Capítulo 49. «La guerra y sus visiones»
Zedric había visto a varios muertos volver a la vida en ocasiones anteriores. Fuera Ranik, Suzzet, o incluso los elfos contra los que luchó en Sezelhem, todos se veían idénticos a sus antiguas versiones, como si no hubieran muerto en realidad. Algunos, incluso, volvían de la muerte viéndose, hasta en cierto punto, mucho mejor que antes de morir. Etéreos, inmortales, llenos de sabiduría.
Los muertos que Consus llamó no eran muertos como los que Zedric había visto. Habían sido traídos de las profundidades de los campos de pena, muertos que pasaban cada momento recordando su muerte, todo aquello que habían dejado en su vida pasada. Remordimientos, errores, anhelos, todo aquello se juntaba especialmente en los muertos de guerra que no habían fallecido honorablemente. Algunos tenían miembros cortados, cuerpos mallugados, carne podrida u ojos salidos. Eran cientos, miles, tantos que incluso salían del mar.
Piperina alzó la mirada y dejó que sus nuevos poderes la guiaran respecto a la siguiente decisión que tomaría. Sentía cuántos venía, sí, pero también sabía qué aunque hiciera lo posible por regresarlos de las profundidades seguirían y seguirían apareciendo. Necesitaba ayuda.
Adaliah, que aún luchaba a su lado, tenía el rostro lleno de sudor y una mirada fría debido a la concentración que trataba de mantener. Akhor lanzaba y lanzaba proyectiles hacia Piperina, que con la ayuda de su hacha y martillo de roca sólida devolvía cada uno de sus golpes. Su nuevo poder le permitía hacer muchas cosas a la vez, dividir su mente en partes, pensar más allá.
—Tráelos de vuelta —dijo Adaliah, sus ojos llenos de decisión. Piperina frunció el ceño, por un momento no pudo comprender lo que su hermana quería decir. Entonces, ella agregó—: Yo los descongelaré. Sé que puedo. Ellos nos ayudarán.
La valentía de Adaliah era admirable. Nunca, en toda su vida, Piperina se imaginó que pudiera cambiar tanto. Sin embargo, la sonrisa burlona de Akhor no auguraba nada bueno.
—Cosas que debes de saber una vez te vuelves inmortal —dijo, divertido—. Uno, cada decisión que tomes importa, e importa mucho. ¿Dejarás que Adaliah se arriesgue así? —Akhor aprovechó sus palabras para acercarse, cada golpe estaba repleto de fuerza tanto física como mental. Siendo así, llegó a estar tan cerca de Piperina que ella pudo mirar fijamente los iris castaños de sus ojos cuando dijo—: ¿Confías en ella lo suficiente? ¿Dejarás que el peso de su muerte recaiga sobre tí?
La lanza de Akhor apretó fuertemente contra el mango del hacha de Piperina. Ella gruñó, furiosa, y usó su escudo para propulsar a Akhor lejos de ella.
—Eres un provocador por naturaleza, ¿No es así? —preguntó. Luego miró hacia el sur, y dijo—: Está decisión no recae sobre mí, alguien más ya se nos adelantó.
Virnea, que hasta aquel punto del enfrentamiento se había mantenido ayudando por aquí y por allá con hierbajos que crecían y ya habían ayudado tanto a Zedric como a Amaris, e incluso al mismo Sol, había traído a los congelados por Akhor de las profundidades de la tierra con las raíces que bien podía manejar con sus poderes de la primavera. También era la que mantenía un clima más o menos controlado, porque entre el calor de Varia y el frío de Akhor de repente las cosas se ponían más complicadas de lo que se podría manejar. Los derrumbes y las inundaciones eran todo menos lo que querían en aquel momento.
Piperina, que perdió la concentración al voltear, recibió un fuerte golpe de Akhor en la cabeza. Ella se tambaleó de un lado al otro, contrariada, mientras que él aprovechó para dejar una larga herida con su espada que comenzó desde el hombro izquierdo de Piperina hasta su antebrazo derecho. No eran golpes precisos, parecía golpear por golpear, como si aquello pudiera detener a Adaliah de esforzarse aunque sea un poco por ayudar. Akhor parecía tener un especial y extraño interés en ella, como si le encantara hacerla sufrir.
