TO: FABI
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HAGAMOS UN VALLE DE LÁGRIMAS NEGRAS
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Anime: Haikyuu (u.a. + fantasy)
kannarus
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Las lágrimas de apache son piedras preciosas de obsidiana negra. Esparcidas por los lados Este de Estados Unidos. Su pequeño detalle está en el material que posee, dejando al buscador con suerte el potencial para sacar vidrio de ellas. El resto de sus cualidades tienen el famoso dicho inquebrantable “No subestimes las lágrimas de apache”.
La historia dicta que los apaches tenían tierras y les fueron quitadas. Por algún motivo, los mitos mágicos resultaban tener importancia luego de que los mismos norteamericanos hicieran de las suyas, quitándoles todo, matando sin pudor, a sangre fría, peñascos desvaídos, tierra de nadie.
Lo especial son las lágrimas, rocas negras de gran valor. Su estado de leyenda emite el lado más positivo de la historia «Ellas pueden sacar la luz de las almas desfavorecidas».
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El lasio cabello negro le danzaba con el viento gris que se había posado desde hace días en el firmamento de las colinas marrones y metálicas.
Su nariz chata le favorecía a sus ojos almendrados un tanto rasgados y una sonrisa de labios finos que desde hacía tiempo ya se había borrado. Con el pasar de los últimos años era inevitable el parar de sonreír ante la vida que les fue arrebatada en cámara lenta, estando tras el acecho de la Caballería Americana, yendo de aquí para allá, todo siendo atraído hasta ese oscuro momento, en que le temblaba la piel, se le erizaban los vellos, el momento final por la caída de la tarde, para huir con lo que le queda y decir adiós.
Ya no llovía como antes, pero a ellos les convendría una lluvia como recitaban los mitos, donde los escogidos y unas cuantas serpientes de cascabel eran los sobrevivientes y los malos fallecían en el diluvio. ¿Será que Kanna debe dejar de creer en lo que le inyectaron con amor desde su nacimiento? ¿Será que debería rendirse y escapar hacia otro lugar? La desvastación de esta supuesta guerra no tiene sentido; no habla inglés, los creen ignorantes, a pesar de tener una cultura tan rica, siguen pensando que los apaches y el resto de tribus aborígenes son la secuela de que era mejor aprovechar el atacar antes que ser atacados; cuando realmente ellos no le habían hecho nada a nadie pero igual querían sus tierras.
Cargaba sus sacos de piel de búfalo y cabra a donde sea que los líderes les encomendaron ir. Dudaba que debía seguir caminando cuando el hormigueo por sus talones y la vocalización de su corazón llorando postergaban sus ganas de seguir a pie.
Todavía recuerda la mañana de hace tres días, cuando su amado le dijo que regresaría. Cuando el grupo de hombres de la tribu se montaron en sus caballos y decidieron dar la cara a lo que les resta de vida. Ese pensamiento les incrustó la mente, se detuvo en seco y enfocó la mirada al resto del camino. El sitio en que las demás mujeres montaban sus tiendas de campaña y el primer humo del día era encendido dirección arriba.
Miró atrás, con los ojos cristalizados ya sin fuerzas de seguir luchando contra su propia fiebre emocional.
«—Regresaré. Y por fin seremos libres de esta lucha».
Se limpio bruscamente con la muñeca la frente empapada de sudor dejando el paso libre a las gotas invisibles de miseria. Sin atar sus sentimientos a un acantilado como le decía su familia. Porque ya no había razón de ser en creer en palabras que le partían el alma.
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—¡Los atraparon!
El grito frenético lleno de terror alarmó a la tienda principal. Warii, el niño del hermano del jefe, corrió a los brazos de su madre con un trozo de madera en la mano.
Kanna apenas alzó la vista cansada con las ojeras púrpura bajo sus ojos negros. El pequeño seguía siendo pequeño, temiendo lo que todas temen. ¿Cómo lo culparía? Sus flácidos brazos bronceados y su nariz chata le recordaba tanto a su padre como a su amado.
—Parece que están cerca de la cornisa a 200 pies.
Su cuñada le percibe por detrás. Su aliento a fuego en brasas ardientes le calienta el pecho por alguna razón. No de la buena manera por más que quisiera.
Tampoco encontró las fuerzas para contradecirla. Queriendo escapar con algún espíritu guía fuera que fuese hasta encontrar la manera de reencarnar en un ave y sentirse libre. Los dioses no le han dedicado ni un pestañeo.
