Capítulo 9


La suave brisa fresca del amanecer dio de lleno en su rostro, haciendo también que su falda se subiera levemente por sobre sus piernas provocándole un suave cosquilleo. Se acomodó la chaqueta ya que la mañana estaba más helada que de costumbre. Al entrar al enorme edificio, se sintió reconfortada gracias a la agradable temperatura que había en el vestíbulo. Como de costumbre, saludó con una sonrisa a todo aquel que pasaba por su lado y cuando las puertas del elevador se cerraron detrás de su espalda, soltó un suspiro. Se miró en el espejo que estaba frente a ella, y sin poder evitarlo se ruborizó al recordar lo que había pasado seis noches atrás.

Pues sí, después de aquella intensa velada, con Doménico no habían vuelto a ir hasta el club de intercambio. Necesitaban pensar bien las cosas, Samantha sentía que estando con Dominic todo se le iba de las manos. ¿Cómo carajo podía ser posible que por unas simples palabras que él le susurró al oído, ella haya aceptado compartir habitación? Ciertamente no estaba pensando, solo se estaba dejando llevar por lo que ese hombre le provocaba, por eso junto a Doménico habían decidido esperar unos días, para poder poner en orden sus ideas.

Además, las palabras que Dominic le había dicho aquella vez: "Quédate conmigo, ahora y siempre". Demonios, no se las podía sacar de la cabeza y eso la estaba comenzando a poner nerviosa. Solo eran palabras, cosas que se dicen en el momento de la calentura, pero, ¿habrán sido ciertas? Sacudió la cabeza, ya basta de volver a pensar otra vez en eso.

Lo cierto era que, de las veinticuatro horas de día, veinte, pensaba en aquella frase que la dejó sin aliento y con extraño sabor de boca. Se pasó la mano por el cabello suelto al tiempo que cerraba los ojos. Después de volver al Penthouse, con Doménico tuvieron una larga charla con respecto a lo que cada uno había vivido con su intercambio.

Cada cierto momento, Samantha se mordía el labio nerviosa mientras que el pelirrojo no le quitaba los ojos de encima. Era cierto, la experiencia que ambos habían experimentado esa noche era por decirlo una maldita locura, pero demonios, también debían reconocer que había sido lo mejor que habían vivido en mucho tiempo.

Por su lado, Doménico había tenido sexo con un montón de gente mirándolo y vaya que, si le había fascinado aquella increíble experiencia y, por otra parte, Samantha había tenido sexo frente a un maldito espejo, dejándose observar cual voyerista experimentada. También lo había disfrutado y con demasía. Sin embargo, ¿podía ser posible que se sintieran culpables por no ser capaces de haber sentido lo mismo, con ellos mismos?, ¿podía ser que el placer sublime del que ellos se habían deleitado, solo lo lograran sentir con sus intercambios? Todo era una maldita vorágine que se les estaba yendo de las manos, tanto así que ambos habían accedido a compartir una maldita habitación.

Doménico se había tomado una copa de vino sin quitarle los ojos de encima a su novia, que en ese momento se comía una fruta. Ninguno de los dos había pronunciado palabras aun, por eso el pelirrojo se puso de pie y se dirigió hasta el enorme ventanal que dejaba ver gran parte de la ciudad. Miró a través del reflejo a su novia, que iba caminando directo hacia él. Soltó un suspiro.

—¿En serio que aceptamos esa mierda? —preguntó Doménico, antes de volver a llevarse la copa hasta los labios.

—Sí —susurró.

—¿De verdad que quieres? —Samantha se encogió de hombros.

—Supongo, pero siento que estamos yendo muy rápido —Doménico se rio —. ¿Qué pasa?

—Desde el momento que aceptamos hacer esto, sabíamos que todo sería rápido y extremo, ¿no?

—Tienes razón —se mordió el labio —. ¿Tú, realmente quieres compartir esa habitación?

—Supongo. Acepté acostarme con ella en medio de un cuarto que era solo de vidrios, ¿qué más podría pasar? —alzó las cejas con parsimonia.

