Capítulo 24


En cuanto la puerta se cerró fue acorralada entre la pared y el cuerpo febril de Dominic quien, no la dejó de besar en ningún momento, es más le dolían los labios, pero no le importaba con tal de seguir sintiendo los jadeos del pelinegro perderse en su boca. A ciegas, llevó las manos hasta el pecho de Dominic para comenzar a desabotonar su camisa, él soltó un gruñido cuando sintió los dedos de Samantha tocar su espalda. Bajo sus palmas, sintió como los músculos dorsales de Dominic se contraían ante su toque. Suspiró entre sus labios.

Deslizó sus manos hasta los hombros de la chica para luego posarlas en el cierre del vestido, a medida que iba bajándolo sus yemas acariciaban la tibia piel que recorría. El suave sonido fue como un estimulante para ambos, entonces este cayó al piso dejándola completamente desnuda. Dominic dio un paso hacia atrás para poder deleitarse con la imagen que proyectaba la desnudez de Samantha. Sus ojos negros se deslizaron desde aquellas pupilas dilatadas, hasta sus tacones. Maldita sea, se veía preciosa. Se sonrió fascinado, se acercó y una vez más, le devoró la boca entrelazando su lengua con la de ella, jugando con los dientes, ejerciendo presión en sus labios al tiempo que los mordía.

Dominic ni siquiera se había tomado la molestia de cerrar su pantalón puesto que, Samantha jugó con su miembro durante todo el jodido viaje, especialmente con las bolitas metálicas que tenía en la punta haciéndolo soltar varias maldiciones en voz baja. Su miembro jamás dejó de estar firme y dispuesto para ella. Es más, por cada apretón, más se erguía ansioso por estar dentro de ella. Por ese motivo, tenía el pantalón abierto, logrando que Samantha pudiese palpar el calor abrasador que le transmitía la dureza de Dominic.

Mientras sus lenguas jugaban, él se agachó, la tomó de las nalgas, e hizo que rodeara sus caderas con las piernas y allí, a unos escasos cincuenta centímetros de la puerta, comenzó a jugar con su centro deslizándose de arriba, abajo, logrando que su piercing la hiciera delirar.

Sin poder aguantar más, la comenzó a penetrar con esa lentitud que la volvía loca. Aquellos movimientos lograron que el pantalón cediera haciéndolo caer hasta sus tobillos, lo que realmente, poco le importaba.

Samantha se aferró a su espalda escondiendo su rostro en el cuello del pelinegro. Le succionó el lóbulo de la oreja, le pasó la lengua por el hombro, chupando su piel y dejando una marca en el lugar. Dominic se movía de adentro, afuera, perdiendo varias veces la sincronización debido a sus ganas por poseerla, por sacarle hasta la última gota de energía a ese cuerpo de infarto. Se extasió con su aroma a deseo, se embebió con sus gemidos guturales, alucinó cuando ella, levantó el rostro y le dejó ver esos ojos cargados de varios sentimientos de amor para con él. Estaba más allá de jodido cielo y sólo Dios sabía que, no deseaba volver.

Le apretó las nalgas y se introdujo aún más en su interior. El sentir como lo rodeaba lo hacía casi hiperventilar, porque nunca había tenido sexo sin protección más que con ella, siempre se resguardo, pero ahora todo eso se podía ir directo al carajo. Como había echado de menos ese tacto de piel contra su piel. Estando con ella y tenerla así, podía darse el lujo de olvidarse del puto condón.

De hacerla gozar, y de disfrutar él. Gruñó al imaginarse todo lo que se les venía por delante. Jodido pervertido. No obstante, por fin podrían estar juntos sin las barreras de terceros, tan solo ellos dos, dos cuerpos envueltos en sudor, dejándose llevar por la pasión del otro, gimiendo a su antojo, besándose con alevosía, palpando la unión de sus cuerpos y sintiendo el aroma que desprendía de su excitación desbordante.

