Cachorro


Cachorro.


Aegon respiró hondo, sus manos sujetando discretas sus rodillas para que no se viera ansioso mientras Aemond luchaba con su primer oponente en serio en el patio de entrenamiento bajo la tutela de Ser Criston Cole. Estaba al lado de su decaído padre, quien deseaba distraerse con su cachorro que ahora manejaba mejor la espada, gracias a la insistencia de Aegon pues cuando su niño comenzó sus lecciones, las burlas por ser Omega no se dejaron esperar. Tarde tras tarde, regresaba con Aemond al patio para entrenar a solas con él, siendo su saco de golpes. Nadie iba a burlarse de su hijo, nadie iba a pisotearlo. Lo haría tan feroz y diestro como el mejor Alfa, así tampoco sería víctima de sus abusos.

—¡Más alto, Alteza! —instruyó Cole, siguiendo de cerca el combate.

Los demás alrededor observaban, algunos comentando lo bien que se le daba al principito Omega el manejar una espada, con todo y que su peso todavía le era difícil de manejar. Aemond cayó de sentón en el suelo, a punto de hacer un puchero, buscando la mirada de Aegon quien asintió con una sonrisa, levantándose aprisa para arremeter con un rugido. Viserys rio, aplaudiendo entre toses secas con un serio Otto a su lado atestiguando la victoria del tierno príncipe.

—¡Bien hecho, Aemond! —felicitó Viserys, tosiendo un poco más— Aegon, que le preparen su comida favorito a tu hermano.

—Sí, Majestad.

Aemond estaría feliz cuando lo llevara a asearse, contando emocionado entre brinquitos cómo se había sentido mientras peleaba, recordando sus palabras que lo alentaron a no dejarse vencer. Su cachorro no cabía de felicidad, sin duda, el ser espadachín estaba en su sangre, algo que provenía de su padre, pues era por todos conocido la destreza y amor de Jacaerys por las espadas.

—Muy bien, Mondy, pero recuerda no confiarte.

—¡Me acordaré! —Aemond sonrió, abrazándolo por el cuello para estamparle un beso en su mejilla— ¡Seré el mejor! ¡Y seré tu Guardia Real, así no estaremos nunca solos!

Helaena ya se había marchado hacia Antigua para sus bodas, llevándose consigo a Daeron quien sería el copero de Lord Hightower. De los hijos de la reina, solo quedaban ellos dos en la fortaleza, los dos Omegas, uno completamente inservible y otro un cachorrito cuya belleza preocupaba a Aegon pues muy pronto comenzaría a llamar la atención. Aemond tenía un aroma a fertilidad evidente, además de ese fuego Targaryen con algo muy sutil que era la sangre Strong. Los cuervos con mensajes de petición de matrimonio no iban a tardar en llegar, su pequeño le sería arrebatado de los brazos una vez más.

—¿Podemos volar? —preguntó su hijo abriendo sus ojos muy contento— ¿Sí? ¿SÍ?

—De acuerdo, Alteza.

Sunfyre los llevó por toda la bahía, Aemond aullando de felicidad sosteniéndose de la montura riendo y a veces nombrando las cosas en Alto Valyrio que Aegon había refinado en él, hablándolo con mucha soltura para su tierna edad.

—Egg, ¿qué es eso? —un dedo del cachorro apuntó a un costado entre las gruesas nubes blancas.

El corazón de Aegon latió con fuerza, abrazando a Aemond como si deseara ocultarlo entre sus brazos, ordenando a Sunfyre que volviera a Pozo Dragón, dejando atrás a dos dragones. Syrax y Vermax. ¿Qué estaban haciendo en Desembarco? En realidad no le importaba, pero no quiso que estuvieran cerca de su cachorro, pidiéndole a este con toda la calma que pudo reunir que se encargara de que Sunfyre se acomodara en su cueva junto a los cuidadores, esperando con el corazón casi saliéndosele del pecho a que aparecieran Rhaenyra con su hijo Jacaerys en la entrada de Pozo Dragón. Inclinó su cabeza en una reverencia cuando los dos dragones descendieron, mirando el suelo de roca respirando lento para no verse tan ansioso.

—Bienvenida a Desembarco del Rey, Su Alteza Rhaenyra, bienvenido Su Alteza, Jacaerys.

—Aegon —la princesa sonrió apenas, acariciando un costado de Syrax a quien entregó a los cuidadores— ¿Cómo está la salud de nuestro rey?

—Estable, milady. Sin duda, su visita lo alegrará.

—A eso he venido —asintió Rhaenyra, mirando a su hijo— Vamos, Jace.

—Madre.

Jacaerys dudó un poco, quedándose en su sitio por unos larguísimos instantes para Aegon quien no dejó de mirar el suelo aun haciendo la reverencia, soltando sus tensos hombros cuando el príncipe se marchó, justo a tiempo pues escuchó las carreras de Aemond para encontrarlo.

—¡Egg! Han llegado dragones de Rocadragón.

—Sí, eso hicieron. Ven, tienes lecciones que atender.

Para su fortuna, Aemond estaría bien encerrado en la biblioteca mientras Rhaenyra y su primogénito se marchaban, su temor a que pudieran olfatear algo que delatara su sangre paterna lo puso inquieto, sin poder concentrarse en nada, prefiriendo caminar por el jardín para despejar su mente. Aegon no se esperó que Jacaerys fuese a buscarlo, topándoselo cuando rodeaba una fuente con arcos de las flores favoritas de su madre. Fue un encuentro inesperado, sorpresivo que lo tomó con la guardia baja, mirando a los ojos al príncipe, antes de recordar su lugar, haciendo una reverencia que el joven Alfa impidió, sujetándolo rápidamente por los codos, negando aprisa.

