Capítulo 28


—¡Me estás jodiendo! —Samantha se tapó con un dedo su oído al escuchar el grito escandaloso de su amiga.

—No Joanne, no te estoy jodiendo —dijo al tiempo que levantaba la mano para pedir una copa de vino.

—Joder Samantha, tu vida parece una novela de drama —por el resplandor de sus ojos turquesa, supo que Joanne estaba a punto de estallar en carcajadas.

—Ni se te ocurra, ¿eh? Maldita —intentó amenazar, pero fue en vano, ya que, ambas comenzaron a reír.

Era tan bueno verla después de más dos meses sin saber nada de ella, necesitaba liberarse con alguien que viese todo desde otra perspectiva. Justamente, Joanne la había llamado por teléfono para invitarla a almorzar en el restaurante de siempre, porque quería ser ella quien le entregase la invitación de matrimonio a su mejor amiga. Sin embargo, con lo que Joanne no contaba, era con todo lo que Samantha le acaba de soltar. De su fuerte discusión después de compartir habitación los cuatro, de su término con Doménico, de su engaño, y de su amor hacia Dominic.

Mucho menos, la rubia creyó que ese jodido pelinegro, estaría en una relación de exactamente un mes y medio con Samantha. Si bien Joanne estaba al tanto de que Dominic tenía un rollo con Carolina, sabía que no estaba enamorado de ella. Dominic alguna vez se lo dijo, cuando recién comenzó a salir con la pelirroja. No obstante, ahora era su mejor amiga la que estaba con él. Sabía que Dominic era un buen tipo, por ese motivo se tomó tan bien el anuncio de ese nuevo noviazgo.

Las vueltas que a veces podía tomar la vida, ¿no es así?

Joanne escuchó con atención todo lo que pasó, dándole, en ciertas ocasiones, la mano a su amiga a modo de comprensión. Ella creía que la relación que tenía con el pelirrojo iba derechito al altar, por el tiempo que tenían viviendo juntos y por supuesto, por lo bien que demostraban llevarse. Pero, a veces, las cosas no resultaban como creías y las personas tampoco se comportaban como tú esperabas. En algún momento, Joanne, se sintió hasta responsable por haberle contado de que ella practicaba el intercambio, porque eso ayudó a que Samantha avivara todavía más el fuego de su curiosidad. No obstante, la chica la paró en el acto diciéndole que ella no tenía la culpa de nada. ¿Cómo podía creer eso? Si Samantha era la que quería conocer aquel mundo.

—¿Has vuelto a ver a Doménico?

—No, desde que se agarró a puñetes con Dominic, no he vuelto a saber nada de él.

—¿No te da miedo que te encuentre sola? —Samantha la miró.

—A veces, pero ya ha pasado tanto tiempo que, no creo que se atreva a meterse con nosotros otra vez —el camarero llegó con su trago —. Gracias —él le sonrió y se marchó —. De igual manera ando más precavida. Hay veces en las que hasta siento un poco de paranoia.

—¿Le has dicho a Dominic? —ella negó mientras bebía —. No puedo creer que hayan terminado.

Samantha se encogió de hombros al tiempo que trazaba círculos alrededor de la copa —Cuando se fue, me sentí como una maldita traidora y hasta cierto punto le encontré razón, porque en realidad sí me pasaban cosas cuando veía a Dominic, pero en ese momento no lo quería reconocer por respeto a él y a nuestra relación. Pero después de que lo vi en esa publicación, después de que llamé y lo oí teniendo sexo con otra, me di cuenta de que yo no era la causante de nada. Seguramente, le quedó gustando mucho más de lo que me dijo, o tal vez, se quiso vengar de mí. Quién sabe —hizo una mueca —, pero eso ya no me importa porque estoy en otro punto de mi vida, en donde Doménico, ya no tiene cabida.

—¿Y con Dominic? —se rio —. Con Dominic, ¿quién lo diría? El playboy del club está malditamente enamorado.

—No le digas así, Dominic es un encanto.

