Invernalia
Invernalia
—Por aquí.
Verla era la nodriza del único hijo de Cregan Stark, Rickon Stark, quien resultaba ser un Omega. Pensó que eso había sido la razón para que les tuviera esa clase de compasión, todavía receloso al caminar detrás de la nodriza que abrió una cómoda recámara para ellos.
—Puedes dejar al cachorro bajo las pieles, seguro hay que prepararle de comer y solo tú sabes qué podría aceptar en estos momentos. Los niños son más resistentes a los alimentos después de asustarse.
—Um, señora...
—¿Sí?
—¿Por qué Lord Stark no nos ha castigado?
—Pero ¿qué cosa dices, criatura? —la Beta sacudió su cabeza como horrorizada— Aquí en el Norte, está prohibido enviar un Omega al Muro, este caería, la Larga Noche llegaría y todos los arcianos morirían. Eso nunca.
—¿Entonces...?
—Eso se lo tendrás que preguntar, pero te recomiendo que sea después, cuando no estés temblando y tu cachorro se haya recuperado. Los dos están muy mal y los dioses saben que un Stark primero prefiere la muerte antes que permitir que un Omega sufra en su presencia.
Dejó a Aemond sobre la cómoda cama, abrigándolo con las pieles, limpiando su rostro aún con rastros de lágrimas. Aegon lo miró un poco, besando su frente al dejarlo para ir a la cocina con Verla ayudándolo a prepararle algo a su pequeño, sirviéndole primero a él un tazón de estofado.
—No puedes cuidar de tu cachorro con el estómago vacío.
Quiso aclarar que no era su hijo, pero ya no era necesario, aunque le asombró que la nodriza lo supiera. No sería la única, cuando se toparon con Lord Stark, éste también se refirió a su pequeño como su hijo.
—Descansen, tenemos una colina que puede servir para los dragones, ustedes deben recuperar energías, mañana hablaremos.
—Gracias, milord.
Aemond despertó sobresaltado, buscando el refugio entre los brazos de Aegon al verse en un lugar que no reconoció, calmándolo lo suficiente para ofrecerle su cena.
—Está bien, bebé, todo está bien.
—¿E-Esto es el Muro?
—No, estamos en Invernalia, Mondy.
—¿Nos llevarán luego?
Aegon negó con una media sonrisa. —No, mi vida, no iremos a ninguna parte.
Pasaron el resto del día en la recámara, tumbados en la cama sin saber muy bien qué era lo que harían de ahora en adelante. A la mañana siguiente, con Aemond más recuperado y sujetando su mano como si de ello le dependiera la vida, salieron para saludar a Lord Stark, acompañado de su cachorro quien abrió sus ojos al ver otro pequeño como él y Omega además. Rickon tenía una sonrisa contagiosa además de un carácter muy amable, su aroma era muy dulce, resuelto como todos los lobos del Norte pues se acercó a su hijo ofreciéndole una mano para saludar. Bajo el consentimiento de Aegon, Aemond lo saludó, en cuanto le tendió la mano, Rickon jaló de él queriendo preguntarle de todo porque era alguien del Sur y tenía montones de dudas sobre cómo vivían allá.
—Rickon, despacio, no se irá.
—Sí, papá.
Verla los llevó al patio donde Rickon le presumiría los lobos guardianes de Invernalia mientras Aegon tenía una charla con el Señor del Norte.
—Milord, ¿cuál será nuestro castigo si no hemos de partir al Muro?
—Quisiera escuchar primero de tu boca cómo es que han terminado en semejante destino.
No tenía caso mentir más, así que Aegon le explicó el predicamento de su cachorro, cómo había atacado al príncipe Lucerys, por qué el estaba compartiendo su exilio sin omitir que era su madre. Las manos de Aegon temblaban para cuando terminó su historia, mirando a un serio Cregan Stark quien miraba el fuego de su salón principal con la vista perdida en las llamas. Luego se puso de pie, girándose hacia él, ofreciendo de nuevo su sonrisa quieta.
