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Azules cual zafiro.  Añil como el cielo en la mañana, con pequeños destellos de un cobalto metálico similares al brillo de la espuma de mar bajo la luna. O tal vez un turquesa tímido y vergonzoso de su propia belleza. 

Quizá nada de eso sea verdad, puede que, simplemente, mi cabeza hubiera decidido engañarme otra vez. Pero había sido verdad para mí, eso bastaba.

Azules, como los míos, eran los ojos del chico que había conseguido que Harsh callara.

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