Capítulo 23
Faltaban pocos minutos para que Samantha saliera hacia el aeropuerto, justo en el momento que ella se terminaba de abotonar la chaqueta, su celular comenzó a sonar. Se pasó la mano por el cabello mientras caminaba hasta la cama donde reposaba el aparato. Puso los ojos en blanco al ver el número en la pantalla. Amor. Diablos, tendría que eliminar al susodicho o definitivamente cambiar de número, porque al parecer el pelirrojo no había dormido en toda la noche, ya que no había dejado de intentar comunicarse con ella. Sobre todo, después de que, por error, ella le contestara la primera llamada. Samantha fastidiada de tanta insistencia, lo terminó apagando. No le interesaba tener ningún tipo de interacción más con él, ya le había dicho todo lo que se merecía, por ende, entre ellos, ya no quedaba nada más que hablar. Se pasó la mano por el rostro.
Cuando había llegado del club, de inmediato se había metido a bañar. Todavía le temblaba un poco el cuerpo después de semejante encontrón que había tenido con el pelirrojo. En cuanto reposó la cabeza en la almohada, lista para dormir, sintió la vibración de su celular. Giró su cabeza hasta la pared que era adornada por un enorme reloj y al mirar la hora se percató que eran casi las cuatro de la madrugada. Sin siquiera ver de quien se trataba, deslizó el dedo por la pantalla y contestó, lo que fue un error garrafal, porque del otro lado de la línea estaba el pelirrojo dispuesto a decirle de todo, y ella, por supuesto que no se lo esperaba, por eso quedó de una pieza cuando lo primero que escuchó fue...
—¡Maldita zorra! —Samantha se sentó de inmediato sobre el colchón —. Te fuiste dejándome con la maldita palabra en la boca —sin embargo, salió de su impresión de inmediato.
—Me importa un carajo, puesto que era yo quien debía ponerte en tu sitió de una buena vez.
—¡Claro!, seguramente ahora estás con ese bastardo, ¿no?
—Y si así fuera, ¿qué te importa?, ¡ya no eres parte de mi vida!
—Ni creas que me voy a conformar con que me hayas dejado, ¡¿me escuchaste?!
—Doménico, de verdad, déjame en paz.
—Sam, yo te quiero —ella abrió los ojos y de un solo salto se puso de pie —. Esto...
—¡No te atrevas a decir que me quieres! —gritó a la vez que comenzaba a pasearse por la habitación.
—¡Es verdad! Amor, escucha...
—¿Amor?, ¡qué burdo suena eso en tu boca! —resopló —. ¿Qué otra mentira me dirás? ¡Solo falta que te atrevas a decirme que también fue un puto sueño todo lo que vi! —bufó harta de tanta falsedad —. Lamentablemente, yo dejé de quererte el mismo día en que te oí como follabas con otra —hizo crujir su mandíbula —. Además, ¡me acabas de llamar otra vez zorra!, ¿quién demonios te crees que eres?, ¿eh?
—Fue un error, no debí decir eso —silencio —. Lo que pasó en el club fu...
—Ya te dije que me importa una mierda lo que hagas con tu vida, porque ya no estamos juntos —dijo con la seriedad de un latigazo en pleno rostro.
—No puedes dejarme así. No me conformaré con ver como lo nuestro se me va de las manos.
—Pues yo tan solo me conformo con no volver a verte en lo que me queda de vida —escuchó el silencio a través de la línea —. Si sigues ahí, te digo que, solo te bastó con ir una sola vez a ese club para que lo que alguna vez tuvimos, se fuera directo al infierno. Adiós.
Sacudió la cabeza cuando volvió a la realidad, se había por fin desprendido de esa relación que tan mal terminó. Sí, no podía negar que vivió momentos increíbles. Sin embargo, los tropezones que habían tenido a lo largo de ella, habían sido más que los momentos buenos. Siempre prefirió su trabajo en el bufete, siempre tenía algo pendiente y muchas veces salía más de viaje del tiempo que pasaba con ella. Samantha lo supo entender, lo apoyaba e incluso le ayudó en algunas ocasiones, pero, ¿cómo mierda se puede construir una relación con una base tan frágil? A la primera desavenencia todo se resquebrajó logrando que Doménico la engañara.
