TO: NOA
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LA ELECCIÓN DE LA PRINCESA
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Anime: Haikyuu (u.a. + fantasy)
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Por los lares de los acantilados de las principales fuerzas de los metales, El Averno de los Minerales, la realeza es magnífica, despampanante. Consuelo de la virtud, cuya sed de conocimiento es primordial. Su segunda cosa primordial es el crear las grandes armadas para el resto de las costas del país de Gripina Jade. El Averno de los Minerales era el infierno de las fraguas con ese toque suave de colores pastel. Las primicias de la primavera ayudaban a apaciguar los rumores que tenían para con aquella ciudad y la familia de sangre noble que los gobernaban.
Pecas rostizadas en mantos rosas y ese mareo que provocaba al ver los rostros de los líderes del lugar, supuestamente encantada de placeres exóticos más allá del forjar sus armadas, la caballería o la encantada ornamentación que decoraba las demás ciudades. Porque, según mitos y leyendas, El Averno de los Minerales al igual que otras ciudades antiguas, eran los puntos vitales de los dioses, los olímpicos y sus fauces arraigadas a las tierras de donde una vez libraron guerras para proteger a sus dríadas.
Lugares habitados hoy día por la fragante población de la misma que gozaba de existir, aprendiendo a reparar carrozas celestiales o preparándose para la guardia real.
El Averno de los Minerales. ¿Quién no querría vivir ahí? Si con pasar por las carreteras trabajadas, la ciudad al borde del acantilado parecía brillar con magia divina.
—Quiero irme de esta jodida ciudad.
Sí podrían existir almas en desafuero, llenas de rebeldía, con la osadía de retar al destino de Delfos, para hacer y desear lo imposible: no querer vivir allí. Porque donde la Princesa de Mercurio se pare, debe haber un choque de colores. En que sus zapatos hagan un tintinar contra el suelo y todos lleguen a voltear para contemplar a la descendiente de Hefesto. Sus pecas, el cabello corto, los ojos negros. Una preciosidad con boca pesada y risa encantada.
¿Por qué semejante aventurera no quisiera vivir en la ciudad de las fraguas? ¿Por qué se quejaba día tras día desde su décimo quinto cumpleaños? La razón era la sencilla ley de casamiento que se le impuso. Príncipes y Lores allegados a su madre le cortejaron al oído materno la pureza de sus hijos, que siendo chicos de buena fe, serían excelentes pretendientes para desposar a la grandiosa Princesa de Mercurio, la menor. Nieta de Hefesto y la única chiquilla capaz de invocar los fuegos que no se apagan hasta la eternidad si ella no logra apagarlos por voluntad propia. Rebelde señorita en sus años dorados. Según su hermano mayor, nadie sería digno, pero entre palabras del cortejo real ¿Quién lo era realmente? Si ella insistía en usar colores pastel y metales en sus zapatos. No nació para la guerra pero la aventura le llama a ella. Éso, y su corazón.
—Princesa, ¿usted misma hizo su vestido?
Le miró, alzó una ceja y vaciló en sacar a relucir una sonrisa complaciente para si misma.
—Yo hice el modelo y saqué los patrones. Por más que deseara en coserlo, ya existen criadas emocionadas para hacer eso.
Atsumu, principe de la Ciudad de Artes mayor. Descendiente de Atenea, patrona de lo que antes fue partenos. La Ciudad de Artes mayor era la honoraria ciudad de donde se acredita que Dedalo realizó sus primeros bocetos para el Laberinto, dividida por el mar profundo en que su hijo Ícaro falleció.
¿Qué tenía el príncipe Atsumu para hacerlo tan poco llamativo ante la vista femenina? Quizás eran sus ojos pretenciosos o la sonrisa brillante, lo alzado que podía llegar a ser y lo pedante. Tal vez un poco de todo.
La Princesa le tenía lastima, porque a pesar de ser tan apuesto, detallista e inteligente en respuesta rápida, su corazón no estaba abierto. No de la clase de abertura que deja depositada confianza en aquellos que le caigan bien, ya que, ambos se llevaban bien. Sin embargo, su corazón estaba inclinado sexualmente a lo prohibido. Le mentía al mundo con sus palabras pero la chica lo sabía, que ella no era la mujer de sus ojos por más que tratara de llamar su atención por conseguir el matrimonio.
Porque el chico se esforzaba en redimirse por su familia, pero ellos no se pertenecían. Siendo sabio, aparentemente, quería lo obvio, lo “seguro”, casarse. No debía ser tan difícil.
