Capítulo 19
Estaba nerviosa al interior del elevador, apenas y había podido apretar el jodido botón ya que los malditos dedos le habían temblado al hacerlo. ¡Había pillado vía celular a su novio follando con otra! Nunca, en su vida creyó que algo así podría suceder. Estaba con un sentimiento corrosivo en sus venas, deseaba ponerle las manos en el cuello y ahorcarlo. ¡¿Cómo había podido engañarla así?! Se pasó varias veces las manos por el rostro, sin embargo, eso no apaciguaba para nada la ira que se desató con alevosía en su interior. Además, el ataque de histeria que la había atacado la había hecho hablar de más, ¿qué mierda tenía que saber Dominic acerca de sus ganas?, ¡ninguna!
Era una completa insensata, porque mientras recordaba una y otra vez su discusión con Doménico, mientras intentaba comunicarse con él, reprimía sus ganas de querer estar otra vez con el pelinegro. ¡Que terrible se había tornado todo! Una nube negra le nubló la vista y se vio en la necesidad de afirmarse del espejo que estaba a su costado. Respiró un par de veces hasta que por lo menos su visión se había vuelto algo normal.
Cuando las puertas del elevador se abrieron, salió rauda hasta la salida con la mano en su sien, ni siquiera tuvo cabeza para despedirse de nadie. Las hebras de su cabello se mecieron por la brisa fresca de la medianoche, su piel se erizó y se sintió más estúpida que nunca. ¡Si hasta se habían burlado de su profesión como publicista en esa maldita publicación! Para rematar, el puto club de intercambio se llamaba: Déjà vu. Se quiso reír, realmente era como un déjà vu asqueroso todo lo que estaba pasando. Que irónica podía ser a veces la vida.
Ver a Doménico al interior del club de intercambio, verlo, ¿fumar?, ¿desde cuándo él fumaba cigarrillo?, ¡nunca le había gustado!, ¿cómo podía ser posible que cambiara en tan pocos días? Además, esa palabra que no dejaba de retumbar en su cabeza, "guinda". ¿Qué mierda?, ¿así le había dicho a su, miembro? Ese no era el hombre que vivió con ella por tres jodidos años, en ese momento era un completo y absoluto desconocido. Si no hubiese sido porque escucho su voz, ¡su gemido! Creería que se equivocó de número, pero no, todo había sido tan real como el dolor de cabeza que se le avecinaba.
Se paró en la orilla de la acera, iba a tomar un taxi, necesitaba volver hasta el penthouse. No le cabía ni la menor duda que en cuanto estuviese allí, lo volvería a llamar. Samantha nunca había sido de celos, de escándalos, pero esa situación se le había salido de las manos en todos los putos sentidos. ¡Quería escupir fuego! Dijo cosas que no pudo reprimir, estaba tan nerviosa que le echó la culpa a eso. ¡¿Cómo le pudo decir a Dominic que deseaba tirarse encima de él?! Se golpeó la frente con la palma de la mano. Cuando vio venir un auto levantó el brazo, pero al instante este bajó. Cerró los ojos, porque conocía perfectamente bien ese tacto. Era Dominic.
—¿Qué haces? —el pelinegro, deslizó su mano hasta posarla sobre su hombro desnudo.
—¿Qué haces, tú?
—Me voy, ¿no es obvio?
—Así como estás, no te dejaré ir sola. Yo te voy a dejar —sentenció.
—¡¿Qué?! —se volteó —. No, tú no me irás a dejar a ninguna parte.
—Estás alterada, Samantha. Permite que sea yo quien se ocupe de ti.
—¡Hablas como si estuviera loca!
—No, pero estás a punto. Vamos, yo te llevo.
—Dominic... —susurró queriendo sonar amenazante, pero él no le prestó atención. Ya le había tomado la mano.
—No digas nada más, por favor. Vamos.
