Capítulo 12


El camino al Penthouse fue en absoluto silencio, después de pasar una tórrida y alucinante velada se habían despedido sin muchos preámbulos. Samantha le había comunicado a Dominic que no se verían en las próximas semanas, porque le explicó que Doménico saldría de la ciudad por un mes. A él no le hizo mucha gracia saber que no vería, por tanto tiempo, a la mujer que lo había hecho caer en las temidas redes del amor, pero no pudo decir nada al respecto más que aceptarlo a regañadientes. Sin embargo, le pidió su número de celular, a lo que ella se negó rotundamente puesto que hay sí sería engaño y ella no estaba dispuesta a llevar el intercambio a otros parámetros.

Antes de que Samantha diese un paso hacia el interior del elevador, Dominic la había tomado del codo, deteniéndola. En silencio, ahuecó sus mejillas entre sus grandes manos, la observó con intensidad y le dio un beso muy diferente a los que él la tenía acostumbrada, este carecía de sexualidad e incluso a Samantha se le antojo romántico por la forma en que Dominic movía sus labios sobre los suyos. Era como una silenciosa despedida, de la que ella no estaba preparada. No obstante, estaba claro que así era y quizás por cuánto tiempo. Porque sí, Doménico se iba por un mes, pero eso se podía alargar indefinidamente.

Doménico ni siquiera le había dado la mano cuando se despidieron de sus intercambios, cosa que se le hizo muy extraña, puesto que el pelirrojo de una u otra forma siempre mantenía contacto físico con ella. Iba en el interior del acondicionado auto de su novio mirando como los árboles, las personas, las discotecas, todo pasaba ante sus ojos quedando atrás. Soltó un inaudible suspiró evocando lo que había experimentado hacía menos de una hora atrás. Tenía el aroma del perfume de Dominic impregnado en su cuerpo, las marcas de sus manos en cada parte de su piel. Se mordió el labio al darse cuenta de que ya estaban en el edificio.

Doménico salió dando un sonoro portazo, ni siquiera le abrió la puerta del copiloto, cosa que también hacía siempre. ¿Qué demonios le pasaba?, ¿por qué ese cambio de actitud tan abrupto? Samantha jamás creyó que lo que el pelirrojo sentía eran los malditos celos. ¿Cómo podía tan siquiera pensar en eso, si lo vio disfrutando tanto como ella? Sin embargo, no había otra explicación para su frío comportamiento.

Samantha, sacó todo el bendito aire de sus pulmones y se mordió la lengua para no discutir con él, era lo que menos quería, ¡por Dios! Se iba en tres días y no podían estar enojados por algo tan consensuado como el compartir habitación. ¿Era lo que ambos querían?, ¿no?, ¿y entonces?, ¿qué mierda le sucedía? Negó con la cabeza y se armó de valor para salir del auto, quería alcanzar a su novio que iba caminando a grandes zancadas y con los puños apretados.

El ambiente al interior del elevador se podía cortar hasta con una maldita hoja de papel, Doménico tenía la espalda tan rígida que le dolía. Esa postura que había adquirido no era más que una consecuencia de haber visto cómo su novia se metía con ese tipo, estaba con la maldita ira hasta el tuétano. Ya, en un principio si le gustó ver su cara de deseo, pero después todo cambió. En un momento, cuando la miró mientras él se follaba a Carolina, vio algo distinto en Samantha. Algo que en los años que llevaban de novios no había revelado. Estaba tan malditamente entregada a ese tipo, tan perdida en él que su ira estalló cuando se fue a asear al baño y al volver, se dio cuenta de que otra vez estaban cogiendo. Pero en esa ocasión lo hicieron en silencio, disfrutando de la compañía del otro, como si se trataran de los más enamorados amantes. ¡Mierda!

La miraba de soslayo, estaba consciente de que ella con lo inteligente que era intuía que algo no andaba bien y, ¿cómo no? Si su cambio de actitud fue del puto cielo, al mismísimo infierno. Le hastió ver la posesividad con la que Dominic trataba a Samantha, le enfermó ver que ella no hacía nada por frenarlo. ¡Se estaba volviendo loco! Se pasó la mano por el cabello, desordenándolo por completo. Antes de salir del elevador se soltó varios botones de la camisa, tenía calor y era de la pura ira. Las puertas se abrieron y él fue quien salió primero, ni siquiera le apetecía dirigirle la palabra a su novia porque sabía que, si abría la boca desataría el caos. Sin embargo, no pensó que ella sí quería hablar.

