de mi voz.

—¿Comenzamos? —vuelve a preguntar y miro hacia otro lado.

Maldita sea, ¿a quién quiero engañar? No estoy preparada. Juro por el infierno que me siento una femme fatale, pero malditamente no estoy lista. Más todavía al verlo a él así de seguro, así de desenvuelto. Ha hecho esto un millón de veces, es conocedor absoluto de lo que siento, por eso mismo me regala una sonrisa conciliadora y se devuelve hasta donde estoy plantada. Toma mi mano y ejerce un poco de presión para que lo siga, pero mis malditos pies están fijos en el suelo.

—Cariño, relájate.

—No puedo.

—Sí que puedes, solo sé tú misma.

—Dominic...

—¿Comenzamos? —pregunta una maldita vez más, haciendo caso omiso a mis nervios. Me obligo a respirar profundo, muy, muy profundo, y aprieto sus dedos cuando vuelve a tirar de mí para que vaya con él.

—Comenzamos...

—Eso es... —vamos hasta el falso ventanal, me suelta dejándome sola frente a él —. Sam, quiero que relajes los hombros, te ves demasiado rígida —hago movimientos circulares, echándolos hacia atrás y provoco que el deshabillé resbale por mi brazo, el cual levanto para arreglarlo, pero Dominic me detiene —. No lo hagas, déjalo así, queda perfecto porque muestra la línea de tu brazo. Bien Sam, quiero que pongas la mano sobre el velo de la cortina, que mires más allá de unos focos y paredes. Concéntrate cariño, imagina que estamos en otro lugar, en una playa, en el campo, donde tú quieras. Pero no estamos aquí.

Relajo los brazos sacudiendo las manos a mis costados e intento hacer lo que él me pide. Respiro profundamente y con las yemas de mis dedos acaricio la lisura de la tela mientras levanto el rostro hacia el ventanal, la luz que se proyecta a través del vidrio ilumina mi cara, y entonces comienza a sonar la cámara siendo disparada.

—Muy bien cariño, ladea un poco el rostro hacia tu derecha. Eso es...

Por dentro estoy temblando, coloco mi mano en el ventanal porque el temor a caerme me invade. De pronto, siento demasiado respeto por las mujeres que hacen esto, tanto para vivir como por gusto, no es fácil estar aquí de pie buscando la mejor toma para él. ¿Mi mayor miedo?, que en las fotos no se aprecie la belleza que Dominic ve en mí, y esto lo termine decepcionando. Deseo ser más hermosa para él, la más sexy, la más provocativa y con una cicatriz invisible ante sus ojos. Sin embargo, sin darme cuenta subo el deshabillé para cubrir lo que no quiero que Dominic vea, pero por el rabillo del ojo noto como ladea su rostro, baja un poco la cámara y abre la boca...

—No te cubras, mi amor. Realmente eres perfecta —me dice con un tono tan íntimo y sincero, que logra hacer que se me pare el corazón. Camina hasta mí, pone los dedos debajo de mi barbilla y me hace mirarlo a los ojos —. Sam, estoy tan nervioso como tú. Fantaseé un millón de veces con este momento, creí sentirme preparado para este día. Pero verte a ti así de guapa con esta lencería, con esa tímida sonrisa y con estos ojos temerosos, me ha hecho darme cuenta que no estaba listo porque eres demasiado para mí —besa mis labios —. Mira mis manos... —lo hago y estas se mueven sin control —, estoy temblando porque esto es lo que estás provocando en mí. Juro que me siento peor que la primera vez que tomé una fotografía profesional. Eres mi novia, y créeme que esto le agrega una cierta tensión, pero también sé que saldrá perfecto.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

—No por algo soy uno de los mejores fotógrafos del país, y tú la mujer más bella que mis ojos han podido ver jamás —toma mi rostro entre sus manos —. ¿Confías en mí?

—Por supuesto.

—Entonces, ¿seguimos? —pregunta con una sonrisa, todas sus palabras me hacen suspirar aliviada.

Ya basta Samantha, deja las inseguridades de lado y demuéstrale a tu chico cuan femenina puedes llegar a ser...

—Seguimos —respondo firme.