Samantha negó. ¡No quería irse con él!, ¿acaso Dominic no entendía que la había jodido al decir esas cosas? Al final, soltó un suspiro dejándose guiar por él que se dirigió hasta el estacionamiento de la agencia. Cuando Samantha vio el auto recordó de inmediato el día en que casi fue atropellada, por ese mismo deportivo. Algo se removió en su interior, pero lo desechó de inmediato, no iba a permitirse el lujo de fantasear estupideces cuando hacía menos de veinte minutos había escuchado a su, ahora, ex novio jadeando mientras penetraba a otra. Negó en silencio.
Todo era tan surrealista que le dieron ganas de vomitar...
Dominic caminó hasta la puerta del copiloto, todavía no la soltaba, no quería hacerlo porque sentía que, si lo hacía, ella se iba a ir. Apretó el botón de la alarma al tiempo que abría para que Samantha subiera. Quería más que nada que Samantha le confirmara lo que había dicho en un arranque de ira, pero primero debía esperar a que se calmara porque podía sentir su pesada respiración, eso le indicaba que todavía no era momento de saciar su curiosidad. En cuanto Samantha pasó por su lado, para entrar a auto, Dominic se permitió la osadía de respirar su fragancia, era algo que venía haciendo desde que trabajaba con ella y aunque Samantha no se percataba, siempre aprovechaba la oportunidad para empaparse de su aroma.
Rodeó el deportivo, se sentó en asiento del piloto y la miró por breves segundo, pero Samantha tenía su cabeza hacia la ventanilla, suspiró. Recorrió su cuerpo, deteniéndose en sus manos que estaban empuñadas y captó sus nudillos blancos a causa de la fuerza que estaba haciendo en mantener sus dedos apretados. Quería matar a ese jodido y maldito pelirrojo, ¿cómo podía valorarla tan poco?, ¿es que acaso no se daba cuenta de la clase de mujer con la que estaba? Al parecer no, porque se la había jodido de la manera más baja que había visto nunca, porque si bien el practicaba el intercambio, siempre fue consensuado con Carolina.
Si él estaba en pareja, como en ese entonces, lo conversaba, pero si no la tenía, ¡iba como un jodido soltero y ya! Pero Doménico la había cagado, le había jugado chueco a Samantha y si bien él la había besado el primer día que entró a trabajar con ella, Dominic no lo consideraba engaño hacia ese tipo porque Samantha lo detuvo, porque ella le dijo que no lo volviera a hacer y él había respetado, muy a su pesar, esa decisión. Porque, aunque no soportaba a Doménico, algo de consideración le tenía a esa relación. Pero ahora... Se rio mientras conducía, ahora esa, "guinda", se podía ir directo a la mierda por el simple hecho de que iba a pelear por Samantha, el amor de su vida, y si tenía que sacarle la mierda, lo haría. Porque estaba seguro, algo dentro de él le decía que, entre ellos, nada se interpondría.
—Dime tu dirección —la miró de soslayo.
—Quinta Avenida, 212 —murmuró mientras seguía mirando por la ventanilla.
—Bien.
Dominic puso el GPS. Se pasó la mano por el cabello, desordenándolo levemente. ¿Cómo podía iniciar una conversación sin que Samantha se alterara? Carraspeó para poder llamar su atención, así lo hizo. La chica lo miró con rostro interrogante, sabía que estaba siendo una grosera por no agradecerle que la llevase hasta su hogar. Se mordió el labio mientras ponía su cartera entre sus pies y giró su cuerpo levemente para poder mirar bien a Dominic, quien aparentaba verse muy concentrado manejando. Él la observó por el rabillo del ojo hasta que cuando se detuvo en un semáforo en rojo, volteó su rostro hacia ella. Le tomó la mano que reposaba sobre su regazo.
—Lo siento —sus verdes ojos se llenaron de lágrimas.
—¿Por...?, ¿por qué?
—Por lo que ha pasado esta noche. No te merecías que algo así sucediera, menos en esas circunstancias tan nefastas.