—¿Que me den celos? —en ese momento él, la miró con una sonrisa en los labios.

—No seas mentirosa —le dijo —. Me viste hoy, ¿te dieron celos?

Lo cierto era que no le habían dado, en absoluto. Es más, el breve momento en que los vio disfrutó del espectáculo como muchos de los presentes en esa sala. Le quitó la copa de la mano y bebió un largo sorbo. Le acarició la mejilla a la vez que negaba con la cabeza.

—La verdad es que no —le contestó mirándolo a los ojos —. ¿Y tú?

—No, pero sí sé que ese tipo está loco por ti —en ese momento Samantha se había vuelto a llevar la copa a la boca, y al escucharlo se ahogó con el vino. Intentó tragar saliva, la cual había bajado espesa y amarga, gracias al sabor de la bebida.

—No digas esas cosas, Doménico. Dominic solo juega su papel como swinger, nada más

—No me digas cosas que se notan a miles de kilómetros, Samantha. Ese Dominic te come con los ojos, ya te lo había dicho. No obstante, no me molesta. Eres preciosa y no lo culpo de haber caído rendido a tus pies.

—Ya deja de decir tonterías —se dio media vuelta, sin embargo, Doménico le agarró el brazo.

—¿Te gusta?

—¿Eh?

—¿Qué si él, te gusta?

—En la misma medida que a ti te gusta Carolina.

—Sí, ella me gusta. Pero a ti te amo.

—Yo también te amo, Doménico.

No supo porque al decir aquellas palabras, su corazón se apretó contra su pecho y hasta sintió que se le saltaba un latido. Era todo tan extraño, estaba segura de lo que sentía por su novio, sin embargo, por primera vez desde que estaban juntos, le incomodaba corresponder a sus palabras y mentalmente se maldijo por eso. No estaba bien sentirse así. Doménico y ella, llevaban una vida prácticamente de casados, solo por un papel que ninguno de los dos quería firmar aun, no lo estaban. Pero Samantha creía que Doménico era el hombre de su vida y le daba ira experimentar tales sensaciones tan fuera de lugar.

—Yo creo que debemos pensar un poco mejor las cosas. Ambos queremos compartir habitación con ese par, pero también debemos meditar si es o no conveniente. Tal vez tú me hayas visto tener sexo con Carolina, pero yo no te he visto a ti y aunque suene estúpido, me resulta un tanto incómodo verte interactuar tan íntimamente con él —Samantha se mordió el interior de la mejilla —. ¿Te parece si esperamos unos días? —se encogió de hombros —. No es que haya cambiado de parecer, pero siento que debo prepararme mentalmente para lo que se nos vendrá la siguiente vez que vayamos a ese club.

—Tienes razón, Doménico. Además, esta semana tendré mucho trabajo, por lo que no tendré tiempo de ir a compartir habitación con Dominic y su novia —Doménico soltó una carcajada.

—Es cierto, yo también debo terminar algunas cosas antes de viajar. Debo dejar todo en orden para que todo marche bien durante mi ausencia —le besó los labios —. ¿Nos vamos a dormir? —le pasó el brazo por el cuello y la chica asintió.

El pitido del elevador la sacó de sus cavilaciones, sin embargo, se dio cuenta de que había llegado hasta la azotea de edificio. Masculló una grosería y apretó el botón de regreso a su plata, la que quedaba diez pisos más abajo. ¿Cómo carajo pudo estar tan absorta y no darse cuenta que había pasado de largo? Miró su reloj y se percató de que aún me faltaban diez minutos para su hora de entrada. Dio un último suspiro al tiempo que las puertas se habrían, se dirigió directo a su oficina a paso acelerado. Una vez dentro, dejó su cartera sobre percha y se encaminó hasta su escritorio. Se dio cuenta de que su portátil ya estaba encendido, se sonrió al percatarse de que su secretaria le había ahorrado algunos segundos.

