Capítulo 18
Se movía de un lado a otro sobre la enorme cama King Size que solía compartir con Doménico, esa noche no podía pegar un ojo, ya estaba harta de seguir y seguir pensando en él. De imaginarse que algo le pudo haber pasado, que él, no se encontraba bien. Habían pasado exactamente dos jodidas semanas desde que habían discutidos, dos infernales semanas en que no sabía nada de él. Lo había llamado infinidades de veces, al no poder comunicarse llamó directo al bufete donde estaba trabajando, la secretaria le había dicho que no se encontraba. Al día siguiente volvió a insistir, le contestó la misma tipa diciéndole que estaba en una reunión y no podía ser interrumpido. Samantha en ese momento colgó y hasta ese momento, dos días después de hablar con esa mujer, no lo había vuelto a llamar.
¿Qué estaba pasando?, ¿por qué diablos Doménico no le contestaba el puto celular?, ¿sería que no deseaba hablar con ella? No podía ser posible, se suponía que las cosas entre ellos se habían enfriado, Doménico ya tuvo el tiempo suficiente para pensar bien lo que sucedió aquella noche en que la abandonó. ¿Realmente estaría tan ocupado como había asegurado la mujer que le contestó?, o simplemente, ¿no quería oírla? La cabeza de la chica estaba hecha un lio. Tan solo quería saber en qué lugar se encontraban ellos como pareja. Porque Doménico no había dado por terminada la relación, pero tampoco le dijo que continuaría con ella. ¡Estaba en la jodida incógnita! Y eso la estaba matando.
Volvió a suspirar, pero esta vez giró su cuerpo donde solía dormir su, ¿novio? Ya no sabía ni qué demonios eran. Acarició la almohada donde él reposaba su cabeza y sus ojos amenazaron con aguarse, pero ella reprimió el hecho antes de que pasara. Si Doménico no quería hablar con ella, eso quería decir que aún estaba enojado. ¡Pero qué orgulloso! Si él también lo pasó increíble con Carolina, ¿cuál era su jodido problema? ¿qué se hubiese acostado con otro?, ¡él aceptó!, ¿qué hayan compartido habitación?, ¡él también estuvo de acuerdo! No, no era eso y Samantha lo sabía perfecto. Era el hecho de que se había entregado con pasión y frenesí a Dominic su, ahora, compañero de trabajo y con el que estaba compartiendo el día a día.
Con el que se reía, con quien bromeaba, con quien le llevaba el café caliente todas las mañanas, con el que a veces discutía cuando algo que no le parecía, con el que se quedaba hasta altas horas de la madrugada trabajando para sacar esas portadas. Sí, con ese mismo Dominic, el protagonista de su desastrosa noche con Doménico. Ni siquiera tuvo la oportunidad de decirle a Doménico que estaba trabajando con Dominic, ¿qué pensaría el pelirrojo al respecto? Seguramente la mandaría, una vez más, directo al carajo.
Se puso sobre su estómago, con la cabeza enterrada en la almohada y ahogó un grito frustrado. No le gustaba sentirse así, porque a ella siempre le gustaron las cosas claras, nunca fue de las medias tintas, no obstante, con Doménico lo estaba experimentando y que mal se sentía por ello. No había pasado día en que el pelirrojo se adueñara, en algún momento, de sus pensamientos. ¿Qué estaría haciendo en ese momento?, ¿cómo iría su caso? No tenía ni la más remota idea. Quería contarle a Doménico que hacía dos semanas estaba trabajando con su swinger, explicarle que entre ellos no pasaba nada más que lo profesional. Quería de cierta forma, poner las cartas sobre la mesa, porque a pesar de que ella intentaba mantener las distancias, Dominic muchas veces no se lo permitía. Pero tampoco Samantha había cortado aquello de raíz, eso a veces la hacía sentirse culpable porque creía que le estaba jugando chueco a Doménico y no era, ¿así?
