Capítulo 46. «Fiesta explosiva»
La fiesta comenzó justo en el momento en qué Zedric besó a Amaris frente a todo el público. Los aplausos llenaron el ambiente, estruendosos, y la pareja fue trasladada directamente hacia la caravana real que los llevaría al palacio.
Dirigiendo la caravana iba el rey, que sonreía, lleno de orgullo, por saber que su hijo estaba más cerca que nunca de tener el poder. Cabalgaba más o menos rápido, dejaba que los tambores que los seguían a él y la reina marcaran el compás de su trote. La reina iba a su lado, sonriendo mecánicamente y componiéndose el cabello de rato a rato. Odiaba cabalgar porque era incómodo y lento especialmente tratándose de caravanas.
Les seguían tambores, monjes, y bailarinas. Varias casas como la de Nathan y la Gatefire también cabalgaban junto a la caravana. Piperina, por su parte, cabalgó al lado de Nathan justo antes de los novios, que iban al final.
Amaris fue una novia modelo. De vez en cuando se paraba para recibir regalos, los cuales observaba y llevaba hasta que le daban uno nuevo. Los acumulaba en su larga cola, la cual llevaba uno de los sirvientes más fieles de Zedric.
Pétalos de flores caían desde los balcones hacia las calles. Eran de todos los colores, así como también las vestimentas de varios en las calles. Ya no se veía tanto la división entre reinos, y eso hacía que Amaris se sintiera orgullosa.
Pronto llegaron al palacio, donde las puertas estaban abiertas de par en par, y se dejaba entrar a cualquiera que lo quisiera. Llegaron todos, y en la principal explanada se quedaron los nobles más importantes, los músicos, y una barra llena de comida. Los súbditos también rondaban en los jardines, más la mayoría llevaba sus festejos en la ciudad.
Zedric se acercó para ayudar a Amaris a bajarse del corcel que la llevaba. La recibió con un abrazo y otro beso, estaba feliz, feliz como nunca lo había estado. Amaris se sentía pequeña en sus brazos, frágil, pero también tranquila. Se sentía más unido a ella que nunca. El beso terminó y puso las manos en su cintura, luego alzó la mirada, la miró fijamente, y acarició su barbilla.
—¡Abran paso a los novios para su primer baile! —anunció el rey acallando la varias voces que llenaban el lugar—. ¡Viva el Sol, viva la Luna!
—¡Viva el Sol, viva la Luna! —gritó la multitud a su alrededor en un coro emocionado. Entonces abrieron un círculo en la explanada para dejarlos pasar, Amaris se desprendió de la cola del vestido antes de eso. Los tambores comenzaron con la melodía, más lo siguiente que se escuchó fueron los violines y cornetas lunares. Era una versión a cuerdas del vals de la amada, tocado especialmente para la pareja.
Zedric llevó a Amaris al centro de la pista. Quedaron frente a frente, mirándose como si fuera la primera vez. Admiraban las facciones del otro, pero también la sensación de que sus poderes finalmente se habían unido. La unión, que, en pocas palabras, hacía que dos poderes enormes aparentemente opuestos se juntaran y mezclaran, algo abrumador e intenso, a lo que no le cabía una explicación.
La pareja bailó entonces. Dos de sus manos estaban estiradas por un lado al modo del vals, más Zedric agarraba la otra mano de Amaris en su hombro en vez de poner la suya en su cintura. Estuvieron así todo el baile, sin que nada existiera a su alrededor.
La canción terminó entonces. La multitud aplaudió, los tambores anunciaron la siguiente canción. Era una de esas danzas donde todos participaban, especialmente antigua y, por lo mismo, realmente conocida. Consistía en formar filas, cambiar lugares, y aplaudir al ritmo de los tambores, en aquel baile todos podían participar.
Amaris bailó con todo su ánimo hasta el tope. Veía a sus conocidos y los saludaba, iba de un lado al otro, sonreía, saltaba. Vió a Piperina, a Ranik, a Nathan, a varios nobles que parecían estar ahí para presentarle sus respetos. Entonces, justo cuando la música estaba apunto de terminar, lo vió a él, a Sir Lanchman.
—¿Me permite el siguiente baile, mi señora? —preguntó él mientras hacía una pequeña reverencia del todo elegante y sofisticada. Amaris siempre había notado un aire intelectual y elevado en él, pero sus pensamientos nunca habían sospechado de la naturaleza de aquel hombre, no le había dado ni de cerca cabida a que él fuera un dios, mucho menos el Sol.
