Capítulo 42. «Los dioses estacionales»

Alannah no había dormido en semanas. Su cuerpo se sentía adormecido, su mente estaba activa más de lo que podía controlar.

Las cosas eran así desde que se convirtiera en una especie de diosa minoritaria. A diferencia de Zara o Calum, que sabían específicamente a donde se dirigía su poder, el de Alannah era, en cierto modo, incierto. Sentía muchas cosas distintas y difíciles de reconocer que, al final de cuentas, no significaban nada. No era lectura de mentes, sino de sensaciones. Sensaciones de personas cercanas que parecían sufrir, tener miedo, ansias, o valentía. No era coherente, mucho menos algo útil, más bien era, doloroso.

-Mi reina, se acerca la hora. He traído su armadura, las armas y...

Alannah bajó la mirada. Solo eso hizo que Estregobor, su sirviente, palideciera y se detuviera, lleno de miedo.

-Se los dejaré aquí -dijo, lleno de nerviosismo-. Y comenzaré con las evacuaciones cuanto antes.

-Ya no sé ni porque estamos volviendo a la superficie si sabemos que esas cosas volverán a venir -contestó Alannah como con pereza-. Permanezcan en las catacumbas hasta que esto se calme, pueden salir, pero solo para lo necesario.

-Así lo haremos -contestó Stregobor. Era un hombrecillo pequeño, de rasgos toscos y mirada indecisa. Todo en él se veía frágil, pero ya le era mérito el haberse quedado y no haber huido como todos en la capital. Si alguna vez salían de aquello, seguro le daría algunas tierras de recompensa.

Si es que realmente salían de aquello. La Luna le había asegurado a Alannah que todo saldría bien ya varias veces, pero no parecía creíble. Se veía difícil, demasiado difícil, y las cosas malas seguían repitiéndose, multiplicándose, requiriendo más y más de ella.

Todo había ido relativamente bien para Alannah hasta que Connor regresó al reino.
Hubieron victorias, poder, riqueza. Ranik había sido suyo por un tiempo. Parecía que las cosas estaban bien, tenían que sentirse así.

El problema es que Connor hizo que Alannah notara que todas sus victorias se habían sentido vacías, que realmente no podía confiar en nadie, y que lo que tenía no eran más que mentiras. Connor le juró lealtad, mentira sobre mentira, pero aún así Alannah se relajó con él, se sintió feliz por un breve lapso de tiempo, así hasta que la Luna le hizo saber que no era de confianza, así hasta que...

Alannah, que instintivamente estaba dejando sus manos ir hacia su cinturón, donde debajo de la armadura llevaba su daga, (la misma con la que había terminado con su vida), detuvo sus pensamientos y respiró hondo en un intento de alejarlos de su mente. Parecían fuertes, inquebrantables.

Suspiró. Por un momento, pequeño, recordó los quejidos de dolor que salieron de sus labios aquella vez.

Cerró los ojos, entonces escuchó el toque de los tambores de emergencia, y su corazón latió tan rápidamente que parecía que en cualquier momento podría estallar. Lo siguiente que hizo fue correr, moverse de aquella forma inhumana que ya conocía bien.

El puerto aún seguía, para sorpresa de Alannah, indómito. El daño que todos aquellos monstruos habían causado no era mucho, ni siempre en el mismo lugar, y el granito del puerto había sido fuerte, más de lo que ella hubiera esperado.

Suspiró. Sus sentidos le decían que la bestia estaba en el mar, esperando, y que habían muchas más pequeñas alimañas bajo su mando. La cosa es que... no salían. No estaban yendo directamente hacia ella, como siempre. De repente comenzaron a moverse, moverse como locas, y entonces, solo entonces, salieron.

Eran bestias negras, grandes, con piel y complexión similar a la de un murciélago, aunque un tanto más gordas. Se veían burdas y grotescas, más eso no las parecía detener de ser rápidas, fuertes, y numerosas.

Alannah suspiró, alzó una de sus manos, (llamando al cetro), y la otra fue a sacar la espada que se encontraba al otro lado de su cinturón, larga, filosa, y mágica también.

Sus ojos se concentraron entonces en el agua, a la que le mandó que se congelara y lanzara brillantes, prístinos y filosos pedazos de hielo hacia aquellas bestias. Estas se movieron de un lado al otro, invencibles, y avanzaron hacia ella, que al ver que aquello no había funcionado prefirió convertir el cetro en la brillante arpa que le había servido la última vez en un intento desesperado por defenderse.

El problema es que, en ocasiones, las bestias eran tan fuertes que no caían ni ante los tonos de la música de Alannah. Estas siguieron avanzando, inquebrantables, y en aquella ocasión no habría un ejército que pudiera defender a Alannah de lo numerosas que eran aquellas bestias. Peleó, no podía rendirse ante lo inevitable.

