Capítulo 26


El aire de sus pulmones se condensó en cuanto vio como Doménico, con la punta del pie, corría la silla y tomaba asiento frente a ella. Se puso rígida al instante. Hacía tantos días que no lo veía, pero sí lo notaba diferente, con un aura cargada de odio hacia ella y eso hizo que su interior se removiera inquieto. Nada bueno podía pasar y lo dedujo al ver sus ojos. Maldición y precisamente se tenían que encontrar en ese lugar, con Dominic estando a unos escasos metros de distancia ¿Qué demonios pretendía el pelirrojo?, ¿acaso la estaba provocando?, ¿siguiendo? Samantha dejó reposar las manos sobre su regazo, no mostró ningún síntoma de miedo e intimidación, de resentimiento o amor. Ya Doménico no le provocaba nada en absoluto. Sin embargo, algo dentro de ella le gritaba que corriera, no lo hizo. Se sorprendió, pero nada más, o eso era lo que ella trataba de aparentar. Solo le incomodaba y preocupaba su inminente encuentro con Dominic.

Mierda...

Se veía demasiado tranquilo con aquella pose desgarbada, como si nada le preocupase en absoluto. Su rostro estaba relajado e impertérrito. No obstante, Samantha conocía bien esa mirada. Su cabello bien peinado como de costumbre, su vestimenta tal cual ella la recordaba, no como cuando lo vio en el club de intercambio fingiendo ser quien no era. Bueno, ya no podía estar tan segura de ello. Doménico tenía una mano puesta sobre la mesa y la otra sobre la rodilla que descansaba sobre su pierna izquierda. Alzó una ceja a la vez que se reclinaba hacia adelante.

—¿Cómo has estado, Sam? —le preguntó mientras descaradamente le tomaba la mano. Samantha la sacó en el acto.

—¿Qué es lo que quieres Doménico? —alzó su barbilla desafiante.

—Platicar contigo. ¿Qué?, ¿no puedo saber que es de mi novia? —agarró un vaso de agua que reposaba sobre la mesa y bajo la desconfiada mirada de Samantha, bebió sin quitarle los ojos de encima.

—Primero que nada, no soy tu novia. Eso te lo dejé bastante claro cuando te encontré en ese club de intercambio —resopló —. Será mejor que te vayas. No tenemos nada de qué hablar.

—Claro, claro. Es cierto, rompiste conmigo para andar de zorra con el imbécil ese. ¿Cuéntame algo? —preguntó al tiempo que dejaba de un seco golpe el vaso sobre la mesa —. ¿Te sacaste el gustito por ese bastardo?, ¿tuviste tu buen revolcón con él? —la burla de su tono no pasó desapercibida por la chica. El odio que destilaba la voz de Doménico penetró en sus tímpanos y por impulso sus manos se apretaron a tal punto, que logró percibir como sus uñas se enterraban en sus palmas.

—No tengo porque darte explicaciones —dijo mirándolo con acritud.

—Me llamó la atención que cuando llegué a nuestro penthouse, no estuvieses —siguió hablando como si nada, de ningún modo la había oído —. No sabes la pena que sentí cuando vi el lado de tu closet vacío —arrugó la frente fingiendo pesar.

—No pretenderías que me quedara en un lugar que no es mío, ¿no es así? —la línea de sus labios estaba levemente fruncida —. No estoy sola, necesito que te vayas —soltó con brusquedad.

—¿No?, ¿y con quién andas?, si se puede saber claro.

—Con Dominic —dijo sin saber lo que ese nombre significaba para Doménico.

Desató una batalla interna en el pelirrojo, quien había comenzado a recorrer con sus marrones ojos todo el lugar, en su búsqueda. No lo vio, eso le dio la ventaja para lo que haría a continuación. Súbitamente se levantó de la mesa, botando la silla de paso, Samantha lo miró con los ojos muy abiertos, sin embargó, al sentir un dolor lacerante entró en pánico. Doménico la había agarrado e incrustado los dedos en la piel de su brazo, comenzando con ella un forcejeo. Los ojos de Doménico se habían oscurecido considerablemente, era como si no estuviese actuando con la cabeza, como si se hubiese vuelto loco con el solo hecho de escuchar el nombre de ese bastardo.

—¡Suéltame!

—No, Sam. Tú y yo, tenemos cuentas pendientes que resolver —la jaló mucho más fuerte.