—Claro que sí —respondió. Haciendo su propia reverencia. Empezaron a bailar entre la multitud de parejas, Amaris tenía a Zedric vigilado por el rabillo del ojo—. Agradezco mucho su asistencia, de no ser porque usted está aquí no estaría tan tranquila como lo estoy ahora.
Sir Lanchman sonrió. Amaris había visto muchas cosas con su poder y por su parte él, que aunque no tenía los mismos dones, parecía también estar consciente de lo que venía.
—Me agrada que confíes en mí, Amaris —contestó él—. Aunque también pone más peso sobre mis hombros, si me pongo a reflexionarlo.
La música alcanzó su punto más alto. Todos, sin excepción, bailaban con energía y entrega. Hacía un calor sofocante, el ambiente para cualquiera parecería mareante, asfixiante, más, al mismo tiempo, del tipo satisfactorio. Todos estaban felices, como si una especie de bandeja de humo cortara la tristeza y llenara todo de satisfacción.
Un estallido resonó entonces. Por un momento la luz se esfumó del cielo, y Sir Lanchman calló al suelo. Amaris trató de cargarlo en sus brazos, más su cuerpo comenzó a cambiar, deformarse, mostrando al verdadero cuerpo y rostro del Sol. Entonces el abrió los ojos, justo a tiempo para ver venir una especie de astro brillante que se apresuraba con bastante rapidez hacia donde ellos se encontraban.
—Tenías que hacer un gran espectáculo, era de esperar.
—¿Qué pasó? —preguntó Amaris, contrariada. En su visión...— No había visto esto. No entiendo cómo te han hecho caer.
—Los dioses de los poderes intangibles están despertando —contestó este nuevo y joven Sir Lanchman, el Sol, o Eadvin tal vez, Amaris ya no sabía cómo definirlo—: Están atacándome junto con los estacionales y la guerra, haciendo que me debilite en formas que tú ni los demás pueden notar.
—Yo sí —la que habló fue Adaliah, con sus ojos vibrantes mirando a Eadvin fijamente— Desde que hablé con Akhor entiendo más ciertas cosas intangibles acerca de los poderes y, por eso mismo, puedo verlo.
Eadvin frunció el ceño, mirando fijamente hacia la brillante luz que venía hacia ellos. Al estirar las manos, pareció que estas comenzaron a absorber la energía, pero no lo suficientemente rápido como para detenerlo.
—Ahora estamos unidos —musitó Zedric mientras tomaba a Amaris de la mano—. Podemos detener esa cosa juntos.
La mayoría de los llamados por el Sol centraron su mirada en aquella gigante bola de fuego. El rey, los sabios, hasta Skrain llamó a una gigante tormenta que ayudara a precipitar las cosas. Si aquella cosa estaba cerca, los dioses también lo estarían.
—¡No lo hagan, vienen ya, tenemos que cubrir al Sol! —gritó Piperina, que miraba hacia el norte del palacio, de dónde dos dioses parecían venir. Eran Olemus y Consus—. ¡Nathan, hagamos una barrera!
Nathan y Piperina alzaron las manos. También se les unieron varios nobles del Reino Luna, y juntos formaron una especie de barrera que cubrió a la ciudad. Todos los que estaban en el palacio comenzaron a huir guiados por la guardia real, quedando así cerca los que estaban dispuestos a luchar.
Adaliah también ayudó a forjar la barrera de la ciudad. Ya era tarde para entrar en ella cuando Piperina le dijo:
—¿Y tú qué crees que estás haciendo? ¿Quieres morir aquí con nosotros?
Adaliah no tuvo tiempo para contestar. Justo cuando las palabras estaban apunto de salir de sus labios Varia apareció detrás de Piperina, su rostro firme mientras le apuntaba con una especie de lanza de fuego.
Adaliah estiró la mano. Apenas si alcanzó a desviar el fuego ardiente de su lanza, justo a tiempo para que Piperina volteara y le encestara a Varia un fuerte golpe que la mandó hacia el mar.
—¡Yo detendré esa cosa, ustedes defiendan la barrera! —gritó Nathan, enseguida apresurándose para intentar contener aquella especie de asteroide. Fue justo en el momento exacto, porque a la aparición de Varia le siguió la de Akhor, así como Consus y Olemus se acercaron lo suficientemente como para atacar a Zedric y Amaris.