—No tienes porqué disculparte. Si no me enteraba hoy, otro día lo haría —se encogió de hombros —. Sin embargo, fue un golpe que me dejó noqueada —se pasó la mano por el ojo, la muy maldita se había atrevido a salir sin su permiso y Samantha intentó que Dominic no se diera cuenta, pero fue tarde, porque el pelinegro acarició su mejilla, donde otra de aquellas gotas saladas rodaba por su mejilla izquierda.
—Mierda. Nena, por favor...
—Ya, Dominic —miró al frente —. Se ha puesto verde, mejor avanza —se sentó derecha y siguió observando hacia afuera.
No quería verse vulnerable ante él, porque cuando Samantha quería, podía formar una coraza inquebrantable, pero sus sentimientos estaban tan a flor de piel que aquel caparazón se había resquebrajado y temía derrumbarse con Dominic, a su lado.
Dominic apretó con demasía el volante, sintió como la sangre se iba de sus manos de la cólera que tenía. ¡Tan solo quería que ese marica se cruzara en su camino! Miró el aparato que reposaba en la consola del deportivo, quedaba poco para que llegaran y no quería, por ese motivo se desvió del camino. Estaba muy consciente de que Samantha se había percatado, pero ella, al no decir nada, Dominic solo siguió conduciendo hasta que llegó a un sitio baldío. Se detuvo, pero no apagó el motor, entonces soltó la respiración al tiempo que desabrochaba su cinturón de seguridad. Samantha seguía sin verlo a la cara. Se acomodó en el asiento y le tomó la mano.
—Mírame —no le hizo caso —. Samantha, mírame —le tomó la barbilla.
—¿Por qué me has traído aquí? —susurró dejándose guiar por él, centrando en sus ojos la mirada de Dominic.
—Tenemos que hablar.
El estómago de la chica se contrajo al instante, Dominic la había llevado hasta allí para conversar acerca de lo que ella le había soltado, ¡santa mierda! Lo quedó mirando, sin embargo, bajó la vista cuando se percató de la caricia que le estaba haciendo en la mejilla. Sin poder ser dueña de sus sensaciones, su piel se erizó. ¡No podía ser que sintiera deseo en ese preciso e incómodo momento! Dominic alargó la otra mano y soltó el cinturón de ella.
—¿Es cierto lo que me dijiste en tu oficina?
—Hablé sin pensar, Dominic.
—Mentirosa —ella se mordió la lengua.
—¿Entonces para qué me preguntas?
—Pensé que tendrías el valor de reconocer tu sentir hacia mí, pero veo que no lo harás —la estaba provocando —. Me he equivocado contigo, Samantha —ella se exaltó. Esa fue la gota de derramó el jodido vaso.
—¡Es cierto lo que te dije en la agencia!, ¿contento? ¡Si, Dominic! Desde que comenzaste a trabajar conmigo, cada puto día me he tenido que atar las manos para no tocarte. ¡Me gustas!, pero eso no quiere decir que vamos a tener nada. ¡Acabo de escuchar a Doménico, el tipo con el que viví por tres malditos años, follando!, ¿cómo quieres que me sienta?
—Confundida, es normal —dijo con una tranquilidad que rompió los nervios de Samantha —. Sin embargo, yo siento lo mismo por ti, Samantha —ella levantó la vista y clavó sus ojos en él —. Contigo he pasado por un suceso de cosas, desde que casi te atropello, hasta que intercambiamos, después al reencontrarnos en la agencia, y hoy, que he estado presente cuando... —se calló.
—Yo necesito hablar con Doménico. Quiero una explicación para lo que hizo, tengo muchas preguntas que hacerle —Dominic apretó la mandíbula.
—¿Quieres volver con él? —preguntó con un gruñido incrédulo. Samantha se percató de su tono.
—Eso no debería importarte, Dominic.
—¡Pero si te engaño! Es un hijo de puta que no te merece —sin verlo venir, Samantha sintió unos brazos en su cintura, en nanosegundos estaba sentada sobre el regazo del pelinegro. Ante la sorpresa por la acción de Dominic, Samantha no alcanzó a reaccionar, por ese motivo su vestido le subió hasta el borde de su braga —. No te merece, Samantha. Lo que te hizo...
