Capítulo 31


Dominic.

No he sabido nada del exterior desde aquella tarde en la que Samantha me ha dado la espantosa noticia del VIH, de eso han pasado casi dos semanas. Me he desconectado de todo, no he ido a trabajar, tampoco sé qué pasó con la sesión fotográfica que dejé a medias, realmente no tengo cabeza para eso en estos momentos. A la única que le he permitido estar junto a mí es a Samantha, me estoy quedando en su departamento. Me ha dicho que no quiere que este solo, se ha preocupado por mí, me ha consolado y me ha dado palabras de aliento. Hasta ha sido ella la que se ha contactado con el doctor que me ha mandado a realizar los exámenes.

Fuimos al día siguiente, Samantha anotó la dirección del médico que atendió a Carolina, me dijo que no había tiempo que perder y yo como me siento desorientado me dejé guiar. Aquel día que fuimos me hicieron un primer examen, el que consistía en pincharme el dedo para sacar la muestra, la que recogieron en un tubito pequeño donde la sangre se absorbió para ser analizada. Estaba tenso e impaciente, teníamos que esperar treinta minutos para saber si yo era reactivo o no.

Samantha me tomó de la mano y juntos fuimos a la cafetería de la clínica, pero no pude pasar bocado. Los minutos se me estaban haciendo eternos, ella intentaba buscarme conversa, pero no le presté atención en ningún momento. Hasta que se puso de pie, me afirmó del brazo y volvimos al pasillo por donde me llamarían. Yo movía mi pie con rapidez, Samantha me susurraba palabras dulces al oído, solo me limité a besarle la cabeza, ella entendió mi angustia y no me dijo nada más, lo que le agradecí con un abrazo.

En cuanto el doctor salió escuché mi nombre e inmediatamente me puse rígido, tanto así, que mis músculos comenzaron a doler con demasía. El olor a antiséptico que salió cuando él abrió la puerta, me tenía con náuseas y en un par de ocasiones me tuve que tragar mi propia bilis, lo que es un asco. El tipo tenía el cabello canoso y usaba unos lentes grandes, se presentó como Roger.

—Sean bienvenidos, delante por favor... —nos hizo entrar a la consulta y cuando sentí la puerta cerrarse detrás de mí, creí que tendría un ataque de pánico allí mismo. Nos invitó a tomar asiento y él hizo lo propio —. Señor Evans, ya tenemos los resultados... —empujó el marco de sus lentes por el puente de su nariz —. En este caso podemos tener dos resultados. O es reactivo, lo que indica que hay algo, o no lo es y está limpio, por así decirlo —miró a Samantha —. Bueno, ¿quiere que la señorita esté presente? Si no, le pido que se retire por favor.

—Ella se queda, no le tengo nada que ocultar —sentí como Samantha apretó mi mano.

—Está bien, entonces prosigo. Bueno parece ser que usted dio reactivo, en estos casos solemos proceder de la siguiente forma. Tenemos que realizarle una segunda prueba, la cual consiste en la extracción de sangre para su posterior análisis. Lo importante es detectarlo cuanto antes, ¿si me entiende? Ya que hay que evitar posibles complicaciones y reducir al mínimo los riesgos.

"Reducir riesgos". "Reducir riesgos". "¡Reducir riesgos!".

Eso significa que...

—¿Me está diciendo que estoy contagiado? —pregunté con un hilo de voz.

—No es cien por ciento seguro, por eso vamos a verificarlo con el otro estudio que es más específico. Hasta no saber lo contrario, no puedo asegurarlo o negarlo.

—Tranquilo mi amor.

—Le daremos turno para mañana, ya que no tenemos el material descartable ahora mismo. Pero mañana, a primera hora, lo esperaremos. No es necesario que venga en ayunas. Los resultados definitivos los tendremos en unas dos semanas más o menos. Le estaremos informando cualquier cosa.


Ya estamos casi en el tiempo límite y aún no he sabido nada. Estoy mirando el techo de lo que se ha convertido en nuestra habitación. Ya es de noche y dejé que el día se fuera así, entre mis manos, como lo he venido haciendo en este último tiempo. Samantha me ha llamado seis veces y en todas ellas le he dicho lo mismo: "Estoy bien, quédate tranquila", pero eso ni yo me lo creo.

Para mi desgracia, puedo decir que he sido yo quien ha rechazado en varias ocasiones a Samantha, porque ella me ha buscado para intimar, pero no puedo hacerlo. No después de saber que estoy en un casi noventa y nueve por ciento contagiado. Ella solo se ha limitado a abrazarme, a dejarme dormir sobre su pecho. Cada noche me desvelo pensando en lo que me está pasando y se me hace abominable que yo, un hombre tan precavido, esté contagiado con esa devastadora enfermedad.

Mi cuerpo hormiguea otra vez, porque como cada jodida hora del día estoy pensando e intentando ver el lado positivo, pero simplemente no lo encuentro. Estoy pesimista, casi no he comido ni un carajo y tengo unas ojeras del terror. Si no fuese por Samantha lo más probable es que hasta estuviera perdiendo peso. Estoy divagando en mis cavilaciones cuando de repente siento la puerta de la entrada abrirse, ni siquiera me he ido a duchar. Parezco un pordiosero, pero la verdad es que no se me antoja nada, me siento como si no fuera yo. Solo sé que estoy ansioso y a la vez angustiado por saber los resultados del examen.

—Hola mi amor —giro un poco la cabeza. Samantha está apoyada en el dintel de la puerta mirándome fijamente, como lo ha venido haciendo desde que... —. ¿Has comido hoy?