No habían tenido lo fundamental de una pareja, la comunicación. Porque si, Samantha sentía que tenían esa confianza y eso era precisamente lo que los había llevado hasta el intercambio de pareja, pero, ¿después?, todo quedó suspendido en el aire. Todo se redujo a celos, discusión, gritos, soledad, engaño y termino de una relación que duró tres años. Por, sobre todo, que ella le perdió el respeto como hombre, y el amor que alguna vez sintió por él se esfumó como el puto humo.
¿Qué habrá sido lo que en realidad motivó al pelirrojo a ir a un club de intercambio?, ¿su enojo con ella?, ¿quería vengarse de algún modo?, ¿adrenalina?, ¿placer? Samantha no lo sabía con exactitud, pero realmente ya no le importaba demasiado. Ya había cerrado ese capítulo de su vida para siempre, y, además, porque ahora tenía otra cosa en mente y de solo pensarlo se sonrió como una boba. Porque si, su mente perversa había comenzado a deleitarse con su reencuentro con Dominic.
Salió de la habitación hacia el elevador al tiempo que acomodaba el bolso sobre su hombro. Su viaje de vuelta a Nueva York había sido sin ningún contratiempo y se largó de Nueva Jersey sin mirar atrás. Ya cuando estuvo al interior del penthouse, lo primero que hizo fue llamar a una inmobiliaria para buscar un nuevo hogar. ¡Ni de chiste se quedaba a pasar una noche más en ese lugar!, porque tenía el presentimiento que Doménico podría llegar en cualquier momento y no quería verle la cara cuando eso pasara. Y no se iba porque él se lo gritó, sino porque tenía dignidad y no estaba dispuesta a quedarse en un lugar que ella no compró.
Cuando ya tuvo la certeza de donde viviría a partir de ese momento, comenzó a empacar todas sus pertenencias. Miró por última vez el que fue su refugio por dos años, no podía no dejar de sentir tristeza por cómo había acabado todo, pero lo hecho, hecho estaba y las heridas infringidas ya estaban curadas. Tampoco fue que le haya costado demasiado, porque después de recibir ese mensaje por parte del pelirrojo, se dio cuenta de que nunca más podría confiar en la palabra de Doménico. Él se había hecho cargo de cavar su propia tumba. Miró las llaves que tenía sobre su palma, las cerró en un puño y las tiró sobre la mesa antes de cerrar la puerta, por fuera.
Todo se acabó y no se regocijaba, porque por muy estúpido que sonara ella todavía le tenía cierto aprecio a Doménico, ¡fue su primer amor!, sin embargo, no era el último. Porque los latidos desbocados que tenía en su pecho gracias a ese calor ansioso, la hacían querer ponerse a correr por todas las calles de la ciudad en busca de Dominic. ¡Que tonta fue al no pedirle su número! Pero estaba segura que, si iba hasta el club, lo encontraría.
Mientras metía las maletas dentro del taxi, se quiso reír. Fue a terminar una relación a un jodido club de intercambio y ahora, iría por el hombre del que se había enamorado, ¿dónde?, ¡a un jodido club de intercambio! Subió la cabeza y esa fue la última vez que vio el enorme ventanal de lo que alguna vez fue, su casa.
****
Dos semanas se pasaban rápido, sin embargo, los putos días, las jodidas horas, los malditos minutos y los condenados segundos, se le habían hecho una eternidad. Todavía más al no saber el rumbo que había tomado ella, porque sí, no había dejado de pensarla desde el instante que abandonó la agencia. Esperaba que Samantha hubiese leído lo que le dejó en el correo. No obstante, se arrepentía de haber actuado tan impulsivamente porque le abrió más que su corazón, le permitió ver a través del espejo de su alma y eso le daba temor, porque no sabía qué era lo que en realidad sentía ella hacia él.
