Capítulo 47. «Retos y decisiones complicadas»
Akhor alzó las manos y todos aquellos pequeños cristales se movieron de forma amenazante y terrorífica. Amaris entrecerró los ojos, concentrándose en un intento de detenerlos antes de que cayeran en alguien que no podría defenderse.
—Ni lo intenten, llamados por la Luna —se burló Akhor—. Mi poder es distinto al suyo. Es mucho más difícil manejarlo porque pertenece a una corriente distinta. Apenas si podrán defenderse a sí mismos, ¿Quieren tratar de arriesgarse para cuidar a alguien más?
Los cristales cayeron entonces. Las cosas parecían bastante mal, algunos alzaron muros, incluyendo a Piperina y los llamados por la Luna, otros se escondieron bajo escudos, muros, o cualquier cosa cercana. Muchos no tenían escapatoria. El gran grupo del principio había comenzado a separarse, buscando cubrir terreno y haciendo que varios llamados por el Sol estuvieran lejos de verdadera protección.
Adaliah respiró hondo. Las palabras de Akhor rondaban en su cabeza, aquella cosa que decía que ella tenía un poder similar al suyo. La concentración hizo que se sintiera más poderosa, que se conectara con aquel poder que por fin podía reconocer. El poder del invierno.
Conectarse a las fuerzas invernales era diferente a como le habían enseñado que era conectarse a las fuerzas de la Luna y el agua. El agua era un elemento. Formaba parte del mundo y estaba ahí para ser manejada por quien tuviera el don. Por su parte, el invierno representaba una idea, sentimientos, sensaciones. Algunos ven el invierno como una época de dolor y penuria, y el dolor, de forma tétrica e increíble, podía llegar a alimentar a esa fuerza de la naturaleza que Akhor dominaba.
Adaliah no supo que estaba deteniendo a aquellos cristales hasta que lo hizo. Literalmente la lucha entre poderes comenzó, y Akhor no dejaba de sonreír cuál niño pequeño.
—¡Pero mira que conveniente e inesperado! —exclamó, divertido—. Ya has de estar feliz, pequeña Adaliah, por pensar que puedes retarme aunque sea un poquito.
Zedric frunció el ceño. Le pareció curioso que la pelea pudiera detenerse por un simple dios estacional que no podía dejar de jugar con Adaliah y hacer amenazas tan simples pero peligrosas.
Los dioses estaban jugando con ellos. La Luna, Adaliah, y Consus iban y venían, Varia y Olemus parecían darle vueltas a la isla cuál niños pequeños jugando entre sí para ver quién podría causar más desastres. Estaban midiendo hasta donde podían provocarlos, no era una pelea realmente de todo por el todo, sino más bien una prueba o juego estúpido.
Querían ver hasta donde podían reaccionar aquellos que parecían aparentemente tranquilos. Las cosas se pusieron aún más claras cuando no fue Adaliah la que respondió, sino Skrain, que gritó:
—¡¿Y tú quién te crees que eres para retar a Adaliah de semejante forma?! ¿No ves el estado en el que está? ¿No entiendes que está luchando aún con todo el dolor que su hermana le ha infringido?
Adaliah alzó una ceja, asombrada. Ni en sus sueños más remotos hubiera imaginado que Skrain la defendería. Sonrió, más no por mucho tiempo, porque Akhor contestó:
—Adaliah parece fuerte por soportar un dolor como ese, más no lo es, y yo la entiendo más que nadie —sus ojos, fríos como el hielo, casi blancos, se centraron en ella, y tan pronto como sucedió sus palabras pasaron de ser sarcásticas a graves, intimidantes, y pesadas—, se oculta detrás de su dolor para evitar las responsabilidades que la agobian. Puede detener cientos de pedazos de hielo pero no puede deshacerse de los que su hermana conjuró, siente el dolor y vive con él más no tiene el valor para suicidarse y terminarlo todo de una vez. Yo solo veo cobardía.
Adaliah, por primera vez desde que conocía a Akhor, enmudeció. No es que aquellas palabras la tomaran completamente por sorpresa, así hasta al punto de dañarla, sino que le parecieron palabras conocidas, porque siempre las tenía en su mente.
Adaliah se sentía todo menos fuerte. Si fuera fuerte, defendería a su reino, terminaría con su maldición, o simplemente tendría el valor de alejarse al grado de dejar de ser una carga para los demás. No lograba nada porque era débil y cobarde, lo sabía, pero el hecho de que alguien más lo notara y la entendiera hasta tal punto le pareció del todo curioso e increíble.