—¡Yo no tengo nada que hablar contigo! —soltó un gemido cuando el pelirrojo ejerció más presión sobre su piel —. Dominic está aquí y nos va a ver, Doménico.

—¡Me importa una mierda ese hijo de perra!

Aquel grito hizo que varias personas que estaban en el restaurante voltearan la cabeza hacia ellos. A Doménico no le podía importar menos estar montando un espectáculo. Quería sacarla de allí, estaba cegado de la rabia. Si Samantha creía que la iba a dejar, así como así, estaba muy equivocada. Los murmullos rápidamente se oyeron a su alrededor, no obstante, nadie hizo nada para impedir que la estuviesen sacando a la fuerza. Sus ojos ya se estaban llenando de lágrimas debido al intenso dolor que sentía por el arrastre que Doménico la estaba obligando a hacer.

—¡Estás loco! —lo agarró de la camisa jalando con fuerza. No hubo caso, Doménico era mucho más fuerte y alto que ella.

—¡Si Samantha estoy loco! —la miró con ojos furiosos —. Por tu maldita culpa he perdido la cabeza, ¡ahora cállate! —maldita sea, la jodida salida estaba a casi unos diez estúpidos metros.

¿Por qué nadie la ayudaba?, ¿por qué todo miraban sin hacer nada? ¡¿Dónde mierda estaba Dominic?! Le dolía, le dolía como un infierno la fuerte presión sobre su piel, sin embargo, siguió resistiéndose hasta que sintió como, a parte de estar siendo obligada por el brazo, también lo era por el cabello. Doménico había enroscado su mano en la coleta, obligándola a caminar delante de él. Samantha más que dar pasos se arrastraba por el piso de mármol. Estaba aterrorizada por lo que el pelirrojo le fuese a hacer. Nunca pensó que Doménico pudiese actuar de esa manera.

Si ella creyó que la ruptura había acabado, estaba muy equivocada, puesto que Doménico tenía otros planes, los que se vieron truncados cuando su hombro se vio fuertemente apretado al punto de hacerlo gritar. Samantha estaba con la cabeza hacia atrás, no obstante, gracias a la mampara de vidrio pudo ver el reflejo de Dominic detrás de ellos. Respiró aliviada.

—O la sueltas, o te parto la cara —gruñó feroz.

La risa burlescamente gutural que brotó en de los labios de Doménico, hizo que a Samantha le dieran escalofríos. No la soltó, es más, intensificó su agarre provocando al pelinegro. Entonces, Dominic apretó los dientes con tanta fuerza que poco faltó para quebrar una de sus muelas. Actuó mandándole un puñetazo en la espalda, dejando a Doménico sin aliento y viéndose obligado a dejar libre de sus manos a Samantha. Ella trastabilló, pero se estabilizó rápidamente y corrió hasta quedar detrás de Dominic. Esos ojos negros se llenaron de furia e indignación cuando vio cómo se dibujaba un cardenal en el brazo de Samantha.

Acto seguido, caminó hasta Doménico dejándole saber que, con él y su novia nadie se metía.

Lo agarró del cuello, flexionó el codo por detrás de su cuerpo y soltó, con el puño cerrado y los nudillos blancos, un certero golpe sobre la nariz de Doménico. La sangre salió a relucir al igual que el jadeo del pelirrojo. Sin embargo, se rio al tiempo que pasaba el dorso de la mano por su nariz rota. Aquella sonrisa que estaba surcada en sus facciones, se borró y se convirtió en una mueca llena de desprecio. Miró a Samantha, ella temblaba con sus ojos abiertos. Miró a Dominic y se abalanzó contra él.

Dominic sintió un fuerte dolor en la quijada, el hijo de puta le había devuelto el golpe. Su cabello cayó sobre sus párpados y a través de él lo observó. La mano empuñada de Doménico se preparaba para soltar otro puñetazo, pero Dominic lo detuvo con una patada en pleno estómago. El pelirrojo cayó al piso con una mano puesta sobre su abdomen. Dominic se paseaba de un lado a otro con el dorso de la mano puesta sobre su boca, estaba sangrando. Le había roto el labio con el jodido anillo. Su respiración, que sonaba como un verdadero bufido de un animal enfadado, hacía que sus hombros subieran y bajaran con violencia. Su ceño estaba demasiado fruncido haciendo que sus cejas se viesen de una sola línea.