Y sí que lo era, ese hombre se portaba increíble con ella. Irónicamente, gracias a su ex novio, la relación que tenía ahora con su actual novio se había fortalecido considerablemente. Compartían la mayoría de las veces, puesto que, por el trabajo de Dominic, en algunas ocasiones él tuvo que salir de la ciudad. Sin embargo, la llamaba todos los días y a casi todas horas tan solo para saber cómo estaba, o como él le decía: "Se me antojó solo escuchar tu voz". También se quedaban en el departamento de Dominic, otras veces en el de Samantha, pero cuando tenían sus momentos juntos, los sabían aprovechar al máximo.

—Entonces, ¿he de suponer que con Dominic vendrás a mi boda?

—Por supuesto —le tomó la mano sobre la mesa —. Estoy tan contenta que te vayas a casar, ¿eso quiere decir que dejarás el intercambio?

—De eso nada. Nos gusta la vida que llevamos y hasta el momento estamos bien con eso. Lo conversamos, no fue una plática larga porque, a fin de cuentas, cada uno sabe lo que quiere. Entonces, en resumidas cuentas, seguiremos en el swinger.

—Me agrada saber que ustedes sí lo saben llevar —se mordió el labio.

Si tan solo Doménico hubiese sabido hacerlo nunca se hubiesen separado y, por ende, no habría conocido a Dominic, no estaría ahora con él, conociendo su vida, su carácter afable y su personalidad avasallante. No podía estar más agradecida de la desconfianza del pelirrojo para con ella, porque lo que Samantha sentía por Dominic no se acercaba ni por asomo a lo que alguna vez sintió por Doménico, de eso estaba absolutamente segura. Porque cuando lo tenía frente a ella, los vellos de su cuerpo se erizaban, cuando rozaba sus labios con los de ella, prácticamente levitaba y cuando hacían el amor, podía jurar que el alma se le salía por completo de cuerpo.

Sí, Dominic era de otra galaxia...

Miró su reloj al tiempo que llevaba la copa sobre sus labios y sus ojos se abrieron con sorpresa porque el jodido tiempo se le había pasado volando, Cameron la iba a matar. Se había echado sobre la espalda otro proyecto, uno mucho más grande que las portadas que tuvo que hacer, necesitaba estar enfocada y prácticamente de cabeza sobre él.

—Lo siento Joanne, debo irme —se disculpó con una sonrisa.

—Está bien —la rubia también se puso de pie, para despedirla —. Yo me quedaré, me he quedado de ver aquí con Mason.

—Cuídate cariño. Estamos hablando —le dio un beso en la mejilla y se fue.

Tomó un taxi e indicó al chofer la dirección de la agencia. Cuando estuvo en su oficina, se evocó a terminar con lo pendiente. Dominic ese día había tenido que salir fuera de la ciudad, por lo que él le contó mientras tomaban desayuno, debía tomar algunas fotografías para un salón. No volvería hasta dentro de dos días, lo extrañaba a pesar de haber estado con él hacía casi tres horas. Le encantaba cuando llegaba de sorpresa hasta su lugar de trabajo para invitarla a almorzar o, simplemente, para compartir un momento íntimo con ella, acompañándola mientras hacía sus cosas.

Miró la pantalla y sus ojos se entrecerraron al ver una imagen de Doménico en la pantalla de su portátil, ¿por qué demonios aparecía allí? Claro, al ser ella una publicista, siempre le llegaban las noticias de la contingencia diaria porque debía mantenerse informada. Evitó la tentación de rodar los ojos. Al leer, supo que el pelirrojo había ganado el caso al que había sido asignado en Nueva Jersey. Estaba dándole un apretón de mano a su cliente mientras sonreía, como diciendo: "Sabía que lo haría". Samantha bufó y cerró la, "primicia". ¿Qué más le daba a ella lo que Doménico hiciera, o lo que dejara de hacer? Nada.

