Capítulo 25
El peso sobre su pecho lo hizo despertar, al enfocar su vista miró hacia abajo dándose cuenta que un cabello negro estaba esparcido por su pecho, y que una tranquila respiración rozaba su torso desnudo. Acarició la piel expuesta de la espalda de Samantha, tan solo estaban tapados con la sábana blanca de la cintura hacia abajo. Levantó la vista hacia el techo con una sonrisa a la vez que pasaba la yema de sus dedos por toda la columna de la chica. La madrugada recién pasada, había sido malditamente genial. Hacía mucho tiempo que no dormía tan tranquilamente. Giró la cabeza para observar la mesita y se percató de que eran las diez de la mañana, tan solo había dormido cuatro jodidas horas, pero no le importaba porque junto a él estaba la mujer de su vida.
Tomó la mano de Samantha y le depositó un beso en el interior de la muñeca, antes de salir de la cama. Se deslizó con cuidado para no despertarla y antes de meterse al baño, volteó su cabeza, justo en ese momento, ella se había girado sobre su costado dejándole una maravillosa vista de sus piernas desnudas, se sonrió. Lo mejor sería dejarla descansar un rato más, porque después... Cerró los ojos y se mordió el jodido labio.
Se miró en el espejo y se pasó la mano donde tenía una marca que Samantha le había hecho. Recorrió su pecho, tenía varios rasguños y delineó cada uno de ellos. Hundió los dedos en su cabello al tiempo que soltaba un suspiro. Entró a la ducha y dejó que el agua se deslizara por todo su cuerpo. Agachó la cabeza poniendo ambas palmas sobre los azulejos y suspiró varias veces.
Samantha, le había contado todos los detalles de su término con Doménico, no se había guardado nada. Le dijo también de las llamadas posteriores a su visita al club, de cómo el maldito ese le había llamado: "Zorra". Y no fue porque ella se lo quisiera contar, fue por la insistencia y la presión que ejerció Dominic para que ella soltara todo el encuentro con ese maldito pelirrojo. Se mordió el labio molesto. Ojalá que ese tipo no tuviese la mala suerte de toparse con él, porque si era así... La sonrisa que se surcó en sus labios, rayaba casi en lo siniestro.
¿Cómo podía ser que una persona con la que viviste tanto tiempo, te tratara de esa forma? Bueno, a él también le pasó con Carolina, no obstante, la situación era muy distinta puesto que él no la amaba y no vivían junto. En cambio, Samantha sí lo quiso, tanto así que duraron tres malditos años. Todavía no podía entender esa rabia cegada que Doménico sentía para con Samantha.
Ya estaba bien, la chica disfrutó a su antojo estando con él, de allí podían venir esos celos enfermizos de Doménico. Sin embargo, no era motivo para haberla tratado de esa forma tan inverosímil después de que tuvo el descaro de joderla con otra. Menos, si se suponía que se tenían confianza, a raíz de eso, se habían aventurado a experimentar el intercambio. Dominic empuñó su mano. Solo le quedaba una cosa. Hacerla feliz y hacerla olvidar que alguna vez tuvo que ver con ese tipo.
Apretó los ojos cuando la espuma bañó su rostro. Samantha le había dicho mil veces: "Te amo", en una sola noche, carajo y todas las que les quedaban todavía. Una idea se le vino a la mente y cuando se rio ante ella le entró champú a la boca, ¡Maldita sea! La llenó de agua, pero el desagradable sabor todavía persistía en sus papilas gustativas.
Tan malditamente pervertido, se dijo. Sí, él como buen fotógrafo, quería una sesión de su ex swinger, de, su futura novia. Deseaba sacar a flote esa sensualidad que todavía sentía escondida en algún lugar y para eso usaría la lente de su cámara. De solo pensar en las poses que le pediría su miembro vibró.