La adrenalina que corría por su cuerpo lo estaban nublando...

—Dominic, vámonos de aquí —las manos temblorosas de Samantha, tocaron su espalda. Dominic se puso tenso bajo la calidez de sus palmas, pero eso fue como un calmante para su furioso cuerpo.

—Sí, salgamos de aquí —entrelazó sus dedos con los de ella y pasaron a Doménico, quien estaba tendido en el piso.

Inesperadamente, la mano de Dominic fue arrancada de cuajo de la suya, soltó un grito junto a varias personas, y vio con horror como todo pasaba en cámara lenta. La mampara de vidrio se hacía trizas con ellos traspasándola con sus cuerpos. Cayeron fuera del restaurante, los pedazos de vidrios estaban esparcidos por todo el suelo y ambos estaban cubiertos con pequeños fragmentos astillados en sus ropas. Doménico sacó ventaja de su posición y se subió sobre el torso de Dominic, le lanzó un escupo con sangre, comenzando así una serie de golpes sobre su cara.

Dominic se cubrió con sus antebrazos, pero el muy maldito no le daba tregua para poder responderle de vuelta y eso le estaba enfermando. Experimentó un leve aturdimiento cuando un fuerte impacto cayó sobre su sien, apretó los ojos al igual que sus dientes. ¡Maldición!, tenía que sacárselo de encima. Consiguiendo liberar uno de sus brazos y gracias a la posición en la que el pelirrojo estaba, logró darle un codazo en medio del pecho haciéndolo retroceder un poco. Sin embargo, Doménico no se quitó.

Samantha veía la escena con pavor y consternación, tenía las manos en la boca, los ojos nublados en lágrimas que recorrían sus mejillas. El dolor prácticamente había desaparecido y fue suplantado por terror y asombro ante lo que sus pupilas dilatadas estaban presenciando, una mala mezcla para lo que se suponía, sería un agradable almuerzo entre dos personas que se querían. No podía creer lo que estaba viendo, entonces, sin siquiera ponerse a pensar un segundo más, corrió hasta ellos y jaló del cabello al Doménico, pero él estaba cegado y la empujó lejos haciendo que su tobillo se torciera y cayera el suelo de espalda.

Su cabeza azotó en la acera y con un gemido, todo se volvió negro...

Dominic, al ver lo que pasó, gritó con la ira acumulada dentro de su ser. Levantó la mano e incrustó los dedos en el cuello del pelirrojo, importándole una mierda si lo asfixiaba o no. Levantó la rodilla dándole así un golpe en la columna. Doménico, aun sentado a horcajadas sobre él, alzó el cuerpo y Dominic aprovechó el momento para darle dos acertados puñetes a cada lado de su cara al mismo tiempo. Lo empujó lejos y cuando se puso de pie le dio una patada en el pecho. Doménico tosió y por su boca salían hilos de sangre. Se agachó a su altura y lo agarró de la camisa dejando caer todo el peso de su puño sobre la boca ensangrentada de Doménico.

—¡Nunca más te vuelvas a acercar a ella! —le gritó a un centímetro de la cara —. Si te vuelvo a ver rondándola, me asegurare que no vivas para contarlo. Maldito hijo de puta.

—¡Esa maldita zorra te hará lo mismo que me hizo a mí! —gritó quejumbroso.

—Eres un pobre estúpido —le dijo con arrogancia al tiempo que lo soltaba con asco —. No tienes ni idea de la mujer que dejaste ir —giró la cabeza por sobre sus hombros y se paralizó al percatarse de que un grupo de personas rodeaban a la chica no dejándolo verla.

Se dirigió hasta Samantha que estaba tendida en el piso inconsciente. Empujó a quienes obstaculizaban a su camino. Una mujer la tenían entre sus brazos y le decía palabras al oído mientras que otra la abanicaba. Se pasó la mano por el cabello y giró su cuerpo hacia Doménico caminando de vuelta hasta él, con sus ojos negros inyectados en sangre, con las aletas de su nariz dilatadas, con la cólera irradiando por cada poro de su piel.

Lo iba a matar...

No obstante, antes de tan siquiera poder dar un paso más, fue agarrado por dos fuertes cuerpos. Luchó por ser soltado, pero no obtuvo resultado. Doménico estaba siendo ayudado por los trabajadores del restaurante, no se quitaron los ojos de encima. Tiró de los hombres que lo apresaban, podía ver la burla en las pupilas dilatadas de ese maldito. Aun herido y todo, se estaba riendo de él.