—Perfecto —vuelve a su lugar, y enfoca con la cámara hacia mi dirección —. Tan solo se tú misma, eso es todo lo que quiero de ti.

Y eso es lo que tendrás...

Acomodo mi cabello hacia mi hombro izquierdo y elevo un poco el pie, tan solo me afirmo de los dedos porque así destaco la línea de mi pierna. Luego hago que la prenda caiga hasta mis codos. Sonrío coqueta, ladeo la cabeza al tiempo que pongo la mano en mi cuello y cierro los ojos.

Como dijo Dominic...

Me estoy dejando llevar por la canción y el momento...


Dominic.

¿Perfecta?, ¿por qué le dije perfecta? Samantha está mucho más allá de esa palabra, ante mis ojos ella es una diosa, y esta diosa es toda mía. Desde que le quité la ropa mi pantalón se tensó hasta que percibí un incómodo dolor entre mis piernas, por eso mismo solo me limité a tocarla lo menos posible. Y cuando hice el primer disparo y revisé el visor, supe que mi fantasía se estaba haciendo una jodida realidad.

Sí, como fotógrafo he conocido muchas bellezas, más aún en el estilo de vida que solía llevar, el cual era el swinger. Sin embargo, ninguna de ellas se puede comparar con Samantha, porque ella es... Es que ni siquiera tengo palabras para describir lo que Samantha significa para mi mente y corazón.

He de reconocer que muchas de las chicas con las que intercambié me preguntaron sobre mis fantasías, las cuales, si disfrutamos en su momento, pero eso quedó en el simple acto y encerrado en esas cuatro paredes del club escogido. Esto, lo que estamos haciendo en este momento, para mí es mejor que todas las fantasías juntas que alguna vez pude tener, porque voy a dejar plasmado lo que capto a través de mis ojos, que es la verdadera belleza. La que es íntegra, dulce, atrevida y etérea.

Porque simplemente, Samantha representa todo el mundo de fantasías con el que alguna vez he soñado...

Samantha carraspea y me doy cuenta de que me quedé paralizado en medio de la sesión, como alguna vez me sucedió cuando era un fotógrafo novato. Pero todo vale la pena por ver esa tímida sonrisa, la misma que se está volviendo más confiada y atrevida... La misma que me hace tensar aún más la tela que traigo puesta. Realizo un par de disparos más y ya tengo en mente la siguiente pose.

—Cariño, date la vuelta para quedar de espaldas —ella lo hace —. Bien, ahora levanta el deshabillé de tu lado derecho hasta tu hombro. Relaja ese brazo y sube tu mano rozando suavemente con tus dedos tu hombro descubierto. Ahora mírame por encima de él.

Otro disparo, reviso la pantalla y sí, soy el maldito más afortunado del mundo...

Ella es maravillosa, a pesar de su inseguridad es tan natural que eso me mata y me fascina. Esta es otra faceta que no había descubierto de Samantha, la cual me ha encantado conocer y desnudar. ¿Por qué no lo había hecho antes? Esperé casi dos jodidos años para hacer de esta noche, la más alucinante para mí, tanto como fotógrafo, como su novio.

Samantha ha revelado ser camaleónica, se adapta a cualquier situación que se le ponga enfrente, pero esta, esta es la mejor de todas sus facetas. La cámara la adora, como yo. Ha sabido soltarse a la perfección, ya ni siquiera la he tenido que seguir dirigiendo porque ella ya se ha conectado y desenvuelto. Como ahora, que desliza el deshabillé con lentitud por su espalda hasta dejarlo caer a sus pies... Disparo otra foto y luego la siguiente, no me pierdo ningún movimiento que me regala, es más, aprovecho cada instante con demasía. Joder, que placer es ser espectador de tan magnífica y sublime escena.

De repente, veo como Samantha lleva las manos hasta su espada, observo casi paralizado como con tan solo un juego de dedos desabrocha la lencería. Bajo la cámara mientras me acerco, trago saliva, sacudo la cabeza y me detengo. Si esto sigue así, no voy a poder seguir. Respiro profundo, con las manos temblorosas vuelvo a enfocar y disparo. Ella me mira por sobre el hombro y sonríe de manera provocativa mientras aquel fino pedazo de tela acaricia sus piernas... Mi garganta se seca en el acto.