Piperina parpadeó dos veces, sorprendida. Solo hasta aquel punto notó que su mente, ya dividida en varias partes, parecía hacer más cosas a la vez de lo que incluso ella misma podía darle cabida. Por una parte sentía el dolor, por otra parte lo analizaba, otra parte más luchaba contra Akhor, e incluso una más vigilaba a Adaliah.
Justo en ese momento su mente se concentró en el dolor. Agudo, fuerte, que la hacía colapsar. Akhor estaba herido, sí, pero también lo estaba ella. Las estocadas iban y venían, el hielo chocando contra la tierra, derecha, izquierda, derecha, derecha, agacharse, atacar, dar un paso atrás, otro adelante.
Adaliah frunció el ceño, concentrada. La clave estaba en no sacar energía de su poder, sino del de Akhor. Eso lo había deducido después de que Erydas y Skrain, (en un suceso tan importante como increíble), entregaran su poder, (y junto con él su inmortalidad). El dato curioso estaba en que al verlos, notó la forma en que la magia estaba tejida, una especie de unión entre hilos, partes del universo, y como esos hilos se dividían, yendo a lugares específicos. Un hilo más fuerte, más visible, y poderoso se entretejía alrededor de Erydas y Skrain, más parpadeaba, débil. Cuando el hilo fue pasado a Piperina, tomó más color, brillo, así hasta que el poder fue solo suyo.
Adaliah podía, de alguna manera, ver el hilo de poder de Akhor, y, en consecuencia, la forma en que parpadeaba. Estaba unido a un poder más grande, una fuerza más poderosa, capaz de hacer más, el invierno como tal.
Adaliah suspiró, acto seguido, dejó que su hilo de poder viajara más y más lejos, cerca del hilo del poder de Akhor. Solo después, le mandó a las fuerzas invernales que se adueñaran del hielo que él había creado, así hasta quebrarlo.
Los sabios y llamados despertaron entonces. No conformarían un ejército más grande, más tenían una fuerza lo suficientemente poderosa como para hacer que Zedric y Amaris no tuvieran que preocuparse por todo el ejército de Consus.
Zedric luchaba contra Varia y, al mismo tiempo, dirigía a su ejército. Varia era una contrincante formidable, más su estilo de lucha era bastante parecido al de Akhor. Daba tajos a diestra y siniestra, tajos de fuego ardiente que se deformaban en lo que fuera necesario con tal de alcanzar a Zedric, a lo que él respondía ya fuera con su propio fuego, o saltando de un lado al otro, siempre con la concentración fija en los ojos de Varia, que brillaban en la dirección a la que su fuego iría.
El fuego comenzó a tomar formas de animales y personas entonces. Primero fue un dragón que con sus dientes afilados se movía como serpiente, a ese le siguió un león, que gruñó con fuerza, y al que Zedric no tuvo más opción que evitar. Tenía bastante resistencia al fuego, más ya sentía que la piel le ardía en el antebrazo y cuello, así como también que su cuerpo sudaba y Varia lo miraba divertida, sin un rastro de daño. Los daños se los había hecho luchando contra ella, más también había cierta culpabilidad de los muertos vivientes que de vez en cuando lograban llegar hasta él. Lo de dividir la mente tal cual Adaliah había dicho una vez servía, pero no serviría por mucho tiempo.
Zedric se alejó de Varia, exhausto. Le dolían las piernas, la cabeza, el torso. Subió la mirada, observando como Nathan y el Dios de la oscuridad peleaban entre sí. Se habían materializado en la forma física de su fuerza, ambos viéndose como dos bestias gigantes de pura oscuridad. Ambos se llevaban la vida de todo lo que quedaba a su paso, fueran plantas, muertos vivientes, o incluso personas. Nathan era más precavido y se movía con cierta precaución antes de acercarse a alguien más, pero aquel dios no tenía problemas. No parecía que aquella pelea terminara, se veían bastante parejos.
Por un momento ambos vinieron hacía él. Zedric se inclinó, se protegió con una barrera de fuego, y dejó que pasaran sobre él antes de volver a levantarse.