—¡Suéltenme! —gruñó con los labios fruncidos.

—Hey chico, será mejor que te calmes —le dijo uno.

—¿Cómo quieren que me calme? —tiró su cuerpo —. Ese bastardo ha golpeado a mi novia. ¡¿Cómo mierda me piden que le calme?!

—Ya hemos llamado a la policía, ese tipo no se salvará. Quédate quieto y te soltamos —Dominic respiró hondo y asintió.

Sin embargo, cuando quedó libre, corrió hasta el pelirrojo que estaba a penas de pie. Las personas que rodeaban el lugar gritaron cuando Dominic, con su rostro deformado, liberó un puñetazo que le echó la cabeza hacia atrás a Doménico haciéndolo caer. Una vez más, fue atrapado y alejado de él. Dominic se sacudió provocando que lo dejaran libre y de dos zancadas llegó hasta Samantha, que aún tenía los ojos cerrados. La mujer que la sostenía levantó la vista. Dominic se agachó y la tomó entre sus brazos al tiempo que maldecía una y otra vez.

Dio un respingo cuando le tocaron el hombro, miró con desconfianza al hombre que estaba allí frente a él. Sin embargo, se relajó cuando vio un vaso de agua frente a sus ojos. Hundió sus dedos en el líquido, y pasó sus yemas húmedas sobre la frente de la chica al tiempo que le daba suaves besos sobre sus labios. No despertaba, ¡maldita sea! ¡Puto pelirrojo! Su respiración se comenzó a agitar. Ya estaba harto de la situación, por lo que se puso de pie con ella. Su auto estaba en la orilla de la calle y caminó hasta él. Un camarero le abrió la puerta del copiloto, y con suavidad sentó a Samantha. Rodeó el auto, pero antes de meterse en su interior, se escuchó la voz de Doménico por sobre todo el ruido de la gente consternada.

—¡Ya vas a tener noticias de mí, imbécil! —amenazó con la mano puesta sobre su boca.

¿Cómo podía ser posible que es estúpido ese todavía se atreviera a hablar después de lo que había hecho? Era un maldito cínico. Lo más probable es que no estuviese con sus cinco sentidos bien enfocados. Dominic levantó el dedo del medio, solo debía preocuparse de llevar a Samantha hasta el hospital para descartar cualquier lesión producto del golpe que ese estúpido le había provocado.

Su respiración aún estaba agitada, pasaba los cambios con la mano rígida y cada cierto momento miraba a Samantha. Ella tenía la cabeza ladeada hacia su lado, su maquillaje se había corrido por consecuencia de las lágrimas que había soltado. Apretó su mandíbula, le importaba un carajo estar pasando los límites de velocidad, lo que prevalecía, era el bienestar de Samantha, nada más. Además, necesitaba limpiar sus heridas, podía sentir como la sangre se comenzaba a endurecer en su rostro. Dio un golpe en el volante. Creyó que sería un almuerzo tranquilo, que lejos de lo cierto estaba. Cuando volvió a mirar a Samantha, se percató de que ella tenía los ojos abiertos. Se detuvo de golpe haciendo que varias bocinas sonaran detrás de su auto.

Le pasó los dedos temblorosos y ensangrentados, por la mejilla. Ella estaba en silencio, mirándolo fijamente. Volvió a acelerar, sin embargo, solo fue para orillar el auto. Apagó el motor, se sacó el cinturón y se reclinó hasta ella para darle un beso en la frente, en ese momento, escuchó un gemido ahogado salir de los labios de Samantha. Apretó los ojos al tiempo que aumentaba la presión de su boca sobre la frente de la chica.

—¿Qué pasó? —le preguntó con la voz ronca —. ¿Dónde estamos?

—Vamos camino al hospital.

—¿Por qué? –

—Recibiste un golpe en la cabeza y te has desmayado.

Se separó de ella, Samantha parpadeaba con rapidez, como intentando adaptarse a la luz de un foco que apareció de repente. Se llevó los dedos hasta la frente, la cabeza le dolía demasiado, sentía como si se la hubiesen martillado cien veces consecutivas. Pero sus ojos se abrieron consternados al ver el rostro ensangrentado de Dominic. Al sentarse de golpe, se mareó, por lo que apoyó la espalda en el asiento y suspiró.

