I
Sus ágiles manos, sostenía los pinceles como si una obra de arte fuese a pintarlos y finalmente se dejaba ver rendido, se miró al espejo y sonrió con amargura mientras miraba su triste semblante.
Nathanaël siempre fue tonto, creía que su pintura lo llevaría al estrellato como una vez soñó, pero aquí la fama la recibían las grandes personas, París estaba infestado de artistas, él sólo era uno más del montón.
Y ese montón estaba en la lista de espera.
Suspiró fastidiado, cansado de esperar y tomó su mochila para salir de casa, entró a la cafetería que siempre veía, se colocó el mandil y empezó sus labores. Poco a poco, la gente invadía el lugar y él mantenía su semblante serio.
Quizá le faltaba la chispa, quizá le faltaba el entusiasmo, quizá le faltaba el don, pero sus manos habían pintado desde que su difunto padre le había enseñado.
La campanilla de la puerta sonó, dejando entrar a su ex compañera pelinegra. La chica pasaba toda las mañanas, entraba por un café cappuccino moka y lo tomaba relajadamente mientras abría su portátil y diseñaba la portada de la revista nueva, o diseñaba un nuevo vestido para su jefe, o simplemente abría alguna red social para charlar con su amiga Alya.
Nathanaël se acercó a ella con una sonrisa.
–Buenos días Marinette.
–Nath, buenos días. ¿Atareado?
–Ligeramente.
Sonrió levemente y se dirigió a la barra a pedir el café. Marinette abrió su portátil y un sobre salió de él. Nadie se percató de dichoso sobre que quedó escondido debajo del sofá.
Le entregó el café a la chica y miró el cielo, nublado, muy nublado y mal clima, el sol dejaba de salir en épocas de invierno, y el frío invernal que reinaba París provocaba escalofríos en Nathanaël. Una época hermosa y tenebrosa.
Solía salir al parque con sus padres o disfrutar la vista de la nieve desde la torre Eiffel. Se miraba blanca y brillante, como un gran espejo de luz que atravesaba las calles.
La puerta se abrió una segunda vez, un joven que vestía una chamarra roja, un gorro rojo, unos pantalones azules y unas gafas negras.
–¡¡Nino!! Que gustó verte ¿cómo has estado? –la chica de cabellos negros siguió la dulce voz del pelirrojo, quien mantenía una sonrisa tonta en el rostro.
–Nathanaël, cuantos años.
Marinette carraspeó levemente llamando la atención de Nino.
– ¿Reunión de ex alumnos? –Sonrió ladinamente y se acercó a Marinette para besar su mejilla –nunca esperé encontrarlos por aquí.
Los meses que Nathanaël había estado enamorado de Marinette se había reducido a seis, cuando lo rechazó en su cumpleaños sus sentimientos se vieron en el mismo lío, pero Nathanaël sabía que Marinette pertenecía a Adrien.
Adrien, aquel famoso modelo que abandonó París cuando sus pies le permitieron hacerlo, cuando Adrien se fue sin decir nada a nadie y su paradero desconocido marcó el inicio de una espera infernal, recordaba que Marinette llegaba cansada por esperar, Nino exhausto de buscar, y el muerto de odio. Porque solamente Adrien podría ser ese tipo de persona estúpida que partía sin conocimiento, que partía hacia donde sus pies lo guiaran porque Adrien ya no era él realmente.
–Han pasado varios años desde que no nos vemos.
Sus pensamientos fueron rotos por las palabras de su amigo moreno, existía algo llamado atención, pero era algo de lo que Nathanaël carecía.
Platicando un rato como adolescentes que han perdido la cuenta, Nino abandonó la cafetería para reunirse con Alya, Marinette lo siguió, también habían pasado varios años desde que las chicas no se veían, podían conversar todos los días, pero las distancias las estaban matando.
Alya había viajado a Estados Unidos, New York exactamente, fotografiando y siendo periodista en una empresa de calidad donde la habían ascendido a subgerente, su vida iba de maravilla hasta que murió su padre por una simple fiebre común. Regreso a París para vivir unos dos años y continuar su carrera en Chicago. Finalmente había vuelto, más feliz y exitosa que nunca, es por eso que Marinette y Nino la esperaban.
La campanilla de la puerta sonó nuevamente, sus ojos se desviaron al extraño, miraba el suelo, perdido en sus propios pensamientos, su cabello era negro y unos enormes ojos verdes, miró a Nathanaël y Nathanaël, lo miró a él.
El desconocido creyó que aquel tierno pelirrojo podía traspasar su alma con sus brillantes orbes azules. "Siempre he adorado sus ojos" Nathanaël lo miraba expectante, estaba complemente perdido, simplemente era un cliente más en una cafetería cualquiera, el chico tenía una tez excesivamente blanca, se notaba cansado y sus lindos ojos verdes no tenían brillo.
– ¿Mucho trabajo?
El desconocido asintió levemente y miró la taza caliente que Nathanaël situó sobre la mesa. "No me reconoce" pero ese pensamiento era lo de menos, era simplemente otra visión fallida del futuro perfecto "¿Por qué lo haces?".
–Un poco atareado, eso es todo, no es muy complicado a decir verdad.
Sonrió levemente y dio el primer sorbo al café, el sabor amargo y profundo se impregnó en su boca, era delicioso, justo lo que necesitaba semanas atrás. "Tantos años..." sus pensamientos lo hacían vagar en un pequeño mundo mientras Nathanaël no separaba sus ojos de él. Se preguntaba su nombre o su ciudad natal, nunca había visto una persona tan blanca o extraña, porque a ojos de todos los presentes, el cliente era misterioso. Ropas y cabello, ambos completamente negros.
– ¿Puedo preguntar tu nombre?
La pregunta vagó por la mente del desconocido "Ya deberías saberlo" pensó. Cerró sus ojos, tendría que pensar rápido o sería tachado más misterioso de lo que aparentaba.
–Johan, Johan McGreen.
Nathanaël asintió repentinamente. Johan suspiró y sonrió para sus adentros.
–Yo soy Nathanaël, Nathanaël Kurtzberg.
"Simplemente es un nombre hermoso"
– ¿Alguna vez habías venido a París, Johan?
–Nací aquí, mis padres se mudaron a York en Inglaterra, soy más británico que francés, –su voz era calmada, un tono pacifico que abarcaba sus sentidos –hace años que no venía. Olvidaba lo hermosa que es la cuidad.
Nathanaël le devolvió la sonrisa con un gesto amistoso.
–Es más hermosa en navidad, llegaste en una buena época –sonrió alegremente y siguió atendiendo unos cuantos clientes.
"¿Cuándo sabrás que tipo de persona soy?" Sentirse arrepentido no era la opción correcta. Él había provocado todo aquello "No puedo volver y declararme, pero puedo conquistarte".
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