Sorpresas
Sorpresas.
Una de las cosas que Cregan Stark amaba de despertar al lado de su Omega, era ver ese rostro relajado con sus cabellos despeinados cayendo sobre las pieles desordenadas y ondulados como hebras de fina plata. Aegon lucía despreocupado, a salvo, con ese dulce aroma despidiendo felicidad. Podría pasar todo el día admirándolo, de la misma forma que podría pasar todo el día haciéndolo suyo. Sonrió al acariciar con un dedo esa mejilla rosada, tirando de las pieles para cubrir su hombro desnudo no sin antes depositar un beso sobre este, dejándolo dormir a sus anchas pues había mucho qué hacer. Se vistió en silencio, procurando no despertar a su hermoso esposo y saliendo de la tienda para buscar algo de alimento, Aegon no despertaría sino hasta más tarde, estaba demasiado cansado para madrugar.
Encontró al joven rey sentado frente a un caldero que todavía hervía, probando el estofado recién hecho. Jacaerys estaba a solas, su guardia no muy lejos de él. Lord Stark tomó un tazón, sirviéndose un poco del desayuno para tomar lugar a un lado del joven Alfa, comiendo en silencio entre mordiscos a una rebanada de pan. Jacaerys le observó, negando apenas y comiendo un poco más lento, observando el interior de su propio tazón al saludarlo.
—Tu cara lo dice todo.
—Buenos días, Majestad.
—¿Aegon?
—Despertará más tarde.
Jacaerys miró al lobo, riendo desganado robándole un trozo de su pan. Cregan lo dejó hacer un poco, ladeando su rostro.
—¿Sin rencores?
—¿Debo tenerlos?
—Nunca apareciste como lo decía en tu mensaje que enviaste antes de que ellos llegaran, cumplí mi parte. No los envié al Muro y los protegí manteniéndolos en mi casa. El tiempo pasó sin noticias tuyas, no es que pretendiera hacerme de algo que no era mío. El amor puede esperar, Jace, pero también se cansa de esperar.
—Fue imposible —suspiró el rey, paseando su cuchara en el estofado— Tenía encima a Daemon, un solo movimiento en falso y lejos de que me descubriera, iría tras ellos. Las cosas estaban demasiado mal, por más que deseara volar al Norte, una u otra situación me lo impidieron y creo que fue lo mejor dadas las circunstancias, aunque... de haber sabido sobre un hijo, te digo que sí lo hubiera dejado. Quizá fue lo primero que debí hacer en primer lugar.
—Los dos eran jóvenes, tomar decisiones a esa edad no es la mejor temporada.
—De todas formas, debí darme cuenta, pero el té también poseía sus desventajas.
—¿En verdad nunca te enteraste de que Aemond era tu hijo?
—No.
—Aegon es un Omega admirable donde pudo mantenerlo oculto tanto tiempo con tantos obstáculos encima. He conocido guerreros que con menos se han quebrado por completo.
—Él siempre fue especial —confesó Jacaerys con cierta tristeza— Y si alguien podía hacerlo feliz, sin duda ese serías tú.
—Nadie está negándote el que veas a tu cachorro.
—Él me ha dicho que hasta terminar la guerra porque no lo arriesgará, lo cual es muy sensato. Eso deja ver que realmente lo has contagiado con tus ideales del Norte.
—Además de otras cosas —sonrió Cregan, esa sonrisa apagándose luego— Pero sí deberías hablar con él, tienen malentendidos que deben ser resueltos.
—¿Cómo está? —el rey miró a Lord Stark— Aemond.
—Pregúntale a Aegon.
—Seguirás insistiendo con eso ¿cierto?
—Tú mejor que nadie sabe que detesto las cosas a medias.
—Gracias por ser mi amigo, Cregan.
—Una amistad no es un favor, Su Majestad.
Jacaerys estaba revisando a Vermax cuando apareció Aegon ya que Sunfyre no andaba muy lejos descansando y también quería asegurarse de que la montura estuviera bien sujeta. El joven rey observó al Omega mientras se acercaba, haciéndole una reverencia al notar su presencia antes de ir con su dragón, hablándole con cariño en tanto trabajaba en los amarres. Realmente era hermoso, ese largo cabello de vuelta a su gloria, su sonrisa tan conocida llena de alegría y picardía... con el aroma de Cregan encima. No podía enojarse siendo él mismo quien al enterarse de lo ocurrido con Lucerys, envió un mensaje al Lobo del Norte para suplicarle como amigo que no los enviara al Muro, usando de pretexto esa ley de no permitir que los Omegas -pero solamente los del Norte- fuesen lastimados. La idea había sido que luego los alcanzaría ahora que eran libres de cierta forma, pero las circunstancias jamás estuvieron a favor de Jacaerys, quien solo vio pasar el tiempo prisionero de complots y malas decisiones.
