TO: SORI
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IN YOUR HEAD
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Anime: Haikyuu!! (semi u.a. + fantasy + ciencia ficción)
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La fémina subió la ventana del copiloto, escuchando los bufidos resaltados displicentes de su acompañante, que alegaba el maldito sol le usurpaba la réplica de su buen humor del día. Algo con lo que no estaba de acuerdo la muchacha, quien con desconsuelo, sentía la melaza negra aventando un tifón pegajoso en la entrada de su estómago. Está segura que es de él, simplemente de él. Esos momentos en que las emociones de Tōru terminan llegando, o quizás, más allá de eso, la encuentran. Sabe cómo diferenciar el tono, el volumen, la fuerza de los mismos, a pesar de que estaban nada más ellos dos en la camioneta.
—¿Estás ya de mal humor? –sin apartar la vista del camino ni las manos del volante, pregunta soñadora y burlesca al moreno.
—No.
Voltea los ojos con insuficiencia, por su respuesta torpe y cortante.
Oikawa gozaba de tener los brazos cruzados y el mentón endurecido con cólera. Hacía un berrinche efímero —quería creerlo, se le podría pasar—, solo porque no se detuvo para comprar algo a qué hincarle el diente porque se saltaron la importantísima hora del almuerzo, un concepto sagrado para el jugador profesional. Pero Sora, remarcó que debían seguir y comer en la noche, para así llegar al destino de las cataratas de Iguazú, específicamente a las de Garganta do Diabo como hace unos meses atrás le había prometido.
El joven adulto Oikawa Tōru le parecía ridículo y maduro, una mezcla de sarcasmo encantadoramente extranjero difícil de encontrar por cualquiera de los lares en Buenos Aires. Su porte, sus eufemismos, la sonrisa bonita y el cabello suave y bondadoso que una vez tuvo la oportunidad de acariciar, jamás quiso dejar.
O bueno, quería jamás dejar. Quería pasar el rato. Quería ser el centro de su universo, pero estar conforme con ser la constante flotante y circular de todos sus hemisferios. Tal vez era mucho pedir... hasta que lo conoció realmente. Todo lo anterior seguía siendo cierto, nada era mentira, pero no era exactamente correcto y veraz. Es voluble, bromista, orgulloso, serio, carismático, con un carácter infantil y meloso, grande si desea llamar su atención. Dice que no lo necesita, pero sí lo desea, lo anhela, recibir la dosis diaria de cariño de su adorado cielo¹ azul.
Pero Oikawa no estaba acostumbrado a lidiar con las personas atípicas². En el equipo del estado, no había ninguna persona así. Todos eran normales, una que otra vez trató con personas atípicas como Sori. Aquellas que tienen facultades fuera de los estándares normales y mentoladas de excentricidad.
Sora era una de ellas. Sora, excedía la etiqueta, el borde, precipicio y fondo de la palabra empatía. Sora siente, en demasía. Como en ese instante, él estaba consciente de que su novia podía presentir su humor de perros incrementado hace un par de minutos. Todavía sorprendido de que hubiera alguien posible de sentirlo así, como ella. Según sus palabras, cuando él estaba triste era azul, fangoso y abstracto, una pintura que ella deseaba cuidar. Cuando estaba feliz, irradia una paleta de colores dorada, es chispa y electricidad que carcome las venas de ella, hasta el punto en que se le contagia. Y que cuando está enfadado, es lodo, melaza, agridulce, raro, negro y un tifón descontrolado, descompuesto. Siempre se siente culpable cuando le propaga eso, sobretodo con las más mínimas expresiones de decepción dignas de un niñato.
—Ya. Está bien, perdón.
Sori seguía manejando, el frío húmedo entraba por su lado de la ventana y el vaho impregnaba sus anteojos. Por lo tanto, era difícil saber lo que ella sí sentía. Lastimosamente, ella lo siente a él y porque se conocieron, es que puede ir leyendo poco a poco sus emociones. Pero Tōru no puede leerla a ella, le intimida. Está demasiado enamorado para pensar con la cabeza fría. Le echa la culpa de las estúpidas mariposas coloridas, y sonríe en mayoría de escenarios.
Justamente la paz invade el cuerpo de Tōru cuando Sori representa un bochorno tímido y tierno, complejo de ignorar. Hasta que la curva de su sonrisa en semejantes labios rosados se muestra, durante un buen rato sin quitar la vista de la carretera estrecha y sinuosa.
Admiraba su perfil tostado, con el ritmo cardíaco en parsimonia y un brillo magenta chillón que se expande hasta los sensores sensibles de su pareja. Era imposible, no quedarse viendo a su novia manejando.
Recordó lo que había pasado, y no se arrepiente de haberse disculpado. Enseguida, suelta un suspiro cansado para acto seguido, encender el equipo de radio y sintonizar algo decente por el cable USB conectado a su teléfono celular. Vuelve a mirar la nariz contraria, como la figura del perfil en su novia se dibujaba con los extremos rayos solares y difuminan el trazo de su piel marcada, complaciente.
Sora se muerde los labios nerviosa, por las burbujas frescas que emanaban del pecho de su novio. Ahí era raro de comprender lo que sentía, porque previene únicamente que se vuelve impredecible, que es errático y lindo. Un cosquilleo tiene una caminata como líneas de hormigas sobre sus brazos y piernas, una hora feliz, de fiesta. Y no puede evitar dejar de sonreír ilusa con animosidad, a la vez que la timidez enrolla sus dedos interiores, llegando a la misma conclusión de todos los días: lo quiere, quiere a Tōru Oikawa de ahí hasta la muralla China y el kilometraje de cada isla en Oceanía.
Escucha un zumbido provocado por el silbido imprevisible de Tōru. Era de impresión. Por el rabillo del ojo le echa una observada y el aliento a vainilla de Tōru perpetró el espacio personal de su cuello. Soltó un hipo de sorpresa y ríe nerviosa. Pero la cosa cambia de forma preciosa cuando alarga su enorme mano para rodear su rostro; un beso, largo y extendido por su mejilla. Seguido de otros media luna, en su oreja y cuello.
Tembló mareada por todo el huracán concentrado de rosas, magentas y verdes que la sacaron de onda.
—De verdad, lamento lo anterior.
—Sí, sí, está bien.
—¿Segura? –sin querer, desea confirmar que está perdonado sin imaginarse cuando mucho toda la amalgama de sensaciones que le está provocando a Sora, su cielo, en ese fatídico momento.
—¡Sí! ¡Por favor, alejate que voy a chocar!
Tōru se ríe, seguro de que su novia es un bicho raro demasiado perfecto para el mundo, complemento para su aura diva y despampanante de trabajo de duro.
Sí, entre ser o no ser, ella ya era y sabía cómo ser, junto con él.
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¹ Sora: cielo o vacío (japonés).
² Atípicos: referencia indirecta al libro “The Infinite Noise” de Lauren Shippen.
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¿Quedarte sin regalo? ¡No es nuestra guardia!
Entre varias personitas geniales te preparamos regalitos sorpresa, para que estés pendiente. Porque si tu amigo secreto no te dio nada, nosotras te daremos algo (。•̀ᴗ-)✧
PD: te recomiendo fuertemente el libro de Lauren.
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