—Sí... —carraspeó, porque tengo la garganta tan seca que me impide hablar con normalidad.

Me siento sobre la cama, lo que me provoca un mareo. Le he mentido a Samantha, no comí ni una mierda, no tengo apetito. Veo como ella se acerca a mí, acaricia mi cabello y toma asiento a mi lado. Trago saliva para bajar la roca que tengo. Samantha frunce el ceño porque sabe que la he engañado, siento que me conoce mejor que yo. Veo como se pone de pie y sale de la habitación, yo suelto un suspiro y en menos de cinco minutos está de vuelta con una bandeja en las manos. Toma una almohada para ponerla sobre mis piernas.

—Sabes que no me gusta que me mientas, Dominic —miro hacia otro lado. Joder, parezco un niño pequeño al que su mamá regaña —. Come algo, por favor —su voz suplicante me hace volver mi mirada hasta ella.

Está triste, sus preciosos ojos verdes me lo indican porque están opacos, carente de ese brillo que me enamoró y todo es por mi culpa. Miro la bandeja donde hay un plato con ensalada, jugo, yogurt y pan. Al levantar el tenedor soy capaz de percibir como mi mano tiembla, tan solo quiero lanzar todo e imaginarme que esto es una maldita pesadilla, pero no lo es. Bajo la atenta mirada de Samantha llevo el primer bocado hasta mi boca, mientras mastico, ella toma mi mano y la aprieta. Veo que saca algo del bolsillo de su chaqueta, es un sobre y mi estómago se contrae.

—¿Eso es...? —niega en silencio.

—Hoy me han llamado del laboratorio, me han dicho que debía ir a buscar tu hora para que el médico te revise y nos diga los resultados. Toma —me pasa el sobre y lo abro ansioso.

—Mañana... —digo en un susurro.

—Le he dicho a Cameron que no iré a trabajar. No te dejaré solo —toma mi mejilla —. Estamos juntos en esto, pase lo que pase —me besa, pero en cuanto siento el contacto de sus labios sobre los míos, doy vuelta el rostro.

—Lo siento...

—Está bien, no importa —baja su mirada y me siento un maldito miserable.

Ella solo quiere estar conmigo y yo la rechazo, y eso no me lo perdonaré nunca porque la estoy dañando con cada uno de mis desplantes. Cuando está dispuesta a ponerse de pie, quito la bandeja de mis piernas, tomo su mano jalándola hacia mí y la siento sobre mi regazo. Entierro el rostro en la curvatura de su cuello aspirando todo su aroma, impregnándome de ella y comienzo a rozarlo con mis labios. Voy regando besos hasta que llego a su boca, la que junto con la mía. Hacía tantos días que no tocaba sus labios de esta forma que su beso se me hace revitalizante, como un calmante para el tormento que llevo dentro.

Mete su lengua y la acepto porque es lo que quiero y necesito. Enredo mis dedos en su largo cabello dejando la mano reposar en su nuca, mientras sus dientes muerden mi labio inferior. Samantha envuelve sus brazos alrededor de mis hombros acercándome todavía más. Inevitablemente mi miembro reacciona y sé que se ha dado cuenta porque siento su sonrisa entre nuestros labios. Comienza a bajar la mano hasta que la deja en mi bajo vientre, eso me pone tenso y corto el beso. Mantengo los ojos cerrados, pero cuando los abro, a pesar de que tiene su cabeza hacia abajo, veo que ella tiene los ojos empañados. Me muerdo la lengua.

—Cariño...

—No digas nada, lo entiendo. Debo ir a terminar de mandar unos correos, vengo enseguida.

Se pone de pie e inmediatamente sale de la habitación, en la que me quedo solo con mis frustraciones. Miro hacia abajo, la maldita marca de mi miembro endurecido es jodidamente notoria y dolorosa. Sin embargo, hasta no saber nada, no la tocaré. Me obligo a comer lo que me ha traído, sería un maldito si lo no hiciera porque ella hace todo para que yo esté bien, ¿y cómo le pago? Encerrándome en mi desesperación y no queriendo demostrarle que es lo que en realidad siento.

No es justo ni para ella, ni para mí...

Me pongo de pie, al estar todo el día acostado las piernas me tiemblan al dar el primer paso, pero no me detengo. Cuando estoy caminando hacia el living, oigo las teclas de su portátil sonar con rapidez, allí está ella tan concentrada que ni siquiera me ha sentido llegar, eso me hace sonreír. Da un respingo cuando apoyó la barbilla en su hombro, gira la cabeza y me mira con una preciosa sonrisa. Le doy un beso en la mejilla antes de separarme para rodear el sofá donde está sentada. Me agacho poniendo las palmas sobre sus rodillas.

—Lo siento cariño. Sé que esto me está sobrepasando y a ti también.

—¿Por qué dices eso?

—Me he comportado como un estúpido y no te lo mereces, pero me siento abatido. No estoy siendo capaz de sobrellevar esto que me está consumiendo de a poco. Perdóname.

—No tienes por qué pedirme perdón porque entiendo cómo te sientes, aunque no esté en tu piel. Es difícil, pero te juro que saldremos adelante.

—¿Cómo no quererte? —acaricio su mejilla —. Estás rompiendo todos mis esquemas, eres la mujer de la cual no elegí enamorarme y aquí estás, conmigo, dándome apoyo.

—Es porque simplemente te amo.

