Capítulo 36


Dominic.

No tengo ni idea cómo fue, ni tampoco cómo demonios manejé, pero por fin ya estoy aquí. Entro a paso veloz y completamente desorientado porque no sé a quién diablos preguntarle sobre Samantha, tan solo necesito saber que esté bien, tiene que estarlo maldita sea. Mi corazón está que se me sale del pecho, mi respiración es tan pesada que noto como mis aletas nasales se abren para poder dejar entrar el flujo de aire. De lejos veo una silueta bastante conocida, y no dudo ni un segundo en ir directo hasta él que, en cuanto me ve toma rumbo dirigiéndose a mí. No sé cómo interpretar su cara, pero su boca fruncida me indica que... Muerdo mi labio. No quiero pensar más.

—¡¿Cómo está?! ¡¿Qué fue lo que pasó?! —le pregunto exaltado, tal cual mi pulso detrás de la oreja.

—Cálmate.

—¡Cómo quieres que me calme, si me han llamado porque Samantha ha recibido un balazo!

—Lo sé, hombre. Pero debes hacerlo.

Lo quedo mirando por largos segundos sin decir una sola palabra. Tal vez tenga razón, pero en este momento soy yo quien no tiene cabeza para nada más que no sea ella, y no puedo estar tranquilo hasta saber que ese impacto no ha sido de gravedad. Esto es tan surrealista que tengo ganas de vomitar. Reacciono cuando pone la mano en mi hombro, sé que también está preocupado, ¿cómo no? Si la conoce hace mucho más tiempo que yo. Por impulso mi saliva se atora en la garganta cuando oigo el pitido del elevador, giro la cabeza con lentitud y muy angustiado.

—¿Familiares de la señorita Brown? —en cuanto menciona su apellido, me pongo rígido.

—Yo soy su prometido —me volteo al tiempo que hablo sin pensar. Sin embargo, a pesar de la situación, en cuanto menciono estas palabras me sonrío —. ¿Cómo está? —juro que hago esta pregunta con un susurro temeroso.

—La paciente está estable y fuera de peligro. Ha recibido el impacto de un proyectil, este le perforó su bíceps quedándose alojado en el músculo. Por eso ha requerido de intervención quirúrgica para poder extraerlo, lo que fue con éxito.

Este suspiro que acabo de soltar se ha llevado toda la tensión que tenía, y hasta soy capaz de percibir como mis hombros caen con alivio y llevándose todos mis miedos. Está bien, Samantha... Está bien, es lo único en que puedo pensar ahora. Bendita mala puntería la de ese pedazo de mierda. Cameron, que aún mantiene la mano sobre mi hombro, lo aprieta. También ha respirado con tranquilidad.

—¿Puedo pasar a verla?

—En este momento están terminando de inmovilizar su brazo, pero en cuanto la pasemos a una habitación puede entrar.

—Gracias.

Siento como el enorme terror que manifiesta todo mi cuerpo, poco a poco se comienza a ir. No obstante, aún estoy muy preocupado de cómo será su recuperación porque toda herida tiene su riesgo, pero no debo pensar en eso, lo importante aquí es que pronto estaré junto a ella. En cuanto el doctor se da media vuelta, me agacho metiendo los dedos en mi cabello. ¿Qué diablos habrá pasado para que ese idiota haya hecho semejante barbaridad? ¿Por qué? Recuerdo cuando nos agarramos a golpes me dijo que se las pagaría, entonces, ¿esta es su venganza?, ¿hacerle daño a la chica con quien estuvo tanto tiempo?

—Vamos a la cafetería —levanto la cabeza en cuanto escucho la voz de Cameron.

—No, solo quiero verla —digo cortante.

—En este momento no se puede, Dominic. Ya oíste lo que nos dijo el doctor, no seas necio y vamos por un café.

—Joder —a regañadientes me pongo de pie y lo sigo.

Mientras Cameron va por los cafés, yo me dejo caer con todo el peso sobre la silla. Voy a matarlo, voy a descuartizarlo, le voy a cortar las bolas y le romperé esa cara de niñato puto que tiene. Porque estoy al cien por ciento seguro que fue él, ¿quién más, si no? Despego la vista de mis dedos ahora que siento como Cameron corre la silla con el pie. Lo quedo mirando mientras extiende el café hacia mí, lo tomo y le doy un sorbo.