Entró a su correo para revisar si tenía alguna novedad acerca de los papeles couché que había encargado, pero frunció el ceño al ver que, entre tantos e-mails, había uno de Charles. Rápidamente lo abrió para saber qué era lo que tenía para decirle. Sus cejas se juntaron aún más a medida que iba leyendo. Allí, le decía que su editor había observado que de una de las portadas que ella había enviado no le terminaba de convencer, ya que los tonos pasteles que había utilizado, no concordaban con lo que ellos deseaban. Charles, también le decía que su editor había pedido encarecidamente que se ocuparan tonos más sobrios. Por último, le contó que, además, de ser su editor, era también el fotógrafo con el que ella trabajaría.

Samantha, soltó un bufido algo fastidiada a la vez que procedía a responder aquel correo que le cambió el genio. Si a ese fotógrafo o editor, o lo que fuese, no le gustaba lo que ella había escogido, ¿por qué carajo no fue él quien le escribió? Se rio ante su estúpido pensar, era lógico. Con Charles tenían el trato, no con ese tipo. Después de enviar el correo, se apresuró en abrir la carpeta donde tenía guardada las portadas e inmediatamente desechó la que Charles le había dicho.

Así se pasó gran parte de la mañana, entre llamados telefónicos, correos, borrar y reparar lo que había hecho. Sus ojos le escocían levemente y su vista se había tornado un tanto desenfocada, por lo que se detuvo unos instantes en los que cerró sus párpados. Intentó relajarse unos momentos, sin embargo, no pudo. El solo hecho de pensar en que su meta autoimpuesta de terminar lo antes posible se haya visto interceptada por ese tipo, le molestaba. Su idea era haber finalizado lo antes posible para así tener tiempo con su novio. Los malditos días pasaban y cada vez se acercaba más el momento en el que Doménico se iría de viaje. Mierda.

Sintió unos leves golpes en la puerta y con un, "adelante", apareció Cameron. Se le hizo un poco gracioso que tocara, pues, nunca en su puta vida lo había hecho. Su jefe entró con una carpeta en las manos, cosa que a la chica se le hizo extraño, puesto que generalmente cada vez Cameron la visitaba en su oficina era para joderla, pero en esta ocasión se veía serio, mucho para su gusto. Eso hizo que su estómago se contrajera levemente.

—¿Pasó algo? Tienes cara de constipado —se burló.

—Que chistosa —tomó asiento frente a ella —. Sí, mira. Lo que pasa es que me he dado cuenta que hay un promotor que está haciendo propaganda con tu fotografía.

Samantha frunció el ceño —¿Cómo eso?

—¿Cómo te lo digo? —suspiró —. Este tipo recorre los bares nocturnos y... —se calló.

—¿Y qué? No me pongas nerviosa —instintivamente, el pie derecho de Samantha comenzó a moverse en un claro gesto de impaciencia.

Cameron, dejó la carpeta sobre la mesa y con la punta de los dedos la deslizó hacia la ella. Samantha sin pensarlo dos veces la abrió, y maldita sea, casi se le cae de las manos al darse cuenta de su contenido. Era una foto de ella y Doménico tomados de la mano entrando a Dolce Capriccio. Sus ojos se abrieron con estupor e inmediatamente miró a Cameron, quien la observaba con curiosidad. Sin prestarle atención a su jefe, volvió la vista hasta el maldito título.


"Conocida publicista visita el lujoso club de intercambio de pareja, de la mano de su novio, Doménico. ¿Si ella se atrevió a conocer este mundo?, ¿por qué tú no? Esta es una experiencia tan fascinante que ni siquiera está reconocida mujer pudo resistir las ganas de interiorizarse en el mundo del Swinger".


Se mordió el labio, ¿cómo mierda le habían podido tomar esa fotografía? Demonios, ¿cómo pudo ser tan descuidada? Ahora todo el mundo sabría que ella practicaba el intercambio. La puta noticia esa, le había caído como un balde de agua helada. Más aún, el nombre de Doménico estaba en juego. ¡Era un abogado de renombre! ¡Ay! Mierda, se llevó la mano hasta la frente al tiempo que cerraba los ojos, se le había olvidado que su jefe estaba sentado frente a ella. Soltó un largo suspiro. Era la mierda, simplemente era una total y absoluta mierda.