—¿Me puedes decir que te pasa? —preguntó Samantha en cuanto estuvieron al interior de lo que era su hogar. En ese momento, el rostro de Doménico se puso tan rojo como una grana y estalló.

—¡¿Qué me pasa?! ¿¡Quieres saber que mierda me pasa?! —Samantha lo miró atónita, pero no se intimidó por los gritos y tranquila le dijo.

—Si —el pelirrojo se rio sin ganas.

—Esto es inaudito. Estás como si nada hubiese pasado —la enfrentó mirándola con rabia —. ¡Te follaste a ese tipo como si no hubiese un puto mañana! —reclamó con la respiración acelerada —. ¡¿Te diste cuenta como mierda estabas?! —le gritó con los dientes apretados.

La ira de Doménico, traspasó la piel de Samantha —¡De la misma forma en la que estabas tú! ¡No me puedes echar en cara lo bien que lo pase! ¡Tú también lo disfrutaste!

—¡Si maldita sea! ¡Lo disfrute, pero no como tú! —alzó las manos a los costados —. ¡Debiste verte! Nadie más existía para ti, ¡solo él!

Samantha abrió la boca sorprendida por lo celos resentidos que Doménico le encaraba, se mordió el labio al tiempo que tragaba saliva. Lo miró con determinación —¡A ver! Dejemos las cosas bien claras, eh, Doménico. Tú No pusiste objeción alguna cuando Dominic nos propuso compartir la maldita habitación esa. Es más... —lo apuntó —. Te veías demasiado excitado con la idea. ¡No me vengas con que ahora te arrepientes! –

—¡Claro que me arrepiento! ¡Mierdaaa! —gritó agarrando la camisa y sacándosela de un solo tirón —. ¡No me puedo creer que mi novia se comportara como una...! —se calló al darse cuenta de lo que estuvo a punto de decir. Los ojos de Samantha escocieron, pero no se permitió soltar ni una sola lágrima.

—¡¿Una qué?! —lo empujó —. ¡Dime! ¡¿Una puta?! ¡¿Una zorra?! —al ver que no respondía nada se rio sin una pizca de gracia —. La que no se lo puede creer soy yo, me has decepcionado Doménico. Me has tratado como una cualquiera siendo que tú, querido novio mío, te comportaste igual o peor que yo —le puso el dedo en el centro del pecho, logró percibir como el corazón del pelirrojo latía desbocado —. Fuiste un puto playboy con tu intercambio —dijo con sorna al tiempo que hacía comilla con los dedos —. Ponte bien los pantalones y afronta la actitud que tuviste en el club, con ella, en la barra, en cuando la viste, en la habitación, cuando disfrutaste al sentir como te hacía tremenda mamada. Porque, ¡sí! Aunque estaba preocupada de mis sensaciones, te vi —su pulso estaba elevado hasta el mismo cielo.

—Si yo soy un puto playboy, tú eres tremenda zorra que s...

No alcanzo a terminar la frase porque se vio con la cara dada vuelta y la mejilla ardiéndole como el mismo infierno, Samantha le había dado una bofetada que le repercutió en cada parte de su cabeza. Nunca, jamás, en el tiempo que llevaban juntos habían tenido una discusión tan fuerte y tan fuera de lugar como la que estaban teniendo en ese momento. Las palabras que se dijeron el uno al otro, fueron desatando los demonios internos de cada uno. Y fue la mierda porque a pesar de que estaban enfrascados en un fuerte altercado, ninguno de los dos se arrepentía de las palabras dichas.

—¡Puedes irte a la mierda! —giró sobre sus talones. Sin embargo, las palabras ácidas de Doménico la detuvieron.

—¡Claro que me iré a la mierda! ¡Por fin en tres días dejaré de verte la cara!

¿Cuándo pasó todo eso? En fracción de segundos todo se fue al infierno. ¿En serio había pasado todo aquello? Las lágrimas que amenazaban con salir de sus ojos se vieron reprimidas, no permitiría que las palabras fuertes e hirientes que Doménico le acababa de dedicarle le afectasen. Como por inercia fue al baño y se desnudó por completo para darse una ducha, el vapor caliente hizo que todo se empañara rápidamente. Samantha en ese momento se permitió soltar aquellas gotas saladas que se perdían gracias al agua que corría por su enrojecido rostro.