—Aegon —se acercó a este al verlo terminar— ¿Podemos hablar unos momentos?
—El rey ordena —replicó Aegon con otra reverencia— ¿Qué puedo hacer por Su Gracia?
—Hay un tema que quisiera discutir contigo.
—Adelante, milord.
—Bueno, como ya sabes, Daemon tiene por herederos al pequeño Aegon y Viserys... yo no tengo a nadie, a menos que nombre a Aemond como mi heredero.
El Omega se sorprendió, frunciendo apenas su ceño. —¿Su Majestad ha dado por muerto a su hermano Lucerys?
—No está muerto —afirmó el Alfa, mirando hacia el campamento— Sé que es una locura, pero cuando pasó lo de su ojo, su esencia se apagó, ya no la podía percibir como antes. No tiene mucho que volvía sentirla de lleno, como un fuego que renace. Está vivo... pero no sé dónde está y creo que no quiere que lo sepa. Así que por el bien de nuestro bando, necesito nombrar otro heredero, quien mejor que mi hijo.
—Pero ahora es un Stark. Y Su Gracia no revertiría el edicto del rey Viserys ¿o sí?
—Bueno, sería un truco legal —sonrió Jacaerys— Porque no estoy nombrando al pequeño Aemond Targaryen hijo de la reina Alicent y el rey Viserys tal como está escrito en el edicto... sino a Lord Aemond Stark, hijo de Cregan y Aegon Stark como padres legales, yo su padre biológico.
Aegon levantó ambas cejas, mirándolo fijamente antes de echarse a reír de esa forma que siempre sacudió algo en el interior del joven Alfa, quien apretó una sonrisa, encogiéndose de hombros.
—Es una jugada peligrosa, Majestad, levantará la ira del Príncipe Usurpador y muchos chismes por todo Poniente.
—Me arriesgaré.
—¿El rey está consciente de que al hacerlo nombraría de forma indirecta a sus padres como regentes?
—Entre más lejos esté Daemon del trono, mejor. ¿Aceptas mi propuesta? Permíteme recompensar todos esos años de dolor y humillaciones porque no fui lo que debí ser para ustedes. Lo menos que se merece Aemond es el derecho al trono.
—Acepto —asintió Aegon muy despacio— Pero creo que Su Gracia necesita pasar tiempo con él.
Jacaerys jadeó. —¿L-Lo llamarás?
—No ahora, todavía no he cambiado de opinión. Por eso debemos movernos más rápido, antes de que perdamos terreno que ganamos con mucho esfuerzo.
—Gracias, Aegon... y perdona haberte decepcionado. Los Siete saben que no miento al afirmar que yo siempre daré mi vida por ustedes, y no será suficiente para recompensarlos.
—No más muertes, Majestad, ya nos arreglaremos cuando todo este caos termine.
—De acuerdo.
Tuvieron otras charlas, a veces con Cregan presente, siempre el tema era Aemond de quien Jacaerys ansiaba por saber todo. Solo poseía vagos recuerdos que no servían para nada, y anhelaba saber qué cosas hacía su cachorro, sus juegos favoritos, cómo se llevaba con Rickon Stark. No le sorprendió enterarse de que Aemond ya sabía que Aegon era su madre si bien la identidad de su padre le era desconocida, sin tener una mala imagen porque esas no eran las maneras del Norte. A veces, Jacaerys deseaba llorar, lamentándose no haber detenido a Aegon cuando se marchó de su recámara esa madrugada luego de que terminara su Celo, como si fuese una suerte de ladrón.
Debió sujetar su mano y ya nunca soltarla, pasara lo que pasara, como ahora lo hacía Cregan, recibiendo un beso de su Omega, el privilegio de que lo llamara Alfa o buscara ese rincón de su cuello para acurrucarse cuando regresaba cansado. A veces, ser el hijo perfecto era una maldición. El deber mataba el amor, sin duda alguna. Pero al menos podría devolver ciertas cosas a su lugar. Jacaerys oró porque Lucerys tuviera el mismo pensamiento al respecto, el accidente había trastornado la personalidad de su hermano, y ahora que había recuperado su fuerza Alfa no supo qué iba a encontrarse cuando decidiera aparecerse, porque el joven rey estuvo seguro de que lo haría.