—No tienes idea de lo que dices —le devolvió Skrain, furioso—. ¿Quién te crees qué eres?
Al ritmo de las palabras de Skrain las nubes comenzaron a ponerse de un gris oscuro y tormentoso. Parecían multiplicarse, tanto así que llegaron a opacar al lejano sol que parecía mucho más apagado de lo normal.
Akhor sonrió. Al ritmo de sus palabras el hielo comenzó a expandirse, yendo directamente hacia la barrera que Piperina y los llamados por la Luna habían creado.
—Eres idéntico al original Skrain. Pareces fuerte, decidido, y pensante, más aún después de esforzarte por tomar decisiones fríamente sigues, en realidad, dejándote llevar por tus impulsos en los momentos más importantes. ¡Qué ridículo...!
Mientras Akhor hablaba el hielo creció hasta el punto de envolverla toda, así hasta que, de acuerdo a sus deseos, explotó. Todos los esfuerzos por proteger a la ciudad habían sido en vano. El rey le mandó enseguida mensajes mentales a todos los pueblerinos y militares para que fueran a esconderse en los pasajes subterráneos de la ciudad, hechos específicamente para eso. Obviamente la orden había sido dada desde el principio de la pelea, pero aquellos mandatos fueron dados específicamente para que se apresuraran antes de ser asesinados.
Skrain estalló. Los relámpagos comenzaron a multiplicarse, uno tras otro, así hasta que, en sus últimas palabras, los rayos se hicieron presentes. Skrain estaba a suficiente distancia como para alcanzar a Akhor de un salto, así que de un solo impulso llegó hasta él y le dió un fuerte golpe en la nuca que lo mandó al suelo, haciéndolo así caer de rodillas. Los ojos de Skrain brillaron entonces, llenos de electricidad. Enseguida soltó un grito de furia, dejando a los rayos caer, uno tras otro, sobre Akhor.
Adaliah dejó de contar cuando llegaron a ser diez. Sorprendida por la furia de Skrain, observó la forma en que la piel de Akhor se quemaba, un proceso rápido y grotesco. Él había quedado de rodillas, protegiéndose con sus propios brazos, no completamente rendido pero tampoco lo suficientemente fuerte como para defenderse.
Cuando los rayos terminaron, fue la Luna, a la que nadie había podido ver bien hasta aquel momento por lo mucho le gustaba andar rondando en las sombras y su lejanía del punto clave de ataque, la que habló. En el mismo tono burlón de antes se burló, diciendo:
—Deja de jugar, Akhor, o si lo vas a hacer tan solo hazlo bien. Es Consus el que está haciéndolo todo.
Los rayos habían terminado de caer. Akhor, que había permanecido inmóvil y con los brazos envueltos sobre sí mismo, se levantó. La imagen que todos vieron de él fue aterradora. Su piel quemada se veía en partes negruzca, en otras hasta rojizas o rozadas. Piel viva caía a pedazos de él, semejante a la misma piel de la serpiente cuando la cambia cada cierto tiempo. La diferencia estaba en que la piel de Akhor parecía tener vida propia y se regeneraba tan rápido como parecía haberse quemado.
—Bueno, seré serio —contestó Akhor con un deje de resignación—. Adaliah, si realmente crees que eres lo suficientemente buena para derrotarme y tomar mi poder, demuéstralo entonces —una pequeña sonrisa ladeada apareció en su rostro, Adaliah frunció el ceño, sin saber completamente lo que significaba aquello. Enseguida Akhor alzó las manos, el hielo moviéndose bajo los mandatos de su propia mente—. Este hielo lo cubrirá todo. Tienes tres opciones. O lo detienes, o tendrás que recurrir a quitarte el hielo de tus piernas. Si realmente no logras ninguna de las dos, la única opción será matarte. Si no haces nada, querida, así como ese hielo acaba de destruir la barrera haré lo mismo con todos los que estén debajo de él.
Adaliah apretó los labios. Amaris negó con la cabeza, y respondió:
—Adaliah no está sola. Nos tiene a todos. Podemos detenerte, Akhor.
—Ella es la única que puede detenerme —agregó él—. Todos queremos ver hasta que punto puede llegar.
Amaris miró a Alannah. Aquella que era su hermana, aquella en la que había confiado, era la misma que estaba burlándose de la desesperación de su hermana mayor.
—¡Qué desafortunado, hermana! —gritó—. ¡Ahora toma una puta decisión!
