Capítulo 50. «Regreso a casa, pelea decisiva»

Cuando la luz volvió los dioses habían desaparecido. La Luna, Akhor, Varia, Olemus, Moirë, Tekar, (de la oscuridad), todos se habían ido. La luz se había esfumado debido a que la Luna, como último recurso, engañó al Sol. Una vez que la fuerza de la Luna estuvo en su punto más alto, ella aprovechó para drenar todo el poder que de él emanaba y que le fuera posible absorber. La Luna tenía el mismo don que Adaliah, era capaz de ver la energía y aprovecharse de ella. Siendo así, el Sol perdió su luminosidad, el mundo se apagó junto con él.

El mundo regresó a la vida pocos segundos después. Zedric había encendido su fuego antes, buscando por aquí y allá una señal de vida, más no encontraba nada. Cuando la luz volvió, su primer instinto fue buscar a Amaris, más no la encontró por ningún lugar. Parecía haberse esfumado, justo como los dioses también lo habían hecho.

—Se la llevaron —murmuró el Sol—. Todo esto fue un plan elaborado para llevársela. La Luna está perdiendo su poder, su alma se debilita, así que tomará su cuerpo.

Zedric se llevó las manos a la cabeza, incrédulo. En voz baja, murmuró:

—Necesito encontrarte, amor, necesito tenerte cerca. Vuelve —perdió los estribos entonces, luego agregó—: ¡Vuelve!

—¿No sientes la conexión entre ustedes? —preguntó Piperina, llena de preocupación. Zedric negó con la cabeza. Entonces, el Sol habló, diciendo:

—La unión entre ustedes espiritual. Sino sientes su alma, quiere decir que ha muerto definitivamente. Si la sientes, aunque sea algún signo de vida, quiere decir que  aún está en su cuerpo. No creo que la Luna quiera deshacerse de su alma, la mandará al Inframundo, en todo caso, o la mantendrá con ella. Tal vez trate de utilizarte.

Zedric bajó la mirada. Había demasiadas cosas en su cabeza. Justo en aquel momento, un grito resonó por todo el lugar, un llamado desesperado de Calum.

—¡Zedric, Zedric, no puede ser! —gritó. Zedric dirigió su mirada hacia él, incrédulo. Estaba inclinado en el suelo, Zara detrás de él, un cuerpo inerte en sus brazos. Era el cuerpo del rey.

El Sol frunció el ceño. Al mirarlo, no tuvo más que decir:

—También él era un objetivo. Quieren mantenerte ocupado.

Zedric corrió hasta su padre. Aún tenía los ojos abiertos, como si tuviera la mirada fija en su asesino. Una muerte sin descanso, honorable, en la guerra. Tenía una flecha incrustada en el corazón, una especie de pus negra salía de su cuerpo en vez de sangre. Magia oscura.

—Esto te hace el siguiente, Zedric —Nathan, que parecía bastante recompuesto, cayó a su lado y puso una de las manos en su hombro derecho. Luego, miró fijamente a su amigo, un gesto de calidez, pero, también, de lástima—. Podemos encontrar a Amaris. Es más, estoy seguro de que puede escapar sola.

El Sol, que seguía cerca, miraba la escena con seriedad. Zedric se fijó en él.

—Ella es tú nieta. Amaris es tú familia, ¿Dejarás que se la lleve? ¿Dónde quedó el poder legendario del qué tanto me han hablado?

—No está. No podemos luchar contra alguien que se encuentra escondido, tenemos que traerlo hasta nosotros —Eadvin apretó los labios. Por un momento, Zedric notó la antigua mortalidad en su rostro— Tengo un plan. Conseguiremos lo que queremos, sí, puedo hacerlo.

—¿Y bien? ¿Cuál es? —preguntó Piperina. Eadvin suspiró.

—Puedo sentir que como ellos ya tienen lo que quieren tan dejado a Alannah sola. El primer paso es que tú, Piperina, vayas al Reino Luna y recuperes su poder.

—¿Qué? —preguntó. Eadvin siguió explicando su plan, diciendo:

—Con el poder en este mundo y en el siguiente, con el cetro, podemos ser grandes contendientes contra ella. Yo la haré volver haciéndole ver la amenaza que hay. De ahí será misión suya traer a Amaris vuelta. Si estoy en lo correcto, la Luna ya poseido su cuerpo. Lo usará a su antojo siendo así, y solo alguien de adentro puede traerla de vuelta.