Al salir, se puso una toalla en las caderas y tan solo se pasó los dedos por su cabello mojado. Abrió la puerta, Samantha aún dormía, se quedó mirándola un par de minutos mientras se ponía su pantalón de pijama, la escena se le hacía surrealista. Si alguna vez le hubiesen dicho que estaría tan jodidamente enamorado, como ahora, no habría dudado en burlare de esa persona, pero no era así, y él, estaba admirando la belleza de su rostro relajado con una sonrisa boba en los labios.
No tenía ninguna intención de salir de su departamento y esperaba a que Samantha se quedara el resto del día con él, en la comodidad de sus brazos. Aprovecharía de preparar el desayuno para ambos. Salió de su habitación y mientras caminaba vio en la puerta de entrada la ropa de los dos. Se dirigió con una sonrisa hasta el montón apilado y lo primero que tomó del suelo, fue el vestido de Samantha. Hundió la nariz en la tela y se empapó del aroma que éste desprendía. Ese aroma a mujer y frescura lo volvían loco.
Ya no podía seguir disimulando que cuando la tocaba, que cuando la miraba, su cuerpo entero temblaba. Samantha se metió en cada maldito poro de su piel y cuando la desnudaba sentía un cosquilleo devastador en su entrepierna, mientras esa mirada que ella le dedicaba cuando él la tocaba, lo hacían perder el control de su mente y cuerpo. Nunca creyó sentirse de esa forma, todavía no encontraba las palabras para describir todo el torbellino de sensaciones que Samantha lo hacía experimentar. Se estaba entregando, le estaba dando todo de él, le había abierto las puertas de su corazón y si en algún momento sintió temor por los sentimientos que Samantha había despertado en él, ahora ya no. Sacudió la cabeza y dejó el vestido sobre el sofá junto a su ropa.
Samantha abrió los ojos un poco desorientada, su vista estaba un tanto desenfocada por lo que no lograba reconocer el lugar donde se encontraba, tampoco la decoración se le hacía familiar. Aun estando acostada sobre el cómodo colchón, examinó con sus grandes ojos todo su entorno. La habitación tenía unos varoniles toques vanguardistas, colores negros y blancos cubrían las enormes paredes, combinaban con los cuadros del mismo tono que decoraban zonas estratégicas, haciéndolo más misterioso y discreto. Un closet con puertas de espejo estaba situado a un costado de la cama, y cuando giró su cabeza, los rayos del sol dieron de lleno sobre su rostro haciéndola fruncir el ceño.
Cuando de repente, gimió al sentir aquella fragancia que a ella tanto le gustaba. En ese preciso momento todos los recuerdos de la noche anterior llegaron de golpe a su cabeza, no pudo evitar morder su labio mientras se sonreía con placer. Estiró los brazos por sobre su cabeza, sus piernas estaban enredadas en la sábana, miró a su lado y frunció el ceño cuando se percató de que no había nadie.
Bostezó al tiempo miraba hacia abajo. Estaba completamente desnuda, la sábana solo le cubría de las caderas hacia abajo. Giró sobre su costado izquierdo y enterró la nariz en la almohada de Dominic, sí, ese era su aroma. Una punzada de satisfacción la recorrió de pies a cabeza y decidió levantarse. Sus pies se vieron hundidos en una mullida alfombra, su textura era exquisita y repasó con la punta de sus dedos los suaves pelos largos de esta.
Buscó su ropa y al recordar donde estaba, se pegó con la palma de la mano en la frente. Dio un suspiro al tiempo que enrollaba la fina tela de la sábana sobre su cuerpo. Titubeó antes de entrar al baño, todavía se sentía un poco extraña al querer tomar esa confianza de darse una ducha, no obstante, se dijo que era Dominic. Por eso entró cerrando la puerta a su espalda. Dio el agua y tomó la temperatura con las yemas de sus dedos, cuando estuvo templada, se metió.
Sus músculos rápidamente de relajaron al sentir el calor. Su cabello se empapó pegándose en su espalda, entonces Samantha, cayó en cuenta que tendría que bañarse con el champú del pelinegro. Se encogió de hombros al tiempo que tomaba el envase y al sacar la tapa, el olor a canela y romero penetró sus fosas nasales. Cerró los ojos y aspiró con demasía aquella fragancia, dejando que su mente volara hacia Dominic.