Dominic poco a poco se detuvo, se salió de su interior y la deslizó por su torso, deleitándose por la fricción que hacía su piel contra la suya, hasta que ella puso los pies sobre el suelo. Con un gesto con su dedo, hizo que Samantha se girara hasta quedar mirando la pared. Le echó el cabello hacia el hombro izquierdo para dejarle un beso, le tomó la cadera con una mano mientras que se pasaba la lengua por la palma de la otra, le dio un azote que resonó en cada rincón del departamento y se perdió entre sus pliegues empapados haciéndolos jadear a ambos. Samantha echó la cabeza hacia atrás apoyándola en el hombro de él que, no dejaba de jugar con su centro vibrante y deseoso de cada caricia.

Dominic le pasó la lengua por la mejilla e hizo que ella girara su rostro para darle un beso perdiendo la lengua en su boca. Los movimientos eran fluidos gracias a sus esencias mezcladas, el sonido de las embestidas era un afrodisiaco que los hacía perderse en aquel vórtice de lujuria y desenfreno. La mano que estaba entre las piernas de Samantha, viajó por su vientre hasta situarse sobre su seno, allí, pellizcó el pezón endurecido de la chica logrando que ella soltara un gemido que nació desde lo más profundo de su garganta. Entonces, separó sus bocas y bajó la cabeza haciendo que su espalda se separara del torso de Dominic y alzó un poco más las nalgas, deseaba sentirlo más adentro, deseaba que cada embestida fuese aún más profunda. Sus manos se habían empuñado sobre la pared.

Dominic miró hacia abajo, no pudo evitar morderse el labio ante aquella imagen. Su miembro, entraba y salía de ella perdiéndose en el fondo de su intimidad. Su dureza resplandecía por su excitación y cada vez se endurecía más al observar como los glúteos de ella golpeaban su pelvis. ¡Santa mierda! Era la mejor imagen en mucho, mucho tiempo y esperaba que no fuese la última, porque sabía, desde que la vio por primera vez, que Samantha era una jodida femme fatale cuando de sexo se trataba y maldita sea que no se había equivocado.

Aquella noche, en cuanto sus ojos verdes se cruzaron con los suyos en el club, descubrió en ellos aquella lujuria que escondía en su ser, esperando por alguien que la hiciera florecer para así poder disfrutar plenamente, sin barreras, ni tapujos, del sexo. Un sexo que solo Dominic había podido descubrir y saborear como un poseso en busca de más. Deslizó sus yemas por la espalda, perlada en sudor, de ella, erizándole de paso todos los vellos de su cuerpo. Estaba en el jodido más allá y una vez más, no deseaba volver. Maldita sea que, no.

—Dominic... —giró un poco la cabeza y lo miró entre sus cabellos oscuros —, me voy... —apretó los ojos.

—Entonces vámonos juntos nena, porque estoy a punto de correrme también —gruñó sobre su hombro.

Volvió a llevar la mano hasta el centro de Samantha, creó unos círculos enloquecedores en todo el contorno de él al tiempo que lo apretaba con suavidad. En ese momento, sintió su miembro atrapado entre los pliegues de ella y literalmente se fue al jodido carajo, expulsando con vehemencia su esencia dentro de ella y reclamándola como suya. A pesar de los espasmos que le produjeron ese clímax tan intenso, puso la mano sobre la de Samantha y entrelazó los dedos con los de ella al tiempo que le daba un beso en la cabeza, mientras intentaba recomponer el aliento. El cuerpo de Samantha todavía daba leves sacudidas gracias al devastador orgasmo que acababa de tener.

—No sabes cuánto te amo, maldita morena de infarto —le gruñó con los labios pegados a su cabello. Ella se rio.

—Yo también te amo, jodido pelinegro —Dominic se carcajeó removiéndole varias hebras —. Tu piercing... —gimió al tiempo que se relamía los labios —. Mierda, ese jodido adorno hace maravillas —sacó a Dominic de su interior y el movimiento los hizo jadear a ambos. Se puso frente a él mirando directo su falo palpitante —. Nunca lo había hecho con alguien que tuviese uno —lo miró. Sin embargo, vio como él se ponía serio de repente. Samantha achicó los ojos con desconfianza —. ¿Tú si habías utilizado ese piercing con alguien más? —Dominic apretó los labios con una risa contenida.