No traían espadas, sino que iban de un lado al otro con algo parecido a largos y rudimentales mazos, hechos de dura roca roja, negra, y violácea. La golpeaban de tres en tres, Alannah era lo suficientemente mente rápida para desviar uno, dos, tres de aquellas estocadas, pero cuando lo hacía otros tres más aprovechaban para lanzarse en un intento de rasguñarla, desgarrarla, un intento desesperado por el que Alannah comenzó a sentirse aterrada, pequeña, débil. Congelaba a los que podía, a otros más los mandaba lejos con olas enormes de mar, todo a la vez. Su mente apenas si podía lidiar con todo eso, tenía que concentrarse en muchas cosas a la vez.

Justo en aquel momento, y cuando menos lo esperó, sus reflejos le fallaron por un breve instante. Eso fue error suficiente como para que una de aquellas bestias lo aprovechara y le encestara un fuerte golpe en su desprotejida cabeza.

Alannah cayó al suelo, derrotada. El terror inundó su mente. Todo se veía rojo, y al llevar una de sus manos a su nuca sintió la sangre que la había empapado, y que no dejaba de salir.

Otro golpe cayó sobre ella, en su espalda. A eso le siguió otro en las manos, aun más fuerte. Su cuerpo se curaba con rapidez, sí, pero eso solo parecía prolongar su agonía.

Alannah gritó, ya no podía más. Estaba tan desesperada que hasta prefirió morir, morir ya, a tener que sentir más dolor. Sabía que se lo merecía, y que aquellas bestias no estaban ni siquiera cerca de cobrarse todo lo que había hecho, pero deseaba, aunque sea un poco, piedad. Deseaba poder descansar.

-Hoy no será ese día, corderito -una voz masculina interrumpió tanto los pensamientos de Alannah como también a los golpes de sus atacantes. Ella abrió los ojos y lo vió, frente a ella, luminoso casi como lo era Zedric al usar sus habilidades. Era un hombre grande, alto, musculoso y de rasgos toscos y fuertes. Tenía el cabello negro, rizado, y una nariz aguileña bastante marcada. Sus ojos eran negros, profundos.

Antes de caer en la profundidad de las pesadillas, lo último que Alannah pudo escuchar fueron los altos chillidos de dolor provenientes de las bestias que pocos minutos antes habían estado literalmente apunto de vencerla.

🏵🏵🏵

A

lannah despertó al sentir que su cabeza era azotada contra alguna superficie dura que hizo que sus heridas se sintieran aun peor de lo que ya estaban. Segundos después el hombre que la había llevado hasta ahí acomodó su cuerpo, poniéndolo así en la superficie blanda de lo que desde el principio habían sido sus aposentos.

Sentía que todo el cuerpo le ardía. Con pesadez abrió los ojos, encontrándose así con que el hombre que la había salvado. Fuera quien fuera, aun seguía ayudándole y eso ya era una ventaja.

-¿Quién eres? -preguntó lentamente, hasta su garganta le dolía con tan solo decir eso-. ¿Por qué me salvaste?

El hombre alzó la mirada y le sonrió, lleno de diversión. Todo él era imponente, y solo con mirarlo Alannah sentía que sus energías parecían volver. Él le incitaba confianza, hacía que se sintiera valiente, fuerte, poderosa. Todo con una sola mirada.

-Me llamo Consus -contestó él, sonriente. Enseguida se acercó y tomó una de sus piernas entre sus manos, pierna que enseguida enderezó en un rápido y doloroso crujido-. Tal vez adivinarás, (por la forma en que tus sentimientos y los de aquellas bestias cambiaron de un minuto para el otro), que soy el dios de la guerra.

Alannah frunció el ceño. No sabía cómo responder a eso. Por un momento permaneció callada, más al siguiente dejó salir todos sus pensamientos sin inhibición, porque eso es lo que hacía él, la hacía terca y confiada.

-Es demasiado pronto. La Luna dijo que todos ustedes estarían despertando paulatinamente, que se necesitaría de varios sucesos cósmicos para traerlos de vuelta. No lo entiendo.

-Los dioses nos fortalecemos poco a poco, sí, pero no tan tardíamente como ella te lo mencionó -contestó él. Luego paró frente a ella, le acarició la frente, al mismo tiempo acomodando su cabello, y murmuró-. Estamos de vuelta, y somos fuertes.

-¿Estamos? -se burló Alannah, hasta hablar hacía que su pecho se contrajera por la debilidad- No veo a los otros. La Luna misma me dijo que tú no eras de confianza. Dios de la guerra, sí, el volátil, narcisista, y prepotente que una vez fue el hermano mayor del Sol.