Sin embargo, no lo podía negar, compaginaban a la perfección, lo más probable es que se debía a que ambos trabajan en prácticamente lo mismo. Entendían el mundillo de espectáculo y entre conversas, Samantha supo que Dominic también había trabajado para la agencia Elite. De allí era que conocía a Laurene. Entonces como sus trabajos eran similares, habían logrado encajar, hablaban el mismo lenguaje y hasta se equilibraban a la hora de turnarse para salir a almorzar, porque no podían salir a la vez. Uno se quedaba en la oficina a seguir con lo pendiente. Sin embargo, Dominic en los últimos días la había convencido de comer en la oficina con él. De primera. Samantha no quería porque se le hacía bastante incómodo, además de que quedaba todo impregnado con ese olor. No obstante, la convenció.
El primer día, Dominic llegó con dos bandejas, apenas y pudo cerrar la puerta. Samantha lo había mirado con una ceja alzada y a punto de echarse a reír por las maniobras del pelinegro. Pero su sonrisa se borró cuando fue Dominic quien le mostró sus perfectos dientes en son de burla, porque sin su ayuda había podido entrar sin derramar nada en el piso. Se habían sentado a devorar todo lo que había traído, porque no habían probado bocado en muchas horas. Entre conversas y risas a Samantha se le derramó kétchup sobre la comisura de la boca, Dominic le pasó el pulgar por el lugar y luego se lo llevó a la boca mientras seguía sonriendo por lo que ella le había dicho.
Así y muchos detalles más tuvo el pelinegro para con ella. Imperceptibles, sutiles detalles que a Samantha la dejaban, a veces, con la boca abierta. Aparte de haber sido él quien curó sus rodillas, cuando estaban juntos, no la dejó ser ella quien lo hiciera, hasta que sanaron en su totalidad. En otra oportunidad, cuando apareció con falda, Dominic ese mismo día llegó con una crema que le borraría las pequeñas marcas que habían quedado. Ella se lo agradeció.
Le costó demasiado dormir y cuando por fin pudo pegar un ojo, su alarma sonó. ¡Pasó toda la jodida noche, otra vez, pensando en Doménico! Se sentó sobre el colchón de mala gana, realmente no le apetecía ir a trabajar, pero ya les quedaba tan poco para terminar que no podía darse el lujo de dejar a Dominic solo. Levantó el edredón de color beige dándose el ánimo para poder poner los pies en el suelo. Movió la cabeza en círculos, estiró sus omoplatos, su columna, sus piernas y finalmente de un brincó fue directo al baño.
Aquel día se puso un bonito vestido negro que se acentuaba perfecto a su cuerpo, con encaje sobre su pecho, dejando a la vista su brasier del mismo tono. Se calzó unos tacones altos, tapó sus ojeras maquillándose sutilmente. Al mirarse al espejo, soltó un suspiro, ese día llamaría otra vez a la oficina de Doménico, pero, ¿por qué no volver a intentarlo?, ¿por qué no llamarlo a él mejor? Tomó su celular, buscó en sus contactos mientras se mordía el labio nerviosa y presionó la pantalla. Se puso el aparato en su oreja mientras se ponía labial. Al primer tono su estómago se apretó.
—Lo sentimos, este número está fuera de servicio —lo volvió a intentar, pero la respuesta fue la misma.
Frustrada, infló sus mejillas para soltar todo el jodido aire de sus pulmones. ‹‹ ¿Qué está pasando? ››, se preguntó a sí misma mientras miraba su reflejo. Más tarde, más tarde, llamaría directo al bufete y si no le contestaba, como era viernes, iba a ir hasta Nueva Jersey a saber qué carajo pasaba con su... ¡Ya ni sabía qué demonios era! Se puso sus aros colgantes, se pasó los dedos por su cabello suelto, tomó su bolso y salió del penthouse.
Ya una vez en las instalaciones de la agencia, se acercó a la secretaria de la recepción con la esperanza de saber si él había llamado, pero la respuesta fue un rotundo, no. Mierda. Con una mueca le agradeció y se dispuso a ir hasta el elevador. Definitivamente, tendría que ir hasta Nueva Jersey.
