Capítulo 5. «El sermón de convencimiento»

En la noche, en el medio de un trozo de hielo, y sin ganas de luchar más, Piperina se arrodilló.

—Rezar, se supone que debo de rezar —murmuró—. Pedir ayuda a mí padre. Es la única pista que ese cerdo me ha dado. ¿Pero por qué no sirve? ¿Qué es lo que se supone que haga para resolver esto? ¡Es un delirio!

Piperina comenzó a respirar con rapidez. No podía llorar de nuevo. Últimamente extrañaba mucho a Nathan y su sonrisa, anhelando poder abrazarlo y decirle que lo quería cerca de ella.

Extrañaba a Amaris, sus consejos, sus ojos, ese color que recordaba cada que miraba hacia el cielo.

Extrañaba a Skrain. Aquel pensamiento hizo que se sintiera enojada, porque Skrain la había abandonado.

Hacía algunas noches, entre sueños, Conrad le había mostrado una versión de los hechos que ella misma no conocía.

Cuando Alannah la había inmovilizado y puesto ese conjuro sobre ella para quitarle sus habilidades, entregándola a unos matones después para hacerla desaparecer, él y Connor habían notado su ausencia. Ella había dicho:

—Piperina se fue. Dijo que no podía dejar a Nathan ir lejos de ella, y que lo alcanzaría para poder casarse cuánto antes.

Ojalá hubiera hecho eso. Seguir las indicaciones de Amaris, casarse con él, huir como una loca enamorada.

—Piperina no haría eso —contestó Connor, incrédulo. Su rostro contorsoniado en imcredulidad—. ¿Irse con Nathan? Se llevaban bien, pero compañeros, no como...

—¿Cómo amantes? —preguntó Skrain, con rostro duro y sin expresión—. Se veían así la noche antes de la guerra. Yo...

—¿Lo ves? —interrumpió Alannah—. Se fue. Acéptalo.

Connor negó con la cabeza. 

—Hay algo extraño aquí —dijo—. ¿Puedo hablar con Skrain a solas?

Alannah asintió. Estaba tranquila, aún después de haber golpeado a Piperina, de someterla a una tortura interminable.  Una vez estuvieron solos, Connor preguntó:

—¿De verdad lo crees?

—Sí —contestó Skrain, taciturno—. Claro que sí.

—Hay algo que no cuadra aquí —insistió—. ¿No le gustaban tú? ¿Por qué de repente se iría con él?

—Nunca le di esperanzas, tal vez se rindió —contestó Skrain. Parecía apesadumbrado—. Últimamente...

—Comenzaste a dudar de lo que sentías por Alannah. Pero ahora que Piperina se fue, y es feliz, es demasiado tarde para tí. Quieres creer que sucedió porque así ya no vas a tener que preguntarte a tí mismo a cual de las dos es a la que quieres.

—Connor, no sabes lo que dices. Si realmente dudas entonces búscala y resuelve lo que, según tú, sucede. Yo no haré nada.

Piperina alejó aquel recuerdo de su mente. Recordarlo no le ayudaría en nada. Después de que Alannah consiguiera el cetro había vuelto a ver a Piperina, (que estaba escondida en las profundidades de una cueva oscura debajo del palacio), y se la llevó con ella por el mar hasta algún punto desolado en el medio del mar.

—Te quitaré lo que te hace tú misma —había dicho ella, acto seguido estiró su mano y le quitó su poder. Su esencia. Esa habilidad, de dónde sea que hubiera salido, terminó con cualquier esperanza que Piperina tuviera de liberarse. Un conjuro terminaría con el tiempo, pero quitarle su poder, de esa manera, era algo distinto.

Piperina exhaló. No podía rezar. Siempre que lo intentaba regresaban los malos recuerdos a su mente.

¿Y cómo rezarle a alguien que no conocía? ¿Una persona qué sólo había visto una vez?

Recordaba su apariencia, inmortal, al hablar con su madre. El amor que tenía por ella. El problema en eso era qué, en aquella imagen, Erydas parecía un hombre. Alguien sumamente alcanzable. No un Dios. No alguien que hubiera estado cerca, no alguien que le hubiera dado algo en el pasado.

Era inalcanzable y, al mismo tiempo, era conocido. No sabía cómo pedirle algo. 

—Deja de recordar el pasado, que no te servirá de nada —dijo Conrad para sacarla de su pena constante.

Piperina apretó los labios y bajó la cabeza. A Conrad era al que menos quería ver en aquel momento.