Cuando ya estuvo lista, enrolló su cabello hasta que se hizo una masa en la cima de su cabeza y con las puntas logró engancharlo. Revisó los muebles encontrando así un par de toallas limpias. Se secó dando suaves toques por su cuerpo y terminó por envolverla en su desnudez. Caminó en la punta de sus pies, hasta estar de vuelta en la habitación y se aventuró a meterse en el closet de Dominic. Una incómoda sensación se alojó en su pecho al recordar las veces que lo había hecho con Doménico. No obstante, desechó todos esos recuerdos al descolgar una camisa azul, al olerla, al sentirla sobre su cuerpo, y al suspirar el nombre de Dominic mientras la abotonaba.
Cuando tomó la manilla de la puerta sintió un millar de sensaciones aletear en su interior. ¿Estaría Dominic en el departamento?, ¿qué le diría? Frunció los labios para soltar la tensión de la que tontamente fue víctima. Rodó los hombros hacia atrás y abrió la puerta. El silencio sepulcral que había la hizo sentir un suave pitido en sus oídos, sin embargo, su camino rompió con ello y a medida que se iba, a paso cauteloso acercando, se percató del suave ruido que emitía la cafetera.
Entonces, lo vio...
Dominic estaba inclinado con una mano puesta en la puerta del refrigerador, como inspeccionando algo dentro de él. Samantha se mordió la comisura de la boca cuando se percató de que tenía un tatuaje que cubría el medio de sus omoplatos. Era un Halcón que tenía sus alas extendidas y dentro de ellas había líneas celtas, no sabía dónde comenzaban, ni dónde terminaban. Era precioso, sin embargo, ¿cómo carajo no lo había visto antes, si habían pasado tantas noches juntos? No obstante, al seguir recorriendo su amplia espalda, casi se le salen los ojos al ver que la línea de su culo estaba al descubierto.
Que buena manera de empezar el día. Se sonrió. Además de que ese pantalón de pijama le sentaba de maravilla y le marcaba las nalgas a más no poder. Casi se saca sangre por la fuerte presión que ejercían sus dientes sobre su labio al ver tan erótico espectáculo.
Pero, se quedó de piedra al ver como Dominic se volteaba quedando frente a ella, al ver cómo sus ojos negros se ampliaban al tiempo que la observaba de pies a cabeza. Samantha no pudo hacer otra cosa más que mirar hacia otro lado. Sintió como sus mejillas se calentaban al igual que otras partes recónditas de su cuerpo. ¡Santa mierda! Dio un respingo, al sentir unos dedos dibujar su mandíbula, entonces lo miró y antes de poder decir palabra alguna, sus labios estaban presos en un beso cálido.
—Te ves increíble con mi camisa —le dijo al despegar sus bocas.
Samantha elevó un hombro provocando que la tela resbalara por él —No tenía que ponerme, siento haber hurgueteado en tu closet.
—Cariño, no me des explicaciones —rozó sus labios con los de ella —. ¿Quieres café?
—Por favor —tomó asiento mientras soltaba un suspiro —. ¿Dominic?
—¿Dime? —preguntó al tiempo que ponía las tazas sobre el mueble.
—Tienes un tatuaje —él se sonrió.
—Sí, tengo uno —respondió mientras se volteaba para tomar la cafetera.
—Nunca te lo había visto.
—Es que me lo hice en Montreal —la miró a los ojos.
—¿Y qué significa? —preguntó curiosa.
—Pues... —frunció los labios —. Siento que el Halcón me simboliza, por su fuerza y entereza contra la adversidad. Es un guerrero majestuoso que representa un buen augurio. Siempre quise hacerme uno, porque además de ser un ave con un intelecto superior y un juicio agudo, también significa que quiero tener mi estado de conciencia tan alto que me permita ver todo lo que pasa alrededor de mí —explicó con calma mientras vertía café en ambas tazas.