Ha quedado solo con bragas...

La canción de fondo que he puesto no me ayuda mucho, ya que la connotación y la melodía que tiene me incita a dejar todo de lado y pecar con ese cuerpo de infarto. No cariño, como dice la letra, te prometí a ti y a mí no volver a caer en los viejos hábitos, de todas maneras, no lo necesito cuando la tengo a ella y eso me llena por completo. Paso la mano por mi áridos labios necesitados de sus besos, ella se da cuenta y, mirándome por sobre el hombro, saca la lengua y deja la punta en la comisura de su boca.

Bruja, esta mujer es una bruja. Adivina y lee mis pensamientos a la maldita perfección.

Camina hasta el sofá, pienso que se va a sentar, pero no. Se recuesta y sube sus deliciosas piernas para que queden apoyadas en la parte alta del brazo del sofá, cruza la derecha por sobre la izquierda dejando la pantorrilla sobre la rodilla. Su brazo izquierdo queda estirado sobre el asiento y el derecho va a parar detrás de su cabeza. Esplendorosa, eso es esta mujer.

Veo un poco la cima de sus costillas en un intento fallido por concentrarse y hacerlo bien, pero le es imposible porque son tantos los nervios que puedo palpar a través de sus pupilas, que aprieto la cámara un poco más de la debida. Veo que la rosa está en sus pies y no digo nada, ya en el instante preciso haré que la tome entre sus manos, pero por el momento me conformo con la vista esplendorosa de sus senos al descubierto.

Disparo un par de veces al tiempo que respiro hondo porque tengo, y debo por obligación, que recordarme la edad que tengo para no correrme con solo observarla, como si fuera un chiquillo inexperto viendo su primera revista porno. Me sonrió con disimulo e intento calmar el galope eufórico de mi corazón para poder intentar apaciguar la calentura que manifiesta mi cuerpo entero.

Entonces, decido que ya es tiempo de cambiar la lente de la cámara...


Samantha.

Veo como se tensiona debido a los cambios de postura que he hecho, y eso me deleita como nunca antes me había pasado. Quiero parecer profesional y seria, pero diablos teniéndolo a él a unos escasos dos metros me es imposible no pensar en su cuerpo, el que, por cierto, aun esta con las pequeñas gotas cayendo por su torso. Tan solo espero que no enfoque más abajo porque mis bragas están demasiado húmedas, eso me hace apretar las piernas y gozar de aquel cosquilleo que siento con tan solo verlo él.

No creí que esta experiencia me excitara tanto, ya que debido a los nervios que sentí en un comienzo no me dejaron pensar más allá de lo provocativa que podría volverse esta sesión fotográfica. Pero así es, creo que en cualquier momento le puedo saltar encima y dejar de lado todo esto para deleitarme con él, con nuestros juegos y besos, con nuestros cuerpos unidos y caricias locas.

Ni siquiera me había dado cuenta que estaba sentada de piernas abiertas, con los codos apoyados en las rodillas y mis dedos entrelazados en frente de mí, hasta que siento un nuevo disparo. Estaba pensativa y Dominic aprovecho el momento.

Lo observo caminar hasta el estuche que tiene en el rincón. Se agacha, me mira con sus párpados entornados y esos ojos traviesamente perversos me indican que esto aún no ha acabado. Paso el dedo por mi boca cuando quita el lente de la cámara, sin embargo, muerdo de él cuando agarra otro mucho más largo y blanco, es un telephoto para hacer primeros planos.

Oh, santa mierda...

Lentamente lo pone sobre el cuerpo desnudo de su Nikon y, mirándome, la penetra con lentitud hasta que encaja. Al hacer click mi ritmo cardíaco se acelera, ya que esa perversa expresión al hacer aquel movimiento la interpreté como si me hubiese penetrado a mí, y eso casi me arranca aliento. Samantha, te volviste una jodida degenerada, pero juro que eso es lo más sexy que he visto hacer a alguien. Más aún, cuando me decida esa sonrisa libidinosa que se esconde detrás de la cámara.

