Capítulo 30
Dominic.
No he dormido nada por culpa del trabajo, me he levantado al amanecer y me he acostado casi al amanecer. Mi cuerpo no da más, tener que andar de un lado para otro, me tiene agotado y para más mala suerte, Dimitri, mi ayudante, no pudo venir porque su mujer comenzó con la labor de parto, así que he tenido que apañármelas con todo yo solo. Para joderla más, Charles me ha dicho que la Madre superiora del convento, donde he ido a tomar las fotos, ha quedado fascinada y quiere algunas más porque están en pleno proceso de postulación para el noviciado.
De tanto ir a ese lugar se me terminará pegando el espíritu santo y me convertiré en cura, me quiero reír ante mi absurdo pensamiento. ¿Yo, con una sotana? No joder, con lo caliente que soy no podría estar en celibato, a menos que hubiese una monja como Samantha. No hombre, de solo imaginarla con un hábito, me dan escalofríos. Pero, ahora que lo pienso bien, si tan solo estuviese con una cofia y portaligas, cambiaría totalmente el panorama. Hasta puedo sentir como se me hace agua la boca. Sacudo la cabeza porque mi miembro ya se endureció.
Pongo la cafetera, muero por algo caliente, estoy trasnochado y hasta con un poco de ojeras. Hoy debo estar en treinta minutos más en el palacio del presidente, desea que sus obras sean reconocidas, lo que me parece totalmente absurdo, porque cuando uno quiere hacer una acción caritativa, de verdad, debe hacerlo en el absoluto anonimato, pero como se acercan las elecciones para la presidencia y él quiere quedarse nuevamente con el mando, el tipo se quiere mostrar "gentil". Bueno a mí que más me da, cada loco con su tema y mientras a mí me paguen, yo feliz.
Tan solo deseo estar de vuelta pronto para poder ver a mi morena, la he extrañado cada hora del maldito día, solo me he tenido que conformar con oír su voz. En realidad, Charles se aprovechó de la situación al privarme una semana sin ver a Samantha. Estos días que he estado aquí, se me han hecho una jodida eternidad. Echo de menos sus dedos jugando con mi cabello, esas miradas furtivas cargadas de amor y deseo. Y pensar que cuando la conocí, no creí que esto fuese a ser posible, porque ella estaba con el pelirrojo ese. Seguramente, de no haber ido al club aquella noche, ni siquiera me hubiera enterado de que Samantha fue a intercambiar pareja.
Mientras me sirvo el café, me sonrío. Aquella vez, cuando casi la atropellé, Samantha iba distraída y refunfuñando quién sabe qué cosa, estaba hecha un completo desastre, pero cuando miró hacia el interior de mi auto, intentando ver quién era el que casi la choca, pude ver en ella algo tan llamativo que me dejó pensándola toda la mañana, hasta que, por azares del destino, llegó al mismo restaurante donde casualmente estábamos Dimitri y yo, haciendo los preparativos para el próximo viaje.
Toda ella era refrescante para mis pupilas y cuando se ponía tensa, presintiendo mi mirada porque yo no le podía quitar los ojos de encima, me deleitaba. Sus movimientos eran delicados al momento de llevarse el trago a los labios, y grande fue mi sorpresa cuando justamente fue Joanne la que llegó a su lado. No obstante, esa noche que fui al club, no me atreví a preguntarle por ella, sentí que no era el momento. Sin embargo, los días transcurrieron y justo cuando iba a saciar mi curiosidad por aquel ejemplar de hembra, Samantha apareció en el club y me quise morir porque estaba mucho más bella de lo que recordaba y con esa sonrisa arrebató algo de mí, algo que solo a ella le pertenece.
Doy un respingo porque al estar rememorando nuestro primer encuentro, me quemo la maldita lengua. Suelto la taza y voy por un vaso de agua, el cual, bebo al seco. Paso la mano por mi pelo al tiempo que suelto la respiración, miro la hora y ya son las seis treinta de la mañana, es tiempo de que vaya andando, no quiero llegar tarde, detesto la impuntualidad. Tomo las llaves del auto y salgo del hotel donde me estoy hospedando.