—¿Y los nudos celtas? —Dominic se tensó —, ¿qué significan? —Samantha logró captar el fuerte soplido que él soltó.
—Mi amor por ti —dejó la cafetera a un lado y puso las manos sobre la superficie.
—¿Cómo? —preguntó en un susurró confundido.
—Samantha... —le tomó las manos. Bajó la cabeza, apretó los labios y la volvió a mirar —. Cuando me di cuenta de que estaba enamorado de ti, no dudé ni un segundo que esto nunca tendría un final. Es como la esencia de la eternidad para mí. Llegaste a mi vida he irrumpiste en ella sin que yo pudiera estar bien parado, me sacaste de balance, y desordenaste mi mundo sin haberte dado cuenta de ello —Samantha tenía los ojos muy abiertos, no se lo podía creer —. La creencia que tengo de lo nuestro es tan grande que, para mí, no tiene ni un principio, ni un final. Sus nudos entrelazados representan mi unión contigo, a pesar de que en ese momento no tenía ninguna certeza de lo que tú sentías por mí, no me importó —le soltó la mano y rodeó el mueble para posarse delante de ella. Le tomó la mano, poniendo la palma de la chica en medio de su pecho —. Este tatuaje, me lo hice pensando en que lo nuestro, y en lo que quería que comenzáramos fuese eterno.
El corazón de Samantha estaba a punto de colapsar. Nadie, nunca en su vida, le había dicho y hecho algo tan intensamente romántico por ella. Esto iba más allá de todo, era algo inmenso, algo que hizo que su alma se desprendiera de su cuerpo y se elevara más allá para luego regresar con fuerza y hacerla temblar de la emoción. Sus ojos se empañaron y ese nudo se acentuó en su garganta no dejándola casi respirar. Dominic le había acunado el rostro entre sus manos mientras que con sus pulgares acariciaba sus mejillas enrojecidas. Estaba loco. Hiperventiló por varios segundos, hasta que cerró sus ojos para permitirse sonreír con un puchero en los labios.
—Te amo —susurró con la voz ahogada de la conmoción.
—Yo lo hago desde que te vi —juntó su frente a la de ella —. Esto que estamos construyendo es absolutamente nuevo para mí. Pude haber tenido alguna relación antes, pero no había sentido esto que siento por ti —le besó la punta de la nariz y puso su barbilla en la cabeza de Samantha. Podía sentir la respiración de ella en su pecho desnudo y eso le calentó el corazón —. Te juro que nadie nos va a separar.
—Estoy segura de ello —le besó el centro de su torso y la piel de Dominic se erizó —. Gracias.
—¿Por qué?
—Por ser como eres —escuchó una carcajada proveniente de su garganta.
—Tú me hiciste sacar mi lado más cursi —se separó de ella —. Ni en un millón de años hubiese pensado en hacerme un tatuaje, pero el maldito dolor, valió la pena —ella se rio —. Tomemos nuestro café antes de que se enfríe.
Para su deleite, Samantha se quedó toda la tarde con él. Dominic le conversó del viaje que realizó a Montreal. Las fotografías que debía tomar era para catálogo publicitario, mostrando los paisajes de la ciudad y así atraer turistas al lugar. Le contó que fue muy agotador estar viajando cada día a los distintos puntos turísticos. Solo llegaba a su suite, tiraba su equipo de trabajo, se duchaba, comía algo y se lanzaba directo a la cama, hasta que, al otro día, comenzaba con la rutina nuevamente. Además de contarle que la pensó día y noche, que se acostaba recordando el correo que le dejó. Sin embargo, Samantha mientras lo escuchaba, le acariciaba el cabello, puesto que Dominic estaba acostado con la cabeza puesta sobre sus piernas mientras sus ojos se miraban.