—Cuéntame qué pasó. Fue Doménico, ¿verdad? —asiente en silencio, yo aprieto los dientes porque un latigazo de odio me recorre de la cabeza a los pies.

—Yo no estaba cuando todo pasó, solo sé lo que Margaret me contó —me observa serio y prosigue —. Doménico llegó hasta el piso de Samantha, obligando a Margaret para que le avisara que él estaba allí. Como no quiso hacerlo, la golpeó con un objeto contundente —hijo de puta —. Margaret cayó aturdida al piso y no pudo detenerlo.

—¿Dónde está?

—No lo sé, arrancó luego de que le disparara a Samantha. No hemos dado con él. Sin embargo, ya he llamado a la policía y ellos están en su búsqueda.

Cierro los ojos y hago crujir todos mis malditos dedos, los estoy anticipando a que se preparen para dar una golpiza que nunca antes han dado. Me pongo súbitamente de pie, pasando a llevar de paso el café que se derrama sobre toda la mesa, lo que me importa un carajo porque tengo una idea de donde ese imbécil puede estar.

—¡Rayos Dominic! —exclama al tiempo que se echa hacia atrás —. ¿Qué crees que haces?

—¿Qué crees tú?

—Ni lo pienses, no vayas a buscarlo. ¡No lo vas a encontrar! —lo miro con una sonrisa retorcida.

—¿Tú crees? —le pregunto con una seriedad tan siniestra que, hace fruncir su ceño.

—¿Qué vas a hacer, Dominic? No vayas a cometer una locura —me advierte con un gesto rígido, pero no estoy para escucharlo.

—Ese hijo de puta se ha metido con lo que más amo. La hirió, y no solo una vez, ¡sino tres malditas veces! —grito al tiempo que pego a puño cerrado sobre la cubierta, haciendo que varias gotas de café salten como proyectiles—, pero esta es la gota que ha derramado el vaso, Cameron. Nunca le perdonaré que le haya puesto un dedo encima a Samantha.

Estoy tan cegado que se me ha olvidado que en cualquier momento puedo entra hasta la habitación donde va a ser ingresada Samantha, porque lo único que deseo en estos momentos es encontrarme cara a cara con Doménico, a ver si a mí también me da un disparo. Pero con lo cobarde que es, lo dudo. Ahora que estoy dispuesto a largarme, entra una chica de cabello negro que mira a Cameron con una sonrisa mientras se acerca. Estoy pasando por su lado cuando justo oigo su suave voz.

—El doctor me ha dicho que ya podemos entrar —me detengo en el acto y volteo la cabeza.

—¿Vienes? —me pregunta Cameron con una sonrisa burlona. Idiota.

Camino hasta él y pongo un dedo en el medio de su pecho —Sabes muy bien que no me quedaré contento hasta encontrarlo. Lo sabes, ¿no?

—Eres un necio, será mejor que vayamos con Sam —muerdo mi labio, y no me queda de otra más que aceptar en silencio.

No obstante, mis nervios están a flor de piel y por cada paso que doy esto aumenta cada vez más, lo que es extraño en mí, porque jamás me he dejado llevar por las emociones. Solo con ella que, volvió mi mundo entero patas arriba. Solo ella es capaz de sacar tanto lo mejor, como todos los miedos que habitan en mí. En cuanto llegamos a la puerta pongo la mano en la manilla y veo como mis dedos tiemblan, lo que me hace sentir un estúpido incapaz de controlar mis sentimientos.

—Ve, entra tú solo.

Suspiro profundo y la abro, y en cuanto lo hago la miro, y en cuanto la miro sus ojos se conectan con los míos, y en cuanto eso sucede mis demonios se desatan, y quiero llorar, y abrazarla, y llenarla de besos, y gritar, y matar a Doménico, y hacerlo revivir para volver a matarlo por haberla dejado así.