—¿Qué pasó? —volvió a preguntar confundida.

—Nos encontramos con Doménico en el restaurante. ¿No recuerdas nada?

—Más o menos, pero, ¿por qué estás así? —lo miró por el rabillo del ojo, con la mano puesta sobre su frente.

—Nos agarramos a golpes —le tomó el brazo lastimado —. ¿Te duele?

Samantha miró el enorme moretón que tenía, en ese momento, recordó todo con claridad —Maldita sea —giró su rostro y vio la preocupación en los ojos de Dominic, se sintió tan miserable que no pudo hacer otra cosa que... —. Perdón —susurró al tiempo que se desarmaba sobre el asiento.

—No Samantha, no tienes...

—Si no hubiese sido por mi causa, no estarías así de golpeado.

—Cariño, ya te dije que no debes pedir nada, ni mucho menos culparte de lo que hizo ese demente.

Una sola vez la había visto llorar, esta era la segunda, ambas habían sido por culpa del maldito ese. Quería triturarlo, debió desfigurarle esa cara de nena consentida que tenía al bastardo ese. Creyó que ya podrían estar tranquilos, sin que nadie se interpusiera entre ellos, pero no contaba con que Doménico se presentaría en el restaurante, que quisiera llevarse a Samantha a la fuerza, ni mucho menos pensó que la empujaría tan fuerte, al punto de hacerla desmayarse.

Cuando iba de camino a la mesa escuchó los murmullos de la gente, en ese momento se dio cuenta de que Samantha no estaba donde la había dejado, su estómago se contrajo al ver que había una silla tirada en el piso y las cosas de ella esparcidas alrededor. La buscó hasta que vio una conocida cabellera roja, de inmediato sus alarmas se encendieron cuando, entre sus dedos, vio el particular cabello intensamente negro de Samantha. Vio todo negro. La botella cayó a sus pies haciéndose pedazos por el impacto. Actuó con la ira borboteando por su torrente sanguíneo.

Intentó serenarse, pero simplemente la adrenalina que todavía corría por sus venas no se lo permitía. No obstante, verla tan vulnerable, permitió que la furia que tenía en su interior se mitigara un poco. Se pasó los dedos por los ojos, apretó el puente de su nariz y poco a poco fue soltando el aire de sus pulmones. La voz de Samantha lo hizo salir de su trance.

—No quiero ir al hospital —Dominic de inmediato la miró.

—Tenemos que ir, no sabemos el daño que puedas tener. Te golpeaste muy fuerte la cabeza.

—Solo tomaré un par de analgésicos y ya —suspiró —. Llévame a mi departamento, por favor.

—¿Estás segura? —le preguntó dubitativo.

—Sí, sólo necesito descansar y curarte esas heridas —él negó.

—No, no te debes preocupar por mí.

—Tú lo haces por mí, y yo lo hago por ti. Una vez tú sanaste los cortes de mis rodillas, ahora es mi turno. Déjame, ¿sí? —pidió con la culpa disfrazada de súplica. Dominic asintió.

—Está bien —respondió a la vez que encendía el auto rumbo al departamento de la chica.

Samantha se mordió el labio mientras veía la enorme mancha amoratada que tenía en su brazo. Los dedos de Doménico estaban marcados y quizás cuánto tiempo pasaría hasta que se borrasen por completo. Quiso ponerse a llorar, pero no lo haría, era una mujer fuerte. La vida le enseñó a que debía ponerse de pie y seguir. Doménico no iba a lograr su cometido, estaba enamorada de Dominic y no la iba a separar de él hiciera lo que hiciera. Estaba segura de que Dominic tampoco lo iba a permitir, lo que acababa de pasar, lo tomó como una prueba que fortalecería lo que ambos sentían.

Una vez confió en Doménico, una vez le dio su corazón, su confianza, y estuvo a punto de entregarle su vida. Pero ahora eso no era más que un recuerdo de un capítulo de su vida donde el libro había puesto fin, cerrando así la contraportada para siempre. Donde el Doménico que ella conoció alguna vez no era el hombre del que ella alguna vez estuvo enamorada. No le dolía el hecho de lo que el pelirrojo hizo, eso era casi una nimiedad.

Sino que le dolía lo que él podía llegar a hacer por venganza... 

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