Disciplina


Disciplina


—Buenos días, Majestad.

—Muy buenos días, Majestad —sonrió Aegon, robando un beso de su Alfa antes de levantarse, dejándole ver a este algunas marcas posesivas en su cuerpo antes de colocarse la bata— Espero hayas tenido dulces sueños, esposo mío.

—Con semejante visión a mi lado, ¿quién no soñaría con el paraíso?

Aegon rodó sus ojos, terminando de ponerse la bata. —Iré a ver a los niños.

—Pediré el desayuno.

—No comiences sin mí.

—Jamás, mi Omega.

Con un beso al aire, Aegon salió para ir a despertar o bien saludar a sus cachorros. No le sorprendió encontrar que Rickon estaba ya listo para salir a cabalgar con Lord Blackwood, entrenando un poco su tiro con arco. Estaba tomando esos hábitos de su padre, quien solía hacer lo mismo por las mañanas, a veces antes de que saliera el sol. A quien sí tuvo que sacar de la cama fue a Aemond, quien se enfurruñó por ser despertado tan temprano, casi exigiendo el que lo dejara en paz.

—¡Arriba!

—¡Soy el heredero del reino! ¡No quiero levantarme!

—¿Qué has dicho?

Había un ligero problema que comenzaba a crecer a los ojos de Aegon, y era que ese asunto de ser el Príncipe Heredero se le estaba subiendo a la cabeza a su hijo. Siendo cachorro, era natural que se sintiera como el rey de la colina con eso, pero no le iba a permitir que se volviera un pedante y déspota, no cuando le había costado tanto el hacerlo un buen chico. Ya lo había encontrado teniendo esos pequeños momentos en que Aemond sacaba a relucir cierta vanidad no muy saludable, incluso lo había descubierto ordenándole a su hermano Rickon como si fuese un sirviente. Pequeños detalles que pulir y desaparecer por su bienestar como el de los Siete Reinos, no quería un futuro rey soberbio que solo se preocupara por él y viera a los demás por debajo.

—Hoy tienes cacería.

—Ya fui a cabalgar ayer. No quiero hacerlo de nuevo.

—Eso fue solo un paseo, esto es entrenamiento.

—Lo haré mañana.

—¿Quieres terminar sin puntos?

De mala gana, su cachorro obedeció, regañando a los sirvientes por vestirlo mal. Aegon entrecerró sus ojos, saliendo con él para despedirlo y asegurarse de que fuese a su lección, regresando con Jacaerys quien ya lo esperaba con el desayuno en la mesita junto a la cama.

—¿Todo bien?

—Debemos hablar con Aemond, su actitud ha cambiado y no me gusta.

—Solo está disfrutando.

—No, no, lo quiero de vuelta a cómo era.

—Eso es imposible, el pasado no puede volver.

—Deja a un lado tus retóricas, Majestad, estoy hablando en serio.

Jacacerys negó. —Hablaremos con él, lo prometo. Anda, el desayuno se enfría.

Lo que prometía ser un día tranquilo, pronto se transformó en tormenta. Unos guardias llegaron a ellos informando que Rickon estaba gravemente herido, ya lo traían a la fortaleza para ser atendido. Aegon sintió que todo perdía color, corriendo hacia la puerta casi a punto de caerse, con las manos temblándole y exigiendo saber cómo demonios había terminado así. La historia no fue nada alentadora. Para que su hermano no se sintiera solo, el joven Lord Stark lo acompañó a su cacería junto con Lord Blackwood, cuando se enteraron de que había un grupo de rebeldes valle abajo por lo que debían desviarse de su camino. Aemond, en un arranque de estupidez porque eso fue para Aegon, decidió enfrentarlos, separándose del grupo.

Rickon había ido tras él, protegiéndolo de unos guerreros que sobrepasaron a su hijo en experiencia. Con tal de que no lastimaran a Aemond, su hermano mayor terminó herido al recibir flechas y cortes antes de que la guardia y Lord Blackwood llegara detrás. Aemond estaba bien, solamente unos cuantos moretones y raspones, era su otro cachorro el que estaba en peligro. El rey dio las órdenes, todo el grupo llegando con una camilla improvisada para el joven Stark a quien Aegon corrió a ver, sin separarse de su lado mientras lo llevaban dentro para que los Maestres lo atendieran. Tuvo que ser Jacaerys quien lo separara de su mano, prometiéndole que lo estaban curando las mejores manos del reino. Aegon ya lloraba para entonces, viendo toda esa sangre en sus manos, buscando a su hijo quien estaba cabizbajo.

