Capítulo 1


Ella, una mujer de veintiséis años sofisticada y bella que, con su cabello negro al viento parecía ser una preciosa sirena. Con unas piernas torneadas y un busto perfectamente acorde con las curvas de su cuerpo. Vestía pantalón negro con su respectiva chaqueta, que dejaba a la imaginación toda la belleza que poseía. Caminaba con unos tacones que le daban el realce perfecto a su femenino andar.

Sin embargo, y como pocas veces le pasaba, no iba para nada contenta. Su día había empezado como la mierda ya que no sintió el despertador y, por ende, se quedó dormida. Cosa que la hizo ponerse histérica cuando vio la hora. Por Dios, ¡era la reina de la puntualidad! Y se maldijo por lo bajo ante aquel acto que, según ella, era muy irresponsable de su parte.

Se vistió con lo primero que pilló. Pero bueno, no se podía decir que su ropa fuese muy difícil de combinar. Estaba acostumbrada a vestir de Chanel o Versace, su trabajo lo requería, ella era la cara visible en la mayoría de las campañas publicitarias.

No era por el hecho de que fuese una modelo o algo parecido, era algo que, entre comillas era más simple. Ella era la que llevaba a cabo los negocios más importantes de la agencia y como tal, se codeaba con los más prestigiosos empresarios de las revistas más importantes y Cosmopolitan del país.

Su mente brillante creaba muchas de las portadas que habían salido en los último diez meses, y por eso su rostro era reconocido en las diversas reuniones que requerían de su indispensable presencia. Por eso, su popularidad iba en crescendo, como si fuese una actriz de Hollywood.

Pero a pesar de lo bella que era, de lo popular y lo bien vestida que siempre andaba, había un pequeño detalle. Hacía un calor de mierda, se le había quebrado un tacón y su maquillaje la hacía parecer un puto zombi. ¿Cómo había podido pasar algo así? ¡Ah! Claro, el culpable de todas sus desgracias había sido Cameron que, al verla llegar diez minutos tarde, le dijo que debía ir hasta las instalaciones de Vogue para afinar los detalles de lo que sería la última publicación de ese mes.

Eso no había sido ningún problema, el asunto era que, Cameron como castigo no le había dado dinero para el taxi, y a ella se le había quedado sobre la mesa la cartera con el efectivo, por lo cual tuvo que caminar varias, o muchísimas cuadras para llegar a su destino. Era ahí, su molestia y odiosidad para con su jefe.

Para rematar su mala suerte al salir de aquel edificio, su tacón quedó incrustado en un hoyo y al hacer fuerza para zafarlo, este se quebró provocando que perdiese el equilibrio. Su rostro se puso tan rojo como un tomate. Solo quería que la tierra se la devorara.

‹‹ ¡Te odio Maldito Cameron! ››, pensó, más bien gritó en su interior.

¿Qué mierda podía hacer si estaba en medio de la calle? Mucha gente que pasaba miraba a aquella mujer de cabello negro que, por cierto, llevaba pegado en la cara, cojear por la gran avenida principal. Sin lugar a duda iba a matarlo cuando lo tuviese en frente.

Claro, como él estaba en su oficina cómodamente y con el maldito aire acondicionado esperando a que ella le llevase buenas noticias, le importaba un carajo las peripecias que ella pudiese estar pasando.

Maldito día, se dijo. Al llegar a duras penas hasta la esquina del semáforo, su ofuscación no le permitió ver más allá, por lo cual estuvo a punto de cruzar con luz roja y un auto negro freno en seco, haciendo que todo el color de su rostro se perdiese y quedara tan blanca como una hoja de papel. Miró hacia el deportivo negro y observó la silueta de un hombre en su interior.

Sin embargo, no lo distinguió muy bien ya que los fuertes rayos del sol daban de lleno sobre el parabrisas, pero sí se logró percatar de que inclinó la cabeza hacia adelante y bajó sus lentes hasta la punta de su nariz. Achicó los ojos para intentar ver quién había sido el imbécil que casi la atropella, pero grande fue su sorpresa al escuchar un fuerte bocinazo que la hizo dar un respingo escandaloso.