Puso su espalda recta sobre la silla para así comenzar con el proyecto. Miraba una que otra vez, repasando lo escrito y quedó bastante satisfecha por el resultado que llevaba hasta ahora. Era una perfeccionista que, si algo no le gustaba, sino quedaba como ella quería que así fuese, simplemente lo borraba, aunque tuviese casi todo hecho. Eso era lo que a veces Cameron le reprochaba, pero ella hacía caso omiso de sus palabras. Gracias a su minuciosidad estaba donde estaba. En un momento alzó la cabeza, le había comenzado a doler un poco el cuello, colocó la mano detrás de él y apretó sus músculos levemente rígidos. Ya era hora de irse, mañana seguiría. Se puso de pie ordenando sus cosas mientras veía como su portátil se apagaba. Le dio algunas instrucciones a Margaret y se fue.


****


Al llegar a su departamento, lo primero que hizo fue sacarse los tacones. Que bien se sentía andar descalza y sentir el frescor de la cerámica bajo las plantas de sus pies. Fue directo al refrigerador y al abrirlo se sonrió, allí había algunas cervezas que Dominic dejó. Era tanto su nivel de intimidad que, cada uno tenía ropas del otro en sus respectivos departamentos. Todo estaba pasando a la velocidad de la luz, a veces le asustaba, pero era ese tipo de miedo con un agradable sabor a promesa. Porque sí, cada vez que despertaba y lo veía durmiendo a su lado se visualizaba viviendo con él. Negó con la cabeza, todavía no era el momento.

Se preparó una ensalada acompañado de un vaso de jugo, ni en esos momentos de tranquilidad su celular dejaba de sonar. Lo tomó para ver qué demonios era, Cameron le había mandado un correo, diciéndole que mañana se iría de viaje y que por favor estuviese una hora antes en la agencia, porque durante su ausencia ella lo reemplazaría. Para Samantha no era una novedad que su jefe hiciera esos viajes relámpagos, en algunas ocasiones podían ser de cuatro días hasta dos semanas completas. Samantha contestó al tiempo que llevaba el tenedor a su boca.

Por fin ya estaba metida en la bañera, la espuma le llegaba hasta el mentón y el agua estaba a una temperatura que a ella le fascinaba. Se pasaba el jabón desde el muslo hasta el tobillo, levantando la pierna por sobre el agua. Esa sensación de cremosidad le encantaba y se merecía ese regaloneo después de un día bastante agotador, por eso estaba aprovechando al máximo su baño de espuma. Sin embargo, algo le faltaba y ella sabía perfecto que.

Meneó la cabeza de un lado a otro, tenía los ojos cerrados y una sonrisa boba en los labios. Todavía se le hacía asombroso que con Dominic ya llevaran casi dos meses saliendo, todo iba marchando de maravilla. Él era un hombre fascinante, alguien que trabajaba en el mismo campo que ella, alguien que sentía la misma pasión por la fotografía, como ella lo sentía por la publicidad. Esos dos meses se habían aprendido a conocer mejor y no solo en el ámbito sexual, sino también en el personal.

El muy descarado, hacia menos de una semana, le había regalado un juego de lencería, el que consistía en un camisón negro de seda con la parte superior de encaje del mismo tono, sus senos se lograban traslucir. La braga dejaba poco a la imaginación, ya que, también era de encaje. Todavía no había sido capaz de ponerse ese conjunto tan sensual, pero esa noche, sin saber porque, le apetecía dormir con él. Seguramente era porque no lo vería hasta dentro de dos días y deseaba sentirlo cerca. Estaba loca.

Se frotó la toalla por todo el cuerpo sacando todo rastro de agua, su cabello estaba empapado, pero sentía tanto calor que no se tomó la molestia de secarlo. Salió hacia su habitación e inmediatamente caminó hasta el closet, allí, en una caja aterciopelada de color rojo, estaba el regalo que le había hecho Dominic. No pudo evitar sonreírse. Tomó la suave prenda entre sus dedos, se sacó la toalla que cubría su desnudez y deslizó el camisón sobre su cuerpo.

