𝟭𝟲. SE ME ESCAPA POR LOS DEDOS.
CAPÍTULO DIECISÉIS
'la sensación de que la estoy
perdiendo para siempre y sin
poder llegar a entrar a su mundo'
A los veinte años, Andrómeda Black dejó atrás lo único que el mundo que conocía más que nadie: su hermana.
Andrómeda solía ser lo preciado, si Narcissa y Thalia eran joyas, si Bellatrix era plata, nada de eso importaba porque Andrómeda Black era oro. Fue un cambio ser el oro de la Antigua y Noble Familia Black y de repente ser la traidora. Pero ella no se arrepintió de casi nada.
Andrómeda recordó un momento antes del día en que dejó su hogar. Los años dorados cuando la familia Black presentó a sus niñas, las cuatro de diferentes edades, pero aún muy unidas en la expectativa de cumplir las expectativas de su nombre, listas para ser las más fuertes, inteligentes, bellas y poderosas.
Pero más allá de eso, Andrómeda recordaba muy bien una noche, una tormenta del veintisiete de marzo, cuando la chica tenía nueve años y escuchó los gritos de su madre durante toda una tarde. La noche de 1960, las tres hermanas fueron llevadas a la habitación de su madre, la encontraron con el cabello rubio pegado a al piel del rostro gracias al sudor que acompañaba su gran esfuerzo. Narcissa agarró la cintura de Bellatrix mientras ella temblaba con los ojos abiertos cada vez que otro grito aterrador resonaba. Pero Andrómeda estaba ansiosa, no es que no se preocupara por su madre, sino que sentía algo más allá de eso, como una sensación de estar esperando un regalo de cumpleaños que realmente deseabas.
Pasaron las horas y Andrómeda recordó haber escuchado las palabras de su madre debilitarse mientras el dolor y la falta de fuerza la hacían querer darse por vencida.―¡Sácalo!―le gritó a cualquiera que quisiera escucharla.―¡Sácalo de mí!
Las jóvenes escucharon a Cygnus susurrarle a la mayor de las muchas parteras que estaban ayudando o tratando de ayudar. Lo escucharon decir que no fue así, que con ninguna de las otra tres niñas fue así, que creía que no funcionaría, que el bebé mataría a Druella. Andrómeda escuchó a la partera prepararlo, pidiéndole que pensara en qué haría si tuviera que elegir entre su esposa o el bebé.
Andrómeda se acercó de puntilla, Druella la miró, estaba luchando con todas sus fuerzas y aunque solo tenía nueve años, Andrómeda pudo reconocer eso. Extendió su mano sosteniendo los dedos fríos de su madre, quien asintió mirando los ojos grises de su hija. Un último grito, el que superó los muros de piedra, hizo que los elfos se golpearan la cabeza contra la pared de dolor por su ama, el grito que se hizo presente entre los árboles, entre las casas lejanas de esa calle.
Y luego se detuvo, sin otro grito o quejido, ningún grito que pusiera fin. Sólo el mas leve llanto de un bebé al que le quitan su madre para lavarlo y acunarlo en una manta. Druella negó levemente con la cabeza, negándose a abrazar a la niña que la causaba tanto dolor. Cygnus estaba demasiado ocupado controlando a su esposa, asegurándose de que estuviera bien, La partera se volvió hacia las niñas, quienes rápidamente extendieron sus brazos y Andrómeda la abrazó suavemente.
Esa era Thalia. Thalia no pertenecía a Druella y Cygnus. Bellatrix, Andrómeda y Narcissa pertenecían. Pero esa bebé, con los ojos verdes jamás vistos, era diferente.
Con el paso de tiempo, quedó claro que el cariño de Druella por Thalia nunca se recuperaría. Se alejó por completo del cuidado de la niña usando el mal comportamiento de Bellatrix como excusa que ocupaba todo su tiempo. Debe ser difícil para una niña extender por qué su madre tenía tanto cariño por sus hermanas, pero insistía privarla de él.
A pesar de eso, Thalia era bastante querida, Andrómeda no dejó que la dejaran de lado, la cargaba en brazos, al cuidaba por las noches y le cambiaba pañales, la niña también aprendió a preparar adecuadamente un biberón para su hermana. Thalia era una bebé, Andrómeda era una niña. Eran su propia familia.
Cuando Thalia cumplió tres años, Andrómeda tuvo que salir de la casa para ir a Hogwarts, durante las primeras tres semanas de su estancia en la escuela, la niña recibió cartas de su madre quejándose de que no podía lograr que la niña se quedara en silencio. Mientras leía su última carta, Andrómeda lloró, también extrañaba a su hermana más que nada. Alguien la vio llorar, un chico de Hufflepuff, que se acercó con una flor arrancada del jardín, hizo sonreír a Andrómeda.
