Capítulo 8 Polvo de estrellas

Capítulo 8 Polvo de estrellas

Amelia estaba llena de bronca y el amor que alguna vez había albergado en su alma al alquimista supremo, ahora estaba marchito, eran cenizas y la energía de esas emociones, fue el motor para que los eslabones de la cadena de oro, fueran quebrándose uno por uno. A cada rompimiento, su alquimia volvía a vibrar en su alma, en sus manos. La energía la recorría por completo y una sonrisa malévola se le dibujó en los labios.

El reloj plateado de la Orden Álmica del Tiempo, se quebró. No era un reloj como los demás, sus manecillas eran doradas y comenzaron a girar como una brújula al no encontrar ubicación. El líquido plateado que había en su interior y recorría los engranajes, se ennegreció y se desparramó por el aire, infectando a los lords y ladys . El tiempo iba al pasado y volvía al presente y eso dañaba la salud de los señores del tiempo, los cuáles fueron pereciendo o cayendo en un sueño profundo.

Alexandra y Lois, presenciaban el desastre . Mientras Keira en el medio de todo, mirando al reloj deshecho, cayó de rodillas y la culpa la invadió.

—Madre, es mi culpa —dijo en un susurro, apoyando su cabeza en su hombro.

—No del todo. Tú no sabías de esto. Debí advertirtelo, debí decírtelo a tiempo. Lo hecho, hecho está, hija mía. Tratemos de armonizar las cosas.

Amelia transmutó una espada dorada. Estaba la plaza de los alquimistas, donde días atrás se había celebrado el festival del amor y ahora, bajo los árboles de cerezo, estaba ella rodeada de otros alquimistas, que querían destruir a Steven.

—Nuestra alquimia falla ¿Cómo podemos luchar así? —mencionó un hombre mostrando una daga que se deshacía.

—No es necesario que transmuten. Cúbranme con la energía que tienen.

Todos la rodearon y le abrieron espacio a Steven. Que vino tal y como ella lo había solicitado.

Él podía transmutar, el desequilibrio no lo afectaba, él era el supremo, su poder incluía el todo. Vestía un traje azul marino y la mirada altiva. Transmutó una espada plateada con rayos en su interior y se posicionó delante de Amelia.

—Nunca menosprecie tu alquimia. Siempre supe que eras fuerte Amelia y no me equivoqué.

—Claro que lo soy, incluso soy digna de poseer tu poder. Pero no se me fue concedido ese privilegio.

Ambos se enfrentaron, una estocada al pecho, una a la muñeca y algunas en las mejillas. Se movían como si siempre hubieran usado espadas.Aparte de transmutar el arma, también habían obtenido la habilidad de usarla.

Alexandra y Keira tomaban los hilos plateados de las líneas de tiempo de los demás y los reparaban, usaban su propia energía y así, fueron frenando el frenesí del tiempo y este se calmó. Pero la energía usada por ambas, fue demasiado y aparecieron en medio de lo que quedaba del reloj plateado.

Lois fue a socorrerlas y les informó, que los que habían sobrevivido, habían dicho que el tiempo se había calmado.

La espada de Steven, se clavó en el costado de Amelia. Ella cayó de rodillas y la sangre comenzó a resbalar por la comisura de sus labios. Steven la sostuvo en sus brazos y los demás alquimistas, se alejaron.

Un trueno rompió el silencio y la lluvia comenzó a caer. Los cerezos se elevaron por el viento y se posaron en el cabello de Amelia.

—Me ganaste —susurró ella.

—Yo no quería que esto fuera así. Pero no había otra forma —acarició su cabello y ella suspiró.

La energía de la espada transmutada regresó a Amelia y el calor de las emociones negativas.Todo el fulgor del odio y bronca desaparecieron y las emociones de amor tomaron el control. Una lágrima llegó hasta los dedos de Steven y llegó a decir un leve Te amo, mientras un relámpago iluminaba todo y él la llevaba a su pecho.

Los demás alquimistas se acercaron y se arrodillaron ante él.

—Ya no quiero muertes, tampoco peleas.

Juntó sus manos y una energía inmensa, recorrió toda la Ciudad de Alquimistas, pero sin dañar a nadie. Todos los alquimistas se quedaron mirando.

Keira apareció a su lado y los dos quedaron solos. Mientras el cuerpo de Amelia, se volvía polvo dorado.

—Mira lo que hemos causado. Perdimos a muchos lords y ladys y sé que los alquimistas también sufrieron -tomó su mano.

—¿Cómo es posible que nuestro acercamiento físico haya provocado esto? Ahora la ley tiene sentido. No debemos estar juntos y no la tuvimos en cuenta y provocamos un caos —besó su mano.

—Mi madre dijo que es una maldición. Hubo otros como nosotros y destruyeron todo y todos los maldijeron. Pero era necesario un Alquimista Supremo y una Lady como yo. Sólo no debíamos amarnos -caminó cerca del árbol de cerezo -. Pero nos amamos ¿Cómo podemos luchar con eso?

—Supongo que sacrificar nuestro amor por el bien de los demás, es lo que queda. Esta calma de ambos bandos, no es segura.

Keira apoyó la cabeza en el árbol y comenzó a llorar. Steven la abrazó de atrás y también lloró, mientras la lluvia los empapaba y los cerezos se quedaban en sus cabellos.

—¿Este es un adiós? -murmuró Keira con la voz quebrada.

—Jamás podría dejarte. Qué el mundo se destruya y vuelva a reconstruirse. Pero yo jamás dejaré de amarte —la hizo voltearse y la besó.

Keira lo sabía, incluso él. La energía empleada por ella para reparar el tiempo y la de él para que todos los alquimistas vuelvan a transmutar. Tenía un alto precio, sus vidas.

Ambos sonrieron, sabían que sucedía. Juntos se volvieron polvo de estrellas, juntos brillaron para siempre.

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