5 | i hate it here
📍Nueva York
🗓 Julio 2022
¿Mentiría descaradamente si dijera que no pensé en Oscar después de aquello? Si. Mentiría de la manera más tonta y descarada del planeta porque clara y notablemente lo hice. No podía parar.
Me encontraba como estúpida guardando mis cosas para la mudanza y pensando en ese beso como si tuviera doce, creo que aun los tenia. Por momentos me quedaba pensando mirando un punto fijo en la pared recordándolo una y otra vez como si repitiera mi parte favorita de "How To Lose a Guy in 10 Days" solo para subir el nivel de serotonina de mi sistema. Me sonrojaba como estupida.
Durante ratos largos me zambullía en una cuestión dudosa sobrepensando si haberme besado fue simplemente un favor que surgió de sí por lastima hacia mi, o que lo había llevado a besarme.
¿Qué es lo que lleva a alguien a besar a otra persona? ¿Acaso pudo sentir cierta conexión que lo haya llevado a besarme? ¿Que lo había motivado a hacerlo? ¿Había visto algo en mi? ¿Había sentido algo realmente con tan poco tiempo de habernos conocido? ¿Quería aprovecharse de mi? ¿Quería realmente que fuera algo lindo? Cientos de preguntas rondaban mi cabeza y me tomaba el tiempo de detenerme en cada aspecto de ellas como si tuviera tiempo.
Una tarde, Logan comenzó a seguirme en instagram y no pude evitar seguir al resto de los chicos tambien. Todos excepto a Oscar ¿Porque? Porque aunque me encontraba mirando las pocas fotos que subía de sí mismo a su cuenta mientras traía ese recuerdo a mi una y otra vez, solo rogaba de rodillas al cielo que olvide por completo esa noche.
De hecho, no solo necesitaba que olvidara esa noche, sino tambien que me olvidara por completo, que me borrara de su memoria, que desaparezca.
El recuerdo de esa noche era algo digno para fantasear hasta que Emmanuel ladro junto a mi, a partir de entonces, cuando esa parte llegaba a mi cabeza tomaba mi almohada y gritaba en ella preguntándome qué hice mal en otra vida como para que en esta ahora mismo me encuentre reviviendo el momento más vergonzoso de mi existencia después de mi primer beso sintiéndome una completa inútil porque ¿Adivinen que? En parte lo era.
Se supone que malo en el juego, bueno en el amor. O de lo contrario, bueno en el juego, malo en el amor. Pues permítanme agregar una nueva teoría a lo que llamaremos la teoría Grace Colligan: malo en el juego, en el amor, en la vida, en la existencia y en todo en general.
Mientras más cosas empacaba más me cuestionaba como de todo lo que solía gustarme nada podía cautivarme para ser realmente buena en eso. Empecé cuatro bocetos de dibujos por semana en la mudanza, y ninguno me gustaba así que lo dejaba e intentaba olvidarlo en mi cuaderno para que no me recuerde las cientos de veces que empiezo las cosas y no las termino porque me aburre a mitad de camino. No podía cocinar demasiado porque la mayoría de las cosas se encontraban empacadas, así que solo tenia lo basico y me había cansado de cocinar galletas todo el tiempo. Cuando mamá se iba a su oficina para terminar de vaciarla yo me quedaba vagando en la casa en silencio con los pies descalzos sintiendo la brisa mover las cortinas que aún no habíamos guardado.
El simple acto de vagar sintiendo por primera vez un verano diferente en la casa donde nada cambiaba, me hacía pensar en que debería de estar preparándome para mi siguiente semestre en la universidad. De haber sido así no tendría que mudarme con mi madre a Londres y dejar Nueva York, no tendría que encontrarme deambulando como fantasma o como una mosca molesta por toda la casa en silencio pensando en lo tortuoso que era siquiera estar despierta conmigo misma y mi inutilidad. Realmente me sentía inútil.
Solía recostarme sobre la mesada de mármol de la cocina y mirar el techo por horas porque no había nada de extraño en recostarme sobre la mesada de la cocina si ya ni siquiera parecia una cocina que alguien habitara. Entonces cerraba los ojos sintiendo el frío del material hacer contacto con mi piel olfateando ese aroma a verano tan particular que provenía del jardín y atravesaba los ventanales de la cocina completamente abiertos y volvía a aquella noche en Silverstone.
Me gustaba imaginar que Emmanuel no había ladrado jamás y que Oscar había podido terminar lo que había empezado ya sea como un favor por la lastima que le generaba verme hacer el ridículo frente a la puerta del hotel o porque en verdad quería intentarlo olvidando por completo que esa tal Lily era una simple amiga, nunca es así verdaderamente. Porque de serlo ¿Porque vendría con él y atendería sus llamadas? Dios, ahora me encontraba sobrepasando el límite de mis pensamientos risueños sobre esa noche, me encontraba en la fina línea sobre fantasear y abusar de las capacidades de imaginación que mi cerebro me proporcionaba.