Le llegaba justo debajo de las nalgas, era una prenda exquisita, sin lugar a duda, Dominic tenía un gusto muy refinado con ese cierto toque de perversidad que a ella tanto le gustaba. Si seguía haciéndole ese tipo de regalos la iba a malacostumbrar. Al mirarse en el espejo, vio un brillo distinto en sus verdes ojos, ¿qué diría Dominic si la viera? Seguro que le daría un jodido ataque, de solo pensarlo sus pupilas se dilataron. Soltó un suspiro y se dispuso a abrir la cama. Puso su cabeza sobre la almohada, se giró sobre su costado derecho y cuando estaba a punto de apagar la luz, la pantalla de su celular se encendió al tiempo que comenzó a sonar. Samantha frunció el ceño, sin embargo, su expresión cambió al ver su número de contacto.

Era Dominic...

—Hola —saludó mientras se mordía el labio. Se acomodó quedando nuevamente de espalda.

—Hola cariño, ¿cómo estás?

Bien, ¿y tú?

Extrañándote horrores —ella se sonrió.

—Yo también te extraño. ¿Cómo te ha ido por allá?

Aburrido, pero bien —escuchó una pequeña respiración —. No hablemos de trabajo, mejor cuéntame, ¿qué haces?

—Estoy acostada, ¿y tú?

—También —escuchó su risa del otro lado de la línea —Samantha... —la forma en la que dijo su nombre, hizo que la piel se le erizara.

—¿Dime? —Dios, ¿por qué estaban susurrando?

—Está noche... —sintió su suave jadeo —, tengo ganas de ti...

¡Santa mierda! Esa voz y ese gemido hicieron que, por impulso, cerrara las piernas. Apretó el celular en su mano al tiempo que cerraba los ojos y se mordía el labio. ¿Qué pretendía Dominic al decirle esa frase? No tenía ni idea, pero por supuesto que quería averiguarlo, porque casi se humedeció al oír su penetrante y lascivo tono. Antes de tan siquiera poder respirar, él volvió a hablar.

—Cuéntame una cosa cariño, ¿Qué llevas puesto?

—La lencería que me regalaste —percibió como Dominic gruñía.

—Mmm... Y, ¿cómo te queda?

—Perfecta.

—Aquella mañana que la vi en la vitrina de inmediato la elegí para ti, pensé que cuando llegara el día que te la pusieras, sentirías como si fueran mis manos las que acariciaban tu piel —Samantha apretó los labios —. Que, cuando el encaje tocara tus senos, lograras percibir que eran mis dedos los que rozaban esos pezones que me vuelven loco —ella llevó su mano hasta el lugar —. ¿Samantha?

—¿Mmm?

—¿Te tocarías para mí? No sabes cómo me encantaría sentir tus gemidos a través del celular.

—¿Quieres tener sexo telefónico? —preguntó con sus ojos entrecerrados.

—Sí, cariño. Es una de las fantasías que quiero tener contigo, una, que me vuela la cabeza —ella se rio —. ¿Te quieres motivar?

—¿Cómo? —susurró.

—Tengo la mano en mi miembro y esta duro, solo por ti.

—Dominic... —gimió.

—Solo quiere estar dentro de ti, me muero porque me folles Samantha —la chica se llevó la mano hasta la orilla de su braga —. Siento que es tu boca la que me acaricia.

—Mmm... Dominic.

—¿Te gusta la idea? —susurró.

—Muchísimo.

—Entonces, baja esa braga y lleva tu mano hasta tu entrepierna, cariño.

Samantha enganchó el pulgar en el centro de la pequeña tela y la fue deslizando por sus piernas. Se sentía tan bien escuchar a Dominic susurrándole al oído, que era como si lo tuviese al lado. Samantha puso la palma sobre su feminidad. Estaba excitada, tanto así que su piel estaba a punto de arder.

—Abre las piernas —le pidió con un gruñido.

—¿Cómo sabes que las tengo cerradas?

—Porque no te he oído gemir —¡carajo!, sabía cómo incitarla —. Tócate, tócame. Quiero escucharte, sentirte.