—Bien cariño, me encanta como se ven tus piernas, pero quiero que las abras un poco más y que pongas tu mano allí, sobre tu sexo —hago lo que me dice, pero lo provoco un poco. Sin quitarle los ojos de encima, acaricio mi vientre al tiempo que deslizo la mano hasta mi intimidad. Puedo ser capaz de apreciar cómo su garganta se mueve en signo de que ha tragado saliva —. Tu cabello, ponlo en medio de tus senos —agarro la coleta y las hebras cosquillean en mi pecho, por acto reflejo mis pezones se endurecen y eso me provoca escalofríos —. Ay, señor... —lo oigo susurrar.

Solo unos cuantos disparos más y la cámara sale de sus hombros para luego dejarla con cuidado en el piso. Sin siquiera ser consciente, mis dedos acarician la fina tela de la braga, al ver como saca su camisa para lanzarla lejos...

La sesión, ha finalizado...

Yo me quedo en la misma posición deleitándome con sus gráciles movimientos por un intento de deshacerse lo más pronto posible de su pantalón, no le cuesta tanto trabajo debido a que ya estaba desabotonado. Su miembro se ve expuesto, me apunta directo y yo solo me muerdo el labio a la espera de que pronto venga hasta a mí y me penetre de una buena vez, pero sé que Dominic me hará sufrir el suplicio que le acabo de hacer vivir yo... Sé que esto, me costará caro.

Muy, muy caro...

Cada uno de los músculos de su cuerpo se contraen mientras camina a paso lento hacia mí. Es como un depredador que viene en busca de su carne fresca, pero de fresca no tengo nada cuando siento el infierno vivo dentro de mi cuerpo entero. Cuando en vez de sentir sangre, siento como si las brasas de una hoguera corrieran por mis venas. Lo veo pasar los dedos por su cabello al tiempo que lleva la otra hasta aquella dureza que me incita a querer envolverla con mi lengua, a que me provoca el querer sentir esas bolitas metálicas chocar contra paladar.

Arriba, abajo...

Aprieta, suelta...

Unta, recorre...

Desliza y vuelve a comenzar...

Retengo el gemido que desea salir de mi garganta. No obstante, me pongo de pie para deshacerme de mis bragas, vuelvo a tomar asiento, cuelo un dedo hacia mi interior y siento la humedad que emana de mis pliegues. Dominic no ha detenido su andar, ni sus movimientos, yo observo fijamente como juguetea con su miembro. Me está provocando e incitando, lo sé y en cuanto nuestras miradas chocan, veo un brillo diferente.

Un deseo intenso, un deseo perverso, un deseo incontrolable, un deseo palpable. Su cuerpo haciendo un choque explosivo con el mío en cuanto toma mi mano y me pone de pie. Sus dientes mordiendo mis labios y acalla el leve ardor con su tibia lengua. No puedo evitar jadear entre nuestras bocas y siento su sonrisa, esa misma que logra hacer que mi pecho se estremezca. Agarra mi pierna y la engancha en su cadera, pareciera que fuésemos a bailar una pieza de tango, pero no, lo que en realidad haremos es hacer bailar nuestras caderas cuando la culminación de esta perversa sesión nos lleve a las puertas del averno.

Cierro los ojos cuando siento su falo en mi entrada y por impulso acerco mis caderas, pero Dominic me frena justo antes de lograr mi propósito. Sin embargo, sus dedos se incrustan en mi piel induciéndome a que me mueva lento, quiere que disfrute la agonía de sentir como se desliza entre mis pliegues, sin entrar, solo rozando, solo acariciando y deslizándose hasta el centro que contiene todo mi deseo.

Afirma mi baja espalda mientras que la otra mano aún está en mi pierna. Yo ni siquiera hago el intento de bajarla de su cadera, quiero y necesito sentirlo. Mi cuerpo entero está necesitado de todo lo que él tiene para darme, mi mente obnubila cuando palpo su piercing masajear mi clítoris y suelto un involuntario jadeo a la vez que mi cabeza se va hacia atrás. La mano de Dominic viaja hasta mi nalga y la aprieta en el acto, yo solo quiero tenerlo dentro de mí y acabar con esta deliciosa tortura.