Me besa, y esta vez no pongo resistencia a la intensidad de nuestras caricias que van en aumento con cada segundo que pasa. Samantha titubea en sacarme la polera, sé que teme ser nuevamente rechazada por mí, pero tomo la decisión por ella y soy yo quien se la quita. Sus manos pasean por todo mi pecho tocando cada retazo de piel expuesta y no me quejo, porque la deseo. Aunque hace unos minutos haya pensado en no tocarla, jamás dejaré de desearla con esta pasión que llevo dentro, con la misma que me nubla la razón y por la que sigo adelante.

Bajo las manos y comienzo a desabotonar su blusa, ella suspira expectante, excitada. Deslizo la tela por sus hombros y esta cae al sofá. La comienzo a recostar sin dejar de besarla, la acaricio al tiempo que saco el broche delantero de su brasier, sus senos salen a relucir y me quiero morir. Llevo mi boca hasta ese pezón erecto, lo lamo y sabe a gloria, lo succiono y Samantha gime. Mi miembro duele, necesito estar dentro de ella y saciar mi sed de deseo por esta mujer.

Ella lleva la mano hasta mi entrepierna y roza mi miembro por sobre el pantalón, entonces atrapo entre mis dientes el botón que corona su seno. Mis dedos juegan con su falda, la van subiendo poco a poco hasta que siento el encaje de sus bragas. Está jodidamente húmeda lo que me hace apretar con mis labios su pezón, ella echa la cabeza hacia atrás, está tan caliente como yo. Cuelo un dedo por la orilla de la braga y la penetro, Samantha de inmediato comienza a mover sus caderas.

Me detengo abruptamente cuando me doy cuenta de lo que estoy haciendo. Dejo mi boca sobre su seno, mi dedo en su interior, pero no me sigo moviendo. No puedo tener sexo con ella, no puedo llegar más allá de esto, mi maldito cerebro está a punto de hacer corto circuito, por un lado, quiero, por otro... ¡¿En qué diablos estaba pensando cuando comencé a hacer esto?! ¡En nada! Solo me estoy dejando llevar. Samantha se da cuenta de que mis demonios han vuelto porque toca mi cabeza, lleva sus dedos hasta mi barbilla y me hace mirarla.

—No puedo... —me lamento en cuanto nuestros ojos se encuentran.

—Si puedes.

—No debemos... —poco a poco la desesperación me comienza a consumir.

—Si puedes —insiste e intento ponerme de pie, pero no me deja —. Ve a mi cartera —la miro con el ceño fruncido —. Ve a mi cartera —repite con un tono demandante y le hago caso.

Cuando la tengo en mis manos escarbo dentro de ella, al ver la caja que tiene en su interior mi mirada se va directo al rostro de Samantha, quien me observa con una sonrisa burlona y mis ojos no pueden evitar recorrerla por completo. Maldita sea que es una auténtica femme fatale. Allí con sus senos expuestos, con la falda hasta su cintura mostrándome todo y en compañía de sus ojos dilatados, me hacen tener ganas de follarla hasta que me deje seco. Vuelvo mi atención hasta su cartera, saco la caja y la abro.

—¿Creíste que no me volverías a tocar? Estabas muy equivocado —se sonríe.

—¿Cuándo lo...?

—Hoy fui a la farmacia y compré los condones que tienes en tus manos. Muero porque me folles.

—No te im...

—No sigas por favor —me interrumpe un poco más seria. Se pone de pie, camina hasta mí y me quita los condones —. Te amo, ¿puedes entender eso? Yo quiero estar contigo en todos los sentidos —se pone de rodillas arrastrando de paso el pantalón, a lo que mi miembro sale expulsado apuntando directo a su rostro. Me mira extrañada —. ¿Dónde está tu piercing?

—¿No es obvio? Me lo saqué.

—¿Por qué? —cuestiona al tiempo que con sus dientes rasga el envoltorio del preservativo. Me quedo callado —. Te pregunté, ¿por qué? —deja caer su mano en mi nalga y doy un respingo.

—No creí que fuese necesario llevarlo.

—Muy mal... —suelta otro azote en mi culo —. Tendré que castigarte por eso —yo levanto la ceja.

—¿Ah, sí? —cierro los ojos cuando siento su mano envolver mi miembro en compañía del condón.

­—¡Oh, sí! —se pone de pie y el empujón que me da me pilla desprevenido, lo que me hace caer sentado sobre el sofá —. Te has portado muy mal, Dominic —veo como se comienza a sacar la ropa —. Me has negado el privilegio de follarte todo este tiempo —sus caderas se menean de un lado a otro cuando saca su falda —. Me has mentido —la miro extrañado —, me dijiste que comiste y no lo hiciste, eso es mentir. Además, mírame estoy famélica —desliza sus manos a lo largo de su cuerpo mostrándose ante mí. De famélica, nada. De preciosa, todo.

—Yo n...

—Ah, ah... —mueve un dedo haciendo que me calle —. No he terminado contigo —engancha los pulgares en la orilla de sus bragas. Joder, por cada movimiento que hace mi miembro salta —. Te has encerrado en tu dolor sin ver el mío —eso sí que fue un golpe bajo, pero es cierto —. Por ese y mil motivos más, te castigaré —está completamente desnuda frente a mí —. Te dejaré tocarme, haré que estés a punto de correrte, pero no lo harás.

—¿Qué? —pregunto confundido.

—Lo que oíste. Hoy es mi noche, la que me dedicarás por cada día en el que no me has puesto un puto dedo encima, pero tú... —se acerca hasta mí, besa mis labios y cuando estoy a punto de meter la lengua en su boca, se aleja —, no te correrás, no te daré ese privilegio —se monta sobre mí. Mi falo cobra vida propia e intenta entrar en ella —. Este será tu castigo por dejarme tanto tiempo con las ganas.