Cuando llego, veo un tumulto de gente rodeando al presidente. Me abro paso entre periodistas preguntones, entre gente que está de su lado, hasta que por fin llego donde está él. Me mira e inclina su cabeza a modo de saludo, hago lo mismo. Le pide a uno de sus guardias que me dirija hasta el salón donde debo tomar las fotografías. Entre mi desvelo y el ruido de las personas, el dolor de cabeza que tengo comienza a hacer que poco a poco mis sienes empiecen a palpitar. Solo quiero salir pronto de aquí. En este momento veo que Charles está cómodamente sentado en uno de los sofás, me dan ganas de darle una patada en las bolas al maldito explotador. Lo miro con mala cara, él se ríe.
—Buenos días, Dominic —me saluda muy animado. Si no fuese mi amigo, lo mandaría al infierno.
—Nh —es lo único que digo, porque quiero que note mi molestia.
—Hombre, que genio —suelta una carcajada que no me hace ni pizca de gracia.
—Terminemos con esta mierda luego, ¿quieres?
Sí, adoro la fotografía porque es mi pasión, pero cuando me veo bajo este tipo de circunstancias, me dan ganas de mandar todo al carajo, más todavía si no he visto a Samantha en tantos días. Me pongo manos a la obra y comienzo a arreglar mi equipo, a ordenar un poco el salón, en lo cual Charles no mueve ni un puto dedo. Es más, el muy maldito, tiene el codo puesto sobre el reposabrazos y su barbilla descansa en su palma, mientras sus piernas están cómodamente estiradas y cruzadas en los talones. Cuando veo a cuatro guardias entrar, me pongo en posición para empezar con la sesión.
Que comience el show...
Después de media hora sin parar, me tomo un descanso. Necesito salir de aquí por unos momentos. Sin siquiera avisarle a los presentes, salgo del salón hacia el jardín que está detrás del palacio. Escarbo en el bolsillo de mi chaqueta hasta que encuentro mi cajetilla de cigarros, saco uno y me lo llevo a los labios. La primera calada la respiro profundo, la disfruto, aunque sean cinco minutos, es mi momento de relajo.
Busco mi celular. Ya son las diez de la mañana, llamaré a Samantha, necesito oír su voz, solo ella me da la calma que necesito. Que irónico, antes no creía que se pudiese sentir algo tan inmenso como esto, pero tan solo me bastó con conocerla para que mi mundo cambiara radicalmente. Me siento feliz, completo, podría decir que hasta realizado como hombre. Mi chica es preciosa, resuelta, y a pesar de que trabaja para una de las agencias más grandes del país y que su cargo es de alto rango, es la mujer más sencilla que he conocido jamás.
Desbloqueo mi celular, busco su número mientras que doy otra calada y marco. Espero impaciente a que conteste. Hombre, de solo pensar en que escucharé su voz, me muerdo el interior de la mejilla mientras el humo sale por mi nariz. Normalmente lo hace al segundo sonido, pero en esta ocasión se tarda más de lo normal, hasta que me sale el buzón de voz, lo que se me hace muy extraño porque Samantha vive con el celular al lado por cuestiones de trabajo.
Frunzo el ceño e intento nuevamente, una vez más, suena y Samantha se demora. ¿Qué pasa?, ¿por qué se tarda tanto en contestar? Ya me estoy comenzando a exasperar, pero recuerdo que hoy tenía que asistir a una campaña publicitaria, ¿será que está muy ocupada? Miro hacia un costado, que bah, no voy a volver adentro hasta oír la voz de Samantha, hasta saber que todo está en orden. Estoy a punto de cortar y de repente siento su respiración a través de la línea, lo que me hace sentir aliviado.
—Amor —el solo hecho de que por fin estamos hablando, me hace sonar más entusiasmado de lo que suelo estar, pero no me responde —. ¿Estás ahí? —algo sucede, lo puedo sentir en cada fibra de mi ser, Samantha nunca se queda en un silencio tan prolongado.
—Sí... Aquí estoy... —su voz se oye rasposa, cuando de repente, oigo un sollozo. ¿Qué diablos está pasando?
—¿Samantha? —otra vez silencio. No, esto ya es una certeza de que algo anda mal —, ¿qué sucede? —su mutismo ya me comienza a preocupar de una manera terrible.