Ya una vez que cerró la puerta de su oficina, apoyó la cabeza en la madera al tiempo que dejaba caer la cartera a sus pies. Se tocó las sienes, demonios como palpitaban. Iba a necesitar por lo menos unas diez tazas de café para poder concentrarse, con suerte y durmió tres malditas horas, eso le estaba pasando la cuenta, porque cuando cerró los ojos sintió arena dentro de ellos. Estaba a punto soltar una maldición cuando percibió una mano posarse sobre su mejilla, lo que la hizo dar un pequeño brinco.
—¿Estás bien? —no quería abrir los ojos, no quería mirarlo a la cara —. ¿Samantha?
—¿Mmm?
—¿Te encuentras bien? —ella negó en silencio —. ¿Qué pasó? —la chica suspiró.
—No pegué un ojo en toda la noche, eso me pasa.
—Si quieres te puedes ir. Yo me encargo de lo que haya que hacer hoy —le acarició el pómulo con la yema de sus dedos.
¿Por qué demonios tenía que ser tan encantador? Samantha abrió sus ojos y se percató de que Dominic estaba muy cerca de ella, demasiado. Tragó saliva, ese aroma que desprendía de su cuerpo la dejaban con su jodida cabeza todavía más revuelta. Apoyó su mano sobre la barbilla de Dominic y con sus pupilas recorrió el rostro del pelinegro. Sí, era muy guapo, esos ojos negros se parecían al mismo universo, tan intensos, tan atrapantes, tan enigmáticos. Su rostro masculino, esa nariz cincelada, sus cejas delgadas y oscuras, como su cabello que caía con sutileza sobre ellas.
Dominic Evans, su swinger, un hombre que desprendía sex appeal por cada poro de su delicioso cuerpo. Se sonrió sola por su pensar hacia él. Había sido muy afortunada en poder incursionar en el mundo de intercambio con él, pero eso ya no volvería a pasar, aunque lo quisiera, porque jamás traicionaría a su novio. Estaba demás decir que, no volverían a un club de esa índole. Y no porque no le apeteciera, era más bien porque estaba segurísima que Doménico no querría volver a poner un pie en ese tipo de lugares.
—Estás rara —le dijo con una sonrisa.
—¿Por qué? —aún mantenía la mano sobre su rostro, pero lo había comenzado a acariciar.
—¿Qué no es obvio? Me estás tocando como si fuera un espejismo —ella se rio al tiempo que bajaba la mano —. Pero no dejes de hacerlo, porque me gusta.
—Debemos ponernos a trabajar, Dominic.
—Ya, ¿pero después?, ¿me seguirás acariciando como ahora? —esa pregunta hizo que ella soltara una carcajada.
—Por supuesto que no. Solo fue un lapsus que tuve, así que no te hagas ilusiones —comenzó a caminar hasta su escritorio.
—¡Oh! Vamos Samantha, puedes tener todos los lapsus que quieras conmigo —ella levantó el índice y negó —. Bueno, tú te lo pierdes —se sentó frente a ella —. Toma —le pasó una taza de café.
Samantha se lo acercó a la nariz para aspirar el delicioso aroma —Mmm... Bendita droga mañanera, esto es lo que necesito para despertar.
—¿A mí?
—¿Qué te pasa?, ¿eh?, ¿estás coqueteando conmigo? —preguntó al tiempo que se llevaba la taza hasta los labios.
—Siempre lo hago, solo que no te has querido dar cuenta.
—Ya, pero hoy más que ningún otro día.
—Es cierto, puede ser porque es viernes y los viernes mi cuerpo se pone licencioso —Samantha casi escupe su café.
—Dios, eres un pervertido —de repente, frunció el ceño —Oye...
—¿Dime? —Dominic estaba cómodamente sentado. Su tobillo derecho estaba sobre su rodilla izquierda, tenía los brazos colgando por sobre el respaldo de la silla. Se veía desgarbado, pero muy sexy.