—Vete —dijo. Su voz salió estruendosa, fuerte, del todo algo que nunca había sucedido en todo el tiempo que llevaba ahí.

—Debes de estar hasta el punto máximo de decadencia si incluso no puedes evitar ese grito mortal tuyo —contestó Conrad, sin ponerle atención a sus mandatos—. No funcionado conmigo porque, obviamente, soy un Dios. Mi fuerza de voluntad es más fuerte.

Piperina bajó la mirada y escupió un poco de sangre. Le dolía todo su cuerpo y ya no estaba componiéndose como antes.

—No lo hice a propósito —contestó.

—Obviamente no lo hiciste. Estás desesperada y así nuestras tus emociones.

—Ayúdame, por favor —insistió Piperina, molesta—. Quiero salir de esto. No me ha servido rezar. No hay respuestas.

Ni siquiera el que le rogara sirvió para suavizarlo. Aquel sujeto era un dios, sabía mucho más de lo que aparentaba, no le importaba nada, todo era demasiado, "banal" y "humano", según sus propias palabras.

Piperina dejó caer la cabeza, derrotada. Fue entonces que él finalmente contestó:

—No has rezado lo suficientemente fuerte. Esfuérzate más.

—Llevo horas intentándolo. Ha pasado un mes desde que me lo dijiste, y no lo he logrado.

—Mírame —dijo el dios—. ¡Mírame!

Piperina siguió con la mirada baja. No tenía más fuerzas, ya no sentía que podría tener confianza en él, que la había engañado y molestado todo aquel tiempo. Ni siquiera su voz, tan fuerte como un trueno, la intimidaba. Ya no le temía a nada.

—Déjame sola —dijo—. Estoy lista para rendirme.

—¡Mírame, maldita sea! —ordenó de nuevo el dios. Piperina lo hizo, molesta, más no intimidada. Los ojos del dios estaban sobre ella, su apariencia, siempre impactante, estaba mucho más intimidante, su poder irradiaba alrededor, la divinidad mostrándose con fuerza—. Esta cárcel, este lugar en el que estás, es más fácil de burlar de lo que crees. Tienes poder, recuérdalo, úsalo, pídele a tú padre y a este lugar que te deje salir.

Piperina apretó los labios. No entendía nada.

—Gracias por nada —respondió—. ¿Qué es lo qué te ha hecho tan cruel? —preguntó con tono sarcástico— ¿Problemas familiares? ¿Más poder del qué puedas soportar? ¿No puedes sólo dejarme ir y ya? ¿Está demasiado lejano de tus posibilidades, o es qué soy demasiado simple como para que me ayudes? Y en caso de qué sea demasiado simple, ¿Entonces porqué me dedicas tú, un dios poderoso, tú tiempo? Ah, sí, porque según tú soy simple, y mi simpleza resulta refrescante. ¡Sólo déjame en paz, busca a alguien igual o más simple que yo, debe existir por ahí!

—Un buen discurso. Exagerado, lleno de sentimiento, como cada cosa que haces. Adiós.

Conrad se esfumó. Piperina se echó a llorar, desesperada, más sangre saliendo por medio de tos seca, el hambre llevándola a un punto de necesidad aún más agobiante.

Estuvo así hasta que amaneció, y el hielo volvió a deformarse para ponerla en una nueva posición incómoda. Esta vez se deformó y la dejó boca arriba con sus extremidades estiradas a más no poder. Era una de las más dolorosas, en especial porque su cuerpo peleaba contra la gravedad y al mismo tiempo se sentía dolorido por todas las torturas por las que ya había pasado.

—Lo siento mucho. —una nueva voz llamó su atención. Sonaba como las sirenas, pero, de alguna forma, amable— Quisiera poder liberarte de esta prisión, pero es imposible.

—No te preocupes. Ni siquiera el dios ese quiere hacerlo, y él si podría.

—Le gusta divertirse con la pena de los demás. Sí te deja ir estarías muy lejos de su alcance —explicó ella. Estaba debajo de Piperina, razón por la que no podía verla.

—Estás aprovechando que no puedo verte para hablarme —dijo Piperina—. Qué inteligente.

—Mi familia... —la sirena carraspeó— Está del lado de la reina Alannah y tú eres su prisionera. Es tan simple como eso.

—Gracias. Gracias por al menos hablar conmigo. Ahora estoy más tranquila —dijo Piperina, aliviada. La voz de aquella criatura le recordaba a Amaris y su calidez, su tono de voz dulce, elegante y tímido al mismo tiempo.

—Un día de estos te liberarás —insistió la pequeña sirena—. Estoy segura de eso.