—Do... —parpadeo un par de veces porque esto ya se está tornando demasiado alarmante, ¿le habrá ido mal en la campaña publicitaria?
—¿Amor, dime que pasa? Me estás asustando —intento calmarme, intento sonar casual, pero no me resulta, no cuando estamos tan lejos, no cuando ya tengo la convicción absoluta de que algo muy malo sucedió.
—Dominic, te... tenemos que hablar —me quedo quieto en cuanto me dice eso. Ese: "Tenemos que hablar", me suena a problema, a graves problemas. Respiro profundo e intento mantener la calma, otra vez.
—¿De qué quieres hablar, cariño? ¿Samantha, qué pasa?
Algo se remueve en mi interior, entonces despego la espalda de la pared y comienzo a caminar como león enjaulado. ¡No me dice nada! Sé que está al otro lado, puedo oír su llanto, su respiración agitada, pero, ¡no me dice absolutamente nada! Y me comienzo a desesperar, estoy esperando a que me hable, a que me diga qué diablos le ha pasado, porque llora así, con esa tristeza que me cala los huesos, que me llega al alma y la estruja oprimiendo mi pecho.
—Amor, por favor, dime algo —le ruego.
—Tenemos que hablar... —vuelve a decir.
¿Qué demonios significa eso?, ¿por qué no puede ser más clara?, ¿por qué mierda llora?, ¿será qué...? No, no puede ser... ¿Querrá terminar conmigo? Mi garganta se seca de solo pensar en esa posibilidad, hasta me siento un poco mareado. Respiro varias veces hasta que por fin me siento en condiciones de hablar.
—Samantha, lo que tengas que hablar conmigo, dímelo cariño —hasta yo soy capaz de escuchar mi desesperación, mi miedo.
—No puede ser por teléfono, tenemos que vernos.
—¿Quieres que vuelva? —preguntó sin siquiera pensar.
—Sí... —oigo cómo intenta hablar con más fluidez —. Necesito que vengas, es urgente.
—Ahora mismo salgo para allá.
Le digo y corto. Me importa una mierda si Charles se enoja, Samantha es mucho más importante en estos momentos. Boto el resto de cigarro y camino raudo devuelta al salón. Al entrar, todos me quedan mirando porque ingreso como un vendaval, lo que no me importa. Ni siquiera observo a las personas que están, solo me limito a guardar mi equipo fotográfico. Charles se pone de pie al instante en que cierro mi bolso, me lo cuelgo al hombro y sin mirar a nadie salgo del lugar.
Mis manos hormiguean y la sensación que tengo comprimiendo en mi pecho es espantosa, lo único que tengo en mi cabeza es la voz de Samantha sollozante. Lo que me preocupa, por sobre todas las cosas, es que me quiera mandar al carajo. Sin embargo, ¿por qué habría de hacerlo? Nos llevamos bien, casi vivimos juntos, hemos compartido muchas cosas, nos... Amamos.
Cuando estoy por llegar a mi auto una mano me detiene, ni siquiera me tengo que dar media vuelta para saber de quién se trata.
—¿Qué demonios se supone que estás haciendo? —me cuestiona, claramente muy molesto.
—¿No ves? Me voy.
—¡No puedes hacer eso, estamos en plena sesión fotográfica!
—Lo siento, me tengo que ir.
—¿Por qué?
—He hecho una llamada. Lo siento Charles, me tengo que ir.
—Dominic, no seas poco profesional —me quedo quieto en cuanto lo dice.
Giro mi cuerpo por completo y lo miro directo a los ojos —No me vengas a decir eso a mí, Charles. Sabes perfecto que si no se tratara de una emergencia no me iría. No me digas que soy poco profesional, porque bien sabes que no es así. Ahora con tu permiso, me tengo que ir.
Camino tan rápido hasta mi auto que no le doy ni siquiera tiempo de refutar lo que le he dicho. Me subo e inmediatamente tiro mi bolso en el asiento de copiloto. Mis manos están temblando, hago sonar mis dedos e inserto la llave, escucho el motor ronronear, piso el acelerador tan ansioso que se levanta una nube de polvo, avanzo hasta perder de vista el palacio. Es la primera vez que abandono mi trabajo de esta manera tan abrupta y lo siento por Charles, sé cuánto quería que nuestra agencia fuese la que estuviese a cargo de fotografiar al presidente, pero no me puedo quedar ni un minuto más aquí, no sabiendo que Samantha está mal y peor aún, porque no tengo ni puta idea del porqué.