Siento que en cualquier momento me correré porque la fricción de aquella carne dura me tiene más allá, que acá. De pronto, Dominic baja mi pierna y es ahora que siento la intensidad de los latidos que tengo entre ellas, de cómo mi intimidad tiene unos sutiles espasmos que debo controlar sino me quiero ir al diablo en este preciso instante.

Él camina de espalda hacia el sillón, sin soltar mi mano y con una sonrisa perversa en sus labios. Yo estoy seria, jadeante, deseosa y mi cuerpo entero manifiesta el apetito voraz que tengo en este momento. Me da un sutil beso en la comisura de mi boca antes de rodearme, antes de dejarme de espaldas al sofá... Antes de darme un leve empujón y dejarme caer sentada.

—Cuando te vi de piernas abiertas, me dieron ganas de pasar mi lengua aquí... —con la yema de sus dedos toca de abajo hacia arriba mi sexo, y se queda allí haciendo un movimiento circular con su índice. Yo cierro los ojos y suspiro.

—Entonces hazlo... —pido entre susurros y gemidos, y cuando abro los párpados me doy cuenta que Dominic tiene los dedos dentro de su boca.

Me quiero morir...

Entonces actúa. Posa las palmas en mis rodillas y abre mis piernas, yo solo me dejo porque es lo que quiero desde que sentí como me desnudaba. Se arrodilla ante mí. Comienza a besar el interior de mis muslos, un toque suave, tenue, delicado, hasta que llega y suelta un leve soplido que me hace llevar la mano empuñada hasta mi boca y morderla. Su lengua recorre, se pasea como si estuviese degustando el mejor de los postres, hasta que sus fogosos labios se estrellan sobre mí de una manera impetuosa y decidida. Chupa, se recrea, disfruta con un deleite que me tiene la vista desenfocada.

Un dedo...

No puedo hablar...

Mordisquea...

Suelto cortos suspiros...

Dos dedos...

Me remuevo ansiosa...

Una lamida caliente...

Empujo su cabeza hacia mí...

Crea movimientos circulares al tiempo que comienza a separar mis pliegues y no puedo hacer nada más que doblegarme cuando su lengua es la que me penetra. Mi cuerpo entero vibra en un éxtasis arrebatador que me hace temblar por completo, ha logrado que mi respiración se haya esfumado, que mis latidos se sometan y se dejen llevar por la enorme descarga de adrenalina que me ha provocado este órgano que aún me atraviesa.

—Ver ese rostro... —su ronca voz me hace mirarlo —. Uf... —me sonrío.

—Es mi turno —digo con tono golosamente jadeante —. Yo también quiero ver esa cara.

En el rostro de Dominic se forma una sonrisa libidinosa, me acerco a él, le doy un beso sobre sus húmedos labios y puedo sentir el sabor de mi propia esencia. Ahora soy yo quién lo empuja y lo hace caer de espaldas sobre el piso, él pone las manos detrás de su cabeza mientras desliza su vista por mi cuerpo desnudo. Le hago un gesto para que separe un poco las piernas, lo hace y me pongo entre ellas, así como estuvo él...

De rodillas...

Mis brazos se van hacia atrás de mi cuerpo y comienzo a masajear sus piernas, sus pantorrillas, paso mis uñas por sus muslos y aprecio como su piel se va erizando ante los suaves rasguños que le estoy dando. Llego hasta su entrepierna, acaricio con los pulgares sus ingles y presiono un poco. Su miembro se endurece todavía más y me deleito cuando al darle un pequeño azote con mis dedos, Dominic suelta una maldición delirante. Sé cuánto le gusta. Nunca dejo de mirarlo, sus gestos, su boca entreabierta, sus ojos, los que ahora están cubiertos por su antebrazo.

Entonces...

Lo meto dentro de mi boca...


Dominic.

Inspiro en cuanto siento la humedad de su boca, e intento soltar el aire cuando su lengua escurridiza golpea la punta de mi miembro, sobre mi piercing. Que jodida maravilla, me encanta descubrir cuán libertina se puede llegar a comportar Samantha conmigo. Me fascina cuando saca ese lado atrevido, me mata cuando descubro sus deseos ocultos, porque así me doy cuenta que a mí también me encanta descubrir los míos.

