Lamento
Lamento.
Había que atacar todos los puntos estratégicos de Daemon en un solo golpe, para ello se dividieron. Jacacerys iría al frente con Vermax, cerca de Rocadragón para provocarlo y que tuviera la atención con él al casi ofrecerse como carnada. Aegon volaría cerca del bosque que rodaba Desembarco, junto con una avanzada de lobos que pretenderían ser la prueba de que el ejército Stark llegaba, cuando en realidad iban a atacar por la parte suroeste de la ciudad, colándose cual sombras para emboscar a las Capas Doradas que mantenían sitiado el lugar fieles al Príncipe Usurpador, liberando la Fortaleza Roja desde donde Tyland Lannister defendía el trono del joven Alfa esperando su retorno.
Si Lucerys atacaba como lo había prometido, Daemon no tendría más remedio que huir a un punto lejano donde ya no dominaría la bahía, liberando a la gente de aquel asedio y casi ganando la guerra al hacerlo huir con la poca gente que ya le quedaría. Cregan no estaba muy de acuerdo pues el rey era quien iba a exponerse más con la persecución enemiga, pero Jacaerys se lo ordenó, no queriendo arriesgarlo.
—Es mi deber como rey, además, demasiada sangre se ha derramado ya por mi culpa.
Aegon quiso corregirlo, pero era perder tiempo que no tenían, las horas corrían y entre más esperaran, Daemon ganaría terreno perdido. Con un beso a su Alfa, se despidió de él, arreglando su capa, limpiando ese lobo en su collar.
—Te veré en la fortaleza.
—Cuenta con eso, mi Omega.
El nuevo día los encontró marchando a toda prisa o volando sobre un bosque conocido. Vermax no estaba lejos de Sunfyre, tomando el mismo camino antes de separarse. Aegon cruzó una mirada con Jacaerys, quien asintió con una sonrisa, alzando una mano a forma de despedida, girando para perderse en el horizonte mientras él se dirigía a un lugar que creyó jamás volver a ver. Habían pasado años desde que saliera con Aemond entre sus brazos, repudiados y olvidados. Fue una sensación curiosa que dejó para luego, pues debía llamar la atención de la gente cuidando el bosque y de las Capas Doradas quienes seguro lo verían desde lejos como los banderines de cebo que la pequeña avanzada desplegaría.
Flechas largas lanzadas por ballestas contra dragones lo recibieron, evadiéndolas al alzar el vuelo lo más alto posible. El fuego sería la señal para Cregan de que podía colarse hacia Desembarco, distrayendo a la gente de Daemon quienes al verse rodeados enviarían un cuervo a Rocadragón, lo que haría que el príncipe saliera y se topara con Jacaerys, quien era el único que sabía que Lucerys haría su entrada triunfal una vez que Daemon se alejara. Aegon tocó los muros exteriores de Desembarco, quemando algunas capas doradas antes de que lanzaran sus flechas, haciendo descender a su dragón sobre el muro y techos adheridos con un rugido largo para despertar a la gente.
El caos vino como esperó, para cuando esas Capas Doradas notaron que el ejército de su esposo entraba desde otro punto ya fue demasiado tarde. Para el mediodía Desembarco del Rey le pertenecía al auténtico Señor de los Siete Reinos. Tyland Lannister los recibió entre sorprendido y agradecido, sobre todo al ver a Aegon siendo el Omega de Cregan Stark, uno que se negó a entrar a la fortaleza luego de saber que la pelea en la bahía no terminaba.
—Debo ir.
—Pero, milord.
—El rey me necesita.
—Alfa —Aegon lo detuvo— Es una pelea de dragones, nada puedes hacer.
—También es de espadas, y ballestas que herirán a nuestro monarca a menos que yo lo impida.
—Pero...
—No lo puedo dejar solo, amor mío.
—Estás cansado, si de pronto...
—Quédate aquí, pueden volver a recuperar la ciudad, yo iré a ayudar.