—Espera, espera... —rogó Piperina, sabiendo que aquello era una especie de despedida—. Dices que tú familia está del lado de Alannah. ¿Ella es la que les ha dado acceso a mi prisión? ¿Es por eso que sólo las veo a ustedes?

Silencio. Sólo se escuchaba el mar, lejano, chocando contra algunas rocas cercanas. Llevaba semanas tratando de llamarlas, pero no respondían.

»Te lo ruego, responde, necesito salir de aquí. No sé qué es lo que Alannah haya hecho con mi familia.

—Creo que estás bien aquí —dijo la sirena en voz baja—. Ella, Adaliah... —su voz tembló, temerosa— ella no terminó bien. Tiene cicatrices por todo el rostro, no puede caminar, hablar, su cabello dejó de crecer hace mucho tiempo. Dicen que su delgadez es insana y dolorosa de ver.  Alannah le está quitando su poder, como te lo quitó a tí, y como intentó quitárselo a Amaris. No descansará hasta saber que no hay amenazas contra ella. Es mejor que te quedes aquí, lejos de todo eso.

—No quiero que haya más muertes —musitó Piperina con lentitud—. Adaliah y yo nunca nos llevamos muy bien, peleábamos más que otra cosa, y aún con todo eso puedo decirte que me duele saber que está sufriendo. Me duele saber que Amaris lucha constantemente por sobrevivir, ocultando sus poderes, y que Nathan sufre, sabiendo que pudo haberme salvado si se hubiera quedado conmigo. Puedo ver lo que les pasa a mis amigos y es culpa de Conrad, que ha puesto sus sueños y pesadillas en mi mente para que sepa lo que les está sucediendo. No quiero morir así, sin hacer nada, quiero morir siendo libre y con la seguridad de que hice algo y no me quedé sentada esperando mi muerte por vejez.

No había otra forma de mostrar su inconformidad. Los sentimientos de Piperina quedaron expuestos, en busca de ayuda que pudiera salvarla.

—Esta cárcel es mucho más complicada de lo que piensas. Se trata de una dimensión fuera de la tuya, una rama de tú mente, tan frágil como, al mismo tiempo, fuerte. Nosotras podemos entrar porque Alannah nos dió dominio sobre el lugar, pero la que manda, más que cualquier otro, eres tú. Tú misma te estás castigando, y cuando tú misma decidas y pongas en perspectiva todo tú futuro, saldrás. Es por eso que el dios quería que rezaras a tú padre, porque si piensas de dónde vienes tú misma mente te llevará ahí. Es todo lo que puedo decir.

Dicho esto, la pequeña sirena se marchó. Fuera cual fuera, Piperina estaba segura de haber escuchado su voz antes. Era una de las que la habían molestado y torturado antes, ¿Y ahora se mostraba amable?

No sabía en qué pensar, su mente estaba dispersa, no dejaba de sentir que todo aquel tiempo en la cárcel pudo haber sido menos si tan solo ella misma hubiera tenido la capacidad de liberarse.

Entonces, pensamientos de libertad vinieron. Podía ser libre, sólo tenía que desearlo. Recordar el lugar al que quería ir. Desearlo real y conscientemente.

Había un nuevo problema con eso. Piperina sabía que quería irse, pero no a dónde. Sabía que Amaris estaba atrapada en el Reino Luna, y que si escapaba hacia allá Alannah no dudaría una vez más, asesinándola.

Entonces, sino podía ir al Reino Luna, podría ir al Reino Sol, con Nathan y Zedric. Piperina recordó el palacio de Nathan, la destrucción y tranquilidad que había sentido ahí. Sentimientos contradictorios pero qué tal vez podrían ayudarla a salvarse.

Entonces, de nuevo dudó. El Reino Sol quería utilizarla. Volverla una especie de reina a base de favores, si es que, en todo caso, lograba ganar.

No había lugar al que ir. Necesitaba pensar cada uno de sus movimientos si es que realmente quería ganar.

—Iré lejos —se dijo a sí misma. Malos recuerdos vinieron a su mente, el día donde perdió a Elena, una de sus pocas amigas, en medio del campo de batalla. Fue más lejos, hasta el momento en que descubrieron el palacio escondido en la profundidad, y recordó los grabados en él. Magia pura, historia familiar.

Piperina deseó estar ahí con todas sus fuerzas, recordó que todo Erydas, como planeta, representaba a su padre. Recordó toda su fuerza, en conjunto, y el poder que venía con ella. Se vió a sí misma libre, logró identificar la cárcel que estaba sobre ella, y se liberó.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top