Le acunó el rostro entre sus manos, ella tenía los ojos empañados por las lágrimas que no quería, que se negaba a soltar y Dominic lo comprendía, porque lo que estaba pasando en ese momento era absolutamente inverosímil. Quien la estaba intentando consolar en ese momento era él, su swinger. Le puso su cabello detrás de la oreja, juntando su frente con la de ella y el jadeo que Samantha soltó, dio de lleno sobre su boca. ¡Como quería besarla! Pero estaban en una línea demasiado frágil, entre el dolor, la confusión de ella y las ganas arrebatadoras de él, por ese motivo reprimió el impulso de querer tocar sus labios.
—Lo sé, pero yo te besé cuando estaba con él. Hacía un día se había ido. Yo también lo engañé.
—No, nena, tú no lo hiciste. Fui yo quien te besó.
—Pero te correspondí, Dominic.
—Sí, pero después me dijiste que no lo volviera a hacer y eso, a pesar de querer tocar tus labios, lo respete y que te quede claro que lo hice solo por ti. Solo fue un beso, Doménico, se acostó con otra —sintió como el cuerpo de la chica se estremecía sobre el suyo —. Él si te engaño. No te estoy justificando, Samantha, pero entre un beso y una follada, no hay punto de comparación, nena.
—¿Por qué me dices esto? —abrió sus párpados, mirando directo a esos ojos negros.
—Ya te lo dije, porque me gustas... — ‹‹Porque te amo...›› —. Y me hierve la maldita sangre de que ese imbécil te haya valorado tan poco. Eres una mujer exquisita, Samantha —ella se rio.
—No digas tonterías —Dominic echó la cabeza hacia atrás, dejando sus manos sobre las piernas desnudas de ella. Su ceño se frunció.
—Yo no digo ninguna tontería, soy realista —Samantha soltó una carcajada, porque recordó sus propias palabras —. Eres demasiada mujer para un estúpido como ese.
—¿Y para ti? —en cuanto soltó esa pregunta, se pegó con la mano empuñada la frente.
—Para mí, eres simplemente perfecta.
¡Cómo quería enrollarse con ella! Su incipiente erección le estaba comenzando a molestar. Se removió en el asiento sin sacar su mano del lugar, es más, por impulso había empezado a pasar sus yemas por esa piel suave y percibió como se erizó bajo esa caricia lasciva. Samantha lo miraba con los ojos entornados, parecían los de un felino gracias a la tenue luz que los alumbraba. Dominic seguía con su cabeza apoyada en el cojín.
Esa chispa que ella había intentado mantener alejada, se encendió cual incendió en el mismo infierno. Al moverse sintió bajo sus nalgas la, ya, potente erección de Dominic. Se quedó quieta, hasta que le pelinegro subió la mano por su pierna, pasando por su vientre, por el medio de su pecho rozando ambos senos, y llegó hasta su mejilla. La respiración de Samantha se volvió compacta.
—No tienes ni puta idea de cómo te deseo en este momento —dijo a la vez que pasaba el pulgar sobre su labio inferior.
—Créeme que lo sé, te siento —él se sonrió.
—Me vuelves loco cuando tu mirada se encuentra con la mía, porque a través de tus expresivos ojos sé que quieres esto tanto como yo, Samantha —ella se mordió el labio —. Posees algo que me mata con cada segundo que paso a tu lado.
—Es... —¡Mierda!, estaba perdida en él —. Esto no está bien, Dominic.
—Eso también lo sé, pero eso no quiere decir que no pueda transmitirte todo lo que me provocas, ¿o sí? —ella negó en silencio —. Yo sé que te mueres porque te bese. Tu boca me está llamando a saborearla.
—No sigas...
—¿Por qué? —se inclinó y puso su nariz en la mejilla de ella —. Dime que tú no lo quieres y te dejo en paz.