Mi respiración se estanca en el acto. Samantha tiene las mejillas con hematomas, el labio inferior con un corte, su párpado derecho está pequeño por la hinchazón, su brazo está completamente vendado e inmóvil. Tengo que morderme la lengua para evitar lanzar todas las maldiciones que tengo atoradas. Tengo que amarrarme los pies para no salir corriendo y acabar de una buena vez con ese desgraciado. Tengo que obligarme a inhalar aire para poder bajar el nudo que se ha formado en el medio de mi garganta. Tengo que pestañear muchas veces para que las lágrimas que tengo estancadas no caigan.

Recorro todo su cuerpo antes de volver a centrar la mirada en sus ojos, ella me observa con una sonrisa trémula, lo que me hace sentir peor. Estamos tan conectados que, estoy malditamente seguro que sabe lo que pretendo, por eso mismo estira su brazo y me llama en silencio. Aunque eso no quiere decir que no llevaré a cabo lo que tengo en mente.

En cuanto doy un paso percibo como las piernas no me quieren sostener, esto es una jodida mierda. No quiero que ella vea la fragilidad que refleja mi cuerpo entero, solo sé que tengo que estar bien por y para ella, nada más. Ya en un par de horas me haré cargo de ese bastardo hijo de puta.

—Cariño... —murmuro ahora que he tomado asiento a su lado —. Mira nada más... —no puedo terminar la frase.

—Hola —al escuchar su rasposa voz, siento que quiero cerrar los ojos. No lo hago.

—¿Te duele mucho?

—Solo un poco, los analgésicos hacen efecto.

—¿Quieres contarme qué pasó? —ella baja la mirada y me siento un insensible por haberle preguntado esto, pero solo Dios sabe cuánto es lo que necesito saberlo. No dice nada por largos segundos, entrelazo nuestros dedos y con el pulgar le acaricio el dorso, ella corresponde levantando nuestras manos y dejándome un beso en los nudillos. Sus labios están tan helados que me dan escalofríos.

—Doménico tiene VIH, Dominic —en cuanto pronuncia esas palabras mi boca se abre —. Eso lo motivó a cometer esta locura. Entró a mi oficina como si estuviera poseído por el mismo diablo. Me insultó, me golpeó, forcejeamos y en medio de los gritos me dijo que es portador —eso último lo dice con la voz ahogada. Para mi desgracia comprendo su sentir, estuvo con ese tipo mucho tiempo y no es fácil olvidar los buenos momentos que deben haber pasado juntos. Mi mandíbula inevitablemente cruje —. Creí que se estaba cuidando, ¿te das cuenta de lo que eso implica? Me pudo haber contagiado.

—Pero, ¿hace cuánto tiempo tiene VIH?

—No lo sé, pero me culpó a mí —me responde ansiosamente angustiada, al tiempo que se encoje de hombros, pero veo que siente una punzada de dolor al hacer ese gesto.

—Sí aceptó hacer el intercambio fue porque le llamó la atención. Ahora, si él no se cuidó como debía no tiene por qué demonios culparte a ti, por los resguardos que él como hombre debió tener. Eso de acusarte por su enfermedad de es de una hipocresía inadmisible. Estás consciente de que tú no tienes que sentirte responsable, ¿verdad? —termino de hablar con un poco de temor, ya que su expresión es indescifrable.

—Por supuesto —para mi sorpresa, contesta con la voz segura —. Ese fue su enojo, el que yo lo haya encarado. El que yo le haya dicho que estaba limpia, simplemente lo enloqueció. En cuanto le dije que Carolina también era portadora se puso muy pálido y hasta sentí que perdió el juicio por algunos minutos. Estoy segura que no se lo esperaba.

—Cariño, lo único que a mí me importa es que estás bien. Solo quiero tenerte de regreso en nuestro departamento y mimarte como te mereces. No tienes una idea de cómo estos días se me harán eternos sin ti. Te quiero tanto.