¿La princesa? Ella desea vivir sin decidir. Sin precipitarse a enamorarse de alguien a quien no va a amar de lleno. De que aunque tuviera ojos dorados como los del Príncipe Atsumu, no le podría hacer eso. Jamás. Porque se quieren sincerar con los de afuera sin dañar a nadie más.
La marca del alma de la princesa no le pertenecía al joven príncipe. Ni a los demás candidatos transitados por la pasarela que le ofrecía su madre.
Le pertenecía al tipo de sujeto que sonríe ladino sin malas intenciones. ¿Quién puede sonreír así de provocativo solo por naturalidad? ¿O tener el descaro de verle por las tardes en el patio de los jardines traseros de las fraguas en zona real? Sólo para eso, para platicar. Ella suspira, porque la marca de su alma le pertenecía a otro y lo más fuerte del sentimiento es que no lo quería negar, por ver su cabello negro ondulado o la prominencia de su altura en el caminar educadamente entrenado.
—Llegas tarde, Issei.
Sentada con la manos cruzadas sobre el regazo, le recibe entre tantos pasillos de enredaderas y margaritas de los jardines.
El caballero alza los poros por el acto de una sonrisa a la que le queda pequeña la palabra atractiva.
—Perdone. ¿Esperó mucho? –se apoya sobre su lanza forjada de crisólito y hierro estigio. Un arma digna para un guerrero de su tamaño–.
Bajó la vista nerviosa, por la posición que tomó el caballero y deseo no ser vista.
Matsukawa Issei era el único entre tantos hombres que le proporcionaba el choque a sus nervios contra sus coyunturas. Se sonroja sólo con él, y nada más que con él. Medida innecesaria para expresar lo que siente, si con una mirada la llama del cuerpo de Issei se prendía exponencialmente.
Se sentó a su lado, dejando el silencio de un recién llegado sin ser un extraño.
—¿Otra vez pasó tiempo con su Alteza, el Príncipe Atsumu?
—Si. Cada vez me parece más adorable por querer ser parte de todo.
Issei alzó las cejas. Adorable. Ella nunca le decía adorable a él pero el príncipe se había ganado tal título. Miró al frente y frunció los labios obviamente fastidiado. El galante de ojos dorados no es que fuera de su simpatía, pero ¿cómo negarse a hablar con la princesa de lo que sea?. Sus minutos libres eran para ella, sus pensamientos regulares se dedicaban a tratar de contar sus pecas por lo que le quepa en los recuerdos la viva imagen de su Alteza.
Adorable. Ella era adorable.
—... Y le brindó alabanza a mi vestido. No soy de esas Issei, pero claramente se está esforzando y quisiera ser su amiga.
¡Oh! Cierto, le estaba hablando. Demasiado difícil concentrase cuando se encuentra a diez centímetros de distancia. O bueno, asi fueran diez metros. Era confusa la cercanía entre ellos, porque a su pesar, no era ningún noble pero éso a ella no le importaba.
—¿La clase de amiga que eres conmigo?
Un resoplido de vergüenza se cuela por los poros de su cuello, clavando directamente a asestar la principal causa de sus malestares tímidos en el estómago.
—Es diferente –murmuró, lo suficientemente alto para que lo oyera, como la firma de un contrato íntimo que existía entre los dos–.
—Claro que lo es. Pero la corona le pesa demasiado, Princesa.
—No me digas así –se levantó, inquieta ante sus contestaciones–, por favor Issei. Lo nuestro es diferente.
Frente a él, sus manos se fueron a parar al cuello del caballero. Como si fuera un niño que anduviera en pleno berrinche, resistirse no estaba en su sistema frente a ella, porque la caridad de sus muestras de afecto deben ser correspondidas, enterrar su cara en su pecho, por ejemplo, y subir el mentón posado en el mismo sitio. Para escudriñar con su mirada a la fémina y empezar un nuevo conteo de sus pecas, siempre se perdía cuando pasaba de las 16 porque era tarde para contar si el contacto de sus falanges contra su piel lo hacían sentir embobado o pasaba a besarle el dorso de las manos.
—Está bien.
La Princesa quiere vivir sin decidir. Las decisiones afectan a terceros, porque por más que negara que hiciera lo que hiciese era de su conveniencia, la verdad era otra y es que herir a los demás resultaba doloroso.