Enseguida llamó su atención el grito de ayuda de Piperina, que agonizaba en el suelo con varias heridas muy fuertes en todo su cuerpo. Zedric corrió hasta ella, y la tomó en sus brazos. Si mirabas su rostro se veía más bella y etérea que nunca, más si mirabas su cuerpo parecía como cualquier mortal, agonizante.
Los demás luchaban a su alrededor. Zara y Calum eran un buen equipo, ambos luchando contra Consus y Moirë. Volaban de aquí a allá, en estaban tajos y parecían tener bastante ventaja. Moirë tenía bastante sangre en su cabeza, como si le hubieran dado un buen golpe con una roca o algo parecido.
El Sol y la Luna, por su parte, habían dejado de luchar. Gritaban, peleaban como el antiguo matrimonio que eran, pero era solo con palabras. Discutían cosas hirientes sobre su vida pasada, sobre su vida actual.
Virnea luchó contra Varia una vez que Zedric se hubo alejado. Las plantas le daban una buena protección, además de que parecía ser más rápida que su hermana. Cerca, Cara arremetía y se llevaba a cuántos muertos podía, más seguían apareciendo, llevándose todo a su paso. Alannah luchaba también contra ella, se acercaba de vez en cuando, luchaban con la espada, luego se alejaba y luego pasaban a alejarse como en una danza coordinada.
Skrain y Olemus habían llevado su confrontación a la ciudad, que, ya vacía, no dejaba de llenarse de tornados y vientos fuertes, así como también los árboles volaban de un lado al otro como si fueran los juguetes de un niño, tan fáciles de mover, tan frágiles.
—Quédate conmigo —murmuró Zedric, que contenía la tristeza y la exasperación que le daba ver a Piperina en aquel estado— Todo estará bien.
—Todo está bien —contestó Piperina— Necesito que lo derrotes. Que cuides a Adaliah. No moriré, siento que... —comenzó a toser, sangre roja saliendo de sus labios— Siento que me estoy curando rápidamente.
Akhor, que por un momento se vió detenido por varios muros de hielo que Amaris hizo para atrasarlo, llegó hasta ellos. Amaris no pudo hacer nada más, porque un gran ejército de muertos vivientes llegó hasta ella en aquel instante. Zedric dejó su mano sobre el pecho de Piperina, tratando de curarla con el poder de la luz, y luego dijo:
—¿Estás satisfecho con verla sufrir, es por eso qué no la mataste?
Akhor parecía tranquilo. No iba a atacar, al parecer, pero Zedric mantuvo la guardia alta, asegurándose de que Adaliah aún siguiera detrás de él y preparando su fuego interior para cuando fuera necesario.
—No la maté porque hoy no será ese día —contestó. Su mirada parecía aburrida más que furiosa, luego agregó—: Hoy no los mataremos a todos, necesitamos algo más de ustedes, sí. Cosas que debes saber antes de convertirte en un dios, parte dos. Los dioses son un equipo. Ten el mejor equipo y permanecerá.
Zedric estaba comenzando a confundirse. Bajó la mirada, incrédulo, justo a tiempo para ver a Piperina alejar su mano de él. No parecía haberse compuesto mucho. Siendo así, cayó al suelo por completo, y soltó un grito de dolor y furia.
El suelo respondió a su agonía. Todo lo que había en él, todas aquellas flores, plantas, incluso los árboles a los que les había dado vida, murieron al tono de su sufrimiento. Ella se vió mejor entonces, y Akhor explicó las cosas diciendo:
—Tres, ser un dios es estar unido a la energía. A todo ello que da vida a las flores, plantas, a las ideas mortales. No eres totalmente todopoderoso porque tú poder está dividido en varias partes, y si es necesario, puedes adquirir el poder de esas partes para tú beneficio. Esa misma vida absorbe vida del dios que la domine, entonces, ¿Por qué no reclamarla?
Piperina observó lo que había hecho con cierta culpabilidad. Enseguida miró a Akhor, y se levantó y llegó hasta él con tanta rapidez que Zedric apenas pudo distinguirlo.
—¿Entonces por eso los dioses son tan patéticos, porque van perdiendo un poco de su vida cada que ayudan o dan más de lo que es naturalmente posible? ¿Es esto lo qué viene con la inmortalidad?
—Juzgálo tú misma —contestó él. Entonces, la oscuridad llenó todo de nuevo y las cosas, finalmente, terminaron.
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