Capítulo 6 La cadena de oro
Amelia estaba encerrada en una celda que olía a flores muertas. Su ropa estaba rasgada, los que la habían atrapado, habían sido crueles con el uso de alquimia y la habían lastimado. Miraba con dolor su brazo derecho con moretones y apenas podía moverse. Lo que habían utilizado, era un tipo de energía maldita, así la describían los libros y el resultado era que no iba a poder utilizar su poder por un tiempo.
Los sonidos de quejidos provenientes de las otras celdas la perturbaban. Se tocó el cabello y lo sintió húmedo, levantó la mirada y notó que había una gotera que caía directamente en su cabello.
Entraron dos guardias, sus botas resonaron en el lugar y vio manos salir de las otras oscuras celdas.
—Amelia, alquimista híbrida. Serás juzgada por el líder, Steven Demosh —dijo la voz de un hombre mientras abría la reja e ingresaban otros dos que la hicieron levantar.
Amelia no dijo nada, el dolor de sentir el tacto de los brazos en sus hombros, la retorcieron de dolor. Un odio inmenso comenzó a crecer y la energía que se acumuló en sus manos, le hacían arder las manos, ya que nada podía transmutar.
Alexandra acarició el rostro de su hija y le puso un paño frío en la frente. La infección provocada por la herida, no menguaba y la fiebre había aparecido. Keira no reaccionaba, solo se quejaba, pero no despertaba del todo.
—Los médicos dijeron que va a mejorar, es cuestión de tiempo que los medicamentos del suero hagan efecto —dijo Lois tomando la otra mano de su hermana.
—Lo hará. Yo espero que Steven sea riguroso con el castigo de la alquimista que le hizo esto.
—¿Qué es lo que hará? No sé de los castigos de los alquimistas.
—El uso de la cadena de oro, es lo peor que un alquimista híbrido puede soportar —dijo Alexandra mientras exprimía la toalla y volvía a mojarla.
Keira comenzó a moverse y abrió despacio los ojos. Sintió que los sonidos le llegaban deformados y el aroma a flores, fue lo primero que le trajo tranquilidad. Movió sus manos y se encontró con otra que la tomó con calidez.
—¿Madre? —murmuró
—Hija mía, sabía que despertarías -se inclinó y la besó en la frente.
—Hermana, qué gusto escucharte, te pondrás bien.
El dolor comenzó a invadir e hizo muecas de desagrado.
–Duele. Madre, hermana... Me hirieron ¿Y Steven?
-Supongo que está juzgando a quien te lastimó, hija.
—Quiero verlo.
—No sé si vendrá, no debería. Debes ponerte bien, hija y... no ver más a ese alquimista.
—¡No! —gritó con las pocas fuerzas que tenía y se sentó en la cama.
Steven entró en la habitación en donde habían llevado a Amelia. Tenía las paredes de un azul claro y solo habían dos sillas, un escritorio blanco y rosas blancas frescas que llenaban el ambiente con su fragancia.
Amelia bajó la mirada y Steven le levantó el mentón. Las miradas se cruzaron y por un instante, los recuerdos de ambos juntos se cruzaron por sus mentes. Cuando se conocieron, cuando se dieron cuenta que había un sentimiento entre ambos, los besos, caricias, las salidas, incluso las charlas, con ella apoyando su cabeza en su hombros o él atrayéndola a su pecho. Pero la verdad surgió luego de eso, una lo suficientemente dolorosa, para que los ojos de ambos, se pusieran vidriosos.
—Amelia, lo siento mucho. Pero lo que hiciste, es un delito terrible y tu castigo. Es usar la cadena de oro —dijo con tono neutral, mientras tomaba su muñeca izquierda y le ponía la cadena.
Amelia sintió una puntada en todo el cuerpo y como si algo se apagara por dentro, para siempre. Su alquimia había sido destruida.
—Sólo fui una distracción para ti. Siempre amaste a Keira. De todas formas, ya estoy muerta y de alguna forma, una parte mía, siempre te amará
—Lo siento, Amelia —dijo Steven cerrando la puerta.
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