Entró a la habitación y se percató de que Doménico estaba a torso desnudo sobre el blanco edredón, y con el antebrazo tapando su rostro. Samantha prefirió ignorarlo, era lo mejor. En completo hermetismo apretó el nudo de su toalla a la vez que giraba su rostro y se dirigía hasta el closet. No obstante, la voz indolente de Doménico rompió con aquel sepulcral silencio.

—Ahora que me voy de viaje, puedes revolcarte tranquila con ese tipo —el corazón de Samantha se apretó —. Ya no tendrás inconvenientes, ¿no?

—Deja de hablar estupideces —musitó al borde de un nuevo ataque de llanto.

—No hablo estupideces, solo digo la puta verdad. Tendrás el camino libre.

—¡Ya basta! ¡¿Hasta cuándo mierda debo seguir aguantando tus gratuitos insultos?! —se giró sobre sus talones para encararlo, aun con la toalla envuelta alrededor de su cuerpo. Doménico descubrió su rostro y al verla se puso de pie con un solo salto, caminó hasta ella y la tomó súbitamente del brazo.

—¡Mira! ¡Si hasta tienes unas malditas marcas! ¡El maldito ese hasta se preocupó de dejarte marcada!

Sí, Samantha las había visto tras salir de la ducha, ¿pero qué carajo podía hacer si ya estaba ahí? ¡Nada!

—¡Suéltame Doménico! —no la escuchó —. Estás muy molesto. Hablemos en otro momento mejor.

—¡¿Y para qué?! ¡Mejor así! —la soltó tan bruscamente que Samantha trastabilló —. ¡La maldita idea de ir a ese puto club fue tuya! ¡¿No será que ya lo conocías de antes, y querías sacarte las ganas con unas buenas folladas?! —su otra mejilla, también ardió.

—¡Ya me tienes harta! ¡No puede ser posible que creas eso de mí! ­—sus aletas nasales estaban absolutamente dilatadas —. Puedo reconocerte el hecho de que... ¡Sí! Lo disfruté, me gustó. ¡¿Contento?! —Doménico la miró a través de su cabello —. ¡Pero no puedo perdonarte que pienses que lo conocía de antes! ¡De que yo haya maquinado el encuentro en el club! —gritó con un sollozo que se atoró en su garganta.

—No te creo ni una mierda —se paró derecho mirándola fijamente —. La química que tienes con él no es coincidencia, Samantha. La manera en la que tus ojos brillan cada vez que nos hemos visto, el coqueteo de tu cuerpo ante sus apariciones. ¡Todo, maldita sea! ¡No me vengas ahora con que no lo conocías!

Samantha movía la cabeza negando con vehemencia, ¿en qué maldito momento todo se tergiverso? Nunca creyó que vería caer ante sus ojos una relación tan consolidada y llena de un supuesto amor, como la que tenía con Doménico. Tenía miedo que por sus, "conclusiones", todo se fuera por el caño. Doménico estaba viendo a través del agua, estaba imaginando cosas que, ¿no eran? ¡Mierda! Todo era una maldita confusión de la que rogaba a todos los demonios que se difuminaran. No obstante, el pelirrojo estaba muy lejos de acabar.

—Sigo sin poderme sacar de la cabeza el momento en el que salí de ese puto baño, la complicidad con la que se miraban, las caricias que le dabas. ¡Parecías enamorada de él! —apretó la mandíbula al sentir la fina mano de Samantha sobre su mejilla —. ¡No me toques! —la sacó de un manotazo —. ¡No quiero ni que te me acerques! –

—¡¿Por qué diablos te comportas así?! ¿Cuál es la razón de tanta desconfianza? —se tocó la mano que él había alejado.

—Ya te lo dije, ¿qué?, ¿no me oíste? —la congeló con sus ojos de hielo —. Carolina tenía razón —hizo un amago de risa mientras movía la cabeza.

—¿Qué demonios tiene que ver ella aquí?

—Se dio cuenta de la complicidad de los dos —se encogió de hombros como si no le importara. Eso le dolió a la chica —. Dime una cosa, Samantha... —alzó la cabeza —. ¿Te has puesto de acuerdo con ese tipo para verte con él, mientras estoy de viaje?