Piperina recibió el primer golpe de Akhor. Varia lanzó un tajo de fuego hacia Skrain, y este no tuvo más opción que saltar para intentar esquivar sus ataques de fuego. La luz se esfumó de nuevo, y lo único que quedó fue oscuridad, profunda, cegadora. Nadie golpeó por varios segundos, el Sol parecía haberse esfumado de la faz de la tierra. Nathan realmente había absorbido aquel gigante asteroide, y Varía incluso había detenido sus proyectiles de fuego haciendo el ambiente aún más incierto. Ni los mismos llamados por el Sol encendían sus fuegos, tal vez porque estaban asustados, pero también porque parecía más seguro estar a ciegas que dejar a los dioses ver su posición.
—Que cálida bienvenida me das, amor —una voz fría y tenebrosa llenó el ambiente, femenina, lenta y pausada—. Aún con todo sigues tratando de defender a los inferiores. Es más, defiendes a todos esos que terminarán quitándote el poder que tienes. ¿No sientes lo débil que te estás poniendo ahora que Zedric y Amaris están juntos? El ciclo se está cerrando.
Ni siquiera la Luna llenaba el firmamento. Llantos y quejidos se escuchaban por todas partes, el terror del pueblo que se sentía abandonado por su más alto dios.
En la oscuridad es cuando la mayoría de los sentimientos escondidos salen a flote. Amaris y Zedric se tomaron de las manos, Piperina trató de escuchar a sus sentidos, de entender lo que sucedía a su alrededor. Había mucho movimiento, tanto que apenas podía distinguir bien lo que la rodeaba.
Adaliah permaneció más tranquila de lo que incluso ella misma esperaría. No oía nada, no veía nada, no podía ni moverse, pero el silencio y las respiraciones le recordaron que ya hacía mucho tiempo que estaba así, a la espera de que algo fuera de lo normal sucediera y cambiara todo de nuevo. Las cosas cambiaron en el momento en qué sintió que unas grandes y frías manos se ponían alrededor de su cuello. Era Akhor, y parecía que aquella vez no tendría la delicadeza de contenerse.
—Termínalo de una vez —musitó Adaliah con voz queda, apenas un susurro—. Quiero dejar de sufrir.
Akhor no hizo ningún movimiento. Nuevos proyectiles de fuego aparecieron en el cielo, imparables, Adaliah pudo ver entonces que en su rostro tenía una sonrisa torcida.
Piperina apareció entonces y le lanzó a Akhor una patada que lo propulsó igual que a Varia. Adaliah frunció el ceño mientras lo veía alejarse, porque más que parecer asustado parecía tener una sonrisa en el rostro.
Varia había lanzado aquellos proyectiles. Muchos iban directamente hacia la barrera de la ciudad, otros más caían en el palacio incendiándolo todo a su paso. Todos los llamados formaron barreras defensivas en cada flanco de la isla, aún así la barrera se derretía o flaqueaba de vez en cuando de forma preocupante.
Olemus, aquel gigante volador que parecía estar rodeado por hojas oscuras y ramas de árboles, sonrió. Skrain, que iba de un lado al otro buscando algún punto débil al cuál defender, notó que estaba apunto de hacer su siguiente movimiento, y así fue. Alzó las manos, haciendo pequeños círculos con ellas y formando varios tornados que comenzaron a devastarlo todo a su paso.
—¡Qué todos vayan hacia las regiones subterráneas! —gritó el rey a uno de los generales que estaba cerca de él. Skrain centró su mirada en los torbellinos, tratando así de detenerlos. Eran demasiados, e iban directamente hacia cada uno de los llamados que trataban defender la ciudad. Los llamados por el agua se defendían bien, más los llamados por el fuego estaban siendo absorbidos uno a uno antes de poder hacer algo a su favor.
—¡Actuemos unidos! —gritó Zedric al notar aquello—. En parejas podemos cubrirnos entre nosotros.
Akhor salió de las profundidades del mar, sonriente. Alzó una de sus manos y con eso los cielos le respondieron, haciendo que comenzara a bajar la temperatura en aquellas zonas juntas del muelle. Allí había varios barcos del Reino Luna, Sol, personas que trataban de huir antes de que los dioses repararan en ellos.
El mar se congeló con la misma rapidez con que la nieve comenzó a caer. Akhor alzó las manos, haciendo que el hielo se fragmentara en miles de pedazos y subiera hacia el cielo de forma amenazante.
—Ahora verán su fin —dijo.
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