—¿Estás bien? —la chica abrió un ojo al escuchar la voz de Cameron —. Te has puesto amarilla.

—¡Eso es esta maldita publicación! ¡Algo amarillista! —se puso de pie.

—¿Es cierto lo que dice? —quiso saber.

Samantha lo miró con los ojos entornados, ¿le diría? Eso ni siquiera se preguntaba, por supuesto que no diría ni un carajo. Negaría hasta la maldita muerte que ella practicaba el intercambio, ¿para qué admitirlo?, ¿para que le señalaran?, ¿para que después todos hablaran a sus espaldas? Joanne tenía demasiada razón al decir que las personas eran prejuiciosas, nunca se le pasó por la cabeza que ella fuese a ser el palo blanco para un anuncio de clubes nocturnos. ¿Cómo mierda lo iba a desmentir si estaba la prueba fehaciente de que ella, ¡sí! Iba a ese maldito lugar? Pasó las yemas de sus dedos con fuerza por su pecho y sintió una gota de sudor resbalar por su sien. Cameron la iba a matar y no porque fuese a ese lugar, si no por no ponerlo al tanto para que este tipo de cosas no sucedieran. ¿En qué mierda se había metido?, ¿en qué mierda había metido a Doménico? Santísima mierda.

—No —respondió con la voz temblorosa.

Cameron entornó de tal manera los ojos, que sus pestañas parecían ser una sola línea —¿Estás segura?

—¡Ay! ¡Por favor! —exclamó alzando los brazos a sus costados —. Tú bien sabes que a este tipo de periodismo le encantan los escándalos y que exageran las cosas para aumentar sus ventas —se pasó la mano por el cabello —. Esto es tan sensacionalista que me enferma que puedas creer esto... —tomó la carpeta y se la tiró en las piernas. Cameron la observaba en silencio —. ¡Tan solo debes mirar esos malditos colores saturados que han ocupado para hacer esta infame noticia! ¡Mira! ¡Observa ese asqueroso rojo! —Cameron hizo una mueca.

—No te creo ni mierda —soltó, a lo que ella se puso tan rígida como una estatua —. Me quieres desviar del tema, ¿qué mierda me importan a mí los colores? Te hice una pregunta y no me la has respondido. ¿Haces intercambio de pareja con Doménico? —Samantha se puso las manos en las caderas y alzó la cabeza, soltando todo el aire de sus pulmones. Cuando lo miró.

—Está bien —arrastró los pies hasta el sillón y se dejó caer —. Solo he ido dos veces a ese lugar —musitó con la cara metida entre sus palmas. ¿Negar hasta la muerte? Sí, claro.

—¿Y por qué te has puesto tan histérica? —Samantha levantó la cabeza y lo fulminó.

—Es una pregunta bastante estúpida, Cameron. ¿No te das cuenta? La gente es recelosa con estos temas tan tabúes. Sabes perfecto lo que implica que esto circule a diestra y siniestra por la ciudad.

—No tengo ni puta idea. Sin embargo, es tu maldita vida. ¿Qué le importa a los demás lo que hagas con ella? —se encogió de hombros.

—Ya, pero medio mundo me conoce por mi trabajo y no creo que esto se...

—Alto ahí. Tú lo has dicho, te conocen por tu trabajo —la apuntó —. Que te importe un carajo lo que opinen los demás —se acuclilló frente a ella —. Nadie puede decir nada de tu desempeño como publicista. Eres la mejor en tu campo y lo sabes —Samantha lo miró —. Y pues sí, intercambiar pareja es algo que yo ni de joda haría, puesto que no estaría dispuesto a que los gritos de Lulú fuesen para otro —se rio —, adoro cuando me grita: "Potro", y me enfermaría que le pusieran las manos encima —le apretó las manos —. Pero si tu relación con Doménico es de tanta confianza, bien por ustedes. Los que hablen, que se vayan al infierno.