A parte de conversar de trabajo, también se contaron acerca de sus vidas, Samantha le relató sobre la muerte de su padre y como ella tuvo crecer bajo el seno de la familia de él, porque que su madre tan solo un año antes también había muerto de un infarto fulminante. Por su lado Dominic, le relató que él tenía un hermano mayor por cuatro años y que sus padres vivían junto a él fuera del país. De cómo él decidió quedarse para formarse su propia vida. En ningún momento dejaron de tocarse las manos., era como si no quieran perder el contacto.
Y entre platicas hablaron un poco de cómo cada uno de ellos se interesó tanto por la fotografía como la publicidad y se dieron cuenta de que habían estudiado en la misma universidad, porque Dominic aparte de ser un consagrado fotógrafo, también era licenciado en contabilidad. Después de terminar esa carrera se dedicó a convertir su hobbie en su fuente de trabajo e inspiración, convirtiéndose así en el fotógrafo más reconocido en el mundo del espectáculo. No obstante, ¿cómo nunca se habían visto?, ni siquiera se había cruzado. Tal vez el destino los puso en el mismo lugar sin que todavía fuese el tiempo de encontrarse.
Samantha le dio un beso en la frente y lo animó a que se pusiera de pie, puesto que ya eran las casi las diez de la noche. El tiempo se les hizo nada entre plática y una buena botella de vino. Dominic a regañadientes se paró, pero antes de que Samantha pudiese dar un paso en busca de su vestido, él la tomó de las caderas acercándola a su cuerpo e hizo que ella se pusiera sobre la punta de sus pies y le dio un beso húmedo.
Uno de esos que te dejan con las ideas revueltas, de esos que prácticamente te vuelan la tapa de los sesos por la intensidad de las lenguas jugando entre sí, y por los dientes jugando un rol fundamental al morder los labios hasta sacar la última gota del otro.
Cuando separaron sus bocas, ambos estaban agitados. Dominic le puso un mechón, que se había caído, detrás de la oreja y le besó la frente al tiempo que posaba sus manos en el cuello de Samantha. Tragó saliva, no quería separarse de ella, pero sabía que tenía que dejarla ir. Por eso, con la intención de ser él quien le pusiera su vestido, deslizó las palmas por sus hombros hasta situarlas al medio de su pecho y comenzó a desabotonar la camisa que Samantha traía, ella solo se dejó hacer. La tela fue cediendo hasta que cayó a sus pies dejándola desnuda frente a la mirada hambrienta de él. De a poco, Dominic fue soltando el aire mientras se deleitaba con el cuerpo de la chica.
Sin siquiera pensarlo, Samantha enganchó los pulgares en el elástico del pantalón y se dejó caer de rodillas, arrastrándolo consigo. Dominic apretó los ojos. El soplido que sintió sobre su miembro lo hizo dar un respingo. Samantha para él, se había convertido casi en una obsesión fatal que lo volvía enfermo de lascivia, tanto así que a la primera lamida casi se corrió. ¡Maldita sea!, esa lengua resbalosa estaba jugando con su piercing, esos labios apretaban todo su contorno haciéndolo soltar varias maldiciones perdidas en jadeos. La mano de Samantha rodeó aquella carne ardiente al tiempo que lo metía de nuevo en su boca. Dominic tomó la cabeza de la chica con ambas manos para comenzar a embestirla con más profundidad, y los suaves gemidos que ella soltaba, hacían que su miembro se estremeciera.
La dura y lisa textura de su miembro se deslizaba dentro y fuera de su boca. Le encantaba el juego obsceno que hacía su piercing allí, entre sus dientes, con su lengua. Era como que si con cada embestida se burlara de ella y le pidiese succionarlo. Podía sentir cómo las bolitas metálicas se enfriaban cuando lo sacaba de su boca, del cómo se volvían a calentar cuando ella le pasaba la lengua por encima. Se le había vuelto una sensación adictiva sentir el miembro de Dominic acompañado de ese piercing dentro de su boca. Le puso las manos en la curva de sus nalgas contraídas, animando a que Dominic se moviera a su jodido antojo.