Por primera vez desde que entré, veo sus ojos verdes brillantes y sonrientes. ¿Qué haría yo sin esta mujer? ¿Qué sería de mí si ella no hubiese irrumpido en mi vida? Nada, absolutamente nada. Samantha le dio un nuevo significado a la palabra amor, ella ha pintado mi vida de mil colores y cada uno de ellos me han hecho el hombre más feliz del mundo. Me da exactamente lo mismo escucharme con un jodido cursi, estamos tan acostumbrados a los machos imponentes y carentes de sentimientos que, eso se ha vuelto un estereotipo. Si demuestras tu amor como realmente lo sientes te tachan de marica sentimentalista, pero yo no soy así. Me da igual gritar a los cuatro vientos el amor inmenso que le tengo a esta mujer, porque con ella me siento libre y amado.

Y muy bien follado...

No le quito los ojos de encima hasta que noto como sus párpados se van cerrando, debe estar tan cansada, dolorida y muy afligida por lo que sucedió hoy. Samantha no es como alguna otra mujer que haya conocido, ella intenta esconder su dolor para no preocupar a quienes la rodean. Sin embargo, sus ojos son tan expresivos que la delatan, en ellos se aprecia la fragilidad que refleja su alma, porque es tan transparente que la puedo leer perfectamente bien. Esto es lo que tanto amo de ella, que sin darse cuenta puedo saber todo lo que siente. Sea bueno, o malo.

Acaricio con las yemas de mis dedos su mejilla amoratada, e inevitablemente la ira se vuelve a filtrar en cada poro de mi cuerpo. Cierro los ojos porque no puedo sentir este resentimiento tan grande estando con ella a mi lado. Dejo pasar unos segundos hasta que logro tranquilizarme un poco. Intento levantarme con cuidado, sin embargo, me quedo quieto cuando me doy cuenta de que Samantha se comienza a mover.

—Dominic... —susurra.

—Aquí estoy, Sam.

—No te vayas.

—No cariño, aquí me quedo.

Permanecemos en silencio mientras rozo su cabello. Pero ahora miro hacia abajo y me doy cuenta que está profundamente dormida, así que me pongo de pie mientras vuelvo a hacer sonar todos mis dedos. Camino de espalda sin quitarle los ojos de encima, hasta llegar a la puerta, la que abro con mucho cuidado. En cuanto estoy afuera de la habitación veo a Cameron, pero lo ignoro y sigo de largo hasta la salida. No obstante, antes de poner un pie en el elevador, una mano me detiene y eso me hace poner los ojos en blanco.

—Suéltame.

—No hagas nada, deja que la policía se haga cargo de él.

—Suéltame, Cameron.

—¿Dónde crees que está?

Me rio —En su despacho, lógico —contesto con sarcasmo.

—¿Y sabes dónde queda?

—No tengo ni la menor idea, pero eso es lo de menos. Llegaré igual.

—Dominic no e... —me volteo sin dejarlo terminar la frase.

—Mira Cameron, ya estoy harto de que me digas como debo actuar. Ese desgraciado rebalsó todos los límites. ¡Hirió a Samantha! ¿No entiendes? No pretenderás que me quede de brazos cruzados mientras que la mujer que amo, está allí —apunto hacia la habitación —, sobre una cama baleada y golpeada por ese imbécil. La verdad es que no sé cómo puedes estar tan tranquilo, Samantha es mucho más que tu trabajadora, es tu amiga, tu compañera.

Él se queda en silencio, sabe que mis palabras son ciertas. Sin embargo, no me suelta, es más, me afirma del codo e inmediatamente comienza a caminar hasta la salida llevándome prácticamente a rastras. Este tipo es increíble, fingió tranquilidad todo este tiempo, pero lo que en realidad siente la misma animadversión que yo. En cuanto me suelta tomo rumbo hasta mi vehículo, pero ahora que estoy a punto de subirme lo miro por sobre el hombro.

—¿No vienes?

—Vamos en mi auto, estás alterado y no queremos más accidentes. Además, necesitarás algo que tengo en él.

No digo nada porque tal vez tiene razón. La realidad es que, si me siento en tensión constante, por eso mismo solo obedezco a su sugerencia y ni idea de que pueda necesitar. Lo veo rodear el auto, se sienta, enciende el motor y aprieta el acelerador a fondo. No decimos nada en todo el transcurso del viaje, pero poco a poco me voy dando cuenta en como la adrenalina va corriendo por mis venas, haciéndome sentir la sangre espesa. No sé cómo reaccionaré cuando lo tenga frente a mí, no tengo ni una jodida idea de nada, solo sé que deseo matarlo.