—No —Aegon sujetó su capa— Iré contigo. En esos momentos Daemon ya debió llamar a los suyos para rodear al rey.
—Mayor razón para alcanzarlo.
—Nosotros resistiremos aquí —intervino Tyland— Ayuden a Su Majestad, no podrá con tantos enemigos.
Aegon fue quien llegó antes, el combate entre Daemon y Jacaerys ya se volvía injusto por dos dragones más que lo perseguían. Gruñó furioso, entrando a esa pelea en los aires con Sunfyre abriendo fuego para separarlos del rey quien se sorprendió de verlo ahí, se notaba desde lejos que ya estaba herido. El arco del Omega fue certero, haciendo lo mismo que con Caraxes pese a que trataron de evadirlo, por lo menos uno de los dragones ya no pudo lanzar su fuego, quedando inutilizado de esa forma y con un jinete poco experto en controlarlo, pronto ya no fue rival para ellos. Ahora solo fueron tres contra dos en el aire, y barcos aproximándose que supo traían consigo ballestas para dragones.
Un rugido más atrás sorprendió a Aegon, viendo nada menos que a un crecido Arrax aparecer entre las nubes con su jinete de cabellos largos y rizados aullando al lanzarse de lleno contra Daemon. Tres contra tres, la cosa fue justa ahora, salvo los barcos que comenzaron a lanzarles esas largas flechas buscando los pechos de sus dragones. La velocidad de Arrax descontroló a Caraxes, siendo el único que podía estar acostumbrado a las peleas, pues los otros dos habían permanecido dormidos y sus jinetes no habían tenido el tiempo para fortalecer ese vínculo. Una nueva lluvia de flechas, esta vez más ligeras, comenzaron a rasgar velas y enterrarse en el pecho de marineros.
Los lobos llegaron, distrayendo a los barcos de sus objetivos. Aegon sonrió, eso seguro no lo tenía Daemon contemplado, olvidaba que un ejército como ellos no descansaba ni dormía de ser necesario con tal de alcanzar su objetivo. Fuego por todos lados, gritos de ambas partes y aromas de miedo e ira se mezclaron. Caraxes mordió un costado de Arrax, ambos dragones enfrascándose en una pelea retorciéndose sus cuerpos con sus jinetes maniobrando peligrosamente. Jacaerys quiso ayudarlo, pero le cayó encima otro dragón que Sunfyre mordió por una ala alejándolo del mal herido rey a quien le hizo señas de descender, estaba demasiado agotado y sangrando para pelear.
—¡Quitemos los estorbos! —gritó Aegon, lanzando una flecha al jinete cuyo cráneo atravesó.
Jacaerys descendió en la playa, jadeando pesadamente. Cregan fue hacia él, buscando ayudarlo a bajar de Vermax, notando que el joven Alfa tenía problemas para soltarse, estaba atorado con una de las correas en su pierna que tenía un corte severo.
—¡CUIDADO! —gritó Lucerys a lo lejos.
Caraxes se había librado, yendo en picada hacia ellos. El rey tiró de Lord Stark para subirlo a su montura y elevarse antes de que el fuego los alcanzara. Aegon como Lucerys fueron tras Daemon, este tras Jacaerys maniobrando para evadir las flechas que pasaron entre ellos. Daemon hizo una señal, de los barcos aparecieron otras ballestas más largas apuntando todas a Vermax y disparando al mismo tiempo que las flechas de los Stark con fuego.
—¡Majestad! —Cregan tiró de Jacaerys para que se inclinaran al ver una de las flechas venir hacia ellos.
Sunfyre golpeó un costado de Caraxes, Arrax mordió su cuello, los tres alejándose de Vermax mortalmente herido. Las flechas lo habían alcanzado. Jacaerys sintió lágrimas en su ojos, irguiéndose pesadamente para ver a su dragón volar cada vez con menos precisión. El joven rey se quejó, llevándose una mano a su costado izquierdo, notando que tenía esa parte abierta por una flecha que había pasado demasiado cerca, abriendo su armadura y su piel. Jadeando, miró por encima de su hombro.