Observó cómo las hebras de Samantha estaba enredadas entre sus dedos, del cómo sus mejillas estaban hundidas por la succión que realizaba en cada estocada. La follada que Samantha le estaba haciendo se había vuelto frenética, deliciosa y acompañado del balanceo de sus senos, lo hacían balbucear todo tipo de incoherencias. Samantha lo miró hacia arriba con ese brillo perverso en sus verdes ojos y mientras volvía a rodear su falo ardiente, le soltó un azote dejando los dedos enterrados en su nalga. La punta de su lengua trazó un circulo alrededor de la cima, arrastrando y moviendo el piercing de un lado a otro.
La mente de Dominic estaba perdida en las sensaciones que estaba sintiendo en ese momento. La humedad de su lengua, el arrastre de sus dientes a lo largo de todo su falo, esos labios apretando en el punto exacto, lo hacían querer doblar sus rodillas y caer de bruces para idolatrar esa maldita y fascinante boca, besarla hasta robarle el último suspiro sin importarle un carajo saborearse a sí mismo. Sin embargo, el motivo para mandarlo a arder en las llamas de la hoguera en la que Samantha lo había envuelto, fue cuando ella le mordió y chupó su punto más sensible. Expulsó su esencia dentro de su boca mientras gruñía su nombre. Samantha antes de ponerse de pie, rodeó la cabeza dejando solo el piercing a la vista y lo lamió hasta sacarle la última gota. Vio como el estómago de Dominic se estremecía.
—¡Maldita sea! —exclamó agitado y con la vista totalmente desenfocada.
Samantha se puso de pie mientras se pasaba el dorso de la mano sobre su húmeda boca. Miró como el miembro de Dominic todavía palpitaba, subió los ojos y se fijó que los de él estaban entornados, satisfechos. Tomó su mano y tiró de ella para abrazarla, para besar la cima de su cabeza removiendo varios mechones. Lo rodeó por la cintura y sonrió.
—Cariño, eso fue increíble. Mierda, no tengo palabras.
—Ahora tendrás con que recordarme el resto de la semana.
—¿El resto de la semana? No nena, mañana iremos a almorzar.
—Eso me sonó más a una orden que a una petición.
—Es que es una orden —se separó de ella —. Te quiero ver todos los días —ella se sonrió.
—Yo también —le besó la barbilla —. Entonces mañana pasa por mí —caminó hasta su cartera, sacó un lápiz, un papel y anotó su nueva dirección —. Toma, es aquí donde vivo ahora.
Dominic lo agarró —¿Te irás así? —preguntó cuando vio que Samantha comenzaba a meterse dentro del vestido.
—Sí, ¿por qué?
—¿No me dejarás retribuirte lo que me acabas de hacer? —ella soltó una carcajada.
—Ese fue mi regalo —Dominic alzó una ceja —, por haberte hecho esperar tanto tiempo —le dio la espalda —. Ayúdame con el cierre.
Dominic se acercó a ella y le dio un beso en el hombro mientras deslizaba el nudillo de su índice por la espalda de la chica, a medida que el vestido iba cerrando. La tomó de los hombros haciéndola quedar frente a él, le arregló algunos mechones de cabello al tiempo que sus ojos se trasladaban por cada trazo de su rostro. Bajó la cabeza, dándole así un beso en los labios aún calientes. Sí, Samantha sintió la nueva erección del pelinegro golpear su vientre, no obstante, no hizo nada y no porque no tuviese ganas de tenerlo en su interior, sino, porque tenía demasiado trabajo pendiente. Se golpeó mentalmente por no haber acabado antes con sus pendientes.
—Déjame llevarte a casa —le susurró a un milímetro.
—No te preocupes, tomaré un taxi —peinó esos cabellos negros que caían levemente sobre sus párpados. Tenía que salir de allí, o perdería, otra vez, la cabeza —. Mañana nos vemos —tomó sus cosas y antes de salir, giró su cabeza y le lanzó un beso al aire.