Eso sí que no se lo esperaba, para nada. Que Cameron le hablase de esa manera era algo casi irreal. Pensó insanamente sobre él, creyó que la echaría a patadas en el culo y no fue así. Le dio su apoyo incondicional, ahí demostraba la calidad de hombre que era. Que, era su amigo. ¿Cómo pudo dudar de Cameron?, ¿sería por lo bestia que se comportaba con ella?, ¿sería porque aún no olvidaba como la castigó cuando llegó tarde? Suspiró y le regaló una sincera sonrisa. Aquella maldita Miss, sí que se había sacado el premio gordo con el pervertido ese. Juntó su frente a la de él y susurró un...

—Gracias —se miraron a los ojos —, en serio. No sé cómo se tomará esto Doménico, pero pienso en contárselo de inmediato. Sabes que su trabajo es muy serio y su reputación si se puede ver afectada por esa maldita y escandalosa publicación —se separó de él —. Eres un gran amigo, Cameron.

Él se puso de pie —¡Ay! No me vengas con sentimentalismos baratos. Mira que ir a ese tipo de lugar. Eres una cochina depravada.

Samantha soltó una carcajada que le quitó toda la tensión del cuerpo. Ahí estaba su jefe burlándose una vez más de ella. Pero no podía negar que sus palabras, anteriores a esa estupidez, la habían reconfortado. La maldita noticia era historia entre ellos y se alegró por eso. Se paró yendo directo a su escritorio, abrió el correo de Charles al tiempo que llamaba a Cameron con la mano, se acercó hasta la chica poniéndose detrás de ella. Observó la pantalla y abrió los ojos.

—¿Qué es esto?

—Charles, me ha mandado un correo. Quiere que cambie el color y algunos logos de la portada.

—¿Y eso?

—Por lo que leí, su fotógrafo es su asesor, o su editor, qué demonios sé yo. La cosa es que Charles, me pidió encarecidamente que cambiara el enfoque de la última portada que le envié. Es un fastidio, puesto que yo ya me había programado para hacer las dos que me faltaban —Cameron, se puso los dedos en la barbilla —. ¿Tú sabes quién es ese tipo?

—No, Charles solo me comentó que cuando tuvieses el trabajo terminado le avisara para comenzar con la sesión fotográfica, nada más —agarró una botella con agua que reposaba sobre el escritorio —. Pero no es un problema para ti. Has hecho esfuerzos titánicos para sacar lo imposible, Samantha —desenroscó la tapa y bebió un sorbo —Sé qué tienes la capacidad suficiente para cumplir con los tiempos que te autoimpones. Esto no representa ningún problema para ti —la chica lo quedó mirando, con una sonrisa.

Cameron, tenía razón. En alguna oportunidad tuvo que sacar un trabajo que normalmente llevaría semanas, en tan solo un día. ¿Por qué en ese momento no tenía la confianza suficiente en si misma? Suspiró, seguramente era por los acontecimientos de los últimos días. No, eso nada tenía que ver con su inseguridad para realizar esa portada. Lo cierto era que Samantha, planeaba terminar antes de que Doménico se fuera, pero esto la había sacado de balance. Si quería terminar a tiempo debería quedarse hasta un poco más tarde en la oficina. Se mordió el labio, solo esperaba que Doménico comprendiera que sus horas extras de trabajo se debían porque ella lo que deseaba era para pasar más tiempo con él, antes del viaje. Miró a Cameron.

—Bueno, es tiempo de ponerse manos a la obra. Tengo un trabajo muy importante que terminar.

—Te dejo. Intentaré contactarme con el dueño de la revista que ha hecho la publicación de tu indecorosa actitud, y a ver qué puedo hacer por ti.

—Eres un desgraciado —dijo con una risita.

—Y tú una completa desvergonzada —dijo al tiempo que abría la puerta, pero antes de salir volvió su cabeza hasta la ella —Samantha, has lo que solo tú sabes hacer.

—Lo haré —asintió con una sonrisa radiante.

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