Ese era Edward Tonks, o Ted, como a la chica le gustaría llamarlo por el resto de su vida. Ted mi amor. Ted mi corazón. Ted mi marido. Y ella lo supo desde la primera vez que lo vio, aunque sabía que no podía hacerlo, no pudo evitarlo.
Ted fue quien comentó sobre un objeto que los muggles usaban para calmar un bebé, un "chupete". Tres días después y la niña envió una caja de chupetes negros a la casa de su familia, las cartas con quejas cesaron, lo que significaba que había funcionado. Funcionó, pero nunca recibió ningún agradecimiento, nunca le daban las gracias.
Cuando Andrómeda recibió el pase para ir a Hogsmeade cuando quisiera como estudiante excepcional y gran prefecta, la chica siguió estrictamente una rutina de pesar toda la tarde en las tres escobas, donde el elfo doméstico de la familia Black llevaba a Thalia con la mayor. Druella y Cynus ni siquiera se dieron cuenta, no estaban prestando suficiente atención.
Durante sus viajes a Hogsmeade en su sexto año, Andrómeda comenzó a sentirse vigilada, por lo que llevó a Thalia a un rincón de la casa de los gritos, que en ese momento no era una ruta popular dada la falta de rumores sobre apariciones. Casi nadie pasaba por allí y en primavera era el mejor lugar para que una Thalia cercana a los ocho años jugara a perseguir a su hermana.
Aún así, Andrómeda se sintió observada por el espacio entre los árboles, sabía que había algo allí, y en una tarde soleada, la chica de cabello castaño caminaba entre los árboles luciendo un ligero vestido primaveral aprovechando la distracción de Thalia con las mariposas. Al salir con varita en mano, la hermana mayor siguió el camino oculto, saltando detrás de un gran árbol podrido lista para atacar, pero solo asustó a quien estuviera allí.
Ted Tonks gritó de miedo, haciendo que la chica frunciera sus espesas y oscuras cejas. Le explicó a Black que tenía curiosidad sobre por qué la chica desaparecía a la misma hora todos los días, supuso que estaba siguiendo a la chica y cuando admitió haberla seguida durante días, Andrómeda concluyó que ocultar su secreto sería inútil. Luego le presentó a Thalia y a partir de ese momento lo vio jugar con ella casi todos los días.
Había, sin duda, un arrepentimiento en la inocencia de Thalia, por ser una niña demasiado distraída para notar la forma en que Andrómeda miraba a Tonks. Ella lo dejó escapar, sin imaginar que sería él quien le quitaría a su verdadera familia.
Andrómeda recordaba todo muy bien. Cuando la chica cumplió once años, cuando esta vez fue ella quien se quedó, la casa silenciosa y vacía durante los meses alejada de Thalia. Ante la ausencia de la pequeña, la mayor recurrió a visitar a sus dos hermanas, en una de las cuales, una invitación a la cena de los Lestrange la animó cuando las cartas de su hermana dejaron de llegar debido al ajetreado periodo de exámenes.
Lo que Andrómeda no sabía era que esa noche no sería simplemente una cena cualquiera como tantas otras donde comían hasta que les dolía el estómago y luego bebían una o dos copas de vino, que pronto se convirtieron en cinco u ocho. Era posible notar la pesadez en el silencio del ambiente, las pocas velas oscuras que iluminaban la sala, el silencio de la alegría de Druella y Cygnus, los ojos preocupados de Narcissa mientras bajaba las escaleras para invitar a Andrómeda a ayudar a su hermana a vestirse.
La chica sabía lo que estaba a punto de lograr en ese momento, Bellatrix no había dejado de hablar de ello durante la última vez que sus padres jugaron con su cabeza. Aún así, Andrómeda subió, paso a paso, pie a pie, hasta entrar en la habitación de su hermana mayor. Narcissa cerró la puerta detrás de ella y Bellatrix se giró con el cabello cuidadosamente peinado y una sonrisa genuina en sus labios rojos.
―Él me eligió.―dijo, como una niña cuyo sueño había terminado haciéndose realidad, Bellatrix parecía a punto de flotar.―Entre todas, me eligió a mí.
―¿Y crees que eso es bueno?―Andrómeda no pudo contenerse.
―¡Andy!―Narcissa trató de evitar el conflicto, como siempre.
―Matarás gente.―los ojos grises de Andrómeda estudiaron a su hermana con atención, notando una sonrisa divertida formándose en las comisuras de sus labios y luego desapareciendo al momento siguiente.―Eso si no estás matando ya.
Bellatrix se rio, una risa realmente maldita, anda como su risa fuerte y tope de antes, esta era cruda, fría y envió escalofríos a las otras dos que intercambiaron una mirada preocupada. Narcissa, que se cubría los labios con sus largos dedos y cortas uñas, giró su rostro hacia algún rincón, como si eso fuera suficiente para que el problema entre ellas desapareciera.