—Hablando de viernes, ¿hoy irás al club?
—La última vez que fui, fue cuando compartimos habitación. No sé, a lo mejor me iré a dar una vuelta... —Samantha sintió como se le paraba el corazón. Dominic se encogió de hombros —. ¿Por qué? –
—Estás sin pareja, ¿en ese club puedes ir como soltero?
—Por supuesto. Esa es una de las mayores ventajas que tiene Dolce Capriccio. Hay clubes de intercambio a los que sólo puedes ingresar si tienes pareja, este no, por eso también es uno de los más recurrentes y populares dentro de este estilo de vida.
—¿Cuándo entraste tú al intercambio, Dominic? Recuerdo que Joanne comentó que llevabas tiempo.
Dominic la quedó mirando fijamente, ¿por qué se interesaba tanto en su vida? Bueno la verdad no había tanta vuelta que darle puesto que era, por decirlo de alguna forma, extraño conocer a una persona que hablara tan abiertamente sobre lo que hacía en su tiempo libre. Entonces, en ese momento, comprendió que él también quería saber qué fue lo que había motivado a Samantha para ir hasta el club. Se reclinó sobre la silla, apoyando los codos sobre la superficie.
—Hace casi cuatro años.
—¿Y qué te motivó?
—Bueno, la verdad es que hoy andas muy curiosa. Toma, come una galleta —le extendió un plato donde reposaban varias —. Respondiendo tu curiosidad, un amigo me preguntó una vez si yo conocía los swinger. Mi respuesta fue sí, porque alguna vez tuve que hacer unas fotografías para un bar. Entonces me preguntó que, si yo lo practicaría y, a decir verdad, desde que hice esas fotos me quedó incrustado ese bicho de saber cómo sería. Siempre me he considerado más abierto de mente que la mayoría de las personas. Un buscador de sensaciones y de novedades, así que un día me decidí ir a uno y me gustó bastante la experiencia. La encontré lúdica, muy erótica, demasiado pragmática porque si no tienes una relación estable, sin embargo, buscas sexo con otras personas, el intercambio es muy adecuado. Por sobre todo lo encontré altruista porque te sientes libre del prejuicio del que la gente te suele señalar —recordó las palabras de Carolina y sonrió con amargura —. Hay personas que te catalogan de sucio, de cerdo e inmoral por hacer esto. Que, puedes andar infectado de quien sabe que mierda, por eso creo que hay muchos swingers que prefieren mantener en el anonimato su estilo de vida. Yo no me avergüenzo, es algo que es parte de mi vida privada, no interfiere con mi trabajo, ni mucho menos con las personas con las que me relaciono en mi vida cotidiana. Además, utilizo condón en cada encuentro —Samantha lo quedó mirando. Mientras Dominic hablaba, pasaba el índice por el contorno de la taza.
—¡Wow!, me gusta mucho tu pensar, Dominic.
—Gracias. Desde esa vez comencé a frecuentar bares y clubes de intercambio, a veces me conocían como el picaflor del club de turno —se rio —. ¡Pero yo solo buscaba los estímulos que mi cuerpo necesitaba! —soltó una carcajada —. Me gusta la novedad, me gusta sentir que rompo la rutina de mi vida y tan solo me dejo llevar por lo que pasa en el momento en que intercambio.
—¿Alguna vez has hecho un trio? —se puso la mano sobre la boca en cuanto soltó esa pregunta. Más se avergonzó, porque Dominic la miró sorprendido —. No me mal entiendas, por favor. Demonios, no debí hacer esa pregunta.
—No pasa nada. Pues, no. No me llaman la atención los tríos, me gusta ser monógamo con mis parejas de intercambio, contradictorio, ¿no? Sin embargo, suelo ser muy quisquilloso a la hora de elegir a mi pareja. Claro en un principio, pensé: "¿Cómo demonios intercambiaré si estoy solo?". Pero después me di cuenta que no era el único allí, entonces nunca he tenido la necesidad de ser un juguete de juegos sexuales —Dominic se pasó la mano por el cabello —. ¿Por qué decidiste o decidieron experimentar en mi mundo?