Este placer de atreverse a hacer cosas nuevas, como el que ella está haciendo en este momento, al bajar su rostro, al sacar su lengua y acariciar con ella mis testículos, me hace pensar que soy un inexperto que está ante la diosa del sexo. Esa sensación de sentir como se desliza por aquella piel, es absolutamente arrebatadora y cuando abre la boca para succionar con suavidad, con erotismo, con malicia... Me deja enfermo y al borde de la locura.

Sin quitarme los ojos de encima, sin dejar de chupar, de lamer, de rozar, comienza a masturbarme... Que suplicio. El ver sus nalgas en pompa, el ver la curvatura de su espalda, de su cintura, de sus caderas y la línea de su columna. El ver como su cabello cae por su hombro mientras experimenta, mientras juega con mi cuerpo a su jodido antojo, me está dejando la vista tan distorsionada que deseo poner los ojos en blanco. Mi nuca comienza a experimentar un intenso hormigueo, este se traslada y viaja por mi pecho hasta que se sitúa debajo de mi ombligo.

Sin embargo, lo que me llevó al diablo, fue el sonido que hizo al sacarlos de su boca...

Un sonido seco...

Un sonido incitante...

Un sonido erotizante para mis tímpanos...

Un sonido cargado de placer...

Mi estómago se contrae, mi boca se abre, mis ojos se cierran y mi cuerpo expulsa con ímpetu todo mi maldito orgasmo, el mismo que Samantha está sacando con su lengua. Es la primera vez que me hace el teabagging y por Dios que espero que no sea la última. Quiero volver a sentir esta agonía, este suplicio por querer hacerme correr. Quiero volver a sentir como su boca perversa succiona como solo ella lo sabe hacer.

Mi respiración poco a poco vuelve a la normalidad, aunque aún siento los espasmos en todo mi jodido miembro. Abro los ojos con lentitud y la veo situada entre mis piernas, mirándome con el rostro satisfecho por lo que ha provocado en mí. Pasa las uñas por mis piernas y siento un inmenso escalofrío mezclado con cosquilleo. Veo como muerde su labio sin quitar las pupilas de mi falo, el que no se ha bajado ni un puto centímetro... Mierda, está como si nunca hubiese llegado al clímax, y yo todavía me siento caliente, y sé que esa calentura se va a bajar cuando Samantha se siente sobre mí, y sé que cuando sienta las paredes de su intimidad rodeándome podré perderme en el torbellino de su insaciable lujuria, esa misma que tengo yo.

Todavía me tiembla el cuerpo, pero como puedo me siento y recojo mis piernas dejándolas cruzadas. Tomó la mano de Samantha y la invito a que pase a tomar asiento, sobre mí. Ella camina de rodillas, levanta su pierna derecha y la pasa por mi cadera, luego hace lo mismo con la otra. Toma mi miembro, lo pone en la entrada de su sexo y comienza a deslizarse con una lentitud que nos hace jadear a ambos. Se queda quieta disfrutando del momento. Entonces levanta su rostro y me mira, esos ojos verdes están oscurecidos, brillosos, no puedo obviar las ganas que tengo de besarla, por eso mismo junto mis labios con los de ella haciendo que nuestras lenguas se muevan como quieran, como deseen, así mismo como nuestras caderas comienzan a menearse al compás de nuestras agitadas respiraciones.

La amo, la amo tanto que a veces siento que me duele el medio del pecho, porque pienso que mi corazón no alberga tantos sentimientos juntos, pero así es. Todo lo que ella significa para mí es tan inmenso que ni yo me lo puedo creer. Por eso la beso, la beso, la beso, y la acaricio como si se tratase de una ilusión que alguien creo para mí, pero no, aquí está conmigo, junto a mí, sobre mí y haciéndome el amor con una pasión embriagante.

Acuno sus nalgas en mis palmas y la elevo unos cuantos centímetros antes de dejarla caer a lo largo de todo mi endurecido miembro en busca saciedad, mientras ella muerde mi barbilla porque la conozco tan bien que sé, que se acaba de correr. Su respiración produce cosquillas sobre mi cuello, su lengua paseándose sobre él estimula a que mis embestidas se vuelvan más profundas, más firmes, e incluso hasta un poco más violentas y en conjunto con el roce de sus pezones sobre mi pecho, de sus dientes mordisqueando y tirando mi labio inferior, puedo decir que acabo de bajar del cielo al infierno en un éxtasis que acaba de colmar cada rincón de su intimidad.