Ni siquiera supo en qué momento sus pies se movieron para alcanzarlo y darle una bofetada.

Estaba furioso, y asustado a morir por el estado de Rickon a quien entró a ver una vez que los Maestres salieron dando buenas expectativas siempre y cuando el joven Omega pasara la noche. Aegon no pegó un ojo conforme el sol caía en el horizonte y aparecía una media luna, limpiando esa frente afiebrada, cambiando los vendajes, tendiéndole el cuenco con las hierbas medicinales, arrullándolo cuando escuchaba a su pequeño llamarlo entre sueños de fiebre. Se talló sus lágrimas, orando a los Siete porque no lo llamaran a su lado, que el Desconocido no quisiera su presencia, vigilando de cerca esa respiración tan débil, la piel pálida de Rickon, alejando a todo el que quisiera distraerlo de su deber. Solamente le permitió a Lord Blackwood acompañarlo, dejándolo a su lado cuando llegó la mañana y Rickon seguía respirando, con mayor fuerza.

—Se salvará —anunció el Maestre cuando lo revisó.

Jacaerys casi lo cargó para que descansara y comiera algo porque no había probado nada desde que el jovencito llegara malherido. Luego de un baño con muchos mimos, el humor de Aegon estaba mejor, llamando a su habitación al otro principito que apareció tímido y con mirada baja, todavía con la mejilla rojiza en esa piel de porcelana.

—Majestad —apenas si murmuró Aemond con una reverencia.

—¿Sabes qué hiciste mal?

—No, mami.

—Sí lo sabes —Aegon endureció su mirada— ¿Puedo saber qué demonios estabas pensando al ir a una pelea que no te correspondía? ¿Eh?

—Yo...

—Tu hermano casi se muere por protegerte ¿sabes por qué, Aemond?

Este negó, mirando sus manos apretándose entre sí.

—Porque es tu leal sirviente, el Norte sirve al trono, pero eso no se te ocurrió ¿verdad? Todo lo que deseabas era probar que eres el heredero de tu padre y que por alguna mágica razón eso te hace superior a los demás, invencible y muy sabio me supongo.

—Mami...

—¿Se te ha cruzado en esa estúpida cabeza tuya que siempre tendrás quien te proteja porque eres el hijo del rey aunque les cueste la vida? Hoy ha sido Rickon, mañana puede ser Lucerys.

Un débil sollozo escapó de Aemond, pero Aegon no cedió, dándole la espalda para no ver esos ojos rozarse por el llanto.

—Estoy decepcionado de ti, no quiero verte. Ruega a los dioses porque tu hermano no termine con alguna lesión o una enfermedad porque no volveré a dirigirte la palabra en toda tu vida, Aemond. Pusiste en peligro a tu familia por vanidad, ese no es el hijo que yo crié, te desconozco.

—Mami...

—Vete, ya no quiero verte.

Sabía que estaba siendo muy duro, era por el bien de su cachorro. No quería un rey que solamente pensara en sí mismo y no en su pueblo, que sangrara a su familia por cumplir sus caprichos. Debía y tenía que ser mejor que todos ellos, por algo habían peleado esa guerra. Jacaerys fue a buscarlo, abrazándolo con un beso en sus labios mirándolo fijamente.

—Ya lo sé.

—Está llorando desconsolado en su recámara.

—Si no lo corregimos, crearemos un monstruo, Jace.

—Yo no estoy en contra. ¿Tú estás bien?

Aegon lloró en su hombro.

Los siguientes días fueron un suplicio para ambos, Aegon evadiendo a Aemond y este buscándolo con la mirada. Claro que le rompía el corazón ver a su hijo así, pero era una lección que necesitaba aprender de tan dura manera o se le pasaría y la próxima vez podría ser él quien regresara agonizando de muerte. Rickon fue mejorando, esa salud de lobo del Norte no permitió que recayera, despertando más adelante, débil y con su usual humor para alivio de su madre como de cierto Alfa que tampoco se había despegado de su cabecera en todo ese tiempo.