Samantha se quedó quieta en su silla y la taza de café quedó entre sus manos, la chica tenía ambas cejas levantadas y con el rostro de un soberano poema. Pues bien, ¿no le había gustado andar de cotilla? Ahora era su turno responder a las preguntas que el pelinegro, seguramente, le haría. Se mordió el interior de la mejilla al tiempo que apoyaba su espalda en el respaldo de la silla. Soltó un suspiro, miró hacia abajo y en fracción de segundos fijó su vista en Dominic, quien tenía la barbilla apoyada en sus dedos entrelazados.
—Fui yo quien le propuso a Doménico intercambiar pareja.
—¿En serio? —alzó una ceja.
—Sí. De cierta forma creía que nuestra relación había caído en la rutina y bueno, quería tener otras vivencias, deseaba darle un giro a lo nuestro. Hasta que un día, sentada en esta misma silla, en medio de la pantalla apareció una ventana desconocida. Promocionaba el club Dolce Capriccio. Entonces, de curiosa...
—Esa es tu palabra de hoy... Samantha la curiosa —él interrumpió y ella se rio.
—Entre a la página y me llamó mucho la atención, pensé que esto podía hacer que lo nuestro avanzara, porque llegamos a un punto que estábamos muy estancados como pareja. Doménico aceptó y el resto tú lo conoces.
—¿Qué piensas del swinger?, ¿Te gustó?
Sabía que, al hacer esa pregunta, era muy posible que oyera algo que no quería, pero solo Dios sabía cómo deseaba conocer el pensar de la chica con respecto a su estilo de vida. Porque después de que Carolina le dijo todas esas cosas, temía que Samantha pensara igual que la pelirroja. Esperaba que no, casi cruzaba los dedos porque Samantha tuviese su mismo sentimiento hacia el intercambio que él. Sin embargo, Samantha era una novata, había ido tres veces al club y solo se había acostado con él. Se estaba llevando una galleta a la boca, cuando la voz de Samantha lo detuvo.
—Si me gustó —sus ojos se encontraron —. Me hiciste sentir muy bien, Dominic. Era la primera vez que iba a uno y tú me hiciste sentir como si llevara mucho tiempo haciendo eso —él tragó saliva —. Cuando vi ese anuncio, cuando fui leyendo de qué se trataba, estaba muy nerviosa. Te juro que las manos me sudaban —él se sonrió —, pero también me sentí emocionada porque era algo nuevo para mí, algo que yo no conocía, algo que sin lugar a duda quería vivir. Suelo ser muy arriesgada, con mucho carácter, estaba dispuesta a jugar con aquella experiencia y eso fue precisamente lo que hice... Contigo —se quedaron mirando por varios segundos, hasta que volvió a hablar —. Por eso encuentro que el Swinger es normal, aunque suene un poco irrisorio, porque es una forma distinta de llevar tu sexualidad a otra categoría.
—¿No te parece algo inmoral o sucio?
—Para nada, ese pensamiento es para gente arcaica. Para personas que creen que la sexualidad es casarse y solamente estar con esa persona, pero después de conocer tu mundo, Dominic. Me di cuenta que no tiene por qué ser así. Ya, se supone que estás más expuesto a cierto tipo de enfermedades —en cuanto escuchó eso, a Dominic se le contrajo el estómago —, pero me quedó más que claro que no es así, porque ustedes los hombres son precavidos, se cuidan y nos cuidan —el rostro de Dominic dibujó una sonrisa de oreja a oreja.
—Eres perfecta.
—No, soy realista.
—Y eso es lo que más me gusta de ti.