La ironía del tiempo se percibe en la facilidad con la que las cosas cambian. Cambios rápidos, fugaces, o lentos, en ocasiones son tan imperceptibles que no se perciben hasta que ya han sucedido. Amistades que parecían nunca terminar se van, el destino dicta separaciones tan dolorosas como necesarias. Es mejor que las cosas terminen así a tener que vivir con odio, dolor, o rencor. Es mejor alejarse antes de que todo colapse.
—No te preocupes, Amaris —dijo Adaliah—. Pierdo lidiar con esto por mí misma.
El hielo lo cubrió todo. Desde las pequeñas plazas hasta a los mismos llamados que habían protegido el reino hacía unos pocos segundos. Solo quedaron libres aquellos que parecían tener una especie de cercanía o conexión divina, hasta el rey no pudo defenderse ante el gran poder del dios del invierno. Todos morirían si Adaliah no hacía algo. La decisión estaba en sus manos. Tampoco fue difícil decidir, su mente, a pesar de la presión, estaba bastante clara.
—¡Alto! —una voz resonó por todo el lugar antes de que Adaliah hiciera su movimiento. Una larga figura, una especie de sombra, pareció venir del cielo. Adaliah entrecerró los ojos y enfocó la vista solo para distinguir que se trataba de Cara, la chica a la que poco había conocido pero, que sabía, era la actual reina del inframundo.
Se veía distinta a la última vez que Amaris la había visto. Parecía haber adquirido una personalidad propia como diosa, y se notaba. A diferencia de la gran túnica del anterior dios en su puesto, Cara llevaba un sencillo vestido negro, de tela trasparente en las mangas y caída más o menos parecida, aunque en esta se veían algunos rostros de fallecidos en los momentos más gloriosos de sus vidas. Amaris, que conocía a la mayoría, distinguió a Sephira, a Connor, a sus antiguos amigos muertos en el desierto. Entre ellos estaban Elena y Ailum, que más que daré un aire terrorífico a su vestimenta la hacían ver mágica y especial.
—¿Y tú qué haces aquí? —preguntó la Luna. Ella, a diferencia de Cara, se veía un tanto pálida y espectral. Era difícil concentrarse cuando mirabas directamente a esa diosa tan poderosa y oscura.
—Estoy cansada de ver cómo juegan con ellos —contestó Cara. Luego se giró hacia Akhor, y dijo—: Maldito idiota. Ninguna de las almas a las que estás amenazando morirá hoy. Serán devueltas del inframundo si tan solo te atreves a cumplir tus amenazas. Aún así, sé que eres un cobarde y es muy probable que no hagas nada de lo que dices.
—¿Devolver del inframundo? —preguntó Varia, divertida. Sus ojos señalaban que se sentía retada y por completo emocionada por lo mismo—. Parece que aún no estás por completo familiarizada con lo que eres, querida. Un dios es un portador. La fuerza no es tuya completamente, te da inmortalidad a cambio de mantenerla ligada al mundo mortal, pero solo eso. La magia no puede usarse así como así, tiene un costo. Un costo que terminarás pagando si devuelves a todos de la muerte.
—¿Y no qué pague un costo te beneficiaría a ti? —preguntó Cara, divertida. Incluso parecía mayor. Ya no era aquella jovencita radiante de antes, llevaba el cabello corto y sus grandes ojos parecían estar más oscuros, rodeados por ángulos perfilados y elegantes.
—A diferencia de lo que tú crees —la siguiente que habló fue la Luna—, no queremos terminar contigo. Saphir Iordanou siempre fue inútil. Tú eres joven, inteligente, fuerte. Serías una buena aliada. Además, ¿No te sientes traicionada por todos aquellos que decían ser tus amigos, por tú padre? Dioses, el Sol, el maldito Eadvin, solo te utilizó. Utilizará tú poder ahora, te dejará en el inframundo por toda la eternidad. ¿No deseas algo más? ¿No estás aquí para conseguir un poco de libertad?
—No —Cara frunció el ceño, luego agregó—. Vengo a ayudar a mis aliados. Vengo porque puedo vencerte a ti, todos sabemos que estás débil. Además —por un momento su imagen titiló, al siguiente apareció frente a ella, una daga de oscuridad en su cuello—. Solo los dioses pueden asesinar a otros dioses. Deja que los seres divinos luchen entre sí, o tendré que recurrir a lo que menos deseas.
N/A. Estamos en los capítulos finales y este, por sí mismo, es básicamente uno muy largo que decidí dividir en partes para no tardar tanto en actualizar. ¡Espero que les esté gustando!
Nos leemos pronto,
Angie.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top