—No puedo creer que me preguntes eso —susurró consternada.

—Contesta.

—Por supuesto que no, mi intención no es engañarte.

—Ya lo hiciste, Samantha —la miró —. Intercambiamos, ¿no? Eso es engaño.

—No lo es, lo que nosotros hicimos fue consensuado. Ambos quisimos probar con otras cosas.

—Claro, porque seguramente te aburrías conmigo en la cama, ¿no es así? —escupió con cinismo.

—Lo mismo podría decir yo. Aceptaste, no objetaste en ningún maldito momento, por lo que estamos en igualdad de condiciones, Doménico —sonrió triunfal.

—No es lo mismo. Lo mío es mero sexo, en cambio tú —la miró de pies a cabeza, casi con asco —. Estoy segurísimo que sientes algo más por ese maldito bastardo —Samantha cerró los ojos.

Nunca había escuchado tantos insultos de la boca de Doménico. Era el hombre más correcto que había conocido y esa fue una de las razones por las que se enamoró de él, pero ahora estaba irreconocible, parecía otro hombre, como si un ente endemoniado lo hubiese poseído. Ahora era alguien sin corazón, que le importaba una mierda estar ofendiendo estratosféricamente a la mujer que supuestamente amaba.

La vena de su cuello palpitaba sobresaliente. Sus ojos marrones se veían casi negro de la ira, tenía los puños tan apretados a los costados de sus brazos que Samantha podía ver sus blancos nudillos. La animadversión con que la observaba le erizaba la piel. ¿Qué sucedió con Doménico?, ¿cómo una noche lo pudo cambiar todo tan drásticamente?

Samantha se sentía realmente mal, el concepto con el que la calificó Doménico la dejó destrozada. La había llamado zorra. Había reemplazado el, "cariño", por esa maldita y dañina palabra. Estaba todo tan bien entre ellos que cada una de las cosas que él le decía le caían como dagas incrustándose en medio de su pecho. Estaba siendo cruel y despiadado. La frialdad con la que le miraba le calaba hasta los huesos, era como si la odiara y eso le dolía como nunca antes le había pasado, como nunca antes pensó. Todo rastro de amor que proyectaban sus ojos marrones cuando la contemplaba, se había esfumado por completo.

En esta ocasión no se irían a la cama juntos, no se reencontrarían a mitad de la noche para aclarar sus desavenencias mientras hacían el amor. No se dirían un, "disculpa", o un, "te amo", porque ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder y eso Samantha lo sabía perfectamente al ver como Doménico bufaba, como queriendo ponerle las manos en el cuello y estrangularla. Ya nada podría arreglar lo que se había, irremediablemente, fracturado. Todo lo que se habían dicho quedaría en sus subconscientes para siempre...

Algo entre los dos se había roto, la confianza, las palabras, las miradas cargadas de resentimientos, el comportamiento, las cachetadas que Samantha le dio. Ya no había vuelta atrás para todo eso. ¿De verdad que todo había terminado así?, ¿cómo una hermosa relación de tres años, se podía ver acabada de ese modo? Samantha se tapó la cara con las dos manos, ya no pudo aguantar más y sollozó en silencio. Doménico pasó por su lado chocando su hombro con el de ella, salió de la habitación como un vendaval dejándola en la más absoluta soledad.

No sin antes decirle un cruel...

—Vete al infierno.

A pesar de su llanto, esas palabras la hicieron salir de su letargo e inmediatamente salió detrás de él. No podía dejar que se fuera así de enojado, no iba a permitir que todo lo que habían construido se desplomara como un simple castillo de naipes, en ese momento su relación pendía de un fino hilo, el que ella no estaba dispuesta a cortar, así como así. Sintió el frío de la cerámica bajo la planta de sus pies, pero le importó un carajo, debía detenerlo antes de que abandonara el Penthouse.

Allí estaba Doménico con la camisa que se había quitado con ira, entre sus manos, las cuales temblaban con fuerza. Samantha podía escuchar la respiración descontrolada del pelirrojo, como maldecía en voz baja, pero no le importó por lo que se puso detrás de él con el temor de volver a ser rechazada, y lo abrazó por la espalda. Los músculos de Doménico se tensaron, pero no se quitó con brusquedad. Sin embargo, tomó las manos de Samantha y las sacó de su cuerpo al tiempo que se giraba sobre sus talones para quedar frente a ella.