—No... —respondió arrastrando la negativa a la vez que movía su cabeza.

—¡Eres un mentiroso! —le dio un puñete en el pecho —. ¡Si lo has hecho, tus jodidos hoyuelos te delatan! ¡Estás a punto de reírte!

—¡Que, no! —la tomó de la cintura pegándola a su cuerpo. Le sacó el cabello del rostro —. Me hice el piercing pensando en ti —Samantha al tener sus ojos entornados, hacía que su color se viese de una sola línea amenazante. No le creía ni un carajo.

—Eres un maldito cursi-mentiroso —le besó la barbilla —. Será mejor que cambiemos de tema, no quiero ni imaginar lo que hiciste con él —bufó con un soplido.

—Nena, si alguna vez lo utilicé, fue con preservativo. Por lo que no sentí nunca el placer que contigo sí.

—¡¿Ves?! Si lo tení...

Antes de que pudiese terminar con su reclamo, ahogó un grito ante el repentino movimiento del pelinegro y al ver, de repente, todo al revés. Dominic la había pillado desprevenida y la había cargado sobre el hombro. Él le dio una nalgada logrando que ella soltara un alarido mezclado con una risa. Fue directo a su habitación, quería hacerle el amor, otra vez. El roce del cabello de Samantha sobre su espalda le daba cosquillas y antes de lanzarla a la cama, le dio un mordisco en la nalga, haciendo que ella le diera un azote en la suya.

Cayeron juntos sobre el edredón, con él, quedando sobre Samantha. Le tomó el rostro entre las manos, acariciándole con los pulgares sus mejillas enrojecidas y calientes. Miró con los párpados entornados sus labios hinchados por los besos dados y no pudo evitar absorber su tibio aliento. Junto su nariz a la de ella. Todavía se le hacía increíble que Samantha hubiese ido a buscarlo al club, que le hubiese pedido hacerle un oral en el auto y más aún, tenerla allí, junto a él, debajo de su cuerpo, y escuchando los latidos irregulares de su corazón que intentaba recobrar la calma. Sí, pensó en volver a encontrarla, no obstante, creyó que sería él quien la buscase. Que grata sorpresa le dio al ser ella quien lo hiciera primero. Echó su cabeza hacia atrás al tiempo que cerraba los ojos y se mordía el labio con una sonrisa.

—¡Maldito seas! Deja de reírte de esa manera —Dominic abrió los ojos y la observó.

—¿Por qué?

—Porque me matan esos hoyuelos que tienes —le dijo a la vez que levantaba la cabeza para darle un beso en los labios.

—A mí me matas tú, entera —escondió la cabeza en su cuello y aspiró la fragancia que desprendía el cuerpo de ella. ¿Cómo podía ser posible que se amara de esa forma? No lo sabía, pero ese sentimiento era tan intenso que su cabeza daba vueltas. Le dio un beso en la punta de la nariz.

Y de repente se puso de pie con los ojos entornados y comenzó a escrutarla en silencio. Samantha sintió un escalofrío que fue como una caricia para su cuerpo hambriento de él. La intensa mirada de Dominic dibujó cada línea de su piel expuesta, los vellos de Samantha se erizaron al observar como él la recorría, parecía un depredador analizando los movimientos de su caza, viendo desde dónde y cómo atacar. Como él se mordía el labio mientras grababa cada centímetro de ella. Samantha ardía por dentro, temía hacer erupción en cualquier momento por aquel calor incandescente que se situó entre sus piernas al percatarse que, gracias al crepúsculo que se filtraba por el ventanal, la desnudez de Dominic resplandecía haciéndolo ver elegantemente viril y creando una atmósfera deliciosa para la vista. Jodido hombre. Había logrado crear un momento demasiado íntimo e intenso.