Paso cambio acelerando una vez más, de reojo veo que son casi las once de la mañana. A esta velocidad estaré en unas cinco horas de vuelta en Nueva York. Todo mi cansancio se ha ido, ha sido olvidado. Esta llamada me ha dejado con una extraña sensación, una que no puedo ser capaz de obviar, que no me deja pensar con claridad. Paso la mano por mi rostro, ¿qué habrá pasado? Esa pregunta no deja de rondar en mi cabeza y me maldigo por no haber preferido tomar un avión, pero joder, actué sin pensar.
Han pasado cuatro horas desde que estoy manejando como un poseso, no siento las piernas, no siento el culo, no siento mis dedos, no siento hambre, ni tampoco sed. Solo siento la necesidad imperiosa de llegar pronto hasta la agencia. El maldito viaje se me ha hecho una jodida eternidad, pero ya tan solo falta alrededor de una hora y estaré junto a ella para poder hablar y saber qué es lo que la ha puesto tan mal. Paso mis dedos por los ojos, me pican, y me arden, mi vista se ha nublado un poco, pero descarto el hecho de detenerme. Joder, ni siquiera he ido al baño.
No he vuelto a hablar con Samantha, solo me he enfocado en conducir, pero sus palabras me martillean en la cabeza una y otra vez: "Tenemos que hablar...". "Tenemos que hablar...". "Es urgente...". Me dan escalofríos y una vez más, acelero. De tanto pensar, he llegado a la conclusión de que esto no es por la campaña, porque sé la capacidad que ella tiene para sacar adelante su trabajo, esto va mucho más allá. También descarto de cuajo la posibilidad de que me mande al infierno. He llegado a la deducción de que ese maldito pelirrojo la ha interceptado, que otra vez la ha molestado y eso me hace apretar el volante.
Después de unas interminables horas conduciendo, logro ver el edificio de la agencia. En cuanto aparco, me bajo del vehículo. Es tanta la ansiedad que tengo que, siento mis piernas un poco temblorosas. Entro al lobby e inmediatamente me dirijo hasta el elevador. Intento respirar, intento mantenerme calmado, intento regularizar mi agitado corazón, ¡pero no puedo! Se cierran las puertas y el calor que siento es sofocante. Levanto la vista y me veo reflejado en el espejo que está sobre mí. Joder, tengo los ojos rojos, mi cara muy pálida y mi cabello hecho un desastre de tanto que me lo he magreado. Por fin se abren las jodidas puertas y salgo raudo.
—Margaret, ¿dónde está Samantha? —pongo las manos sobre su mesa y da un respingo. Levanta la cabeza y me doy cuenta que ella tiene una mirada consternada —. Dime donde está, ¿en su oficina? —no le doy tiempo de contestar porque voy hacia allí, pero su voz me detiene.
—No está aquí —me volteo.
—¿Dónde entonces?
—Se ha ido a su departamento.
—¿Y la campaña? —mi ceño se frunce, estoy malditamente confundido.
—Dominic... —ella se pone de pie y rodea su escritorio —, la señorita Samantha ha recibido una visita —lo sabía, ese estúpido estuvo aquí.
—¿De quién? —cuestiono con la voz seca.
—Ha venido una mujer y al parecer le ha dado una muy mala noticia, porque la señorita se ha puesto muy mal —mis ojos se van hasta su boca, donde tiene apretada la uña con sus dientes. Está nerviosa.
—¿Qué mujer?, ¿la conoces? —ahora sí que no entiendo nada.
—No, es la primera vez que la veo. Era alta, muy elegante, de lentes y pelirroja... —¿Lentes?, ¿pelirroja? Ay mierda, Carolina —. Te...
—Gracias Margaret —interrumpo.
¿Qué demonios tenía que venir a hacer aquí Carolina?, ¿qué le habrá dicho a Samantha para que ella quedase así? Por cada paso que doy siento que mis pies se hunden en la alfombra que cubre el piso. Estoy tan malditamente inquieto que no puedo hilar mis jodidas ideas, de lo único que soy capaz de pensar en este momento, es en llegar pronto al departamento. Entonces era por ese motivo que Samantha me llamó en ese estado. Respiro al tiempo que cierro mis ojos. ¡Maldita sea!