—¡Cregan, debemos...! ¡NO! ¡NOOO!
Esa flecha que le había pasado tan cerca atravesaba el pecho de Lord Stark. Cregan le sonrió con sangre escurriendo de sus labios.
—¡No, no, no! —Jacaerys rechinó sus dientes, mirando esos malditos barcos y de vuelta a su amigo— ¡¿Por qué lo hiciste?!
—Mi deber es proteger al rey —jadeó Cregan sacando un cuchillo de su cinturón, cortando esa correa que mantenía preso al otro— Un Stark no rompe sus promesas. Dile a tu dragón que vaya sobre los barcos.
—Cregan...
—¡Díselo!
Jacaerys apenas si pudo dar la orden, sintiendo lágrimas en su rostro. Una mano le estampó la enorme espada de acero Valyrio del Lobo del Norte, este dándole un último abrazo.
—Sé buen rey... y cuídalos...
—¡NO, CREGAN, ESPERA NOOOOOOOO!
Sin perder su sonrisa, Lord Stark lo empujó lejos de la montura y el dragón ya casi sin vida que fue directo hacia los barcos a estrellarse, levantando un fuego tal que consumió toda la flota. Aegon abrió sus ojos, palideciendo al sentir como su Marca se borraba igual que el vínculo con su Alfa, temblando de pies a cabeza con Sunfyre agitándose al corresponder con su sentir. Arrax olvidó a Caraxes, yendo directo a rescatar a Jacaerys quien había caído al mar quedando inconsciente por el golpe brusco con el agua, aunque sin soltar esa espada cuando las garras del dragón lo sujetaron, llevándolo hacia la playa.
Aegon solo pudo mirar ese fuego consumir a Vermax y su esposo.
Cuando una ligera lluvia tocó su rostro, es que el Omega reaccionó, notando que lloraba en silencio. Recobró la razón, mirando alrededor. Daemon y Caraxes habían huido luego de perder los barcos, en la playa estaban todos alrededor de Arrax con Lucerys buscando despertar a su hermano quien tosió agua, siendo sujeto por varios lobos para llevarlo de inmediato con algún Maestre pues sus heridas eran serias. Jacaerys no soltó la espada cuando su hermano quiso tomarla, negando entre fiebres, su mano aferrándose todavía a ella. Aegon descendió, sintiendo ese frío apoderarse de su corazón y alma, sin ocultar sus lágrimas al ver cómo se llevaban al joven rey, girándose para ver a Lucerys.
Sin duda su rostro recordaba un poco a Harwin Strong, pero de alguna manera le pareció más similar a la reina Aemma Targaryen, salvo esos largos cabellos rizados oscuro, una barba ligera y ese parche que lo hacía ver más rudo como su porte. Lucerys también lo observó, acercándose hacia él para hincar una rodilla inclinando su cabeza.
—Esto no se quedará así, Lord Aegon, Daemon pagará por esto.
No pudo responder, volviendo con todos hacia el campamento improvisado donde estaban atendiendo a Jacaerys. Cuando lograron atender sus heridas y detener el sangrado, lo trasladaron hacia la Fortaleza Roja en un silencio pesado, Aegon junto a Lucerys liderando la caravana. El amanecer de un nuevo día trajo la noticia en boca del Maestre de que el joven rey había sobrevivido a sus heridas, pidiendo hablar a solas con Aegon, quien ya estaba tranquilo aunque como ausente. Escoltado por Capas Blancas y Lucerys, fue a la recámara del Señor de los Siete Reinos, entrando casi sin hacer ruido, encontrando al joven Alfa esperándolo recostado entre almohadas con la espada a un lado.
—Milord —Aegon apenas si reconoció su voz, buscando hacer una reverencia.
El rey le sorprendió, irguiéndose para bajar de la cama buscando ser él quien hincara una rodilla, claramente avergonzado por la muerte súbita de su más leal súbdito. Aegon no se lo permitió, caminando aprisa para sujetarlo por los codos, levantándolo con un gruñido.