En cuanto la puerta se cerró, Dominic caminó hasta ella y apoyó la frente sobre la fría madera, al igual que las palmas de sus manos. Soltó un suspiro y abrió los ojos encontrándose con su miembro malditamente duro, no pudo evitar sonreírse.
*****
Al día siguiente, agarró las llaves de su deportivo y salió rumbo al departamento de Samantha. Hacía un frío del demonio, por lo que subió el cuello de su chaqueta para intentar abrigarse un poco. Los árboles desnudos oscilaban de un lado a otro, removiendo las pocas hojas que aún les quedaban. Dominic manejó por las calles con tranquilidad mientras se fijaba en que las personas que caminaban por las aceras, no se convertían más que en leves manchas.
Dobló hacia la derecha y se percató de que el lugar no se acercaba para nada a donde Samantha vivía antes. Los departamentos eran de muchos pisos, sin embargo, la ostentosidad que él vio, la noche que la fue a dejar, no resplandecía allí y eso le agrado. Se respiraba tranquilidad y sencillez, eso le sentó bien. Se bajó del auto e hizo sonar la alarma mientras caminaba hasta la entrada, cuando estuvo a punto de abrir la mampara se dio cuenta de que las puertas del elevador se separaban para dejarle a una Samantha vestida con unos jeans negros, chaqueta del mismo color, y tacones que realzaban su caminar haciéndola ver jodidamente elegante. Su cabello, iba sujeto en una coleta alta. Dominic entró.
Samantha no lo había visto todavía, se había dirigido directo hasta el conserje. Dominic se mordió el labio al ver como ese pantalón le marcaba las nalgas, entonces caminó hasta ella poniéndose detrás. Pegó los labios en su oreja y le susurró —Hola —Samantha dio un brinco.
—¡Maldición!, me asustaste —tenía los ojos abiertos y la mano empuñada sobre su pecho.
—También me ha encantado verte —se burló.
—Tonto —le agarró la chaqueta haciendo que Dominic se inclinara y lo besó. Se alejó de él, volteándose hacia el hombre detrás de la recepción —. Muchas gracias —él asintió.
Dominic entrelazó sus dedos con los de ella y dijo —Te ves preciosa.
—También tú —lo elogió con un guiño —. ¿Dónde iremos?
—Pues, ¿te gusta la comida hindú?
—Muchísimo.
—Perfecto entonces —abrió la puerta de vidrio, permitiéndole a Samantha salir primero —. Ese tipo de comida se ha vuelto mi adicción desde que viaje a la India.
—Yo la he comido en cenas de negocios, con Cameron. Es deliciosa.
—¿Verdad que sí?
Se metieron dentro del auto y la calefacción hizo que Samantha soltara un suspiro con deleite. El olor al cuero de la silla combinado con el perfume de Dominic, invadió cada rincón de su respingada nariz, haciendo que, sin querer, sonriera. El camino fue en un cómodo silencio, la suave música de fondo ayudaba a la atmósfera que se había creado entre ellos. Todo era tranquilidad.
Una vez estando en el restaurante, Dominic le ayudó a salir del auto y le pasó las llaves a un camarero que estaba en la entrada. La reservación había sido hecha, por lo que caminaron directo a la mesa mientras la llevaba afirmada de su baja espalda. Tomaron asiento y cuando ordenaron, Dominic se puso de pie.
—Vengo en un momento, se me olvidó pedir un vino.
—Está bien —aprovechando que Dominic no estaba, sacó su celular y comenzó a revisar algunos correos. La noche anterior no había alcanzado a responderlos todos y cuando se disponía a redactar uno, se fijó que unos zapatos se detenían frente a su mesa. Al levantar su vista, casi se le salió el corazón.
—Miren nada más a quien me vine a encontrar aquí —soltó con un tono irónico. Tenía las manos metidas en los bolsillos, la ceja alzada, su cabeza ladeada y una sonrisa socarrona.
—Doménico...
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