Entonces, su respiración se fue cuando Dominic sonrió al tiempo que ponía la rodilla sobre el edredón bajo su atenta y deseosa mirada. Le agarró un tobillo, jalándola hacia él, logrando que el cabello de Samantha se esparciera sobre la cama. El gemido ahogado de Samantha lo hicieron tragar saliva antes de relamer sus labios para hundir la cabeza entre sus piernas. Primero, comenzó besándole el interior del muslo, la respiración de Dominic provocó en Samantha un cosquilleo exquisito y no pudo evitar suspirar al sentir como sus labios ascendían dejando un camino de besos y lamidas pasionales a su paso.

El cabello de Dominic cubría levemente sus ojos negros, sin embargo, Samantha podía ver cómo sus pupilas se dilataban por cada milímetro de piel que subía. Echó la cabeza hacia atrás cuando su intimidad fue víctima de un soplido avasallador. Sus dedos temblorosos arañaron el edredón antes de apretarlo en sus puños. Dominic percibió que ella, por impulso, quería cerrar sus piernas, por eso las bloqueó con sus brazos dejando las palmas debajo de sus nalgas.

La lengua de Dominic dio el primer azote en su centro, ella se estremeció a tal punto que los dedos de sus pies se separaron por el impacto que le produjo aquel roce. Levantó la vista, y se dio cuenta de que estaba siendo espectador de una escena que nunca se borraría de su mente. Samantha estaba con los brazos por sobre su cabeza con una expresión deseosa y una sonrisa en los labios, su vientre estaba contraído y sus senos subían y bajaban por su respiración acelerada. En aquel momento, ella abrió los ojos y lo miró. Una de sus manos bajó hasta posarse sobre su cabeza para incitarlo a que continuara y Dominic, así lo hizo. Sin embargo, no despegó sus orbes de ella y el verde de sus ojos combinado con su calentura, se le antojo a un fuego verde musgo.

Malditamente precioso...

Su lengua hizo que la sangre de Samantha hirviera en sus venas, Dominic apretó sus nalgas e incitó a que comenzara con el movimiento de sus caderas. Las suaves lamidas crearon una bola en el centro de su entrepierna y con un grito llegó al orgasmo. Antes de tan siquiera poder respirar, Dominic estaba sobre ella haciendo una fricción arrebatadora con su piercing sobre su centro sensible. Su necesidad por estar dentro de ella iba en aumento con cada caricia y roce de su miembro entre sus pliegues. Su boca buscó el pezón de Samantha y cuando lo encontró, lo succionó al tiempo que comenzaba a penetrarla, fue tan intenso el momento que no pudo evitar morderlo.

Dominic se estremeció cuando Samantha le empujó la cabeza sobre su seno animándolo a continuar. Poco a poco, sus cuerpos comenzaron a moverse con frenesí. Las piernas de Samantha envolvieron las caderas del pelinegro hundiéndolo más en su interior. Antes de soltar el pezón de la chica, lo apretó entre sus labios y creó un jodido sonido perturbadoramente sensual. Dominic subió la cabeza y chupó el labio inferior de Samantha antes de perder la lengua en su boca.

Ya comenzaban a respirar con un poco de dificultad debido a los meneos de sus caderas chocando una contra la otra, produciendo un sonido que era como un maldito narcótico erotizante para sus tímpanos. Cuando dejó libre de juegos sexuales la boca de ella, Dominic enterró el rostro en el cuello de Samantha y aspiró su aroma, maldita sea, toda ella olía a frescura mezclada con excitación que le desbarataban los sentidos. Lamió una gota de sudor que rodaba detrás de su oreja al tiempo que comenzaba a dar suaves besos profundos por su rostro.

—Samantha... —susurró casi agónico a milímetros de sus labios.