El viento de la acera logra despejar por unos segundos la confusión de la que estoy siendo víctima. Puedo oír los latidos de mi corazón repercutir sobre mis sienes, puedo notar como mi espalda se baña en sudor erizando de paso mi piel. Me debo calmar, tengo que malditamente hacerlo, no puedo llegar en esta condición al departamento. Aprieto con los dedos el puente de mi nariz y me dispongo a ir con Samantha.
Antes de bajarme del vehículo, miro hacia donde está su departamento. El suave movimiento de las cortinas me indica que sí, allí está. Bajo la cabeza e inmediatamente cierro los ojos, al tiempo que inhalo una gran bocanada de aire. Esta es la verdad, estoy aterrado, quizás que mentira le fue a decir Carolina. No me pudo hacer el imbécil ahora, porque después de que ella me dijo toda esa sarta de estupideces cuando terminamos, puedo esperar cualquier cosa. Después de varios minutos encerrado en el auto decido que es hora de bajar. Mientras voy hacia la entrada, hago sonar mis dedos e intento conservar la poca sensatez que me queda. Saludo al conserje con un asentimiento de cabeza y voy hasta el elevador.
Me encuentro en la puerta y ahora sí que estoy experimentando eso que le llaman angustia. Meto la mano al bolsillo del pantalón, palpo la llave, la aprieto, pero dudo. Levanto el brazo apoyando el codo en el dintel y escondo el rostro, cuando de repente escucho que se abre y mi corazón se paraliza en el acto. Alzo la vista y allí está Samantha, con su rostro enrojecido, con sus ojos empañados y su maquillaje corrido, se me aprieta el pecho y a lo único que atino es a abrazarla, ella corresponde y eso me hace sentir algo de calma.
—Cariño... —susurro sobre su cabeza.
—Tenemos que hablar... —dice mientras me abraza con más fuerza. Esas malditas palabras se han convertido en su mantra —. Por favor, entra.
En cuanto doy un paso mis ojos se abren, Samantha ha destrozado todo el departamento, cuadros rotos, sofás dados vuelta y un vaso estrellado en la pared. Ella no es así y eso me hace estremecer. Samantha toma mi mano y sin decir nada más me guía hasta su habitación, donde la cama está toda desordenada. La veo con sus labios apretados y con la mirada un poco perdida, pero no dice nada aún, está en total y absoluto hermetismo, eso me está enfermando, por lo que decido romper el silencio.
—¿Me dirás qué fue lo que pasó?
—Carolina... —aprieto la mandíbula —, ha ido a verme a la agencia —Samantha levanta la vista y me mira con el ceño fruncido, como no queriendo creer lo que ella le ha dicho.
—¿Qué te dijo?
Un puchero se forma en sus labios y eso fractura mi alma —Ha ido a decirme muchas cosas... —pasa la manga de la blusa por su nariz.
—Dime que, por favor —hasta yo soy capaz de oír el titubeo de mi voz.
—Me has contado que siempre usabas condón —me mira suplicante —, ¿es verdad?
—No entiendo de qué va esa pregunta, pero es verdad me protegía, ¿por qué? —esta conversación no me está contestando las miles preguntas que tengo atoradas.
—¿Es verdad que se te ha roto el condón con ella, cuando tuvieron sexo? —me quedo quieto y callado —. Contéstame Dominic.
—Sí, una vez se rompió. No entie...
—Mierda... —me interrumpe —. Entonces, es cierto —se muerde el labio y una lágrima se desliza por su mejilla.
—¿Puedes ser más clara?
—Carolina me ha dicho que... —su voz se quiebra.
—¿Qué te ha dicho? Habla ya —la afirmo de los hombros y logro percibir como su cuerpo entero tiembla.
—Que la has contagiado de VIH... —lo dice mirándome directo a los ojos.