—Pero bueno, cuéntame, ¿por qué terminó tu relación con Carolina? —Dominic se puso rígido sobre la silla —. Estamos en el momento de las infidencias, así que, no me dejes con esa duda. La otra vez no me quisiste decir —Dominic soltó un suspiro.
—Por ti —soltó. Samantha abrió los ojos muy sorprendida.
—¡¿Qué?!, ¿por mí? —sintió como el café se quedaba estancado en su garganta.
—Que te quede claro que no te estoy culpando de nada, ¿vale? Pero esa noche, la que compartimos habitación, con Carolina tuvimos una fuerte discusión.
—¿Tú también? Mierda, pero, ¿qué les pasa? —golpeó la mesa con ambas manos.
—No sé si ellos habrán hablado, Samantha. La situación es que Carolina comenzó a decir cosas que no vienen al caso. No me gustó y di por terminada mi relación con ella.
—Lo siento —dijo sinceramente.
—¿Por qué?
—Por mi causa terminaste con ella.
—Ya te dije que no. Carolina provocó que terminara con ella por otra razón. Si bien fuiste el tema principal de todo, ella me acusó de cosas que no eran. He de confesar que me hirió el orgullo, pero eso ya está más que superado.
—No sé qué decirte, Dominic.
—No me digas nada, pero respóndeme algo.
—Claro, ¿qué quieres saber?
—¿Has podido hablar con Doménico? —ella hizo una mueca.
—No, desde que se fue no he sabido nada de él. Se supone que ya ha pasado bastante tiempo.
—Pero no te angusties, ya vas a ver cómo en estos días puedes dar con él.
¿Desde cuándo mierda se había puesto tan caritativo? La quería, por eso se preocupaba por ella, también le había dolido el tono cabizbajo de su voz ante su pregunta, ¿cómo podía ser posible que ese maldito pelirrojo la tuviese así? No era justo. El muy pretencioso ni siquiera había protestado cuando les propuso compartir habitación, es más, ahora que Dominic recordaba, el tipo se veía muy caliente cuando tuvo sexo con Carolina dentro de aquel cubículo de vidrio y ahora, ¿tenía la desfachatez de no contestar las llamadas de Samantha? Era un cínico, solo esperaba que ella pudiese arreglar las cosas con el pelirrojo. Aunque si ellos arreglaban sus cosas y volvían a estar juntos, Dominic ya no tendría nada más que hacer allí y definitivamente, daría un paso al costado.
La amaba y quería lo mejor para ella, estuviese con él o no...
—Cambiando de tema, tengo listo el primer fotomontaje.
—¿De verdad?
—Sí, mira esto —giró su portátil en dirección a ella.
—¡Es precioso! —pasó los dedos sobre la pantalla —. Perdón, es que se ve tan real que creí que sentiría los relieves.
—Es bueno, ¿cierto?
—¿Bueno?, ¡está buenísimo! Eres genial en lo que haces —sus ojos verdes se iluminaron gracias a los tonos que Dominic implementó para la portada —. Me gusta mucho.
—Genial. Entonces, pongámonos manos a la obra. Es tu turno de ajustar lo que falta y , ya tendríamos finalizada esta.
—No se hable más entonces —ambos se sonrieron.
****
Estuvieron toda la tarde enfrascados en el proyecto, una portada para una nueva revista dirigida al público vintage. Solo se detuvieron para comer y como ya era costumbre, Dominic llegó con el almuerzo. Samantha sin despegar sus ojos de la pantalla devoró las papas fritas. Cada cierto momento miraba a Dominic, se dio cuenta en lo concentrado que estaba y entornó los ojos cuando se percató de que él pasaba la punta de la lengua por su labio superior para sacar el rastro de la gaseosa. Prefirió girar su cabeza perdiendo su vista en la ciudad a través del enorme ventanal, ya había anochecido, las primeras estrellas se estaban asomando, el cielo había creado un efecto de ondulaciones brillantes, tan bellas que lo hacían verse tornasol. Se había perdido tanto en el paisaje que, cuando sonó una notificación en su portátil, dio un respingo.