—Mañana vendré a buscar mi equipaje.

—No hagas esto, Doménico —suplicó levantando la mano para acariciarlo, pero él se echó para atrás —. No seas injusto.

—¡¿Que no sea injusto?! ¿Estás de broma? Me dejaste en ridículo, Samantha. Dios, si estuvieras en mis zapatos estarías igual de furiosa que yo.

—Yo también estoy en tus zapatos, Doménico. ¡Te follaste a esa mujer dentro de una habitación de vidrio! ¡Frente a mí! —dio un paso hacia él.

—¡Sí, pero yo no grité su nombre como un enfermo! —Samantha tragó saliva.

Estaba tan perdida y envuelta en el placer que Dominic le estaba dando, que no se dio cuenta de que, ¿gritase? Su nombre y mucho menos como una, ¿enferma? Doménico se puso la camisa mirándola con los ojos entornados. La había dejado muda ante sus palabras, no podía refutarle absolutamente nada y, ¿por qué? Porque seguramente era cierto lo que le dijo. Se pasó la mano por su cabello húmedo por el reciente baño, al tiempo que bajaba la cabeza y se mordía el interior de la mejilla derecha.

—No te vayas así, por favor —pidió —. Tu viaje es en tres días —se atrevió a mirarlo y se percató de que Doménico tenía puesta la mano en la manilla de la puerta.

—Sí, pero créeme que no se me antoja verte la cara hasta que vuelva de él —dicho eso, abrió y cerró con un portazo que retumbó en cada rincón del lugar.

Samantha se quedó de pie sin poder creer lo que había pasado, con las piernas temblorosas se dirigió a la puerta abriéndola de golpe, y al mirar se percató que ya no había nadie en el pasillo. Se apoyó en el dintel a la vez que se tapaba el rostro con la mano y lloró desconsolada. Creyó que la confianza que se tenían era tan tangible que nada rompería con lo que ellos habían formado, pero se dio cuenta, muy a su pesar, de que su relación de tres años estaba sobre un cimiento inestable que, al primer obstáculo a la primera desavenencia se derrumbaría, como en ese momento.

Entró sin ánimos de nada, arrastrando los pies sobre la alfombra negra de pelo largo. Se sentó en el piso apoyando la espalda en el sofá, metió la cabeza entre sus rodillas y como si de una nena de cinco años se tratase, lloró desolada. Su novio, su amigo, su compañero, su amor, la había abandonado y le había dicho palabras tan lacerantes que llegaron hasta su alma, y todo por un simple malentendido. No obstante, ¿era así?, ¿lo que sentía cuando estaba con Dominic, era un simple malentendido? Negó al tiempo que salía un hipo de sus labios.

La rabia la consumió, el disgusto que sentía con ella y con Doménico pudo más y de un salto se puso de pie —¡Estúpido! —pateó la mesita haciendo que todo lo que estaba sobre ella volara por los aires, ni se inmutó por el punzante dolor que sintió en el pie —. ¡No puedo creer que me hayas dejado! —tomó el sofá y lo dio vuelta —. ¡Me dejaste sola! —gritó con lamento —. ¿Cómo pudiste creer eso de mí? ¡Yo! ¡Qué te he dado siempre todo de mí! —agarró una pieza de porcelana que estaba en el suelo y lo lanzó a uno de los cuadros, este cayó quebrándose en miles de fragmentos. Caminó hasta él y tomó la foto entre sus manos, logrando que varios vidrios resbalaran —. Dudaste de mí, me creíste capaz de engañarte —miró el rostro sonriente de Doménico en el retrato de ambos —, eso nunca te lo perdonaré Doménico —se dejó caer de rodillas, sin importarle que varios pedazos de vidrios se le incrustaran en la piel, y apretó la foto en su pecho sin poder dejar de llorar.

Tal parecía ser que todo se había desvanecido. Las sonrisas, las anécdotas, las palabras de cariño infinito que se profesaban, las salidas, los baños juntos, los juegos, el hacer el amor, las ilusiones de ambos, su... Futuro.

Todos eso, al parecer, se había acabado...

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