¿Cómo enfrentarse a ése destino? ¿Cómo podían agachar la cabeza y obedecer? ¿Dónde quedaba el salvajismo hermoso que los caracterizaba? Kanna sentía que tampoco podía quejarse porque estaba haciendo lo mismo. Pero, esa noche, cuando las pupilas de las estrellan reflejaban la pupila de sus ojos, supo que tenía que hacer algo. Algo para sí misma. ¿Pero qué? No sabían luchar, no quería pelear. Y otra vez el llanto invade sus cuencas y no parará hasta que se sienta sin salida, trague fuerte, como los guerreros antiguos que distinguían entre la maldad de la bondad para después escoger lo bueno y jactarse de eso. Pero justo en ese instante no existían las opciones para tomar. Era vivir o morir.
Por más que quisiera ser la fuente de apoyo, no encontraba otro lazo que le atara a tierra más que esos ojos dorados y cabello despeinado, azabache como la noche.
Entonces las alas del obscuro firmamento le apartan los pesares como quitando un manto despreocupado, susurrando el espejismo del presente y dejándole claro que las secuoyas de algún río misterioso y mágico no aparecerían. Porque dentro de su alma que desboca un aliento de vida, comprende que nada mítico sucederá. Ese hilo de cordura que le queda, le atina al sentido de su conciencia, de que debía dejar ir más allá que la repentina suerte que todos esperaban y ella misma acudir a la suya. Como si los astros le hablaran, como si el resto de cosas tuviera tan poca veracidad más que batallar por lo que quería.
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El incremento de los latidos de su corazón iban en un volumen delirante, sintiéndolo en la garganta y resonando por su oídos.
Llevando su potro joven considerado ya adulto a sus almendrados ojos, corriendo con la extensa anécdota de que podía confiar en su orientación entrenada e ir por la llanura poco desértica dejándose a merced del viento, el cielo gris y el humo lejano. Pensó que se arrepentiría, que debía volver antes de que la dieran por muerta y declararan un corto luto. Pero poca estabilidad mantenía bajo sus poros hambrientos de pesadumbre o pesadillas, que la poca familia que le quedaba era tan lejana y que no le iban a llorar por siempre.
Tan sólo a pocos minutos para el amanecer, plantando ondas de coraje por el resto de la palma de sus manos o la nariz acalambrada por el viento helado. Era de esperarse que si llegaba cerca de las cornisas, podría encontrar algo de fuego en algún campamento, éso si no se encontraba con algún maliante de la caballería y se despidiera de lo que vería antes del amanecer.
Aún si no supiera a ciencia cierta qué era lo que iba a hacer. Aún si no supiera pelear a muerte. Aún si lo único que usaba para aferrarse a la vida era el querer tomar a su amado y escapar al fin del mundo. Ella deseaba que dejaran de verlos por debajo de la minoría. Pero el dolor se propaga por el pudor de su cara, cuando disparan y la bestia relincha en susto.
Totalmente helada se detiene. Observando con imprudencia el alrededor como si fuera a divisar el misterio de la puntilla que casi le corta los crespos al caballo.
Giraba sobre sí misma, sobre el potro joven, el aire tapando la visión o el vibrante sonido contra sus oídos de un peligro inminente.
Por sobre la colina a unos metros de la izquierda sur, ve la sombra de un uniforme del novato con su arma alargada. Era lejos, era honoraria de escapar. Podía regresar por donde vino, pero eso le costaría caro al resto de la tribu. El tipo de azul se alza, le difumina con la mirada que por más lejana que esté, le penetra el cuello y entonces pasó.
—¡APACHEEEE! ¡BLANCO FEMENINO!
Por las milésimas de segundo, jura por el alma de sus antepasados que se curvó de miedo, casi se vuelve un ovillo y su alma escapa de su cuerpo. Pero cuando acostumbra el rango de visión al resto de prepotentes uniformados con crestas en sus hombreras, sintió el mismísimo aliento vital con la que la moldearon traspasar su caja torácica. No estuvo pendiente de dónde nació ese coraje repentino que le endureció el rostro y frunció el entrecejo hasta que sus cejas parecieran una sola, tan firmes, drásticas. Y corrió.
Corrió demasiado, siguiendo el camino original que había escogido. Corrió hasta ya no sentir los muslos y el viento que le cortara la cara sin necesidad de preocuparse por mirar atrás. Sosteniendo con frenesí el amarre del potro joven sin caerse en el intento de evitar esas lanzas disparadas que venían comiendo las hendiduras de sus pisadas a trote violento.
—¡No pares Toro! ¡Corre, corre! –le gritaba a su bestia, pasando por fin las colinas de 50 pies, cerca de la montaña gris–. ¡Corre!