Esa noche, necesitaba dispersar su mente, dejarla libre de pensamientos que le consumían las entrañas. Mientras se miraba en el espejo, se echó perfume. Sin embargo, y por más que no quisiera, su mente vagó a otro lugar, a otro momento de su vida. Hacia aquella habitación adornada con un enorme espejo, se sonrió con aquel brillo lobuno que transmitían sus negros ojos cada vez que pensaba en Samantha. Se mordió el labio al tiempo que se pasaba la mano por el cuello y quiso cerrar los ojos, pero si lo hacía sería peor. Él solo había creado un ambiente candente dentro de su habitación, pero no estaba dispuesto a autocomplacerse otra vez pensando en ella y susurrando su nombre mientras se corría en su mano.
Miró hacia otro lado, pero en fracción de segundos volvió la vista a su reflejo. Acercó su rostro, dándose cuenta que sus pupilas estaban dilatadas, se pegó unas leves bofetadas en las mejillas y salió de su habitación, eso era lo mejor. Porque si se quedaba un segundo más en esas cuatro paredes, comenzaría a romperse el cráneo pensando en que ella podría haber vuelto con el estúpido ese. Gruñó molesto porque una vez más su imaginación le estaba jugando una mala pasada.
En el camino hacia la salida agarró su chaqueta. ¿Su destino esa noche?, ir a Dolce Capriccio. No iba con ninguna pretensión de intercambiar, es más, se pondría la pulsera rosada para dar a entender que no quería ninguna interacción sexual con nadie. Se sonrió con el labio atrapado entre sus dientes. Rosada, como sus labios.
Manejó hasta el club, y ya una vez dentro se fue directo a la barra. Había varios conocidos y más de alguno se acercó hasta él para platicar, así también como varios se le acercaron a preguntarle porque llevaba aquella pulsera ya que era muy extraño, puesto que él era un tipo que destilaba lujuria por cada poro de su piel y cuando iba a ese lugar no era a otra cosa más que a intercambiar. ¿Su respuesta? "Está noche, ni ninguna otra me interesa intercambiar". Respondía sin mayores detalles. Se caracterizaba por ser muy escueto y a veces hasta cortante, pero no dejaba de ser diplomático ante los curiosos.
Se encontraba platicando entre dos mujeres y un hombre, incluyéndolo a él, y mientras bebía un sorbo de si whisky algo pasó, algo inexplicable que lo hizo ponerse alerta, que hizo que su espalda experimentara la sensación de un escalofrío que lo recorrió de pies a cabeza al tiempo que su pulso se aceleraba haciendo que, por reflejo, dejara el vaso sobre la superficie. Sin embargo, aquella sensación sólo la había vivido con una persona, pero... No era posible, porque no tenían como...
Cuando entró al club estuvo a punto de devolverse y, ¿sino estaba allí? Ella se había arriesgado a ponerse la pulsera verde, porque en algún momento estaba segura que sí, que lo más probable era que estuviese al interior de club. Caminó a paso cauteloso por el pasillo, escondiendo con sutileza su muñeca porque obviamente no le interesaba intercambiar con otro que no fuera él. Las luces multicolores dieron de lleno en su rostro, sus tímpanos se llenaron con aquella música, y sus fosas nasales respiraron el aroma conocido del lugar.
Miró en derredor hasta que sus ojos lo captaron. Allí estaba él, sonriendo, conversando, bebiendo. Se veía tan natural, como si de un pez dentro del agua se tratase. Sin lugar a duda ese era su mundo. En un momento, pensó que, a lo mejor, se iría a intercambiar con alguno de ellos, por eso fijó sus ojos en las muñecas de él, dándose cuenta, con una sonrisa, que no. Esa noche, no estaba disponible.
Entonces, sin quitarle los ojos de encima se fue acercando y se percató que el cuerpo del pelinegro se puso rígido, eso hizo que ella se mordiera el labio ansiosa, ¿se había dado cuenta de su presencia? Así que, cuando estuvo detrás de él, respiró la fragancia que ella tanto había echado de menos, puso sus labios, casi tocándole el lóbulo, con los ojos cerrados y con el pulso latiéndole a mil por segundo, dijo.
—Veo que llevas la pulsera rosada —le susurraron al oído, los vellos de su cuerpo se erizaron al oír aquella voz —. Entonces, no podrá ser posible que nuestro intercambio se haga, ¿verdad?