—¿Qué te pasó? —preguntó el pelinegro, mientras se estiraba —. Mierda, ya serán las doce.
—¿Qué? —en ese momento Samantha, por el rabillo del ojo, se percató que era una, ¿publicidad? Eso captó de inmediato su atención. Apretó la ventana que le había aparecido y su sangre se congeló en el acto.
"¿Miren a quien encontramos?
Sí, es el mismísimo Doménico Dickens, el reconocido abogado a nivel nacional. Nuestras cámaras lo han captado ingresando al famoso club de intercambio, Déjá vu.
¡Esto una bomba señores!, ¡se ha presentado solo!, ¿su novia lo sabrá?, o, ¿será que ella, la publicista Samantha Brown, estará encargada de cubrir la noticia? Porque sabemos que él está de paso por nuestra ciudad y también tenemos conocimiento que, ¡no es la primera vez que asiste al club! ¿Le habrá dado permiso para ir hasta el lugar?, o, ¿Doménico Dickens, se ha revelado? Estaremos pendientes de los entretelones de esta jugosa noticia".
Samantha comenzó a temblar, la respiración se le hizo pesada y su estómago se apretó a un punto que le dolieron músculos. No podía ser posible, ¡esa maldita publicación estaba mintiendo!, ¡Doménico no sería capaz de engañarla! Con los dedos trémulos se tocó la frente. Entonces, se armó de valor y bajó un poco. Un mareo se hizo presente cuando vio la foto de Doménico al interior de club, ¡no había solo una foto! Eran varias las que demostraban que esa maldita divulgación decía la jodida verdad. Fue tan fuerte su impacto que sintió como sus oídos comenzaban a zumbar por la presión de la sangre. ¿Por qué había hecho eso?, ¿por qué había ido a ese lugar?, ¿en calidad de qué?, ¿de soltero? No era posible. Se tapó la boca, pero tenía que calmarse. ¡No podía hacerlo! Buscó su teléfono y al tomarlo se le cayó al piso.
—¿Qué te pasa? Estás pálida.
Samantha no lo escuchó, en ese momento lo que más le importaba era saber si era verdad lo que decía esa publicación amarillista y escandalosa, ¡si hasta se habían burlado de ella! El celular se le resbaló de la mano, pero pudo agarrarlo en el aire. Dibujó el patrón de bloqueo, buscó el maldito contacto y presionó. Su pie se movía a un ritmo frenético, se llevó los dedos hasta la boca y empezó a morder sus uñas. Uno... Dos... Tres tonos y nada. Cuatro... Cuando iba a cortar, una voz, un jadeo, un gemido, se escuchó del otro lado.
—¿Bu...?, ¿bueno...? —¡Era una mujer!, ¡¿qué mierda hacía una tipa contestando el teléfono de su novio?! —. Mmm... Sí, justo allí... ¡Ah!, ¿aló?
El rostro de Samantha se transformó a una mueca de total y absoluta incredulidad, sintió como la tierra se partía en dos y se la tragaba. No encontraba su voz, se había perdido en algún lugar de su reseca garganta. No podía dar crédito a lo que estaba escuchando, ¡era una mujer gimiendo!, ¡Dios!, ¿estaba con Doménico? Dominic, que estaba frente a ella, se quedó en blanco al ver cómo el cuerpo de la chica se sacudía sin control. El color de sus mejillas había desaparecido, ¿con quién estaría hablando? Se puso de pie, rodeó la mesa y se acuclilló frente a ella.
—¿Samantha? —ella lo miró con los ojos rojos —. ¿Qué pasa?, ¿quién es? —ella comenzó a balbucear. Entonces, Dominic le quitó el celular de la mano y se puso de pie, al hacer un leve forcejeo con Samantha se activó el altavoz.
—Co... Corta. Ann... ¡Mierda! Annie, no me interesa hablar con nadie —a Dominic casi se le desencaja la mandíbula al oír esa voz —. Vamos cariño, lame mi guinda. ¡Oh! Sí... Co...