―Simplemente estás celosa, Andy.―Bellatrix se burló, pero sus ojos estaban serios mientras miraban profundamente en el alma de su hermana, la que solía ser su mejor amiga.―Porque estoy mejor, porque me casé y ahora traeré el mayor honor a nuestra familia.―hubo una pausa, cuando la sonrisa de Bella desapareció y sus ojos se oscurecieron, como si alguien más se estuviera apoderando de su cuerpo.―Porque tengo una oportunidad.
Fue demasiado rápido para que Narcissa evitara que sucediera, cuando la mano fría de Andrómeda golpeó la piel pálida y maquillada de Bellatrix, causando un sonido fuerte y crujiente, haciendo que la única rubia dejara escapar un pequeño grito algo agudo de sorpresa. El silencio cayó en la habitación, Bella sostuvo su rostro dolorido, Andrómeda no se movió y Narcissa sacudió sus huesos.
―Estás muerta para mí.―Andrómeda habló, estaba seria como nunca, palabra por palabra salió con mucho peso, hablaba en serio, palabra por palabra.
Salió de la habitación, bajando las escaleras encontró a sus padres, pasó junto a ellos como la brisa fría de una noche de invierno, escuchó a Narcissa pidiéndole que volviera a entrar, escuchó la risa cruda de Bellatrix nuevamente y luego desapareció de la vista, sin necesidad de ser testigo de la ceremonia de iniciación de su hermana,
Esa noche, Andrómeda Black se apareció frente a la casa de Edward Tonks, con lágrimas en los ojos y enojo hacia su familia. Ted, que con mucha calma la había escuchado quejarse decenas de veces, escuchó esto también, rápidamente se dio cuenta de que esto era diferente, que no había vuelta atrás para su novia de ahora en adelante, y no quería que ella volviera.
Al final de esa noche, en una pequeña capilla muggle, con un sacerdote desconfiado y sólo dos testigos relacionados con Ted, tuvo lugar una boda secreta. Andrómeda ya no era una Black, dejó ese apellido atrás, dejó atrás a su familia en busca de construir una nueva, una real.
Sin embargo, hubo una y sólo una razón por la que Andrómeda no desapareció esa misma noche. Había alguien que la hizo volver a casa al día siguiente y escuchar durante largas y tediosas horas las quejas de su madre por su mal comportamiento, alguien a quien esperó a que regresara, a quien hacía girar en su regazo a pesar de que insistía de que ya estaba ya una señorita.
Andrómeda tenía un plan, una manera de resolverlo. Su familia invitó a cenar a Rodolphus y Bellatrix Lestrange en un intento de disculparse por el mal comportamiento de su hija Andrómeda. Esa noche llovió como nunca, las ramas golpearon la ventana del dormitorio de las hermanas, recordando al día en que nació Thalia. Pero esta vez, la niña estaba allí para distraer a Andrómeda e incluso a Narcissa.
―¡Bueno, nunca me casaré!―Andrómeda recordó haberla escuchado hablar, enrojeciendo la punta de su nariz cuando se dio cuenta de que sus hermanas no le creían.―(...) Voy a viajar, voy a visitar todos los lugares, no tendré tiempo para ser una esposa.
Entre risas de las dos hermanas y burlas de Narcissa, Andrómeda se encontró agachada frente a su hermana menor. Thalia estaba creciendo más rápido de lo que creía, siempre fue una niña muy inteligente y decidida, pero también era amable. Andrómeda siempre supo que sus palabras no eran reales, porque cada hueso de Thalia estaba hecho para amar a alguien, y ella lo haría, incluso Narcissa podía verlo.
―(...) Pero ya sabes, si un día cambias de opinión.―dijo Andrómeda con mucha calma, apartando los mechones de cabello sueltos del rostro de su hermana menor.―No tienes que casarte con alguien que ha sido elegido para ti, puedes dejar que tu corazón elija.
Fue la última vez que tuvieron una conversación así, sus ojos verdes brillaban mientras admiraban a Andrómeda, la sonrisa de la mujer se hizo más grande, la más genuina, cuando el motivo era Thalia Black.
―No. No puede.―la voz de Druella sonó detrás de sus hombros y Andrómeda supo, simplemente supo, que este era el final del camino para Andrómeda Black.―¡Y tú tampoco!
Andrómeda tenía un plan, pensado hace mucho tiempo cuando se dio cuenta de la gravedad de las acciones de sus familiares, antes incluso de encontrar a Ted, los planes que implicaban huir con Thalia ya existían, ella estudió durante años, buscando todos los hechizos de protección para cubrir sus huellas, Cuando Ted se unió a ella, los dos encontraron el hechizo perfecto, eligieron una casa justo después de la boda, usaron el hechizo para ocultar su ubicación y eligieron un guardián secreto.