De inmediato se giró clavando sus ojos en ella. Allí, a unos escasos treinta centímetros, se encontraba Samantha. Sus ojos verdes tenían algo distinto en la mirada, un brillo intenso, desconocido para él quien solía decir que, conocía a las mujeres casi tanto como la palma de su mano. En esta ocasión esa frase se podía ir directo por el caño porque por primera vez, no podía descifrar lo que las pupilas de Samantha querían transmitirle. La miró en silencio, recorrió su rostro, su cuello descubierto, dándose cuenta que este latía detrás de su oreja. Se fijó que Samantha sostenía su cartera de mano con un poco más de fuerza que la requerida. Estaba nerviosa, tal vez, hasta un poco insegura. Cuando subió su vista, se dio cuenta de que ella lo seguía escrutando fijamente.
—Entonces, he de suponer que tendré que buscar a otro swinger —dijo con una sonrisa traviesa en los labios. Esas simples palabras lo hicieron salir del asombro que le provocó el verla allí.
—No cariño, tú no necesitas a nadie más que no sea yo —la tomó de las caderas acercándola a su cuerpo, entre sus piernas —. Te ves preciosa esta noche.
Dicho eso, levantó la mano para tocarle los labios con las yemas de sus fríos dedos. Afirmó su nuca y la besó. El sabor de su boca era con el que él había soñado desde que dejó de trabajar con ella. El aroma de su piel le bastaba para llenar todos sus sentidos. Ese beso que estaban compartiendo, no era igual al último que se habían dado en la oficina de ella. Este tenía una mezcla potente de sensaciones. Anhelo, deseo, desenfreno, y la respuesta que había quedado en el aire hacía dos semanas atrás, eso fue todo para saber lo que Dominic tanto había esperado.
Samantha, le pertenecía...
Samantha le atrapó la lengua succionando de ella, lo que provocó un ronco gruñido proveniente de la garganta de Dominic, quien puso la mano sobre el centro del pecho de Samantha. Se pudo percatar de que su corazón estaba a punto de salirse de su sitio. Al igual que el de él, pero eso no le impidió besarla con aquella pasión desbordante que alojaba en su ser, a la espera de que ella apareciera. Sus lenguas creaban círculos alrededor de la otra, se acariciaban y degustaban el sabor embriagante del otro. Con aquellos roces estaban anticipando lo que pronto vendría.
—Aun después de todo este tiempo, sentí escalofríos en mi columna —susurró sobre la boca de Samantha. Ella mantenía los ojos cerrados, escuchando el tono cautivante de su voz enronquecida —. Quiero tocarte... —murmuró con los labios puestos sobre su cuello.
—Entonces hazlo... —suplicó en un gemido.
—Solo toma lo que quieras de mí y déjame mimarte.
—Dominic... —echó su cabeza hacia un costado para darle acceso a que él besara esa parte de su cuerpo —. Lo tuyo son las canciones, ¿eh?
—Nena, tú eres la que me provoca todo esto —deslizó la lengua por toda la curvatura de aquella piel erizada. ¡Dios!, como amaba su aroma.
—¿Por qué no nos vamos de aquí? —sintió como los labios de Dominic se curvaban sobre su cuello, lo que le provocó unas cosquillas que llegaron hasta su entrepierna.
—Será lo mejor.
Se puso de pie y sin soltar su mano caminaron entre las personas que había en el interior del club. Cuando estuvieron en la acera, Dominic abrió la puerta de copiloto e hizo entrar a Samantha. No podía negar que estaba muy nerviosa. Sin embargo, al encontrarse en el calor reconfortante del auto, se le vino algo en mente, entonces sonrió porque nunca lo había hecho y se le antojaba demasiado probar eso con Dominic, quien, en ese momento, entraba junto a ella.
Manejó sin soltar la mano de Samantha, como temiendo que todo se tratase de un sueño, pero no era así. Ella estaba allí a su lado, apretando sus dedos. No obstante, cuando Samantha lo soltó la miró de inmediato, pero se sorprendió al ver el brillo febril que le transmitía la mirada gatuna de Samantha. Volvió a mirar al frente mientras conducía por la autopista, pero pronto dio un respingo al percibir la mano de la chica sobre su pantalón, entre sus piernas.