Se echó hacia atrás y cuando el auto avanzó, logró captar una sonrisa de aquel hombre. ¿Acaso se había burlado de ella? ¿Era en serio? ¿Quién carajo se creía para asustarla de esa manera y sonreír con esa socarronería? ¿El puto amo de la calle? Que ganas de plantarse en frente de él y decirle sus cuantas verdades, pero ni para eso tuvo tiempo. Vio como el deportivo se perdía entre las calles de la ciudad.

—¡Imbécil! —gritó —. ¡Ay! —soltó un suspiro e intentó relajarse, por supuesto que poniéndose así no lograría nada —. Cálmate.

Hizo parar un taxi y al estar dentro del auto, miró con desgana su tacón. "Malditos Jimmy Choo, cuestan un ojo de la cara y son más malos que la misma mierda", pensó mientras veía el tacón hecho pedazos en su mano. Vio que el conductor la miraba por el espejo retrovisor y se sentó derecha.

—Parece que hoy ha sido un mal día, ¿verdad? —le dijo él.

—Sí, ha sido un día de mierda —resopló —. Pero todo sea por hacer bien el trabajo, ¿no? —se sonrió, a lo cual ese hombre también lo hizo.

—Por supuesto —asintió.

Y esa fue toda la conversación. Se bajó del auto y le dijo al hombre que esperara unos minutos mientras le encargaba a alguien que le pagase la carrera. Se dirigió hasta la agencia para la que ella desempeñaba un cargo muy importante. Se pasó la mano por su cabello, el cual estaba húmedo y enredado por el maldito y sofocante calor que hacía. Pobre, mirarla era como ver a Jack Nicholson en Las brujas de Eastwick, después de que se entera de que sus mujeres le hacían brujerías. En fin.

Cuando entró al lobby la recepcionista abrió los ojos muy sorprendida, a lo que ella le dedicó una forzada sonrisa. Pésimo, era así cómo se sentía. Se acercó hasta la mujer y le dijo que le hiciera el favor de pagarle al taxista, es más, encargó que el cobro fuera directo a la cuenta de Cameron. Se sonrió con perversión al imaginarse la cara de su jefe al momento de ver el recibo. Con lo miserable que era, seguro le vendría un maldito ataque de ahogo. Bien merecido se lo tiene, se dijo con una sonrisa maquiavélica.

Se adentró en completo silencio al elevador y allí esperó paciente a que llegara a su piso. Al abrirse las puertas se dirigió rauda hasta la oficina de Cameron. Lo iba a matar, eso era lo único que tenía en mente. Estrangularlo y hacerlo pedir clemencia. Se volvió a sonreír con el solo hecho de tener tan maliciosos pensamientos para con su jefe.

Sin siquiera tocar la puerta, la abrió. Cameron, estaba mirando la pantalla del computador y cuando alzó la vista, levantó las cejas. Ella entrecerró los ojos, ¿acaso estaba aguantando una carcajada? La recorrió de pies a cabeza al tiempo que abría la boca formando una gran "O". Sí, se estaba conteniendo para no reírse en su cara.

—¿Qué mierda te ha pasado? —preguntó con la sonrisa reprimida.

—¡Te odio maldito! —soltó su maletín sobre el escritorio removiendo varios papeles —. Se me ha quebrado el tacón del puto zapato —se lo mostró —. Me he venido cojeando todo el camino, el maldito calor... —le mostró su cara —. Mira, mira como he quedado pedazo de bestia sin corazón.

—Pareces un maldito mapache —terminó la frase con una sonora carcajada.

—¿Y todavía te burlas de mí? —se sentó frente a él —. Eres despreciable, ¿sabes? Solo llegué diez minutos tarde —le reclamó.

—Te servirá como escarmiento para que no vuelvas a ser impuntual.

—¡Oh! Vamos, siempre soy la primera en llegar —se quejó.

—Sí, es cierto. Pero debes dar el ejemplo —ella puso los ojos en blanco —. Y no pongas esa cara, mira que te pareces a uno de esos zombis que aparecen en Resident Evil —ella se sonrió.

—Solo faltó que me orinara un perro —Cameron soltó una carcajada bastante contagiosa, entonces ella también comenzó a reír con él.

—¿Cómo te fue? —carraspeó para intentar ponerse serio, cosa que le costó de sobremanera.