Si Emmanuel no hubiera ladrado, probablemente ambos nos hubiéramos separado del otro y yo hubiera colocando mis manos en su pecho admirando su rostro desde muy cerca. Hubiera sentido su respiración chocar con mis labios y él hubiera buscando mi mirada con sus ojos mientras yo me encontraba muy ocupada intentando tallar su rostro en mi mente como si fuera sobre piedra porque los tatuajes podrían taparse o borrarse, pero tallar sobre piedra dejaría la textura de su rostro en mi mente, las curvas de sus facciones me forzarían a embarcarme en ellas, su cabello enredaría mis dedos como vestidos que cubren tu cuerpo las tardes de verano y pintaría sobre un lienzo inventando un color nuevo que me recuerde esa sensación de estar extremadamente cerca y al mismo tiempo tan lejos. Como si no fuera la primera vez y deseando que no fuera la última.
Yo me reiria nerviosa y a Oscar le parecería divertido y a mi muy tierno porque de alguna u otra forma su rostro era de los más tiernos y sutiles que había visto en mi vida.
―¿Es muy necesario que te entregue a las diez en punto?―dudaría Oscar susurrando y mi pecho se llenaba de algo que no sabía explicar al imaginarlo.
―Podemos cambiar el horario en nuestros relojes―ofrecería con picardía y él reiría sobre eso porque todo lo que yo diga le parecería gracioso. Ambos caminaríamos alrededor de la piscina y nos sentaríamos en el borde sacandonos nuestros calzados y sumergiendo nuestros pies en el agua en las penumbras del jardín del hotel. Hablaríamos por un rato largo sobre absolutamente todo y yo tendría razones más coherentes para insistir en recordarlo como si algo más importante hubiera sucedido esa noche. Así tendría razones más lógicas para fantasear sobre aquella noche y volver a ella una y otra y otra vez durante los siguientes días.
Pero por ahora solo tenía la peor vergüenza de mi vida y una gran historia para fantasear en la que no tenía sentido que fantaseara, la verdad. Solo había sido un beso. Si cada persona que se besa fantaseara con aquella persona que se beso, probablemente viviríamos entre fantasías adormecidos por la vida, caminando con una sonrisa estúpida en el rostro o encerrados en nuestras propias casas recostados sobre la mesada de una cocina vacía una tarde del verano más confuso de nuestras vidas.
Sabía que no tenía razones reales para alucinar con Oscar y esa noche, pero había algo en dicha ilusión que me hacía querer continuar ahí, que me hacía no querer salir de ese momento incluso si no había existido o había salido de la peor forma posible. Había algo en ese sueño idílico y utópico que me atrapaba por completo y me hacía pensar en Oscar más de lo que quisiera. Probablemente más de lo que debía.
―¿Que te trae tan distraída?―me pregunto Donna un par de noches antes de comenzar oficialmente la mudanza enviando nuestras cosas a través del mar hacia Londres donde las esperaba Fernando. Ambas nos encontrábamos en el pequeño jardín de mi casa, ella disfrutaba de su receso de verano y yo de mis últimos días en lo que quedaba de la casa que solía conocer. Ahora había una mezcla entre nuestras viejas cosas y las nuevas cosas de Annie que viviría aquí.
―Si, todo bien―respondí con seguridad, pero luego me quedé callada pensándolo. Claro que no. ―No, la verdad que no―me sincere con Donna.
―Te escucho―se acomodó en su asiento y busque la mejor manera de expresar lo que sentía con palabras. Me había pasado los últimos días empacando mi vida en cajas de cartón, sellando, enviando, moviendo, llenando papeles, ordenando, limpiando. Pero más que nada había pasado los últimos días alejada por completo de mi misma y al mismo tiempo zambullida en mi historia que llenaba estas habitaciones intentando no pensar demasiado en eso.
―¿Nunca tuviste miedo de no ser nadie en particular?―dude.
―Ok, empezamos fuerte―Donna alzó sus cejas con sorpresa al escucharme.
―No lo sé. Estos últimos días han sido una constante introspección a mis casi veinte años y más allá de pensar en eso me encuentro imaginando qué hubiera pasado si Emmanuel no hubiera ladrado aquella noche ¿Cómo hubiera continuado? ¿Hubiera terminado después de eso de cualquier manera? ¿Oscar se quedaría toda la noche hablando conmigo haciéndome olvidar por completo que al volver tenía que solucionar todo este desastre que hay entre la vieja vida que empaco y la nueva donde me dirijo?―cuestione. ―Y es que intento dibujar o hacer algo productivo pero termino rindiendome y prefiero vivir en esa ilusión de pensar qué hubiera pasado si. Es como mi propio programa de televisión, una sitcom eterna que puedo modificar a mi gusto sin un costo límite con solo dos personajes fijos y un inicio pautado que se repite episodio tras episodio pero con un final diferente cada vez―le explique. ―Y lo peor es que me siento estúpida porque no si siquiera porque me encuentro fantaseando con eso si lo conocí ese mismo fin de semana y en realidad debería replantearme qué haré el resto de mi vida.