—Abre la guantera —me dice interrumpiendo mis pensamientos —. Sabes que Doménico está contagiado así que, si pretendes golpearlo será mejor que protejas tus manos. No vaya a ser que por un pequeño corte que te hagas tu sangre se mezcle con la suya.

—¿Me pasarás guantes? —le pregunto incrédulo, a lo que me mira con una sonrisa.

—Mucho mejor que eso. Abre la guantera y míralo por ti mismo.

—¿Condones? —¿qué carajo?

—Así es, condones. Vas a tener que meter tus manos allí para protegerlas.

—Estás muy enfermo.

—¿Así me agradeces que te estoy cuidando? Anda ya, sácalos de la caja y mételos a tu bolsillo.

—No, qué asco de pensar en que tu cosa en algún futuro pudo haber estado metida en estos preservativos.

Suelta una carcajada —Yo no me cuido... —eleva los hombros —. Con Lulú queremos tener un bebé.

—¿Entonces por qué tienes estos? —antes de contestar hace una pausa.

—Antes nos gustaba follar aquí y allá y acá, pero desde que estamos en campaña para ser padres, los guardé aquí. Y ahora te sirven a ti.

—Qué asco... —digo con una mueca.

—Por favor, tú hablándome de asco, ¿precisamente tú?

—Vale, vale que ya entendí —saco cuatro condones y mientras los guardo en mi bolsillo, susurro —. Estúpido potro.

—Estúpido tú —lo miro, pero me doy cuenta que su semblante ha cambiado. Me observa por algunos segundos antes de volver a enfocarse otra vez en el camino —. Debes tener cuidado —comienza con seriedad —, si Doménico te llegase a golpear estás jodido. Intenta que no lo haga.

Respiro profundo porque tiene razón —Vale, y gracias.

—Mira, ese es el edificio. Deja que me estacione.

Está bajando la velocidad, ni siquiera pienso en que estamos en doble fila a lo que, hago un movimiento veloz y me bajo, dejándolo en el auto. Solo lo escucho gritar mi nombre, pero su voz se termina perdiendo en el ruido del tráfico. Estoy corriendo tan rápido que siento las palpitaciones en todo mi cuerpo. Maldito cigarro, me está jugando una muy mala pasada.

Levanto la vista hacia las mamparas de vidrio. "Bufete de abogados, Dickens asociados". Aquí es, aquí está esa maldita rata, lo siento, lo presiento. Tan fuerte es mi intuición que cada vello de mi piel se eriza. Empujo la enorme puerta y me doy cuenta que en el lobby hay muy pocas personas, me veo en la obligación de dirigirme hasta la recepción para saber dónde diablos se encuentra su despacho.

—Buenas tardes, busco a Doménico Dickens.

—Lo siento, el señor Dickens, en este momento no puede atenderlo.

—Tengo cita con él —murmuro entre dientes.

—No está en condiciones de recibirlo —ni siquiera me está mirando, lo que me hace enfurecer aún más.

—¿En qué piso está su despacho? Vendré otro día.

Por primera vez desde que estamos hablando, levanta la cabeza y me mira fijamente —No le puedo dar esa información —maldita sea.

—Mira bonita, necesito que me hagas este favor. Llevo mucho tiempo intentando contactarme con él —mientras le hablo, me voy acercando y noto como su rostro se ruboriza —. ¿Serías tú, tan amable de decirme donde está su despacho?

La veo pensando y eso me desespera —Está bien, también le facilitaré el número de su móvil —cierro los ojos cuando la veo bajar la vista —. Aquí está.

—Gracias.

En cuanto me extiende el papel, lo arrugo en la palma de mi mano. Tomo un par de profundas respiraciones, antes de percatarme que la chica se ha vuelto a distraer en su computador. Abro la hoja y lo veo. Piso quince, allí está. Giro la cabeza en redondo y escucho como todos los huesos de mi cuello crujen. Meto las manos a los bolsillos, mientras que comienzo a caminar disimuladamente hasta el elevador. Hago todo malditamente premeditado, muy bien pensado y con la cabeza bastante fría. Miro hacia ambos lados y no viene nadie, lo que me permite subir sin mayores inconvenientes.

