Prólogo

¿Algunas ves han visto un jardin de margaritas por la mañana? Quizas un jardín impregnado por el rocio de la mañana. Desprendiendo un dulce y precioso aroma.

Recuerdo aquel día como si fuera ayer. Él caminaba justo a mi lado mientras miraba las margaritas blancas a ambos lados del estrecho camino. Su cabellera castaña está bien peinada y se movía con el viento. Usaba un overol de color rosa y unos zapatos de color negro. Me miró con sus ojos marrones y pestañeó unas cuantas veces antes de tomar mi mano.

Podía escuchar su respiración agitada y el latir rápido de su corazón. Él tomó más fuerte mi mano y corrió en dirección a aquel columpio. Se sentó y yo empecé a empujarla. En aquel entonces nunca hubiera pensado en que yo sería una amenaza para aquel niño, y mucho menos pensaba en que en el futuro no podría dejar de pensar en el niño de overol Rosa. 

Él era especial, una persona perfecta. A lo largo de los años su carácter cambiaba, ahora era un poco más alocado que antes. Debo admitir que es una persona vivaz, y ama ayudar a otros a sentirse bien a pesar de estar rota por dentro. Mi dulce muñeco de porcelana, tan delicado, pero fuerte como una cuerda de tres hilos. ¿Por qué no puedo estar a tu lado sin pensar en que puedo hacerte daño? ¿Por qué no puedo dejar de ser un cobarde y confesarte lo que siento? ¡Ah! sí, porque soy un cobarde. Un cobarde que te ama.

Todas las noches y todas las mañanas medito en una manera de tomar valor. Me decido y salgo de mi casa listo para decírtelo todo. Listo para expresarte mi amor y mi preocupación por ti. Pero cuando te miro, cuando te acercas a mi con esa sonrisa, y cuando me doy cuenta de que quizá todo sea en vano. Me hecho hacia atrás, sonrió nervioso, trato de ocultar mi nerviosismo y limpio el sudor que cae por mi frente con el pañuelo que me regalaste hace algunos años.

Tomas mi mano bruscamente. Corres mientras me jalas y yo voy detrás de ti. Tu enmarañado cabello castaño se mueve de un lado a otro y yo solo observo como un bobo. Llegamos al salón de clases después de un rato. Nos sentamos en el pupitre doble como todos los días, la maestra llega para empezar la clase de literatura. La señora habla y habla sin que yo le preste la menor atención, hasta que pronuncia dos palabras dignas de ser escuchadas. "Flores y cartas" ella dice:

— Las mujeres aman las flores y las cartas, quizá él también las amaría— Seguramente sea el típico cliché de siempre, pero también es mi nueva idea para conquistarte. Cartas y flores anónimas. En honor a aquellas margaritas del jardín de niños y en honor a tu amor por las flores y tu alegría de vivir. Te regalo esta margarita, una cada día para recordarte lo mucho que te amo, lo mucho que te aprecio y lo mucho que te extraño cuando tus ojos se posan en otra persona y te ausentas de mi lado.

Att: Tu dulce margarita.

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