—No fue nada.

—¿Nada? Casi muero del susto.

—Estoy bien, madre —Rickon miró alrededor— ¿Aemond?

—Vendrá después.

En ese momento, Rickon no le comentó nada, sino hasta después que se percató del castigo de su hermano quien ya le había pedido perdón docena de veces entre lágrimas. Mientras Aegon le cambiaba los vendajes, Lord Stark lo miró fijamente, esperando a que sintiera su mirada y le prestara atención.

—¿Qué pasa?

—No seas tan duro con él, madre, sé que fue un error, él ya lo acepta. Creo que eso es más que suficiente.

—¿Y si hubieras muerto?

—Pues... nada, estaría muerto.

—Estaría igual si fuese al revés, Rickon.

—Lo sé, mamá, solo digo que ya no castigues así a mi hermanito, está sufriendo por tu indiferencia. Le duele más eso que la experiencia en sí. Puedes quitarle todos sus puntos si eso te parece, pero ya no lo desprecies.

—Hm.

—Anda, hazlo por mí, me gustaría verlos juntos como antes.

Todavía se negó a levantarle el castigo, aunque ya no estuvo tan seguro como antes. Lucerys también intercedió por él, al igual que Rickon, opinaban que el castigo ya había durado lo suficiente. Eso suavizó la voluntad de Aegon, quien se toparía a su cachorro en un pasillo sin querer, los dos viéndose frente a frente en silencio, antes de que él se diera media vuelta dispuesto a marcharse. Aemond lo alcanzó, sujetándose a su traje del que tiró con ambas manos al dejarse caer de rodillas.

—¡Mamá, por favor! ¡Perdóname! ¡Perdóname! ¡Ya no lo volveré a hacer, te lo juro! ¡Que los Siete hagan caer sobre mí siete plagas si rompo mi juramento! ¡Mamá! —sollozó su pequeño tirando de sus ropas.

—Un día serás rey, Aemond, y tendrás en tus manos la vida de inocentes que solo dependerán de ti para vivir y estar protegidos. Si tú prefieres pensar en ti primero, ellos morirán por esa decisión. No quiero un hijo que sea recordado como un rey tirano.

—¡No lo haré! ¡Mami, por favor!

Aegon cerró sus ojos, sintiendo lágrimas al escuchar ese llanto roto, abriendo sus ojos para encontrar ese rostro empapado de lágrimas, una expresión suplicante que pedía su perdón. Le sonrió, dejando caer una lágrima al limpiar su rostro, besando su frente.

—Mi cachorro...

—¡Mamá!

Se abrazaron, Aegon besando los cabellos de su hijo quien no quiso soltarlo, llorando otro poco en su pecho. Así los hallaría el rey, quien los envolvió entre sus brazos con una sonrisa de satisfacción al ver que por fin habían hecho las paces. Limpió el rostro de Aemond, levantándolo del suelo y tomando su mano para ir a cenar porque era la hora. Rickon estuvo más alegre luego de saber que ya no estaban distanciados, pellizcando la mejilla de su hermanito cuando lo visitó de nuevo.

—Siempre te gusta hacer las cosas en grande ¿eh?

—Lo siento, hermano.

—Tranquilo, soy el Señor del Norte, debo endurecerme con los golpes o no podré ser un buen lobo de hierro. Fue una mala experiencia, sí, pero no ha pasado de ahí, no te obsesiones con esto ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

El incidente como el probar lo que era un castigo en verdad cambió a su Aemond, lo hizo más sereno y menos impulsivo. Un tanto más obediente si bien todavía siguió haciendo una que otra travesura. Ya no escuchó quejas de los Maestres porque saltara sus clases o que estuviera tras Lucerys en lugar de cumplir con sus obligaciones. Ahora tuvo a un cachorro más centrado, lo cual agradeció enormemente. La ceremonia de coronación estaba a la vuelta de la esquina, así que el tener a un príncipe maduro para ese momento no pudo presentarse en mejor momento.

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