Aún si espera a media noche la carta que le enviaba un búho domesticado por parte de Issei, ella quisiera vivir sin elegir. Aún si en las letras machacadas con tinta negra en esas hojas resistentes al agua fueran las más preciosas que haya visto. Aún si Matsukawa Issei fuera a dar su vida por ella; quería vivir sin decidir.
—El joven muchacho de la caballería; trata de no verlo tanto.
—Mamá, él no me hace nada malo.
—El Príncipe Atsumu es el mejor candidato hasta ahora. No lo debes arruinar escapándote a los jardines de margaritas que dan con las fraguas.
El miedo integrado a sus sienes le hicieron sudar enseguida por el pánico. Sus oscuros ojos negros brillaron de agonía. Su madre tenía la ventaja justo en ese momento y la prepotencia le ganó por encima de su imagen simpáticamente salvaje.
—No creas que no lo sabía. Tarde que temprano me iba a enterar, soy tu madre. Y la Reina.
—Entonces también debes de saber la inclinación del Principe Atsumu –tomó una manzana de la mesa, estando en las salas del merendero abierto, consintió en darse el lujo de responderle, recobrando idea–; tus ojos deberían estar en todas partes ¿No crees?
—¿Crees que le hago caso a rumores de pinta desastrosa? Le hago caso a las probabilidades, no a las palabras vacías.
—¡Tus palabras son vacías!
El tono elevado, las manos zarandeando el aire. La mujer ni se inmuta del comportamiento de su hija menor, acostumbrada a los intentos de dejar el tema de lado. De disuadir sus esperanzas a abandonar una boda futura.
—Hace días cumpliste 17 años. Te queda un año para decidir; es verdad, puede que mis palabras sean vacías ahora para tí, pero dentro de un año –acentuó una ligera pausa lúgubre– debes decidir. No eres una heroína escogida por los dioses, ni por tu abuelo. Eres una princesa, actúa como tal, date a respetar pero no de esta manera.
—Y si quemo toda esta sala en este mismo momento ¿Me estaría dando a respetar?
Lo más curioso, es que la reina lo meditó. Sin una mínima insinuación a quebrar su semblante serio. Le daba una mediación a una broma que su hija le lanzó como si nada. La criada de ojos verdes que dejaba frutas sobre la mesa sintió pánico de repente, como si esas bromas fueran de lo más normales a la hora de la cena. La Princesa de Mercurio, salvaje adolescente que estaba aprendiendo a medir sus jugadas, chica peligrosa en proceso.
—Si quemas la sala, solo estarías dando miedo. Eso no sería muy afable para los demás ¿No?
La criada le dió la razón apenas los ojos de la reina se posaron en ella.
La Reina Madre abandonó la sala del merendero con parsimonia. La princesa dejó soltar un suspiro de estrés, imaginando como sería todo quemado en fuego por su propia mano. No era una niña patética, pero ¿Qué haría? Todo le había sido tan fácil que la frustración le palpita por la garganta hasta carcomer la paciencia que tenía. Hostigante, emocionalmente vulnerable. Blanco fácil para un depredador.
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—Quisiera renunciar al matrimonio.
—Puedes hacerlo.
La cosa que más le encantaba a la princesa del caballero Issei, quizás, seguramente, era su voz. Aterciopelada voz en decibeles elegantes, amenos, una tonada seria, asi dijera la broma más divertida entre los cielos del Olimpo y la Tierra. Constante volumen para hacerla desear el oír un susurro contra su oreja todo el tiempo ¿sería muy egoísta pensarlo de esa manera? Él suele hacerlo, bajar su voz a un volumen apaciguado y dejar sus tímpanos calientes y los cartílagos rojos.
Perdida entre semejantes pensamientos, su respuesta volvió a resurgir como burbuja de oxígeno entre aguas turbias.
—Lo haría, pero renuncio a todo Issei.
Así era, renunciaría a sus momentos solidarios entre ambos. Tampoco sabría que pasaría con ella, porque la que renuncia a la corona, renuncia al privilegio de la vida que tenía. Tampoco sabría que pasaría con su habitación refinada, alta en una de las torres de concreto modelado en que Matsukawa Issei escala con facilidad durante la noche para dejarle saludos cordiales.
—No renunciaría a mí –sus manos por la cintura le desdibuja las cosquillas de vergüenza que desapareción con el tiempo al primer roce de sus dígitos contra su piel, su vientre, su cuello–. Podría enviarte a otra parte.
—Quiero aprender a forjar armas.