—¿No la Luna quería dominarlo todo? ¿Por qué no regresaría? —preguntó Skrain.

—Porque a ella no le importa tanto el plano físico. Una vez tenga poder, puede ir a cualquier mundo que quiera sin estar atada. Así hasta que su poder se debilite y tenga que regresar. La ventaja es que Amaris ya será una diosa para este momento, la desventaja es que no tiene dominio de sí misma. Una vez esté de vuelta te daré mi poder, Zedric, y todos ustedes, juntos, le darán luz a la nueva era. Skrain, tú vendrás conmigo. Piperina, recupera el cetro. Zedric, organiza a tu reino y tus tropas. Recluta a tantos dioses como puedas. Si el plan de concreta, la Luna vendrá aquí con todo su esplendor antes de que lo pienses. Adaliah...

Eadvin fue hasta ella, le acarició la barbilla, y agregó:

—También puedes venir si así lo deseas. Allá será dada la libertad que necesitas. Te aliviarás del dolor.

Adaliah frunció el ceño, incrédula. Entonces, Eadvin agregó:

—Solo confía en mí. Puedes ayudar bastante, y esto dará fin a tus problemas.

El rostro de Adaliah se endureció. Por fin, después de tanto tiempo, veía un camino a seguir bien formulado que no podía más que aceptar.

—Iré —contestó.

Eadvin asintió y apretó los labios. Miró a Zedric, parecía saber cuál era su siguiente pregunta.

—Iremos al cielo —contestó—. Al palacio de los dioses. No les prometo que esto sea rápido. Mucho menos digo que las cosas serás fáciles. Pero estoy, eso sí, bastante seguro de mi plan. Me mantuve al margen, creí que si dejaba que las cosas sucedieran el destino las dejaría suceder, pero ahora veo que se requiere una especie de...

—¿Empujón? —completó Skrain, Eadvin asintió.

—Un empujón que lleve las cosas a nuestro favor, así como ellos hacen —dijo Adaliah.

El plan quedó más o menos asentado entonces. Eadvin, con un poder de teletransportación que parecían tener casi todos los dioses, llevó a Piperina al Reino Luna antes de él mismo irse al palacio de los dioses.

La dejó en la isla Sezelhem, cerca de la Isla Real, más no lo suficiente como para que Alannah los percibiera.

—Eres fuerte —le dijo antes de despedirse—: Ahora tú eres Erydas. Consigue la otra mitad del cetro y haz a este reino tan fuerte como lo fue cuando tú madre lo gobernaba.

Piperina asintió. Puede que las palabras parecieran venir de un hombre joven de su misma edad, pero la sabiduría del Sol estaba con Eadvin.

Piperina soltó un suspiro de sus labios. Sabía que podía ganar, lo sentía en su cuerpo, mejorado, fuerte. Aún así, le temía a lo que haría una vez que ganara.

Fue Skrain el siguiente en acercarse. Le dió un rápido abrazo, y recargado en su cabello, dijo:

—Creo que será mejor que te quites ese vestido. No sé cómo has luchado ya tanto con él.

Piperina sonrió, dejó que Skrain la apretara en sus brazos, luego se separó de él. Al verlo, le llamó la atención el color de sus ojos, que se veían más azules que grises, cambiantes, más vivos que nunca.

—Cuídate —murmuró, mientras acariciaba su rizado cabello castaño—. No hagas ninguna estupidez.

—Traeremos a Amaris de vuelta, te lo prometo —dijo Skrain.

La última mirada que Adaliah le dió a Piperina fue suficiente despedida. Aún sin palabras lograron transmitirse un rastro de confianza que sabían que necesitaban.

Piperina parpadeó dos veces antes de ponerse en marcha. Le mandó al suelo que hiciera una plataforma para ella, usándola para transportarse así hasta la Isla Real. Tal vez en algún momento tuviera o pudiera usar el poder de la teletransportación, más no era aquel.

La Isla Real estaba hecha un desastre. No se parecía nada a lo que Piperina recordaba, el mar había subido mucho su nivel, llevándose con él el muro real que la reina había implementado, dejando el palacio lleno de hielo y prácticamente en ruinas.

Piperina soltó una exhalación, ¿Por qué Alannah querría regresar ahí?

La buscó mentalmente. Ahora ella era Erydas, y eso significaba que podía sentirlo todo. Aún así, no hubo rastro de ella.

—¡¿Dónde estás?! —gritó. No entendía porque Eadvin había podido verla y ella no.