—¿No te pudiste aguantar?, ¿eh? —preguntó con una sonrisa burlona.
—Es que... —se mordió el labio —, tengo una fantasía contigo —Dominic la observó por el rabillo del ojo y su miembro rápidamente se endureció por el toque de Samantha.
—¿Cuál sería? —preguntó al tiempo que abría un poco más las piernas dejándole libre acceso.
—Te quiero hacerte sexo oral, mientras conduces.
Y sin darle tiempo de responder, puso su índice sobre el cierre mientras se soltaba el cinturón de seguridad, y lo bajó haciendo que este hiciera un suave sonido que caló los huesos del pelinegro. Sin embargo, comenzó a sonreír ante la osadía de la chica haciendo que sus hoyuelos se marcaran. Con un juego de dedos abrió el botón y al no llevar bóxer, su miembro salió hacia el exterior de inmediato. Sin embargo, algo pasó, algo llamó la atención de Samantha, quien, frunció el ceño al ver que, en la punta de su falo orgullosamente erguido, algo brillaba. Entornó los ojos y preguntó.
—¿Qué tienes ahí? —tocó con la yema de sus dedos.
—Es un piercing —contestó con una sonrisa.
—¡Mierda!, ¡tienes un piercing! —Dominic ante el asombro en la voz y reacción de Samantha, soltó una carcajada —. ¿Por qué carajo tienes un piercing en la punta de tu miembro? —preguntó sin dejar de ver las bolitas metálicas que sobresalían de un extremo a otro, estaba como hipnotizada.
—Para darte placer —contestó con un gemido porque Samantha no dejaba de acariciarlo.
—No... —tragó saliva —. ¿Sabes qué?, lo siento, pero no te haré sexo oral.
—¡¿Qué?!, ¿por qué? —en fracción de segundo fijó su vista en ella, reduciendo la velocidad.
—No pienso en correr el riesgo de atragantarme con eso —la carcajada que brotó de los labios de Dominic, hizo eco en todo el auto.
—Ya, ¿no me digas que te dejaste llevar por esa película?
—¿De qué película me hablas?
—De La cosa más dulce. Esa, donde la chica hacia un sexo oral y se atragantaba con el piercing que el tipo tenía en su miembro —comentó con un deje divertido en la voz —. Sus amigas llegan, y terminan cantándole una canción de Aerosmith para que relajara la garganta.
—¡Oh!, mierda. Menos te lo hago —por impulso se llevó la mano hasta el cuello —. ¿Te imaginas? "Reconocida publicista Samantha Brown, termina atragantada por practicar sexo oral sobre un miembro adornado con un aro, ¿y todo por qué?, ¡por caliente!" . No gracias, no quiero morir asfixiada.
Ante la imaginación de Samantha, Dominic no podía hacer otra cosa que reír a carcajadas. Esa mujer tenía unas ideas que iban más allá de toda lógica. Solo a ella se le podía ocurrir semejante título. Era única y por eso la amaba tanto. Cuando por fin pudo tranquilizar el ataque de risa del que fue víctima, habló.
—Nena, no te pasará eso porque está muy bien ajustado —la miró de soslayo —. Anda, házmelo, se me antojó sentir tu boca envuelta en mí.
—No lo sé.
—Por favor cariño. Me ha encantado la idea de que me lo hagas mientras conduzco.
—Mmm...
—Vamos, míralo. Está apuntándote, casi te suplica un besito —dijo con un puchero fingido.
—Eres un tonto —se rio.
¡Y ella también se moría por hacérselo! Sin embargo, a pesar de que le impactó ver ese piercing, no había dejado de acariciar en ningún momento ese trozo de carne ardiente, logrando que se endureciera todavía más. Se sentó de medio lado, empuñó todo el contorno comenzando así con un juego cadencioso con su mano. Bajó la cabeza mientras sacaba la lengua, dando así, un primer roce sobre la base, esas bolitas metálicas se movieron con sutileza ante aquella caricia. Percibió como el cuerpo de Dominic se estremecía por completo.
Le encantó la idea de tener el control de su cuerpo...