Quizás hubo un punto en que no escuchó más nada que no fuera su respiración. O los peñascos agrietados por la odisea.
Quizás no debió sentirse engañada y bajar la guardia hasta que fue demasiado tarde, el disparo en su muslo trasero le da por advertencia que aún no se podía arriesgar a dejar de lado su preocupación y seguir corriendo. Soltó un alarido de dolor y domó a la bestia con la sangre corriendo en agonía.
Corriendo otra vez, pero las constantes lucesitas resplandecientes parpadean mucho más seguido y pierde el sentido.
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Hasta antes de conocerlo, creía que su vida no tenía propósito. Era inevitable que no se preguntara por qué había nacido o por qué están en medio de la catástrofe. Qué tenía que ver su alma con la del resto de su familia o con las ingenuas ideas de creencias interesantes aunque misteriosas a su parecer.
Pero si podía dormir el resto de su agotada existencia soñando con su primer encuentro. Entonces, lo haría.
Recordaba que apenas y rozaba los 14 años, buscando agua de entre penurias y le ve. Sospechoso, alto para su edad y espeso cabello desgarbado de color negro. Con sangre de la familia principal de lo líderes y sonrisa tímida o inteligente. En fin, la clase de tipo que apenas la conoce no paró de mirarla, no porque fuera la preciosura antes jamás vista, sino porque su sonrisa blanca como las nubes y orbes confusos le quitaron el aliento.
[...]
Abrió los ojos de a poco. El humo oscuro se replantea el dar paso por sus fosas nasales y se medio levanta de golpe con enorme fatiga.
—¡Toro! –apenas soltó el nombre de su caballo, la punzada de dolor le sucumbe–.
Aclara la vista alarmada pero no se preparó para verlo ahí, enfrente suyo, sentado con los hombros anchos y la piel tostada.
—Veo que llegaste antes que el Sol.
...
—Tetsu.
—¿De dónde vienes? –pregunta confundido– Es más, ¿por qué viniste?
Kanna tragó saliva, expandió el resto de sus sentidos que iban despertando retardados ante la mirada de su prometido con anhelo ahogado.
—¡Tetsurou! ¡Tienen que irse! ¡Tenemos que irnos!
—¿Qué estás diciendo?
—Me atacaron cerca de aquí. Uno de esos hombres blancos, tenía un arma y me persiguieron y... ¿Cómo llegué aquí? –se peina el cabello enredado y tieso como piedra–. ¿Cómo me encontraste? Yo venía a buscarte, espera yo–
Tetsurou le detuvo de levantarse. Alzó una ceja divertido para distraerse de su propia confusión.
—Toro te trajo sobre su lomo, estabas sin aliento y dormida –hizo una pausa–, a veces creo que esa bestia tuya es enviado de Nanna para protegerte, siempre te apoya en la oscuridad así se vaya poniendo de día.
—Tetsu, tenemos que irnos.
—¿Ellos vieron de adonde venías?
—No. Bueno no lo sé. Pero saben que están aquí, estaban al otro lado de la Montaña Gris, con sus armas. Los buscan y eso es cerca –señala el espacio tras suyo de la llanura desértica–, deben de ir por allí. Debes creerme. Tenemos que irnos.
—Kanna, el plan sigue como debe ser. Tatùa se quedó con sus seguidores por esos peñascos que dices. Ellos se reúnen con nosotros hoy, y retomamos el camino por el otro lado para llegar con el resto de la tribu.
—¡Tatùa ya no está! –Tetsurou frunció el seño, gesticuló con la boca una fisura a la serenidad que trataba de conservar, se alejó un poco de su prometida con cierta sopresa–. ¡El pequeño Warii recibió un mensaje de su padre por el cuervo! ¡Los atraparon por la cornisa anterior!
—Eso no...
—¡Está muerto! –le tomó los costados del rostro y le golpeó el pecho de lleno al ver sus ojos negros cristalizados de a poco–. Tetsurou, Tatùa está muerto. Ya no está, los debieron de haber matado, si no, los hubiera visto en el camino.
Tetsurou se raspa el cabello extrañamente. Las manos le tiemblan; su tío Tatùa, ya cuando creían que los tenían.
—Pero, no –pronuncia tartamudo, sin reconocer ninguna de sus palabras–. Mi hermana... Tu madre. ¡Kanna! ¿Por qué viniste? Estarás en peligro, no lo permito. Haré lo posible para que vuelvas, para que volvamos.