Joder, me... jodió. Sus caderas se mueven de adelante hacia atrás sobre mí, su feminidad hace una fricción enloquecedora contra mi miembro, lo que me obliga a suspirar bajito. Mis manos se van hasta sus nalgas e intento penetrarla, Samantha se resiste y me jala el cabello hacia atrás. Sus verdes ojos son una línea de advertencia, pero no me importa y vuelvo a hacer el mismo movimiento. Esta vez mi cabello es jalado con un poco más de fuerza. Se acerca a mi oído y su respiración me da escalofríos.

—Te dije que no —su lengua viaja desde el lóbulo de mi oreja hasta mi cuello, el que succiona hasta que siento un dolor que me deja enfermo —. Tócame... —lo hago —. Bésame... —obedezco llevando mi boca hasta la suya —. Harás que llegue al orgasmo, ¿me oíste? —me muerde el labio.

—Umju... —es todo lo que soy capaz de decir.

Esta mujer me volverá loco, sabe que soy caliente, que me muero por follarla y lo está usando en mi contra, como una forma de flagelarme por encasillarme en mi propio averno todo este tiempo. En no ver el rumbo que ha estado tomando nuestra relación, en no darle la atención que sé, que se merece.

Su cuerpo ondula sobre el mío, sus manos que están sobre mi cabello empujan mi cabeza hacia abajo, solo dejo que ella me guíe. Entierro el rostro entre sus senos tibios, mi nariz se desliza por todo el contorno de uno hasta que llego a su pezón, rozo la punta y esta se vuelve aún más dura. Lo atrapo en mi boca, lo succiono, paso mi lengua y sostengo la espalda de Samantha, quien se ha echado hacia atrás para sentir más placer.

Mientras ella sigue con esos movimientos sobre mi dureza la pego más a mí al tiempo que meto la mano entre nuestros cuerpos, toco su centro, lo siento caliente e hinchado lo que me hace querer apretarlo entre mis dedos, lo hago y ella jadea. Lo tiro con suavidad, ella suelta un suspiro. Mis ojos ven cada uno de sus gestos, me quiero enterrar en su interior, tomo mi miembro y lo llevo hasta su feminidad. Sin embargo, cuando estoy a punto de penetrarla, su mano se posa sobre la mía.

—Te dije que no...

—Por favor... —suplico.

—No y sigue, porque estoy a punto de correrme... Ah...

—Bruja... —gruño y ataco con todo.

Trazo círculos sobre sus pliegues empapados y muerdo con un poco más de fuerza, se lo merece por dejarme así. Samantha solo se limita a disfrutar con demasía mientras que yo estoy en plena tortura. Le doy un azote al tiempo que le agarro el cabello, ella acaricia su clítoris con mi miembro y es cuando siento como llega a su clímax. Tiembla sobre mí, da un gemido que me traspasa los tímpanos y es en este preciso momento que la envidio por sentir aquel placer tan sublime del que me ha restringido.

¡No es justo! Yo también me quiero correr, por eso una sonrisa perversa se dibuja en mis labios y aprovechando que está perdida en su torbellino, meneo mis caderas frotando con más intensidad su sexo, hasta que el calor que siento entre mis piernas me indica que estoy a punto de correrme yo también. Samantha se aferra a mis hombros, ha vuelto a llegar al orgasmo y antes de que recupere la cordura la penetro de una sola estocada y es justo el momento en el que me voy con un gruñido.

Apoyo la cabeza en el sofá, mi respiración está agitada, pero la sonrisa nadie me la borra. Joder, que cosa más rica, como extrañaba tener sexo con Samantha. Por estúpido me he limitado todo este tiempo teniendo a una mujer que lo da todo por mí. Pero esto no volverá a suceder. Puedo estar jodidamente contagiado, pero no volveré a encerrarme en un caparazón para alejarla de mí. No se lo merece, ni yo tampoco. Estoy intentando recomponer el aliento, cuando siento un fuerte dolor en mi cuello.

—Maldito tramposo —me rio.

—Nena, yo también necesitaba liberarme. Joder, mis bolas estaban a punto de ponerse moradas.

—Y yo claramente te había dicho que no —me mira —. Además, si tus bolas estuvieron a punto de explotar, es mera culpa tuya.

—No te enfades... —acaricio su rostro.

—Sabes muy bien que no estoy enfadada —se recuesta en mi pecho —. Te quiero y quiero que estés bien.

—Lo estaré —jodido mentiroso que me he vuelto —. ¿Vamos a la cama? —levanta su rostro y me mira. Tiene sus mejillas sonrosadas —. Mañana debemos levantarnos temprano —asiente.

Se pone de pie, estira su mano hacia mí y la tomo sin dudar. Nos vamos hasta nuestra habitación, que bien se oye eso, pero en otras circunstancias hubiese sonado muchísimo mejor. Yo que tenía pensado decirle a Samantha que viviéramos juntos, pero bajo esta situación todos mis planes se fueron al caño. Suelta mi mano y se va directo al baño, no dudo en seguirla. Está de espaldas a mí dando el agua de la ducha, yo me quedo apoyado en la entrada mirando cada uno de sus movimientos.

—¿Vienes? —me pregunta coqueta al tiempo que gira su cabeza.

—No, dúchate tranquila. Después lo haré yo —las palabras salen de mi boca antes de que las pueda pillar. No sé porque he dicho eso, además de que mi voz sonó demasiado cortante. Veo como su semblante cambia.

—Como quieras —se vuelve a concentrar en la tina —. Cierra la puerta cuando salgas.