—Te amo, te amo, te amo... —susurra mientras riega besos por todo mi rostro.

—Tu eres mi infierno, y es contigo con quien deseo cumplir cada uno de mis pecados, de mis condenas. Quiero que seas la diabla que castigue todas mis perversiones y si voy a caer en la tentación, que sea en la de tu cuerpo, en la de tu mente deliciosamente maliciosa, en la de tus caricias enloquecedoras, en la de tus besos que me matan de placer. Tan solo quiero que me hagas arder en el purgatorio de tu piel.

—Quieres que sea tu diabla, ¿eh? —no puedo dejar de sonreír ante el tono de su voz.

—Así es, cariño. ¿Aceptas a este humilde pecador?, ¿aceptas compartir tu vida junto a este pobre hombre que necesita limpiar su alma con tus besos? —sus ojos se comienzan a abrir ante mis preguntas —. Cásate conmigo, ¿sí?

—Per...

—Sé qué hace unas horas dije que eso no pasaría —la interrumpo —, pero también dije que no todavía, porque estaba esperando este momento de intimidad —antes de escuchar su respuesta, estiro la mano y apenas alcanzo el tallo de la rosa. La deslizo hasta que la puedo agarrar firme y la pongo entre nosotros. Samantha mira hacia abajo y ve como el anillo brilla entre sus pétalos —. Se mi mujer, la única de mi vida.

Aún estamos unidos, aún somos uno solo. Sin embargo, este momento se está volviendo el más importante de toda mi maldita vida. Mi corazón late a un ritmo desesperado, y noto como el de ella también. Levanta la cabeza, acaricia mi rostro con sus dedos y me besa los labios.

—Quiero —dice entre besos —. Quiero todo lo que tienes para ofrecerme, quiero más instantes como este, te quiero a ti entero y para siempre. Quiero ser tu mujer.

—La única.

—La única.

Tomo su mano y miro sus dedos, los cuales están temblando, también observo sus uñas. Luego saco el anillo y lo deslizo por su dedo, queda perfecto. Este momento es perfecto, solo somos ella, yo y nuestros corazones entrelazados sonando al unísono.

Alguna vez pensé que nunca dejaría el mundo del swinger. Alguna vez estuve inmensamente sumergido en aquel mundo que me hizo conocer tantas experiencias, porque éramos personas que teníamos las mismas mentalidades y los mismos deseos. Ya fuera en la forma de incitarse, en la forma de desearse y también en la forma de expresarse, tan solo que con diferentes personas.

Pero llegaste tú, la que me hizo ver todo de otra manera, la que cambió mi vida y el rumbo de ella, la que nunca tuvo un prejuicio, una mala palabra, un descalificativo hacia lo que yo hacía, todo lo contrario. Me hiciste darme cuenta que sí, lo pasaba bien, pero que por dentro estaba vacío, que algo me faltaba, y ese algo eras tú, Samantha Brown.

Esto que se dio entre nosotros, surgió en un loco intercambio de parejas. No cariño, surgió cuando casi te atropello aquel día, y ahora que otra vez nos estamos entregando el uno al otro, que estamos besándonos con lentitud, con sutileza, con leves mordidas de labios, puedo decir que, no necesito volver a aquella práctica para darme cuenta lo bien que lo puedo pasar con una sola persona, y esa persona eres tú, mi amor...


                                                                                Fin.



****

N/A: ¡Muchas gracias!

Es lo primero que les quiero decir. Estoy enormemente feliz que esta historia, que hoy ha llegado a su fin, les haya gustado. Que se hayan tomado unos minutos para leerla, para votarla y comentarla. No tienen una idea de lo que eso significa para mí. 

Estoy muy, muy contenta. 

Por eso mismo, me permito la osadía de invitarlos a leer mis otras historias. Espero que se animen a seguirme apoyando. Otra vez, ¡muchas gracias por todo!

¡Un beso! Y nos estamos leyendo <3

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