Las puertas del elevador se cierran detrás de mí, entonces lo percibo. El sudor anticipado cubre mi espalda, el temblor de mis manos es expectante, los latidos de mi corazón son eufóricos, la respiración que suelto se vuelve compacta. Mi vista fija en el espejo frente a mí, mis ojos inyectados en sangre, mis pensamientos solo están enfocado en él.

Levanto la cabeza y observo como los números ascienden sin detenerse, hasta que llego al piso quince. No espero que las puertas se abran en su totalidad, ladeo el cuerpo y salgo raudo hasta su despacho. El muy infeliz es tan mimado que tiene el piso entero para él solo. No miro si hay alguien a mi alrededor, no escucho si me han llamado para que me detenga, solamente tengo la vista clavada en la puerta y ahora que estoy frente a ella, la abro de golpe.

Allí está...

Sus párpados se abren, pero sus ojos parecen salir de sus órbitas al verme parado aquí. Al ver cómo cierro de un portazo, al ver como camino hasta él para levantarlo del cuello y darle un puñetazo en toda su maldita boca la que, por cierto, comienza a sangrar de inmediato. Estoy tan eufórico que no siento ningún dolor en mis nudillos. Lo suelto y cae al piso mientras tose. Ahora lo recuerdo maldita sea, me apuro en meter la mano a mi bolsillo sin siquiera percatarme de haberme hecho daño. Saco los condones que Cameron me dio, lo que menos pienso es en el asco que me da enguantarme las manos en estos preservativos, pero lo hago porque no me interesa tener ninguna jodida enfermedad.

—¡¿Cómo me encontraste?! —lo miro con arrogancia.

—No hay que ser un genio para darse cuenta en donde se escondería una rata como tú —respondo mientras enfundo mis manos, ahora que terminé respiro con pesadez —. ¿Ves esto? —pregunto levantando los brazos —. ¡¿Ves jodidamente esto, imbécil?! —no dice nada —. Son condones, los mismos que debiste poner en tu miembro. Los mismos que te protegen de contraer cualquier enfermedad. Los mismos malditos condones que resguardan la integridad sexual de las chicas con quienes follamos cuando hacemos un intercambio, maldito pedazo de animal.

—Bastardo —gruñe al tiempo que se pone de pie.

—Puede que sea un bastardo, pero tú eres una rata asquerosa que se atrevió a ir hasta la agencia tan solo para herir a Samantha. Mi prometida —me apunto con el pulgar mientras me sonrío —. Esta me la pagas Dickens, juro que me la pagas.

Lo veo enderezar su cuerpo tambaleante, se lleva el antebrazo hasta la boca mientras me mira con odio. Se pone derecho, se pasa la mano por el cabello y se sonríe. Idio... ¡Mierda!, no alcanzo ni siquiera a terminar porque me veo incrustado en la pared. El dolor que siento en las costillas casi me deja sin aliento y doblado en dos. Me tiene agarrado de la cintura, seguramente el muy estúpido creyó que así me iba a detener, pobre imbécil. Esta posición no es más que una ventaja para mí. Por eso mismo aprovecho esta oportunidad para levantar la rodilla, y le pego con toda la fuerza en la cara. No se mueve y el olor a alcohol que expulsa su cuerpo entero, me da asco.

No me suelta, pero en menos de un segundo nos gira, dejándome debajo de su cuerpo. Su sonrisa retorcida me enferma. Levanto ambos brazos y los pongo sobre su cuello, a lo que su cara se transforma. Tiene los dientes apretados, parece un perro infectado de rabia. Sus ojos se han vuelto brillosos y muy rojos. Pero aun así no lo libero, porque recuerdo cómo dejó a Samantha. La veo en mi mente y la ira se apodera de mí.

Hago rodar nuestros cuerpos, ahora soy yo quien está a horcajadas sobre él. Levanto el puño, elevando el brazo por detrás de mi cuerpo y lo dejo caer con toda mi fuerza sobre su ojo, el mismo que Samantha tiene lastimado. Su cabeza se va hacia atrás y escupe la sangre que sale de su sucia boca.