—Veo que no me equivoqué en mi apreciación. Bien, entonces haré caso a lo que el edicto real ordena, ustedes quedan bajo mi ley, seré yo quien resuelva lo que deberán acatar.
—Lord Stark —Aegon inclinó su cabeza, esperando la sentencia.
—Vivirán aquí, en Invernalia, a salvo...y felices. Esa es mi orden.
—¿Mi señor?
—No tengo por qué extender tu agonía más de lo que ya la has sufrido, pero te recomendaría que fueses así de sincero con tu cachorro, necesita saber la verdad si van a vivir aquí.
—Sí, Lord Stark.
—Nadie los lastimará, Aegon, nadie los ofenderá ni harán cosas que no desean. Desde hoy son parte del Norte y aprenderán de nuestras maneras.
—Gracias, milord.
Aegon encontraría a su hijo más animado gracias a ese espíritu de luz viviendo en Rickon Stark, fascinado con los lobos como con el enorme castillo de Invernalia, el antiguo arciano símbolo de aquellas tierras. Para la noche, Aemond tenía otra cara, sentado frente al fuego mientras Aegon ponía un trapo frío sobre sus párpados todavía hinchados por el llanto, contándole todos los pormenores del pequeño paseo interno que el hijo de Cregan Stark tuviera a bien de mostrarle como buen anfitrión.
—Mondy... hay algo que debes saber.
—¿Sí van a castigarnos?
—No es eso, cariño. Es algo diferente.
—¿Qué es? —su niño parpadeó, expectante— ¿Egg?
—Bueno...
No fue sencillo el explicarlo, temblándole la voz al revelarle que era él y no la reina Alicent quien era su madre. Omitió el nombre de Jacaerys, solo diciéndole que era alguien ajeno a ellos a quien nunca volverían a ver en sus vidas. Aemond no se movió para nada, apenas si respirando, el crujir de los leños en el fuego fue todo lo que se escuchó después de que Aegon hablara, este apretando el trapo entre sus manos con los ojos fijos en el rostro de su quieto cachorro.
—Y-Yo sé que no soy...
—¿E-Eres... mi mamá?
—Sí.
—Mi mamá...
—Aemond, si no...
—¡Eres mi mamá! —los ojos del pequeño se llenaron de unas lágrimas diferentes— ¡Eres mi mamá! ¡Mamá!
Se le colgó del cuello, Aegon llorando con él, besando sus cabellos y meciéndolo entre sus brazos riendo aliviado, escuchando esa palabra que tantas veces su hijo pronunció más nunca para él.
—¡Mamá!
—Mi cachorro.
Aemond se separó de pronto, mirándolo preocupado. —Entonces... ¿soy un bastardo?
—Eres mi hijo y eso es todo lo que importa.
Verla les trajo ropas nuevas, pues las telas de lo que traían puesto no servían para el Norte. No eran las elegantes prendas de la Corte, o de los Velaryon. Aemond estuvo alegre de vestirlas, corriendo de inmediato a buscar a Rickon para que le diera su visto bueno, los dos intercambiando opiniones sobre sus apariencias en términos de cachorros.
—El amo Rickon sin duda ha encontrado en tu hijo esa compañía que le hacía falta. Los dioses antiguos saben cuán solitario estaba desde la muerte de su madre.
—Verla, me gustaría aportar con algo, la verdad es que no sé hacer nada, puedo aprender con tal de ayudar aquí, no quiero parecer un holgazán aprovechado.
—Son los invitados del amo Cregan, no tienen por qué hacer algo.
—Me gustaría de todas formas.
—Mm, siempre este castillo es demasiado enorme y se necesitan manos para administrarlo.