—Toda su vida le han enseñado lo necesario, Princesa. Usted puede escoger lo que quiera.
—Toda mi vida me han enseñado a no explotar en llamas a mi alrededor, o mis alrededores –el hormigueo de sus labios contra su cuello le hacen temblar, intentando calmar esas ideas, porque él la conocía el tiempo suficiente para saber el miedo que siente hacia sí misma–. No tendría idea de qué hacer ahí afuera, en el resto del mundo. Mi poder es algo de las fraguas, de la pelea.
—Puede hacer éso en otro lugar, o en otra zona.
¿Qué otro lugar? ¿La escuela de Ingenierías Civiles? Podría intentarlo. Pero éso significa empezar de cero y merecer un castigo no legal: el enojo de su madre, el olvido del castillo. A fin de cuentas, no le importa gobernar, no le importa los vestidos. Le importa conocer lo nuevo, lo poco que ha visto, quitarle la sábana protectora y dejarse llevar por la fantasía de vivir más allá de los territorios aprobados. Su imaginación iba a mil si Issei empezaba a besar las mejillas, a pasar al cuello o por detrás de las orejas. Sí, quería ir más allá de lo visto como quería que Issei fuera más allá de lo que le había hecho sentir, porque nunca le había quitado “su valor como mujer” según decía su madre, porque ella no se lo había pedido y él amaba darle mimos.
—¿Te hice daño?
Pregunta después de sentir que dió un pequeño salto de conmoción. Su índice estaba por debajo del pijama y le tocaba el vientre dulcemente.
—No, es que tienes las manos algo frías.
Enredando sus piernas a las caderas del cuerpo masculino, la dualidad de la sonrisa de Issei o sus gruesas cejas hacen que pierda la cordura y responda con una fiebre en un hilo de vapor entre sus labios.
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Creían que la Princesa de Mercurio disfrutaba su título de lleno. Caminaba saltarina por los pasillos del palacio, con su diadema de piedras preciosas y la sonrisa filosa brillando por ahí. No tenía nada que envidiarle a su hermano estando en la línea de sangre primordial. Tampoco se quejaba de los vestidos o todo el calor que adornaba el aire de cada baldosa de los baños, ni la calentura de las fraguas como prueba de que ellos son especiales, de que nacieron para tener la bendición de los dioses. Se creía que la Princesa de Mercurio disfrutaba su título porque era todo lo que conocía y sonreía sin parar, jugando con velas desde pequeña hasta que un atisbo de fuego salía de sus manos por arte de magia. Sí, ella lo disfrutaba pero no era lo que quería.
—He decidido, madre.
El negro de sus ojos azabache brillaban, como conteniendo galaxias enteras por sus cuencas.
—¿De verdad?
—Quiero ir a la escuela de Ingenierías Civiles al otro lado de la ciudad. Quiero trabajar en las fraguas –sus puños apretados por los nervios, el cabello de puntas onduladas eran contraídas como cascadas castañas–.
—No puedo creerlo...
—Sé que no es lo que quisieras escuchar. Sigo pensando que tus palabras son vacías si se siguen llevando por lo del matrimonio, pero no me importa. No son vacías por otro lado, porque tengo que decidir.
—Espera...
—Pero, no quiero decidir. Quiero elegir.
La Reina relajó los hombros. La boca se dibujó en una línea recta y alzó ambas cejas en una señal de confusión. Elegir, decidir. Pensar a profundidad que ambos eran distintos era algo carismático pero no viniendo de su hija. Le dejaba sorpresa de par en par.
—No quiero decidir entre nada de lo que ofreces. Quiero elegir lo que quiero, así para tí lo que yo escoja no sea una opción.
—¿Todo por un caballero de la Guardia de Jaspe?
—No. No escojo nada por él.
Apaciguados segundos de silencio gotean como chispas de frenesí en una noche estrellada. El dedo de la reina seguía golpeando contra la mesa como el tick tock de un reloj a cuerda y la cabeza alta para examinar la postura que optó su hija menor.
Para la princesa, sin embargo, fue un chance de fruncir las cejas tras escuchar y ver cómo su madre empezó a respirar con calma y profundidad. No estaba perdiendo la paciencia pero se notaba que otra cosa extraña flotaba por su aura.
—Tú mejor que nadie lo sabes –el contorno de sus labios se curvó–, tu padre si fue un herrero entrenado por Hefesto. No fuiste escogida por Hefesto pero deseas ir por el mismo camino. Tienes el poder de fuego pero tu abuelo no te ha pasado señal alguna, y de todas maneras, quieres ir por el mismo camino.