—No te quedaste contento hasta lastimarla, pero la jodiste porque Samantha no está sola.

—¡Vete a la mierda! —grita al tiempo que levanta su mano. El puñetazo que me da en la barbilla me marea por segundos —. ¡¿Qué mierda sabes tú?! Eres un recién aparecido, no tienes ni una maldita idea de todo lo que ella y yo vivimos —juro por Dios que me enerva oírlo hablar como si ella le importara, porque sé que no es así.

—¿Tú crees que eso a mí me supone algo? Malas noticias —me sonrío —, me importa un carajo todo el tiempo que estuvieron juntos y, ¿sabes por qué? —me agarra del cuello e intenta escupirme, por suerte logro esquivarlo —. Porque ahora ella está conmigo. Si tanto la amabas, debiste pensar bien las cosas antes de engañarla como lo hiciste —es tanta la rabia que me da el solo hecho de recordarla con él, de su mano, besándolo que, no mido la fuerza con la que golpeo su cabeza y la azoto en el suelo.

De su boca sale un gemido de dolor, pero eso no me detiene y sigo dándole puñetazos. Uno tras otro, hasta que veo como los condones se comienzan a teñir completamente de rojo. Mis nudillos arden, mis brazos tiemblan, pero no paro. Hace mucho tiempo que esta me la debía. De su boca salta un diente, su piel se va llenando de cardenales y hematomas bajo los golpes que le estoy dando. Estoy frenético, cegado, lleno de adrenalina y cargado de odio por este hombre. Si es que se le puede llamar así.

—¡Hijo de la gran puta! ¡La engañaste, la lastimaste, le mentiste! —grito mientras me pongo de pie tan solo para darle una patada en el estómago.

—¡Fue ella quien me jodió cuando se metió contigo! —de mi garganta brota una carcajada.

—Nunca, en tu puta vida, entendiste el mundo del swinger. Esto es consensuado, ¿entiendes que significa esa palabra? Tal parece ser que tu cabeza no da para tanto. Eso quiere decir que es en mutuo acuerdo y si tú no supiste verlo de esa manera es tu maldito problema. Samantha jamás te fue infiel conmigo y, es más, ¿te cuento algo? Con Samantha trabajamos durante mucho tiempo juntos —al terminar de decirlo, abre sus ojos —. Ella quiso decírtelo, pero, ¿qué pasó? El muñeco se hizo el ofendido y fue a meter la cosa esa que tienes entre las piernas por allí. ¡Dejándola sola! ¡Sola y devastada! ¡Confundida y muy, muy dolida! —a mi mente llega el momento en el que Samantha oyó aquella voz jadeante. Ese momento en que se rompió en mis brazos y yo no pude hacer nada por ella —. ¡Si tan solo hubieras estado! ¡Si tan solo hubieses visto su cara cuando te llamó y escucho como follabas con otra!

Levanto el pie y lo dejo caer en medio de su estómago. Tose, se retuerce, grita hasta que su voz se pone ronca, pero eso no le impide ponerse de pie y lanzarse sobre mí. Craso error, porque lo dejé hecho un despojo bueno para nada. Esa insensatez lo hace perder el equilibrio y caer sobre su escritorio, que es de vidrio. Este se quiebra en el acto haciendo saltar varios fragmentos y dejando a Doménico aullando de dolor. Se acaba de girar y ahora que veo su rostro, trago saliva. Tiene un pedazo de vidrio enterrado atravesando la piel de su pómulo.

Mi cara se transforma en un poema, no sé qué diablos debo hacer. Sin lugar a dudas, Doménico no fue rival para mí y es un engendro creado por algún inhumano, no obstante, veo al tipo llevarse la mano a la cara con un gesto de completo espanto y su grito me cala los huesos estancando de paso todo mi flujo sanguíneo. Sin poder controlar mis movimientos doy un paso hasta él, luego otro y otro, hasta que estoy a unos escasos centímetros. Levanta la mirada hasta mis ojos y lo que veo me deja helado.