Mis manos resbalan haciendo que mis brazos caigan inmóviles a mis costados. Me quedo quieto, en silencio. Siento que me comienzo a desdoblar, que esto no es verdad, que es una maldita pesadilla. No sé qué decir, cómo reaccionar a semejante confesión. Percibo como mis piernas no sostienen el peso de mi propio cuerpo, lo que me obliga a caer sentado en la orilla de la cama y a esconder el rostro entre mis palmas. Yo no puedo tener esa enfermedad, yo siempre me he cuidado. Esto debe ser una maldita mentira por parte de Carolina. La taquicardia que estoy sintiendo me hace pensar que mi corazón será arrancado de mi pecho, mi frente se empapa en sudor. Entonces, abruptamente, me pongo de pie.
—¡Eso es una maldita mentira! —grito —. ¡Carolina está inventando esta mierda!
—Tú mismo me has reconocido que se rompió. ¡¿Hace cuánto tiempo ha pasado eso?!
Intento hacer memoria y cierro los ojos. Fue una noche que no fuimos al club, en esa oportunidad, Carolina me invitó a quedarme en su departamento. La miro —Hace como un año —susurro.
—¡¿Un año?! —su boca se abre y la tapa con la mano —. ¿Por qué no me dijiste?
—¡Porque no le veía al caso! Pasó hace tanto tiempo.
—¡¿Te das cuenta de la gravedad del asunto?! —la observo incrédulo.
—¿Le crees? —pregunto con el miedo a que me diga que, sí.
—Ella fue hasta mi oficina, me dijo que nunca te protegías y no le creí. Tú me has dicho lo contrario y confío en ti... —siento que el aire entra a mis pulmones como si de una tormenta de arena se tratase —. Pero, fue allí que me dijo lo del condón y antes de ser sacada por los guardias, me ha lanzado la muestra del laboratorio donde se realizó el examen —muerdo mis mejillas.
—Yo no tengo esa mierda, eso es mentira.
—Dominic...
—¡Que yo no la tengo, carajo! —suelto en un grito desesperado.
—Mi amor... —levanta su mano y acaricia mi mejilla —. Si es así, no importa.
Es inevitable que se forme un nudo en mi garganta —Yo no tengo nada, estoy malditamente limpio —Samantha se separa de mí y va hasta su cartera, donde saca un papel que está completamente arrugado.
—Dominic, aquí está la prueba —estira su brazo, yo tomo la hoja y comienzo a leer.
—No es verdad... —digo al tiempo que me dejo caer de rodillas. Samantha se agacha delante de mí y me abraza, yo correspondo con el maldito papel en mi mano y no puedo dejar de leer: "V.I.H. Resultado, positivo" —. No es verdad... —se me escapa un gemido, y me aferro todavía más al cuerpo de Samantha, logro sentir los latidos erráticos de su corazón.
—Dominic, no llores por favor...
Lo hago como un maldito niño, no puedo evitarlo. Estoy contagiado, de eso estoy seguro, eso me hace jadear y logro sentir como mis lágrimas empapan la blusa de Samantha, haciendo que se pegue en su piel. No me lo puedo creer, tengo Sida. Entonces, caigo en cuenta de la gravedad que esto implica, si yo estoy contagiado... No...
—Vamos a ir a doctor juntos, yo te acompañaré —cuando levanto el rostro, ella me sonríe. Me quiere dar calma, pero no lo consigue.
—¿Y para qué? Ya sé lo que me dirán —ella toma mis mejillas.
—No todo está dicho, mi amor. Debes hacerte ese examen. Yo iré contigo, no estás solo. Somos una pareja, ¿no? —me besa los labios —. Y te amo, eso tenlo siempre presente.
—Yo también te amo... —hipo —. Está bien, iremos juntos.
Me ayuda a ponerme de pie, luego hace que me siente en la orilla de la cama y comienza a sacarme los zapatos. Tengo la mirada mucho más allá, tengo los pensamientos en otro lugar fuera mí, pero siento como ella hace que me acueste, como se pone a mi lado y nos abriga.
Sin embargo, no dejo de llorar en ningún momento...
****
Esta es la primera nota de autor que hago.
Soy una malagradecida, no les he dado las gracias por estar leyendo esta historia. En verdad, los que han llegado a este punto, espero que la estén disfrutando, que les esté gustando y que quieran seguir hasta el final.
Mil gracias a todos los que le están dando una oportunidad a esta historia :)
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