Pero en aquella noche de tormenta, la esperanza de llevarse a Thalia se apagó con las llamas de vela que iluminaba la habitación. Cuando la pequeña cayó, tras ser golpeada por el hechizo de su propia madre, Andrómeda asumió que la causa estaba perdida, no luchó más, tuvo miedo. Estaba demasiado débil para poner en riesgo a la niña.
―¿Pensaste que podrías enconderte de mí?―preguntó Druella, sosteniendo firmemente la varita en su mano mientras Cygnus sacaba a la más joven de la habitación.―Eso lo vi en ti.
Andrómeda frunció el ceño, inicialmente confundida hasta que recordó esa tarde cuando se dirigía para prepararse para la cena, estaba pensando en Ted mientras subía los escalones nacarados de las escaleras, tan distraída que se topó con su madre. Ella sonrió y se disculpó como lo había hecho muchas veces después de la boda secreta, la felicidad la distrajo más de lo esperado. Para su sorpresa, en lugar de regañar, Druella se inclinó y besó su mejilla, los labios fríos persistieron por unos segundos ates de alejarse y la mujer continuó su camino como si la escena no hubiera sucedido.
Black entendió ahora, no fue un beso, Druella no había mostrado ninguna muestra de afecto durante años. Fue una invasión a Andrómeda, sus pensamientos, sentimientos, recuerdos y sueños. Druella invadió su mente con un beso de madre, colocándole un cuchillo en la espalda en lugar de protegerla de ataques externos. Aún así, después de tantos años, Andrómeda no guardaba rencor. No era fácil ser madre, si lo fuera, los hombres podrían hacerlo.
Hubo algo en esa noche que le preocupó por el resto de sus años. No fueron los hechizos intercambiados con sus padres ni las duras palabras de Druella dirigidas a ella, sino el momento en que bajó las escaleras. Se alegró de ver allí a Ted, el hombre que por una opresión en el pecho, un mal presentimiento, invadió el hogar de los supremacistas en busca de salvar a la mujer que amaba, pero su felicidad se disipó en el momento en que sus ojos se posaron en las tres hermanas.
Eran representantes vivas de tres sentimientos bien conocidos por la familia Black. Bellatrix, que evitaba sentir miedo y confusión, lo convirtió en ira, mirando a su hermana como si no la reconociera, como si lo único que pudiera ver a través de sus ojos ciegos fuera la traidora a la sangre en al que se convertía su hermana. Narcissa, con sus ojos azules, destilaba verdadera tristeza, la pérdida de una hermana, la culpa de alguien que imaginaba que nunca volvería a ver, un agujero que nunca podría ocultar.
Y allí estaba Thalia Black, con sus ojos aún inocentes y verdes, representando la vida. la brisa entre los árboles. Estaba llena de esperanza, la idea de que Andrómeda saliera de la casa era visible, pero la idea de salir de ella era imposible, A través de los ojos críticos de quienes observaban a la familia desde afuera, los Black parecían solo una más de muchas familias mágicas tradicionales. Nadie vio cuán esperanzados estaban, no siempre en lo mejor, casi nunca tenían esperanzas en el bien de los demás, pero sus esperanzas en el propio bien eran impenetrables.
Ah, cuando Thalia se dio cuenta, en el momento en que Andrómeda pasó junto a ella. Cuando sus esperanzas abandonaron su cuerpo, con el tiempo Andrómeda se arrodilló dejando un último beso en la frente de la niña antes de que ella se diera vuelta y la dejara sola, en una casa y no en un hogar. Cuando los ojos de Thalia se llenaron de dolor.
Exactamente como estaban en aquel momento, el veinticuatro de diciembre de 1997, cuando una Thalia casi adulta miró a los ojos a su hermana mayor.
Y nada.
Ella no hizo anda.
Dándole la espalda a la hermana que creía que alguna vez le había dado la espalda, Thalia salió del restaurante tan rápido como entró, EL chico de la chaqueta roja la siguió afuera, pero no lo suficientemente rápido como para evitar que la chica desapareciera en una Aparición bien ejecutada. Potter volvió a entrar, y una lágrima corrió por el rostro de Andrómeda, quien muy rápidamente la recogió en uno de los frascos de su bolsillo, extendiendo su pálida mano y entregándole el objeto cristalino lleno de magia a James Potter.
―Dale esto.―pidió Andrómeda con voz temblorosa.―Por favor, prométeme que lo harás.
Los ojos marrones admiraron el objeto, el chico sabía exactamente qué era, asintió valiente como si el pedido fuera algo ya cumplido.
―Te doy mi palabra.
+5 COMENTARIOS PARA PRÓXIMO CAPÍTULO :)
━━━━━━━━━━━
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top