Decirlo en voz alta era liberador, pero muy frustrante al mismo tiempo cuando comprendes el peso de tus palabras y lo ligeras que son en comparación a otras. No solo era una caja más de carton que mi madre y Fernando debían mudar de Nueva York a Londres, sino que tambien era la más insignificante e inútil de todas. Incluso un portapapeles tenía más utilidad que yo y de seguro no se prolongaba en el tiempo pensando qué hubiera pasado si el chico que le dio su primer beso se hubiera quedado con ella un rato más.
―Me gustaría dejar de pensar en Oscar por un rato, pero es que no puedo. Probablemente es lo único que me distrae de tener que enfrentarme con cada cosa que empaco y con cada rincón de la ciudad que me despido.
―Piensas en Oscar porque es la única forma que tienes de evitar tu realidad―reflexiono Donna en voz alta jugando con la agujeta de sus tenis. ―Es más fácil imaginar qué hubiera pasado aquella noche que darte cuenta que vas a mudarte a otro continente―se encogió de hombros respondiendo como si fuera la cosa más fácil de decir del mundo y mis ojos pronto se aguaron y me giré a verla.
―Es difícil, no pensé que lo sería―sobé mi nariz intentando dejar de llorar. ―Acepte irme de aquí porque todo en Nueva York me recuerda que no soy buena en absolutamente nada y que sigo siendo una carga para mi mamá y mis hermanas. Pero mientras más empaco más entiendo que quizás estoy hecha para probar todo y no ser nada―suspire con pudor y esta vez fue Donna quien levantó la mirada notando que me encontraba soltando mis lagrimas en silencio. Rápidamente mi amiga se cambió de asiento y se pasó a mi sillón acurrucándose conmigo para que ambas entraramos y así abrazarme contra su pecho rodeando mi cabeza con sus manos como si me acunara en ella.
El resto de las lágrimas no tardaron en llegar cuando entendí que Donna ya no estaría a un par de minutos de mi casa, sino a un vuelo con escala a través del mar. Ella, mis hermanas y todo lo que solía conocer, todo aquello que me hacía sentir miserable pero de alguna u otra forma ya era parte de mi porque yo tambien era un tanto miserable.
Con mis brazos rodeé su cintura aferrándome a ella y llorando en su pecho escuchándola llorar tambien conmigo.
―¿Porque incluso cuando no hago nada es dificil?―cuestione escondiendo mi rostro empapado sintiendo sus lágrimas que caían de su mejilla a mi cabeza.
―Todo es difícil, Grace. Saber quien eres es difícil, no saberlo es difícil. Crecer es difícil, no hacerlo es difícil. Viajar es difícil, quedarte es difícil. Vivir es difícil, morir es difícil. Tener trabajo es difícil, no tenerlo tambien. Estudiar una carrera es dificil y no hacerlo tambien. Todo es difícil constantemente―pensó ella. ―La vida es muy difícil, pero empiezo a creer que no se trata de elegir el camino fácil, sino la dificultad que estas dispuesta a enfrentar, con la que puedas vivir el resto de tu vida. No es el monstruo que menor daño te haga, sino aquel que después de un tiempo te acostumbras a ver más seguido y le agarras cariño.
―¿Quien iba a decirlo?―rei entre lágrimas muy amargada. ―Al final los monstruos sí existen, pero no están debajo de la cama, ni en el armario o en la oscuridad. Están todos pasando la niñez.
Todos los monstruos se encuentran esperándote cuando crees que has dejado de creer en ellos y por lo tanto de temerles. Vives toda tu niñez atemorizada de lo que haya en la oscuridad, para que cuando luego crezcas comprendas que los monstruos no se encontraban en la ausencia de las cosas, sino en la sobrepresencia de ellas.
―Prometeme que nunca dejaremos de ser amigas, Donna. Juralo―susurre temblando entre sus brazos y Donna me aferro más a ella conteniendo la respiración de ambas en ese espacio mínimo que quedaba entre nuestras costillas estrujadas.
―Lo juro por mi vida. Incluso cuando te vayas mentalmente a donde no pueda encontrarte dentro de tu propia cabeza pelirroja, juro quedarme aquí contigo esperando a que vuelvas―juro.
Pronto entendería que había más cosas que extrañaria de Nueva York de las que me hacían sentir miserable, y que no era el lugar donde me encontraba físicamente lo que odiaba. Sino el espacio que esta etapa ocupaba en mi vida y donde me encontraba en cuanto a perspectiva de vida en comparación a los demás.
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