—Muy bien, ya está lista la modelo que saldrá en la portada de Vogue, que será dentro de un mes. La editora a cargo de la publicación quedó fascinada con la chica —abrió su maletín y sacó una foto —. Me dijo que tengo excelente gusto para hacer este tipo de contrataciones —Cameron la tomó y la observó.

—Es una belleza —dijo abriendo sus ojos.

—Sí. Su nombre es Cassandra Johnson, tiene veinte años —se apoyó en la mesa —. ¿Qué tal? ¿Eh? Espero que te haya gustado la nueva contratación. Es más, Laurene me ha dicho que, en vez de dedicarme a la publicidad, debería hacerme cargo de la agencia de modelos de Elite —comentó alzando ambas cejas.

—¡¿Qué?! ¿Está loca? Eres la mejor en tu campo, no me vengas con que vas a renunciar para irte a trabajar con esa loca —ella se puso un dedo en el mentón, haciéndose la pensativa.

—No era tan mal la propuesta, ¿sabes? —frunció los labios para agregarle más suspenso al asunto —. Además, nadie te manda a pedirme cosas anexas a mi trabajo. Estoy segura que, trabajando para Elite, solo me dedicaría a lo que mi contrato requiera —se encogió de hombros.

—¡Samantha Brown! —gritó Cameron —. No moverás ese lindo trasero de aquí, ¿me oíste? Ya sé que la cagué, ¿está bien? La verdad es que has quedado hecha mierda, no debí castigarte de esa manera —Samantha lo miró y se sonrió —. Disculpa, ¿vale? —su sonrisa se ensanchó todavía más.

—Estás disculpado —dijo mientras se quitaba el otro tacón —, eso sí, deberás comprarme un nuevo par de tacones. ¿Miras estos? —los puso sobre la mesa.

—Sí, sí. Lo que digas —Samantha se levantó del asiento y rodeó el escritorio de su jefe.

—Me lo debes —le besó la mejilla y caminó hasta la puerta —. Pásame las llaves de tu auto, no pensarás que me quedaré así todo el día, ¿verdad? —Cameron soltó un suspiro y le tiró las llaves, Samantha las agarró en el aire —. Gracias jefe.

—Bruja —le dijo, lo que hizo reír a la chica.

—Lo sé —dicho eso, salió de la oficina.

Fue hasta su estudio para poder dejar algunas cosas en orden y al paso de treinta minutos iba rumbo a su departamento.

No se podía quejar, le había ido como ella esperaba. Excelente. Laurene, era la editora a cargo de las publicaciones de Vogue y realmente había quedado encantada con aquella modelo. Cerraron el trato con un apretón de manos y quedaron de verse una semana antes, para las fotos de la portada.

Samantha manejó con la música a todo volumen, y mientras cantaba la canción se miró en el espejo. Su rostro era un completo desastre, pero su reacción solo fue un encogimiento de hombros, como de costumbre. Era una mujer simplemente sencilla, no se hacía problema por absolutamente nada. Es más, si tenía que joder con su aspecto lo hacía encantada y punto.

Rodeó el edificio donde vivía y aparcó cerca de la entrada.

A pies descalzos entró al lobby. Otra vergüenza más, carajo. Solo pasó asintiendo a quienes la quedaban mirando, ya estando dentro del elevador suspiró tranquila, por fin podría darse una ducha y sacarse todo el maldito sudor del cuerpo.

Metió la llave, abrió la puerta de su Penthouse, y al entrar sintió un ruido que se le hizo extraño, ya que a esas horas la señora del aseo tendría que haberse ido. Se dirigió hasta su habitación y al entrar vio a Domenico arreglándose la corbata, se apoyó en el dintel de la puerta y ladeó la cabeza para mirarlo mejor. Demonios que se veía guapo con ese traje elegante. Él, se giró y frunció el ceño.

—No me mires así, ¿quieres? —resopló adentrándose a la habitación y comenzó a desvestirse.

—¿Se puede saber qué te pasó? —caminó hasta ella y la besó. Samantha suspiró sobre sus labios.

—Mi mañana ha sido un completo asco —Domenico, le desabotonó la blusa —. ¿Qué haces tú aquí? —preguntó mirándolo a los ojos.