—No, por favor.

—Alteza...

—Quisiera... —Jacaerys tragó saliva— He querido tener este momento desde hace mucho y... ahora que lo tengo todo lo que había pensado decirte no viene a mi mente.

—No hay necesidad de...

—¡Sí que la hay! —exclamó el príncipe, sin soltarlo— Aegon, perdóname, fui irresponsable contigo, te falté al respeto y luego me comporté como si tú y yo nunca... es algo que llevo conmigo aquí en lo profundo de mi corazón desde entonces. No me abandona nunca, porque yo jamás... es que...

—¡EGG!

Aegon sintió que la tierra se abría a sus pies, palideciendo al escuchar la voz de Aemond, girándose tan brusco que se soltó de Jacaerys para ver a su cachorro correr hacia él con una mano sangrando. Su instinto materno entró en acción antes de que pudiera controlarlo.

—¡Aemond! ¡¿Por qué no has ido con el Maestre?! ¡Por los dioses! —todo lo que importó fue esa herida que vendó de inmediato con un pañuelo que sacó, levantando en brazos al cachorro, girándose apenas hacia un desconcertado Jacaerys— Disculpe, Su Alteza, debo llevarlo.

—Adelante.

Salieron a toda prisa, Aegon sujetando la mano de su pequeño casi temblando, aquel briboncito riendo muy divertido para haberse cortado.

—¡Aemond, esto no es de risa! —gruñó, levantando el pañuelo para ver mejor la herida, notando que la piel de su palma estaba perfecta, deteniéndose en seco ahí en el pasillo— ¿Qué...?

—Era sangre de cerdito —rio su cachorro muy ufano.

—¿Por qué... por qué hiciste esto?

—Madre me dijo que nunca debemos estar cerca de los negros, porque son malos y siempre buscarán hacernos daño. Cuando vi que estabas con ese príncipe, fui por ti para que no estuvieras solo con él, yo te prometí protegerte y eso haré.

—Mi niño...

—Son malos y son bastardos.

Aegon tragó saliva, negando al cepillar los cabellos de su pequeño que besó. —No vuelvas a decir eso.

—¿Por qué?

—Es peligroso, ¿de acuerdo? Además... ¿cómo es que se te ocurrió esto?

Aemond sonrió de oreja a oreja, meciendo sus pies, Aegon rodó sus ojos, dándole un fuerte abrazo, meciéndolo apenas antes de querer bajarlo. Su cachorro se negó, aferrándose a su cuello.

—¡No!

—Ya no eres un cachorro de brazos, Mondy.

—Cárgame otro poquito.

—Vamos a lavarte esa mano, sangre de cerdito o no, es mejor quitártela.

Dando vuelta por una esquina, se toparon ahora con Rhaenyra, a quien saludaron con una reverencia a punto de seguir su camino, solo que la princesa los detuvo, queriendo ver de cerca a Aemond. No podía decirle que no, era la heredera al trono, Aegon respiró hondo, acercándose a ella con su niño abrazado a su cuello con una mirada que él conocía, si Rhaenyra le ponía un dedo encima iba a lanzarle mordiscos.

—Compórtate —le susurró aprisa.

—No sabía que mi hermanito había crecido tan bien —comentó la princesa, inspeccionándolo con la mirada, sonriendo discreta— Te has puesto muy lindo, Aemond.

—Gracias —Aegon le dio un pequeño pellizco— Alteza.

—Realmente eres un Omega Targaryen. Y quién mejor para cuidar de ti que el Protector Real.

—Alteza —la aparición casi mágica de la reina salvó el momento— Si me hace el honor de venir conmigo.

—Claro —Rhaenyra observó por última vez a Aemond, despidiéndose— Nos veremos luego, Aemond.

—Que los Siete bendigan a la princesa —despidió Aegon por su cachorro a punto de gruñir, dándole una nalgada juguetona cuando bajaron por las escaleras— Tú, eres un caso. ¿Qué hemos dicho de los modales?

—Grr.

—Mondy, no.

—¿Me quieres?

—Nunca dejaría de quererte pero eso no tiene nada que ver con ser educado aunque no quieras serlo.

Aemond sacó su lengua, tirando de ella antes de besar su mejilla, suspirando hondo. No le había gustado nada la forma en cómo Rhaenyra había visto a su hijo, reconocía esa mirada, de alguien que estaba pensando en un enlace matrimonial. ¿Para quién? Esperaba que no fuese para Jacaerys por su falta de descendientes. ¿Lucerys? ¿Joffrey? Durante la cena familiar, supo que sus sospechas no eran solamente suyas, Alicent también temía lo mismo pues la princesa había preguntado por Aemond, si acaso ya había tenido propuestas de alguna casa noble.

—¿Su Majestad ha ordenado algo? —preguntó Aegon discreto.

—Todavía no, lo he convencido hasta el momento de esperar a que Aemond madure un poco más, por lo menos hasta que presente su primer Celo.

—¿Y luego?

La reina miró a Aegon, el cachorro ya no estaba presente, su hora de dormir había llegado, solo estaban ellos dos en el comedor familiar.

—Reza a los dioses porque el Alfa que le designen lo trate bien.

—Él quiere...

—Sus deseos no son relevantes, Aegon, es un príncipe de sangre real, su primer deber es con el reino. Es inevitable que se le comprometa, ya deberías ir haciéndote a la idea.

—¿Podría ir con él? ¿Por favor? Soy su protector después de todo.

Alicent lo miró fijamente, luego solo se levantó en silencio, abandonando la mesa. Aegon se cubrió el rostro con las manos, alcanzando luego una jarra de vino.

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