¿En qué puto momento se me ocurrió volver a ser el estúpido que he sido? Hace menos de diez minutos estaba pensando todo lo contrario, ¿y ahora? Una vez más, la jodí. No me queda más remedio que morderme la lengua y hacer lo que ella me ha pedido. Me doy media vuelta y es cuando escucho la mampara de la ducha cerrarse con fuerza. Se ha molestado. ¡Jodido imbécil! Se ha sentido rechazada, otra vez. Apoyó la cabeza en la puerta y me doy un cabezazo intentando despabilar. Mantengo los ojos cerrados hasta que siento que ya no corre agua, entonces me apresuro en salir de la habitación.

Veo nuestra ropa regada por el piso, veo los condones en el sofá, rememoro todo lo que hemos vivido juntos y no puedo evitar condenarme por ser tan hijo de puta con Samantha. Suelto un suspiro al tiempo que recojo mi pantalón y me lo pongo. Me tenso cuando siento sus pasos, sin embargo, ella me pasa de largo yéndose directo a la cocina. Antes de poder detenerme, ya la estoy siguiendo.

—¿Quieres jugo? —me pregunta. Yo tan solo bajo la cabeza al tiempo que aprieto mis labios —. ¿Vas a querer, o no?

—Sí, gracias —camino hasta ella justo en el momento que gira sobre sus talones con el vaso en su mano —. Cariño...

—Toma —intenta pasar por mi lado, pero le bloqueo la salida.

—No sé qué diablos pasa conmigo. No quise decir eso, disculpa.

—Está bien —me mira —. Todo está bien, Dominic.

—No es cierto. Estás enfadada conmigo y lo entiendo, porque yo también lo estoy —respiro profundo —. Mañana es un día terrible para mí, estoy muy estresado.

—Pero hace unos momentos no pensabas lo mismo —se para derecha —. Hace unos momentos estabas tan caliente que intentabas penetrarme. Todo esto que me dices, no existía —está siendo muy tajante, tanto que me siento avergonzado porque es cierto y me lo merezco —, pero ya te lo dije, está bien —escucho su suspiro —. Será mejor que vayamos a la cama.

Se acerca hasta mí, me quita el vaso de la mano y apoya su barbilla en medio de mi pecho. Sus ojos me observan, sus brazos me rodean y correspondo. En este momento es cuando siento una paz interior que me inunda por completo. No tengo idea de cómo ella me soporta de esta manera, pero tiene una entereza que admiro. Nos quedamos en silencio hasta que siento sus labios en mi piel, me provoca cosquillas y me encanta la idea. Me separo de ella, entrelazo nuestros dedos y nos dirigimos hasta la habitación.

Pero al pasar por el living, agarro la caja de condones.


****


Según yo, estaba en mi mejor sueño cuando siento que el sol da de lleno sobre mi rostro. Mi primera reacción es apretar los ojos, porque la intensa luz que traspasa mis párpados casi me deja ciego. Saco la almohada debajo de mi cabeza y me cubro la cara con ella, pero esta es sacada con brusquedad. Me niego a abrir los ojos, por eso pongo mi antebrazo tapándolos.

—Ya levántate —agarra las sábanas y las jala hasta mis pies —, o vamos a llegar tarde.

—Joder...

A regañadientes me pongo de pie, Samantha está mirándose en el espejo mientras termina de arreglar su cabello. Lleva un vestido que le queda como un guante. La abrazo, le doy un beso en la nuca y me encierro en el baño. Cuando el agua cae sobre mi espalda me doy cuenta de que hoy es el día en que todo cambiará para mí, sea o no, que esté contagiado. Estoy comenzando a inquietarme, quiero salir pronto de esta mierda, por ese motivo me apresuro en terminar lo más rápido la ducha.

Al salir Samantha no está, muerdo mi labio al tiempo que suelto la respiración por la nariz. Me visto con un pantalón negro de tela y una camisa gris, paso los dedos por mi húmedo cabello y voy al encuentro con ella. Trago saliva cuando me doy cuenta de que tiene la puerta abierta. Está bien, no hay que dilatar más el jodido asunto. Respiro hondo un par de veces y salimos del departamento, con destino a...

—Dame tus llaves.

—Yo puedo manejar —ella me mira —. Estoy tranquilo.

—Si tan solo vieras tu cara, no dirías lo mismo —me tiende la mano —. No quiero que manejes así, pásame las llaves.

—Toma —¿desde cuándo hago lo que me dicen? —. No te acostumbres a que siempre te obedezca —gruño.

—Eso lo veremos —me guiña un ojo y se sube por el lado del conductor.

El camino hacia la consulta médica es en completo silencio, mis dedos no dejan de tamborilear sobre mis rodillas y las puntas de mis pies llevan el mismo ritmo. Intento respirar en innumerables ocasiones, trato de mantenerme sereno, pensar en otra cosa, pero no puedo. Samantha desliza su mano hasta tomar la mía, la llevo hasta mis labios y dejo un beso en su dorso. En cuando aparece el edificio en mi campo visual por impulso me pongo rígido. Samantha se da cuenta porque aprieto sus dedos hasta que la siento quejarse.

—Disculpa —ella no dice nada, sabe que estoy a punto de un paro cardiaco.

Al bajar del auto es cuando experimento una sensación de querer salir corriendo, es tan espantoso sentirse de esta manera que me quedo clavado en el piso. Samantha se detiene, me mira por sobre el hombro y vuelve por mí. Entramos al lobby, nos dirigimos de inmediato al elevador y en cuanto estamos solos comienzo a percibir que el aire me falta, me siento ahogado, con claustrofobia. Pego mi espalda en la pared, elevo el rostro y cierro los ojos. Estoy en un estado emocional de gran ansiedad e incertidumbre por esta situación.