—¿Qué haces?
—Lo siento, lo siento tanto —Jacaerys también lloró, entregándole la espada— Todo esto es mi culpa, si yo no hubiera sido tan cobarde, si te hubiera...
Una bofetada lo calló, lanzándolo a la cama donde quedó sentado muy atónito al ver a un Aegon enfurecido, llorando al gritarle abrazando esa espada.
—¡Eres un jodido rey, Jacaerys! ¡Compórtate como uno! ¡Como el rey que él vio en ti! —todo el cuerpo del Omega se estremeció, derramando más lágrimas— ¡Haz que valga la pena! ¡Hazlo...!
Aegon cayó de rodillas, su cabeza reclinándose en el regazo del Alfa quien le abrazó, llorando con él por Cregan Stark. Le lloraron hasta que el propio Aegon reaccionó, irguiéndose al notar lo que había hecho, pero fue esta vez Jacaerys quien lo hizo sentarse junto a él en la cama.
—Esto no es lo que yo había pensado, tenía en mente otro tipo de final. No sé qué clase de fuerza haya en mí, Aegon, pero te juro con mi vida que te entregaré la cabeza de Daemon.
—No —aquel negó, acariciando la espada— Quiero ser yo quien lo haga, quien le corte la cabeza al maldito, quiero ser yo, Jacaerys.
—Así será —el rey acomodó sus cabellos descompuestos— Deberías reposar un poco.
—Estabas entre la vida y la muerte, no podía darme ese lujo —Aegon frunció su ceño— ¿Qué madre podría dormir si de pronto su cachorro está a nada de llevar una corona?
—La llevará de todas formas. Muera yo hoy o en diez años.
—Preferentemente cuando esté más preparado... Su Majestad.
—Ah, no más de eso cuando estemos a solas. Lo menos que mereces es llamarme por mi nombre —suspiró Jacaerys, alcanzando una mano de Aegon— En verdad que lo lamento mucho, los dioses saben que nunca le hubiera pedido dar su vida por mí.
—Pero somos Stark e hicimos un juramento —replicó el otro con voz agotada— Sangraríamos por el rey, y eso hacemos.
—Te daré la justicia que me pides, Aegon.
—Lucerys ha vuelto.
—Sí.
—¿Le dirás?
—Más tarde, ahora... no tengo el ánimo.
—Descansa —Aegon se puso de pie, sonriéndole apenas con su mano soltándose para empujarlo y que volviera a su lugar bajo las sábanas— Tenemos libre Desembarco y Rocadragón, supongo que Marcaderiva también, así que Daemon ya no tiene muchos sitios donde esconderse. El tiempo se le acaba.
—Mi hermano... se ha vuelto fuerte ¿no es así?
—Has elegido la mejor palabra.
—Lo siento, Aegon.
Este negó, apretando la mano del joven rey antes de darse media vuelta y salir con la espada contra su pecho que aún tenía el aroma de su Alfa. Varios de los suyos esperaban afuera, consternados por semejante tragedia.
—Lord Aegon... ¿cuáles son sus órdenes?
—Esto no ha terminado. Debemos continuar como se planeó, iremos a Harrenhal cuando el rey esté con mejor salud. ¿Han atendido a los heridos?
—Sí, milord... ¿haremos los funerales?
Las manos de Aegon sujetando la espada temblaron igual que sus ojos, pero asintió, ordenando que se prepararan los ritos del Norte frente al arciano del palacio, pidiendo una habitación donde descansar un poco. Ahí se dejó caer sobre una silla, mirando esa arma sobre sus piernas que ahora le pertenecía a Rickon, el nuevo Lord Stark. ¿Debía llamar a sus cachorros? ¿Cómo decirles que su padre estaba muerto si él no terminaba de creerlo? Abrazó la espada, llorando otro poco y sintiendo como en su interior crecía una venganza sangrienta que llevaba el nombre de Daemon Targaryen.
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