El pelinegro soltó una maldición porque sin verlo venir, Samantha había succionado toda su magnitud, apretó el volante entre sus manos, empezando a mover sus caderas al ritmo que ella había marcado. Sentir como su boca lo envolvía era la sensación más placentera que podía experimentar. Al mirar hacia abajo, se fijó como el cabello de Samantha caía sobre sus hombros, tapando de paso los movimientos de su lengua. Dominic suspiró, acarició la cabeza de Samantha, y acomodó el pelo hacia su hombro derecho, no quería perderse ningún gesto que ella hacía con su sensual rostro. Sin embargo, no pudo evitar gruñir, tomar su cabello y envolverlo en su puño para penetrar su boca con frenesí.
Quiso cerrar los ojos cuando Samantha comenzó a crear círculos alrededor de la punta y jugando con el piercing a su antojo al tiempo que su mano se deslizaba de arriba, abajo. Ella ladeó la cabeza y lo miró directo a los ojos mientras intensificaba la succión, la lamida, y rozaba con sus dientes todo su falo. Santa mierda, era la jodida maravilla. Lo que lo mandó directo al carajo, fue cuando ella frotó la lengua justo en el punto que estaba debajo del bálano su, recién descubierto, punto G. Su cuerpo se estremeció expulsando sin control su esencia en la boca de Samantha. Su respiración estaba entrecortada, su vista medio nublada y los espasmos de su cuerpo fueron en aumento cuando Samantha, antes de retirarse, succionó la punta dejándole un beso malditamente húmedo. Su orgasmo había sido intenso y como no, ¡sino tenía sexo hacía más de un puto mes!
—Maldición nena, me has dejado...
—Lo sé... —le susurró.
Dominic quería ir y volver del infierno porque el ver sus ojos entornados, ver como se pasaba el pulgar por la comisura de sus labios para luego meterse el dedo en la boca, lo dejó enfermo. Tomó una curva que los llevó directo a un lugar desértico. Maldita sea, la iba a llevar hasta su departamento, pero las ganas que le tenía lo hicieron recordar la noche que la fue a dejar a su hogar, cuando Samantha estaba sobre sus piernas, cuando respiro su excitación.
No, debía hacer algo con esos deseos que lo estaban volviendo loco. La miró de soslayo, Samantha llevaba el labio entre los dientes, ¡carajo! Fijó por unos segundos los ojos a su entrepierna, ella jugaba con el piercing entre sus dedos, se quiso volver a correr.
—No tienes ni idea de cuánto te quiero follar.
—Lo sé, porque te siento en mi mano.
—Samantha... —gruñó con los dientes apretados.
En cuanto aparcó el auto se quitó el cinturón, la tomó de la cabeza y la besó con delirio. Samantha subió sus brazos enredando los dedos en el cabello oscuro de Dominic. Con la ayuda de los pies, se quitó los tacones en medio del beso. Entonces empujó el cuerpo de Dominic de vuelta al asiento del piloto, levantó la pierna y se sentó a horcajadas sobre él. Dominic gimió, ¡estaba sin braga!, y su humedad chocó directo con su miembro haciendo una caricia absolutamente erótica para ambos.
—Ahora verás para qué sirve mi pequeño adorno —
Llevó la mano hasta el costado del asiento y lo inclinó hacia atrás haciendo que Samantha abriera un poco más las piernas. Había un ínfimo espacio entre sus sexos, por lo que Dominic aprovechó de empuñar su miembro y comenzar con un movimiento lleno de lujuria sobre el centro de Samantha. Ella puso las manos a cada costado de la cabeza del pelinegro y enterró los dedos en el cojín al sentir como la punta de su miembro, acompañado de ese piercing, la acariciaban con una pasión desbordante.
Su vientre se contrajo por la intensidad de aquel contacto, y comenzó con un movimiento pélvico sobre el miembro de Dominic. Dios, era una sensación arrebatadora, lo mejor que había sentido en años. Dominic hacía círculos alrededor y junto a la humedad creada por ambos, los meneos y roces, eran más placenteros. Con la otra mano, Dominic bajó el vestido haciendo que el seno de Samantha viera la penumbra que los cubría. No dudó en llevárselo a la boca, pero antes, lo acarició con la punta de la nariz para estimularlo, logrando que el pezón se endureciera. Le pasó la punta de la lengua al tiempo que la mano que sostenía su falo se moviera con un poco más de rapidez.