—Marshall me ha llamado y postergó la reunión que teníamos a primera hora — comentó al tiempo que deslizaba la blusa de Samantha por sus hombros y prosiguió con el pantalón —. Me quedé un rato más en la cama, pero dentro de treinta minutos debo estar en el despacho —Domenico se agachó y Samantha levantó un pie para sacarlo —. ¿Y me vas a decir o no que te pasó? Vienes descalza y con los pies sucios —terminó de sacarle la prenda y se puso de pie, para pasarle las manos por la espalda y desabrochar el brasier.

—Fui a Vogue para presentar a la nueva modelo, al salir mi tacón quedó incrustado en una grieta y se quebró —suspiró. Domenico enganchó los pulgares a los costados de sus bragas y se las sacó, dejándola completamente desnuda —. No quiero hablar de eso —él tomó su mano y la condujo hasta el baño.

Domenico, era el novio de Samantha. Llevaban tres años juntos y cuando cumplieron dos, decidieron que querían vivir juntos. Se conocieron cuando ella necesitó de una asesoría legal para poder hacerse cargo de la herencia que su padre le había dejado, ya que su tío quería apoderarse de ella a la mala.

Su flechazo fue inmediato y cuando él, le pidió una cita casi se desmaya de la emoción. Desde allí no se separaron nunca más y su amor era cada día más firme, y seguro. Eso sí, eran personas totalmente diferentes.

Samantha, era una mujer que poseía un carácter carismático y alegre, que no se hacía problema de nada, ni por nada. Era por decirlo, relajada. Segura de ella misma y muy profesional, como su cargo lo requería.

Era publicista a cargo del estudio o análisis de los productos y servicios a promocionar. En este caso, ella era quien trabajaba codo a codo con la productora de Vogue, para crear nuevas portadas y hacer la revista más atrayente para el público. En su meta de vida ella se enfocaba por ser la mejor, por hacer cosas nuevas, cosas nunca antes vistas y romper así, los esquemas en su campo. Por eso se esforzaba día a día por crecer sin perder el rumbo

Domenico, tenía veintisiete años y era abogado de un bufete muy renombrado, del que su padre era dueño. Era serio y recatado, dueño de una seguridad envidiable y una masculinidad que pocos poseían. Palabras dichas por Samantha. Su padre siempre le daba los casos más complejos y su experiencia en el plano legal era impresionante.

Ellos se complementaban perfecto, eran dos polos completamente opuestos que inevitablemente se atrajeron en el momento que se vieron. Se tenían mucha confianza, en esa relación no existían los celos, ni las inseguridades, ni mucho menos los reproches. Simplemente era un amor, "inquebrantable".

Domenico dio el agua y se giró tan solo para sonreírle con picardía, Samantha alzó una ceja mientras se mordió el labio. Se acercó a su boca y se la apretó entre sus dientes, él soltó una risita cargada de perversión y comenzó a sacarse la chaqueta. Samantha entró a la ducha y lo tomó de los hombros haciendo que entrase con ropa. Daba exactamente los mismo, total, igual se desharía de ella.

—Mierda Sam —se carcajeó.

—Ven acá —jadeó deseosa de sentir a su hombre.

Lo atrajo hacia ella y atacó sus labios. Domenico no espero más, la arrinconó en la pared enlozada y comenzó a recorrer su cuerpo por completo. Esa mujer conseguía todo lo que quería y en ese momento deseaba a su novio más que nada, se le había hecho tan sexy verlo con su cabello empapado por el agua, que enterró sus dedos en aquellas rojizas hebras.

—¡Oh! Carajo, me encanta cuando haces eso —le mordió el lóbulo de la oreja y ella apretó los ojos.

Domenico fue bajando tomando entre sus manos los senos firmes de su novia y posó su boca en el pezón de la chica, provocando que ella soltara un gemido cargado de placer. Mierda, la ropa se le había pegado al cuerpo, lo que hacía más difícil el trabajo de sacársela, al diablo. Llevó las manos hasta el cinturón y lo desabrochó, solo quería tenerlo pronto en su interior y le daba lo mismo que no pudiera desvestirlo por completo.