Sus cuerpos estaban fundidos moviéndose a un ritmo alucinante. Samantha llevó las manos hasta las nalgas de Dominic al tiempo que echaba su cabeza hacia atrás dejando libre acceso para que él mordiera su cuello arrastrando los dientes hasta su mentón para succionarlo. El cuerpo de Dominic comenzó a temblar y las penetraciones se volvieron más intensas, haciendo que Samantha palpara bajo las palmas de sus manos como los glúteos de Dominic se contraían por las embestidas y antes de dejarse llevar, le susurró al oído un: "Te amo"

Lo que desencadenó que el cuerpo de Dominic experimentara un escalofrío que le recorrió desde el centro de su pecho, atravesando su vientre para luego explotar en la intimidad de Samantha, quien, a su vez, lo atrapaba mientras gritaba su nombre. El clímax los arrastró a una oleada de placer que se extendió en cada rincón de sus cuerpos haciéndolos vibrar y jadear exhaustos.

Samantha jamás había experimentado un sentimiento tan dantesco como el que acababa de palpar. Cada caricia, cada palabra susurrada al oído, cada beso, cada momento vivido junto a él, se metieron bajo su piel haciéndola llorar de emoción. El amor que sentía por Dominic, no se comparaba con lo que alguna vez creyó sentir por Doménico. Esto iba más allá de todo razonamiento, porque cuando estaba junto a él perdía la noción de todo su entorno, excepto de Dominic, esa calidez que se alojó en su corazón superaba todo lo que alguna vez ella sintió.

Dominic estaba sobre su cuerpo con los ojos cerrados y una sonrisa dibujada en su rostro, su tibio aliento daba de lleno sobre su pecho. Los dedos de Samantha acariciaron los cabellos negros de Dominic y este al tener el oído sobre su corazón, escuchó un suave e imperceptible gemido proveniente desde su garganta. Al levantar el rostro, se dio cuenta de que las mejillas de Samantha estaban húmedas por sus lágrimas, inmediatamente se incorporó.

—¿Estás bien? —preguntó preocupado.

—Lo estoy.

—¿Por qué lloras? —ella intentó sonreír, pero lo que le salió fue un puchero —. Nena, ¿qué pasa?

—Pasa que te amo —cerró los ojos al sentir los dedos de Dominic sobre su pómulo —. Pasa que te juro, que nunca había sentido esto con nadie. Lo que siento hacia a ti es tan intenso que a veces me da miedo. Todo ha sucedido tan rápido que se me hace mentira estar así contigo.

—Es lo mismo que siento yo. Sin embargo, sé que lo que ambos sentimos es demasiado tangible. No tengo duda de ello —le dio un beso sobre el pecho, calentándolo, tranquilizándola.

—Ni yo —hubo un momento de silencio, hasta que Dominic decidió romperlo.

—No hemos tenido tiempo de hablar —levantó el rostro.

—Lo sé —se sonrió.

—¿Has arreglado tu situación con él? ­—se sintió extraño al hacer la pregunta, pero sabía que no podían posponer por más tiempo esa conversación. Antes de separarse un poco de ella, le dio un beso en los labios y se recostó a su lado, apoyando la cabeza sobre su mano.

Samantha se giró hacia su costado derecho quedando frente a él y soltó un suspiro al tiempo que dejaba descansar su cabeza sobre su brazo doblado. Se miraron por largos segundos, Dominic no había dejado de pasar las yemas de sus dedos por su cintura y cadera, hasta llegar a sus hombros. No temía lo que ella tuviese que decirle, porque estaba seguro que lo que había tenido con el pelirrojo había quedado zanjado por el simple hecho de que ella lo fue a buscar, por el simple hecho de que ella se entregó sin restricciones a él, por el simple hecho de que, le dijo que lo amaba.

—No lo podía postergar más, por eso viaje a Nueva Jersey —se sonrió sin ganas —. Es un poco incómodo para mí hablar de esto contigo.

—Pero, quiero que me cuentes que pasó —Samantha respiró una bocanada de aire.

—Lo encontré en ese club que vimos aquella vez —sus ojos viajaron hacia un punto inespecífico —. Lo encaré, le dije todo lo que tenía para decirle y... —se calló.

—Por favor, continúa —suplicó.