—¡Hijo de puta! —gritó al tiempo que tiraba el celular de Samantha hasta la pared, este se hizo pedazos en el acto. Se agachó y le tomó el rostro con ambas manos —. Cariño... —Samantha se tapó la boca —No, nena, por favor no llores.
—Por... Por favor... —hipó —. Dime que oí mal —lo agarró de la camisa —. ¡Dímelo! —le suplicó con un grito.
—Cariño, escuchaste perfectamente —susurró, queriendo mentirle.
Por impulso Samantha se puso de pie, haciendo que Dominic trastabillara. Se pasó las manos por la cara —¡¿Cómo mierda puede ser posible que esto esté pasando?!, ¡¿ah?!, ¡¿por qué me hace esto?! —gritó. Su incertidumbre, dio paso para que la ira se apoderara de ella —. ¡¿Se quiere vengar de mí?!, ¡¿eso es?! Porque te juro que no le encuentro otra explicación a esto. ¡Mierda!
Dominic se había quedado de rodillas en su sitio, ¿qué podía decirle? No había palabra que apaciguara la furia que Samantha estaba sintiendo en ese momento. En ese preciso instante, por el rabillo del ojo, vio la publicación. Su sangre hizo ebullición, ¡jodido pelirrojo! Le había puesto los cuernos a Samantha, ¡su novia! Porque era un hecho, y él lo sabía muy bien, que para ingresar a un club de swinger como soltero, debías decirlo al ingresar, ¡y el muy puto no era un hombre soltero! Si bien no estaba casado con ella, tenían una maldita relación de bastante tiempo, ¡si hasta vivían juntos! Como quería tenerlo enfrente para partirle esa puta cara de niño bonito que tenía. ¡Puto hijo de puta! De un manotazo bajó la pantalla y se puso de pie.
—Samantha, cálmate.
—¡¿Qué me calme?!, ¡¿me estás jodiendo?!, ¡acabo de darme cuenta que mi puto novio de tres malditos años me engaña, Dominic!, ¡¿y tú me pides que me calme?! Entonces, ¿era por eso que no me contestaba?, ¿por qué estaba con ella? —Samantha se paseaba de un lado a otro —. ¡¿Desde cuándo mierda Doménico habla así?! "¿Lame mi guinda?", ¿qué carajo significa eso? —se puso la mano en la sien —. Esto es la mierda.
—Lo sé cariño, es un imbécil. Pero estás muy alterada.
—¡¿Y cómo mierda quieres que este?! —sollozó —. Le he dado todo de mí, Dominic —se puso la mano en medio del pecho —. Lo he querido de una manera incondicional y, ¿es así como me paga?, ¿yéndose a acostar con una tipa a espaldas mías?
—Ya Samantha, no te sigas atormentando —le pidió con suavidad.
—¿Sabes lo que más rabia me da? —estaba hablando sin pensar. Quería soltar todo lo que tenía, esa angustia, esa decepción, ese mal trago y esa incógnita de no saber dónde mierda estaba su relación, a esas alturas, ex relación con Doménico —. ¡Qué él viene y aprovecha la primera oportunidad para meterse entre las piernas de otra!, ¡en cambio, yo!, ¡a pesar de que lo quiero!, ¡desde que comenzaste a trabajar conmigo me he contenido cada día para no tirarme encima de ti! —se calló al darse cuenta de lo que había dicho.
—Samantha...
En un arrebato avergonzado fue hasta la silla, tomó su bolso y pasó por el lado de Dominic que, estaba anclado al piso por lo que ella le había soltado. Reaccionó cuando escuchó el portazo, corrió hasta el escritorio y como pudo apagó su portátil. Agarró su chaqueta de la percha y salió detrás de ella. Sin embargo, en el pasillo, ya no había nadie. Entonces Dominic llegó hasta el segundo elevador y apretó el botón.
—No Samantha, no te vas a ir después de decirme esto.
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