Samantha así lo hizo, abrió las piernas, posó sus dedos en la entrada de su sexo y rozó su centro que estaba húmedo, palpitante y preparado. Dominic le quería dar un giro a su vida sexual, la quería hacer más placentera, expectante, porque al no estar, al solo escucharla, creaba más deseo para cuando se viesen y eso le encantaba porque se sentía desinhibida, deseosa, sensual y al saber que Dominic estaba del otro lado de la línea tocándose pensando en ella, la hacía sentir deseable e intensa.

—Samantha, estoy duro... Miro como mi mano baja y sube, puedo ver tus ojos.

—Mmm...

—Eso es. Mete un dedo y piensa que soy yo quien lo está haciendo.

—¡Ah!

—¿Me extrañas?

—Mucho... —gimió.

—¿Me deseas...?

—Do... Dominic, claro que te deseo... —su dedo estaba húmedo gracias a la humedad que desbordaba por la excitación que tenía.

—Mierda, Samantha la punta de mi miembro se ha mojado por ti —gruñó —. Dime, ¿qué te gustaría que te hiciera si ahora estuviera a tu lado?

—Que me beses los senos.

Entonces, apoya el celular contra tu hombro, humedece tus dedos con esa deliciosa lengua que tienes y llévalos hasta tus pezones que, de seguro, están tan duros como yo.

Samantha se mordió el labio y deslizó la fina tira del camisón por su hombro, liberando su seno. Mojó sus dedos para llevarlos hasta aquella carne sensible, abrió la boca y comenzó a jadear.

Dominic la oía, se deleitaba con esa voz entrecortada por el deseo. Tenía su miembro agarrado en un puño, untó el pulgar y comenzó a hacer círculos alrededor de la base. Su abdomen estaba contraído. Llamar a Samantha para practicar ese tipo de sexo, sin lugar a dudas, era lo mejor que se le podía haber ocurrido. Era la primera vez que experimentaba tal sensación, realmente sentía que era ella quien lo estaba masturbando y al esparcir su esencia a lo largo de toda su magnitud, juró sentir la resbaladiza lengua de ella.

—¡Oh! Samantha, cariño. Voy a tomar todo lo que me estás dando, porque gracias a tus gemidos sé qué estás dispuesta y te juro que te llevaré hasta el final —cerró los ojos al escuchar un murmullo placentero salir de esa boca —. Así, mete otro dedo. Mierda, que ganas de agarrar tu cabello y follarte esa boca deliciosa que tienes...

—Dominic... —el movimiento de su mano fue en aumento, sus muslos estaban rígidos.

—Aquí estoy preciosa. Me tienes frenético y no puedo esperar para finalmente explotar, pensando que eres tú la que me monta.

—¡Ah!

—¿Qué maravillas hacen tus manos?

—Me acarician, me... Acaricias... —Dominic apretó la mandíbula.

—¿Dónde?

—El pezón... ¡Ah!, mi clítoris...

—¿Estás mojada?

- Si, mucho –

—Yo también, me he excitado como nunca antes en mi vida. Anda cariño, introduce otro dedo.

—¡Nnh!

—Samantha...

—¿Mmm?

—Pellizca tu pezón.

—¡Oh!, mierda.

Que delicia de mujer, tan dispuesta a saciar sus más bajos instintos. Estaba tan empalmado que le dolía, solo quería perderse en la profundidad de su feminidad y derramarse en su interior, pero para eso, faltaba poco. Apoyó la cabeza para poder dejarse llevar por completo. Al otro lado de la línea estaba Samantha, acariciándose por él, pensando en que era él quien la estaba poseyendo. Estaba con el pantalón hasta las jodidas rodillas y con los ojos entornados miraba como su mano jugueteaba con su miembro, con su piercing. Al igual como ella lo había hecho en innumerables ocasiones.

—Puedo ver tus senos moviéndose al compás de tus movimientos —y era cierto, se había memorizado cada recoveco de su cuerpo que la tenía en la retina.

Dominic, mis dedos están mojados. Se deslizan con facilidad dentro de mí.

—Maldita sea, qué sensual sonó eso —aceleró su movimiento —. Te besaría boca para absorber cada uno de tus gemidos —al terminar de hablar, su lengua recorrió cada parte de sus labios.