—He terminado con él —lo miró directo a los ojos y vio el alivio en ellos —. Me mudé del penthouse el mismo día que volví. Todo se acabó, Dominic —le pasó la mano por la mejilla —. No podía seguir estando con alguien que me engañó, tampoco podía seguir con él porque después de que te fuiste, después de que leí tu correo, me di cuenta que fui una estúpida al dejarte ir, porque ese mismo día me di cuenta que estaba enamorada de ti —escuchó el suspiro de Dominic.

—No sé cómo pasó —comenzó —. Has entrado como un torbellino en mi vida, pero en cuanto te vi, supe que no iba a dejarte ir. Cuando vi cómo él se follaba a Carolina en aquella habitación de vidrio, me dije que no te valoraba como yo sí podía hacerlo y no solo en lo sexual, Samantha —se sinceró —. Quería que viera como se le trataba a una mujer como tú, ya estaba loco por ti y sí, amor, el hecho de que tuviésemos sexo los cuatro en la misma habitación fue para demostrarle que no había descubierto hasta donde tú podías llegar.

—¿Lo planeaste? —preguntó tranquila. Dominic hizo una mueca y asintió.

—Lo hice —le tomó la mano y le besó la palma —. Ya te amaba, mierda, creo que te amo desde que casi te atropellé —ambos se rieron —. Estabas horrorosa ese día.

—¡Oye! —le dio una palmada en el pecho.

—Es verdad, tu cabello estaba hecho una mierda, ibas con el zapato en tu mano y no creas que no te escuché cuando me gritaste: "Imbécil" —recordó ese día con una sonrisa —. Sin embargo, en cuanto vi tu cara enrojecida, te encontré la mujer más preciosa de mi puta vida y ese mismo día te vi en ese restaurante, me quería echar a reír. El maldito destino nos estaba juntando. Pude percibir la tensión de tu cuerpo, estabas inquieta y aunque suene enfermo, eso me fascinó.

—Claro que es enfermo —murmuró con los labios fruncidos.

—Cuando vi a Joanne sentarse junto a ti, me dije: "Que pequeño es este maldito mundo. ¿En algún momento la conoceré?" —se encogió de hombros —. Hasta aquella noche, cuando llegaste de la mano de ese tipo al club. Maldita sea, no pude amar más mi jodida buena suerte y por supuesto, no dudé ni un segundo en acercarme a ti.

—Entonces yo era tu presa —afirmó.

—No nena, eras la persona con quien deseaba y deseo estar, para siempre.

Se puso sobre ella atrayéndola hacia su cuerpo, en ese momento escuchó el repiqueteo de la lluvia sobre su ventana y antes de darle un beso le se puso de pie. Samantha lo observó con una ceja alzada. Dominic había tomado una manta al tiempo que le extendió la mano, a lo que ella no dudo en tomarla y juntos caminaron hasta el balcón, desnudos. La llovizna era fina y el cuerpo de Samantha experimentó un escalofrío al sentir el viento en su piel, sin embargo, el cuerpo de Dominic junto a la manta, la cubrieron haciéndola entrar en calor, un exquisito calor.

Ella miró la ciudad, los autos corrían por las calles y a las pocas personas que todavía deambulaban por las aceras. El torso del pelinegro la tenían a una temperatura reconfortante y ella se permitió cerrar los ojos para disfrutar de ese momento.

Le sentaba bien estar con él, además que Dominic le acababa de hablar con toda sinceridad. ¿Qué más podía pedir? Estaba enamorada y jodida, tal cual una adolescente recién descubriendo el amor. Sentía esas mariposas revoloteando enloquecidas en medio de su estómago, se sonrió. Dominic la apretó contra su pecho y ella pudo palpar, en su espalda, los latidos de él. Eran acompasados y profundos, al igual que su respiración que daba de lleno sobre su cabeza. Entrelazó sus dedos con los de él y juntos miraron como se comenzaban a asomar los primeros rayos del sol. Era su primera de muchas noches juntos. Todo se veía y percibía tranquilo. Sin embargo, lo que ellos no sabían que toda esa calma pronto se vería interrumpida.

Todavía les quedaba un obstáculo y sólo dependería de ambos poder superarlo... 

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