—¡No! Tienen que irse por otro sitio. Si regresan al campamento de la tribu nos matarán a todos, nos van a perseguir, ¡Lo sé!
—¿Cómo podrías saber éso?
—¡Porque lo ví! –cierra los ojos fuertemente. Se retuerce de prepotencia y se soba el muslo vendado–. ¡Las estrellas! ¡Lo sé dentro de mi!
—¡Las estrellas! –repite incrédulo. Sin entender ni una pizca de esa declaración–.
Después de un silencio, Kanna casi se desmaya por la poca energía que tiene. Miró el suelo deprimida, por creer hasta ella misma que se estaba volviendo loca.
Jugó con sus dedos sometida a un regaño inexplicable que le dispara desde todos los ángulos, absorbiendo su capacidad del habla y sin sentir que debía comentar algo más porque creía que los disparates no iban con ella y eso que todos concluían de que era excéntrica.
Pero unos largos dedos se enredan con los suyos, haciendo juego por las uñas dañadas. Le acarician los nudillos como desde el primer instante en que se cruzaron y algo se enciende dentro suyo, algo siempre se encendía.
—Te creo.
Le mira y después de tanto tiempo, posa una sonrisa agotada, algo agrietada pero sin lugar a dudas, le derrite el cerebro a Tetsurou.
El azabache se sonroja y gira la vista.
—Le diré a mi abuelo que los hombres blancos nos esperan donde nos dices. Y buscaremos otra ruta cuanto antes.
—Pero no peleen.
—Kanna... –negó medio derrotado, suplicando un poco de cordura por su parte. Quieran o no quieran, ellos blandían lanzas y arcos para sobrevivir, claro que tendrían que pelear–. Ojalá nunca hubiéramos vivido esta lucha.
Le empieza a acariciar los pómulos con ternura. Ojalá no tuvieran que pelear, ojalá pudiera tomarla y escapar al fin del mundo con ella. Ojalá.
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Después de acaparar un poco de atención aunque no lo desearan, el campamento del líder fue corriendo en dirección oeste, hacia el resto de montañas contrarias en que se encontraban los de la Caballería Americana.
Nunca se supo si fue un error. Si fue una buena decisión. O si estaban locos. Tremendamente locos, esos “salvajes” con complejo de divinidad. Los apaches no sabían pelear. No sabían matar. Sólo corrieron y muy pocos sobrevivieron. Una mitad del campamento de artillería de los americanos les persiguieron y los apaches prefirieron que fuera así antes que morir como cobardes, porque implantaron cara contra la montaña y prefirieron precipitarse antes que tener una muerte humillante y ser asesinados uno a uno por desventaja de números.
Muy pocos sobrevivieron, muy pocos salieron de esos peñascos desvaídos y lograron escapar de la desdicha derrota. Entre ellos, el nieto del líder cargaba a su prometida como mensajera por detrás de él sobre el caballo.
Después de cabalgar hasta que no hubiera un mañana al que saludar, despidieron al resto del campamento americano y los perdieron e hicieron lo posible por cubrir sus huellas.
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Hoy en día, los valles desérticos y profundos de esas zonas se dicen que están encantados.
Cuando los sobrevivientes de la matanza encontraron al resto de la tribu, fueron galopando con una constituyente esperanza basada en la fe de una muchacha que simplemente no quería morir.
Después de ese invierno, migraron a la zona más popular de caza en campo bajo, con los que quedaban de los suyos. Apenas y unos veintitantos. No sin antes, encontrar los cuerpos del sub líder Tatúa y su campamento acabados. Dicen que las apaches cuando vieron los cuerpos de sus maridos e hijos, lloraron tanto que sus lágrimas se convirtieron en piedras negras, impresionantes piedras de obsidiana negra.
Kanna prefirió verlas de otra manera unos cuantos meses después. Sus lágrimas de piedras preciosas, es como si antes de todo eso hubieran sacado lo mejor de ella, una radiante valentía que no había experimentado. No todos tenían la fortuna de sobrevivir, pero tampoco todos tenían la insensatez de viajar por el amanecer para salvar lo que ama.
Si, crearon un valle de lágrimas negras. Hermosas lágrimas negras de gran valor.
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Ésto era para año nuevo, pero tuve una oleada de tristeza y me puse insegura. Pero igual me dije que tenías que leerlo. Totalmente para ti.
Sólo quiero que sepas, que por más que digas que eres una llorona, tus lágrimas son de gran valor y tengo mucha hambre de ver que creas que eres fuerte y que saques la Luz de ti misma y los demás por medio de tus lágrimas preciosas de gran valor.
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