—Es que... —al alzar la cabeza, provocó que el rostro de Dominic quedara en la curvatura de su cuello —. Si lo quiero, pero no en estas circunstancias. No has pasado ni siquiera tres horas de que...
—¿Entonces, no quieres? —la punta de su nariz se deslizó por garganta y de paso respiró el dulce aroma de aquella mujer que mantenía sus ojos cerrados, a punto de dejarse llevar.
Sin embargo, y contra todo pronóstico de lo que pensó, su fría mano lo detuvo —Si lo quiero, pero no ahora, ya te lo dije —lo miró seria, pero no enojada —. ¿Me puedes llevar a casa?
—Está bien —contestó resignado.
Samantha se bajó de sus piernas y se sentó sobre el frío asiento del copiloto, se acomodó el vestido. Miró la entrepierna del pelinegro, tuvo que tragar saliva, porque por el mismo diablo que estaba marcado su miembro por debajo de su pantalón. Prefirió mirar hacia afuera mientras Dominic aceleraba, sin embargo, todo el puto camino llevó el labio atrapado entre los dientes, porque sí, deseaba tener a Dominic entre sus piernas sintiendo la carne suave de aquel miembro duro en su interior. Tragó saliva. Cuando su otro celular sonó dio un respingo, ese ruido disipó sus pensamientos malsanos para con el hombre que estaba a su lado conduciendo. El teléfono, sonó con más insistencia.
—¿Tienes otro celular? —preguntó él.
—Sí, el que se hizo pedazos era personal. Este es para asuntos de la empresa —contestó ausente.
—¿Y no vas a contestar?
—No, solo quiero llegar. Después veré quien me llamó.
Cuatro, cinco veces más sonó, hasta que por fin todo se volvió silencio. Cuando llegaron a la Quinta Avenida, Dominic dobló y allí se podía vislumbrar el enorme edificio donde la ella vivía. Aparcó en la orilla y apagó el motor, Samantha tomó su cartera a la vez que ponía la mano en el seguro de la puerta para abrirla. Sin embargo, la mano de Dominic la detuvo, sus cuerpos quedaron muy juntos. Samantha no se atrevía a mirarlo porque estaba segura de que, si lo hacía, mandaría todos sus miedos directo al infierno, y las ganas de querer besar a Dominic se volverían una realidad. No lo miró.
—Espera, yo te abro la puerta —entonces, salió del auto rodeándolo —. Ven acá cariño —le extendió la mano.
"Cariño", ¡cómo la mataba cuando le decía así! Y no solo por la palabra, sino por la forma en la que sonaba en sus labios, con ese tono sexualmente delicioso, era característico de Dominic ser un hombre sensual en cada jodido momento del día, ser así, era parte de él. Seguramente por eso le iba tan bien con las mujeres. Antes de salir del auto, Samantha tomó su mano, entonces descendió hasta que sus pies tocaron el piso. Tener los pies sobre la tierra, eso era lo que tenía que comenzar a hacer.
—Muchas gracias, Dominic.
—No hay nada que agradecer, es lo mínimo que podía hacer por ti —inclinó la cabeza y le dio un beso en la comisura de la boca —. Buenas noches, Samantha —le susurró prácticamente sobre los labios.
—Buenas noches, Dominic —murmuró con los ojos entornados.
En ese momento se alejó de Dominic. El taconeo sobre el asfalto hacía que su cabeza repercutiera, llevaba la cartera afirmada en su mano, la que temblaba con sutileza. Cuando estuvo a punto de entrar al edificio, giró la cabeza por sobre su hombro y lo miró. Dominic estaba apoyado en el deportivo con un cigarro en los labios observándola fijamente, sin perder el contacto con sus ojos, vio como él lo encendía. Sus orbes negros se iluminaron gracias al fuego, aquellas pupilas expresaban el deseo frustrado, el deseo intenso que crecía como aquella llama del encendedor. Suspiró a la vez que volvía su rostro. Sus manos tocaron la fría puerta de vidrio, entonces la empujó y se adentró hasta el edificio, perdiendo a Dominic de vista.
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