—¿Recuerdas cuando lo hicimos en el auto?

—Si...

—¿Cómo tenías tus manos?, ¿cómo apretabas mis nalgas?

—Mierda, ¿cómo olvidarlo?

—Me he puesto en la misma posición, simulo que estoy a horcajadas sobre ti.

—¡Oh! Nena... ¿Estás sobre tus rodillas?

—Ajá... Mmmm, se siente tan bien. Me estás tocando con más libertad, Dominic.

—Y yo te estoy penetrando como un enfermo, cariño.

Así, Dominic. Quiero más...

—Tus gemidos me seducen. Tu lengua me recorre. Mis manos acarician tus pezones.

—Claro que lo hacen, me aprietas, me lames, me saboreas.

—No sabes cómo me gustaría estar en este momento contigo, hacerte mía, penetrarte, hacerte vibrar sobre mí y ver como tus senos se mueven con cada embestida que te dé. Pellizca un poco más fuerte tu pezón.

Ne... Necesito correrme... Estoy a punto, Dominic...

—No... —gruñó extasiado —, todavía no. ¿Dime cómo te has puesto?

—Caliente, mucho.

—Apoya tu frente en la almohada, eleva tus nalgas, acaricia tu centro y tus pezones en simultáneo.

Mierda... Ya no aguanto más.

—Yo tampoco —miró hacia abajo —. Nena, me voy a correr...

Igual yo...

—¡Ah!, Samantha...

Dios, Dominic...

Así llegaron juntos al clímax. Samantha mordió la tela de su cojín intentando calmar su desbocado corazón, mientras el celular resbalaba hasta caer en las sábanas. Dominic, con la espalda apoyada, veía con los ojos nublados como su esencia se derramaba entre sus dedos, su miembro palpitaba y su teléfono también quedó a un lado. Se sonrió, había sido la más exquisita de las experiencias vividas con su morena. Cortó la llamada, se limpió los dedos, se subió el pantalón sin siquiera abrocharse el botón, y agarró lo que tenía a su lado.

Cuando Samantha estuvo más calmada, tomó su celular y se fijó que Dominic había dado por finalizada la llamada, ¿así nada más?, ¿ni siquiera un: "Buenas noches"? Lo pensó mejor, seguramente él también había quedado agotado. Se levantó de la cama yendo directamente al baño, cuando se acomodó la lencería escuchó el timbre, su ceño se frunció. ¿Quién podría ser a esa hora? Ya eran más de las doce de la noche. Se peinó el cabello con los dedos y sin siquiera ser consciente de su vestimenta, fue hasta la puerta. Al abrir, sus ojos se agrandaron.

Allí estaba el culpable de su reciente y más exquisito orgasmo, Dominic...

Tenía una sonrisa radiante, Samantha lo observó de pies a cabeza. Estaba apoyado en el dintel de la puerta, con la camisa medio abierta, con el cinturón colgando y el pantalón desabotonado. Ella miró hacia otro lado al tiempo que se apretaba el labio con los dientes y sonreía, como él, con esas ansias locas de volver a seducirse, con esas ganas de volver a estar juntos. Cuando fijó sus ojos de vuelta a Dominic, se dio cuenta de que él tenía la mano estirada y en la palma tenía un pote de vidrio.

—¡Mierda! Si me recibes así, dejaré mi trabajo tirado y vendré todas las noches —todavía tenía sus mejillas sonrosadas, eso lo puso a mil —. ¿Qué te parece si terminamos con lo que dejamos pendiente?

—Yo terminé, ¿tú no? —preguntó con un tono juguetón.

—La verdad es que me has dejado con muchísimas ganas y se me antoja saborearte.

—Ah, ¿sí? —Dominic asintió con ojos de depredador.

—Por supuesto, pero... —sacó la tapa del pote, untó dos dedos y se lo esparció a Samantha en el nacimiento de sus senos. Ella se estremeció —, con Nutella —inclinó la cabeza, sacó la lengua y la deslizó a lo largo de todo su contorno bañado con esa crema de avellana.

—Dominic... —susurró.


Continuará...

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