Soltó los puños nerviosos. Hizo un mohín con la boca algo ambiguo. Sabe que eligió lo que quiere y que su madre no parece ofendida. Como si se hubiera esperado que algo así pasaría, sin descartar la probabilidad de esa escogencia.
—Así es.
El aire dejó de ser tan denso. Prefiriendo ser más fresco como agua cristalina entre manantiales recién descubiertos.
La mujer se aguantó un bufido de gracia. Admirando la belleza de la valentía tras esos ojos ónix y supo que no podría decir más nada.
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Tiempo después
El Averno de los Minerales. Ciudad antigua llena de fantasía. En que el brillo glacial a su anochecer acostumbra a sus habitantes a no desesperarse porque el invierno va entrando y las fiestas al dios del Sol da comienzo a la nueva era. Un nacimiento esperado. En que las doncellas del lugar pasan a sobrevivir en su vida de adultas de una manera independiente.
El rayo matutino, como cobre chocando con las hendiduras de plata de alguna espada, se filtra por las ventanas de diseños hexagonales de la academia de Ingenierías Civiles. En que el hierro adornado por los arcos de las puertas, parecen absorber las luces diurnas, dejando maravillas visuales a los ingenieros y estudiantes con las ilusiones yendo a carriles veloces.
—Alguien parece que te llama por la ventana.
La joven princesa sin ser ya princesa le tiemblan los labios de emoción contenida. Su compañero de nivel académico avanzado, Tetsurou, modeló una sonrisita burlona antes de marcharse por donde había asomado la cabeza en la puerta.
Abrió el grillete de la ventana, en que el viento entra revoloteando su habitación de la academia y lo ve a un piso de diferencia. Sus ojos negros con párpados pesados, cabello ondulado azabache, manos gruesas y la lanza guardada por su espalda. El hierro estigio se iluminaba por el sol vespertino, cegando desde la altura en que ella estaba la maraña de sus ojos. La vestimenta abultada al cuerpo esbelto de su caballero se veía cargada de calor.
—Llegas temprano, Issei.
Y ahí se encontraba, la sonrisa a la que le queda pequeña la descripción de la palabra atractiva.
—¿Me esperaba más tarde, su Alteza?
Saltó desde los casi tres metros de altura que daba con la ventana hasta caer en los brazos del descendiente de Hades. Quien la sostuvo firme y la dejó de pie en el suelo. Le peinó el cabello tras la oreja, diferentes mechones rebeldes como la dueña salidos de aquí para allá en remolinos sin consistencia. Adorable, ella era adorable.
—Supongo que llegaste temprano, llegas a tiempo, llegas a la hora ¿No da lo mismo? –ladeó la cabeza con fingida confusión inocente, haciéndole sonreír sin darse cuenta, las acciones de su princesa eran la cosa que le hacían soñar despierto–. Justo hoy terminaba tu guardia por los callejones del alrededor. ¿Será una casualidad?
¿Cómo sería casualidad el querer contar todas sus pecas? La última vez ya había podido pasar de las 22 porque descubrió unas en su espalda, y quería empezar de nuevo a verlas.
—Tal vez lo sea. ¿No da lo mismo?
Ella se rió sonoramente haciéndole estremecer.
Pasando las horas deseadas para verla. Su constelación brillante durante cualquier instancia del día. Adaptándose rápido a la vida de estudiante alejada de todas las cosas nobles que había tenido el honor de disfrutar. Dispuesta a renunciar a todo éso con tal de vivir una aventura.
Pero para ella, Matsukawa Issei no era una elección cualquiera. Podría viajar a los confines del mundo y no se podría comparar con la belleza de besarle los finos belfos u oír contra su oreja así despacio en un susurro consolador aquella voz grave que le derretía el corazón.
¡Vaya! El Averno de los Minerales, ¿Quién no querría vivir allí? Si el amor conspira en cada una de sus artes.
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Espero te haya gustado.
Al principio no tenía ni una idea con sabor a algo más que verdolaga en mi mente. Pero cuando ví que teníamos varias cosas en común, entonces comencé a escribir y no paré de escribir hasta que salieron más de tres mil palabras y yo tipo wow
En fin. Había hecho unos dibujos y editado estilo moodboard pero wattpad no me los cargaba de ninguna manera, entonces, trataré de enviártelos por privado, consentida. Y te lo mereces. Siempre me haces reír.
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