—Por favor, Dominic —no la miro —. Debes estar tranquilo —su mano se sitúa sobre mi mejilla. No le digo nada —. Sab...

Es interrumpida por el pitido que nos indica que hemos llegado, peor me empiezo a sentir. ¡Maldita sea! Me da un leve dolor en la sien, pero lo ignoro e intento caminar digno, lo que me sale como la mierda porque por cada paso que doy es como si estuviese caminando hacia mi condena. Me presento con la mujer que está en la recepción, ella me busca en la lista de pacientes y me dice que tengo que esperar unos minutos porque el doctor está con otro chico. Con Samantha tomamos asiento, tal cual la vez anterior. En cuanto siento la manilla de la puerta abrirse me paro de golpe. Veo como el tipo que sale del interior lleva sus ojos rojos y me obligo a tragar saliva. El doctor me mira.

—Señor Evans —dirige sus ojos hasta Samantha —. ¿Va a entrar con él?

—Sí —le respondo.

—Entonces adelante.

El mismo lugar, el mismo olor, el mismo doctor. Sin embargo, es absolutamente distinto, es muchísimo peor. La angustia crece en mi interior, la camisa se pega en mi espalda debido al sudor que corre por ella. Mis ojos se van hasta la carpeta que está sobre el escritorio, allí puedo leer perfectamente bien mi nombre. Presiono el puente de mi nariz sin quitarle la mirada de encima a aquellos papeles.

—Tomen asiento —dice al tiempo que comienza a revisar la dichosa carpeta —. Bueno señor Evans, aquí tenemos los resultados... —mi corazón se acelera a un punto insospechado y mi labio inferior comienza a temblar —. Parece ser que... Bueno de hecho es positivo —de inmediato mis oídos comienzan a zumbar. Veo que mueve su boca, pero no logro comprender del todo lo que me está diciendo porque mis temores ahora son una jodida realidad —. Le puedo confirmar que tiene VIH, ¿sabe lo que significa verdad? —mi boca se abre y logro oír un jadeo de Samantha, quien toma mi mano con fuerza —. Si bien había una probabilidad de que no lo tuviese, con la prueba que le realizamos lo estamos reafirmando —mis párpados automáticamente se cierran.

Me quedo mudo, mi cabeza es una mezcolanza de cosas que no logro comprender del todo, la sangre comienza a correr vertiginosamente por mis venas. He caído en un pozo sin fondo, estoy abatido, tengo VIH, estoy malditamente contagiado y no me lo puedo creer. ¿Qué es lo que voy a hacer ahora? Te... tengo sida. Muevo mi cabeza de un lado a otro, no es cierto, cuando abra mis ojos estaremos con Samantha en otro lado, no aquí, no con este tipo en frente de mi dándome la noticia más devastadora que he recibido en toda mi vida.

—¿Tiene alguna pregunta para hacer al respecto?, ¿alguna duda o algo que lo inquiete? Me gustaría que haga todas las preguntas que considere necesarias.

Al escucharlo abro mis ojos y no, no es una maldita pesadilla. Estamos aquí, dentro del lugar donde me han condenado de muerte. No sé qué demonios preguntar, no encuentro mi voz. Lo miro a él, miro a Samantha y ella está con su cabeza hacia abajo sollozando. Me pongo de pie y comienzo a caminar de un lado a otro al tiempo que paso las manos por mi cara. Mis aletas nasales están dilatadas por la intensidad con la que estoy respirando. Todavía no soy capaz de asimilar nada, tampoco sé si podré afrontarlo.

—¿Hay algún grado de error en esta prueba? —pregunto al cabo de una eternidad.

—No señor Evans, no hay ningún error. Usted está contagiado de VIH. La negación en estos casos no es buena —agarra otros papeles —. Bueno como sabe, este estudio sólo nos confirma lo que padece. Ahora debemos enfocarnos en averiguar si está muy avanzado o no. Para ello se le realizarán más estudios, los que nos ayudarán a medir los niveles de linfocitos CD4 que posee. Ellos son los que se encargan de la inmunidad del organismo —mis ojos están incrédulamente entrecerrados, pero él no se detiene —, los cuales, al padecer de VIH, se ven afectados ya que este virus tiene especial predilección por ellos atacándolos y destruyéndolos poco a poco. Es muy importante saber el nivel de los mismos para adecuar la medicación e iniciar un tratamiento lo antes posible, evitando así futuros daños.

—¡Y una mierda! —golpeo con las palmas el escritorio —. Ya me dijo que tengo sida. Ya me cago la vida —entorno los ojos al ver una sonrisa. ¿Qué clase de médico es este tipo?

—Señor Evans, yo no le he cagado la vida —me mira —, lo hizo usted solo al no protegerse. Para eso existen los preservativos, ¿lo sabía? —lo agarro de la camisa, obligándolo a levantarse.

—¡¿Se está burlando de mí?! —le grito en la cara.

—¡Dominic, para! ¡Detente, por favor! —antes de soltarlo le doy un empujón, lo que lo hace caer sentado sobre su silla —. Amor, tranquilo. Sigamos escuchando lo que nos tiene que decir.

—No voy a seguir oyendo ni una mierda más. Me largo.

Salgo de este maldito lugar y justo en este momento veo todo malditamente negro, lo que me impide seguir. Me veo forzado a estabilizarme quedándome parado afuera, afirmado en la pared intentando procesar todo lo que me ha dicho ese tipo, es allí cuando escucho la trémula voz de Samantha.