Domenico se separó de ella y le sonrió, se bajó el bóxer y su miembro brillo gracias al agua que caía sobre el cuerpo de ambos. Samantha lo tomó en su mano y él, cerró los ojos al sentir la calidez que transmitía la envolvente palma de su novia.

—Carajo, que duro está —se puso de puntitas para devorar sus labios con evidente vehemencia.

Al soltar su boca, se mordió el labio mientras iba bajando de a poco. Sí, ese era el momento que más le gustaba, tener su miembro dentro de la cálida boca de su chica. Que bien se sentía aquello. Echó la cabeza hacia atrás cuando los labios de Samantha se cerraron sobre el contorno de su endurecida virilidad.

—¡Oh! Sam. Eres una maldita diosa —gruñó extasiado.

Bajó la vista y se encontró con los ojos de la chica oscurecidos de placer. Santa mierda, esa mujer era perfecta y era toda de él. Samantha, siguió degustando el sabor de Domenico y soltó un gemido desde su garganta cuando él agarró su largo cabello, y lo empuñó solo para embestir su dulce boca.

Domenico la detuvo y la puso de pie, no quería hacerla esperar más. La alzó haciendo que la chica enredara las piernas en sus caderas y la penetró, fuerte y profundo, sacando un jadeo por parte de ambos. Una y otra vez la embistió, el agua resbalaba por sus calientes cuerpos. Estaban insaciables, querían todo del otro, tanto así, que Domenico le mordió el cuello marcándola como suya. Adoraba el sabor que emanaba de su cuerpo.

—Eso, más fuerte —suplico con un gemido.

—Me dejarás seco —gruñó en su hombro.

—No importa. Me encanta como te mueves, no pares —imploró —. Dime cosas pervertidas.

—Te follaré duro —susurró con un jadeo intenso.

—Si... —suspiró —. Dime más.

—Haré que te corras como nunca lo has hecho —dijo apretando sus piernas.

—¡Oh! Mierda —echó su cabeza hacia atrás.

Sus caderas golpeaban fuertemente la pelvis del chico, haciendo que un sonido únicamente erótico retumbara en las paredes de la ducha. Domenico, la afirmó de las nalgas y se salió por completo, solo, para volver a entrar de lleno en la feminidad de Samantha. Le encantaba hacer el amor con ella, sentir piel contra piel, la suavidad y humedad de sus pliegues lo dejaban enfermo.

—Córrete —le pasó la lengua por la mejilla—. Vamos Sam, vente junto conmigo.

—¡Ah! Dom... Domenico —chilló.

Y se dejó llevar por uno de los mejores orgasmos de la semana. Domenico sintió la intimidad de Samantha palpitar y atrapar su miembro, echó la cabeza hacia adelante y le dio una última embestida antes de derramar toda su esencia dentro de su novia.

—No podré moverme en una maldita semana —suspiró Samantha.

—Tú lo quisiste así —se sonrió y le besó la sien.

Se quedaron unos segundos en la misma posición, hasta que las piernas de Samantha comenzaron a temblar. El agua no dejaba de correr por sus cuerpos lánguidos. Estaban relajados, tranquilos, y sus respiraciones acompasadas indicaban lo bien que se sentían el uno con el otro.

—Debo volver a cambiarme —la bajó despacio.

—Sí, ve. Yo terminaré de ducharme para volver a la oficina —se giró y echó shampoo en el cabello —. Asegúrate de sacarte los zapatos, no te vayas a caer —se carcajeó con burla.

Domenico antes de salir, le dio una nalgada y apretó de ella en el proceso, Samantha solo se sonrió y siguió en lo suyo.

Una vez fuera del baño, se vistió tranquilamente. Domenico se acercó y le ayudó a subirse el cierre de aquel vestido blanco que le quedaba como un guante adherido a las curvas de su cuerpo. Le besó la nuca y salió de la habitación.

Samantha suspiró, ese hombre era perfecto según sus ojos. Lo que no sabía era que, pronto conocería a alguien que le volvería el mundo al revés. A alguien que la haría hacer las locuras más aberrantes e impensadas del putísimo mundo. A alguien que, la volvería completamente demente.

A alguien que, la haría olvidar que tenía novio.

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