II
Salir de su casa era algo algo que no hacía con tanta frecuencia, no desde que se vio roto y completamente perdido en una mirada que no podía si quiera captar.
–Hace mucho frío en estas épocas, aunque me causa extrañes que alguien como tú venga así de abrigado –aquella hermosa voz lo hizo sonreír levemente–. No entiendo como funcionan las cosas en Inglaterra, pero aquí es raro ver un sujeto vestido de negro.
–Allá es raro ver un sujeto de cabellos rojos como la sangre, pero las cosas se acostumbran en la sociedad –su tono, tan frío, tan impenetrable.
–Pues que raros son allá.
La pequeña sonrisa que mantenía en su rostro delataba su apariencia, había decidido dar una vuelta con aquel extraño, pero aquel comentario no pareció ofenderle como antes lo hubiera hecho. Sonrió de lado y suspiró levemente, se alejó un poco de Johan para correr al parque de París. Saltó las rejas de seguridad que dividían los pequeños prados y arrancó una flor de color blanco.
–¡Hey! Éstas flores son de temporada –se volvió a mirar los ojos verdes que lo penetraban–. Son muy lindas, realmente me gusta verlas en navidad.
Salió de la jardinera. Johan estaba más preocupado mirando el parque, la fuente que conoció, había desaparecido, las bancas habían sido cambiadas por concreto, y los apartados de prados fueron cercados, había tantos cambios que ni el mismo recordaba.
–Hace unos meses hicieron todo esto, desde que el presidente Burgeois murió, su hija fue retirada de todo mando y se dio liderazgo a la familia Rossi –Nathanaël podía deducir la mirada de Johan, el espacio vacío en medio del parque era muy notorio, y parecía afectarle de sobre manera–. Limpiaron muchos espacios, tiraron varios edificios y se crearon nuevas leyes. El Colegio Francoise Dupoint no sobrevivió a las nuevas reglas.
Señaló hacia un área vacía, el gran edificio donde alguna vez pudo empezar a independizarse ya no estaba.
–Cuando era niño asistí a ese Colegio, es una lástima que ya no esté.
Nathanaël lo miró de reojo y suspiró para llamar su atención. El pelinegro lo miró y Nathanaël tomó su mano para jalarlo hacia el pequeño lago que separaba parís. Aún seguía el puente, pero no los candados, Nathanaël le habló acerca de ellos, una platica que sus oídos no escucharon, se dirigió a la mitad del puente, y entre tantos recuerdos, se pudo ver a si mismo colocando uno.
"Si esperas el tiempo suficiente volveremos a vernos, volveremos a reír juntos, caminar juntos, bailar juntos, o simplemente me conformaré por verte desde lo lejos. Si esperas suficiente finalmente podré darte el preciado anillo"
– ... recogieron las llaves del fondo y las volvieron a forjar, tardaron como dos meses pero abrieron todos los candados y los devolvieron, los que no se encontró dueño se los quedaron y son piezas de museo. ¿Johan? ¿Estás escuchándome? –pero el pelinegro parecía ignorarlo por completo–. ¿Tú pusiste uno?
Johan asintió levemente.
–Algún día hice una promesa que rompí. Era joven y tonto, ahora ellos me odian, mi mejor amigo me lo repite siempre.
Nathanaël se quedó callado, ni siquiera él entendía porque aquel hombre era tan abierto con él ¿pensaba que solucionaría sus problemas? Ni siquiera Nathanaël podía con los suyos. Asintió con extrañeza y bajó la cabeza, podía verlo parado mirando a la nada, como él alguna vez había hecho.
–Hay muchos sitios a...
–Prefiero quedarme aquí, gracias por la visita.
Johan era cortante y frío, era misterioso y a veces molesto, no requería ayuda, por un momento Nathanaël se arrepintió de haberle ofrecido ese recorrido, pero no podía deshacer el pasado.
–Estaré en la cafetería si...
–No necesito nada Nathanaël.
Se dio vuelta, caminó por las calles desoladas de París y se perdió entre los edificios.
–De nada.
Podía molestarse con alguien como él, pero si no tenia conocimiento de él no podía amargar su día, volvió a la cafetería de mal humor y empezó a pensar. Quizá no había sido un mal día después de todo.
~~~~~~
–¿Cuando serás más amable? Él solo te estaba ayudando–el chico miró a la criatura frente de si y cerró los ojos, se había tirado en la cama inmediatamente había entrado a la habitación–. Si sigues así nunca conseguirás amigos.
–No los tengo Plagg, por algo volví a París.
–Pareces delincuente con ese cabello, no sé porqué te hice caso en un inicio.
El joven el tiró una almohada que Plagg esquivó –Incluso Nino sabe que no estuvo bien, me escribe e-mails todos los días diciendo que soy un desagradecido y si es posible me muera.
Plagg negó levemente, voló un poco por la habitación y cuando iba a reclamarle algo a Adrien, el timbre sonó y Adrien se levantó para abrir la puerta.
Una chica rubia estaba parada frente a la puerta, tenía una abrigo costoso y miraba el jardín seco. El pelinegro se hizo pasar por otro mozo.
–¿Desea algo señorita?
Chloé se sobresaltó y miró al chico.
–Busco a Adrien Agreste, me enteré que llegó a París y estoy segura que está por aquí.
Al menos Chloé venia a buscarlo. –Él no se encuentra, todavía no ha llegado ¿algún mensaje que desee dejar?
Chloé suspiró con fastidio.
–Dígale que vine a verlo, tenía mucha emoción por verlo, han pasado varios años desde que dejó París– Suspiró con cansancio–. ¿Puedo quedarme a esperarlo? Hace frío afuera.
Adrien la miró unos momentos antes de negar.
–No lo creo, aún debemos hacer muchos preparativos y con todo respeto señorita, no será de mucha ayuda que esté aquí.
Chloé bajó la mirada y volvió a suspirar ruidosamente, esos años la habían cambiado, se había hecho más bonita y el tono celeste de sus pestañas había sido removido por un tono claro de café.
–Bien, gracias por todo–Sonrió, una sonrisa menguante y dolida, caminó hasta la entrada y una vez hubo salido del campo visual de Adrien, cerró la puerta–. Eso fue...
–Grosero. Lo sé.
Subió las escaleras tomado del barandal, miró el espacio vacío de la sala y recordó el árbol, el frondoso árbol y la primera navidad sin su madre, donde todos sus compañeros estaban reunidos en su casa menos a quién quería ver.
No estaban sus hermosos ojos turquesas.
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