-Siempre maldije el momento en que esa puta sedujo a mi hermano -aceptó-. Pero no puedo negar que el poder que conseguimos en base a su unión es nuestro, y que nadie debería de poder quitárnoslo. Tal vez antes no estuve de su lado, pero ahora lo estoy. Podemos, incluso, hacer esta nueva transición más organizada y dejar así que estén en el poder aquellos que realmente se lo merezcan.

-Creo que mi señora no estará muy feliz de que la hayas nombrado puta -se burló Alannah-. Pero sí de que le des un poco de ese poder que tienes. Tenemos candidatas, más necesitábamos un... empujón antes de realmemte intentar algo.

-Mi poder no será suficiente para conseguir lo que quieren -respondió Consus, que parecía estar un poco distante, su mirada fija en algún punto lejano-. Pero creo que nuestros aliados ya están cerca, tan cerca como para ayudarnos.

Tal como Consus dijo, en un punto cercano cuatro conocidos dioses despertaron del sueño profundo en el que habían sido condenados. La isla Sezelhem, como siempre un lugar espiritual y lleno de secretos, los vió renacer.

Primero apareció Virnea. De un rayo de sol brotó una brillante flor, una rosa roja que, como hechizada, soltó una especie de humo del que se formó su cuerpo completo. Virnea siempre parecía tranquila, aun cuando no lo estuviera. Caminó hacia una fuente de agua cercana, de donde caía la larga cascada que le daba vida a ese lugar, y se observó a sí misma. Sus ojos ya no eran grises, sino verdes, pero su cabello rozado y risado seguía siendo el mismo de siempre. Suspiró al verse porque se notaba... joven. Demasiado joven. Ventajas y desventajas de su poder, porque verse así le traía recuerdos de otros tiempos, más le sería útil si tenía que luchar.

Justo en aquel momento otro rayo de sol cayó frente al césped frío y lo calentó hasta que el hielo comenzó a derretirse. De otro humo semejante surgió Varia. Se veía joven también, y lo primero que hizo fue mirar a Virnea con un ceño fruncido y retador.

-Siempre tienes que estar cerca para arruinarlo todo -se quejó-. Necesito comer algo, ¡Olemus! ¿Dónde demonios estás? ¡Tengo hambre!

Varia era el verano, y eso encajaba perfectamente con su personalidad. Era cálida, más no ese tipo de cálida que era la primavera, sino un tipo de cálida pretencioso y exhuberante. Era bella, sí, pero toda esa belleza se iba cuando la escuchabas hablar.

-Acabo de cazar un enorme alce que te sabrá delicioso, hermana -respondió Olemus, que tan pronto como había surgido del néctar de algún árbol del bosque comenzó a cazar como el superviviente y fiero que era. La desventaja con él es que era tan noble que no podía dejar de estar al servicio de su hermana Varia, era una especie de guarda personal que no pensaba ni un poco en sí mismo.

-¿Es esto un cuerpo de humano? -fue lo que dijo Akhor después de surgir de un grande y brillante copo de nieve- ¡Un cuerpo humano! Mejor no hubiera revivido. Prefiero preservar mis fuerzas un poco más hasta ser más... -se detuvo, porque el calor le molestaba mucho- fuerte.

-No hay tiempo, idiota -se quejó Varia, que con su piel bronceada, ojos amarillentos con motas rojas y anaranjadas miró fijamente a Akhor, su contrario, de cabello blanco, ojos azules, y piel pálida-. El fin de la era es ahora, y si tú permaneces dormido como el flojo que eres aun más tiempo, ni siquiera podrías despertar.

-¿Despertar para qué? -preguntó-. ¿Para ver a mi hermana hacerse con todo el poder como lo hizo antes? ¿Para ver como Virnea y el Sol finalmente formalizan su relación? Quiero poder, pero ustedes son irritantes, demasiado.

-No te metas conmigo, Akhor -lo reprendió Virnea desde lo lejos-. No sabes de lo que hablas.

-Tú hijita Cara me da las pruebas suficientes para saber de lo que hablo -contestó él, algo parecido a una mueca en su rostro-. Los bebés nacen después de...

Tan rápido como Virnea había renacido, desapareció. Akhor soltó un gruñido, más no dijo nada más. Por su parte, Olemus se pasó una de las manos por su barba castaña oscura, la fulminó con sus ojos verdes, (oscuros también), y preguntó:

-Entonces, ¿Cuál es nuestro plan por ahora? Recuerden que hay muchas por hacer, y que trabajamos mejor si hacemos un plan antes de actuar.

Akhor rodó los ojos, él era frío y calculador, sí, pero también un poco temperamental, así que también solía tomar decisiones precipitadas cuando la situación lo requería.

-Los problemas entre Eadvin y Raniya están más vivos que nunca -contestó Varia-. Sabemos que no queremos perder lo que tenemos, y para eso tenemos que elegir el bando de Raniya, de la Luna. Más importante aún, parece que ya nos están esperando.

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