—¡Putos! Los dos son unos malditos putos. ¿Piensas que voy a creer el embuste que acabas de soltarme? —se encoje de dolor mientras que con sus dedos temblorosos se toca la cara —. La odio, los odio a ambos. Me cagaron la vida, por culpa de Samantha estoy jodido —escupe sangre y esta cae como un hilo de su boca. Su barbilla castañea a tal grado que escucho el choque de sus muelas

Este hombre no entendió nada de lo que le dije, cree tener la razón, pero la realidad es que está muy equivocado y peor aún, que estando aquí gimoteando, llorando, susurrando cosas inentendibles. No se arrepiente de haberle disparado, tampoco reconoce que la engañó y mucho menos que si está contagiado es por su propia culpa. Ni siquiera en este momento puedo percibir un deje de vulnerabilidad en él. Tiene el corazón podrido, carente de sentimientos, envenenado de odio. Es una pena que no haya sabido cómo llevar el rumbo de su relación y de su vida. Me agacho con lentitud, mientras lo observo sin expresión alguna.

—Ahora Samantha está conmigo, y no tienes una maldita idea de lo feliz que es a mi lado. Si algo tengo que agradecerte, es el hecho de que hayas aceptado ir al club de swinger con ella. Porque allí la conocí, porque allí Samantha se transformó en la mujer de mi vida y no te preocupes —digo levantando la ceja —, porque ahora seré yo quien la cuide, quien la ame como se merece. Algo que tú no supiste hacer en todo ese tiempo que estuvieron viviendo juntos. Ahora seré yo quien esté con ella en las buenas y en las malas. Por, sobre todo, seré yo quien folle con ropa y todo en la ducha.

Al terminar de decir eso sus facciones cambian radicalmente. Al ver con la rapidez que estira su mano, me echo hacia atrás y me pongo de pie. Tiene un vidrio en la mano, y pretendía enterrármelo. Allí está el tipo que alguna vez conocí, por el que alguna vez sentí unos celos que me carcomieron las entrañas, por el que maldecí mil veces al verlo irse de la mano de Samantha, por el que he odiado más que nunca en mi vida. Allí... arrodillado, con su cabeza hacia abajo, gimoteando del dolor lacerante que le provoca ese vidrio, y con su cuerpo completamente estremecido.

Miro mis manos, observo cada parte de los condones ensangrentados, mientras oigo los balbuceos de Doménico. De repente, escucho unos pasos detrás de mí, giro la cabeza y veo a Cameron con su rostro pálido de la impresión. Se tapa la cara con ambas manos, lo estoy mirando de soslayo mientras me quito con cuidado los preservativos, para luego dejarlos caer al piso. No sé qué diablos me pasa, pero estoy sin sentimiento alguno. Quizás fue lo que me dijo Doménico, quizás fue darme cuenta que en realidad nunca la quiso, quizás fue darme cuenta que es una mierda de hombre.

Tal vez estoy siendo un maldito, no sé. Pero, ¿lastima...? Me dan ganas de reír, lastima no siento.

—¿Pero qué diabl...?

—Yo me largo de aquí —suelto, interrumpiendo la pregunta estupefacta que Cameron intentaba realizar, mientras camino hacia la puerta. Sin embargo, antes de salir escucho su voz.

—Haré que te hundas en la mierda, ¡maldito Evans! —termina con un bramido.

—Eso es, nene de papá. Mueve los hilos de tu influencia, pero te advierto... —me giro —. Yo también tengo las mías y acusarte de intento de asesinato, no será un problema para mí. De hecho, sino mal recuerdo... —miro a Cameron que no deja de ver con cara de horror a Doménico —, me dijiste que la policía lo estaba buscando, ¿no?

—Ya vienen en camino —comenta sin poder salir de su letargo.

—¿Ves?, ya vienen por ti.

Luego de pronunciar esas palabras, me marcho sin mirar atrás. Me importa un carajo lo que pase con él y lamento haber dejado a Cameron con ese problema, pero lo único que quiero es llegar al hospital. Deseo ver y estar con Samantha, que es quién me necesita en este momento.


****

N/A: Uuuuh...

Hasta que Dominic le dio su merecido. ¿Qué les pareció? Espero que les haya gustado.

Gracias infinitas por sus votos <3

¡Besitos!

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