Samantha solo se dejaba llevar por el deleite del que Dominic le proveía. Esa lujuria arrebatadora del sentir, del jugar y de succionar al mismo tiempo, la tenían al borde y Dominic no se lo dejaba nada fácil cuando mordió la carne dura de su pezón. Alzó la cabeza y soltó un gemido que se perdió en el gruñido de él. Su pecho subía y bajaba haciendo que la succión de Dominic fuera más profunda. Dominic arrastró los dientes antes de sacar el seno de Samantha de su boca, haciendo un sonido puramente único.
—Dios...
—Bésame.
En cuantos sus labios se tocaron, Dominic guio su miembro hasta la entrada de Samantha deslizándolo con lentitud, penetrándola hasta el fondo. Samantha se corrió en el acto y se lo dio a entender cuando le mordió el labio, pero Dominic no le daba descanso porque mientras se seguía moviendo dentro y fuera de ella, imitó las embestidas con su lengua sincronizando ambos movimientos, lo que dejó a Samantha con la cabeza dando vueltas. Dominic apretó sus nalgas, haciendo que ella se moviera como se le antojara, y Samantha lo montó como si el mundo se fuese a acabar. ¡Mierda!, iba por su segundo orgasmo.
—¡Ah! Dominic, me co... —no alcanzó a terminar, porque el azote que sintió en su glúteo fue causante que le permitió dejarse envolver y perder en un clímax que casi la hizo llorar de placer.
—¡Ay!, mi amor, eres maravillosa —le besó los labios sin dejar de moverse.
—No podré moverme, Dominic... —dijo con los ojos cerrados.
—Eso es precisamente lo que deseo de ti —le besó la barbilla para luego bajar su rostro —. Te lo dije una vez y te lo vuelvo a repetir. Hazme tuyo Samantha, porque solo te pertenezco a ti y quiero que me entregues tu cuerpo, porque quiero ser dueño de él.
Gruñó en la curvatura de su cuello, el cual succionó hasta dejar una marca, una marca indeleble de su pasión desbordante para con la mujer que se movía de arriba, abajo, que gemía, que lo saboreaba, que lo estaba haciendo desfallecer. Agarró su cabello haciendo que Samantha echara la cabeza hacia atrás, ¡maldita sea!, era la cosa más bella que había visto en su vida. Ojos entornados y cegados de placer, labios rojos e hinchados, respiración agitada, sudor mojando su frente, mejillas sonrosadas. Simplemente una imagen que grabaría a fuego en su mente y corazón.
—Te amo, Samantha... —se aventuró decir.
Ella se sonrió y mientras se movía, mientras acercaba su boca a la de él, le susurró sobre los labios —Yo también te amo, Dominic —él sintió su pecho arder.
Juntos emergieron, juntos se trasladaron, juntos gimieron mientras se pedían en los brazos, en los labios del otro, con besos lentos, pausados, palpitantes. Él derramando su esencia en el interior de Samantha, y ella jadeando su nombre una y otra vez. Cuando el orgasmo se redujo a leves espasmos por parte de ambos, Samantha dejó caer todo el peso de su cuerpo sobre el pecho de Dominic. Él, le acariciaba la espalda al tiempo que le besaba la frente. Samantha cerró los ojos y Dominic miró hacia afuera con una sonrisa pintada en el rostro.
—¿Es cierto lo que me dijiste? —preguntó en un murmullo. Samantha levantó la cabeza, encontrándose con esos ojos negros saciados.
—Sí, Dominic. Me enamoré de ti —Dominic la abrazó.
—¿Tienes claro que, a partir de ahora, no te dejaré en paz? —ella se sonrió y le besó la barbilla.
—Mientras siempre estés conmigo, no me importa.
—Te adoro nena, eres lo mejor que me pudo haber pasado —acomodó el asiento —. ¿Vámonos a mi departamento? —le sugirió con una sonrisa lasciva.
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