—Disculpe doctor, comprenda que esto ha sido demasiado para él.

—Siempre es igual, se enojan y me gritan. Sin embargo, yo solo les doy los resultados que los exámenes arrojan y también les doy el tratamiento a seguir. Ahora, sino se cuidaron cuando debían, que después no se estén lamentando.

Tengo ganas de entrar y partirle la cara a ese infeliz. ¡¿Qué diablos sabe él de mí?! No tiene ni jodida idea de que yo si me he protegido. Sí maldita sea, cometí un error, no debí seguir follando con Carolina después de que el maldito condón se rompiera, pero nunca pensé que algo así sucedería. No creí que yo pudiese tener VIH.

Esto es lo que tendré que pasar de ahora en adelante al saber que tengo esto. La estigmatización de la gente, el inminente rechazo por parte de quienes me conocen porque esta enfermedad es discriminatoria y peor aún, por el estilo de vida que llevaba. Soy un imbécil, como no pude prever que ese condón se rom... Como pude tener sexo con Samantha sin seguirme cuidando, si yo estoy con VIH lo más probable que ella... Me siento mareado, no puedo con todo esto. Despego la espalda de la pared, estoy a punto de irme cuando la voz de ese tipo me detiene.

—Lo que sí quiero decir, y perdone la pregunta, es si usted ya se hizo las pruebas. Ya que, de no ser así, tendría que realizarlas a la brevedad, al ser su... Disculpe, ¿qué es usted del señor?

—Soy su novia —susurra.

—Entonces al tener contacto directo con el paciente, en el ámbito sexual, es muy importante que se realice el examen —escucho como se remueven unos papeles —. Aquí está la orden para que lo haga cuanto antes. Como le dije la vez pasada al señor Evans, no es necesario venir en ayunas.

Oigo el arrastre de la silla sobre el piso y me apresuro en ir hasta el elevador. Cuando estoy dentro mi espalda resbala hasta que quedo sentado en el piso. Escondo la cabeza entre las rodillas, ¿qué haré ahora? Toda mi vida se acaba de ir al infierno. Maldita sea la hora en la que se ocurrió meterme en el mundo del swinger, maldita sea la hora en que le pedí a Samantha hacerlo sin condón, maldita sea la hora en que Carolina la fue a ver. Paso los dedos por mis húmedos ojos. No estoy siendo capaz de mirar con claridad esta situación, me siento alterado emocionalmente. ¡¿Pero cómo demonios puedo estar si me acaban de decir que...?!

Levanto la cabeza para ver en qué piso voy, me doy cuenta que estoy a punto de llegar al uno, por lo que me pongo de pie a pesar del temblor que manifiestan mis piernas. Me afirmo del pasamanos y cuando suena el pitido, es como si fueran clavos enterrándose en mis tímpanos. La cabeza se me va a partir por el dolor que siento. Respiro hondo justo en el momento que las puertas se abren. Hay bastante gente esperando para subir, pero no miro a nadie, solo focalizo mi auto porque me quiero largar de este lugar.

Meto las manos en mis bolsillos en busca de mis llaves y es cuando recuerdo que es Samantha quien las tiene. ¡Maldita sea! Ni siquiera he pensado en ella.

La he dejado sola por estar preocupándome solamente de mí, de querer salir pronto de aquí. Busco en mi chaqueta la cajetilla de cigarrillos, en cuanto los encuentro saco uno y me lo pongo en la boca. Lo intento prender una, dos, tres veces, pero mis dedos tiemblan de tal manera que no puedo hacerlo. Hasta que veo unas delicadas manos sostener un encendedor prendido, levanto mi vista y es Samantha. En silencio pongo el cigarrillo bajo la tenue llama, aspiro una calada honda y logro percibir como el humo baja por mi garganta. Ambos nos apoyamos en el auto.

—Quiero que me pases las llaves.

—Lo siento Dominic, pero no te las daré.

—Entonces, necesito que me lleves a mi departamento —le digo segundos después.

—¿Estás seguro?

—Sí.

Desactiva la alarma y ambos nos subimos dentro del auto al mismo tiempo. Todo el camino vamos en silencio, uno tan grande que logro oír los latidos de mi propio corazón. Es tal la desesperación que no puedo ni siquiera pensar en otra cosa más que en lo que me ha dicho ese médico. No oí sus indicaciones y para ser honesto, no me interesa. De soslayo veo como Samantha va concentrada manejando, lleva su ceño levemente fruncido, también el maquillaje está marcado en sus mejillas. Ni siquiera le he preguntado cómo ha tomado la noticia, porque no puedo gesticular ni una sola palabra.

—Hemos llegado —miro hacia afuera, ni siquiera me di cuenta cuando lo hicimos.

Solo sé que bajo del auto y en cuanto mis pies tocan el asfalto, comienzo a caminar sin mirar atrás. Debo hacer algo, no me puedo quedar aquí, tampoco soy capaz de controlar el maldito temblor que manifiesta mi cuerpo entero. Es como si no pudiera dominar mis propios movimientos, esto me ha dejado con un sentimiento devastador y de mucha culpa. Carolina contagiada por mí, probablemente y lo más seguro es que Samantha también lo esté. ¿Qué he hecho? Esto se ha transformado en una maldita cadena. Estoy a punto de cerrar la puerta cuando siento una leve presión en ella. Es Samantha quien la empuja.

—¿Mi amor, estás bien? —pregunta detrás de mí.

—Necesito estar solo.