—Majestad, Vermithor se aproxima.
El Príncipe Usurpador era una fuente interminable de trucos, había buscado Semillas de Dragón, bastardos Targaryen que cabalgaran dragones para él a cambio de títulos y recompensas. Siempre le pareció que Daemon nunca los aceptó del todo, mirándolos por el rabillo del ojo como esos estorbos de los que debía deshacerse, sobre todo cuando nacieron sus hermanitos Aegon y Viserys. Cuando Aemond cortó el ojo de Lucerys, él fue el único feliz en el momento y el primero en apoyar la idea de asesinar al cachorrito cuyo único crimen había sido defenderse de un Alfa mayor.
Su cachorrito.
Jacaerys respiró hondo, ya montado en Vermax para enfrentarse al otro dragón. Aemond era su hijo. Él había sido un idiota despechado que había creído que Aegon solamente lo había seducido por mero juego, para tener el gusto de presumir de haber tomado la virginidad del primogénito de Rhaenyra y futuro sucesor del rey, enamorado hasta los huesos y por lo mismo herido hasta el alma cuando escuchó de cómo se había entregado a los dioses en favor por la salud de su padre. Había sido muy idiota, ahora lo veía todo más claro. Al menos tendría el consuelo de ver a su cachorro, pero necesitaba a los Siete Reinos en paz y Daemon estaba en el medio.
—¡Adelante, Vermax!
La Furia de Bronce tenía un fuego temible que era mejor evitar, de suerte que Vermax era bueno con la velocidad luego de tantas batallas. Terminaron sobre un campo seco, lanzando mordiscos que no alcanzaron su objetivo. Jacaerys frunció su ceño, Hugh Martillo, el jinete de Vermithor, no estaba peleando en serio, más bien parecía que había deseado llevarlo ahí a solas. No erró en sus suposiciones, ambos dragones descendiendo para que sus jinetes bajaran y se reunieran entre ellos.
—Su Gracia —exclamó Martillo, hincando una rodilla y presentando un mensaje— Esto es para usted.
—¿Otra amenaza del Príncipe Usurpador?
—No, milord.
Jacaerys tomó el papel, con espada preparada por si el herrero hacía un mal movimiento. No hubo necesidad pues la carta era de su hermano Lucerys. Estaba oculto en los Peldaños de Piedra, porque iba a sacar a patadas -esas fueron sus palabras- a Daemon de Rocadragón, pero necesitaba que distrajera a su padrastro lo suficiente para que su hermanito pudiera atacarlo por la espalda. Hugh Martillo era ahora uno de los suyos, como otras Semillas de Dragón que Lucerys había convencido de pasarse al bando del legítimo rey. El Alfa Velaryon que dormía en Luke despertaba al fin, un auténtico Dragón de las Mareas.
—Martillo —miró al Alfa arrodillado frente a él— ¿Me juras lealtad con tu vida que arrebataré si me fallas?
—¡Sí, Su Majestad!
—¿Juras proteger con tu vida a mi heredero?
—¡Sí, Su Majestad!
—Te tengo una misión muy particular.
—Ordena, mi señor.
—Vuela al Norte, vigila el paso, nadie puede acercarse a Invernalia a menos que lleve un permiso expreso de Lord Stark, ni siquiera mío. Solo de Lord Stark ¿entendido?
—¿Qué debo hacer si no cumplen tu orden?
—Que prueben el aliento de Vermithor. Parte ahora.
—¡Así se hará, Su Gracia! ¡Larga vida al rey Jacaerys I!
El joven Alfa lo miró partir, leyendo de nuevo el mensaje de su hermano que destruyó para que nadie se enterara. Parecía que el viento al fin soplaba a su favor, esperaba que los dioses al fin se hubieran reconciliado con él luego de tantas equivocaciones, necesitaba dejarle a su hijo un reino en paz, sin guerras ni amenazas. Y eso jamás sucedería mientras Daemon Targaryen estuviera vivo. Vermax rugió llamando su atención, sonriéndole a su dragón cuyo hocico acarició.
—Sí, sé que no le he dicho a Aegon que el compromiso entre Aemond y Lucerys sigue vigente pues nunca fue roto, pero no creo que estos momentos importe mucho. Además... —Jacaerys sonrió divertido— Si mi hermano quiere continuarlo deberá solicitar el permiso de sus dos padres.
Vermax pareció reír con él, montando para regresar al campamento, mirando su medallón que le obsequiara su madre poco antes de morir. El medallón del heredero que esperaba poder colocárselo a Aemond en un futuro.
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