Así comenzaron sus días en Invernalia, aprendiendo de cómo vivían en el Norte, sus costumbres y las casas que les servían. Diferente al resto de los otros reinos, ahí los Omegas no eran tratados como una casta sin muchos privilegios o voz, la gran mayoría de las familias tenían por cabeza a un Omega, de quien descendían todos. Puesto que los cachorros Omegas no eran muy usuales, eran más que apreciados cuando nacían pues tenían la creencia que en ellos vivía la sangre de los arcianos. Cualquiera podía cortejar a un Omega con expreso permiso de sus padres, pero era el Omega quien tenía la última palabra en cuanto con quién decidía emparejarse.
Eso le gustó mucho a Aegon, su cachorro tendría la libertad de decidir qué hacer con su vida cuando alcanzara la edad para hacerlo. De momento, sus días se iban en seguir a Rickon para husmear por todos los rincones de Invernalia, robarse panecillos de la cocina o explorar las partes más solitarias a veces en ruinas del castillo. Aegon disfrutaba mucho cuando Aemond corría buscándolo llamándolo mamá, regalándole una flor o bien mostrándole un lobezno que enviaba de inmediato de vuelta a sus padres con una reprimenda por andar molestando a los lobos.
Ya no eran príncipes, sus nombres desaparecerían de la historia de los Siete Reinos, al menos como Targaryen, pero eran libres. Por fin podía tomar la mano de su cachorro, llamarlo hijo frente a todos, cuidando de él como siempre quiso, con ayuda de Verla quien tenía el carácter para imponerse ante dos mocosos inquietos. Siendo invitados y no prisioneros, tenían un asiento en la mesa de Lord Stark, a quien veían de vez en cuando pues el Norte era inmenso y siempre tenía que estarse moviendo ya fuese para visitar alguna casa o atender un asunto urgente.
Además, podían volar en sus dragones, Aegon se hizo la promesa de hacer de Aemond un excelente jinete aunque eso ya dejara de tener sentido en aquellas tierras. Era un sueño de su hijo y lo haría realidad de la misma forma que seguía entrenándolo para usar la espada. A veces, llegaba a preguntarse qué hubiera sido de ellos si él le hubiera confesado a Jacaerys que esperaba un hijo suyo. Bajo las circunstancias de aquellos tiempos, lo más probable era que hubiera perdido a su cachorro, el compromiso del primogénito de la Princesa Heredera estaba por encima de un desliz. O lo hubieran asesinado con todo y bastardo en el vientre. No le guardó rencor porque Jacaerys nada supo, y en su única charla posterior le quedó claro que si hubiera estado en su poder, algo mejor habría pasado.
Pero estaban bien donde vivían ahora, volando por los largos y espesos bosques del Norte, admirando las montañas cubiertas de nieve, los lagos que reflejaban los cielos claros, admirando paisajes templados entre cantos de búhos, soñando con las estrellas en el firmamento que parecían tan cerca en esas tierras. Un día, Aegon encontró a su cachorro frente al arciano de Invernalia, con una mano en su rostro de corteza aparentemente hablando en murmullos. Lo dejó hacer, esperándolo pasos atrás con una mirada curiosa.
—¿Mondy?
Su cachorro se giró, corriendo a él para abrazarlo con fuerza y mirarlo con esos ojos libres ya de angustias y tontos deberes.
—Le pedí algo.
—¿Puedo saber qué ha sido?
Aemond asintió, sonriendo. —Que jamás nos separemos, que a dónde tú vayas yo esté. Y que pueda ser tan fuerte para que nadie te haga daño. Rickon me dijo que si lo pedía ofreciendo mi sangre, el arciano cumpliría mi deseo.
—Aemond —Aegon revisó su palma, notando la cortada— También te dijo que si gritabas tu nombre en la torre abandonada verías a Aegon el Conquistador y no sucedió ¿recuerdas?
—Pero esto es diferente, sé que me ha escuchado.
—Cariño...
—Si estoy contigo, mamá, entonces ya no me falta nada.
Lo abrazó, riendo apenas y mirando a ese viejo arciano. Hizo su propia petición, tan solo deseando la felicidad de su hijo. Solo eso. Si su hijo era feliz, Aegon tampoco necesitaba más.
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