—Lo siento, pero no te dejaré —pongo las manos en mis caderas al tiempo que alzo la cabeza para soltar un suspiro —. Te dije que estaríamos juntos en esto.

—Samantha... —la miro ­—. Necesito estar solo —repito.

—Y yo te digo que no, Dominic —se acerca a mí —. No hagas esto, por favor. No podemos estar separados en este momento, tú me necesitas y quiero estar junto a ti.

—¡¿No entiendes que quiero estar solo?! —terminé de explotar con la persona menos indicada.

Da un respingo ante el grito que le he dado, yo tan solo quiero encerrarme en mi habitación, en mi dolor y no hacerla partícipe de la mierda en la que me acabo de hundir. No es siquiera consciente de lo que siento, ni yo soy siquiera consciente de lo que yo siento en estos momentos en donde lo veo todo sombrío.

—Pero yo quiero estar ju...

—Vete...

No la dejo terminar porque la he tomado súbitamente del brazo, obligándola a caminar hasta la puerta, Samantha se resiste intentando liberarse de mi agarre, pero no me detengo. Estoy cegado de desesperación, tanto así, que no escucho las súplicas quejumbrosas de la mujer que amo.

Lo siento cariño, pero no puedo permitir que desperdicies tu vida con un hombre que pronto morirá...

—¡No! Por favor, no hagas esto.

En medio del arrastre se gira quedando frente a mí, está llorando con una tristeza que me carcome el alma, pero no puedo permitir que condene su vida a mi lado. Me toma el rostro a pesar de que yo no he detenido mi camino, se para sobre la punta de sus pies e intenta besarme los labios, no la dejo. Me abraza con fuerza intentando evitar que la saque de aquí, siento como mi camisa empieza a mojarse producto de sus lágrimas, aun así, no me detengo.

—Por... Por favor, lo hagas. Déjame quedarme a tu lado, te lo suplico.

—Quiero estar solo... —es lo único que repito, lo único que soy capaz de decir y pensar.

Abro la puerta y Samantha se aferra todavía más a mi cuerpo, cierro los ojos a la vez que aprieto mis labios porque estoy hecho mierda por dentro. Sé que soy un bastardo por hacer esto, ella no merece que después de todo lo que hemos pasado juntos yo la deje, pero no quiero que esté junto a mí cuando el deterioro de mi cuerpo se haga presente, prefiero vivirlo solo. La afirmo de los hombros, ella se resiste con ímpetu, pero no la dejo.

Llevo las manos detrás de mi espalda haciendo que inevitablemente nuestros cuerpos se peguen todavía más, puedo palpar el galope desbocado de su corazón, puedo sentir sobre mi piel su caliente e intensa respiración. Le doy un beso en la frente mientras suelto sus dedos entrelazados, Samantha en esta ocasión no opone resistencia, pero tiene su cabeza hacia abajo.

—Nunca pensé que fueras así de cruel... —comienza con la voz ahogada y siento como mi alma se parte en pedazos. Levanta su rostro y la mirada que me dedica está cargada de consternación —. ¿No ves que quiero estar contigo? Te dije que no te dejaría solo, pero te empeñas en sacarme de aquí...

—Vete —susurro.

—Eres un cobarde —gime —, un cobarde que no sabe dar la cara ante esta adversidad.

Es cierto, soy un cobarde que prefiere estar solo, lamentándose, lamiendo mis heridas en el encierro, aislado de todo y de todos, y muy a mi pesar, eso te incluye mi amor.

—Lárgate.

—No, por favor... —tiene sus ojos enrojecidos, sus mejillas empapadas. Ya no puedo seguir mirándola más.

Le doy un suave empujón y termino cerrando la puerta en su cara, ya no soporto todo esto. Puedo oír cómo golpea con fuerza la madera, al estar apoyado en ella, mi espalda recibe todo el impacto de su desesperación por entrar. Arrastro los pies hasta la cocina, sigo oyendo como grita con aflicción y me siento un desgraciado por provocarle tanto dolor, pero pasará, sé qué pasará.

—¡Abre la puerta, Dominic! ¡Por favor, abre! —el choque de sus puños sobre la puerta hace que mi cabeza retumbe —. ¡Te amo y quiero estar contigo!

Aviento el vaso en el que me he servido agua, este se hace trizas en la misma puerta que Samantha golpea. Todo se vuelve silencio. Camino hasta allí y termino apoyando mi frente, sé que está del otro lado porque, aunque está sollozando despacio, puedo escucharla. Es en este preciso instante cuando el peso de toda la culpa cae sobre mis hombros, ahogándome, estrujando mi cuerpo entero, para dejarme hecho un despojo. La ira que siento contra mí mismo, me hace gritar, volverme y romper todo lo que veo, a lo lejos percibo que otra vez Samantha empieza a suplicar, esta vez, con más desesperación, pero el delirio del que estoy siendo víctima me impide razonar.

Las malditas lágrimas acompañan la demencia con la que destrozo mi departamento entero, mi respiración está eufórica, mi corazón exaltado, mi sangre fluye con adrenalina. Hasta que mis piernas no sostienen el peso de mi propio cuerpo y caigo de rodillas al suelo, con los dorsos de mis manos sobre las rodillas, preso de una agonía que me hacen llorar, llorar y llorar.

Nunca debí acercarme a Samantha aquella noche en el club. Nunca debí decirle que estaba enamorado de ella. Nunca debí... Hacer tantas cosas de las que ahora estoy más arrepentido que nunca.

—Abre... —susurra hipando.

Solo me abrazo mientras hago hacia adelante mi cuerpo, hasta que mi frente toca la fría cerámica. 

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