Un susurro, un silbido, magia. Justo entonces Alannah apareció detrás de ella, aprovechando aquel momento para poner su daga, el cetro, amenazadoramente en el cuello de Piperina.

Piperina no podía mostrar debilidad. No respiró hondo, no suspiró, se mantuvo calmada. Lentamente puso la mano sobre la muñeca de su hermana, luego usó su fuerza, (que sí antes ya era alta ya lo era más entonces), para hacerla alejarse lo suficiente como para que ella misma pudiera girar sobre su lugar. Estuvieron frente a frente entonces, retándose. Piperina miró por primera vez los ojos de Alannah, morados, violetas.

—¿Cómo? —preguntó—. Tú no eres como Yian.

—¿Y eso importa? —contestó Alannah—. Sé porque estás aquí, sé que quieres quitarme el reino. ¡Maldita!

Una explosión de poder hizo que Piperina volara por los aires, propulsada por el calor de la energía que emanó de Alannah. Cayó en el suelo sintiendo un poco de dolor, más no pudo evitar fijarse en las marcas que el poder de Alannah había dejado en su piel. Todo su antebrazo estaba lleno de quemaduras que, si bien se estaban curando, dejaban una extraña cicatriz violeta.

Piperina exhaló y dejó que su poder también saliera al aire. Primero se propulsó con la ayuda del suelo, luego comenzó a mandarle al suelo debajo de Alannah que se deformara de tal manera que ella no pudiera poner un pie sobre la tierra. Alannah, con sus poderes del espacio, iba y venía, apenas evadiendo los ataques que Piperina mandó enseguida en forma de afiladas hachas, rocas, martillos, dardos, cualquier cosa que se le viniera a la mente. El dominio que parecía tener de su poder era magnífico.

—¡Yo también soy una diosa! —gritó Alannah, furiosa. El agua comenzó a ascender entonces, viniendo del mar y convirtiéndose en pesados cubos de hielo directamente lanzados hacia Piperina—. Pagué el precio de mi poder, ¡Me deshice de todo el que estuvo en mi camino para conseguirlo!

Piperina detuvo cada uno de los proyectiles, luego, mientras peleaban codo a codo, contestó:

—¿Estás feliz? ¿Sientes qué te mereces el nuevo poder que tienes? Yo no creo que sea así. Has hecho que cada persona que estuvo cerca de tí se alejara. Te llevaste a Connor, a nuestra madre. ¿Y todo para qué? ¿Para quedarte sola en el medio de la nada con la culpa carcomiendo tú interior?

Las espadas chocaron entre sí. Piperina miró fijamente a Alannah, luego agregó:

—Mira en lo que esa bruja te ha convertido. Ahora estás aquí, sola, ¿Valió la pena?

—¡Muere! —gritó Alannah. Entonces el cetro pasó de ser una espada a un collar, y Alannah formó una lanza de pura y mortal energía espacial. La energía se movía rápida y sin un patrón, siendo así Piperina apenas si podía alejarse con el tiempo suficiente para estar segura. Ya ni siquiera podía defenderse. Justo en aquel momento Alannah aprovechó para mandarle a la energía que se enrrollara en su cuello, y así, teniéndola inmovilizada, la puso de rodillas.

—Házlo —musitó Piperina—. Llévame como lo hiciste con ellos.

—¡Ah! —gritó Alannah, furiosa. Quería hacerlo, más, en el último momento, dudó. Piperina aprovechó que estaba mirándola y concentrada en ella para, a sus espaldas, mandar una estaca que perforó su espalda.

Alannah no lo vió venir, y Piperina tampoco pudo defenderse del mismo ataque que ella había mandado. Así, las dos terminaron en el suelo, con heridas mortales en sus pechos, más la diferencia estaba en que Alannah, a pesar de haber asesinado al dios del espacio para conseguir su poder, aún no lo tenía por completo.

Piperina se levantó, a duras penas, y miró a su hermana con un dolor interminable en el pecho.

—Me duele haber tenido que hacerlo —dijo. Alannah tenía la mirada vidriosa por el dolor cuando contestó:

—Mi muerte siempre pesará en tú consciencia. No podrás dormir, comer, tendrás que ver por un pueblo que luego te tirará como la mierda que eres.

Piperina lloró aún más desconsoladamente. No le dolía lo que Alannah le había dicho, sino en lo que se había convertido.

—Adiós —musitó. Enseguida enterró el hacha profundamente, terminando con todo de una vez.

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